Roces

Primer relato sobre las experiencias sexuales de una chica joven y desinhibida... en este caso, habla sobre lo que puede surgir a partir de un roce con un extraño.

Roces

¿Nunca te has quedado mirando a algún extraño en el autobús, en el tren o en el metro porque algo de él te atraía en ese momento? ¿Y te has sorprendido a ti misma imaginándotelo desnudo? O mejor aún, ¿nunca te has imaginado cómo sería hacérselo con ese extraño que te ha llamado la atención nada más verlo o con el que te has cruzado varias veces en el autobús y siempre te ha provocado de alguna forma?

Yo siempre me he considerado una chica liberal en el aspecto sexual. Bueno, qué te voy a contar a ti, ¿no?.

Muchas mañanas, cuando mi única experiencia sexual de las últimas noches se había limitado a sacar del cajón alguno de mis juguetes de látex, mi excitación era tal que dejaba el coche en casa y utilizaba el transporte público con el único objetivo de sentir el roce, el calor humano de otro cuerpo... Me gusta esa experiencia. En un vagón repleto de gente, con alguna de mis faldas cortas o mis pantalones ajustados, con algún top o blusa que resalten mi escote, totalmente pegada a un miembro del otro sexo. Sí, al miembro... Eso al menos me servía para establecer un entorno adecuado por la noche, para motivarme con algún tema propicio, con la experiencia que me gustaría haber vivido y que se tiene que limitar a la coordinación entre mi imaginación, mis manos, alguno de mis juguetes y mis zonas erógenas... especialmente aquella que por la mañana hubiera tenido el roce, el contacto directo más excitante.

No sé si lo inició la excitación residual que me quedaba al llegar a mi trabajo alguna de esas mañanas o si, por el contrario, era mi propia naturaleza inquieta y liberal; el caso es que esa búsqueda del contacto, del roce lo trasladé también al ascensor del edificio en el que se encontraba mi empresa. Es un ascensor lento, 5 minutos y 35 segundos entre paradas y trayecto para llegar hasta mi planta desde el vestíbulo en hora punta al inicio de la mañana. Repleto, todos de cara a la puerta... curiosa de forma de colocarse todos cuando un ascensor está repleto, ¿verdad?. El caso es que las paradas en cada planta y el entrar y salir de gente provocaban también esos roces que yo anhelaba esas mañanas de abstinencia... pero con una diferencia importante: con gente que conocía en algunos casos o que, al menos, veía habitualmente todos los días a esa hora o al terminar la jornada laboral.

Esa diferencia y mi mente excitada y anhelante me provocaban pensamientos y desembocaban en conclusiones que, ciertas personas, considerarían excesivos, inmorales. Así, llegué a la conclusión de que quitarme el abrigo una vez dentro del ascensor y mostrar la falda o el escote que escondía provocaba más roces; que con un top sugerente, todo varón se olvida de un educado ‘¿me permites?’... que a algunos la erección matinal les dura hasta llegar al asiento del trabajo...

El tema del ascensor se volvió un poco monótono. No encontraba la variedad que presentaba un vagón de metro o el 136. Claro... hasta que fijas un objetivo. Aquella mañana todos me resultaban conocidos o reconocidos salvo el chico que tenía delante. Digo chico porque, a pesar de mis 27 años, él me resultaba bastante más joven. A pesar de su traje de corte Hugo Boss, de esa corbata lisa malva, de ese perfume de 150 euros.

‘¿Me permites? Es mi planta’, ‘Sí, claro, cómo no’. Se giró para permitirme el paso y aproveché el momento para observar detenidamente su rostro. Sus ojos eran verdes, no azules cómo me pareció apreciar al principio. La mirada firme, pero con un matiz de timidez, ya que no aguantó fijamente la mirada. Quizá, ¿me observó rápidamente hasta donde la educación lo permitía? La nariz era rotunda, pero no escandalosa. La boca era pequeña, de labios finos. El afeitado muy apurado y las patillas afiladas, hasta la altura del lóbulo. ‘Gracias’.

Sólo dos plantas por encima de la mía: empresa auditora y consultora estratégica. Yo, chica de letras; las matemáticas nunca habían sido mi fuerte y parecía que eso también me afectaba cuando me relacionaba con la ‘gente de ciencias’... bueno, no hay que exagerar.

Varias veces a lo largo de ese día pensé si era un visitante ocasional, si era un nuevo empleado, qué planta podía ser en la que se encontraba en ese momento si seguía en el edificio...

Todo cesó a la mañana siguiente cuando no coincidimos en el ascensor... Visitante ocasional, sólo eso. Aún así, todavía albergaba ciertas esperanzas a la mañana siguiente, y a la siguiente. Sin duda un pensamiento acelerado y fomentado por mi experiencias nocturnas previas... experiencia individual, imaginativa, pero muy individual. Todo volvió a la monotonía del ascensor y a la diversidad momentánea del metro y del autobús.

‘¿Me permites?’. Aquella mañana llegaba muy cansada al trabajo. Apenas había dormido porque Laura se había empeñado en que saliéramos la noche anterior. Me había acostado apenas hora y media y en el metro había entrado y salido como una marioneta arrastrada por la multitud, por inercia. Pero todas las alarmas se encendieron al entrar aquella mañana en el ascensor. Allí estaba de nuevo, subía de las plantas inferiores, en las que sólo algunos privilegiados dejaban sus coches. Eso restringía las posibilidades: era gerente, eran los únicos con plaza fija en el parking. Cada vez estaba más intrigada porque me parecía bastante más joven que yo, pero ocupaba un puesto de poder. Me coloqué a su espalda, pero los movimientos del resto de las personas del ascensor hicieron que quedáramos uno al lado del otro. Su perfume era el mismo, el afeitado igual de apurado, el pelo largo y oscuro ligeramente engominado, la mirada al frente o al suelo. Hasta que mi mano rozó la suya en otro cambio de planta y nuestras miradas se cruzaron. No sé si aquello fue una sonrisa ‘tipo Da Vinci’ o si fue mi imaginación. Sus ojos me parecieron más verdes aún y una mirada rápida de arriba abajo me aportó más datos sobre él: delgado, fibroso, no mucho gimnasio, manos largas y dedos proporcionados, nudo de corbata Windsor, hebilla de cinturón mate de marca, bolsillo francés. No pude observar su trasero, lo único que me quedó por evaluar.... bueno, no lo único.

De nuevo abandoné el elevador antes que él, pero me despedí con un ligero roce de nuevo de mi mano y un rápido ‘Adiós...’ que no recibió respuesta.

Son curiosas la mente y la imaginación. Unos minutos antes estaba totalmente aletargada, casi inerme, dejándome arrastrar por la monotonía y la corriente de gente que todas las mañanas coincidía conmigo. Ahora tenía todos mis sentidos, todos los poros de mi piel, todas mis neuronas tremendamente despiertas y alerta. Esa sensación de otras veces, cuando te cruzas con alguien que te gusta, que te atrae, que te llama la atención... que te despierta el apetito sexual en definitiva. Esa sensación que a veces me convertía en una auténtica cazadora.

Pero de nuevo, como la primera vez, no tenía demasiadas posibilidades. ¿Subir y preguntar por alguien que no conocía de nada?, ¿esperar en el ascensor eternamente?. Rezar.... no es mi especialidad. Esperar y la suerte... como siempre. Y la verdad es que no me podía quejar si repasaba mi historial en ese sentido.

Y efectivamente, la suerte me sonrió esa misma tarde. Me tuve que quedar un poco más para terminar algunos asuntos pendientes y cuando me acerqué al ascensor eran casi las 8 y media de la tarde. Nadie en mis oficinas salvo el personal de limpieza. Odiaba esa sensación de saber que había trabajado más por el mismo dinero... era algo que intentaba evitar a toda costa, pero esos días en que era inevitable los odiaba con todo el alma. Sensación de odio que inmediatamente desapareció de mi cabeza al abrirse el ascensor. Allí estaba. Él sólo repasando la agenda de su PDA. Levantó la vista, y al cruzarse nuestras miradas, noté que también una cierta sorpresa se adueñaba de su gesto. Guardó la PDA, dejó su maletín en el suelo y me dedicó una media sonrisa junto con un breve ‘Hola’. Respondí con un rápido ‘¿Qué tal?’ que suelo utilizar como saludo rápido pero que en esa ocasión provocó el inicio de algo más mientras las puertas del ascensor se cerraban. Se acercó a mí mientras yo pulsaba el botón de la planta de recepción del edificio y su respuesta fue contundente: ‘Pues a decir verdad, mejor ahora, porque tengo la oportunidad de besarte... algo que llevo deseando desde que el otro día te vi aquí mismo’.

Ufff... es difícil sorprenderme, debo reconocerlo. Soy una chica con recursos, a la que le gusta tomar la iniciativa a la menor ocasión, pero aquello no me lo esperaba ni mucho menos. Pero la sorpresa despareció para un posterior análisis cuando su labios entraron en contacto con los míos, en cuanto la punta de mi lengua encontró la suya y su mano acarició mi cuello rodeándome. A su mano le siguió su boca... que besó lentamente mi cuello, justo junto a mi oreja derecha. ‘Mi coche está abajo, me encantaría que me acompañaras allí’.

No recuerdo sentir que las puertas del ascensor se abrieran y se cerraran en la recepción. No recuerdo ni siquiera la parada. Sólo recuerdo estar totalmente concentrada en disfrutar ese beso largo, cálido, sensual y de las caricias de las yemas de sus dedos en mi nuca hasta que llegamos al parking.

‘¿Coche u hotel?’... algo que tampoco me esperaba. Fueron un par de segundos creo, en los que múltiples pensamientos atravesaron mi mente antes de tomar una decisión. ¿Un coche? ¿La última vez no fue el primer año de universidad? ¿Hotel? ¿Esa sensación de chica de alterne acompañando al ejecutivo y aguantando la media sonrisita del conserje? ¿El parking del trabajo....mmmmm eso es nuevo? ¿Un desconocido total pidiéndome esto tras coincidir 2 minutos en un ascensor? ¿El morbo de la situación es suficiente?

‘Coche... pero después me llevas a casa’. Me cogió de la mano y nos dirijimos a un Mercedes SLK 500 negro enorme y brillante que a los pocos minutos tenía los cristales empañados. Nada más entrar en la parte trasera, nuestras manos se retaron a un rápido duelo de desabrochar botones, soltar corbata, desabrochar sostén... mientras nuevas lenguas seguían su batalla particular de quiebros, roces, empujones, nudos y lazos... Mi excitación subió enormemente al notar sus manos sobre mis pechos desnudos, hecho que acompañó mordisqueando mi labio inferior. Mis pezones, pequeños y oscuros estaban muy duros... pendientes de cualquier roce, de cualquier beso, de cualquier lametón o mordisqueo ligero que llegaron mientras mi falda se soltaba y sus manos hacían descender mis braguitas hasta mis tobillos. Yo intenté dirigir mis manos a su pantalón, para hacer lo mismo que el acababa de hacer, pero con un ligero ‘sssssshhh’ retuvo mis manos, las colocó a mi espalda, me echó hacia atrás para que me tumbara en el asiento trasero y comenzó a besar mis pantorillas, mis rodillas, mis muslos... acercándose lentamente a mi sexo mientras mantenía mis manos en mi espalda. Fue muy intensa la sensación que provocaron sus labios y su lengua en mi entrepierna. Separando ligeramente mis labios mayores, besándome suavemente y rozando hábilmente mi clítoris mientras mi excitación y humedad aumentaban rápidamente. Comencé a mover mis caderas acompañando su ritmo. Su lengua subía y bajaba, desde mi clítoris hasta mi culito, muy lentamente, provocando que cada vez me sintiera más abierta, más dispuesta. Mis mejillas estaban sonrojadas, notaba ese ardor en mi cara y en el resto de mi cuerpo. Entonces, y sin soltar mis manos sujetas a mi espalda, me incorporó y me colocó sobre él, que estaba sentado y desprovisto ya de pantalones y ropa interior. De rodillas en el asiento fui descendiendo lentamente hasta notar la penetración, más profunda poco a poco mientras él tiraba de mis manos sujetas hacia atrás provocando que mi cuerpo se arqueara y que mi cabeza quedara entre los asientos delanteros mientras él besaba mi abdomen, mis pechos y mi cuello.

Así, moviéndome arriba y abajo sobre él unas veces y otras dejando que su movimiento de cadera fuera el único ritmo llegamos juntos, prácticamente al unísono a un orgasmo en él y a varios seguidos en mí. Entonces soltó mis manos y me fundí con él en un fuerte abrazo, notando su sexo aún en mi interior... perdiendo fuerza muy lentamente pero manteniendo aún mi excitación y ardor.

Seguimos besándonos largo rato hasta que ya decidimos vestirnos y dirigirnos a mi casa. Prácticamente no hablamos nada durante el trayecto. Supongo que ambos estábamos digiriendo el suceso. Sólo conocí su nombre, que estaba de paso pues acababa hoy mismo su trabajo y que volvía a la mañana siguiente a su ciudad natal.

Al llegar a mi manzana nos besamos de nuevo al parar el coche, nos despedimos y al cerrar la puerta vi por última vez esos ojos verdes, ese rostro afilado de perfecto afeitado.

Esa noche no necesité ninguna experiencia individual adicional. Caí rendida en la cama, sin desvestirme apenas.

A la mañana siguiente y durante la siguiente semana, permanecí atenta durante mis estancias en el ascensor al llegar y al salir del trabajo. Pero, como ya sabía, él no volvió a aparecer.

Sin embargo, roces en el ascensor o en el medio de transporte hay casi todos los días, ¿no crees?

AJAM – 11/04/2005