Rita Skeeter y el Torneo de los Cuatro Magos (I)
La periodista se desplaza a Hogwarts para cubrir el gran evento, y para que la cubran a ella
Rita Skeeter se siente puta. Se ha colocado unas bragas de cintura tan baja que los pelos del coño negro asoman por encima del borde. Las medias que ha elegido son negras, sujetas a sus fuertes muslos por un liguero negro que sabe que dibuja un marco perfecto para su bajo vientre y su culo, del que está especialmente orgullosa. Todas las mañanas dedica una media hora de magia para cuidarlo, eliminando todas las impurezas que tienden a acumularse allí. Ha elegido un sujetador igualmente negro, también un poco más pequeño de lo necesario, para que la carne de sus tetas rebose por el borde y le dibuje un canal donde recoger los deseos de los hombres. Sabe cuáles son esos deseos, y alguno habrá que la caliente lo suficiente como para dejarle asomarse al abismo que hay entre sus pechos. Rita también está orgullosa de ellos, aunque haya tenido que pasar por las manos de un experto mago que le rehizo esas maravillas que luce ahora. Recuerda, con una sonrisa torcida, mientras sopesa sus tetas y se endurece los pezones, la mamada que tuvo que hacerle a ese mago para rebajar el precio.
A Rita no le van los convencionalismos. Cuando empezó a trabajar como periodista, se encontró muchas puertas cerradas, y en aquellos años, no estaba dispuesta a pagar el precio que le exigían para abrirlas. Hasta que llegó un momento en que se dio cuenta de que, si quería medrar en ese empleo, tendría que pagar peajes. La primera vez le costó bastante. La segunda algo menos. Hasta que acabó utilizando su tesoro como otros utilizan el dinero. Porque Rita sabía lo que provocaba en los hombres, y también en determinada clase de mujeres.
Eligió del armario un traje de falda y chaqueta de color verde lima, su favorito. Tenía hasta prendas íntimas de ese color. Lo dejó colocado en una percha, y antes de empezar a maquillarse, se tendió en la cama. Con un floreo de la mano, colocó el espejo de tal manera que podía verse las plantes de los pies, las rodillas y las montañas que eran sus tetas. Fue separando las piernas lentamente, degustándose a sí misma. Más de una vez había pensado que le encantaría ser un hombre para joderse a sí misma. Se abriría las piernas con delicadeza, besando cada centímetro cuadrado de la seda de sus medias negras, hasta llegar a la piel expuesta que tenía entre el borde superior de las medias y las braguitas minúsculas. Se observaría esos vellos que asomaban sobre la cinturilla de la prenda, oliéndolos, tocándolos, anticipando el placer de follarse lo que escondían. A esas alturas, Rita ya tiene una mano colándose por debajo de las bragas, buscándose los labios mayores. Se conoce perfectamente. No hay nadie en el mundo que la toque como ella se toca, apretando y apartando, presionando y acariciando. Deja escapar un suspiro de satisfacción. Con otra mano desembaraza un pecho grande y cálido. El pezón que lo corona está duro. Rita lo aprieta, buscando el momento exacto en que el placer se vuelve dolor. Entonces lo suelta, y repite la operación mientras se muerde los labios. La mano del conejo va más abajo, hasta el perineo, y allí se entretiene rozando el ano y la parta inferior de su rajita. Ya se revuelca en la cama, así que se detiene, se coloca y abre los ojos. Se ve en el espejo. Una mano acaricia las tetas, la otra está escondida bajo las bragas. Rita se muerde los labios. Sólo hay una cosa que le gusta más que verse mientras se masturba: verse mientras folla. Piensa en la polla de su cámara, un miembro familiar y recurrente. Hace dos noches que no se acuestan, y la última vez fue decepcionante. El hombre ya no la excita. Piensa en los gemelos Weasley, jóvenes, y en pleno desarrollo. Dos críos, sí, pero con suficiente energía como para derrotarla. Además, el hecho de tener dos pollas idénticas para ella le moja el conejo. Sí, por ahí va mejor. Siente que su chochito se lubrica con el mero pensamiento. Una polla en el coño y otra taladrándole el culo. Gime bajito, y se mete un dedo en el trasero. Sabe que una doble penetración la hará llorar y babear, estropeando su maquillaje, pero merece la pena. Seguro que tiene que merecer la pena. ¿Cuánto aguatarían así ellos? Por su parte, seguro que se correría en un minuto, pero no le importa, porque es multiorgásmica. Solo necesita un par de jadeos para recuperarse. Rita se abre el coño con ambas manos, mirándose la piel rosada del interior de su vagina. Si todo va como debe, esa tarde tendrá un rabo entrando y saliendo de ahí, y si es como ella quiere, también obtendrá litros de lefa para sus pócimas. Abandonándose al pensamiento de las pollas gemelas follándola al mismo tiempo, Rita acelera el ritmo de sus dedos y acaba estallando en un orgasmo placentero pero insuficiente. Quiere más. Se chupa los dedos pringosos, pensativa, recuperando el ritmo, y unos minutos después, tras maquillarse, vestirse y admirarse en el espejo, sale de la habitación sintiéndose igual de puta que antes de masturbarse. Sus minúsculas bragas se han quedado encima de la cama.
La cita es en Hogwarts, en el despacho del director Dumbledore. Rita, acompañada por su cámara, llega con adelanto, porque le gusta husmear un poco. No espera encontrar nada interesante en el recinto escolar, aunque siente cierta curiosidad morbosa pensando en la posibilidad de encontrarse con el famoso Harry Potter. A lo largo de las próximas semanas se entrevistará con él, claro, pero estaría bien cruzar unas palabras con el muchacho antes de que sepa quién es ella y para qué está aquí. No tendría los prejuicios que siempre acompañan a las entrevistas concertadas, y eso las dota de más verdad. Aunque a Rita, la verdad hace tiempo que dejó de importarle: la verdad es lo que ella escribe.
La pradera del castillo aparece vacía por la ventanilla del carruaje que los transporta. Hay todavía una pátina de hielo allí donde el sol no ha llegado aún, y aunque el día es claro y transparente, la sensación de frío es bárbara. Rita se arrebuja en su capa forrada de piel con cuello de zorro. Ahora casi lamenta haberse quitado las bragas. Todo abriga... A su lado, el cámara se sopla las manos. No han cruzado más de diez palabras. Para ambos, el fracaso de hace un par de noches está todavía demasiado reciente. Rita quita importancia al asunto. Mientras haga su trabajo, todo está estupendamente. Y cuando le falle, pedirá un ayudante nuevo a la dirección de “El Profeta”. A ser posible, un becario dispuesto a obedecerla sin cuestionarla, que tenga mucha energía y, sonriendo para sí misma, no sabe si en su petición poner que tenga un buen aparato. Se imagina la cara del jefe de personal al leer eso. Está realmente caliente. Necesita sexo pero ya.
Les recibe la profesora McGonagall, la subdirectora de Hogwarts. Esa mujer apenas habla, es más seca que un sarmiento, y Rita nota la animadversión que siente hacia ella. Sabe que es por su profesión y su apariencia. Lo que no sabe es que McGonagall aún recuerda sus años de estudiante allí mismo... McGonagall los conduce por los pasillos y escaleras de Hogwarts hacia el despacho de Dumbledore. De camino se cruzan con varios grupos de estudiantes que van a desayunar al Gran Comedor. Apenas suscitan miradas de curiosidad. Pero Rita, satisfecha, constata que los muchachos se giran para echarle un segundo vistazo. El taconeo de sus zapatos resuena en las viejas paredes del castillo hasta que McGonagall les hace detenerse.
El despacho del director es una sala redonda, llena de artilugios ruidosos y marmitas bullendo lentamente. La percha del mítico fénix del director está vacía, y tan solo un montón de cenizas recogidas en el suelo de la percha dan señal de la existencia del ave. Decenas de rostros miran a Rita desde sus lienzos, y la periodista detecta hostilidad en la mayoría de ellos. Unos pocos la miran descaradamente, desnudándola con ojos ávidos. Rita piensa que ninguno le duraría lo suficiente. Demasiado viejos. Su ayudante se ha quedado fuera, al igual que McGonagall, lo cual Rita agradece. El viejo director está enfrascado en la lectura de un manuscrito, así que la periodista puede echarle un vistazo a gusto. Conoce mucho de la vida pública y privada de Dumbledore, y aunque hay pasajes bastante oscuros, no le cae mal. Pese a sus destructivas crónicas de hace unos años. En su juventud, Dumbledore debió ser un buen empotrador, piensa Rita, observando la fuerza que emanan de los ojos azules del mago, sus brazos largos y su imponente estatura. Quizá, con veinte años menos, Dumbledore podía ser uno de sus amantes, de los que le gustan a ella, que la obligan a ponerse contra la pared y la violan casi sin bajarle las bragas. A Rita le ponen los hombres así, los que pierden la compostura al olor de su coño, y por mucho que proteste mientras se la follan así, Rita no deja que salgan de ella hasta que no consigan que se corra. Rita cruza las piernas, notando cierta humedad en su entrepierna. Se está poniendo cachonda a lo tonto. Si Dumbledore tuviera veinte años menos...
-Bueno, señorita Skeeter. El ministerio me obliga a darle la bienvenida-, empieza diciendo el vejestorio. El desagrado que siente por Rita destila en cada una de las palabras. Es más, el cabroncete ni siquiera la ha mirado a la cara. Sigue leyendo su libro. Una pena. Él se pierde el canalillo que la hembra luce orgullosa. –Pero no espere demasiado de éste viejo profesor. Estoy demasiado ocupado como para entretenerme con sus chismorreos-. Parece que la entrevista no empieza bien, piensa Rita. No es la primera vez que le pasa, ni será la última.
-Ya veo que no me guardas rencor alguno, Albus-, contesta Rita, irónica. El viejo alza la mirada y la contempla. Sus pupilas no bajan de su cara. El viejo cabrón parece inmune a sus encantos.
-Director Dumbledore para usted, señorita Skeeter. Haga el favor de no olvidarlo-. Y vuelve a su lectura. Un poco intrigada, a Rita le gustaría saber qué está leyendo para que le parezca más interesante el libro que sus tetas. Maliciosa, piensa en calentar al viejo. Ponerle las tetas en la cara. Levantar la falda y enseñarle el conejito. Seguro que le da un infarto. –Conozco sus métodos, señorita Skeeter, y no los apruebo. No al menos en una institución como Hogwarts. Fuera de estos muros, puede usted llevarse a la cama a quién le parezca, pero dentro, ni se le ocurra. Y mucho menos trate de seducir a mis estudiantes. Lamentaría tener que tomar medidas que no me agradan, pero no dude que lo haré si es necesario-. ¡Se atreve a amenazarme!, piensa Rita, entre divertida y sorprendida. Que sus “métodos” sean conocidos por Dumbledore no le sorprende. Mucha gente sabe que le encanta follar, así que eso no le preocupa. Pero sí le divierte que Dumbledore piense que ha venido a Hogwarts en busca de pollas jóvenes... cosa que no es del todo falso.
-He venido-, contesta Rita apoyándose en la mesa. Su chaqueta se abre, y sus senos amenazan con romper la blusa blanca. Ni siquiera así Dumbledore se las mira, -por expreso encargo de “El Profeta”, director Dumbledore. Y me parece que no necesitaré usar mis “métodos” para conseguir las entrevistas-, Rita se señala las tetas con ambas manos. Dumbledore sí hace un gesto de fastidio ante la evidencia. Rita se alegra de conseguir alguna reacción por parte del mago. –Me parece que ya están citados los campeones, ¿no es cierto? Mañana empezaré mi trabajo, si quieres, delante de testigos, no vayas a creer que le estoy comiendo la polla a Víctor Krum-. Rita remata la frase con una adorable sonrisa. Dumbledore parece desconcertado. No está acostumbrado a utilizar palabras soeces. Pero claro, el trabajo de Rita son las palabras. Seguro que nadie conoce más términos sucios que ella.
-Por favor, señorita Skeeter. No es necesario caer en la vulgaridad-, responde Dumbledore. Vuelve a leer su libro, aunque Rita descubre que la observa por el rabillo del ojo.
-Tampoco hay que ser tan arisco, Albus-. Rita emplea el nombre de pila del director a propósito. Éste deja pasar la desobediencia. –No negaré que muchos de estos jovencitos que tienes a tu cargo están de muy buen ver. Incluso los campeones tienen su aquél... Estoy pensando en Diggory. Seguro que tiene una legión de admiradoras. ¿Tú crees que el muchacho me prestaría atención?-. Rita sabe que sí. ¡Por supuesto que le prestaría atención! Sobre todo si le insinúa ciertas habilidades que solo se pueden obtener a través de la experiencia. Seguramente Diggory ya habrá tocado pelo, el muchacho es realmente guapo, pero sus admiradoras no pueden compararse a Rita en lo tocante a hacer mamadas o a abrirse de piernas. Seguro.
-Mucho me temo que usted sabe llamar la atención de las personas, hombres y mujeres-, sentencia Dumbledore, cerrando por fin el libro, que deja sobre la mesa. Rita no puede leer el título. –Mucho me temo que es usted plenamente consciente de su atractivo-, añade el director, mirándole las tetas descaradamente. En sus pupilas no hay deseo, sino diversión. A su pesar, Rita se siente un poco cohibida, ante la fuerza de Dumbledore. –Así que repetiré mis advertencias, señorita Skeeter: ni se le ocurra pensar en mis estudiantes-.
-Ya te he dicho que vengo a trabajar-, se defiende Rita.
-Y estará unas semanas con nosotros. Quizá se quede por aquí durante todo el curso, siguiendo el Torneo. Mucho tiempo para una depredadora como usted-. Dumbledore la traspasa con sus ojos azules. Parece conocerla perfectamente.
-En Hogsmeade-, continúa el director, -habrá gente suficiente para colmar sus necesidades, señorita Skeeter. No me cabe duda de que encontrara un amante digno. O varios-. A Rita le molesta profundamente el desdén de Dumbledore, aunque poco puede hacer por evitarlo. Allí, en Hogwarts, su palabra es ley, y Hogsmeade es poco menos que una extensión del colegio. No es la prohibición de tirarse a los mozalbetes lo que le molesta. Es la constatación de que Dumbledore la considera poco menos que una vulgar prostibruja, o quizá peor, menos que una simple puta muggle.
-Asi que nada de estudiantes, ¿eh?-, dice Rita, descruzando las piernas. El gesto no ha sido voluntario, de hecho, su humedad se ha secado después de las advertencias de Dumbledore. Y sin embargo, las pupilas del viejo vuelan al espacio que por una fracción de segundo se ha abierto entre sus piernas y su falda. Rita lo percibe. No pude jurar que sea cierto, pero le parece que Dumbledore no es tan férreo como aparenta. -¿Y que me dices de ti?-. Hasta Rita se sorprende con esa proposición, hecha más por despecho que por verdadera intención. Observa que Dumbledore se humedece los llabios. Tarda una eternidad en contestar.
-Si supiera que es usted una persona discreta, señorita Skeeter, la tendría boca abajo sobre la mesa, apretando su frente contra mi escritorio.- Dumbledore la desnuda con la mirada, como si fuera un violador que observa una presa. No la mira como mujer, se da cuenta Rita, sino como un pedazo de carne con tetas y coño. Constata que su chocho reacciona. –Como ya le he dicho, la conozco bien. Sé qué le gusta, y estaría dispuesto a dárselo. Pero es usted demasiado chismosa-. Dumbledore se echa atrás en su trono. Rita se queda pensando en sus palabras, de nuevo cachonda. Piensa en ponerse en pie, rodear la mesa, levantarse la falda y sentarse en el regazo de Dumbledore. Recuerda sus primeras impresiones sobre el director. Quien tuvo, retuvo, le viene a la mente. Dumbledore debió ser un buen empotrador. Quizá lo siga siendo. Pero Rita se levanta dignamente, consciente de que su conejo está chorreando de deseo y de que tiene los pezones tan duros que se marcan en su blusa.
-Cuando quiera, lo espero en Hogsmeade-, dice Rita. Deja resbalar descaradamente su mirada hasta la entrepierna de Dumbledore y añade: -Estoy segura de que tiene una “entrevista”... impresionante-. Rita coge su bolso y sale, temiendo que sus fluidos hayan manchado el trasero de su falda.
Rita tiene preparadas las entrevistas a los campeones. Ha repasado las fichas de todos ellos decenas de veces y piensa que está totalmente preparada. No es que le cause malestar, ha entrevistado a gente muchísimo más importante que aquellos, pero siente cierta incomodidad. Desazón. Desde que hablara con Dumbledore, y hasta que no haya realizado su trabajo, a Rita no le queda más remedio que acatar las normas del director. Su ayudante se negó a joderla como a ella le gusta, y además le comunicó que éste sería el último trabajo que haría con Rita, porque según él, “estaba hasta los huevos de una puta tirana” como ella. Rita se excitó con el enfado del cámara, pero no hubo manera de bajarlo del burro: se negó en redondo a meterse en su cama. Tampoco había encontrado ningún hombre merecedor de ese nombre. Rita se había roto el coño a dedos, pero claro, un dedo no es lo mismo que una buena polla.
La periodista elige con cuidado su vestuario. Duda entre varios atuendos, y al final saca una falda y una chaqueta gris oscuro, discretas. No quiere darle a Dumbledore ni un motivo de queja. Recuerda que había pensado que el director, después de la invitación que le hiciera en su despacho, se dejaría caer por Hogsmeade, quizá para tomar un par de copas y charlar un rato con ella. después lo deseó, como se desea a un hombre. Rita se había sorprendido metiéndose dos dedos y pensando en la polla de Dumbledore, en la fuerza de sus brazos, sometiéndola, inmovilizándola mientras se la follaba en embestidas bruscas y rápidas. Fue la mejor masturbación del día, pero tampoco ayudaba a calmar su desazón. Una blusa blanca, de cuello abierto, también sale del armario. Con ella pondrá el toque pícaro, pues enseñará parte de sus glorias, aunque no tanto como para que el director la censure. Seguro que McGonagall tuerce el gesto cuando la vea, y Rita sonríe malévola. Le gusta fastidiar a McGonagall. Para que su busto tenga el realce que merece y, porque no decirlo, para atraer las miradas de los hombres hacia allí, Rita elige un sujetador negro que se transparenta a través de la blusa blanca. Ideal. Y por supuesto, su liguero y sus medias negras. Duda a la hora de elegir el toque final. ¿Bragas o tanga? ¿Y si no lleva nada? Le seduce la idea de caminar por Hogwarts en plan guarra, porque le gusta ir con el chochito en pie de guerra. Tras un instante dejando volar su fantasía, la razón se impone. Ir de comando sólo la pondría cachonda a ella, y a quién tuviera la fortuna de pillarla en un cruce de piernas... Pero las normas de Dumbledore son severas, así que elige unas braguitas negras de cintura baja, como a ella le gustan, de modo que parte de su matita de pelo asoma por encima de la cinturilla. Le encanta ir así, sofisticada por fuera, seductora por dentro y con un toque chabacano que la pone a mil. Antes de salir, retoca el maquillaje y se dirige a Hogwarts.
La primera entrevista esta programada con Cedric Diggory, el campeón electo de Hogwarts. Hacen pasar a Rita y a su cámara situado en uno de los torreones, así que está muy iluminada. McGonagall es la que acompaña al muchacho, un adolescente sorprendentemente guapo, como constata Rita al verlo. Todavía le queda por dar el último estirón, pero Diggory es un bellezón al estilo clásico. Sería perfecto como modelo de estatuas de Adonis. Al hablar un poco con él, antes de empezar la verdadera entrevista, Rita se percata que el muchacho no tiene ni una pizca de maldad. Es noble, y tiene miedo al fracaso. A Rita le aburre soberanamente, pero tiene que entrevistarlo. Se excusa un momento, y mientras su ayudante toma unas cuantas fotografías del campeón, ella va al cuarto de baño y se quita las bragas, que guarda en el bolso. Necesita algo de picante para no quedarse dormida durante la entrevista. No le cabe duda de que en el club de fans de Diggory habrá más de una dispuesta a abrirse de piernas, pero seguro que la nobleza del chaval le obliga a un noviazgo largo y a una boda antes de meterle la estaca como mandan los cánones. Nota un pelín de decepción. Se supone que los campeones han de ser fuertes, y no es que Diggory carezca de fortaleza, pero le falta mala leche en cantidades industriales. McGonnagall está orgullosa del chico, aunque no pertenezca a su casa, se le nota en la cara. Seguro que la vieja reseca se lo llevaría a la cama a tratar de enseñarle alguna cosita...
Tras dos horas de charla y fotos, McGonagall hace un alto para que Rita y su ayudante coman algo. Diggory se marcha, dando las gracias a Rita por su tiempo. Rita devuelve cortésmente las gracias y anota en su cabeza que ese es el primer adolescente que no le ha mirado el escote ni una sola vez. Decepcionante. Cedric le parece tan aburrido que ni siquiera el hecho de estar sin bragas la ha excitado lo suficiente. La cosa cambia cuando McGonagall le anuncia que el siguiente entrevistado será Víctor Krum. Rita, sin apartar la mirada de sus notas, asiente distraída, aunque su chochito se pone juguetón al escuchar el nombre. Se suponía que ahora vendría Harry Potter, pero el campeón al que más quiere ver es precisamente al bárbaro extranjero. Juega en la selección de quidditch de su país, así que debe ser un tipo duro. Rita lo ha visto en fotos, y sus ojos de pedernal le recuerdan un poco a la mirada de Dumbledore. Joven y fuerte. Rita se levanta de la silla y casi sale corriendo al cuarto de baño a volver a colocarse las bragas en su sitio. No quiere empapar ni la falda ni la silla. Krum la pone cachonda, y lo mejor de todo es que no es uno de los estudiantes de Hogwarts.
El chico viene acompañado del director de Durmstrang, un mal bicho en todos los sentidos. Apenas les han presentado y el infame ya la ha desnudado con ojos ávidos. No es que a Rita le moleste, se viste para que se la coman con los ojos, y se permite unos momentos de coqueteo con Karkarov antes de centrarse en Victor. El chaval parece fuera de lugar. Es más alto de lo que aparenta en las fotos, y también más ancho. Tiene el cuerpo de un hombre, en concreto, del tipo de hombres que le gustan a Rita. Tiene pinta de empotrador. El chichi de Rita se alegra, humedeciendo las braguitas. Rita se lamenta interiormente de que haya tanta gente en la sala. Durante la entrevista, Rita nota que Victor parece incapaz de quitarle los ojos de encima. Parece fascinado con sus piernas envueltas en seda, o quizá le mire las piernas porque es menos embarazoso que mirarle las tetas, cosa que Rita sabe que ya ha hecho. Repasa sus notas con la mirada fija en ellas, para dar oportunidad al chico de que la devore a su antojo. Mueve los hombros para ensanchar la abertura de la blusa. Cuando alza la cara, Victor está rojo como un tomate. ¡Qué mono!. Karkarov casi babea, sentado a su lado. Mientras Victor trata de esconder su erección, su director separa las piernas, grosero. En cualquier otro momento, Rita se hubiera planteado mirarle el paquete directamente, a ver hasta dónde era capaz de llegar el brujo. Pero en esos instantes, se deleita imaginando la varita de Victor. Si es como el resto del chico, debe ser una herramienta importante.
Al acabar la entrevista, Rita se pone en pie. Karkarov se adelanta para tomar una de sus manos y besarle el dorso, dejando un asqueroso beso húmedo allí donde se posan sus labios. Rita pasa olímpicamente de los halagos de Karkarov, se dirige a Victor y le planta dos besos en las mejillas. Es poco profesional, pero le da la oportunidad de oler el aroma del chico, de notar su fuerte pecho y, sobre todo, de rozar su cadera contra el bulto del chico. Efectivamente, allí abajo las cosas parecen en perfecto estado. Cuando Krum y Karkarov desaparecen por la puerta, Rita ya está pensando en la manera de atraer a Victor hasta Hogsmeade, hasta su habitación y hasta su conejo. Suspira, animada por fin después de días de aburrimiento. Divinamente.
No le ha costado demasiado atraer a Victor hasta las Tres Escobas, decide Rita, sentada en una de las mesas con una cerveza de mantequilla frente a ella. espera que el chico llegue, y mientras tanto, ha observado, sorprendida, a Albus entrando y charlando amistosamente con la dueña del local, una bruja más que apetecible. Seguro que Dumbledore la ha visto, pero nada puede reprocharle: Rita está sola y sentada, bien a la vista de todo el mundo, repasando sus notas mientras degusta una inofensiva cerveza de mantequilla. Poco después, Dumbledore se marchó del local, y unos minutos más tarde, la señora Rosmerta cede el testigo tras la barra a una de las chicas que trabajan para ella. Rita se huele un escándalo, o por lo menos, un pequeño misterio. Ya está viendo la dirección del reportaje: Director y camarera liados. O quizá algo así como “Dumbledore se va de putas”. Rita observa un poco más a las chicas que atienden las mesas, y le cuesta pensar en ellas como prostibrujas. Todas parecen lo que son, sencillas camareras de una tranquila taberna de pueblo. Rita suspira, aunque se convence de que Dumbledore y la señora Rosmerta están pasando un buen rato juntos.
La puerta de las Tres Escobas se abre. Las cabezas se giran en dirección a los recién llegados, y decenas de cuchicheos llenan el ambiente de la taberna. Los estudiantes de Durmstrang parecen confundidos en aquel extraño establecimiento, hasta que una de las camareras les conduce a una mesa. A su paso, los chicos señalan disimuladamente a Victor Krum. Rita sonríe, conforme consigo misma. Ahora solo le falta coincidir casualmente con el muchacho y llevárselo a la cama. Se ha hecho ya un par de pajas pensando en el joven, pero sabe por experiencia que la realidad suele ser mejor que sus fantasías. Krum la pone, la excita. Piensa en él como en el candidato perfecto para ser su amante. Primero lo seducirá, dándole todo aquello que ni siquiera Victor sabe que quiere. Y después, dejará que la viole. Sacará el lado salvaje del chico, y si hace falta, le pedirá de rodillas que la joda contra una pared. Nota las bragas húmedas mientras piensa en la polla de Victor desgarrando sus entrañas.
Deja pasar casi media hora antes de levantarse y acercarse a la mesa de los chicos de Durmstrang. En esa media hora, los chavales se han tomado varias cervezas de mantequilla y Victor ha firmado decenas de autógrafos. Todos, salvo él, parecen un poco perjudicados. A Rita le viene de perlas.
-¡Hola, Victor!-, saluda Rita. Los chicos que acompañan a Krum la miran de reojo. Se nota que la presencia de esa mujer tan cerca de ellos los incomoda.
-Señorrita Skeeterr-, saluda Victor, poniéndose en pie. Rita piensa que es todo un caballero. Rita se lo lleva hasta la barra, donde pide un par de chupitos de whisky de fuego, sin hacer caso de la mirada que le lanza la camarera. Victor es mayor de edad, pero también está bajo el techo de Hogwarts. Una rápida compensación económica de Rita la acaba convenciendo. Charlan. El chico está cohibido, pero le mira las tetas. Para esa ocasión, Rita se ha vestido con una camiseta de tirantes que deja muchísimo pecho a la vista. Para evitar murmuraciones, se ha colocado una sudadera de cremallera, que lleva abierta hasta casi la mitad del pecho. Así, Victor puede hartarse de mirar sus glorias, pero nadie más puede decir lo mismo. Completa su atuendo unos pantalones deportivos, acampanados, que se pegan a sus muslos como una segunda piel. Rita sabe que le dibujan el chochito, así que también se ha puesto un tanga de color lima, para que esconda un poquito su rajita y que no deje horribles marcas en los pantalones. Parece lo que no es, y le encanta el efecto que ha producido en Victor. Poco a poco, lo va arrinconando al fondo de la barra.
-Y dime, Victor. Tengo entendido que en Durmstrang practicáis una completa separación de sexos, ¿verdad?-. Rita entra en materia. Con el calor que hace en la sala, el chico se ha quitado el abrigo de piel de oso y la sudadera de su selección, quedándose en camiseta. Tiene unos brazos espectaculares, el vientre plano y el pecho amplio.
-¿Cómo dice, señorrita Skeeterr?-.
-Llámame Rita, anda. Lo de señorita me hace vieja, y no lo soy-, replica Rita.
-Sí, señorrita. En Durmstrang no mezclamos a los machos con las hembras-. Rita babea. Es retrógrado utilizar ese lenguaje, pero a Rita le pone cachonda. No lo puede evitar. Está delante de un macho, y ella quiere su semen.
-Y dime... ¿tienes novia?. Lo digo porque debe resultar difícil conocer chicas por allí-. El rostro de Victor se pone colorado. Rita sonríe, amorosa.
-Pues no, no tengo novia-.
-¿Amigas?-. Victor piensa un instante.
-Tampoco. Las únicas hembras que conozco son mis compañeras de equipo-.
-Ya-. Rita da un sorbo al whisky. Las compañeras de selección de Victor tienen más pelo en la cara que muchos hombres. Se sabe que son hembras por los reconocimientos a los que se someten, porque sus músculos están tan desarrollados que las tetas has desaparecido. Rita se acerca unos centímetros al muchacho. –Entonces, habrás visto pocas como éstas-. Rita se contonea delante de Victor, sacando pecho, hasta que el chico toma un sorbo de su vaso.
-Pues no, la verdad-. La voz de Victor se ha puesto ronca. Eso está bien, pero que muy bien. Sus pupilas vuelan veloces entre los pechos de Rita y los anónimos rostros de la multitud que llena el bar. Siempre hay alguien que los está mirando.
-¿Te gustaría verlas mejor, Victor?-, pregunta Rita, en un ronroneo. Conoce la respuesta, pero el chico está demasiado cohibido como para comportarse como un hombre. Llegados a este punto, el hombre debería medirla, de arriba abajo, sonriente, seguro de sí mismo. acabaría su chupito de un trago y le haría un gesto en dirección a los baños. Allí la poseería, en un polvo rápido y violento, hasta correrse dentro del coño de Rita. Así había sido muchas veces. Pero Victor era un niño con cuerpo de hombre. –Dime la verdad, Victor: ¿no te gustaría tocarlas?-. Rita se echa encima de Victor. Una de las manos de la bruja se aventura sobre el fuerte muslo del joven, escondiéndola de miradas indiscretas. Victor aguanta el tipo. Traga saliva. Mira la mesa de sus compañeros. Deja pasar sus pupilas por las tetas de Rita. Y asiente. –Te espero aquí-, Rita le entrega una nota, -en veinte minutos. Ven y harás algo más que verme las tetas-. Rita sonríe, como si nunca hubiera roto un plato en su vida, coge su abrigo y sale de las Tres Escobas. Está caliente como el pico de una plancha, y en cuanto se descubre a solas, saca el tanga que se le ha metido por la raja del chumino. Está empapado.
Rita supone que al chico le pueden asaltar las dudas. Mientras ella estaba delante, o mejor dicho, mientras sus tetas estaban delante, Victor parecía convencido de acudir a la cita, pero Rita sabe por experiencia que, a la hora de deshacerse de sus amigos, puede que al chaval le entre cierto vértigo y prefiera volver al castillo con sus amigos. Con los huevos cargaditos, sí, pero a salvo. No puede hacer nada para evitar esto, así que corre hasta su habitación, se pega una ducha rápida (el calor de la taberna la ha hecho sudar, por no hablar del estado de excitación en que se encuentra), en la que se frota vigorosamente el chumino, la raja del culo y los pliegues de las tetas, se prepara para Victor y se enciende uno de sus cigarrillos largos, haciendo guardia junto a la ventana a la espera de que aparezca su joven amante. Se plantea la posibilidad de que Victor no aparezca, y una negra nube le ensombrece el ánimo. Si es así, le espera una larga noche de dedos insatisfactorios. Necesita polla. Sus manos están muy bien, pero siempre llega un momento en que ni los dedos más hábiles pueden suplir a una polla torpe. Y Rita está en ese punto. Quiere una verga que lamer, que enterrar entre sus tetas. Un rabo que le perfore el ojo del culo y que la haga llorar. Un nabo que le llene el coño, unos huevos cargados de lefa que reboten contra sus nalgas. Y necesita semen. Necesita una lluvia de semen en su cara, corriendo por su pecho y entre sus senos. Lefa pringosa y calentita, llenándole el chumino, resbalando entre sus muslos. Leche tibia que colme su boca ávida de polla, que le salga por las comisuras de los labios mientras ella observa el gesto de placer en la cara de su amante. Cruza las piernas y hace fuerza con los muslos. Tiene la entrepierna ardiendo, y Victor no aparece. Mira el reloj. Quedan cinco minutos para que llegue la hora de la cita. Ya ha anochecido. Unas farolas espaciadas apenas iluminan unos metros alrededor del foco, dejando casi toda la calle en penumbras. Los gatos empiezan a pulular, buscando comida. Rita intuye movimiento por el extremo de la calle por donde Victor debería aparecer. Se pone en guardia. Su chocho reacciona. Al pasar por un charco de luz, Rita identifica la silueta del muchacho, y suelta un suspiro que no sabía que tenía guardado. Abre la ventana. Hace frío en la calle, y la bata que lleva puesta no abriga nada. Los pezones se inflaman mientras ella llama la atención de Victor con un gesto de la mano. En tres minutos, Victor estará allí.
Rita utiliza esos tres minutos para calmarse. No quiere que el chaval piense que está desesperada por abrirse de piernas. Inspira profundamente y se recuerda quién es ella. Funciona. Abre la puerta y espera que Victor acabe de subir las escaleras apoyada en el quicio de la puerta. Tiene tiempo de echarse un último vistazo: el batín está convenientemente cerrado hasta el cuello, pero las gloriosas formas de sus pechos se dibujan perfectamente. Sus pezones erizados se marcan bajo la tela, y la única piel que exhibe es la de las piernas, de rodilla para abajo. Sin embargo, sabe que está muy deseable. Vestida pero desnuda. Eso suele enardecer a los hombres (y a ella, claro está), pero no sabe si Victor sabrá leer los mensajes que ella suele enviar. El chico aparece por fin, y se queda parado, admirando la silueta de Rita. Hay un cierto brillo etílico en sus pupilas, y una leve inestabilidad en sus andares. Bien, un poco de alcohol no está de más.
-Pasa, Victor-, invita Rita. Ha realizado un hechizo para insonorizar el cuarto, y otro para mantenerlo caldeado. No cree que vayan a estar vestidos durante mucho tiempo. La chimenea está encendida para iluminar la estancia más que para caldearla. Victor se quita el abrigo y se queda en mitad de la habitación, sin saber donde dejar el abrigo ni que hacer a continuación. –Dame eso-. Rita le quita el abrigo de las manos y lo deja en el respaldo de una silla. Ve que Victor está mirando el tanga que se ha quitado y que ha dejado, conscientemente, sobre la cama. –Ven, siéntate conmigo-. Rita coge la mano de Victor, que se deja llevar hasta la mesa que hay junto a la ventana. Rita saca un cigarrillo. La bata es de seda, y la lazada que ha hecho no es muy fuerte, así que con los manejos de la bruja, el escote se abre. Asoma la suave curva de los pechos de Rita Skeeter. Victor traga saliva. Rita observa el empalme del chaval. Tras encender el cigarrillo, Rita cruza las piernas y se echa para atrás en la silla. La bata se abre estratégicamente, hasta que la abertura llega hasta la lazada. Victor contempla el ombligo de la hembra que tiene delante, y el valle de sus tetas, y las piernas cruzadas que ocultan unas promesas que no se atreve a definir.
-Lo prometido es deuda, querido-, murmura Rita, dejando el cigarrillo en el cenicero. Mueve los hombros lentamente, hasta que la bata comienza a resbalar por sus hombros. Con una timidez mil veces ensayada, Rita deja que la bata caiga, deteniéndose en la sangría de los codos. Los ojos de Victor se abren hasta el infinito cuando las mamas de Rita Skeeter, pálidas, grandes y redondas, llenan su campo de visión. Sus pezones amarronados están duros como piedras, y se ven venitas azuladas recorriendo esas fantásticas tetas. Rita levanta la mirada. Victor no puede dejar de mirarle las tetas, y eso le complace. Recoge el cigarrillo y llama la atención del muchacho.
-Y tú, ¿no tienes calor?-. Victor vuelve en sí, por un instante. No comprende porqué la periodista le ha entrado en el bar, ni porqué está delante de ella, enseñándole los melones. Está caliente como un burro, pero también un poco asustado. No es la primera vez que ve unas tetas, pero sí es la primera vez que ve unas tetas como esas. Las que ha visto son las de sus compañeras de selección, pero no tienen comparación. Las tetas de Skeeter son grandes, y las de sus compañeras, si es que tienen, están escondidas debajo de capas y capas de músculo.
-¿Eres virgen, Victor?-, pregunta Rita. Le gusta exhibirse, pero normalmente, después de sacarse las tetas delante de su amante, éste comienza a estrujarlas y morderlas. Victor, por el contrario, parece contentarse con mirarlas. Y eso empieza a hartarla. El chico asiente. –Ya me imaginaba. ¿Quieres tocarlas? Puedes hacerlo, no muerden-. Victor la mira, agradecido. Lentamente, con torpeza, alarga una mano y la posa sobre un pecho. Tiene las manos ásperas y frías, pero sus dedos son largos y fuertes. Prometen. Recorre el contorno con suavidad, como si fuera consciente de la fuerza de sus manos y temiera estropear la perfección de los pechos de Rita. La bruja coge la mano. Comienza a guiarlo. Se aprieta los pezones. Victor la imita, y pronto, Rita debe contener los gemidos de placer que le provoca ese sobeteo. Victor, tomando la iniciativa, alza la otra mano y cubre el otro pecho. Masajea las tetas. Rita levanta los brazos, exponiendo sus tetas a los manejos del chaval. Nota que el ambiente se caldea. Victor se pone a sus espaldas, y desde allí, comienza a ordeñarla, apretando los pezones. Comienza a comerle el cuello. Rita ya sabe que lo tiene en su mano. Cuando una de las manos de Victor se aventura hacia su vientre, Rita reprime el acto reflejo de abrir las piernas. No tan rápido, muchacho. Se desembaraza de Victor poniéndose en pie. Se siente un poco mareada, pero eso es bueno. Es la excitación.
-¡Quítate eso!-, jadea. Victor no reacciona, y Rita se percata de que la bata se ha abierto del todo. Su peluche está a la vista. Lo lleva peludo porque le gusta, pero los labios y la puerta de atrás están perfectamente depilados. Le encanta que le pasen la lengua desde el coño hasta el ojete, y facilita el empeño en la medida que puede. Además, sin pelos se siente más y mejor. Cierra la bata con fuerza, y repite su orden. Victor no tarda nada en quedarse en calzoncillos. Un par de patadas, un meneo de los musculosos brazos y Rita se deleita en la observación del cuerpo atlético de Victor. Y con descaro, se relame ante la visión del abultamiento que hay bajo los calzoncillos. Victor se lleva las manos al paquete al darse cuenta de la observación de Rita. La periodista chasquea los labios.
-No, no, no, querido-. Intenta separar las manos que cubren el calzoncillo, pero hay resistencia por parte de Victor. Rita sonríe como un ángel. Recorre los brazos del muchacho, su pecho y se detiene en los abdominales. Desata la lazada de su bata y deja que se abra. Sonríe al advertir la turbación de Victor. La bata cae a los pies de Rita, y es ella quien se cubre la vagina con una mano y los pezones con el otro brazo. –No tengas miedo, Victor-, dice, agachándose delante de las manos cruzadas. Se arrodilla ante el paquete, retirando las manos del muchacho, que ahora ya no ofrecen resistencia. El capullo asoma por encima de la cinturilla de los gayumbos, bastante feos, por cierto, y el aroma del sudor y del sexo inundan las fosas nasales de Rita. Es un olor fuerte, de hombre, de lobo, que desata los instintos de Rita. Debería obligarle a darse una ducha, pero en el fondo, le encanta ese olor y lo que provoca en ella. Unos deseos irrefrenables de tragarse la polla del muchacho hasta la raíz. En lugar de hacer eso, acaricia los muslos, ascendiendo lentamente. Observa una gotita de líquido preseminal, diamantina, y empieza a bajarle los calzoncillos intentando que la gota no se desplace. La excitación de Victor es palpable, pero el muchacho todavía no se atreve a hacer nada. Rita espera que las manos de Víctor le agarren el pelo y que fuerce su boca, pero Victor permanece de pie, con lo suyo en pie de guerra, a instancias de lo que Rita quiera hacer. Y la bruja recorre el tallo de la polla con las uñas, provocando que Victor doble las rodillas, casi desfalleciendo. Rita observa el sexo peludo del muchacho. Tiene unos huevos grandes, pesados y calientes. Le gustaría comérselos, pero hay demasiado pelo. La base del nabo que tiene delante es ancha, y se va estrechando a medida que sube, aunque no demasiado. El tallo es vigoroso, repleto de venas abultadas, y lo suficientemente largo como para llegar al fondo de la cueva. El capullo está amoratado. Un buen ejemplar, decide Rita. Saca la lengua y, con esa timidez ensayada, mirando a la cara de Victor, saborea la gota diamantina que emana del tercer ojo de Victor. El chico jadea. Vuelve a doblar las rodillas. Sus manos se posan sobre la cabeza de Rita, más por instinto que por querencia, y entonces Rita abre la boca y se mete el capullo en ella.
Sabe salado, y está caliente. Haciendo una mamada lenta, Rita siente el ritmo del corazón del muchacho a través de las gordas venas de su polla. Le encanta provocar ese acelerón, y sabe que a no mucho tardar, Victor se correrá. No se hace ilusiones con el primer polvo. El chico está tan verde que le asombra que no se haya derramado con la mera visión de sus perfectas tetas. Así que Rita sigue mamando, lento pero cada vez más profundo. Victor gime, muge, rechina los dientes, esforzándose en ser el amante que los libros describen como perfecto. Pero la boca de Rita es demasiado buena. Su lengua se enrosca en el tallo, y le lame los huevos cuando la bruja engulle todo su rabo. Al retirarse, Victor nota que está llegando al punto de no retorno. Quiere avisar, pero no es capaz, así que muge unas palabras que Rita no entiende, pero sí comprende.
-Adelante, no te cortes. Tenemos tiempo aún-. Y engulle la polla de Victor otra vez, sabiendo que en éste envite gozará del sabor del semen de su amante. Victor grita, agarrándola, ahora sí, del pelo. Mueve las caderas, casi con timidez al principio, hasta acabar follándose la boca que le exprime, y cuando Rita le agarra los huevos, el chico estalla en un placer desconocido. Se corre como nunca, disparando lechurrazos que Rita recibe en su boca, en su garganta. El semen tibio del muchacho colma la cavidad. Rita es incapaz de tragar todo ese semen con suficiente rapidez, y tampoco quiere hacerlo. Quiere que Victor vea como sale de sus labios, como chorrea por su barbilla y cómo corre entre sus tetas. Cuando los espasmos se alargan, el chico dobla una vez más las rodillas y se deja caer al suelo, frente a Rita. Tiene una expresión de bendito éxtasis que hace que Rita se sienta especial. Sabe que es buena en esto, y le encanta ver las caras de sus amantes cuando se corren en su boca. Traga los últimos restos de semen, y ante la sorpresa de Victor, recoge las gotas que se han derramado en su pecho, extendiéndolas hasta que cubre sus tetas con la lefa de Victor.
-¿Te ha gustado?-, pregunta. Victor no acierta a contestar. No encuentra las palabras para definir lo que ha sentido, ni siquiera en su idioma. –Espero que sí, porque ahora te toca a ti-. Rita se pone en pie y ayuda a Victor a levantarse. Cogido de la mano, lo conduce hasta la cama. La bruja se tiende y separa las piernas. Victor alucina. Rita se lleva las manos al coño y separa los labios, enseñando la piel rosada de su interior. -¡Vamos, Victor! Métete ahí y cómemelo-, invita Rita. El muchacho, anonadado, hace lo que le piden. Se coloca entre las piernas de Rita, absorbe el aroma penetrante que emana el conejo de la bruja y aplica sus labios a la raja ofrecida. Rita menea el culo, levanta las caderas, dirigiendo la lengua inexperta a los rincones que ella desea. Libera las manos, que son sustituidas por las de Victor. Rita nota que las ásperas manos de su amante la abren, la tocan, la exploran. Agarra el duro cabello de Victor, obligando a pegar sus labios contra la almeja, en el punto exacto de unión de sus labios mayores. Siente los dientes de Víctor contra su clítoris. El chico mordisquea allí, pasa la lengua y absorbe los fluidos que lubrican la raja. Rita está casi, casi, en el paraíso. Empuja la cabeza hacia abajo al tiempo que eleva las caderas. La lengua de Victor repasa toda la raja del culo. Rita tiene la tentación de girarse, ofreciéndole las nalgas para que el chico siga con su tarea, pero no se decide, quizá no sepa cómo debe continuar. Así que es ella quien mantiene las caderas elevadas y las piernas bien abiertas para que el muchacho le lama el ojete. Solo lo aparta para que no se asfixie, aunque no le deja respirar mucho tiempo. Hace días que no goza con un buen polvo.
Victor toma otra iniciativa. Se separa del chocho de Rita. La bruja constata que vuelve a estar duro y dispuesto. Le encanta la energía juvenil. El chico le pone los huevos encima de la cara, y hunde su cabeza entre las piernas de Rita, prosigue su comida de coño, tentando a Rita con la polla que se menea a escasos centímetros de su nariz. Un sesenta y nueve clásico, pero que sorprende a Rita. No imaginaba que un bárbaro extranjero conociese esas posturas. Lo premia agarrando la polla y empezando a pajearle. Una lástima que haya tanto pelo ahí, piensa Rita, porque le devoraría los cojones y le comería el culo. Pero se conforma con pajearle, enardeciendo aún más al chaval. Siente la furia de Victor en los lametones con que recompensa la masturbación. Su lengua es rápida, y empieza a tocar los sitios exactos y propicios. Aunque a esas alturas, reconoce Rita, cualquier sitio es exacto y propicio. Una nueva iniciativa por parte de Victor la lleva al orgasmo, inesperado y por eso mismo espectacular: además de comerle el coño con dientes, lengua y labios, Rita nota un dedo invasor penetrando en su ojete. Lo desea tanto que no puede evitarlo. Sorprendida por la intensidad de su excitación, grita como una perra mientras Victor no para de comerle el chichi, por mucho que ella trate de apartarlo de allí. Pierde momentáneamente el control de sus extremidades: sus piernas y sus brazos tiemblan y se agitan, mientras un rayo de placer le recorre cada célula del cuerpo. Nota que Victor se bebe sus fluidos. “¡Qué bueno es el hijo de puta!” acierta a pensar Rita, dejándose llevar por los espasmos del placer, rendida a los esfuerzos de su joven amante. Tiene incluso un recuerdo para Dumbledore, aunque no es muy consciente de ello. Algo así como “¡jódete, viejo cabrón!”, y un instante después, el peso de Victor sobre el colchón la atrae hasta el costado del muchacho. No tiene ningún reparo en reconocerle el buen trabajo que ha hecho, y sonriendo, le advierte:
-Y esto solo ha empezado, Victor. ¿Tú crees que podrás follarme dentro de un rato? Necesito sentir tu polla, querido-. Cubre de besos la cara de Victor mientras suelta sus advertencias. Complacida, constata que el miembro del chico no descansa flácido sobre su vientre, sino que está duro y dispuesto.
-Cuando usted guste, Rita-, responde Victor, devolviendo los besos, perdida ya gran parte de la timidez.