Rober y su Hermano Isaac

¡Quiero follarme a Isaac!, pero sé que es inalcanzable. Rober lleva buscándome desde hace tiempo, y si su hermano Isaac nos pilla echando un polvo en su habitación, pues que cierre la puerta o que se apunte...

Rober y yo teníamos en aquella época quince años, aunque él estaba a punto de cumplir los dieciséis. Él fue mi mejor amigo durante toda la época del instituto: moreno, ojos claritos, tripón, y con un bigotillo muy cutre y rancio del que no se quería desprender. "Afeitarse es como la guerra, tío. Una vez empiezas, ya no hay marcha atrás", ponía siempre como excusa. Yo era sólo unos meses menor, y en general aparentaba ser más crío.

Aquel finde en que sucedió lo que me apetece contar, los padres de Rober no iban a estar en casa, así que éste me propuso, como tantas otras veces, que pasara allí aquellos dos días. El viernes por la tarde llegué a casa de mi amigo con una mochila y mi cara de niño bueno, pues sabía que los padres de Rober no me consideraban una buena influencia, porque según decían, los dos pasábamos "demasiado tiempo juntos", lo cual era cierto, pues teníamos una relación de puta madre.

Tiré la mochila sobre la cama de la que iba a ser nuestra habitación, mientras me cachondeaba de mi actuación ante sus viejos. Después bajamos de nuevo al salón, para seguir un poco el rollo ante la familia. Estuvimos allí una media hora, el tiempo que tardó en llegar a la casa Isaac, el hermano mayor de Rober. Era él quien tenía que acompañar a los padres al aeropuerto. A mí me encantaba Isaac, porque era una versión buenorra de mi amigo. Ojazos azules, y el pelo moreno revuelto sobre la frente, aparte de un cuerpazo súper machacado en el gimnasio.

Poco antes de que Isaac se fuera con sus padres, pasó por nuestro cuarto, y nos advirtió que no se nos ocurriera entrar en su habitación, porque nos la íbamos a cargar si lo hacíamos. Rober respondió a su hermano con un noooo largo y un soplido, mientras que yo no podía quitar los ojos del torso de aquel tío, cubierto por una camiseta blanca de tirantes. "¿Y tú qué miras, capullo?", me dijo, aunque con una sonrisa de complicidad. La cosa quedó ahí, porque sus padres le reclamaron desde abajo.

-Me piro, chavales, pero volveré pronto. Sed buenos chicos y no hagáis nada que yo no hiciera -y de nuevo volvió a sonreír, mirando esta vez a su hermano; la puerta se cerró, y al cabo de cinco minutos el coche había arrancado y nosotros nos quedábamos solos por fin, con toda la casa para hacer lo que nos saliera de los huevos durante un buen rato.

-Joder, colega, un día de estos te lo vas a follar con los ojos –me soltó Rober de repente.

-Tanto se me nota, tronco. Es que no me negarás que tu hermano está como quiere –negué con la cabeza y me mordí el labio inferior, para dejar aún más claro lo mucho que me ponía ese tío.

-Pues qué quieres que te diga... A ver, reconozco que está bueno, pero es mi hermano y casi nunca le soporto -se quedó un instante pensativo, y depués levantó los hombros -Aunque, si de verdad te mola tanto, te voy a enseñar algo que seguro que te va a encantar.

Se levantó de la cama y me hizo un gesto con la cabeza. "Ven", soltó, saliendo de la habitación. Le seguí hasta el cuarto de Isaac, y aunque le vi entrar en él y me dijo que pasara, antes de hacerlo miré hacia el fondo del pasillo, como si esperase encontrarle allí agazapado, espiando nuestros movimientos. A los pocos segundos, me encontraba ya dentro del sancta-sanctòrum de Isaac. La habitación estaba hecha una auténtica mierda, con todo por el suelo. Vi los pósters de rubias en pelotas, y me imaginé la cantidad de pajas que Isaac se habría hecho mirando aquellas paredes.

Mientras, Rober buscó en el último cajón del armario, y sacó una bolsa de papel que contenía fotos. "Toma, disfrútalas", me dijo cuando me las dio. Las saqué de la bolsa, y entonces sí que empecé a flipar de verdad. En la primera, para ir abriendo boca, estaba Isaac sobre su cama, sólo tapado por unos calzoncillos blancos, y marcando ese cuerpazo con el que yo tantas veces había fantaseado. Nunca le había visto tan escaso de ropa, pero eso no había hecho más que empezar. En la siguiente, y casi en la misma postura, se sobaba con las dos manos un paquetón bastante abultado. Las dos siguientes eran muy semejantes, aunque cambiaba su cara de lascivia.

Después, una echada desde arriba, en la que las manos del tío ya buscaban por dentro del boxer, y otra en la que se agarraba un pollón enorme con cara de vicio, como si quisiera follarse el objetivo. En la siguiente foto, la cámara se había acercado para captar en todo su esplendor un magnífico ejemplar de polla humana, pidiendo a gritos una buena mamada. En otra, el tío estaba de pie y se cogía el nabo con una mano. Por último, mis fotos favoritas: la de Isaac a cuatro patas, enseñando al objetivo el ojo abierto de su culo, y un glorioso primer plano de su verga jugosa cubierta de semen.

A esas fotos (en las que evidentemente me fijé mucho más) las acompañaban otras en las que la protagonista era una chavala con el pelo castaño, las tetas no excesivamente grandes y la curiosa manía de abrirse el coño con las dos manos para la cámara... "Salió con ella el año pasado", me informó Rober, levantando yo la vista hacia él. "Pues no se parece demasiado a las tías que tiene enganchadas en la pared", miré a nuestro alrededor y ambos sonreímos.

Yo estaba sentado en la cama deshecha de Isaac. La polla se me había puesto inevitablemente dura. Su paquete, su culito depilado, aquel pedazo nardo... Me llevé una mano a la entrepierna para recolocar mi equipaje, que iba bien cargado bajo el chándal. Rober se había apoyado sobre el escritorio, y observaba con atención como yo pasaba las fotos una detrás de otra, llevándome de vez en cuando las manos a los huevos, sin importarme que él estuviera delante. Mi chándal blanco hacía notar que estaba preparado para atacármela en cualquier momento, y Rober y yo ya nos habíamos pajeado antes juntos, por lo que no me avergonzaba que me viera completamente empalmado. Él mismo fue quien me animó a hacerlo.

-Oye, Sergio, por mí te puedes hacer una paja si quieres, ¿eh? –dijo, sin darle demasiada importancia.

-¿No te molesta? –pregunté- Aunque me da un poco de palo hacerlo aquí, en su habitación.

-Venga, macho, no seas capullo. Si ya sé que hasta el olor de su ropa sucia te pone cachondo. Y las fotos no van a salir de este cuarto, o sea que tú mismo.

-¿Y tú? ¿Qué vas a hacer tú mientras tanto?

Rober llevaba un vaquero negro amplio y una camiseta de manga corta, también lo suficientemente ancha para no ceñirse a su orondo cuerpo. Se separó del escritorio de su hermano Isaac, y fue hasta la puerta.

-Puedo irme y dejar que te la menees a gusto, o quedarme a observar como te pajeas.

-También podrías unirte a mí –le propuse.

-Claro... –soltó, apoyando la espalda en la puerta, en pose de tipo duro-. A ti te encantaría que yo fuera el de las fotos, ¿verdad? Que yo fuera mi hermano Isaac.

Supuse que me estaba invitando a acercarme a él, así que tiré las fotos sobre la cama y me levanté, yendo hacia la puerta. De pie, el bulto de mi pantalón de chándal ajustado a los muslos, daba una idea bastante aproximada del tamaño de mi polla en erección, inclinada ésta hacia un lado. Rober bajó la rodilla y dejó que me acercara, repartiendo su mirada entre mis ojos, y las dimensiones de mi herramienta. Él la debía recordar perfectamente de otras ocasiones en que nos la habíamos machacado juntos. Me debía medir unos trece ó catorce centímetros, que no era demasiado, pero era casi tan gorda como una mazorca de maíz. Estaba seguro de que él había fantaseado muchas veces con tragarse aquella enorme tranca hasta el fondo; y ahora estaba tan cerca de su mano que casi la podía rozar.

Llegué hasta él y puse mis manos contra la puerta, una a cada lado de su cabeza, dejándole atrapado. Nunca antes habíamos estado tan pegados el uno al otro, y eso me hizo intuir que íbamos a ir más allá. Viendo en sus ojos que tenía tantas ganas como yo de que pasara, le estampé un beso en los labios, y le fui metiendo la lengua mientras él se dejaba hacer, un poco pasivo. Su mano se movió ligeramente para entrar en contacto con la carne dura que se ocultaba bajo mi pantalón, entre mis piernas. Separé mis labios de los suyos, sin apartarme, y miré hacia abajo al notar aquel leve y placentero contacto.

-Te mola sentirla, ¿verdad? -le pregunté, y empecé a mover las caderas adelante y atrás.

Yo ya estaba muy cachondo, sobretodo por la sesión de fotos guarras, y más aún con el magreo de Rober. Con cada movimiento, el contacto era más palpable. Giró la mano, para poder tocar mi verga con la palma, y detuve el movimiento para volver a comerle la boca. Él siguió apretando cada vez con más fuerza y cada vez con más ganas, provocando que estuviera a un paso de correrme. Llevó sus labios a mi oreja, para susurrarme:

-Tal y como la recordaba, tienes una polla extremadamente gorda –me gustó escuchar de su boca aquella guarrada de chico malo y vicioso, mientras Rober sacaba la lengua y me lamía con esos labios carnosos que yo más de una vez había imaginado succionándome el nabo con locura-. Antes te he preguntado que si te gustaría que yo fuera mi hermano, y no has contestado. ¿Qué me harías ahora mismo si yo fuera Isaac, acariciándote la polla, susurrándote al oído, deseándote...?

Levanté la cabeza y suspiré. El muy cabrón estaba disfrutando, y yo aún más. Me tenía la mazorca bien cogida por dentro del pantalón, y me la zarandeaba arriba y abajo, una y otra vez, hasta conseguir que el semen caliente traspasara mi slip azul y entrara en cálido contacto con la palma de su mano. Cuando por fin pude hablar, jadeante, le seguí el juego:

-Ahí tienes la respuesta, chaval. Me he corrido en todo el calzoncillo.

-Y en toda mi mano, hijo puta –sonrió con satisfacción y me la mostró, impregnada por mi semen viscoso-. Te has corrido como todo un hombretón –se llevó la mano a la boca, y empezó a lamerla.

-¿Te gusta cómo sabe, mariconazo? –le pregunté, y él volteó la mano y me la acercó-. ¡No seas cerdo! No pienso probar mi semen.

-Pues a mí me encanta como sabe...

Al parecer, Rober no había tenido bastante, porque se fue agachando hasta quedar en cuclillas, mientras yo permanecía inmóvil, siguiendo el movimiento con la cabeza. Sacando la lengua todo lo que pudo, lamió el semen húmedo que transparentaba incluso la tela blanca de mi chándal, recorriendo a través de él, el camino desde los huevos hasta el glande. Mi polla había perdido ya parte de su esplendor, pero los lametones de Rober sobre la ropa ayudaban a impedir que se me bajara la trompa. Le cogí de la cabeza y le hice levantar, para morrearle y notar el pringoso sabor a semen de sus labios. No me desagradó en absoluto, y he de reconocer que llevaba tanto tiempo deseando enrollarme con alguien y tener un momento cachondo, que poder hacerlo con Rober cumplía mis más altas expectativas.

Él no era su hermano Isaac, desde luego, pero le tenía entre mis brazos y estaba seguro de que él haría lo que le pidiera. Por eso llevé mis manos hasta sus vaqueros negros y los desabroché sin prisa, mientras nuestras lenguas seguían en contacto. Rober no pareció reaccionar a aquello, de modo que dejé caer los pantalones, que resbalaron por entre sus piernas. Enseguida pude contemplar una polla mal disimulada bajo sus boxer holgados. Rober se la sacó por entre la raja del ancho calzoncillo.

-¿Me la vas a comer? –preguntó, muy torpemente, dejando notar lo nervioso que estaba.

-¿Cuánto tiempo llevas esperando una buena mamada, amiguito? –le pregunté, antes de ordenarle que se tumbara en la cama.

Rober no dudó en cumplir aquella orden. Dejando los vaqueros negros junto a la puerta, caminó hacia la cama al tiempo que se iba quitando la camiseta y me mostraba unas lorzas que yo ya conocía de sobras. Se tumbó boca arriba; su polla se salía aún del calzoncillo. Le seguí, contemplando aquella verga pequeñaja y delgaducha mientras se tumbaba. Me puse en la cama de rodillas, a los pies de Rober, y le quité los calzoncillos para dejarle totalmente en bolas. Los pelillos que rodeaban sus huevos eran muy oscuros, y no dudé en pasar la lengua, notando en ellos un regusto a sudor mezclado con líquido preseminal. Después le lamí los cojones con dedicación, mientras mi moreno amigo se ponía las manos tras la nuca y se dejaba hacer.

No me costó nada meterme aquel rabo en la boca y tragármelo hasta los huevos. Una vez dentro, empecé a succionarlo mientras me agarraba con fuerza a sus piernas. Rober flipaba con la situación: que le estuvieran comiendo la polla por primera vez, y encima yo, su mejor amigo, alguien que (no hacía falta ser muy listo para darse cuenta) le gustaba desde siempre. Pensé que si seguía así no tardaría en correrse. Llevó sus manos hasta mi cabeza y tiró suavemente hacia sí, mientras me decía "Ven", casi en un susurro. Le hice caso, y cuando ya me había sacado el chupete de la boca, me fui incorporando, rozando mi cuerpo aún vestido contra la polla enrojecida de Rober.

Sin soltar mi cabeza, sacó la lengua y me la metió entre los dientes. Nos morreamos mientras él se dedicaba a quitarme la camiseta ceñida y sudada. Yo, entretanto, no dejaba de frotar mi húmedo pantalón de chándal contra el nabo descapullado del otro. La polla se me había vuelto a poner dura, pese a haberme corrido notoriamente minutos antes. Me dejé caer sobre Rober y me llevé las manos a la cintura para quitarme de un solo golpe el pantalón blanco y el slip azul, todo ello mojado por mi semen. Me deshice de la ropa y apoyé las manos en la cama, como si hiciera flexiones. Restregué con deleite mi enorme trabuco contra la pollita de Rober. Éste levantó un poco la cabeza para no perder detalle, y sé que le encantaba ver y sentir el contacto de su glande frotándose con el pollón de su mejor amigo...

¡Oh, oh! ¡No, no, no! ¡Putada, putada!

Fue entonces, cerca de alcanzar el clímax, cuando oímos el motor de un coche, y supimos que Isaac estaba de vuelta y que nos iba a pillar follando en su habitación. Rober y yo nos separamos bruscamente... Él corrió a guardar las fotos, mientras yo recogía mi pantalón y mi camiseta, y salía de la habitación a toda ostia. Esperé a ver salir a Rober y le pregunté si estaba todo en orden. Me dijo que sí, que yo me metiera en el baño a lavarme, y que él me esperaba en nuestro cuarto. Eso hicimos, al tiempo que oíamos la puerta de la calle y la voz de Isaac, gritando: "¡Ya estoy aquí, chavales!".

Me lavé la cara y me pasé un poco de agua por la polla, para refrescarme el calentón. Me puse la camiseta, mientras oía a Isaac pasando frente a la puerta del baño en dirección a su habitación. Me senté un par de minutos sobre la tapa del inodoro, para tranquilizarme antes de salir y deseando que todo estuviera en orden, pero enseguida oí la voz del hermano de Rober, pidiendo por favor a quien hubiera dentro que abriera la puerta del baño porque se estaba meando. "¡Un segundo!", le dije, y cuando me dispuse a acabar de vestirme, me di cuenta de que sólo había cogido el pantalón, y que mis calzoncillos se habían quedado en algún lugar del jodido sancta-sanctòrum de Isaac.

-¡Ábreme, colega, que me voy a mear en el pasillo! -insistió, mientras yo me ponía cada vez más nervioso.

Encima, mi polla no se había relajado aún del todo, a pesar de las circunstancias. No tuve más remedio que ponerme el pantalón a pelo y abrir como si no pasara nada. Isaac esperaba junto a la puerta, vestido sólo con una larga camiseta de baloncesto que le llegaba hasta los muslos. Entró antes de que yo saliera del todo. Le hice una broma estúpida para aparentar tranquilidad, pero ni siquiera recuerdo la chorrada que le dije. Sólo sé que se me quedó mirando, para mi acojone total, y que plantó uno de sus musculados brazos entre la puerta y yo.

-Oye, Sergio, ¿no te olvidas algo? –me preguntó.

Miré de nuevo hacia adentro, pero no vi nada mío. Entonces sí recuerdo haber dicho esta tontería: "Ah, lo sé, no he tirado de la cadena...". Él apartó el brazo, pero se quedó en la misma postura, imponente y peligroso. Cuando se levantó la camiseta hasta poco más arriba del ombligo, me quedé de piedra, porque el muy hijo de puta llevaba puesto mi slip azul, con toda la mancha de lefa en la parte de delante.

-Entonces, esto debe ser mío, ¿no? -pronunció lento y bajito-. Se ve claramente que son demasiado pequeños para el gordo de mi hermano, pero yo no recuerdo usar este tipo de slips. De ahí mi duda -continuó diciendo-. Además, no suelo dejar mis calzoncillos corridos echos una bola junto a la cama, donde los pueda ver cualquiera... O sea que no sé de quién debe ser esto.

Tuve un momento de pánico, sin saber muy bien cómo salir de allí, ni cómo escapar de aquella situación tan violenta. Traté de buscar una excusa convincente en décimas de segundo, sabiendo que me había metido en un lío, más aún cuando Isaac me empujó hacia dentro del cuarto de baño y cerró la puerta con el pasador.

-¿No piensas decir nada, pequeña maricona? –me volvió a empujar, esta vez contra la mampara de la ducha, haciéndola temblar-. ¿Qué hacías en mi cuarto, enano comemierdas? ¿Qué buscabas, eh? –me cogió de los hombros y me empujó contra el váter, obligándome a que me sentara sobre la taza- Estoy esperando una respuesta antes de pisarte la cabeza, gilipollas, así que no me cabrees más y habla de una puta vez, si quieres que te deje marchar.

Me sentí como un niño malo que acabara de hacer una travesura y hubiera sido pillado con las manos en la masa. Desde su imponente posición de macho dominante, mirándome desde arriba, Isaac me daba algo más que miedo, porque no podía olvidar que ese tío llevaba puestos los mismos calzoncillos en los que yo me había corrido minutos antes ayudado por su hermano. Puesto que ni siquiera levantaba la cabeza, él me jaló de los pelos y me hizo mirarle a la cara. "¡Vale, para, para, por favor...!", le supliqué, ya que me estaba haciendo daño.

-Muy bien, pequeño capullo, ¿vas a decirme entonces por qué coño me he encontrado estos calzoncillos corridos junto a mi cama? ¿Acaso es una especie de mensajito subliminal, o algo así?

-Sí, son míos –acabé admitiendo, aunque era del todo innecesario hacerlo a esas alturas; logré que me soltara el pelo, pero entonces me dio una ostia y me cruzó la cara, cuando yo menos lo esperaba.

-¿Y qué me querías demostrar con eso, eh? ¿Qué eres más vacilón que yo? –no esperó respuesta, ya que yo estaba demasiado ocupado intentando no llorar; entonces se puso condescendiente-. Chaval, que te saco cuatro años, y me he comido ya mucho mundo como para que venga un niñato de mierda a tocarme los huevos. ¿Era eso lo que querías, llevarte una paliza? ¿Acaso te mola que te den caña? -se volvió a incorporar, negando con la cabeza y utilizando el tono de voz más ofensivo que encontró-. Pues si lo que te mola es eso, que te den cañita, no creo que Rober sea la persona adecuada porque resulta que mi hermanito, con todo su bigotillo de machote pajillero, ¡es aún más maricona que tú!

De repente, toda esa brutalidad implícita en su voz, y en los gestos bruscos de su cuerpo, empezó a surtir efecto en mí, provocándome una extraña e inexplicable mezcla de impotencia infantil y perturbador deseo. Me lo miré allí de pie y le vi tan cachas, tan fuerte y poderoso, que me entraron unas increíbles ganas de seguir con aquello. Isaac me había insultado, pegado y humillado, pero algo dentro de mí quería más caña. Sí, más "cañita". A lo mejor el chaval no iba tan desencaminado al decir que eso era lo que yo buscaba...

Notando que ardía mi mejilla tras el golpe, supe que en el fondo también yo tenía algo de poder, pues mía era la decisión de seguir con aquello o echarme a llorar como un crío y conseguir que me dejara salir del cuarto de baño. Todo dependía de tocar las teclas adecuadas. Isaac pareció haberse hartado de la situación, presuponiendo que me había dado la lección de mi vida, orgulloso por haber puesto las cosas en su sitio. Vi que dirigía fugazmente su mirada hacia la puerta, dispuesto a marcharse, y fue entonces cuando le frené. Lo hice con la palabra, un terreno que yo dominaba a la perfección.

-¿De verdad quieres saber lo que estaba haciendo en tu sagrada habitación? –al menos conseguí llamar su atención y que me mirara; enseguida se encogió de hombros y frunció el ceño-. Pues justo cuando tú has llegado, estaba a punto de encular a tu hermano entre las sábanas de tu cama.

-¿¡Qué!? –su expresión mostró la incredulidad que yo esperaba para seguir jugándome la vida.

-Tu hermano no lo sabe, claro –libré de culpa a Rober, pues él tenía que seguir viviendo bajo el mismo techo de aquel bestia sin sentido del humor-. Por mi cuenta, me he puesto a registrar el santuario en el que expresamente nos has prohibido entrar, y he encontrado tus fotos agarrándote la polla -le miré entre las piernas y añadí, desatando su furia de inmediato-. Bonita polla, por cierto...

-¡Me cago en tu puta madre! –gritó entonces el cabrón de Isaac, antes de pegarme un puñetazo que me hizo caer al suelo.

Aunque el dolor fue bastante intenso, el deseo me sobrepuso, medio enloqueciéndome. Tampoco creía que me fuera a matar, así que me atreví a quitarme los pantalones desde el suelo. Isaac se giró hacia la puerta, absolutamente cabreado, mientras yo le decía lo mucho que me había gustado esa foto en la que enseñaba la raja de su culo. "¿Porqué no te sientas aquí un rato, machote? ¿Me vas a decir que aún no te han desvirgado ese culito tan delicioso?", y como si fuera un enfermo sexual y depravado, me cogí la polla con toda la mano, notando su dureza, y me la cepillé unos segundos hasta que Isaac volvió a ponerse de frente a mí.

Enmedio de toda aquella vorágine que no nos iba a conducir a nada bueno, el hermanito mayor me dejó de una pieza cuando empezó a sonreír de un modo extraño. "Estás completamente loco, colega", mientras negaba con la cabeza. "Todo esto es una puta locura, tío... ¡Mira!", soltó; se levantó un poco la camiseta y torció la cabeza hacia la puerta, como si le diera pudor observar aquello que me mostraba.

-Me la pone dura pegarle a un chaval de quince años, a un mocoso que me pide a gritos que le de más caña -ni él mismo se lo podía creer.

-¿Porqué no me devuelves los calzoncillos, Isaac? -pese a haberme quedado a cuadros al comprobar que, efectivamente, se le empezaba a marcar la polla más de la cuenta bajo mi slip azul, enseguida vi el modo de aprovechar aquella inesperada sorpresa.

-Eso quieres, ¿no? –se los quitó sin más, negando aún con la cabeza-. ¡Pues tómalos, joder! ¡Toma tus putos gayumbos! –me los tiró a la cara, cumpliendo de esta manera mi deseo de verle el rabo en vivo y en directo; estaba poco más que morcillón, pero apuntaba maneras-. ¿Qué más quieres, tío? -se dejó vencer.

-Quiero que me hagas lo que te apetezca –y me sentí realmente poderoso ahora, pese a seguir allí tumbado e indefenso.

-Desde luego, cuando he entrado para mear, no esperaba encontrarme a un crío cachondo y medio chiflado...

-Venga Isaac, no me vengas con cuentos -le corté-, porque cuando te has puesto mi calzoncillo sabías perfectamente que me acababa de correr en él. Has entrado aquí buscando guerra, y lo sabes bien –me incorporé un poco hasta quedar medio sentado-. Pues aquí me tienes, macho, tirado a tus pies, dispuesto a tragarme lo que me eches. No creo que nunca jamás vuelvas a tener a un crío de quince años cachondo y medio chiflado, deseando que le hagas perrerías -bajé el tono de voz, volviéndolo más confidencial y perturbador para él-. Nunca jamás, así que piensa en tu fantasía más guarra, más sucia e inmoral, Isaac, y llévala a cabo conmigo...

Me quedé un instante en silencio, sin atreverme a suponer cuál iba a ser su reacción después de aquella oferta; sin atreverme siquiera a mover uno solo de mis músculos. Entonces, Isaac dio un par de pasos hacia mí, con su apetitosa polla semi erecta, y se la cogió con una mano al tiempo que decía, en un susurro: "Me quiero mear en tu cara de bastardo hijo de puta...". Le miré a los ojos y supe que ese pensamiento le estaba poniendo muy cachondo. Yo, por mi parte, estaba tan caliente que sólo podía pensar en proporcionarle placer y cumplir hasta la última de sus asquerosas fantasías, como si fuera su fulana. Iba a dejar que me hiciera lo que quisiese.

Por eso me llevé las manos a la cintura y me despojé de mi camiseta, sudada y con pequeñas gotitas de sangre a la altura del pecho. Completamente desnudo, pude ver como de la punta de su capullo afloraba un pequeño chorrillo de pis, que cayó frente a mí. Como pareció que se cortaba, me acerqué un poco, recibiendo de lleno en la frente una buen meada. "Voy a mearme en esa cara de niñito malcriado, en esa boquita de piñón que tantas pollas se ha zampado", se animó, dejándome un tanto sorprendido. "¿Verdad que te gusta que te mee encima? ¿Verdad que sí, cerdo vicioso?". Le ponía cantidad decir todas esas gilipolleces, mientras me llenaba la cara de pis.

Se siguió meando aún unos segundos encima de mí, mientras por mi pecho y mi cintura chorreaba y humeaba su caliente meada. Se le había puesto completamente dura mientras lo hacía, y se había ido acercando hasta que las últimas gotas llenaron mis labios. "¿Era esto lo que querías, pequeño soplapollas? Que el hermano mayor te diera caña, ¿verdad?", dijo, volviendo a usar el tonito amenazador que traía cuando llegó al cuarto de baño.

-Ha estado bien, pero creía que sabías hacer otras cosas, aparte de una meada.

-Ya veo... Ahora te gustaría limpiarme la polla con la lengua, ¿no? –y se rasgó la garganta para lanzarme un lapo que me dio de lleno en la mejilla-. Pues eso es todo lo que vas a limpiar, maricón. ¡Ahora dame los calzoncillos! Porque como comprenderás, no saldré de aquí en pelotas.

Cogí el slip, que reposaba a mi lado, y me limpié la cara con él. Después me lo pasé por el pecho, la cintura y entre las piernas, para secarme. Todo sin dejar de mirarle, desafiante.

-Pero mira que eres crío... -se rió, asqueado-. ¿Piensas que me da asco? Son mi escupitajo y mi meada, chaval.

-Pues tómalos –en un gesto rápido, los dejé caer en el interior del váter y levanté la cabeza para mirar a Isaac-. ¿Qué vas a hacer ahora, imbécil?

Lo primero fue darme una buena ostia, con la manaza bien abierta. Y aprovechó mi confusión para agarrar los pantalones que yo me había quitado antes y ponérselos. A mí ya me venían ajustados, y él era más alto y con los muslos el doble de anchos que los los míos, así que le quedaban muy, pero que muy ceñidos. Su enorme polla erecta apenas cabía, y el conjunto, de un color blanco sucio, resultaba más excitante que cualquiera de mis fantasías.

-Me quedan bien, ¿no crees? Me los guardaré de recuerdo –dijo, con muy mala leche-. ¿Te puedo satisfacer en algo más antes de largarme?

-La verdad es que sí –respondí, cachondo como una perra en celo-. Dile a tu hermano, de mi parte, que venga a acabar el trabajo que tú has dejado a medias. Como ves, mi polla sigue dura y yo estoy muy caliente. Tú te has rajado como una maricona, así que dile que venga rápido, porque se la voy a meter por el culo y, para ponerle cachondo, le explicaré los jueguecitos que te gustan. Ya sabes, lo de mearme en la cara, lo de escupirme y pegarme... ¡Me lo follaré así! -moví las caderas hacia arriba, en dirección a él, con las manos apoyadas en el suelo-. ¡Bam, bam!, y le haré gritar para que nos oigas. ¿Qué me dices a eso?

Se agachó despacito y yo me preparé para recibir otra tunda de guantazos, pensé que la peor de todas. Pero en vez de eso, simplemente dijo, en un susurro: "No te preocupes por eso, chaval, que enseguida le llamo".