Roberto (1)

Verónica es una joven inexperta, que poco a poco irá entrando en el mundo de Roberto... ¡dedicado a Corsario Negro!

Me llamo Verónica, y mis amigos me llaman Vero. Soy estudiante de segundo curso de medicina. ¿Cómo soy?. Pues una chica normal, mido 170, peso 63 kilos, pelo largo castaño, ojos verdes, pecho normal, quizá algo pequeño, pero a mi me gusta. De mi culo siempre han dicho que lo tengo estupendo, y del resto, destacaría mi sonrisa. Algo tímida, buena estudiante, me gusta salir con mis amigos al cine, pasear, jugar al baloncesto, patinar, tengo un hermano y una hermana, y vivo con mis padres. Hasta la fecha sólo he tenido dos novios, aunque con ninguno la relación fue muy seria. Con el primero perdí la virginidad, y con el segundo disfruté algo más del sexo, pero tampoco nada digno de mención.

Mi verdadero despertar al sexo comenzó cuando conocí a Roberto. Le conocí en las prácticas de la carrera. El trabajaba en el hospital donde yo empecé con esas prácticas. Al principio no me pareció nada del otro mundo, pero comenzamos a hablar, y su personalidad y carácter poco a poco me cautivaron.

Salimos un par de veces, fuimos al cine, otro día a cenar, e incluso con algunos amigos míos. En esas primeras citas no pasamos de besos apasionados y magreos al despedirnos.

Yo no podía ni imaginar que Roberto conseguiría sacar la puta que había en mi, ni que me iba a llevar a límites insospechados….

La primera noche que fuimos a cenar, yo ya había organizado con una amiga el plan para poder dormir fuera de mi casa. Roberto me había insinuado que podía quedarme a pasar la noche en su casa y yo tenía muchas ganas.

La cena fue perfecta, romántica, colmada de atenciones. Llegamos a su piso, y me dijo que me pusiera cómoda. Se fue un momento a la cocina y yo me senté. Estaba algo nerviosa e incomoda, pues me daba vergüenza la situación.

Empezamos a besarnos. De repente el paró y me dijo :

quiero que te pongas de pie y te desnudes lentamente, quiero verte desnuda, ver cada parte de tu cuerpo.

Yo le respondía que si estaba loco y que vaya tontería, que iba muy rápido para mí.

Bien, -respondió- vístete, vete a tu casita y no vuelvas a llamarme nunca más.

Pero Roberto, que dices, no puedes hacerme eso.

Mira preciosa, yo puedo hacer lo que quiera, y tu niñata, no me vas a decir que puedo o no hacer o decir. Ya me has oído, si quieres te desnudas y seguimos o te vas y se acaba todo.

Yo no podía entender nada, el corazón me latía a mil por hora. Fui a por mi bolso para marcharme, le miré a los ojos, y me día la vuelta para ir a la puerta, pero no podía irme. Algo en el me volvía loca. Por otro lado no perdía nada, si vencía mi timidez, mi cuerpo no estaba mal, y ya había tenido relaciones con mis otros dos novios. Me di la vuelta, dejé el bolso y comencé a desnudarme. El se sentó en el sofá tranquilamente y con una sonrisa de victoria en su cara.

Bien, veo que te quedas. Quiero que me escuches antes de desnudarte. Sólo te lo quiero decir una vez. Me gusta que me respetes y que hagas lo que yo te pida. No me gusta pedir las cosas dos veces. Soy muy especial, y quiero que me hagas caso en todo. ¿lo tienes claro?

Asentí con la cabeza, pero sin mirarle, pues me daba vergüenza, en el fondo me sentía mal y asustada.

Llevaba una blusa blanca y una falda vaquera. Primero desabroché los botones de la camisa. Me pidió que me diera la vuelta para ver mi espalda. Después me quité la falda vaquera y me quede con la ropa interior y unas botas de tacón. Desabroché mi sujetador de encaje blanco. Roberto me dijo que en adelante no usaría sujetador, que al fin y al cabo mis tetas no eran muy grandes. Me quité las botas. Ya solo me quedaban las braguitas blancas también de encaje. Me las quité y me pidió que se las diera. Las olió. Luego me dijo que me sentara junto a él.

Empezó a tocarme, a observar todo mi cuerpo, me obligo a abrirme la vulva y después me arrodillé para chuparle la polla. Era bastante grande, sobre todo su diámetro. La metí en la boca y comencé a chupar. Enseguida me dijo que tenía que enseñarme a chupársela y la sacó de mi boca. Después de jugar un rato con mis pezones y mi clítoris, me tumbó en su cama y me penetró. Yo sentí un placer inmenso, pues aunque no lo esperaba, estaba muy mojada. Me folló como nunca me habían follado mis dos novios. Estaba tan excitada que aunque no lo había hecho nunca antes, comencé a gemir como una loca. Llegamos al orgasmo al mismo tiempo. Se tumbó a mi lado y me dijo que estaba loco por mí, pero que tenía que educarme. Quería que yo fuera su mujer perfecta. Cuando se durmió, no pude aguantar más y me puse a llorar hasta que me quedé profundamente dormida.

A la mañana siguiente, Roberto me despertó besándome por todo el cuerpo. Me trajo el desayuno y una preciosa rosa roja. Yo estaba aturdida, pues me parecía una actitud diferente. Cuando hube terminado de desayunar, me dijo que me tenía preparado un juego. Me pidió que cerrara los ojos. No estaba muy segura, me asustaba un poco. Al final, por supuesto accedí. Me sujetó ambas muñecas con unas esposas al cabecero de la cama. Luego me vendó los ojos. De esa manera, todo lo que hacía debía sentirlo. Primero me besó todo el cuerpo, cuando llegó a mi pubis, me separó las piernas y pasó suavemente la lengua por mi clítoris, luego los labios, entró y salió de mi vagina. No tardé en llegar al orgasmo. Tal y como estaba, Roberto me dio la vuelta, separó mis piernas y con mis propios flujos mojó mi ano. Imaginé lo que iba a hacer y le dije que no, no paraba de moverme para evitar que penetrara un agujero que nadie había tocado hasta ahora. ¡no quería!. Me agarró del pelo, y me gritó:

¡cállate ya! Voy a follar tu culo quieras o no, así que va a ser más fácil para los dos si colaboras un poco. No quiero que grites más ¿entendido?.

Asentí con la cabeza. Sabía que no quedaba otra opción, pero las lágrimas de rabia caían por mis mejillas. Puso la punta de su glande en mi culo, separó un poco más mis nalgas, y de un golpe la metió entera dentro de mí. Aullé de dolor, pero de nada me sirvió. Se corrió tras un par de minutos de mete y saca. Luego se fue a la ducha, dejándome allí sola. Al rato regresó, me desató las manos y me dijo:

Tengo que comprarte unos consoladores para abrir un poco ese precioso culito. Venga vístete que vamos a dar una vuelta. Quiero ir a ver a un amigo mío que hace unos tatuajes geniales.

Roberto, no puedo ir. Mis padres me esperan a comer.

De eso nada. Llámales y di que no puedes, invéntate lo que quieras, pero ahora vamos a ver a mi amigo.

Yo sabía que se iban a cabrear pero aun así llamé y me inventé un rollo. No se quedaron muy contentos, pero por lo menos Roberto no se enfadaría conmigo.

Roberto me pidió que me pusiera una minifalda muy corta, y una camisa entallada sin sujetador. Había comprado muchas cosas para mí, pero ninguna era de mi estilo. Me sentía incómoda. Salimos a la calle, y me daba la sensación de que todo el mundo me miraba. Llegamos a un local en la zona de Tirso de Molina. Tenía un aspecto un tanto cutre. Roberto saludo a un señor y le dijo que yo era su novia. Mario, que así se llamaba, me miró de arriba abajo. Roberto le comentó lo que quería, pero yo no pensé que era para mí.

Le dije a Roberto que bajo ningún concepto me iba a hacer un tatuaje. A mi no me gustan, pero aunque me gustaran, mis padres me matarían si me vieran uno.

Salimos de allí y Roberto no me dirigía la palabra. Le dije que lo sentía, que haría muchas cosas por el, pero un tatuaje no. Llegamos a mi casa, y no me dijo ni adiós. Yo le dije que me llamara al día siguiente, para vernos un rato.

Cuando vi a mis padres, tampoco estaban muy contentos. Me preguntaron que de donde había sacado esa ropa. Mi padre incluso me dijo que tenía pinta de fulana. Les dije que era para una fiesta de disfraces, aunque no parecieron muy convencidos. Me metí en mi cuarto, y pensé en todo lo ocurrido.

Roberto no llamó ni al día siguiente, ni en toda la semana. Tampoco atendía a mis llamadas. Yo la verdad le echaba de menos. Me presenté en su trabajo. No le quedó más remedio que hablar conmigo. Me dijo que no quería seguir conmigo, que el no toleraba tener una novia que no le diera gusto en esas pequeñas cosas.

¡pequeñas cosas, pensé yo! … pero no quería perderle.

Roberto, dime que quieres que haga, haré lo que quieras.

No me lo creo. No tienes mayor interés por mí. Búscate uno de esos novios de tu universidad, un crío, pues un hombre como yo te queda grande.

Roberto, te quiero a ti. De verdad haré lo que me pidas.

Bien, si es así. Vamos a ver a mi amigo. Esta vez te harás un tatuaje en la nalga, y también un piercing en el ombligo. También quiero que hagas dieta. Creo que te sobran unos kilos. Por último, tu ropa la compraré y elegiré yo. No quiero que me contradigas nunca. ¡no lo soporto!. ¿Qué me contestas?

Vale

¿Qué dices? No te oigo.

He dicho que si, que vale, haré todo lo que me pides.

Lo pasé fatal haciéndome el tatuaje. Roberto me obligó a quitarme las bragas y tumbarme en la camilla. Mario se aprovecho de la situación y me sobó a conciencia. Cuando terminó, Roberto le pidió que nos dejara unos momentos solos. Roberto me beso la nalga, me dio la vuelta y me sentó sobre el. Se desabrochó el pantalón y metió su polla dentro de mí. Estaba segura que su amigo estaba mirando, pero eso me excitó bastante, para mi gran sorpresa. Me levantó la camiseta y pellizcó los pezones. Fue un polvo muy intenso y pasional. Nos besamos y abrazamos, y Roberto me dijo que me había echado de menos. Entonces entró Mario y Roberto le dijo que mirara que tetas tenía. Yo estaba totalmente ruborizada. Mario me tocó las tetas, y le pregunto a Roberto si quería que me pusiera el piercing en un pezón. Le dijo que no, que me tendría que hacer algún arreglillo más adelante. No daba crédito a lo que oía, pero en ese momento me alegré de que el piercing no fuera a ser en un pezón. Al final me lo colocó en el ombligo, tal y como había dicho. Yo lo pasé fatal, pero al menos me lo podría quitar para que no lo vieran en mi casa. Lo que no sabía es que iba a hacer con el tatuaje.

Nos fuimos a casa de Roberto y cuando entramos me dijo que me quitara toda la ropa, que quería deleitarse de su obra. Así lo hice. Cuando me tocaba, sus ojos mostraban deseo. Me puso entre sus piernas de rodillas, se bajó la bragueta y me metió su polla en la boca. Esta vez procuré hacerlo mejor. No se corrió, y me puso a cuatro patas, para follarme, al tiempo que veía el tatuaje de mi nalga. Me tocaba el ano, y metía el dedo. Todavía me dolía un poco por la follada del fin de semana. Se movía despacio. Me pellizcaba los pezones, y yo cada vez me sentía más cachonda. Sacó un consolador de un cajón, y lo puso en mi culo, metiéndolo con cuidado. También puso un poco de crema, creo que vaselina. Yo intenté moverme, pero me dio un azote fortísimo en el culo, y cuando protesté me dio otro aún peor. Me dejé hacer, pues estaba mojada, y con ganas de correrme. También sacó del cajón una especie de pinza, que yo nunca había visto, y la puso en un pezón. Luego en el otro. Me dijo rápidamente que no quería oír ninguna protesta. Parecía imaginar mis pensamientos. ¡Que dolor tan intenso!. Lo olvidé tan pronto como el consolador entró en mi culo dolorido. Roberto intensificó el ritmo, y cuando notó que estaba llegando al orgasmo, me dio unos azotes, que lo hicieron aún más intenso. Enseguida se corrió el también. Se tumbó a mi lado y me dijo que ya podía quitarme el consolador y las pinzas. Me dijo que también quería que le limpiara la polla. Después me beso en la boca, pasando la lengua por mis labios, y metiéndola dentro de mi todo lo que podía.

Me gusta sentir que eres totalmente mía. Si sigues igual que hoy, podemos seguir juntos. ¿Estás de acuerdo Verónica?

El ya sabía la respuesta. Estaba muy enganchada a el, y pensaba utilizarlo. Por supuesto le respondí que sí, que le quería, que haría todo lo que pidiera, y que sólo quería hacerle feliz.