Robert: hombre y bestia.
Sus grotescos belfos, besaban mis delicados labios, sin importarle mis protestas; chupaba y sorbia hasta dentro de mi boca, intentando succionar mi ser cual horrible ventosa, a la vez que baboseaba el suave cuello largo de cisne, e intentaba clavar en este, sus diabólicos colmillos, evitando yo, mediante infructuosos empellones, que pudiera dejarme marcas visibles; lo cual no pude evitar del todo (al siguiente día, aparecieron los desagradables moretones).
El hombre siempre se mantuvo detrás a prudente distancia…
Yo había percibido su mirada lasciva de soslayo, recorriendo mi atractivo cuerpo, mientras realizaba compras en el mercado. Según el ángulo que yo presentaba, el hombre fijaba su vista, ya fuera en mis tetas, amenazando estas con rasgar la blusa de color verde trasparente; como también sobre piernas y trasero. Su mirada estaba cargada de una tremenda lujuria, semejaba a un lobo hambriento, observando a la borrega resguardada dentro del corral; tan lejos y a la vez tan cerca. Mientras lo observaba, controlándose y sufriendo, al no poderme devorar, provocaba que se humedecieran sexualmente mis pantaletas.
Esa mañana de calor infernal, yo vestía una mini falda blanca cortita y ligera de algodón; a través de la cual, se trasparentaban tenuemente, las bragas blancas de encaje. Una vez fuera del comercio, y dirigiéndome al auto aparcado en el estacionamiento subterráneo, sin esperarlo, el hombre sorpresivamente me abordó:
-Hola Sandra, dijo con voz gutural, y con bastante familiaridad; yo soy Robert, ¿me recuerdas?
Su saludo, me ocasionó cierto sobresalto; porque, para empezar, yo juraría que el hombre del mercado, con quien jugara hacía apenas unos momentos, a enseñar y ser vista, era un perfecto desconocido; además, de que suponía ya haberlo dejado atrás para siempre. Después de aquel inesperado saludo, deseaba despedirme e irme de inmediato.
En cuanto al juego erótico de enseñar y ser vista, frecuentemente lo realizábamos mi esposo y yo, en lugares públicos; tales como como bares y centros de baile, en donde, con la falda corta, sentada con los muslos juntitos, mostraba disimuladamente el triángulo de mis pantaletas a ciertos hombres; algunos de los cuales, llegaban a abordarme cuando yo me dirigía al baño, y a quienes, en ocasiones, invitaba a nuestra mesa, fingiendo que mi esposo y yo, solo éramos amigos. Todo quedaba en un coqueteo, y de continuar enseñando fugazmente mis piernas y sensuales bragas a nuestros invitados de ocasión.
En cuanto a este señor Robert, se trataba de una persona como de 50 años, quien era un médico a cargo de una amplia compañía, en donde yo laboraba en otra área; y con quien jamás había socializado más allá del ocasional saludo.
Ya repuesta del acercamiento de Robert, y fingiendo una grata sorpresa por haberlo visto, di lugar con una idea erótica que había explotado en mi mente, en aquel preciso instante:
De tal manera que: con el individuo de pie junto a mi auto, lugar hasta donde este me había seguido, abrí la puerta del lado del pasajero; y agachándome deliberadamente, según yo, con el fin de acomodar mis dos bolsas de mandado en el piso del auto, le mostré toda la cara posterior de mis atractivos muslos, y hasta donde fuera posible, mis sugestivas bragas blancas de encaje cubriéndome las nalgas.
Pero sin previo aviso, este hombre, a quien, en el trabajo, muchos consideraban un fino y educado caballero, metió su mano por debajo de la faldita; haciéndome pegar un respingo y un gritito, tanto del susto como de la sorpresa, tomando atrevidamente todo mi trasero con su mano, y frotando levemente, con uno de sus dedos, la periferia de mi ano, sobre la tela de las bragas. Su atrevimiento me dejo helada.
Al voltear a ver a Robert, con el fin de reclamarle su proceder, pude observar muy sorprendida, sus facciones transfiguradas a algo semejante a un animal babeante, que despedía lumbre por su mirada; era la viva imagen de la lujuria difícilmente contenida.
¡Quede petrificada por su imagen!, a la vez que el individuo no me dio tiempo de nada: Untándose fuertemente a mi trasero, procedió a besarme la parte posterior del cuello, e hizo que mi piel se pusiera “chinita”, sintiendo a la vez, como los pezones, se iban poniendo duros, hasta casi reventar; mientras que, a su vez, yo percibía la erección del hombre, dando leves picones sobre mi trasero. Luego, mediante leve forcejeo, vino a besarme los labios, girando para ello el hombre lobo, mi cabeza hacia él, mediante un tirón de cuello brusco; murmurándome al oído mientras mordisqueaba ávido el lóbulo de la oreja:
- ¡Siempre he estado secretamente enamorado de usted!
Lo cual apenas fui capaz de entender, ya que el hombre jadeaba fuertemente debido a la gran excitación; a la vez que: su caricia sobre mi cuello, y lóbulo de la oreja, estaban ocasionándome un placer incontenible. Yo débilmente insistía:
- ¡Suélteme por favor!
Mientras que un estremecedor encanto sexual, recorría todo mi cuerpo; sintiendo el vaho candente y pesado del macho sobre el rostro, hasta entonces, perfectamente maquillado que yo llevaba. Su hocico, besaba y babeaba todo mi rostro, hasta parte del cabello.
Yo intentaba escaparme de sus garras, y poder llegar a casa, para contarle a mi esposo entusiasmada, el haberme encontrado con Robert (aunque lo más probable es que no lo recordara); así como lo sucedido aquella mañana, y tener ambos, un tórrido encuentro sexual.
Pero al estarme batiendo en retirada, el hombre, con un movimiento de gran destreza y rapidez, extrajo mis pechos, desabotonando para ello, el seguro de enfrente de del sensual brassier; introduciendo habilidosamente, una de sus manos por detrás de mi cuerpo, y por debajo de las axilas, hasta llegar a las tetas; y luego, me giro, con la blusa también ya desabotonada, colocándome frente suyo, mamando mis pezones; y en ese instante, finalmente ¡desfallecí ante sus embates!
Sus grotescos belfos, besaban mis delicados labios, sin importarle mis protestas; chupaba y sorbia hasta dentro de mi boca, intentando succionar mi ser cual horrible ventosa, a la vez que baboseaba el suave cuello largo de cisne, e intentaba clavar en este, sus diabólicos colmillos, evitando yo, mediante infructuosos empellones, que pudiera dejarme marcas visibles; lo cual no pude evitar del todo (al siguiente día, aparecieron los desagradables moretones).
No era posible creer tanta audacia de su parte, ni la rapidez mediante la cual, el hombre me había casi desvestido. Yo suspiraba con el corazón acelerado, ante la emoción del abordaje, mientras el animal, se encontraba dispuesto a tragarse a su indefensa presa. Robert, sugería no elevar la voz, ni mucho menos gritar, para no llamar la atención de otros clientes del centro comercial; que pasaban de un lado a otro, unos a pie, otros en auto, cerca de nosotros, por el amplio estacionamiento. Casi desnuda de la parte superior, jamás se me hubiera ocurrido tal cosa.
Permanecí silenciosamente perpleja, respirando entrecortadamente; mientras el tipo, aprovechando el instante de aturdimiento, tomo con ambas manos, mis colitas de pelo de niñita colegiala que yo llevaba aquella mañana, hechas con el fin de amortiguar el intenso calor; y sentándome enérgicamente en el lugar del pasajero, y obligándome a permanecer con mis piernas por fuera, a la vez que el hombre permanecía de pie, se extrajo la goteante verga; y mientras me sostenía de una de las colitas, advirtiéndome con sus fauces hambrientas que no se me ocurriera gritar, y mientras, con la otra mano libre, abusivamente zambulló su palo hasta donde pudo; muy dentro de mi boca; provocándome, aparte de un tremendo reflejo nauseoso, que con el jalón de pelo, yo me viera forzada a girar la cabeza hacia un lado.
- Mámele cabrona…me ordenaba el hombre jadeante.
Como fui capaz, logré con gran esfuerzo, extraerme su pene de la boca, y viéndolo a su rostro deformado, como pude balbucee con voz entrecortada:
- Maldito animal…abusivo…
Sus ojos enrojecidos me vieron arrojando chispas; el hombre se había transformado en un feroz licántropo, y mediante una voz gruesa y cavernosa, bufando agitado, me advirtió:
- Me la voy a coger Sandra…no importa que luego usted me mande golpear, o incluso matar, o a encarcelarme…
Su figura me causo miedo, y sumisamente lo obedecí; mientras mis nervios se encontraban a reventar, a la vez que, de nueva cuenta, era obligada por el transformado individuo a mamarle todo aquello.
El inesperado encuentro, me estaba llevando al dolor y a la locura sexual: No era capaz de discernir cabalmente un sentimiento de otro. A su vez, influía el hecho de que nos pudiesen ver algunos clientes, lo cual afortunadamente no ocurrió; ya que todos transitaban tan ensimismados, resultando casi imposible de creer, que algo así, pudiese suceder en plenas narices de muchos, y pasar desapercibido; yo solo rogaba porque de los autos estacionados lateralmente al mío, no llegaran los dueños, y nos descubrieran “in fraganti” y en ese instante, vino a mi mente, cuando cierta vez, yo, en el asiento de atrás del auto con mi novio de entonces, le mamara su tieso palo, mientras transitábamos por las calles, a la vez que, una amiga de la adolescencia, conducía, recordando yo, como nadie se había percatado: ni de los autos ni los transeúntes.
En un arranque de increíble osadía, Robert, me condujo de la mano a jalones, mediante una débil resistencia de mi parte; suplicando yo, quedamente:
- Suélteme por favor…
Dirigiéndose hacia la parte frontal de mi auto; el cual, se encontraba de frente a la pared del sótano del inmenso estacionamiento, el individuo, destrabo el cofre, y acto seguido, lo subió, fingiendo un desperfecto.
- ¡Ya te dije que te callaras! Me ordenó el individuo…y repetía una y otra vez: Me la voy a coger, suceda lo que suceda después…
Su determinación era brutal, y en ese instante, me pareció observar a un hombre mucho más corpulento de lo que yo creía recordar. Sus facciones eran grotescas, mientras que el abundante cabello negro grisáceo, antes perfectamente peinado, ahora lucia con mechones por todos lados. Creí ver, brotando de entre sus comisuras labiales, una secreción espumosa, como una espesa baba de animal hambriento.
Solamente esperaba, que no se fuera a acercar algún buen samaritano, preguntando si ocupábamos algún tipo de ayuda; o el mismo guardia que realiza sus rondas en esos lugares. Yo no sabía que conducta pudiese tomar Robert en tal caso, y tampoco deseaba quedar en esa posición embarazosa.
Con el cofre del auto levantado, y empleándolo como escudo en contra de posibles mirones, Robert, con gran ardor, me volteo de nuevo de espaldas a él, subiendo mi falda blanca por encima de las caderas; y viéndome el trasero, se regocijaba acariciando los calzones, para luego proceder a nalguearme intensamente, sin importarle mi resistencia dolorosa; a la vez que exclamaba:
- Sandrita…que buena estas… ¡ten…ten putita hermosa! Y las nalgadas retumbaban en el estacionamiento…
Yo lloriqueaba quedamente, para no llamar la atención de alguien que fuera pasando, a la vez que suplicaba:
- No por favor…ya déjeme…me duele mucho…Pero tal, no parecía interesar al salvaje hombre.
Por el contrario, parecía que el llanto de una presa entre sus garras, lo enardecía mayormente. Sin importarle nada, en forma brusca, separó mis nalgas con todo y calzones puestos. Luego, de un empellón, forzó mi cuerpo hacia enfrente, y casi caí sobre el motor del auto; y jalando violentamente, el coqueto calzoncito para un lado, el cual trono levemente de sus elásticos debido al estiramiento; se hincó chupando todo de atrás para adelante, metiendo su cabeza entre mis muslos y glúteos, frotando frenéticamente mi clítoris con sus toscas manos; para luego, introducir su pene inflamado por mi vagina, con todo y bragas puestas; cogiéndome cada vez más duro, obligándome a subir una de las piernas, sobre la defensa.
Deseaba gritar escandalosamente, como siempre lo hago cuando soy poseída, pero la prudencia por evitar llegar a ser descubiertos, me lo impidió. Casi reventé mis labios de morderlos con dicho fin. Después de un buen rato de intensa cogida, Robert eyaculó una tremenda cantidad, mediante una exclamación y movimientos acelerados; y yo sentía, que el semen amenazaba con escurrir a borbotones fuera de mi vagina, mientras el individuo me ordenaba:
- Cúbrete con tu mano para que no se salga ni una sola gota de mi leche; y vete rápido a tu casa, y llegando, muéstrale a tu esposo tus calzones, y retira tu mano, para que la dejes escurrir toda fuera de tu panochita…
A lo que yo, fingiendo que mi marido no estaba al tanto de mis travesuras sexuales, dije sollozando:
- No…capaz que me hecha de la casa.
- No lo hará, dijo Robert; al contrario, le va a encantar saber que su dulce y seductora mujercita, fue cogida en el estacionamiento cual putita callejera.
- Eres un estúpido, le dije.
- Y tú me enloqueces tremendamente, mi dulce amor, contestó lánguidamente el hombre; plantándome esta vez, un largo como tierno beso en la boca ahora totalmente despintada, que yo, sollozando acepté.
Sus facciones de monstruo de antaño, misma que yo observara durante la atroz cogida, ya se había suavizado de nuevo; transformándose en el amable y fino caballero del que yo tenía recuerdos.
Entretanto, yo continuaba lloriqueando como una nena, sorbiendo mis mocos; y Robert, ahora me observaba verdaderamente mortificado. Desde un principio, estuve suplicándole que no me cogiera; y después de la soberana paliza, cuando me dirigía de nuevo hacia mi auto, obedeciendo sus órdenes, coloqué una mano en mi entrepierna, sobre los coquetos calzones blancos; para que el semen no escurriera fuera. Subí al auto parcialmente desgreñada, con las famosas colitas de cabello, ahora hechas un desastre, sintiendo la mezcolanza de semen dentro de la vagina a reventar. A través de la ventanilla del chofer, el hombre sujetó mi barbilla, pidiéndome ahora, cariñosamente que lo viera a los ojos, y dijo:
- Amor, te suplico: ocupo volver a amarte muchas veces más. ¿Me entendiste?
A la vez, que yo presentaba hipos de llanto, y sin responder absolutamente nada, le di reversa a mi auto, pero apretando mis fuertes muslos, para evitar la salida de semen, y de tal manera, partí a toda prisa, rumbo a casa; observándole agitar su mano en señal de adiós, reflejado en el espejo retrovisor.
Llegando a casa, recompuse el rostro, abandonando por completo, el hasta cierto punto: teatral llanto; y sonriendo le dije a mi esposo:
- Me encontré accidentalmente con Robert…
Y mientras este me miraba sorprendido, dado mi aspecto ahora desastroso, ya que, en la mañana, había salido de casa, muy bien arregladita; presentando ahora, los estragos debido a la tremenda cogida, junto con el calor del sótano, que nos hizo sudar intensamente a Robert y a mí, respondió:
- ¿Qué Robert?
Pero antes de que yo respondiese, sentándome de golpe en el sofá, elevé las piernas, y separándolas con las pantaletas aun puestas, dije:
- ¡Mira!
Con los ojos abiertos de sorpresa, mi esposo observó como mis bragas, ¡estaban empapadas de semen! Y yo, tuve la erótica ocurrencia de bajármelas lentamente, para que este viera mi hermosa vagina, llena a reventar de leche de macho; desprendiéndose unas hebras de viscosidad pegadas a las pantaletas, y luego, pujando, el semen borboteo mediante un sonido peculiar de aire y liquido fuera; mientras que una parte de este, se fue hacia el trasero, en donde sentí delicioso cosquilleo; y al colocarme de pie, el engrudo humano, escurrió por entre mis lindas piernas…
Mi esposo, transformado también en un energúmeno por lo observado, me cogió de perrito con brutalidad; y lo disfruté tremendamente, entre intensas nalgadas, y palabras humillantes. Al caer la noche, este remato de nuevo, mientras que yo, para placer de ambos, le contaba la manera como me había hecho gritar Robert; y toda la sarta de cosas que, a su vez, yo le había dicho a este hombre, en el oído, y de la forma como Robert, me había tomado de las colitas, empleándolas como manubrios; jalándome de estas, dejándomela ir toda, hasta rebotar sus huevos a reventar en mis nalgas, a la vez que le contaba a mi esposo, que yo jadeante exclamaba:
- ¡Ay Robert!: Clávame… clávame duro por favor…soy tuya…
En tanto que Robert, sin dejarme de jalar de mis colitas, decía bufando:
- Ay deliciosa Sandra: Ya sospechaba yo, acerca de tus encantadoras puterías.
Mi esposo me arrojó al suelo, desnudándome de manera humillante, haciendo trizas mi baby doll, arrastrándome del pelo; orinándose encima de mi cuerpo, azotándome con una tablita ex profeso mis paradas nalgas, las cuales soportaban estoicamente el castigo, gritándome que yo era una puta cualquiera, a la vez que yo llorando, suplicaba por su perdón, para dar paso finalmente, a una soberana culeada…
- ¡Eres una puta Sandra Rosalía! Gritaba mi marido; mientras me atizaba duro, hasta por el ano.
A partir de aquel candente instante en el estacionamiento, cada viaje de mi persona al super, era con la esperanza de toparme de nuevo con Robert; mismo a quien encontré cierta tarde, ya transcurrido algún tiempo, y sin esperármelo, emergiendo como un terrible fantasma, de entre los autos del aparcadero, produciéndome enorme susto, y un grito de espanto; atacándome este, transformado de nuevo, en el brutal y sádico “Mr. Hyde”.
El muy infame, a rastras me condujo cual carnívoro hambriento a su presa; tirándome de una de mis muñecas; girando, su cabeza desgreñada de un lado a otro, como venteando, cual bestia sanguinaria, la posible presencia de alguien; yo sollozaba, y él ordenaba tajante:
- ¡Guarda silencio!
Elevé mi vista como una indefensa presa a punto de ser devorada por el rapaz carnívoro; y en esta ocasión, Robert se sentó en el asiento del pasajero de mi propio auto, y mientras yo, gimoteando, era obligada a permanecer de pie junto a él. Este procedió a extraerse su enhiesto palo, y agachándome bruscamente de la cabeza, mediante jalón de greñas, me vi obligada a permanecer con el trasero parado, con mi minifalda, seguramente enseñando todas las nalgas envueltas en bellas y sensuales bragas rosas.
Robert, me forzaba a que se la mamara; tirando de mi cabello, zambulléndola, sin importarle mis sonidos guturales y la tos, en señal de casi asfixia; ni mis manoteos desesperados tratando de extraerme la enorme tranca, y de vez en cuando, bofeteaba levemente mi rostro, ordenándome:
-Quieta mi yegua…no me obligues a amarrarte…
Finalmente, mediante un arqueamiento increíble de su cuerpo, Robert estalló en mi boca; ¡tragándome todo su abundante y espeso semen! Casi hasta la sofocación. Sentí que llenaba toda mi boca, deglutiendo lo que fui capaz; sufriendo tanto por lo grande de la longaniza, como por la cantidad de espeso líquido. A la vez que el hombre, jadeando decía:
- la próxima vez, va por tu hermoso culo …
Y yo, limpiando una porción de leche escurriendo y cubriendo parte de mis labios con mi lengua, cual chiquilla comiendo y saboreando un helado de vainilla; respondí parpadeando angelical y cándidamente:
- Ay no…
- ¡Como no puta! Respondió Robert enardecido y resoplando…dándome un jaloncito de greñas y dos nalgadas fuertes… para finalizar diciendo: ya veremos si no…
Reconociendo que Robert, se transformaba en un grotesco animal ante mi sensual presencia, yo no dudé ni un solo instante, de que cumpliría sus amenazas; y contradictoriamente, un raro cosquilleo recorría mis entrañas de deseo porque tal día pronto llegara. Mientras tanto, el ente, aun sosteniéndome fuertemente entre sus garras, fue suavizando de nuevo sus facciones, transformándose otra vez, en un hombre sereno y lleno de amor; cambiando a una actitud tierna de arrepentimiento, resarciendo con sus labios, y su enorme lengua, las heridas que el mismo había hecho sobre mi cuerpo y alma desgarrada.
- Te amo Sandra…señalo en tono dolorido.
(próxima: Robert me conecta salvajemente y sin piedad alguna por el trasero).
FIN.