Rizos de carbón vi
Estaba profundamente dormida. Tan adormilada que no oí tu llegada a la cama. Sólo me desperté cuando sentí que me besabas en el hombro. Separé un poco los parpados e intenté abrir los ojos. Percibo una tenue imagen borrosa de ti. Estabas sentado al borde de la cama, a mi lado y me mirabas. Yo estaba tumbada, boca arriba. Intenté decir algo.
A la mañana siguiente…
Estaba profundamente dormida. Tan adormilada que no oí tu llegada a la cama. Sólo me desperté cuando sentí que me besabas en el hombro. Separé un poco los parpados e intenté abrir los ojos. Percibo una tenue imagen borrosa de ti. Estabas sentado al borde de la cama, a mi lado y me mirabas. Yo estaba tumbada, boca arriba. Intenté decir algo.
- .. Pero creo que el sonido nunca salió de mi boca.
- Buenos días, Princesa. Dijo José Antonio muy cerca de mi boca.
Sólo sonreí con los ojos de nuevo cerrados y una sensación de felicidad y seguridad al saber que estabas a mi lado.
Creo que al instante me quedé de nuevo dormida pues lo siguiente que sentí fue tu mano acariciándome el pecho y no había rastro de la sábana que, hasta entonces, me cubría. Estaba completamente desnuda y, de alguna manera, sabía que tú también lo estabas aunque no podía verte. Quería abrir los ojos, abrazarte y besarte, pero no podía. Lo imaginaba y lo hacía en mi mente como en un sueño, pero mi cuerpo no respondía. Estaba demasiado adormilada.
- Tienes una piel muy suave. Me pasaría horas acariciándote. Volvió a decir dentro de un susurro.
Sentí tu mano bajando por mi estómago, por mi cadera, por el muslo… Me acariciabas lentamente como reconociendo un territorio grabado en el recuerdo, disfrutando de esta oportunidad de observarme y acariciarme de una manare furtiva. Yo seguía sin moverme, pero sentía como mi cuerpo se estremecía con tus caricias, erizando todo el bello que tus yemas recorrían.
Ahora ya no quería despertar. La sensación era extraordinaria, en un lugar más cercano a los sueños que a la realidad, sintiendo un placer abstracto muy agradable. Tu mano subía ahora por la cara interna de mi pierna, la rodilla, el muslo y, cuando llegó al final, posó sus dos manos sobre mis ingles y una vibración recorrió todo mi cuerpo, haciéndome soltar un leve gemido. Jose Antonio tenía el pene totalmente duro, como a mi te gusta, y estaba muy mojado. Sus dedos dibujaban suavemente el contorno de él sobre mi vulva, introduciendo las puntas de sus dedos en mi vagina. Haciendo un poco de presión en la puntita de mi clítoris, acariciándome levemente e incitándome como despertando muy despacio mi sexo al igual que había hecho con el resto de mi cuerpo.
Esas caricias tan suaves y lentas me provocaron una excitación muy rápida y muy intensa. Ya no sabía si estaba despierta o dormida. Sólo sabía que te deseaba tanto que dolía. Sentía miles de pulsaciones en el interior de mi vagina fuertemente como si mi corazón se hubiera instalado allí y ya no quería que las caricias fueran tan suaves sino que respondieras a ese latido con igual intensidad. Lo necesitaba, lo pedía a gritos y sentía que si lo hacías me correría inmediatamente, sin remedio y sólo pensarlo me excitó aún más. Lo hiciste. Me penetraste con tus manos, un poco más tocando ese punto que a mí me hace volverme loca. Me sentí venirme, no tan intensamente como había anticipado pero sí provocó en una oleada de inmenso placer que hizo que te deseara aún más. Deseaba su cuerpo, su peso sobre mí y sentirte dentro. En ese instante, casi sin pensarlo, exclamé:
- ¡Saboréame¡
José Antonio, pasó a estar entre mis piernas, me besó, me lamió mis labios y bebió de mí el elixir más sabroso que mi cuerpo podía ofrecerle. Pero deseaba que lo hicieras tú sin pedírtelo, así que seguí suplicándote en mi sueño. Pensar que podías escuchar mis pensamientos, me parecía una idea terriblemente romántica. Ojalá fuese así.
Cuando te inclinaste sobre mí y sentí el calor de tu cuerpo sobre el mío, fue como una victoria y a la vez me sentí derrotada. Vencida a ti, totalmente dominada por tus caricias, suplicando que terminaras conmigo y me mataras de placer. Y comenzaste a hacerlo. Colocó mis manos en su pene, para que yo iniciase un delicioso masaje arriba y abajo, haciéndolo una y otra vez, primero no tan rápido. José Antonio, besando mi cuello mientras mis manos recorría su sexo. Luego se arrodilló, aumentando el ritmo de mis movimientos y él acelerando su respiración. Una de tus manos fue directa a mis pechos, con urgencia los masajeaba, acariciándome sabiendo que esa combinación acabaría conmigo. Me llevé una mano a la boca para poder saborearle, chupé mis dedos y había alguna gotita de su esperma, lo saboreé y lamí mi mano, dejando saliva suficiente para lubricar aún más su pene. Así lo hice. Él gimió, haciendo que un gruñido varonil y totalmente humano transitó por toda la habitación. Se recostó a mi lado, me besó los labios como si fuesen del cristal más fino de la tierra, beso el de arriba, el de abajo y luego introdujo mi labio inferior en su boca. Nos fundimos en un beso que me calentó hasta los dedos de los pies. Se colocó sobre mí, y sin dejar de besarme, penetró mi vagina dulcemente, la lubricación era exquisita, y yo relajé mis músculos para sentirle dentro con los cinco sentidos. Sus gemidos se unieron a los míos, yo ya estaba en lo más alto y le deseaba ahora mucho más.
- ¡No pares¡ Supliqué.
Grité tu nombre.
- ¡José Antonio!
Al escuchar aquel grito de placer, me provocaste un intenso escalofrío, me retorcí bajo tus manos. Las sensaciones, los sentimientos fluían de uno a otro por nuestros cuerpos como si fueran uno, como si fuesen bombardeados por un solo corazón hasta que llegamos al más intenso clímax.
Y nos quedamos abrazados hasta quedarnos dormidos. Y así seguimos hasta que horas más tarde me desperté, y decidí despertarte poco a poco, suavemente. Cuando mis ojos estaban totalmente abiertos, le tenía a mi lado, mirándome en silencio sin decir nada. Encima de la mesa estaba el desayuno. Había pedido antes una bandeja con zumo, tostadas, café y un poco de bacón con huevos revueltos.
Mi príncipe había dispuesto todo para comenzar nuestras vacaciones con la máxima energía, y así fue. Aunque estaba frío, desayunamos como si estuviese caliente. Solo el detalle que él había tenido restaba importancia a todo lo demás.
- Buenos días, cariño. Le dije.
- Buenos días, mi amor. Me respondió el.
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