Rocio, la esclava de María (7)

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María me abrió, tan guapa y exuberante como siempre, con una blusa muy ceñida que marcaba perfectamente sus perfectas tetas y pezones, una falda de tubo a medio muslo y unas sandalias de tacones muy altos. La besé la boca con ansia, sintiendo su lápiz de labios y oliendo su perfume. Desde el día en que habíamos follado, con Rocío a los pies de la cama, soñaba con su cuerpo. Tenía a Rocío para degradarla y a María para follar. ¡Qué más podía desear un hombre! Sus labios se despegaron lentamente de los míos, aún unidos por hilos de saliva. En sus ojos había fuego. En los míos lujuria.

Me cogió de la mano y me llevó al salón. Allí esperaba mi gran sorpresa. Mi nueva posible esclava. Una chica delgada, morena, ojos negros muy profundos, vestida guapa pero sin exagerar. La primera impresión que tuve fue la de un perrillo abandonado, desamparado.

-Te presento a Sara, casi recién llegada de Granada. Hace dos meses que trabaja para mí, y desde el primer día supe que había nacido para ser una perrita. Tenías que haberla visto el primer día, cuando vino a mi oficina preguntando por el anuncio de trabajo del periódico. Llevaba apenas una semana en Madrid y vestía tan vulgar, pero había algo en sus ojos.

María se había situado mientras hablaba detrás de Sara, acariciándola con los dedos, rodeándola por la cintura, acercando la cara a la suya.

-Le di el trabajo por que su currículum cumplía los requisitos, y ha demostrado ser mucho mejor secretaria de lo que esperaba. Y en estos dos meses ha demostrado unas cualidades mucho más excitantes, ¿verdad, mi amor?

-Sí.

Era la primera vez que hablaba, su voz era suave, tímida, sumisa. Era delgada, pero sus tetas se insinuaban firmes y duras bajo la camiseta; sus piernas morenas, lisas y suaves, bien torneadas; sus labios estaban húmedos y María pasaba los dedos por ellos. Era muy atractiva.

-Sabía que había algo en ella que la hacía una sumisa en potencia, y estaba dispuesta a saber si estaba en lo cierto o no. Empecé a fijarme con atención en su ropa, sus miradas, sus gestos, incluso en cómo me miraba, con disimulo, de reojo, pero me miraba, y con deseo. Nunca había conocido una secretaria más servil y complaciente en el trabajo, tan tímida y cumplidora. Pero yo quería saber si sería igual de servil y sumisa para algo más que para sus tareas laborales.

María ahora la besaba suavemente el cuello, mordiéndoselo con delicadeza. Sara tenía los ojos cerrados y gemía muy débilmente. La mano izquierda de María acariciaba uno de sus pechos por encima de la camiseta.

-Una tarde nos quedamos ella y yo solas en la oficina. La llamé a mi despacho y alabé su belleza, su cuerpo, su forma de ser. Sara tenía la cabeza gacha, es tremendamente tímida y eso es lo que más me excita de ella. Quería ver cuál era su aguante. La pregunté si me encontraba atractiva, si le parecía bella, mientras me apoyaba en mi mesa delante de ella, mis piernas al aire. Ella asentía a todo, roja como un tomate. Nunca me había divertido tanto en toda mi vida. La seguí provocando un rato más, viéndola cada vez más angustiada y roja, sudando y tartamudeando. Cualquier otra se habría marchado corriendo y quizá llorando, pero no Sara. Sara siguió allí, mirándome de reojo, nunca a la cara, porque es muy tímida, pero yo la miraba a los ojos, y en ellos había placer, se sentía humillada, pero al mismo tiempo a gusto. Me quité los zapatos y los apoyé sobre sus rodillas. Se quedó mirándolos, sin moverse, casi sin respirar. La pregunté si le gustaría tocarlos. Muy lentamente, con miedo, empezó a acariciármelos, la pedí que me los masajeara, lo hacía muy bien y me estaba provocando un gran placer. La ordené que me los chupara, se lo dije con brusquedad, y reaccionó al instante, haciéndome ver que deseaba ser tratada así; se llevó mis pies a la boca y lamió la tela de las medias, me los lamió por completo: los dedos, la planta. Cuando vi que Sara estaba disfrutando demasiado, aparté los pies de su boca con violencia y la di una bofetada. Me miró asustada, confundida, la mejilla roja, lágrimas asomando en sus ojos. Le dije que lo hacía por su bien, mientras la acariciaba la mejilla dolorida, que era una buena perrita y que si deseaba complacerme. Me dijo que sí. La di otra bofetada, más fuerte, luego la besé en los labios y la mandé a su mesa a seguir trabajando. Sara ya era mía. Había comprendido que era una chica deseando ser sumisa, complacer a quien supiera dirigirla, y por suerte había dado conmigo.

Los mordiscos que María la daba en el cuello eran cada vez más fuertes, pero Sara no protestaba, sólo gemía, mientras la piel se enrojecía.

-Al día siguiente, cuando llegué a la oficina, Sara me miró al pasar como un perrito fiel miraría a su amo. Pero yo lo que quería era humillarla, que supiera que mi poder sobre ella no era sólo una cuestión de placer, sino de dolor, de humillación y degradación. Esperé a que fuera al servicio, y tras esperar unos segundos entré yo también. Abrí la puerta del excusado, que sabía que cerraba mal, y la sorprendí con los pantalones y las bragas por los tobillos, meando, incluso podía distinguir el chorrito de pis saliendo de su coño. Me quedé mirándola hasta que acabó, Sara totalmente humillada y avergonzada, pero no se atrevía a decir nada. Yo la miraba a la cara, a su coño, y sonreía. Sara estaba roja de vergüenza. Me subí la falda, me bajé las bragas y como pude me senté sobre ella, pegándome mucho a su cuerpo. Empecé a mear, empapando su coño y sus muslos con mi meada mientras mordía sus labios.. Cuando terminé la ordené quitarse las bragas y me limpié con ellas. Me vestí y salí. La vi salir poco después totalmente avergonzada, con la cabeza gacha y medio llorando, se sentó en su mesa y siguió trabajando. En las últimas semanas la he iniciado más en la sumisión. Ahora creo que ya está preparada para que tú también la sometas.

El relato de María me la había puesto durísima. Me levanté y me acerqué a Sara.

-¿Eres nuestra esclava, Sara?

-Sí.

La bofetada que la di le retumbó toda la cabeza.

-Somos tus amos y nos llamarás de esa manera, ¿estamos?

-Sí..amo..lo..lo..siento.

-Desnúdate.

Se desnudó lentamente, hasta mostrarlo todo. Tenía un cuerpo deseable. No era una gran belleza, seguramente Rocío era más bella que ella, y más incluso María, pero era igualmente deseable, y estaba deseando convertirla en mi perra. Miraba al suelo, por vergüenza y por timidez. Debía sentirse muy humillada así desnuda ante un desconocido. Pegado a ella la metí los dedos en el coño; estaba mojado. Acerqué mi boca a su oído.

-Estás mojada, puta. ¿Te excita ser una perra?

Antes de que respondiera la metí los dedos más dentro, con fuerza, lo que la hizo quejarse un poco. La forcé un poco más, disfrutando de sus gemidos. A los pocos minutos se corrió en mis dedos. Fingí enfadarme con ella.

-Te corres con demasiada facilidad, puta. ¿Es que sólo con tocarte te corres?

-Lo…lo siento, amo.

Su vergüenza me excitaba muchísimo. Estaba terriblemente humillada, por ser sometida por un desconocido y por haberse corrido tan rápidamente, lo que demostraba que disfrutaba con su situación. Pero la humillaba que lo supiéramos, e incluso reconocerlo ella misma. Metí mis dedos empapados en su boca y se los hice chupar.

-Mi mano ha quedado empapada en tus asquerosos fluidos. Nunca había conocido nadie que se corriera tan rápìdo. ¿Tanto has disfrutado mis dedos, puta?

-No amo..es decir sí..yo..

Su confusión de sentimientos me resultó deliciosa, íbamos a disfrutar muchísimo de nuestra nueva esclava. Igual que durante la primera sesión con Rocío, le puse un collar y una correa a Sara y a cuatro patas en el suelo la obligué a ver cómo María y yo follábamos. El polvo con María fue de nuevo increíble, su fuego y lujuria son casi animales. Y mientras, Sara, en el suelo, desnuda, con el collar, contemplándonos humillada. Cuando terminamos y nos hubimos corrido los dos, la hicimos limpiarnos nuestros órganos con su lengua. Lamió los restos de semen y jugos de mi polla y del coño de María, y de postre, y como premio, la dejamos lamernos los culos. Su lengua entraba tímida y con reticencia en nuestros anos, llenándose de nuestros olores y sabores más desagradables. Pero me acordé que había dejado a Rocío esposada en mi coche, y decidí irme, dejando a Sara en manos de María, pero prometiendo que el fin de semana Sara sería mía.

En el coche Rocío estaba desesperada, sin poder tocarse, con las agujas clavadas en sus pezones escociéndola y las bolas chinas de su coño provocándola placer y agonía enormes a partes iguales. Cuando me miró, suplicándome que por favor la soltara, que la dejara tocarse, correrse, que no podía más. Me reí y la besé la boca, chupando y mordiendo su lengua y labios. Palpé su coño por encima de los vaqueros, la muy guarra se había meado. Arranqué y fuimos a mi casa.

La quité las esposas y la ordené desnudarse. Yo ya lo había hecho, nada más entrar en el salón. La saqué las agujas de los pezones de un tirón, haciéndola gritar de dolor, los tenía durísimos y rojos. Los lamí con ternura, apretando sus pechos como si quisiera exprimirlos. Me arrodillé y hurgué con los dedos en su coño para agarrar el trozo de cordón de las bolas, pues había cortado con unas tijeras el cordón. Cuando lo agarré, se las fui sacando una a una, las tres, lentamente, disfrutando con sus gritos y jadeos.. Al salir la última bola se corrió. Quedó tan floja que tuve que sujetarla para que no cayera. Se arrodilló con los ojos llorosos, tanto placer que estaba sintiendo, tanto placer reprimido durante horas y horas.

-Mi putita…¿me vas a dar placer tú a mí ahora?

-Sí mi amo…todo el placer del mundo…como tú me lo das a mí.

Me levanté y le planté la polla en la cara, ofreciéndosela para que la oliera, se la pasé por toda la cara, restregándola, ansiaba chupármela. La agarré del pelo con fuerza y la abofeteé una, dos, tres, cuatro veces. Antes de que pudiera reponerse le metí la polla en la boca con violencia, no quería simplemente que me la chupara, quería follarla salvajemente la boca. Sujetándola de la cabeza la metía y sacaba rápida y violentamente la polla, sin dejarla descansar, ni siquiera respirar. La saliva salía de su boca, empapándome la polla, y cayendo al suelo, donde pronto se formó un charco de babas. Le saqué la polla y mientras daba grandes bocanadas de aire para llenar los pulmones, la volví a golpear la cara, cada vez más fuerte, de forma frenética. Alterné bofetadas y mamada durante mucho rato, viendo cómo su cara se volvía más y más roja, metiéndola la polla con fuerza hasta la garganta, una y otra vez, sin parar, una ronda de golpes y bofetadas, y una chupada, hasta que en el clímax de la violencia y el paroxismo, tuve uno de los mayores orgasmos de mi vida. Aguanté su cabeza pegada a mi cuerpo, con mi polla llenándola por completo la boca, sintiendo el final de su paladar, su garganta, con la punta, echando chorro tras chorro de espeso semen; la saqué antes de que se ahogara y la restregué por toda su cara y pelo para echar las últimas gotas y limpiarla, mientras Rocío respiraba agitada, recuperándose poco a poco.

Caí arrodillado junto a ella y la abracé y besé. Su cuerpo temblaba y comprobé que se había corrido otra vez, con ayuda de sus dedos, mientras la follaba la boca y la golpeaba. Nos tumbamos sobre la alfombra, la perra y su amo, y abrazados nos quedamos dormidos.