Rocio, la esclava de María (6)
Seguimos avanzando...
Me desperté por la mañana, pronto, había dormido muy bien, profundamente, y me sentía descansado y lleno de energía. Me levanté, desnudo, pues suelo dormir así, y me dirigí al baño para orinar. Me lavé la cara y con la polla aún goteando pis fui al salón para ver cómo se encontraba mi esclava.
Allí estaba, tumbada en el sofá durmiendo, desnuda, con las manos atadas a la espalda con la correa del collar que llevaba al cuello, la servilleta asomando de su boca entreabierta y los pezones rojos atravesados por las agujas. La cogí del pelo con fuerza para despertarla y la saqué la servilleta de la boca. Estaba totalmente empapada y al sacarla su boca babeó. Con fuerza la llevé a mi polla recién meada para que me la chupara, me apetecía la primera mamada de la mañana. Pero no me corrí, solo quería que saboreara mi polla por la mañana, sin ducharme, después de mear, para que se acostumbrara a su olor y su sabor. Sus ojos me miraban mientras me la chupaba, saliva escapando de las comisuras de su boca.
Cuando decidí parar, la quité las agujas de los pezones, lo que la hizo gemir de dolor y de alivio al sentirse libre, la solté las manos y dejé que se lamiera las muñecas irritadas; cogí la correa y la lleve como la perrita que era hasta el baño para que se duchara. Duchados y vestidos fuimos a la cocina para desayunar. Nos sentamos y dispuse todo para el desayuno de los dos: café con leche, tostadas, mantequilla, mermelada, cereales, fruta. Había mucho para elegir y ambos teníamos un hambre de lobo. Rocío se sirvió el café y se puso unas tostadas en un plato.
-Yo te proporcionaré la leche para tu café y la mantequilla para tus tostadas, esclava.
Rocío me miró sin comprender. Me levanté, me puse a su lado y la ordené de nuevo que me la chupara. Cuando me faltaba poco para terminar la saqué de su boca y la pajeé hasta correrme violentamente, pero apuntado primero a su taza de café y luego a sus tostadas. Rocío veía alucinada caer mis chorros de semen sobre su desayuno.
-Bien, ya puedes tomarte el desayuno.
Echó azúcar en la taza y lo removió junto con el semen, y luego cogió un cuchillo para extender el semen sobre las tostadas. Nos pusimos a desayunar y lo devoramos con gusto, hablando tranquilamente, viendo cómo mi perra disfrutaba de sus tostadas con semen. Cuando terminamos la dejé fregando mientras yo me vestía. Los dos nos teníamos que presentar en el puesto de control esa mañana, pero antes quería asegurarme de que Rocío iba cómo yo deseaba, así que después de vestirnos pasamos por su piso.
Allí la hice desnudar, aún nos sobraba un poco de tiempo, suficiente para prepararla a conciencia, y la atravesé los pezones con dos pequeñas agujas, como dos piercings; sus pezones endurecidos y enrojecidos, ensartados, sugerentes, me la pusieron dura inmediatamente, y sus gemidos al atravesarlos fue algo delicioso; se los lamí para sensibilizarlos aún más. Los golpeé con los dedos, imaginando lo que sentiría, los reflejos de dolor al botar los pezones con las agujas clavadas. Su cara de sufrimiento y sumisión era un sueño para mí.
-¿Me amas?
Me respondió casi conteniendo las lágrimas por el dolor.
-¡Sí!
Mi bofetada fue casi instantánea y violenta.
-Olvidas tratarme con respeto, puta asquerosa.
-¡Perdón amo! ¡No olvidaré nunca más llamarte amo! ¡Perdóname!
Recogí con los dedos las lágrimas que caían por sus mejillas y las sorbí. Su sabor salado me gustó. Después cogí unas bolas chinas que María me había dado para que las utilizara con nuestra esclava cuando lo viera conveniente. Eran tres grandes bolas de color rojo unidas por un pequeño cordón. La ordené que se las introdujera lentamente, mientras me encendía un cigarrillo y la observaba complacido. Una a una fueron entrando en su coño, su cara mostrando el placer que le producía, y al mismo tiempo la ansiedad al imaginar que no se las podría sacar en mucho tiempo, siendo ese mi deseo, hasta que ya sólo quedó fuera el cordón circular del que tirando podía sacar las bolas. Me acerqué con unas tijeras y echándola el humo de mi cigarrillo a la cara, corté el cordón.
-Ya no podrás quitártelas a menos que hurgues con tus manos dentro de tu coño, y sólo cuando yo te dé permiso.
Después la hice vestir, sin estridencias, normal; su cara de agonía por las agujas y las bolas era suficiente placer para mí. Llamé a María y la conté lo que había hecho con Rocío, y quedó encantada; la pasé el teléfono.
-¿Estás excitada, esclava?
-Sí, mi ama.
-Las bolas y las agujas que José te ha puesto las llevarás todo el día en el trabajo, ¿entendido? Pero quiero además que no lleves bragas, quiero que tu silla quede empapada de fluidos.
-Sí, ama.
Terminó de arreglarse y nos fuimos al trabajo. Igual que la primera vez, disfruté toda la jornada viéndola desde mi mesa, sintiendo su agonía y sufrimiento. La veía frotarse disimuladamente los muslos para intentar calmar de algún modo el fuego que ardía en su coño, y que a menos que se sacara las bolas, no podría apagar. A veces me miraba, sus ojos encendidos de angustia y placer, y yo la sonreía, me había convertido en un cabrón, en un hijo de puta, y estaba encantado. Recibí una llamada de María, quería saber cómo lo llevaba Rocío, e informarme que la nueva esclava en potencia que me había comentado el día anterior, estaba lista para pasar su primera prueba conmigo, que me esperaban las dos en su casa cuando saliera de trabajar. ¡Una nueva esclava! Una nueva perra con la que explorar todos los senderos del placer y el dolor, de la humillación y le degradación. No veía el momento de terminar la jornada.
Un rato después Rocío se me acercó. Sudaba. Le temblaba la voz cuando me habló. Me pidió permiso para ir al servicio a mear. Me juró que no se tocaría.
-No te creo, puta, sé que aprovecharás para tocarte el coño y calmar por una par de minutos la angustia que sientes. Si quieres mear lo harás delante de mí, así evitarás tentaciones.
Me miró sin comprender. Me levanté y aprovechando la pausa de que disponíamos los dos, salimos fuera del centro, a la calle. Estábamos donde todo había empezado, la noche que María me ofreció a Rocío, sólo hacía unos días, y sin embargo parecía tan lejos en el tiempo. Le dije que si tantas ganas tenía de mear, que lo hiciera allí mismo, en el parking, que se bajara los pantalones entre dos coches y meara. Me miró horrorizada, no se atrevía a hacerlo, pero sabía que hablaba totalmente en serio.
-Si quieres mear, tendrá que ser así, como lo hacen los perros, pues eso es lo que eres, una perra. Lo harás delante de mí, vamos.
Humillada, pero sin atreverse a suplicar, se metió entre dos coches, se bajó los pantalones, se puso de cuclillas y empezó a mear. Yo estaba delante de ella fumando y tomando café, mirándola extasiado. Una perra totalmente degradada y humillada, mientras el suelo se mojaba y salpicaba con su meada. Deseé que alguien saliera en ese momento y la viera, y pudiera sentirse aún más humillada, y sabía que muy en el fondo, ella también lo deseaba. Había nacido para sentirse humillada. Cuando terminó se subió y abrochó el pantalón y volvimos dentro. Desgraciadamente nadie la había visto.
Terminó la jornada y salimos. Estaba deseando conocer a nuestra nueva esclava, mía y de María. Monté a Rocío en mi coche y me dirigí a casa de María. Todo era tan extraño, siempre había sido un solitario, con muy pocas mujeres en mi vida, envidiando a los demás, viendo esas parejitas felices y deseando que fueran desgraciadas y se murieran. Y de repente, ahora disponía más mujeres de las que nunca habría soñado, y todas a mi disposición, dos esclavas y María, a quién estaba deseando volver a follar. Pero ahora quería ver qué me tenía reservado María, cómo sería mi nueva perra. Aparqué el coche y me quedé mirando a Rocío.
-Y qué puedo hacer contigo
Cogí las esposas de la guantera que María me había dado y se las puse a Rocío con las manos a la espalda.
-Te quedarás aquí todo el tiempo que pase en casa de María. Las esposas evitarán que tengas la tentación de tocarte, y así el deseo y la angustia crecerán dentro de ti hasta límites inimaginables, y cuando vuelva serás un volcán. Y por cierto, si quieres mear o cagar, háztelo encima, ya limpiarás más tarde el coche.
La dejé a punto de llorar de angustia y con la súplica en la boca. Cerré el coche y me dirigí a casa de María.