Rocío, ¿la criada? (2. Las Compras)
El segundo capítulo de Rocío. Se me ocurrió una tarde particularmente "creativa" y en él aparece por primera vez un personaje que ha tenido luego más carrete del que pensaba originalmente: Clara. Volviendo al tema, espero que les guste.
2. Las Compras
Al día siguiente de mi primera sumisión a Rocío, mi nueva dueña, ya estaba en pie a las seis. Mi madre se sorprendió de verme madrugar e incluso yo me sorprendí de no tener sueño pesé a que en verano solía trasnochar y levantarme tarde, pero el vivo recuerdo de lo que había pasado ayer me despejo de todo cansancio mientras los nervios amenazaban con salir ardiendo a cada minuto que pasaba.
No podía dejar de recordar todos los hechos: Como la había sorprendido robando, su aparente indiferencia ante las consecuencias,..., y su férrea voluntad, sus bofetones, su mano masturbándome, su vagina comida por mi boca, la suya recibiendo mi leche… Y sus bragas. No pude evitar un ligero estremecimiento cuando mi mano derecha se deslizó un momento bajo mi pantalón corto… No necesitaba comprobarlo, mi piel me lo indicaba sin posibilidad de error, pero lo hice y sí… Aún las llevaba puestas, como mi Ama me había ordenado…
¿Mi Ama? Me dejo perplejo comprobar que desde ayer llevaba pensando así en Rocío. Había pasado de ser la criada, la mujer madura con la que había tenido fantasías en las que yo le hacía de todo a ser “mi Ama”. ¿Cómo podía haber calado tan rápido? Me enfadé conmigo mismo. Había caído en su trampa. Ella ahora tenía ese video tan comprometedor,…, aunque lo cierto es que sospechaba que, visto lo visto, no lo necesitaba para someterme a su voluntad. Como ella había dicho, yo le pertenecía.
Y ella había añadido que hoy empezaría a entender que significaba eso. Y estaba nervioso. ¿Qué estaría planeando mi… esa mujer? Tuve qué poner todo de mi parte para mantener la tranquilidad. Y cada minuto que pasaba acercaba el momento. Los nervios me afectaban tanto que tuve que ir varias veces al baño. No sé si mi madre notó algo, pero en cualquier caso no dijo nada. Sobra decir que ella no sabía nada, ni de que su empleada del hogar le sisaba dinero ni de lo que había pasado en su cama en el día de ayer, esa misma cama en que luego había dormido tan tranquila… Ella desayunaba y se preparaba para el trabajo como todos los días.
Estaba en el salón, sentado en el sillón y aparentemente contemplando las vistas de la ciudad. En realidad vigilaba la puerta. Más pronto el interfono al lado de ésta sonaría y sería ella. Absortó en mis pensamientos casi no escuché a mi madre hablarme.
-Y tú le tendrás que abrir cuando llegue-me dio tiempo a oír.
Esas palabras aparecieron de repente en mi cerebro, rasgando mis pensamientos.
-¿Qué?-pregunté, girándome para ver a mi madre de pie y a mi lado. Estaba vestida, arreglada y llevaba su maletín. No necesitaba nada más para ver qué se iba al trabajo.
-Qué me voy al trabajo, cariño. Hoy tenemos una reunión y, puesto que ya estás de píe para abrir a Rocío cuando llegué, voy a aprovechar-me explicó.
-Vale-me limité a asentir.
-Bien-ella se acercó y me dio un beso en la mejilla-Hasta la tarde, cielo-se despidió.
-Hasta luego.
La contemplé dirigirse hacia la puerta y salir, cerrando tras ella. Todavía seguí el sonido de sus pasos por el pasillo, yendo al ascensor. La próxima vez que se abriera esa puerta sería para que otra mujer muy distinta entrara…
Eso no tardo en ocurrir. De hecho, todavía estaba examinando la puerta, intentando mantener la mente en blanco, cuando alguien llamo a la puerta. Solamente podía ser ella, pensé. Fui todo lo rápido que pude, pasase lo que pasase le enfadaría esperar y eso no sería bueno.
Por supuesto, era ella. Como siempre al venir de la calle, vestía de manera normal, con un ligero vestido blanco y llevando un gran bolso. Se cambiaba, para ponerse el uniforme, cuando llegaba a casa. Durante un momento me extraño que llegara directamente sin llamar por el telefonillo. Probablemente se cruzaría con algún vecino que entrase o saliese… ¿Con mi madre? ¿Sabría que mi madre no estaba en casa? Yo no tardé en saludarla como creía que esperaba:
-Bienvenida, mi Ama-dije, sumiso.
-Me he cruzado con tu madre y hemos intercambiado algunas palabras-dijo, entrando y cerrando tras de sí-Es bueno que empieces a madrugar. A partir de hoy quiero verte abriéndome la puerta siempre que venga. Me da igual si tu madre se ha ido o no. Lo de ser un mantenido se acabó para ti.
-Sí, mi Ama.
-Hoy será un día importante-siguió-Pero lo primero es lo primero. Bájate los pantalones y súbete la camiseta.
Lo hice al momento. Mi pantalón corto fue hasta los tobillos y mi camiseta subió hasta dejar al aire casi todo mi pectoral. Sus manos fueron a mis caderas y descendieron casi en una suave caricia. Cuando llegaron a la prenda que llevaba empezaron a recorrerla, primero hacia mi espalda, tocando mi culo y después hacia delante, evitando mi miembro en este caso. Yo miraba sus brazos, blancos y suaves en apariencia, evitando tanto mirar lo que hacía como a su rostro. Hasta que sus manos subieron y, posadas en mi barbilla, me hicieron mirarla. Lucía una sonrisa de satisfacción.
-¿Las has llevado todo el tiempo?
-Sí, mi Ama.
-Aprende bien esto: Esas bragas y la ropa interior femenina que hoy vamos a comprar para ti son sencillamente el símbolo de tu total sumisión y el sello de mi propiedad. Como la correa que delata que un perro tiene dueño. Si un día te descubro con tu antigua ropa, lo lamentarás. ¿Entendido?
-Sí, mi Ama.
-Bien-asintió y se quedó observándome un momento-Ahora voy a ir a ponerme el uniforme. Tú te vas a quedar sólo con tu nueva prenda, no quier verte nada más cuando salga del baño.
-Sí, mi Ama.
Ella se fue entonces al cuarto de baño, como había dicho. Yo, a mi habitación, para guardar la ropa, mientras pensaba por qué iba a ser importante el día de hoy…y si de verdad hablaba en serio con eso de ir a comprar. No sabía qué estaba pensando, pero si quería llevarme a una tienda y que empezará a probar ropa interior de chica…Bueno, realmente no sabía si tendría fuerzas para oponerme a pesar de que me parecía una locura y solamente con imaginármelo me moría de vergüenza.
En eso estaba pensando, ya de nuevo en el salón, llevando solamente aquellas bragas, cuando ella volvió, llevando su uniforme de criada.
-Hoy tienes que estar con la mente despejada-empezó diciendo-Voy a darte una lección magistral y tienes que saberla bien para mañana. Así que si tienes alguna pregunta que te vaya a distraer, hazla ahora, te lo permito.
-Sí que hay una cosa que me gustaría preguntar, mi Ama-le dije.
-Habla.
-Eso de ir a comprar, bueno, es algo que me pone…bueno, nervioso…-la miré un momento, ella esperaba que acabara de hablar-Mi Ama-añadí.
-Entiendo-dijo acercándose, por primera vez de nuevo con aquella sonrisa maternal-Te pones nervioso que te lleve a un centro comercial, o alguna tienda, te meta en un probador y la gente vea que te paso braguitas para que te las pongas, ¿es eso?
-Así es, mi Ama.
-Y si eso es lo que yo quiero, ¿qué?
Titubeé…Realmente no sabía que responder. Pero ella no lo hizo a la hora de volver a cruzarme la cara de un severo bofetón.
-Parece que no me has oído.
-Si fuera vuestro deseo-empecé a hablar, con la mejilla dolorida-Lo haría, mi Ama-dije. No estaba convencido, pero no me quedaba otra. Solamente podía suplicar en mi interior que no fuera así.
-Así es. Pero te voy a decir algo tranquilizador: Iremos a una tienda especial, que pertenece a una amiga mía y que, por decirlo de algún modo, nos hará un precio especial.
-Gracias, mi Ama.
-¿Algo más?
-No, mi Ama.
-Bien. Entonces ahora cállate y escucha. Hoy es el último día que voy a limpiar en esta casa.
-¿Ya no vas venir?-No pude evitar preguntarlo, estaba sorprendido por sus palabras. Si me hubiera detenido a pensarlo bien o si simplemente la hubiera dejado hablar me habría ahorrado el segundo golpe de aquel día.
-Te he dicho que te calles, y además de olvidar esa orden encima te atreves a hablar sin el respeto debido-dijo-Veo que aún tengo trabajo contigo, para disciplinarte.
-Lo siento, mi Ama.
Una tercera bofetada me dejo claro que mi intento había fallado.
-No recuerdo haber dicho que puedas hablar, esclavo-continuó diciendo con la misma voz suave e inalterable-Has sido un crío muy consentido. Pero la disciplina y el trabajo pondrán fin a todo eso. ¿Entendido?
-Sí, mi Ama-respondí, deseando acertar.
-Bien. Ahora dejaremos atrás esta molesta interrupción-dijo.
Yo contuve un suspiro de alivio. Ella siguió hablando.
-Hoy es el último día que voy a limpiar en esta casa. Y lo es porque a partir de mañana tú te vas a encargar de todo mi trabajo. ¿O esperabas que eso de ser mi esclavo fuera un mero juego sexual? No. Es algo real y lo vas a experimentar. ¿Entendido?
-Pero, mi Ama, yo no sabría limpiar ni nada de lo que tú haces.
Con eso me gané un nuevo golpe.
-Creo que te gusta qué te abofetee, ¿eh? Por eso hoy voy a limpiar yo mientras tú vendrás detrás de mí para observar y aprender. ¿Entiendes o dirás otra tontería?
-Entiendo, mi Ama.
-Eso espero porque empieza la clase.
Normalmente, ella se había tomado su trabajo de manera relajada, dado que tenía tiempo de sobra para hacerlo. Pero ese día limpió todo el apartamento en poco menos de una hora. Me hizo de ir detrás mientras me explicaba como hacer cada cosa. A mi me parecía un trabajo desagradable pero no me atreví a decirlo, para empezar porque no me hubiera servido para nada, salvo seguramente para recibir otra vez.
No pude dejar de pensar en la situación aunque intentaba no distraerme de lo que me decía. Si luego no sabía hacer algo por no haber entendido sabía que lo lamentaría. Pero el estar ahí, desnudo salvo unas bragas, atendiendo a las explicaciones de mi A… De Rocío, que me quería tener limpiando en su lugar y con la mejilla todavía algo colorada por sus bofetones… Me sentía algo extraño, pero también un poco excitado. Incluso recordar el duro tacto de la palma de su mano al golpearme empezaba a calentarme. Casi empezaba a gustarme de verdad…Intenté rechazar esa idea…Pero era difícil hacerlo…
-Espero que hayas prestado atención-me dijo al terminar-Ya sabes que mañana serás tú quién tenga que limpiar y no quiero que tu madre tenga ninguna queja.
-Sí, mi Ama.
-Mientras tú estés ocupado yo veré la tele tirada en el sofá-dijo sonriendo-Y después de tu trabajo, cuando me digas que has terminado, yo lo examinaré y más te vale que no encuentre ninguna pega.
-Si, mi Ama.
-Dime, ¿te parece injusto? ¿Tú trabajando y yo cobrando por ello?-me preguntó. Intuí que me ponía a prueba.
-Los esclavos no tienen sueldo, mi Ama.
-Dices bien. Pero pueden ser recompensados si lo merecen-dijo en tono sugerente.
-Me esforzaré para ello, mi Ama.
-Eso espero-ella se acercó a mí y dirigió su mano a mi miembro. Estaba medio apagado, pero el caluroso tacto de sus dedos y la memoria de lo de ayer pronto le inspiraron vida-Ponte de rodillas-me ordenó, apartándose.
Yo lo hice de inmediato y ella se acercó hasta ponerse justo frente a mí. Se subió el mandil y las faldas del traje, dejando ver unas braguitas blancas.
-Quítamelas-me dijo.
Lo hice, deslizándolas con facilidad por sus bien contorneadas piernas. Subiendo un momento los píes, me permitió retirárselas.
-Ya sabes lo que quiero, esclavo-añadió abriéndose de piernas y empujando mi cabeza entre estas, justo bajo su coñito.
-Sí, mi Ama.
No le hice tener que repetir la orden. No dude en enterrar mi cabecita entre sus piernas y mi boquita alcanzó su vagina. Ésta estaba húmeda y empecé a recorrer la rajita con mi lengua, parando unos segundos en su clítoris. Mi boca se empapó de ella y volví a verme embargado por el sabor y el olor de su almeja, mucho más fuerte e intenso que el de otras que había comido en veces anteriores.
Mi lengua recorrió una y otra vez su surco, desde la base hasta el monte de Venus, y cada vez intentaba entrar más entre los carnosos pliegues de aquél. Empecé a centrarme en éste, metiéndomelo en la boca, succionándolo, apretándolo ligeramente con la punta de los dientes. Acaricie su concha mientras y mis dedos recorrieron sus labios, quería palpar cada centímetro de su rosadita carne.
Ella acariciaba mis cabellos, a veces tirándome del pelo, mientras gemía suavemente. Le metí un dedo. Me encantaba la sensación de sentir su mojadita y caliente carne a su alredor. Avanzaba poco a poco, notando su cuerpo ceder… Luego fueron dos y tres. Los metía y los sacaba cada vez con más rapidez sin dejar de poseer su monte de Venus con mi ansiosa boca.
A esas alturas ya la tenía totalmente dura y me imaginé cómo sería meterla en esa dulce y caliente conchita. Sentí como un latido en mi pollita, como atenta a mis ideas y deseando algo de acción. Pero sería sólo lo que mi Ama quisiera. Pero bajé una mano para masturbarme.
-Esclavo-habló ella antes de que hubiera podido si quiera bajarme la ropa interior-Tus manos tienen trabajo en mi huerto. Tu pepino tendrá que esperar.
Tuve que resignarme, a pesar de notarla a punto de estallar. Seguí centrando, ahora usando mis dedos para masajear y presionar bien su clítoris al tiempo que abría todo lo posible su rajita para lamer su interior. Intente llegar lo más profundo posible.
Y llegó al orgasmo. Sus fluidos llenaron mi boca mientras su cuerpo se estremecía y ella llenaba la habitación con sus sonoros gemidos. Ella me miró satisfecha, acariciándome el pelo.
-Muy bien, esclavo-me felicitó mientras se volvía a poner las braquitas-Ahora ve a vestirte.
Eso me pilló desprevenido. Yo esperaba que ella me relajaría… La sentía palpitar, totalmente dura, y mi Ama no podía ignorarlo. Aunque quizá…
-¿Qué debo ponerme, mi Ama?-le pregunté.
-Ropa de calle. Vamos a la tienda de mi amiga. Sobra decir que la ropa interior debe ser la misma que llevas ahora.
-A tus órdenes, mi Ama.
-Bien.
Fui a mi habitación y me vestí, según decía. Todavía la tenía dura y me moría por masturbarme ahí mismo. Pero pensaba que eso la enfadaría. Me puse un pantalón, largo pero de tela, una camisa de manga corta, calcetines y unos bambos.
Cuando volví al salón ella ya volvía a llevar su vestido blanco.
-Bien-asintió al verme-Ahora escucha bien lo que te voy a decir.
-Sí, mi Ama.
-Desde que salgamos y hasta que lleguemos al coche, no me podrás llamar “Ama”, así que no dirás nada a menos que sea imprescindible, y en ese caso, me trataras de usted y me dirás “Señora”. En el coche y en la tienda, sí me tienes que hablar como corresponde.
-Sí, mi Ama.
-Pues entonces, andando.
Estuve muy nervioso todo el viaje, que hicimos en su coche. Al fin y al cabo me estaba yendo con una mujer prácticamente desconocida a un lugar que no había visto nunca y sin que mi madre supiera nada. ¿Y si me ocurría algo? ¿Y si era una secuestradora? Muchas paranoias se forjaron en mi mente a lo largo de los veinte minutos que duró el trayecto en coche.
-He hablado con mi amiga-me fue explicando-Está todo preparado. A estás horas no suele tener clientes, así que cerrará un rato para atendernos. Ya te he dicho qué allí debes reconocerme como dueña y obedecer, mi amiga, a quién llamaras “Señora” y con la que serás respetuoso y obediente, está acostumbrada a que vaya con mis esclavos, así que no seas tímido ni te cortes por eso. ¿Entendido?
-Sí, mi Ama-yo no pude sino quedarme con lo último que había dicho… “con mis esclavos”. Vaya, así que yo no era el único.
-Te probarás todo lo que te digamos y no quiero malas caras ni tonterías.
-Sí, mi Ama.
-Y luego te tocará pagar.
-¿Yo, mi Ama?
-Sí, tú pagarás.
-No llevo dinero, mi Ama.
Ella se rió al oírme. Yo no entendía por qué ni que le hacía gracia.
-No le vas a pagar con dinero-dijo.
Yo me quedé perplejo, pero no me atreví a preguntar.
-Pronto descubrirás el precio-seguía riendo.
Eso me dejó definitivamente inquieto.
Al llegar pude ver el lugar. Era una calle secundaria y se veía poca gente alrededor. Había solamente dos tiendas y un bar de aspecto no muy atrayente. Había aparcado frente al que supuse era el sitio al que veníamos. Un pequeño escaparate en que unos maniquís lucían prendas femeninas y una puerta de cristal opaco debían ser la fachada al negocio de la amiga de mí Ama.
Ella se dirigió, en efecto a la puerta y me hizo una señal para que esperara junto al coche. Así lo hice, pero no tuve que aguardar mucho tiempo, apenas quince o veinte segundos después, volvía a aparecer llamándome con un gesto de la mano. Yo me acerqué y la seguí al interior del local.
El grueso del local, por lo que vi, era una sala de medio tamaño a la que se accedía desde un estrecho y oscuro pasillo. La habitación, que no tenía ventanas, era iluminada por varios focos, y en ella una multitud de prendas íntimas femeninas de toda clase se exponían en estantes dispuestos a lo largo de las paredes, quedando el centro vacío. También contemplé que en uno de los lados había probadores ocultos por cortinajes de color rojo. Aparte sólo pude notar una puerta en otro de los lados. Por ella entró la que supuse era la amiga de mi Ama.
Aquella mujer debía rondar los cuarenta sin alcanzarlos y estaba muy bien conservada. Su pelo, rubio y corto, enmarcaba un rostro maduro pero bien cuidado, con ojos de color miel y una nariz respingona sobre unos labios suaves y rosados. No tenía un pecho excesivo, pero su vestido dejaba intuir una delgada y bella figura.
Ella me miró y fue hacia mi Ama. Se abrazaron…Debían ser buenas amigas, supuse.
-Así que te has hecho con otro, ¿eh, Rocío?-le dijo.
-Sí-le respondió mi Ama-¿Tienes las cosas preparadas?
-Claro, ya podemos empezar si quieres.
-Sí-me miró-Ven-me ordenó, yo me acerqué a ellas-Desnúdate.
A mi me daba un poco de vergüenza, aunque la situación de quedar como vine al mundo ante dos mujeres también era excitante. Lo hice intentando que no re reflejaran dudas en mis movimientos.
-No esta mal-asintió la amiga de mi Ama, y sin pudor empezó a manosearme por todo el cuerpo-Me gusta.
-Sí, pero le falta disciplina y obediencia-señaló mi Ama.
-Seguro que tú te encargaras de corregir eso.
-Dalo por seguro.
Entonces la amiga de mi Ama sacó una cinta métrica de un bolsillo y empezó a tomarme medidas de forma rápida y precisa. Se movía con agilidad y en menos de un minuto ya había terminado.
-Sí. Creo que podré proporcionarte lo que quieres.
-Bien.
Ella se acercó a uno de los estantes y empezó a coger varias prendas…No sé cuántas cogió en total, pero me parecieron muchas. Cuando volvió con nosotros llevaba un puñado de prendas encima.
-Creo que entré estás podrás elegir.
-Gracias, Clara-le dijo mi Ama, inspeccionando el montón-Sí, creo que servirán…-entonces cogió unas de color negro y me las pasó-Póntelas.
Yo obedecí lo más rápidamente que pude mientras las dos mujeres me contemplaban. Una vez las tuve puestas ellas siguieron mirándome, evaluándome…Lo cierto es que la situación me parecía cada vez más excitante.
-Esas valen-se limitó a asentir mi Ama.
-Estoy de acuerdo.
Mi Ama cogió otras entonces, blancas, y me las tuve que poner de igual manera. De hecho, me hizo probarme todo aquél montón, más de veinte piezas. Y ella fue descartando y eligiendo según veía, dando también Clara su opinión. Yo, a partir de la cuarta o quinta pieza había perdido la sensación de incomodidad y, pese a sentir un poco de vergüenza no lo estaba pasando tan mal como esperaba.
Lo cierto es que la situación empezaba a darme morbo. Sus ojos estaban fijos en mí, sobre todo en mi miembro, que cada vez estaba más duro. Ellas no dijeron nada al respecto, pero Clara no dudaba, con la excusa de ayudarme a ponerme mejor las prendas, a tocármela sin disimulo ninguno.
Y cuando finalmente, no sé cuánto tiempo después, vi que me estaba probando las últimas (que fueron descartadas), me alegré pensando que ya se había acabado.
-Bien, con las que he elegido tendrá bastantes-le dijo mi Ama a Clara.
-Sí-asintió ésta-Entonces, sólo queda lo otro. Voy a traerlo.
¿Lo otro? ¿A qué se refería? Mi Ama me había dicho que me iba a comprar bragas, no había mencionado nada más. La miré con gesto interrogante que ella se limitó a ignorar, sonriendo de forma misteriosa. Lo entendí cuando volvió Clara. Llevaba un traje de criada exactamente igual al que usaba mi Ama en casa, aunque de una talla distinta, una talla como la mía.
-¿Así te vale, Rocío?-le preguntó.
-Sí, perfecto-respondió ella cogiéndoselo y dándomelo a mí-Pruébatelo.
El traje que me pasó estaba compuesto por un vestido corto que no me cubría apenas la mitad de los muslos, un mandil raso con ribetes blancos, medias negras, un liguero y una gargantilla. También había unos zapatos negros de tacón.
La verdad es que la idea no me atraía. Podía aceptar, incluso me hacía algo de morbo, el deseo de mi Ama de que llevara bragas. Para empezar era una prenda que no se veía. Eso era una cosa, pero ¿vestime por completo de mujer? Eso era otra cosa…
Sin embargo, recordaba sus órdenes y no sé por qué me imponía bastante respeto,…
Alcancé el vestido y me lo puse. En ese momento llego Clara con una silla. Mi Ama me ayudo a ponerme el resto del disfraz, hasta los zapatos y la gargantilla en el cuello y luego las dos se quedaron viendo su obra.
-No esta mal-dijo Clara.
-Sí-asintió mi Ama.
-Bien. ¿Eso era todo, no?
-Sí, Clara, sólo queda pagarte.
-Bien… Creo que saldré contenta con lo que me pague tu nuevo esclavo.
-Más le vale.
Clara entonces se dirigió hacia la puerta y me hizo señales de que la siguiera antes de desaparecer por ella. Yo miré a mi Ama.
-Ve. Esperaré aquí.
Seguí a la amiga de mi Ama por la puerta, andando cuidado para no caerme, y me encontré en otro estrecho pasillo con varias puertas. En una de ellas estaba ella, esperándome. Fui hacia allí y se movió para que pudiera entrar.
Era una pequeña habitación, iluminada deficientemente con una única bombilla y en la que sólo había una gran cama y una mesita de noche. La idea se me había pasado por la cabeza, pero sólo ahora veía claramente como quería Clara que le pagase. O eso pensaba.
-Siéntate-me señaló.
Hizo como me dijo, en uno los lados de la cama, teniendo cuidado con el vestido que llevaba. No terminaba de verme, pero entre una y otra cosa estaba excitado y con mi polla totalmente tiesa.
Ella se dirigió a la mesita que había junto a la cama.
-Tu ama no te ha dicho como me vas a pagar, ¿verdad?-me dijo sin darse la vuelta.
-No, Señora-respondí.
-No soy tan rígida como tu ama, no hace falta que me llames “Señora”, llámame Clara, ¿de acuerdo?
-Vale, Clara-asentí.
Ella se quedó un momento quiera. Yo no sabía que hacer, y me quedé mirando su espalda como si allí fuera a encontrar la respuesta.
Y casi pensé que sí cuando, con un leve gesto, se soltó el vestido y éste cayo al suelo, dejando su espalda, con sus marcadas caderas, su culito y sus piernas totalmente a mi vista. Creía que ya sabía lo que quería y estaba dispuesto a dárselo.
Pero cuando se volvió descubrí que estaba equivocado.
Llevaba en sus manos un vibrador que, a primera vista, me pareció enorme. En el extremo tenía una especie de correa que Clara se ajusto a su cintura para que quedara firmemente sujeto, parecía que tenía un pene de verdad.
-Me voy a cobrar rompiéndote el culito. Ese es el precio-me explicó.
Yo hubiera querido salir corriendo, pero por otro lado sabía que sería inútil. Me quedé sin hacer nada mientras ella se acercaba lentamente hasta ponerse frente a mí. Yo mantuve la vista baja, contemplando el suelo, no sabía si esperaba que ella así me dejaría o que no me vería, pero por otro lado no se me ocurría nada mejor.
Sus manos me acariciaron las mejillas y me obligaron a alzar la mirada. Ella me miraba serie y la punta del consolador casi rozaba mi nariz.
-Chupa-se limitó a decir.
Yo miré esa falsa verga de goma, surcada por pretendidas venas y con un redondeado glande. Era de un negro muy oscuro que contrastaba con la piel blanca de ella. No quería. Nunca había sido gay ni me habían atraído los hombres. No quería más pollas cerca que la mía.
Intente desviar la mirada pero sus manos mantuvieron mi cara de frente y con un leve avance note la punta negra en mis labios. Pero me resistí y aunque note una presión en los labios, no entró.
-Estás desafiando a tu ama al negarte-me recordó.
Mi Ama…La había olvidado…Ella me había ordenado que debía obedecer a Clara, y sabía lo que Clara quería de mí. Mi Ama quería que me dejara meter esa…esa cosa. Pero era demasiado. Me había puesto bragas y ahora todo un vestido… ¿Pero chupar una polla y dejar que me la metiera?...
-Mira, si te da cosa chupar esta “polla”, no te obligaré-dijo ella entonces.
-¿De verdad?-pregunté esperanzado.
-Sí-me dijo, pero antes de que pudiera alegrarme siguió hablando-Como te he dicho, me voy a cobrar rompiéndote el culito. Si no quieres lamerla, no me importa. De hecho, es peor para ti porque la saliva de aquellos a los que penetro es lo más parecido que uso a un lubricante. Sin ella te va a doler más de lo que lo haría de por sí.
Entonces dudé y volví a mirar el largo y negro falo que tenía colgando ante mí. La miré y me imaginé a Clara poseyéndome con él… Pensar en lo que me dolería me asustaba, pero, al verlo… Note que mi miembro reaccionó. Una nueva imagen se proyecto en mi mente y me vi metiéndome aquella cosa todo lo que podía en mi boca mientras Clara me acariciaba el pelo y me animaba diciéndome guarradas sobre lo mucho que me gustaba al final comer pollones.
Empezaba a excitarme, a pesar de la repulsa que mi heterosexualidad sentía hacia esa idea. Pero, por otro lado, lo que ella había dicho de la saliva seguramente era en serio. Y, pensé, no sería chupar una polla, sino un trozo de plástico con forma de polla, como si me hiciera chupar un zapato… Un capricho raro, pero no me hacía gay. No me convencía del todo, pero decidí agarrarme a esa idea.
Alcé una mano y toque aquella gran verga. Era dura, y su superficie se notaba suave. La rodee con mis dedos por la zona del tronco, la más ancha y la moví para que la cabeza quedara justo apuntando a mi boca.
-Has elegido bien-me dijo Clara.
Abrí lentamente la boca y saqué la lengua. La aproximé al falso glande y lo lamí, retirándome como si me fuera a quemar. Como esperaba el sabor, por decirlo de algún modo, era el del plástico. No es que estuviera muy bueno precisamente, pero me ayudaba a ignorar mi recelo a la hora de pensar que chupaba la verga de otro.
Entonces me adelanté un poco y noté la cabeza de aquella polla cruzar mis labios y llenarme la boca. Jugué con la lengua lamiéndola concienzudamente para mojarla todo lo posible. Me la saque un momento y escupí sobre su tronco, usando después la mano para esparcir la saliva por éste. Esperaba así poder ensalivarla sin tener que lamerla o metérmela toda en la boca. Seguí un rato más así, lamiendo la cabeza y ensalivando con la mano el resto del tronco. Hasta que ella dijo:
-No está mal, pero eres un poco tramposillo, y entonces yo también lo seré.
No sabía a que se refería pero pronto lo descubrí. Me cogió de la cabeza y, tras sujetármela con firmeza, me enterró todo lo que pudo del consolador en la boca, empezando a cogérmela con rapidez.
Yo me dejé hacer, de hecho, me encontré con qué estaba cachondo… Me estaban cogiendo la boca y me gustaba. La tenía totalmente dura.
Ella siguió un rato más, acelerando sus movimientos. Soltó mi cabeza un momento para llevar mis manos a su culito. Me sorprendí acariciándolo y presionándolo para que me la metiera más profundo.
-¡Ja! Al final todos sacáis la putita hambrienta de polla que lleváis en vuestro interior-dijo ella-A tu ama le va a gustar que se lo cuente.
Me alegré de no tener que contestarle, teniendo todavía aquella polla en mi boca, pero no tardó en sacarla.
-Bien. Ahora voy a cobrarme de verdad. Levanta.
Lo hice y ella se tumbó en la cama, boca arriba.
-Me has caído bien, así que empezáremos con esta postura, te dejará controlar el ritmo con que te voy a desflorar por primera vez.
Me dirigí a los pies de la cama y me subí, avanzando hacia ella. Al poco me estaba poniendo de rodillas sobre ella. Notaba la punta de aquella verga bajo mi culito.
-Tú ve bajando-me dijo ella-Yo haré el resto. Y mírame.
Obedecí. Ella tenía clavada la vista en mi rostro mientras sus manos manejaban el falso falo para ir acercándolo a mi descendente culo. Su mirada delataba su lujuria.
-Este es mi momento favorito-me dijo-Justo cuando mi verga te empieza a entrar, quiero verlo en tu rostro-añadió sonriendo-No hay nada como romper culitos de jóvenes adolescentes.
En ese momento ya había encontrado una posición adecuada y su falsa polla ya presionaba entre mis nalgas. Poco a poco, las fue abriendo y la noté la punta en mi agujerito. De repente recuperé no sé que grado de consciencia que había perdido y me vi a punto de ser sodomizado. Tragué saliva. No terminaba de estar convencido de querer hacerlo, aún lo que desearan mi Ama y Clara, por otro lado, estaba excitado y la idea se había ido introduciendo poco a poco en mi mente…
-Oye, si en cinco segundos no te estás metiendo la polla en tu culito-me empezó a decir-Te cogeré, te pondré sobre está cama como estoy yo ahora, te abriré tus lindas piernas y te la clavaré de un golpe. ¿Entendido?
Reaccioné. No me quedaba otra. Y seguí bajando. La punta de aquella verga apretó, dura, contra mi estrecha entrada. Pensé que era imposible que una cosa tan gorda entrara por ahí. Los dedos de ella manipulaban el mástil y, palpando con sus dedos, lo dirigieron en la dirección apropiada.
Sentí un agudo dolor, como si me abrieran en dos, cuando la punta hizo ceder mis puertas y entró en mi virginal culito. Y también sentí su profunda satisfacción a través de su cara, con su mirada de victoria y su lujuriosa sonrisa.
Posó sus manos en mis piernas y empujó para que bajara todavía más. Con la punta dentro, el resto de aquel gran falo no hayo la suficiente resistencia y me taladró, lentamente pero de una sola vez.
Nunca me había dolido nunca tanto antes de aquello. Quise salirme, sacármela, pero ella no me dejo. Así paso un largo momento que me pareció eterno. Yo, que aún llevaba el traje de doncella aunque sin bragas, sobre Clara, son ese gran falo rompiéndome el culito, robándome una virginidad que ni sospechaba que tenía o que, peor, se podía perder.
-Cabálgame-me ordenó al poco.
Empecé a moverme. Sentí aquel gran cuerpo en mi culito, primero retrocediendo, cuando me levantaba, y luego entrando, cuando volvía atrás. Y lo que no me imaginaba, al poco dejo de dolerme y me encontré con que me empezaba a gustar. Según fui haciéndolo más rápido empecé a disfrutar. Eso me preocupó, pero en ese momento no tenía tiempo para eso sino que me concentré en las múltiples sensaciones que esa verga me daba al penetrarme. Me incliné y me apoye en ella para intentar ir lo más rápido posible…
-Así, venga, más rápido-me animaba ella.
Estuve así un rato más, hasta que me ordenó que me quitara de encima. Yo lo hice, aunque casi sentí pena por perder ese placer. Y era algo más que lo puramente físico. Me había sentido genial y morboso al ser está vez yo el follado, el poseído. Las faldas del vestido daban señal de mi gran erección.
-Apóyate contra la pared y abre bien las piernas-me dijo.
Así lo hice, y ella, puesta sobre mí, volvió a penetrarme. Ahora ella controlaba el ritmo mediante sus embestidas y la sensación de ser follado aumentó. Sin poder evitarlo empecé a gemir de placer ante sus acometidas.
-Al final qué me dices, ¿te gusta?
-Sí, mucho, Clara.
-Todos hacéis lo mismo. Primero, no queréis ni mirarla, pero luego la deseáis como locos. ¿A qué sí?
-Sí, Clara.
-¿Quieres que siga?
-Sí, por favor.
-Pues pídelo.
-Sigue follándome, por favor, sigue metiéndomela hasta el fondo.
-Así me gusta. Tú tranquilo que lo haré.
Seguimos así un buen rato. Ahora era el placer el que alcanzaba límites que no conocía.
Entonces ella metió su mano por debajo de mi vestido y alcanzó mi polla.
-Um. Tú también tienes una buena verga aquí. ¿Sabes? Tengo una idea qué te gustará.
En ese momento detuvo la cogida. Hacía algo, pero no lo veía. Entonces de repente sus manos aparecieron delante de mí, ajustándome una correa.
-Así-dijo aleándose.
Cuando me di la vuelta ya no llevaba puesto el vibrador. Me lo había puesto atado de tal forma que se había quedado atrapado en mi culito… Me gustaba. Ella se tumbo nuevamente boca arriba en la cama, abierta de piernas, con su conejito pareciendo llamarme.
-He sido muy mala con tu culito. Creo que debo compensarte-me dijo.
Yo me subí nuevamente a la cama y me tumbé sobre ella. Ésta sacó mi pene, subiendo mi falda y puso mi punta en su entrada… Se notaba caliente y húmeda.
La fui enterrando poco a poco. Su coñito era cálido y suave y lo disfruté a cada centímetro. Ella me agarro por el culito y me hizo terminar de clavársela de golpe. Nos quedamos quietos un momento. Tenía mi polla, dura, en su coñito, y sentía a la otra verga aún profundamente clavada en mi culo.
Aceleré y quise follarla a lo bestia, para devolverle algo de lo que me había propinado. Al tiempo aproveché para lamer sus tetas, succionando los pezones, chupando su cuello y besándola. Ella al principio no le pareció gustar notar mi lengua en su boca, pero acabó cediendo a mis besos entre suaves gemidos.
Ella no tardó en llegar al orgasmo, sentí sus jugos bañando mi polla. Yo, tras todo lo pasado en aquel día, tampoco pude aguantar mucho. Notaba la llegada de mi eyaculación.
-Voy a acabar-le avisé.
-¿Has terminado alguna vez dentro de un coñito?
Me sorprendió la pregunta. Yo busqué en mi memoria…
-Una vez-le contesté.
-¿A pelo?
-No.
-Pues hoy es el día.
-¿Estás segura?
-Sí, tranquilo.
Excitado por sus palabras aceleré y pronto sentí la placentera llegada del orgasmo cuando mi caliente polla empezó por fin a vaciar todo lo que llevaba dentro. Nunca había sentido una descarga semejante, la notaba llenándose de mi semen.
Tras eso, quedamos un momento quietos, jadeando suavemente. Me sentía cansado. Noté que ella desataba y retiraba con cuidado el vibrador de mi culito y noté éste totalmente abierto, ahora expuesto al aire… Yo también saque mi reducido pené de su coñito, acompañado de un pequeño derrame de mi leche. Me quité de encima de ella y, con algo de dificultad, entre algo de dolor de culo y los tacones a los que todavía no estaba del todo acostumbrado, me puse de pie.
-Ya puedes irte, yo creo que dormiré un rato, dile a tu ama que cierre al salir-dijo entre jadeos.
Yo me recompuse un poco el vestido y salí, llegando por el pasillo a la sala dónde mi Ama seguía esperando.
-Ya he oído qué le has pagado-me dijo mi Ama.
-Sí, mi Ama-respondí.
Ella se acerco a mí y una de sus manos fue directamente a mi culito. Note sus dedos entrar entre mis nalgas y luego, sin dificultad, por mi dilatado ano. Estuvo un rato hurgando antes de sacarlos.
-Ya veo. Lo has hecho bien.
-Gracias, mi Ama.
-Bien, es hora de irse-se me quedó mirando con una mirada profunda-Me gustaría que te quedarás ya así, pero no puede ser, cámbiate.
-Sí, mi Ama.
Tuvo que ayudarme, todavía no me arreglaba solo con aquella ropa. Luego me vestí con lo que llevaba al llegar mientras ella guardó las “compras” en una bolsa. Yo le transmití entonces el recado de Clara.
Poco después, estábamos de nuevo en su coche, de vuelta a casa.
La verdad es que, al final, si que había razones para pensar que era un “día importante”.