Ritual (1)

Para un esclavo el primer encuentro con su Ama es mágico... deseos de servir, de sentirse humillado bajo la suela de sus zapatos. Los demás siervos de la Señora observan sus primeros y torpes pasos.

El miedo a traspasar la frontera los detiene siempre un momento frente a mi puerta. Asustados tiemblan, un sudor frío los envuelve, tibia mezcla de miedo y excitación que me encanta. Y aléis no fue la excepción. Con tan solo 26 años se iba a convertir en el más joven de mis chicos.

Dejo que pase justo un segundo más de lo necesario y ordeno a jaume que le abra. Escucho como la puerta es abatida, como intercambian unos saludos y como se acercan a la sala.

Moreno, pero tez blanca, aire aniñado, casi femenino. Mirada triste y lejana. Alto y desgarbado. Lo primero que pensé al verle es que iba a tener que enseñarle a caminar. Los hombros echados adelante, paso tímido ¿era por la turbación al verme?, espalda doblada. Recordé a mi abuela, que de niña me mostraba cómo andar con un tomo de la enciclopedia de la "Historia de España" sobre la cabeza.

Se detiene apenas a tres pasos de mi, se postra... o más que postrarse, se deja caer torpemente sobre sus rodillas y clava su vista en el suelo. No puedo evitar sonreír. Con lo decidido que parecía estas semanas mientras nos conocíamos por teléfono, ahora se veía completamente derrotado.

-"Buenos días aléis, ¿Cómo estás?"-

-"Buenos días mi Señora, estoy muy nervioso, pero contento, por poder verla"- Su voz era tan dulce como siempre, pero un ligero temblor se podía percibir en ella.

Breve saludo, sin duda, parco precedente de las largas conversaciones que, con motivo de mejorar sensiblemente su educación, habríamos de tener.

-"Acércate niño, y desnúdate. En el recibidor, entrando a la izquierda, hay una puerta,. Se trata de un pequeño cuarto con aseo. Cuando vengas a partir de ahora, te desnudas allí y te das una ducha ligera. jaume te indicará donde puedes dejar tus cosas."-

Mientras hablaba advertía como iban cayendo a un lado las prendas, una a una. Lentamente su cuerpo quedaba a mi vista. Aproximé mis dedos a sus labios, los acaricié con delicadeza, a su rostro, me detuve en cada párpado, recorrí el perfil de la nariz, revolví sus cabellos y me levanté, para colocarme a su espalda.

-"Arriba, quiero verte en pie"-

El primer momento de entrega real del sumiso, un examen físico. Mis manos recorrían su piel con libre albedrío, deteniéndose en cada rincón, en cada lunar que encontraban al paso. Comencé a jugar con su cuerpo, su espalda quedó marcada con surcos rojizos, que mis uñas trazaban y entrelazaban, tiré de sus pezones, rosados y diminutos. Miraba el escaso pelo que cubría su pecho, que algún dia depilaré. Y aléis se dejaba hacer, aparentemente sosegado, inclusive cuando uno de mis dedos se abría paso en su boca, atravesando sus labios, explorando, adentrándose casi hasta la garganta.

Mi mano comenzó a pasar insistentemente entre sus nalgas, el esclavo se arqueó para ofrecerlas mejor.

-"Sepáralas y las dejas bien abiertas para que pueda entrar con facilidad"- No había terminado la frase cuando sujetó firmemente cada lado y dejó bien visible su ano, depilado tal y como yo le había indicado.

Cogí un guante de latex que tenía sobre la mesa, el aceite corporal y me dispuse a seguir con mi exploración. Para aléis iba a ser la primera vez que alguien que no fuese él mismo, le sodomizara. Me puse el guante y dejé que un chorro de aceite resbalara desde la mitad de su espalda hasta su agujerito. Con mi pulgar en la entrada, comencé a presionar, mientras su piel cedía y dejaba paso al cuerpo extraño. Lo hundí del todo, la respiración de aléis se volvió acelerada. Un sobresalto y tensó los músculos.

-"Relájate, niño, o tendré que entrar a la fuerza y será peor"- .

Intercambié pulgar por índice, y la misma operación. Noté como obedecía mi orden y me hacía cómodo el camino. Todos los dedos de mi mano iban a entrar en aléis. Primero por separado... Pero no tardaría en tener mi puño entero alojado en su culo. Quería que sintiera bien a su Señora, que tuviera conciencia del lugar que le correspondía, tenía que aprender que cada parte de su cuerpo era mía, y que la tomaría siempre que lo deseara y del modo en que yo quisiera.

jaume nos observaba, mientras recordaba el día en que era él quien estaba siendo examinado por su Dueña, año y medio atrás. Tenía treintaitantos, nunca consigo recordar cuantos, pero parecían muchos más. Con la delicada educación de un mayordomo inglés, siempre pendiente de su Señora, disfrutaba enormemente de su servidumbre. Era un reconocido decorador, en sus ratos libres, es decir, de nueve a dos. Sus clientes consentían sus rarezas, o el que saliera corriendo, con una siempre amable excusa, tras una llamada de teléfono. Perfeccionista en ambas facetas de su vida, cuidaba extremadamente las formas y seguramente estaba molesto por los pequeños fallos de principiante que observaba en aléis. Me divertía pensar la reprimenda que, a solas, le daría. Seguida por mil indicaciones y consejos.

El timbre nos devolvió a la realidad. ¿Qué hora era?. Mi tercer sumiso, andréu , estaba en la cocina, preparando el almuerzo. Le dije que abriera, mientras me quitaba el guante. La visita se había adelantado. Hoy venía Salvador, un buen amigo mío. No solo conocía mis aficiones, sino que las compartía. Siempre era un placer tenerlo en casa.

Lo vi aparecer en el salón; antes del saludo, como era costumbre suya, se acercó a donde estaba con aléis, se inclinó y besó mi mano.

-"Buenos días Dama Claudia, tan hermosa como siempre"-

-"Buenos días Caballero Salvador, tan zalamero como siempre"- ...Una sonrisa compartida y un tierno beso en los labios.

Salvador era una persona fascinante, con alto poder de atracción. Elocuente, hábil compositor de la palabra , sabía siempre que decir y sabía siempre cuando decirlo.

-"Buenos días aléis"-. Salvador ya le conocía, de conversaciones telefónicas a tres. Un ligero azote en su culo con la palma de la mano abierta y se dirigió a andréu: -"¿No me ofreces nada para beber?. Claudia, tienes al pobre andréu olvidado, y obviamente necesita un poco de atención de su Ama, sin duda está pidiendo un castigo"-.

Miré severamente al chico, que estaba un poco azorado. –"¿Lo de siempre, Salvador?"- pregunté, sin dejar de observar al sumiso.

Entre risas me dijo que sí; no hizo falta más indicaciones, andréu diligente, marchó a la cocina, imaginando que hoy probaría el látigo del Amo

En alguna ocasión ya había pasado unos días en casa de mi amigo y sé que no le gustaba nada. Así como jaume disfrutaba también si lo cedía al Caballero, andréu lo pasaba mal. Cuando venía de visita, los nervios hacían que se portase penosamente, y el miedo a que al final de la jornada lo hiciera marchar con él, lo turbaba aún más.

Salvador conocía esta debilidad de mi sumiso, y le gustaba hacerlo rabiar.-"Cuando vengas, tráeme tu correa, niño. Ya se encargarán de terminar la comida por ti, ¿verdad jaume?"-

jaume se acercó a Salvador, se arrodilló a sus pies y beso el suelo entre sus zapatos .-"Buenos días Señor. Para mi será un placer terminar en la cocina y servir el almuerzo, si mi Dueña no tiene ninguna objeción. ¿El Señor desea alguna otra cosa de mi?"

-"Está bien así jaume, ve y no te entretengas, que estoy hambriento"- . jaume buscó un gesto mío de aprobación y se marchó a la cocina.

-"Salvador, ¿cómo es que vienes solo?. Los niños tenían ganas de jugar con eria"- Una sonrisa pícara se dibuja en mi rostro, y se encuentra con la encantadora mirada de mi aliado en estos acres juegos sadianos.

-" No he venido solo, está buscando aparcamiento. Solo a ti se te podía ocurrir vivir en pleno centro de la ciudad. Hasta la zona azul está imposible"-

-"Solo a ti se te podía ocurrir venir en coche, un taxi te sale más barato que tantas horas en un aparcamiento privado"-

-"Sabes que no me gustan los taxis"-

Le miro... siempre tan cabezota. –"No insisto, la próxima vez andréu os recogerá, ¿no, niño?".-recalco, mirando al interesado- "Ofrécele la bebida al Caballero y ponte a su disposición para lo que él desee"-

Acababa de volver con la bebida en una mano y su correa en la otra. Bajó la mirada, asintiendo con la cabeza. Se arrodilla ante el temido Señor, que le esperaba recostado en el sillón. Salvador ajusta las argollas y se queda con el extremo de la correa en su mano, para guiar los movimientos del sumiso a su antojo.

-"Descálzame, niño. Quiero que me refresques los pies y gozar de un buen masaje, esclavo. Espero de ti plena dedicación a ello, esmérate en hacerlo bien, porque ya cometiste un fallo y seguro que no te gustaría engrosar la lista"-

Repentinamente recuerdo a aléis, inmóvil, expectante. Presiono sobre su cabeza y hago que se apoye sobre la mesa del comedor, muy cerca del sillón donde mi amigo recibía las cálidas y húmedas caricias de la lengua del esclavo. Cojo de nuevo el guante de latex y el aceite.-"Mi querido Salvador, espero que no tengas inconveniente en que termine lo que dejé a medio hacer cuando llamaste. Será la primera vez que tenga el puño de su Dueña dentro, y seguro que está impaciente el pobre. Y tú, aléis, vuelve a separar tus nalgas-

-"Sabes que me para mi es un placer estar presente en tan memorable acontecimiento"- mientras hablaba no dejaba de sonreír.

Esta vez empapé el guante con aceite y coloque mis dedos índice y corazón justo a la entrada, presionando suave, pero firme. Cuando estuvieron dentro, los moví, en círculos, girándolos sobre si mismos, palpando el interior de mi sumiso, abriéndole por momentos. Los sacaba y volvía a introducir, más rápido... un tercer dedo, el corazón, se hizo un hueco dentro, acompañado de un gemido de aléis. Su ano estaba más y más dilatado por momentos. El cuarto dedo entró sin dificultad, cada embestida los metía más adentro, hasta que enseguida entraron los nudillos. Dolía, lo sé. Un poco de dolor le vendrá bien para sentir más a su Señora. Lo más duro había pasado. Introduje el pulgar y mi muñeca quedó rodeada por sus músculos, que presionaban mi puño en su interior.