Rocio, la esclava de María (3)

Continua...

Tras los hechos que ya conté, mi cabeza zumbaba con mil pensamientos, y me daba vueltas cada vez que imaginaba las posibilidades que María me había ofrecido, que me había puesto en bandeja de plata, con respecto a Rocío. Yo la miraba desde mi mesa y la veía desnuda, cumpliendo con gusto todas y cada una de mis perversiones. Empecé a idear una especie de lista de todas las cosas sucias y degeneradas que me gustaría hacer con ella. Tuve que apartar la vista de ella y centrarme en mi trabajo, porque me ponía malo, mi polla quería explotar dentro de mis pantalones al pensar en todo ello.

Esa noche, la de la revelación de Rocío como esclava sumisa de María, y futura esclava mía, ella acabó antes que yo su turno y se fue a casa, dejándome en mi mundo de sueños, torturándome a mí mismo con su cuerpo. Cuando por fin terminé me fui a casa y me metí en la cama directamente.

El teléfono me despertó de golpe. Tardé un momento en reaccionar y darme cuenta de dónde estaba, lo cogí. Era María.

María: Hola encanto, no te extrañe que tenga tu número, me lo dio Rocío. Espero que hayas dormido bien y que estés descansado.

Miré el reloj, había dormido unas 7 horas, y el sol de la tarde se filtraba por las rendijas de la persiana de mi casa de Toledo.

María: Sé que no trabajas hasta dentro de dos días, me lo ha dicho nuestra mutua esclava

Al oír aquello los restos de sueño desaparecieron de golpe, y mi polla dio un respingo dentro del calzoncillo.

María: …y ella ha cambiado su turno con un compañero, así que esta noche vendrá a mi casa y se someterá a mí. Quiero que vengas para poder tener nuestra primera sesión los tres juntos.

Me dio su dirección y una hora, y fui a ducharme y comer algo, aún me quedaba un poco de tiempo.

A la hora fijada estaba llamando a la puerta de María. Me abrió muy sexi, hacía mucho que no la veía, y me impresionó: llevaba un kimono muy corto negro y rojo, atado a la cintura con un cordón; era muy ceñido y sus pechos se marcaban perfectamente bajo la suave tela, revelando ligeramente la forma de los pezones; ya dije una vez que su culo me parecía demasiado grande, pero con el borde del kimono tan corto, dejando al aire sus muslos anchos y sus piernas, por un momento me olvidé de Rocío, y deseé follarme a ese monumento; llevaba además el pelo suelto y muy revuelto y estaba bastante maquillada, con lo que todo ello le daba un aspecto salvaje que me puso a cien; para rematarlo todo, aquella tigresa se había puesto unas botas muy altas, casi hasta las rodillas, negras, punteras y con tacones altísimos. Estaba sencillamente espectacular.

Entramos, vivía en piso céntrico de Madrid, decorado con mucho estilo, muy minimalista. Nos sentamos en un sofá, me sirvió una copa y hablamos de mi nuevo estado como amo. Me costaba apartar la vista de sus piernas, que había cruzado, con lo que los muslos se le mostraban en todo su esplendor. El kimono apenas tapaba nada, y la abertura en su pecho era una delicia. Mientras ella hablaba yo fantaseaba con lo que pudiera llevar abajo: ¿un tanga negro?, ¿unas braguitas de encaje?, ¿quizá nada?

Entonces María dijo que había llegado el momento, dio una voz y Rocío apareció por el pasillo. Había estado todo ese tiempo en alguna habitación esperando una llamada de su ama. Estaba completamente desnuda, y cuando la vi, el corazón se me paró en el pecho durante un segundo. Tenía el cuerpo más deseable que había visto en mi vida. Un cuerpo que millones de veces había soñado con ver desnudo, y tocarlo, y ahora era completamente mío, para hacer con él lo que yo quisiera. Estaba totalmente depilada, los labios pintados de rojo sangre, siendo el único toque de color en su piel. Su pelo recogido en una coleta. Y lo único que llevaba era un collar de perro en el cuello y una correa que colgaba de él, rozándole la piel. Llegó hasta donde estábamos, apartó la mesita con las bebidas y el cenicero, y se arrodillo ante nosotros.

La situación fue electrizante durante cinco minutos. Yo no podía hablar, estaba embobado mirando a Rocío; María me miraba sonriendo, atenta a mi reacción; y Rocío miraba al suelo, en posición de sumisión.

María: Bueno, aunque ayer tuvisteis vuestro primer escarceo como amo y esclava, podemos decir que hoy es la presentación oficial.

María cogió la correa con sus manos y me la dio, como si le ofreciera las riendas de un corcel o la espada a un caballero, sólo que de lo que se trataba era de una chica, que ahora nos miraba, con los mismos ojos lujuriosos que había contemplado la noche pasada. Cogí la correa entre mis manos y tiré de ella suavemente.. El ligero tirón atrajo a Rocío hacia nosotros, sin protestar, sin quejarse, sin abandonar su postura, de rodillas, sentada sobre sus pies, con las manos sobre sus muslos. En ese momento comprendí que ella era mía. Di un par de tirones más, un poco más fuerte, y Rocío siguió sin quejarse, sólo sonreía como un perrillo, mientras María nos miraba y se reía.

María: Parece como si aún no te lo creyeras. ¿Es que no fue suficiente la demostración de ayer y lo que estás viendo ahora mismo?

José: Aún me parece un sueño, pero sí, ya me lo creo. Y te juro que lo voy a disfrutar.

María se rió de nuevo, se arrimó a mí y me besó en la boca.

María: ¿Sabes que es lo que más necesita nuestra esclava? ¡Que la humillen! Y qué mejor humillación que observar al chico que ama y a su mejor amiga juntos, sin derecho a intervenir, ni siquiera a tocarse….¿no te parece?

Y empezó a hablarme de Rocío, de lo degenerada que había llegado a ser en sus momentos de necesidad, antes de sincerarse ante María. Me contó con todo lujo de detalles cómo se había ofrecido a todo tipo de hombres, no por dinero, sino por sexo; cómo había vagado por las calles, los parques y los bares, ofreciéndose a cualquiera, aceptando todo tipo de vejaciones y humillaciones, hasta lo más bajo, todo con tal de calmar su ansia, su mono de sexo. Y todo me lo contaba mientras mirábamos a Rocío, María disfrutando al humillarla de esa manera, y Rocío disfrutando al ser humillada delante de mí. Cada vez nos besábamos y acariciábamos más, y mi polla empezaba a estar a reventar, teniendo por un lado a aquella hembra entre mis brazos, y por el otro, viendo a nuestra perra humillada en el suelo contemplándonos. Siguió explicándome las cosas que le había ordenado hacer a Rocío, dirigiéndose a ella, contemplando su humillación, al ser desvelados todos sus secretos, mientras mis manos abrían su kimono y acariciaban su cuerpo. Deseaba follar a María delante de Rocío. Y María se dejaba, también ella lo deseaba.

Se apartó un momento de mí, cogió la correa y tiró de ella hasta acercar a Rocío a sus botas..

María: ¡Lámelas, puta! Que José vea lo que eres capaz de hacer.

Rocío se agachó y empezó a lamer una de las botas, la parte del empeine. Pasó al tacón, chupándolo mientras nos miraba sumisa y lujuriosa. Y por último se dedicó a la suela, la cual dejó limpia en pocos segundos. Repitió la operación con la otra bota. Yo no podía más, tenía mis manos en las tetas de María, pero tuve que dejarlas para frotarme la entrepierna, de la erección tan tremenda que tenía al ver a Rocío así humillada. Cuando María decidió que ya era suficiente, se quitó las botas y le mostró los pies sudados a Rocío, que no tardó en cogerlos entre sus manos y lamerlos con ansia, recorriendo con su lengua los dedos, la planta, sin dejar un solo centímetro de piel sin chupar. María me miró y me sugirió que me hiciera lo mismo, así que me quité los zapatos y los calcetines, y le puse los pies en la cara a Rocío, se los restregué y se los hice chupar a conciencia. María se quitó el kimono y comprobé que llevaba un tanga rojo muy sexi. Se lo quitó y se lo metió en la boca a Rocío, se levantó y me dio la correa.

María: Vamos a mi cama, quiero follar contigo, y que nuestra perra nos contemple, que no se pierda detalle. Y tú, puta, si se te ocurre tocarte, recibirás un azote bien fuerte, ¿entendido?

Rocío: Sí, ama.

Cogí la correa y tiré de ella igual que si llevara un perro; Rocío me siguió a cuatro patas, mientras nos dirigíamos al dormitorio de María. Aquello era increíble, con lo segura de sí misma, inteligente e independiente que siempre parecía Rocío en el trabajo, y ahora no era más que una vulgar esclava, menos que un animal, dispuesta a cumplir sin rechistar cualquiera de nuestros deseos. María la ordenó seguir en la misma posición arrodillada en el suelo a los pies de la cama, pero, y después de sacarla el tanga empapado, la metió en la boca una bola con una goma que pasaba por detrás de la cabeza, con lo que no podía hablar, y a duras penas emitir ni un gruñido. Sus manos seguían sobre sus muslos, y de nuevo la amenazó con el castigo que sufriría si se le ocurría tocarse mientras follábamos, blandiendo delante de su cara una fusta, como la que usan para los caballos. La cogí con las manos y comprobé que era de verdad, de cuero, muy dura, aunque flexible, no se trataba de ningún juguete. Nunca me había encontrado en una situación parecida, y no pude evitar probarlo: acaricié el cuerpo de Rocío con el cuero de la punta de la fusta, lo pasé por sus labios, por sus tetas, sus pezones… y sin avisar, golpeé uno de sus pechos. Rocío intentó gritar, pero la bola en su boca se lo impidió. El respingo que mi polla dio ante aquella imagen fue brutal. Así que lo repetí. Luego pasé la fusta por su espalda, la hice agacharse un poco y mostrarme su culo, y se lo fustigué tres veces. María mientras tanto me había rodeado por detrás con los brazos y me besaba el cuello, susurrándome para excitarme. Me di la vuelta, dejé la fusta y la besé. Dejamos a Rocío colorada y agitada por los azotes y tras desnudarme, me eché en la cama con María.

Recorrí todo su cuerpo con la lengua, deteniéndome en su coño, empapado ya por la excitación del momento, y no paré hasta que la arranqué el primer orgasmo. Se corrió gritando salvajemente, un poco exagerado, pero no desentonaba con la situación.. Cada poco mirábamos a Rocío, burlándonos de ella, humillándola, viendo su desesperación, cómo sus manos temblaban queriendo lanzarse a su coño para masturbarse, incluso distinguí gotas de sudor resbalando por su frente, y no era por el calor. En una ocasión, María vio cómo una de las manos de Rocío se desplazaba muy sutilmente por su muslo hacia el interior, y saltando rápidamente de la cama, cogió la fusta y la golpeó con tremenda violencia en la cara. Le quedó una marca en la mejilla por la que brotaron unas gotas de sangre. Yo la miraba sonriendo y sorprendido al mismo tiempo por la reacción tan violenta que había tenido. Los ojos de Rocío su humedecieron, pero yo seguía viendo en ellos la misma lujuria que veía desde el día anterior. María se tumbó de nuevo y agarró mi polla, tiesa como una barra de hierro, y se la metió en la boca. Me hizo la mamada de mi vida, mucho mejor incluso que le que me hiciera Rocío la noche pasada, pero no me dejó correrme, eso lo reservaba para sus entrañas. Se subió encima de mí y se la clavó de un solo golpe. En pocos segundos estaba botando sobre mí, mis manos agarradas a sus tetas. Miré a Rocío, deseaba tanto que se sintiera humillada viéndonos, no aparté la mirada de ella en todo el rato que María me cabalgó, como una posesa, notando que la excitaba enormemente que Rocío nos viera follar. No pude aguantar más y me corrí salvajemente, llenando las entrañas de María de semen, con sus muslos apretando mis caderas, como si intentara exprimirme y sacarme hasta la última gota de leche; siguió botando aún después de correrme, y no paró hasta correrse ella también, manteniendo todo el rato mi polla erecta gracias al frenesí y la excitación de toda la situación. Cayó sobre mí, jadeando violentamente, y nos quedamos tumbados los dos mirando a Rocío y burlándonos de ella, mientras nos recuperábamos.

María se levantó y le sacó la bola de la boca a Rocío. Ésta, en cuanto estuvo libre, respiró muy hondo y agitada, y nos suplicó que la dejáramos masturbarse, pero María la golpeó de nuevo con la fusta.

María: ¡Acabas de cometer dos infracciones, puta! Te referirás a nosotros siempre como amos, y jamás suplicarás si no te damos antes permiso.

Rocío: Perdón, ama, no volveré a olvidarlo nunca.

María acarició sus pechos con la fusta, poniéndola dura los pezones. Yo las contemplaba extasiado, tumbado y fumando un cigarrillo.

María: ¿Tanto deseas correrte, esclava? Dime, zorra, ¿te ha excitado vernos?, ¿te ha humillado?

Rocío: ¡Sí, ama, muchísimo!

María: Una perra como tú no tiene derecho ni a masturbarse.

Y tras decir esto, sacó de un cajón una cuerda y se puso a atarla. La ató las muñecas, muy fuerte, Rocío se quejó de lo apretado que estaba, tímidamente, eso sí, y eso provocó un nuevo fustazo en la espalda, y que le apretara aún más la cuerda. Luego la llevó hasta sus pies y se los ató con la misma cuerda, de tal modo que Rocío quedó de rodillas, con las manos atadas a la espalda unidas por la cuerda a los tobillos, y sin posibilidad de moverse. La insultó y la escupió en la cara, metiéndola de nuevo la bola dentro. La imagen me volvió loco de excitación: Rocío atada, amordazada, con saliva resbalando por su cara, la piel roja por la fusta

Me levanté y me acerqué a ella. Tanto tiempo observándola, amándola en secreto, siendo rechazado con buenas palabras, pero todos sabemos la verdad: por ser gordo y feo. Y ahora ahí estaba ella, atada, desnuda y humillada a mis pies, dispuesta a obedecerme en todo. La acaricié un pecho y ella me miró tierna, dulce… entonces apreté… la cogí un pezón y se lo retorcí, hasta que la respiración se le agitó, e intentó gritar a través de la bola, y los ojos se le llenaban de lágrimas, y seguí apretando. Paré cuando vi que ya era suficiente. Rocío me miraba humillada, enormemente dolorida, pero sin ira, como una perra fiel miraría a su adorado amo. Cogí a María y volvimos a la cama para seguir follando. Esta vez se colocó a cuatro patas, frente a Rocío, casi rozándola la cara, mientras yo la follaba por detrás.

María: ¡Puta! Mira cómo me folla José. Míralo bien, porque nunca le tendrás. Él sólo te humillara y te vejará, y te provocará todo el dolor del mundo. Pero me follará a mí. Tú sólo follaras con perros.

La insultaba, la decía cosas terribles, yo nunca había oído a una mujer decir cosas parecidas. Y la escupía, hasta que la cara de Rocío quedó completamente cubierta de salivazos. Gritaba y jadeaba enloquecida, no sé si tanto por mi polla, como por humillar a Rocío. De repente se salió de mí, se levantó de un salto y fue corriendo a la cocina. Yo me quedé jadeando, con la polla palpitando en las manos, y le pregunté qué coño llevaba en las manos cuando volvió.

María: Quiero humillar aún más a nuestra puta, así que he traído un cuenco para que nos deleite mientras follamos.

Le soltó la cuerda y la dejó atada sólo por las muñecas a la espalda, la hizo ponerse de cuclillas y la ordenó cagar, mientras volvía a situarse a cuatro patas sobre la cama, para que siguiera follándola. Mi polla no había decrecido ni un milímetro, y aún me puse más cachondo al ver a Rocío empujando para cagar, su cara empezando a ponerse colorada, y con la bola en la boca que la impedía expresarse e incluso respirar con facilidad. Le separé las nalgas a María con las manos y se la clavé en el culo. Su grito de placer fue música para mis oídos, y empecé a follarla salvajemente, al mismo tiempo que Rocío defecaba sobre el cuenco. Su cara sofocada nos decía que estaba esforzándose mucho por conseguirlo. Su mierda llenaba el plato y mi semen el culo de María. Fue uno de los orgasmos más eléctricos que tuve en mi vida, jamás imaginé que ver cagar a una mujer delante de mí pudiera excitarme hasta esos extremos.

María y yo estábamos agotados, ella se había corrido otra vez, tras llenarle el culo de leche, y nos tumbamos besándonos, boca abajo, a escasos centímetros de Rocío, contemplándola acuclillada, sudando por el esfuerzo y la vergüenza, el plato lleno de mierda y su culo goteando. Se mantuvo en esa postura bastante rato, hasta no poder más. María se levantó y la soltó, dándole permiso para lavarse un poco. Aproveché para vestirme, y cuando Rocío volvió la saqué la bola de la boca y la besé con lujuria.

José: Mañana por la tarde vuelven a coincidir nuestros turnos. Quiero que vayas sin ropa interior, ¿entendido, esclava?, una blusa y una falda corta. Mañana serás mi puta en el trabajo y me obedecerás en todo.

Rocío: Sí, mi amo.

Noté lo angustiada que se sentía, y entonces me di cuenta de que no la habíamos dejado que se tocara ni una sola vez. Su calentón debía de ser increíble, debía de estar que se moría por correrse. La toqué el coño y lo tenía empapado. Gimió sólo con el contacto ligero de mis dedos. Impregné mis dedos de su humedad y se los llevé a la boca. Los chupó con ansia.

María: Así que nuestra perra está deseando correrse, ¿eh? Pero no se lo vamos a permitir, ¿verdad que no?

Abrió un cajón y sacó un pequeño consolador. Se acercó a Rocío y se lo metió en el culo, como si se tratase de un supositorio. Rocío se puso a gemir enloquecida, sus ojos brillando por la agonía, la tortura sexual que sentía.

José: No quiero que te laves, quiero que mañana vayas a trabajar así como estás, con el consolador en tu culo, sin bragas ni sujetador como te he dicho, y espero que no te atrevas a tocarte hasta que te lo ordenemos. Te quedarás aquí con María y ella se encargará de que cumplas mis órdenes..

Y me fui, besando una última vez a María y regalándome con la visión de Rocío y la promesa de tener al día siguiente a una perra completamente en celo en el trabajo. Seguro que esa noche no podría dormir pensando en ello.