Rocho corneador I
Un marido infiel trata de expliar su culpa buscando un amante adepto para su mujer, pero ella le tiene preparada una sorpresa desagradable.
Ema nunca se sintió tan humillado como cuando descubrió a su esposa con otro hombre. No por la infidelidad, sino por las condiciones de la misma.
Para entender la situación hay que empezar desde el inicio.
Ema es un profesor joven con una esposa más joven aún y un hijo de 6 meses. Últimamente ser padre revolvió sentimientos dentro de él y uno de ellos es la culpa. Por varias cosas, una de ellas, la principal, su infidelidad hacia su esposa, Agustina. No era un playboy, pero se las apañaba bien para acostarse con sus alumnas de la escuela para adultos.
Solo fue un par de veces. Aun así se sentía culpable. Sabía que Agustina le fue fiel todo este tiempo y no se merecía esa traición.
Una extraña idea estaba rondando por su cabeza últimamente. Qué Agustina tuviese un amante con su conocimiento. De esa manera ambos habían sido infieles y en su cabeza las cosas estarían a mano.
Años atrás hubiera expuesto su plan sin vacilar. Pero Agustina ya no era una jovencita ninfómana con la que él solía salir. Ahora era una mamá y ama de casa a tiempo completo. Salvo para ir a casa de sus amigas, su único momento de descarga, estaba pegada a su bebé con todo el día.
Emanuel después de varios días de insistir, al final pudo intimar con Agustina. Cada vez le costaba hacerlo, por lo que cada orgasmo era un alivio para todas las cargas que soportaba todo los días. Agustina en cambio no tenía cara de pasarla tan bien. Ema le preguntó porque y ella esquivó diciendo que le preocupaban cosas de la casa. El muy crédulo le creyó. Y además se armó de valor para decirle su plan. Si fallaba iba a decir que era una broma:
-Amor… Últimamente te veo muy apagada. Así que quería hacerte una propuesta indecente- le dijo con una sonrisa picarona.
-¿Indecente? te escucho. - ella le devolvió la sonrisa.
-siento que no te estoy satisfaciendo últimamente y eso me hace sentir un fracaso de marido. Así que te quería proponer que busquemos un amante para vos.
-¿Un amante? - su cara de sorpresa era muy evidente.
-Si, creo que te lo merecés y además me excita un poco la idea.
Ella escuchó con atención cada una de sus palabras, y cuando terminó aceptó sin vacilar:
-Por supuesto, no esta de mas experimentar cosas nuevas. - le dio un beso apasionado que dejó a Ema preparado de nuevo para la acción.
El quedó muy sorprendido. Asumió que la vida de Agustina no estaba llena de situaciones emocionantes últimamente y solo tenía un poco de ganas de saborear la aventura. La conversación terminó con un polvo rápido y no se dijo más al respecto.
La siguiente semana Ema se preguntaba qué tipo de amante sería el privilegiado de acostarse con su esposa. Imaginaba uno tras otro la persona ideal para llevar a cabo la tarea. No se concentraba en el trabajo, ni en otro ambiente. De casualidad se dio cuenta que estaba a punto de cruzar en rojo y frenó de golpe.
Unos limpiavidrios se lanzaron en su dirección y el hizo una rápida seña con la mano dando a entender que no deseaba tal servicio, además de rehusarse a darles una moneda “de onda”. Los limpiavidrios y otros tipos de parias eran los que él llamaba "rochos" o "turros". Sentia un desprecio infitnito por ellos, se sentía bien maltratandolos y haciéndolos de menos.Ya que los consideraba inferiores.
Varios de sus alumnos de la escuela para adultos eran rochos. Generalmente no prestaban atención a la clase y se dedicaban a hacer bromas. Así que nunca los aprobaba. Era otra manera de maltratarlos.
Negros, sucios, cabezas, son algunos de los insultos que utilizaba con ellos.Justo el semáforo abrió en verde cuando él abría la ventanilla para gritarle insultos a los limpiavidrios. Aceleró y salió airoso de la situación.
Volviendo a sus pensamientos decidió que era mejor buscar un amante por Internet y no pedir ayuda a un conocido. Quería que Agustina pase un buen momento. Pero no quería que sea algo duradero. Además sus amigos eran todos comunes hasta donde el sabia, ninguno que se destaque. A diferencia de lo que él tenía en mente, un hombre de buen fisico y dotado de un miembro de un tamaño considerable. Ya que Ema cuando estaba inseguro, sentía que que su pene, de tamaño común, no era suficiente para satisfacer a Agustina. El la consideraba una hembra de primer nivel, por ende se consideraba un macho alfa que la satisficiera sexualmente.
Al llegar a su hogar, Ema nota que hay una moto estacionada en su casa, lo que le parece extraño ya que no conoce a nadie que tenga una moto. Extrañado por eso entra a la casa y encuentra a Agustina sentada en el living con una bata y se la nota algo nerviosa.
-¿Que haces asi amor? ¿Dónde está el bebé?- le pregunta Emanuel.
-Con mamá. Venían visitas así que ya deje todo preparado. La comida está en el horno, solo falta calentarla, y mientras tanto podés mirar tele, no vamos a tardar mucho.
-¿Vamos a tardar? ¿Quienes? No te estaría siguiendo - le contestó Emanuel.
-¿Te acordas lo que me habías propuesto la semana pasada, sobre tener un amante? Bueno, voy a sincerarme y a contarte que me estoy viendo con un hombre hace un tiempo.
Ema no sabía qué sentir. Se sentía traicionado por la mentira y sorprendido por la verdad. Aun así él también había sido infiel. Así que sabía que decir:
-Esta bien. De alguna manera yo me lo busqué. No se si quiero saber quien es el afortunado. Me daré una ducha y seguiré con lo mío. Ustedes sigan con lo suyo. - dijo tratando de mostrarse indiferente.
-No vayas al baño el esta… - intentó frenarlo.
Pero ya era demasiado tarde. Ema se cruzó con el “otro hombre” saliendo del cuarto de baño, que no resultó ser más que un muchacho. Pero no cualquiera. Vestía ropa deportiva, piercings en la cara y pelo corto teñido.
-¿Todo bien amigo? - le pregunto el joven que pasó por su lado y se dirigió a donde estaba sentada su señora.
-¿Ya estas listo? -preguntó tímidamente Agustina mirándolo a los ojos.
-Obvio, vamos a la cama que no sos la unica esta noche.
Ella se levanta y lo acompaña a la habitación matrimonial y cierra la puerta después de entrar.
Ema observó boquiabierto toda esta escena sin poder decir una sola palabra. Ahora no queda más que irse de la casa o esperar pacientemente a que ambos terminen con su acto pecaminoso para poder descansar. El cansancio le ganó y optó por calentar la comida y cenar viendo la tele como le había sugerido su mujer. Esa cuyos gritos de placer ahora llenaban toda la casa.
Ema se sentía humillado, no por la infidelidad, pues era parte de su plan. Ni por cómo gozaba su mujer, él también quería que tuviera una experiencia plena. El problema era que pocas veces logró hacer gritar así a su mujer, y este tipo lo había logrado aparentemente sin esfuerzo, y no solo eso. Le molestaba que su corneador fuera un rocho.