Rocío deja de ser una niña

La coloqué de bruces sobre mis rodillas y con la mano desnuda empecé a azotar sus carnosas nalgas de forma suave, continuada y rítmica. Inicialmente, ella intentó adoptar una actitud de indiferencia, como si no pasase nada.

ROCÍO DEJA DE SER UNA NIÑA

Teníamos toda la noche por delante y lo último que yo tenía era prisa, iba a gozar de su cuerpo hasta la saciedad…….

Seguía besando sus labios carnosos, mientras mis manos emprendían una expedición al tesoro tan celosamente guardado. Las inmediaciones de su vulva, no estaban depilados, pero se hallaban adornadas por un suave vello vaginal, de color castaño claro, que adornaba unos labios vaginales ligeramente perceptibles y delicados, rematados por un clítoris que en se momento se hallaba claramente inflamado. Toda ella, abandonando su cuerpo y mente al placer, destilaba profusamente su anhelado néctar vaginal y mis dedos jugueteaban gozosa y pícaramente por los alrededores de su clítoris, mientras ella, se retorcía y por las convulsiones que estremecían su cuerpo parecía hallarse en un estado muy cercano al orgasmo.

Tuve que rebajar la intensidad de las caricias y dosificar el grado de excitación al que estaba sometiendo a mi sobrina. Deje de acariciarle la zona vaginal y de saborear su boca, para concentrar todos mis esfuerzos en sus senos, mis manos infructuosamente intentaban abarcarlos en su totalidad y empezaron a masajear sus maravillosos globos turgentes, duros y carnosos. Mis labios se posaron en ellos y se entretenían con gula, en sus grandes aureolas. Los pezones, cada vez que mi lengua avariciosa se cebaba en ellos, adquirían mayor tamaño y consistencia, quedando rugosos y erguidos, y tan duros y tensos que pugnaban por separarse de su cuerpo.

Ante tal situación, mi boca anhelante, se colocó entre el canal de sus senos y fue bajando, sin prisa, pero sin pausa, recreándose maliciosamente, hasta llegar a su vientre; se detuvo en un ombligo de formas perfectas, ligeramente hundido y formando una circunferencia perfecta y jugueteó indiferente a sus gemidos, su cuerpo seguía tenso, entregado y anhelante, a la espera del momento culminante en que iba a ser penetrado.

Pero me apetecía prolongar dichos momentos, así que no me dirigí a su clítoris y le ordené: "dame besitos en el pene". Rocío, cabizbaja y profundamente avergonzada, con la cara roja como un tomate, pero como si quisiera oponerse a mis deseos, balbucea: "no lo he hecho nunca y no me atrevo". Intentando ser condescendiente, le conteste: "es muy fácil, chúpala como si fuese un caramelito, que quieres que se deshaga lentamente en tu boca". Inmediatamente, casi sin tiempo de que pudiese terminar la frase, intentando sostener mi mirada y en un tono ligeramente desafiante, me espeta: "es asqueroso, no lo voy a hacer". Me había dado la excusa, aunque me di cuenta que tampoco podía dejar pasar por alto esa actitud en una cría de 18 años, la cogí del pelo, la coloqué de bruces sobre mis rodillas y con la mano desnuda empecé a azotar sus carnosas nalgas de forma suave, continuada y rítmica. Inicialmente, ella intentó adoptar una actitud de indiferencia, como si no pasase nada. Cada nalgada que caía sobre su trasero, hacia que sus carnes temblasen, como si tuviesen vida propia y se adaptasen al vaivén que la azotaina le iba imprimiendo. Éste iba abandonando el color sonrosado para paulatinamente ir adoptando ese maravilloso color enrojecido. Al llegar a ese punto, su resistencia se había desmoronado y empezaba a gemir a cada golpe y algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Entre suspiros me dice: "Oriol, haré lo que me mandes, por favor deja que te la chupe". Deslicé un dedo a su vulva para comprobar como se hallaba y no me sorprendió, Rocío estaba totalmente empapada, a ella le excitaba verse sometida. Permití que se levantase y le solté: " A partir de ahora vas a ser mi putita particular". "Di si quieres ser mi putita particular ó prefieres que me marche". Su cara volvió a enrojecer, miro al suelo, con esa mirada perdida, tan característica en ella cuando está avergonzada y con una voz dulce, suave y entrecortada contestó: "por favor, no me llames putita".

Estaba pidiendo a gritos que la pusiese en su sitio, así que sin darle opción: "tu decides, me visto y ya me marcho". En su interior pugnaba una sórdida lucha entre su orgullo y su deseo, con la cara anegada de haber llorado y su cuerpo alterado por un lloriqueo seco y mudo, se abrazó a mí y alzando sus ojos como pidiendo clemencia, se me entregó totalmente. Con un leve suspiro pronunció: "soy tu putita particular", inmediatamente su rostro volvió a verse inundado de dulces y pequeñas lagrimitas como gotas de lluvia, que lamí ávidamente con mi boca, consolándola, mientras ella se aferraba a mí. Acaricie su cabeza suavemente, para posteriormente agarrar con una mano todo el pelo y obligarla a agacharse y bajar lentamente su cabeza; mientras ella iba besándome con su lengua y labios, hasta que llegó a mi pene, en que alzó su mirada. Inmediatamente, mis dedos apretaron sus cabellos, fije mis ojos en ella, con una sonrisa algo malévola; y ella indecisa, se sonrojó y avergonzada empezó por colocarse el aparato entre lo labios. Tuve que corregirla: "así no, abre la boca y chúpala con tu lengua como si fuese un caramelo", parecía que seguía cierto recelo, alzó nuevamente la mirada y se dio cuenta que por allí no debía seguir y se esforzó por complacerme y seguir mis indicaciones : "ve despacito, sin prisas, pasa toda la lengua por mi polla y de vez en cuando te la metes toda en tu boca, putita" . Que le llamase putita la avergonzó, su cara se puso colorada de golpe. No obstante, se aplicó como una buena alumna, con su lengua recorrió todo el pene, centrándose en el prepucio y después introdujo hasta donde pudo mi pene en su estrecha boca, en un abrazo cálido, húmedo, sensual y excitante. Empezaba a tener cierta soltura, sería mejor que pasásemos a una nueva lección: "ahora pasa tu lengüita por mis huevos y sigue hacia abajo". Ella me miró con cara de sorpresa, pero no se atrevió a desafiarme, todavía debían arderle lo suficiente las nalgas. Siguió lamiendo, bajo del pene y empezó a pasar delicadamente su pequeña y rasposa lengua por las inmediaciones de las bolsas testiculares. La sensación era tremenda, debía cambiar de tercio

No podía resistir más, mis testículos pugnaban ansiosamente por descargar su sagrada semilla en el preciado tesoro que se me ofrecía. Mi avaricioso pene no podía seguir aguantando el no verse acariciado por las paredes de su –hasta ahora- virginal vagina. Acerque mis dedos, traspasados por un imperioso y ardiente deseo, a sus húmedos labios vaginales, las yemas de mis dedos resbalaron golosos de arriba a abajo, para acabar enredándose en su jugoso clítoris, éste iba creciendo torturado por suaves y delicados movimientos circulares, hasta que decidí que estaba lo suficiente lubricada como para iniciar la penetración. Coloque mi pene a la entrada, ella me miró nuevamente a los ojos, visiblemente nerviosa, mientras unas perlas de sudor surcaban su rostro, convirtiéndola en una hembra más atractiva, si cabe; ella se mordió el labio y llena de deseo se abrazo a mí, buscando ansiosamente el contacto arduamente anunciado. La penetración inicial fue fácil hasta encontrarse con una ligera resistencia que fue rápidamente vencida ante mi fogosidad por hacerla mujer. Ella exhaló un suspiro, mientras seguían aferrándose cada vez con mayor fuerza e ímpetu a mi cuerpo. Yo me quede quieto para que su cavidad se amoldase a mi miembro. En su mirada y en su rostro sudoroso, por el que resbalan algunas lágrimas, se apreciaba el esfuerzo por gustar y complacer a su macho. Al poco rato, empecé a moverme ligeramente, bastó un instante para que nuestros cuerpos acompasasen el ritmo, acto seguido ella empezó a emitir gemidos y aferrarse con sus dos manos a mis glúteos, como si tuviera el secreto ánimo de que la penetración fuera lo más profunda posible.

Todo su cuerpo transpiraba una ardiente feminidad y nuestros cuerpos amalgamados en sudor conformaban uno sólo. Por las convulsiones que azotaban y recorrían la anatomía de Rocío presentí que estaba cercana al orgasmo. Le acerqué mi dedo índice a la boca e hice que lo chupará, cuando consideré que estaba suficientemente lubricado, lo retiré y morbosamente lo dirigí a su trasero; ella se percató de mis intenciones e intentaba oponerse, moviendo y arqueando el cuerpo: "por favor, Oriol no, son demasiadas sensaciones". Pero yo, haciendo caso omiso de sus ruegos, empecé a insinuárselo maliciosamente en el ano. Ella me miró sorprendida, instante en que aproveche para introducírselo. En ese momento, el sorprendido fui yo, mi dedo índice se coló en su interior hasta el fondo, como si de mantequilla derretida se tratase. Ella exhaló un largo gemido y yo aproveche para aumentar sus sensaciones; por un lado, con mi pene en su vagina y por otro, hurgando en ese oscuro objeto de deseo. Tras breves minutos, ninguno de los dos pudimos resistir tanta excitación y nos descargamos al unísono en un último y profundo orgasmo. Me quise separar, pero se apresuró a apoyar agradecida su cabeza en mi pecho, aprovechando para juguetear con sus dedos en mi vello.

Al levantarme de la cama, observé la sábana con un enorme círculo de humedad procedente de sus fluidos vaginales. Y tras hablar con ella, me di cuenta que estaba ante una mujer nacida para el sexo, según su propia confesión había tenido varios orgasmos a lo largo de la sesión. Ella me miraba con una sonrisa malévola, exigiendo una nueva sesión, pero yo lamentablemente debía dirigirme al aeropuerto dentro de 5 horas, el tiempo justo para ducharme, preparar la maleta y repasar unos informes por el camino. Creo que nunca maldeciré lo suficiente la pérdida de ese instante mágico. Mientras mi mente elucubraba que haría con el último agujerito pendiente de ser estrenado