Ritual (2)

¿En que modo se puede sentir más intensamente al Ama? ... un látigo se descarga sobre la espalda de aleis.

aléis comenzó a gemir, mientras yo abría mi mano dentro de él y palpaba su interior. Tocaba con mis dedos sus paredes y presionaba en un lado u otro a mi antojo. El sumiso, completamente humillado y expuesto en la sala, inclinó su cabeza y curvó aún más la espalda, terminando de asumir el lugar que le correspondía y tratando de agradar a su Dueña.

Saqué lentamente mi mano, para volver a introducirla una y otra vez, ya sin tanta resistencia. –"Tienes un bonito culo, niño. Lo dejaré abierto todo el día"-. Salí con fuerza de su ano, escuchando el quejido de aléis al sentir el dolor de ser tratado sin miramiento.

-"Debes aprender a ahogar esas quejas, esclavo"- mientras, la palma de mi mano restallaba en su trasero.

-"Sí, Señora. Discúlpeme, intentaré que no vuelva a suceder. Gracias"-

Saqué un plug especial del cajón de la mesilla del teléfono. Medía tan solo 15 cm., pero era más que suficiente para el uso que yo quería darle, tampoco era demasiado ancho. Solía utilizarlo cuando quería que un sumiso fuera a trabajar sodomizado, ya que terminaba en un disco que hacía imposible que, al sentarse el esclavo, se introdujera por completo. De dicho disco salían dos correas, una que se ajustaba a la cintura y otra que baja entre las piernas, rodea la verga y se acopla a la primera.

El timbre de nuevo. jaume sale de la cocina y va a abrir la puerta. Se trataba de la sumisa de Salvador, por fin había conseguido aparcar. Casi me había olvidado de ella. Antes de pasar al salón, se desnudó en el cuarto que yo tenía especialmente para eso. ella sabía las normas que había en la casa, y ningún sumiso pasaba más allá del recibidor con ropa.

-"Buenos días Señora"- dijo nada más entrar a la habitación donde estábamos. Se acercó a mí, se postró y besó suavemente mis zapatos. A gatas se volvió para su Amo, que estaba a pocos pasos, con andréu a sus pies. –"Mi Señor..."-

-"Hola niña. Has tardado mucho"-

-"Lo lamento Señor, he aparcado bastante lejos, no encontraba sitio. Si usted lo desea, antes de irnos busco el coche y le aviso cuando esté en la puerta"-

  • "Acércate más, que pueda tocarte"- eria se colocó a la derecha del sillón dónde estaba su Dueño, aún a gatas. Salvador se dedicó a acariciar su espalda y sus nalgas, haciendo una incursión esporádica hasta su sexo, para volver a subir de nuevo.

eria tenía facciones dulces, pelirroja con pecas, una eterna niña a pesar de que ya andaba en la treintena. Su cabello, con preciosos rizos naturales, le caía pesadamente en la espalda. Tenía además un cuerpo precioso, orgullo de su Dueño, que nunca le hacía marcas permanentes. Había estudiado Bellas Artes y casualmente allí había conocido a andréu, sin que ninguno supiera que tenían más aficiones en común que la pintura. El día que se vieron por primera vez en mi casa se quedaron extrañados y algo cortados. Pero les duró poco, enseguida trazaron unos fuertes lazos de complicidad. Creo que si la sumisa viviera con Salvador, a andréu no le costaría tanto pasar algunas temporadas con el Caballero. Claro que no le hago ir para que se divierta...

andréu acababa de cumplir treinta y dos, modelista de profesión y escultor de vocación. Extremadamente atractivo, siempre había tenido éxito con las mujeres. Con ese aire de chico duro del cine de los sesenta, y con una mirada profunda y embaucadora. Le costó años superar el miedo y la vergüenza de ser sumiso. Recuerdo que en los comienzos de nuestra relación, las muestras de rebeldía se daban con demasiada frecuencia. Llegué a castigarlo con cinco horas de suspensión diaria durante semanas, azotes, fuertes humillaciones en público... Y no mejoraba. Me cansaba y estaba a punto de dejarlo, a mi pesar, ya que yo sabía que podía llegar a ser un magnifico sumiso.

Un día, harta de niñerías y muy enfadada le dije que se fuera y no volviese nunca más, no merecía la pena tanto esfuerzo si él no iba a ser capaz de dejara a un lado sus prejuicios y entregarse completamente.

Llorando me suplicó una oportunidad, dijo que sería el más obediente de los esclavos, que haría cualquier cosa.

Recordé sus dos grandes límites: las marcas permanentes y los hombres (tanto dominantes como sumisos). Lo veía sincero, sabía que después de probar la esclavitud, se le haría insoportable volver a su vida anterior.

-"Solo una oportunidad más. Y solo si superas tus límites para mí"-

Se arrastró hasta mis pies, humillándose como nunca lo había visto, asustado de perderme y asustado por lo que iba a decir.

-"Mi Dueña y Señora, le suplico perdone a este estúpido que tiene ante sí. No sé ni tan siquiera como me atreví a ponerle límites. Haga de mí lo que le apetezca"- Bajó la cabeza y permaneció allí arrodillado. Yo me fui a hacer una llamada y a leer un rato, hasta que, un par de horas después, le dije que preparara una bolsa con tres o cuatro cosas necesarias: su collar, correa, productos de aseo personal y una muda. –"Te irás con Salvador el fin de semana. Debes tratarlo con máximo respeto y obedecerle en todo, porque estos dos días él será tu Amo. Si me da una sola queja, no vuelves a verme."-

El lunes siguiente hice que le tatuaran una C donde la espalda termina... la cual luce con orgullo.

Separé las piernas de aléis, coloqué aquel falo de latex en su entrada, ya muy abierta. No fue necesario ningún tipo de lubricación extra.

-"Coge el plug, niño. Quiero que lo metas tu mismo"-

Agarró el consolador con su mano, y sin más miramientos lo hundió hasta el fondo, hasta que el disco quedó pegado a su agujero.

Salvador se dirigió a su sumisa:-"Átale las correas, esclava"- eria se acercó a aléis, sujetando con fuerza las correas, para que el plug quedase dentro y no se moviera al caminar. La erección del sumiso era espectacular. Eran años deseando vivir una situación así. Además llevaba un mes sin sexo, y por supuesto, sin orgasmos. él desconocía que hoy tampoco se lo iba a permitir.

Contemplé un rato la escena. El nuevo esclavo parecía extasiado, completamente entregado, hubiese hecho cualquier cosa que yo le pidiera, seguro que ansiaba recibir una orden de su Ama, que deseaba estar humillado a mis pies, lamiéndolos, o sirviéndome de escabel. Me preguntaba que estaría pensando

El ritual de iniciación no había terminado, soy de la opinión que un esclavo debe comenzar conociendo bien el poder que su Dueña tendrá sobre su cuerpo y sobre sus sensaciones, y sobre todo, sobre su voluntad.

-"Salvador, te voy a robar un ratito a andréu, tiene que traerme algún juguete"- y dirigiéndome al sumiso le indiqué las correas que quería, la barra separadora para las piernas y el látigo.

aléis nunca había sido azotado, pude ver el temor en sus ojos cuando nombré el látigo. Deseado y temido.

-"La primera vez que flagelo a un sumiso tengo la consideración de preguntarle cuantos golpes cree que aguantará"- comenté sonriendo.-"Así que dime, aléis:¿Cuántos?"-

-"Usted sabe que es la primera vez para mí, diré la cifra que me parece adecuada, pero temo no llegar a aguantarlo y suplicar a la misericordia de mi Señora"-

-"¿Cuántos, aléis?. Daré el número que digas, sea el que sea, aunque espero que alcances complacerme con tu respuesta. Si te pones tonto, te amordazaré, descuida"-

-"Gracias mi Dueña. Creo que treinta y cinco es un número razonable. Si estoy en un error, seguro que mi Ama sabrá sacarme de él."-

-"¡andréu, fija sus muñecas a las argollas de la pared, colocado de espaldas, y la barra separadora bien sujeta a los tobillos. No quiero que se muevan las ataduras lo más mínimo, o el siguiente en probar el látigo serás tú!. aléis, vas a quedar semi - suspendido cuando abras las piernas para la barra separadora. Debes aguantar para mi. Serán 35 latigazos"-

Quedó bien sujeto a la pared por dos fuertes correas de cuero, tal y como dije, cuando abrió las piernas para dejar paso a la barra, solo podía sostenerse con la punta de los dedos, en una posición antinatural.

Dejé a andréu a un lado, haciendo sitio para azotarle con más comodidad donde yo quisiera.

El primer azote cruzó su espalda, con el látigo, hiriente apéndice de la temida y adorada Ama. Dejé que pasaran unos segundos, para que se recuperara un poco de su primer golpe. Había pegado la frente a la pared y se mordía los labios, mientras yo paseaba alrededor de él, observando. Ni una queja.

Segundo latigazo, precedido por el silbido que hace al cortar el aire y fundido, al fin, con la caricia lacerarte en la piel.

El lapso del descanso había pasado, era tiempo de sentir el dolor de la entrega. El esclavo recibió veinte azotes, ahogando, como había prometido, cualquier queja. Se le veía vencido, subyugado. Aguantando su instinto de súplica.

Eran suficientes, se había portado bien, no necesitaba llegar a treinta y cinco. Al desatarlo agradeció tan encarecidamente como pudo, la mengua del castigo, prometiendo plena entrega y obediencia a su idolatrada Señora.

-"La comida está lista para servir, mi Señora"-

jaume había entrado en la sala sin que yo me percatase de su presencia. Cabeza inclinada, vista clavada en el suelo, esperando órdenes. Mi querido jaume siempre tan sugestivo, ni siquiera trató de mirar a aléis. Inmóvil, se deleitaba en cada instante de cada encuentro tal que éste.

-"aléis, observa a jaume, te viene bien aprender de un esclavo como él. Y tu jaume, al suelo. Ya sabes lo que quiero que hagas."

jaume, con perfecta disciplina, se arrodilla ante su Dueña. La espalda recta en todo momento, el cuello ligeramente flexionado hacia delante, jamás osa levantar la mirada, tras un segundo se posa sobre sus talones y arquea su espalda hasta que la frente se queda a escasos dos centímetros de mis pies. Las manos completamente apoyadas en el suelo, con los dedos separados, por si me apeteciera jugar con mis tacones entre ellos. Espera a que yo de el siguiente paso, anhela mi pie sobre su cabeza, una muestra más aguda de mi poder, pero aguarda, jamás lo pedirá. Prefiere morir de deseo que importunar a su Dama.

Coloco mi pie, que hoy está vestido con unas botas negras de medio tacón, justo delante de su boca... empujo un poco más, obligándole abrir sus labios y metiendo la punta bien adentro. Saborea con avidez, lame el regalo que acaban de hacerle. Su lengua lo recorre suavemente arriba y abajo, cada rincón. Limpia con su saliva la piel del zapato, adorándolo, como parte de su Ama. Las manos atrás, ya que no tiene permiso para tocarlo más que con su boca. Sonrío, este niño se llevaría el día así...

-"eria y andréu servirán hoy la comida ¿Te parece, Salvador?. A jaume lo tendré pegado a mis tacones un buen rato"-

-" Pobre jaume, jajá jajá, seguro que le ha decepcionado no poder servir el almuerzo, ¿verdad, niño?"-

Por toda contestación, jaume inclina su cabeza ante el Caballero. Estas preguntas trampa lo azoran mucho.

-"jaume, quiero que me sigas a donde yo vaya, con tu cabeza siempre rozando mis zapatos. Y en las ocasiones que me pare, te dedicas a acariciarlos con tu lengua"-

-"Gracias mi Señora, maravilloso regalo el que hoy me hace"-

-"Y vosotros dos a la cocina, y sin entreteneros, que ya es tarde"- eria y andréu se marcharon rápidamente para poner la mesa y servir la comida.

aléis observaba como el esclavo no se separaba de mis pies ni un milímetro, y como se arrastraba por el suelo devotamente detrás mía, como un perro fiel. Comparado con sus torpes movimientos, jaume casi parecía flotar. Se debió sentir avergonzado, pues bajó un momento la mirada y se ruborizó.

El almuerzo estaba listo. Salvador y yo nos sentamos a la mesa, mientras eria y andréu permanecían en pie, atentos a lo que deseáramos. jaume, al que até a una de las patas con su correa, seguía lamiendo deliciosamente mis pies y aléis, aun sodomizado, observaba todo desde un rincón.