Rocío y su encuentro con un hombre mayor

Qué ironías de la vida, pues mientras ella intentaba sacar de sus casillas a un tipo que no la hacía en la vida, uno más, de quien ella apenas y notaba su existencia, seguía cada uno de sus pasos a través de la ventana cada mañana.

Rocío tenía más deseos reprimidos que canas prematuras en su ondulado cabello, que desde antes de los 30 tenía que retocar muy seguido para no parecer 20 años mayor de lo que era. Se teñía ella misma por las tardes cuando su marido no había regresado aun de trabajar y el niño estaba en el entrenamiento de futbol, y lo hacía generalmente estando desnuda, no para evitar manchar su ropa, sino para ver como el tinte le hacía pasar de parecer una mujer de más de 40 con las tetas flácidas, a una mujer de 30 con las tetas firmes y rebosantes; al menos eso era lo que ella se imaginaba.

Se paraba frente al espejo sin ropa durante largos minutos, dejando un poco abierta la persiana de su habitación como para ver si de lejos alguien la veía “por descuido” y lograba excitarlo. Se preguntaba si su vecino, Omar, que tenía un cuerpo atlético y unos años menos que ella, alguna vez la vería por la ventana y se lo diría. Se hacía la escena en la mente diciéndole a Omar que era un pervertido y que le diría a su marido para que lo golpeara, aunque la escena siempre terminaba con aquel hombre arrancándole la ropa para hacerle el amor en el jardín frontal mientras las vecinas ardían de envidia mirándolos desde sus garages.

Su vida sexual no era mala, su marido Arturo era un hombre corpulento y con mucha energía, rondaba los 40 años pero el ejercicio lo mantenía vigoroso y capaz de darle largas noches de 2 o 3 orgasmos. En ocasiones Rocío dejaba la ventana de la habitación abierta a propósito, con ganas de que los vecinos se dieran cuenta de que aun la hacían gritar como una adolescente y de que disfrutaba de la gruesa verga de su marido varias veces a la semana. Pero ni la constancia ni la intensidad la hacían sentir llena. Algo le faltaba.

Optó luego por comprarse ropa más atrevida para hacer ejercicio, o bueno, si a eso se le podía llamar ejercicio, porque la realidad era que solo salía a dar unas cuentas vueltas caminando a la pista que rodeaba su colonia. Leggins de colores, que llamaran más la atención e hicieran que los chicos que a esa hora corrían le miraran el culo, blusas ajustadas y escotadas, que se viera el tamaño de sus tetas, de las cuales estuvo orgullosa toda su vida hasta que su hijo hizo que se le cayeran unos centímetros, cosas que hicieran que no pasara desapercibida ni con los hombres que la rodeaban, ni con las mujeres que aun siendo más jóvenes que ella, tenían cuerpos menos atractivos.

Regresaba cada mañana después de caminar solo unos cuantos minutos, tratando de que su hora de llegada coincidiera con la de su vecino Omar, cuya esposa no era de su agrado y mataría dos pájaros de un tiro si lograba llamar la atención del tipo y lograr enojar a la odiosa de su mujer, pero Omar no le hacía mucha fiesta a pesar de que Rocío levantaba las nalgas cuando lo veía y se tumbaba un poco la blusa para que se le viera más piel de sus pechos.

Qué ironías de la vida, pues mientras ella intentaba sacar de sus casillas a un tipo que no la hacía en la vida, uno más, de quien ella apenas y notaba su existencia, seguía cada uno de sus pasos a través de la ventana cada mañana.

Aquella mañana de miércoles José, el “señor elegante” como ella le llamaba en su mente, y que vivía a unas cuantas casas de la suya, salió a su encuentro haciendo ver como si todo aquello fuera fortuito.

Rocío lo miró desde lejos cuando regresaba a casa. No es que no le hubiera llamado la atención antes, pues desde hacía años que lo miraba, más con admiración que con deseos, pero ese día lucía especialmente “interesante” como decidió ella definirlo en su mente. Buenos días Rocío, le dijo José al pasar, a lo que ella respondió amablemente con un saludo.

José debía ser un alto ejecutivo en alguna empresa, pues vestía siempre impecables trajes y manejaba un auto de lujo. Esa mañana no fue la excepción, y mientras Rocío pasaba frente a él, pudo ver en el reflejo de los vidrios de una camioneta como su vecino elegante la seguía con la mirada mientras caminaba a casa. Luego entró e hizo lo mismo que hacía todos los días, correr a la ventana del recibidor para ver hacia afuera y buscar si Omar seguía ahí, con la diferencia de que ahora buscó a José para darse cuenta de que aquel hombre no se había subido al coche, sino que continuaba viendo hacia su portal, como esperando a ver si salía de nuevo.

Se puso notablemente nerviosa, pero decidió cumplirle su deseo, así que se tumbó un poco la blusa para enseñar más piel de las tetas y salió a la calle con una escoba en la mano para hacer la finta de barrer la calle a pesar de que tenía una empleada que lo hiciera.

Los nervios se le cargaron aun más cuando vio que José caminaba lentamente hacia ella. Aquel hombre de aproximadamente 50 años, de barba blanquecina por las canas y de exquisitos gustos del vestir, lucía aun más guapo e interesante entre más se aproximaba con aquella sonrisa en el rostro.  Caray, ya quisieran la mitad de los hombres de esta ciudad tener un mujer como usted Rocío, que cuida su salud y además se encarga de las labores de la casa, le dijo cuando se acercó lo suficiente.

Rocío se sintió soñada. Soltó una risita digna de una adolescente y le agradeció el gesto agregando que alguien tenía que hacer el trabajo si la señora de la limpieza no llegaba a las horas que le correspondía. Mientras lo dijo se miró en el reflejo de su coche para asegurarse que el culo se le viera bien en los leggins morados y que la blusa dejara ver lo suficiente para que aquel hombre se deleitara. ¿Y tú? ¿Esperando la hora de ir al trabajo? Le respondió mientras en su mente se apuñalaba a si misma por no haber hecho una pregunta más inteligente.

José se sonrió y le contestó que esperaba un paquete del extranjero que le enviarían a su casa, y por ello no se había ido. Pero bueno, dijo, qué mejor que esperarlo en compañía de una mujer hermosa ¿no lo crees?. Rocío se quiso morir. Intentó responderle de manera seca para ahuyentarlo, pero no lo logró. En su mente había fantaseado con este momento muchas veces, pero con tipos menores con los que ella tendría el control, y no con un hombre educado y con una personalidad tan avasalladora, así que se limitó a sonreír y agradecerle el gesto nuevamente con ese “tonito” adolescente que la hacía querer pegarse un tiro a si misma.

José comenzó a conversar de muchos temas, que en realidad no fueron del interés de Rocío, pero su lenguaje corporal la estaba derritiendo. Aquella mirada penetrante que le podía sostener en los ojos durante muchos segundos, y que luego con el mayor descaro del mundo bajaba hacia sus tetas y se quedaba fija un momento sin importarle que ella se diera cuenta. La mano derecha en el bolsillo de su pantalón, moviéndose dentro del mismo, que hasta parecía que se estuviera tocando el pene si es que le llegaba hasta el bolsillo. ¡Ay Dios mío! ¿Y si se lo está tocando en realidad? Pensaba Rocío mientras el hombre hablaba de como el clima cambiaba drásticamente en la ciudad. En menos de lo que esperó, Rocío estaba completamente hipnotizada por aquel tipo, mirándolo de pies a cabeza y deteniendo la mirada de manera involuntaria en el movimiento de su mano dentro del bolsillo.

Le invito un café mientras espero el paquete. ¿Perdón? Respondió Rocío, estaba distraída. Le invito un café en mi casa mientras espero a que llegue la paquetería, claro, si no le incomoda, le contestó José. Para cuando se dio cuenta, Rocío ya iba detrás de aquel hombre de camino a su casa mientras miraba hacia todos lados para asegurarse de que ningun vecino se diera cuenta, y se reprendía a si misma en la mente: ¿Qué demonios estás haciendo Rocío?, pero la tentación era más fuerte.

Jamás había entrado en casa de José. Su casa era hermosa por dentro. Observó las fotos de su familia, de los cuales ni siquiera sabía su nombre, aunque no fue necesario, pues pronto regresó su anfitrión con una taza de café en la mano y comenzó a decirle el nombre y edad de cada uno de ellos. Rocío puso su café en el recibidor y se inclinó para ver de cerca la foto de sus hijos, pero cuando se disponía nerviosa a comentarle que tenía una hermosa familia, sintió la mano de José sobre ella.

Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. La mano de José fue directamente a una de las nalgas de Rocío, y la tocó suavemente de arriba abajo acariciándola. Ella se enderezó de inmediato pero se quedó de espaldas a él. ¿Qué haces? Le preguntó en voz baja, a lo que él respondió que simplemente hacía lo que desde mucho tiempo atrás había deseado. Eres hermosa Rocío, y te he deseado como mujer desde hace años, le dijo mientras lentamente comenzaba a acercar su cuerpo al de ella por detrás.

Rocío no pudo detenerlo, o más bien, no quiso detenerlo. Sintió poco a poco como su verga se endurecía debajo de aquel pantalón de cashmere y se pegaba entre sus nalgas, mientras las manos de José comenzaban a recorrer primero su cintura, luego su abdomen y luego se fueron a postrar una en cada una de sus tetas para comenzar a masajearlas lenta y amablemente. A pesar de que el momento era espeluznante para una mujer casada con valores, la calentura que se traía encima ya era demasiada, así que se entregó y relajó su cuerpo para que José disfrutara de él.

Su verga se sentía dura y voluminosa, sus manos grandes e imponentes, pero su tacto delicado y excitante. Eran mucho más grandes que la de su marido, pues él no alcanzaba cubrirle las tetas completas y José si, así que miró hacia abajo para capturar en su mente el momento en que unas manos nuevas repasaban su cuerpo a placer. Primero sus pechos, luego su cintura, y luego, ¡Ay Dios mío! pensó Rocío mientras los enormes dedos de su vecino comenzaban a explorar su entrepierna por encima del ajustado leggin. ¡Ay Dios mío!

José no paró de acariciarla por todos lados para no dejar que la calentura bajara, y mientras lo hacía bajaba un poco sus leggins y luego subía un poco su blusa, continuaba manoseándola y luego volvía a la tarea de quitarle la ropa de encima hasta que sus tetas rebotaron en la nada cuando le terminó de levantar el bra deportivo que llevaba, sudado no por el ejercicio sino por la cachondez. Una de las manos de José fue a sus pechos para acariciarlos desnudos, mientras con la otra terminaba de tumbarle el leggin hasta media pierna.

Ahí estaba la recatada Rocío, completamente desnuda en el recibidor de uno de sus vecinos mientras un tipo la acariciaba a placer, sin haber cruzado más que un saludo con él antes, y sin saber siquiera si alguien más estaba en esa casa o llegaría pronto, pero deliciosamente entregada al placer.

Antes de que ella pudiera mover sus manos, sintió que su contraparte se desabrochaba brusca y rápidamente el pantalón para no perder tiempo, y aquel duro bulto que minutos atrás sintió que se rozaba en ropa, tuvo de pronto la forma y caliente piel de lo que se sentía como un tremendo pene intentando abrirse paso entre sus nalgas.

Rocío se recargó en el mueble del recibidor y se inclinó un poco. Sintió entonces que José tomó aquel miembro entre sus manos y comenzó a buscar dónde insertarlo, husmeado primero en su culo, y encontrando luego la humedad de su rajita que para ese momento ya estaba lo suficientemente lubricada como para dejarlo pasar.

Intentó girarse para al menos ver lo que estaba a punto de poseerla, pero José no se lo permitió. Se afianzó fuertemente de su cadera y comenzó a empujar su cuerpo hacia ella. Rocío cerró sus ojos mientras sintió como poco a poco aquel viril miembro la penetraba hasta que la pelvis de José chochó con su trasero.

Apenas y pudo abrir su boca un segundo en señal de satisfacción, cuando las manos de su amante se afianzaron de sus tetas y comenzó a bombearla con una naturalidad que parecía que sus movimientos hubieran estado sincronizados por años. Rocío cerraba sus ojos e intentaba darle imagen a aquella verga que sentía entrando y saliendo de ella. ¿Era más grande que la de su marido? ¿Se sentía más dura o era la sensación del momento? ¿Las bolas que sentía rebotar entre sus piernas eran más pesadas que las de su esposo? Pero no se lograba concentrar, pues el momento que José la estaba haciendo pasar era demasiado bueno como pensar en otra cosa.

Se entregó por completo y puso sus manos sobre las de él, que a su vez estaban sobre sus tetas, indicándole con movimientos suaves cómo quería que la tocara mientras la penetraba, y luego llevando una de sus manos a la entrepierna para que la acariciara por delante mientras la tomaba por detrás.

No sabía si gemir o callar, pues no estaba enterada si estaban solos en casa. Así que ahogó sus gemidos al notar que su contraparte no emitía sonido alguno diferente al de su agitada y forzada respiración. Así continuó su aventura mañanera durante lo que a ella le pareció una eternidad, mucho más de lo que su marido aguantaba por las noches entrando y saliendo de ella, y en cada embestida, aquel elegante ejecutivo de edad avanzada se convertía más en un joven macho despiadado que la estaba tomando como todo un semental.

Cuando sintió que no podía contener más la pasión, se dio cuenta que su contraparte comenzaba a temblar y a dejarle correr chorros de leche dentro de ella, y se entregó a uno de los orgasmos más deliciosos que había tenido en años. José salió de ella y se quedó de pie a medio pasillo. Rocío se giró de frente a él, con su entrepierna empapada por la leche, y lo miró.

Se olvidó de sus fantasías con hombres más jóvenes. Aquel hombre de pelo en pecho, barbudo y canoso que acababa de tomarla la miraba aun con rabia y pasión, mientras su verga, su tremenda verga, comenzaba a hacerse flácida y a escurrir los restos de leche que le habían quedado rezagados.

Rocío no sabía qué seguía en el guión, pero no tuvo mucho tiempo de pensarlo, pues el timbre de la casa sonó e hizo que ambos se estremecieran. José se levantó el pantalón como pudo mientras ella dando tumbos se acomodaba la ropa. Su contraparte la miró hasta que terminó de vestirse y luego fue a recibir a la paquetería que esperaba.

Para sorpresa de Rocío, la empelada de la casa apareció en el pasillo al escuchar el timbre, mirándola de pies a cabeza como preguntándose qué hacía esa mujer ahí. José le dio el paquete  la empleada y le pidió que lo pusiera en su despacho, luego le presentó a Rocío, la vecina del 238, que amablemente había ido a entregarles la factura eléctrica que dejaron por error en su casa.

Esto no se puede quedar así, le dijo Rocío en voz muy baja mientras salía de su casa. José la miró de pies a cabeza y le respondió que no, que de ninguna manera permitiría que quedara en el olvido lo que esa mañana habían dejado pendiente.