Rindiendo Cuentas con el Pasado (3)
Tras pasar la noche juntos, Lucía y Joan recuerdan cómo se conocieron y se conviertieron en amantes. Un viaje al pasado que prepara el escenario para nuevas aventuras del protagonista.
Rindiendo Cuentas Con El Pasado (3)
A la mañana siguiente me desperté con sorpresa junto a Lucía. No era la primera vez que mi vecina se quedaba a dormir después de una sesión de sexo, pero a menudo cuando abría los ojos me la encontraba vistiéndose o directamente solo.
- Lucía, eres un sol. Te has quedado a cuidar de tu tullido amigo en lugar de salir con tu noviete. Por cierto, ¿cómo va lo tuyo con Roberto? ¿Vais en serio?
- Alberto… Ya sabes que se llama Alberto. Y ya te dije que ayer no había quedado con nadie para salir. Pero ya que lo preguntas… Pues sí, voy a ir en serio con él – No me esperaba esa respuesta y mi cara de sorpresa me delató.
- Curiosa manera tienes de demostrarlo.
- No hagas que me arrepienta de lo que ha pasado esta noche. – empezó a juguetear con mi polla que se desperezaba morcillona.
- No me vengas a estas alturas de la película con remilgos. Pero perdona mi sorpresa, es que no te veo ligada a un solo tío.
- No me seas idiota. Tú me gustas mucho, pero lo de Alberto es otra cosa.
- ¿Una cosa mayor o menor que la mía?
- No pienso responder a esa pregunta ni con mi abogado presente.
- Vamos, tengo que saber con quien me estoy midiendo…
- Hombres… - suspiró dirigiendo una mirada a su presa, que en su máximo esplendor aguardaba palpitante su veredicto - Si, la tuya es mucho más grande, pero negaré haberlo dicho. ¿Contento?
- Con este tratamiento, cómo no voy a estarlo… Ahora dime por qué te vas a emparejar.
- Ya no soy una niña, con Alberto llevamos unos buenos meses juntos y tras proponérmelo, decidí que es lo que me conviene ahora mismo.
- Pero reconoce que anoche estabas preparada para buscar algo de acción.
- No te falta razón. Mis planes eran salir para darme un último homenaje antes de probar suerte con la monogamia. Pero al final, qué mejor broche de oro a mi soltería que rematarla con quien ha sido por largo tiempo mi amante y mejor amigo.
- Espero que al menos eso último no vaya a cambiar.
- Y yo espero que te calles y dejes de hablar de Alberto, que vengo con hambre.
Se deslizó lascivamente hasta los pies de la cama y tras tirar de mi verga hasta pegarla a mi vientre, le dedicó una larga serie de lamidas. Cuando creyó que estaba en su punto, sin más preámbulos y mirándome a los ojos como sabe que a mí me gusta, se la introdujo por completo en su boca. Lo hizo muy despacio, centímetro a centímetro, degustando esa mamada con sabor a despedida. Siempre ha sido una excelente felatriz, pero realmente se estaba aplicando en obsequiarme con su mejor repertorio. Yo me dediqué a contemplar y disfrutar la escena con las manos cruzadas por detrás de mi cabeza. Empezó a dar golpes espasmódicos con su cabeza, incrustándose cada vez más mi rabo en su garganta. No se prolongó demasiado en esa maniobra, a riesgo de ahogarse. Recuperando el resuello la estuvo besando y lamiendo, dedicando las atenciones de sus manos a mis testículos anhelantes de sus caricias. Acto seguido prosiguió con una húmeda mamada de labios bien prietos y fuertes sorbidas que se desencadenó en una copiosa corrida que engulló íntegramente.
- ¿Tienes hambre? – preguntó al terminar, aún con una gota colgando por las comisuras.
- Si, pero no tanta como tú.
Se levantó a preparar el desayuno. Sentados en la barra de la cocina frente a un café con leche y unos bollos con mermelada seguimos con la conversación.
- Voy a mentirte y decirte que me alegro por ti. Pero ahora cuéntame qué es lo que ves que te conviene de él que yo no pueda ofrecerte.
- Joan, hace tiempo que no estas bien. No te ofendas, pero deberías verte como yo te veo. Y no me refiero a las heridas del cuerpo. Te estás volviendo un “espectador”
- ¿un espectador? ¿De qué demonios estás hablando?
- ¿Te acuerdas de cuando nos conocimos?
- Claro que sí. Somos vecinos, ¿recuerdas?
Sucedió cinco años atrás. Después de años de ahorro y tras conseguir un ascenso en el trabajo acababa de mudarme a mi nuevo piso, en un edificio de una zona residencial no muy lujosa, pero si muy agradable y tranquila.
No conocía a nadie en la escalera, y mucho menos al único vecino que vivía en mi planta. Salía muy temprano por la mañana para ir a trabajar, y a media tarde ya terminaba mi jornada. Aunque no por ello pasaba mucho rato en casa. Después de tantos esfuerzos ahorrativos no me lanzaba a pegarme “la gran vida” pero si que comencé a disfrutar más de sus placeres. Llené mi armario de buena ropa, aunque no fuera necesariamente de lujosas marcas. Y decidido a engrasar la maquinaria volví a practicar deporte, cosa que había abandonado desde que terminé mi etapa estudiantil. Con esos nuevos ánimos alternaba mi tiempo entre el gimnasio y la búsqueda de nuevas conquistas para llenar mi agenda.
A las pocas semanas, cuando ya creía que vivía solo en mi rellano, salí del ascensor y me topé con una bellísima y alta mujer que luchaba con su abultado equipaje. Me ofrecí a echarla una mano y me miró con extrañeza.
- Que descortés, ni tan siquiera me he presentado. Soy Joan, tu vecino desde hace tres semanas.
- Oh, perdona. La desconsiderada soy yo. Me llamo Lucía. No te conocía porque he estado todo el mes de viaje.
- Ya lo veo. Con tanto equipaje tendrás la casa vacía - sonreí - Te repito mi ofrecimiento.
- Déjalo. Ya casi está todo. Muchas gracias y ya nos veremos por el rellano.
Crucé la puerta de casa con ganas de conocerla más. No fue un flechazo a primera vista, pero si que con una sola mirada supe que esa mujer tenía clase y algo muy especial. Desde entonces nos cruzamos muy pocas veces en el rellano y la ocasión de intimar no tardaría en presentarse aunque no sucedió de forma planificada ni mucho menos corriente.
- Aunque no me arrepiento, a veces creo que si tú y yo nos acostamos tuvo que ser por una conjunción astral.
- Perdona – esa afirmación suya me descolocó por inesperada - ¿Acaso no te di una buena impresión?
- No finjas no recordarlo, porque la primera vez que te vi en el “terreno de juego” en plena acción, me caíste fatal.
La noche de la que hablaba me encontraba en la barra del Balzac acompañado de una rubia preciosa pero con muchos pájaros en la cabeza. La eterna aspirante a actriz que las únicas tablas que había pisado eran las del parquet de la sala de espera de alguna audición. No era la primera vez que quedábamos pero esa noche me aburría su insulsa conversación y no tenía muchos ánimos para fingir algo de interés. Entonces apareció Lucía y mi mirada fue siguiéndola hasta que llegó a mi altura. A mi acompañante no le pasó desapercibido mi gesto y cuando volví a mirarla vi que intentaba arrojar su copa sobre mí. Tuve los reflejos justos para esquivarla y sujetar su muñeca, aunque no pude evitar que con el forcejeo Lucía recibiera un codazo que la descabalgó de sus tacones y el líquido terminara sobre su vestido.
- Lo lamento, vecina. Como te ha puesto esta loca…
- Ella si que lo va a lamentar…
Pero no tuvo ocasión de cumplir su amenaza. Me giré para recriminarla por su acción infantil, pero me encontré con la palma de su mano en una gran y sonora bofetada. El Balzac se quedó en silencio y si tenía una mejilla colorada por el bofetón, la otra la acompañó por la vergüenza. Por suerte, la gente siguió a lo suyo en cuanto la rubia abandonó el local con la cabeza bien alta mientras yo me agachaba para ayudar a mi vecina a levantarse.
- Creo que me he torcido el tobillo
- Venga, levántate y vayámonos de aquí.
Le ofrecí mi brazo y se agarró a él para levantarse. Apoyada en mi hombro abandonábamos el club. Me moría de vergüenza.
- Es cierto que no comenzamos con “buen pie” – bromeé con Lucía acerca de cómo nos encontramos envueltos en esa violenta situación.
- Lo que debería haber hecho fue pedir un taxi e irme directamente a mi casa cojeando y con un vestido estropeado.
- Bueno, el escenario con el que nos encontramos no fue nada halagüeño, pero supongo que alguna razón habría para que no te marcharas de inmediato. Y es que tan mala pinta no me verías…
- Cierto. Un chico mono con buena percha. Pero como esos me los cruzo en la vida por decenas y no todos tienen la ocasión ni tan siquiera de invitarme a una copa. Tu indiscreción con la chica que te acompañaba no me lanzaron señales muy positivas. Me pareciste un mujeriego inmaduro y poco de fiar. Lo empezaste a arreglar cuando ya en la calle me ofreciste tu ayuda siendo atento y divertido.
Una vez fuera del Balzac, con el panorama desolador de nuestro desastroso encuentro la abrigué con mi chaqueta no porque hiciera demasiado frío, sino para intentar esconder el estropicio de su vestido.
- Tengo el coche a la vuelta de la esquina. Deja que te mire ese tobillo.
- ¿Eres doctor?
- No, pero tengo experiencia en lesiones deportivas.
- Mira, mejor lo dejamos correr…
- No correrás demasiado si no me dejas echarle un vistazo.
Mientras sonreía por mi comentario, abrí la puerta trasera de mi coche y se sentó dejando sus piernas fuera. El corte lateral de su vestido dejó a la vista sus largas piernas color aceituna. Examiné al tacto la zona y no parecía inflamado y mucho menos que tuviera nada roto.
- Bueno, no ha sido más que una pequeña contusión. Ahora vuelvo. - Abrí el maletero y saqué mi bolsa de deporte. - Aplicamos un poco de pomada y podemos seguir con la velada.
- No creas que con estas pintas voy a ir a alguna parte que no sea mi casa. Además, se me ha roto un tacón.
- Bueno, creo que podemos solucionar eso también. Menudo pie gastas…
- Un poco grande, si… ¿por?- dijo algo molesta.
- ¡Tacháaaaaaan! - Saqué unas deportivas de mi bolsa. No tengo un pie muy grande pero para una mujer los suyos eran descomunales - Creo que te irán perfectas. Y conozco un sitio donde no tienen gorilas en la puerta que seleccionen el “modo de vestir”.
- Tú estás loco…
- Vamos mujer, deja que te las pruebe - Y como si se tratara de una moderna y bizarra versión de la Cenicienta me dispuse a probar si le entraban “las deportivas de cristal”. – ¿Qué me dices?
Se incorporó y dio un par de pasos.
- Oye, tus manos son mágicas. Casi ni me duele. Y la talla perfecta.
- En eso estamos de acuerdo. Sin esos taconazos ahora ya sólo me sacas una cabeza de altura. ¿vamos?
Se sentó en el asiento de copiloto y emprendimos la marcha hasta otro bar que conocía. Menos glamouroso que el anterior, pero muy acogedor. Nos sentamos en una buena mesa, algo apartada de la zona más bulliciosa y tomamos las primeras copas de la noche.
- Bueno, finalmente tu chica parece que no nos ha estropeado del todo la noche.
- Para empezar no es mi chica. Las niñas celosas que montan numeritos como el suyo no son mi tipo.
- ¿Sueles ligar mucho con zumbadas como esta?
- Y mucho peores, fíjate que una vez estuve con una chica que llevaba vestido de Mata-Hari con calzado deportivo… - Cada vez que conseguía una risa suya, la acercaba más a mí.
- Deberías llamarla.
- ¿Llamarla? ¿Por qué?
- Para agradecerle que nos hayamos conocido.
El resto de la noche fue estupenda. Nuestra manera de ver la vida era muy parecida y aparte de nuestros trabajos y su superior nivel adquisitivo, pocas eran las cosas que nos diferenciaban. Descubrí que además de una mujer de bandera era una gran conversadora y las horas fueron pasando sin que nos diéramos cuenta. Cuando el local se fue vaciando decidimos volver a casa.
- A esas alturas de la noche ya había ganado algunos puntos contigo.
- Gracias a que con tu desparpajo me convenciste para seguir la noche tuve la oportunidad de conocer a un chico más maduro de lo que suelen ser los de tu edad, y ese puntito canalla pero con buen corazón que te adiviné remató la faena.
- El resto de la noche también fue mágica, no lo vayas a negar…
- No pienso hacerlo.
El trayecto en coche de camino a casa se me hizo eterno. Dentro del vehículo nuestro espacio personal se estrechaba, lo que en circunstancias normales habría sido una gran ventaja. Pero esa mujer despampanante era ni más ni menos que mi vecina y cualquier paso en falso podía dar al traste con nuestra convivencia. La radio hizo más llevadero el viaje hasta que llegamos al parking.
- Última parada. Abandonen el vehículo…
Al llegar al ascensor Lucía se miró en el espejo.
- ¡Mierda! No había visto la magnitud de la tragedia. Este vestido no hay dios ni lavandería que lo salve.
- No hay problema. Conozco un remedio para estos casos. Te invito a mi casa y lo solucionamos.
- Te sigo, no conozco el camino. – bromeó.
Llegamos al umbral de mi piso y se quedó apoyada en la pared del rellano con semblante dubitativo.
- ¿No pasas?
- No estoy segura. ¿Qué pensarás de mí? – susurró fingiendo cierto recato .
- Pensaré que no puede ser que mi simpatiquísima vecina aún no haya visto mi piso.
Le tendí mi mano invitándola de nuevo a pasar. Cruzó por delante de mí moviendo cadenciosamente sus caderas, aunque el efecto no era el mismo llevando deportivas que cuando lo hacía con sus tacones de aguja. Una vez dentro me pegué a ella quedando los dos frente al espejo del recibidor.
- Ya te he dicho que tengo un remedio para tu vestido.
Desde atrás y agarrando fuertemente el corte lateral de su vestido, tiré con ambas manos en direcciones opuestas hasta rasgarlo hasta la cintura. Quedaron a la vista las tiras de un tanga negro de encaje. Me apoderé de su cuello y lo besé. Sin despegarme de él, cual vampiro, levanté la vista y Lucía se estaba derritiendo de placer.
- ¿No cierras la puerta?
- No, te estoy dando una última oportunidad de huir.
Me estaba dejando llevar por el morbo, aunque era prácticamente imposible que nadie nos fuera a sorprender al ser los únicos vecinos del rellano. Pero su nerviosismo me estaba encendiendo a tope y quería dejar que sufriera un poco más. Desabroché lo que quedaba de vestido y este se deslizó hasta el suelo. Estuve un rato deleitándome la vista en su cuerpo trabajado en horas de gimnasio, aunque con la musculatura justa para no perder la feminidad. Ella al sentirse observada, en un ademán de coquetería se deshizo de las deportivas consiguiendo separarse de mí.
- ¿Tienes algo de beber?
- Ahí dentro, en la cocina. Pero luego no te vayas a aprovechar de mí…
Cerré la puerta del piso y la llevé de la cintura hasta el salón. Fui a preparar un par de copas de Irish Cream y puse algo de música acorde a la escena. Cuando volví al salón ella estaba admirando mi decoración. Siempre tenía el piso en perfecto estado de revista, porque creo que no hay nada peor para una conquista que encontrarse con una leonera.
Ella estaba recostada en el sofá y yo me senté en la butaca mirándola fijamente a los ojos mientras dábamos el primer sorbo a la bebida.
- ¿No crees que estoy en desventaja contigo? Yo tan desnuda y tú tan vestido…
- ¿Lo ves? Sabía que querrías aprovecharte de mí – dije exagerando cómicamente mi falsa indignación – Uno ya no puede fiarse ni de su vecina…
Lucía cerró los ojos sensualmente y elevando los brazos se atusó la melena en un claro gesto incitante. Me incliné sobre ella para besarla al tiempo que me desabotonaba la camisa. Lucía tampoco perdía el tiempo y ya me estaba aflojando el cinturón. Los pantalones volaron mientras ella elevaba el pubis para quitarse las bragas. Se quedó medio cuerpo recostado sobre el brazo del sofá y separando las piernas se me ofreció completamente. Me enfundé una goma, coloqué mi verga entre sus labios y cuando ella esperaba que la estocara seguí alargando su agonía frotándome a lo largo de su coño suplicante. Quería seguir disfrutando de mi presa y de su ansiedad por ser tomada.
- Joan. No querrás que te lo ruegue.
- No, no quiero que ruegues. Quiero que implores.
Entonces Lucía sacó todo su furor, enroscó sus piernas a las mías y con un vigoroso tirón hizo que rodara quedando yo tendido en el sofá y ella encima de mí.
- Tío, lo vas a pagar muy caro
Mirándome a los ojos a través de su revuelta melena se fue dejando caer pausadamente hasta ensartarse mi verga. Se elevó apenas unos milímetros y con su musculatura en tensión se mecía adelante y atrás apretando sus glúteos. Parecía que fuera ella la que me follaba y no al revés. Mi vecina se hallaba fuera de control y bufaba sonoramente entre jadeos y amenazas.
- Voy a dejarte seco. Conmigo no se juega.
Pegó su cuerpo al mío, sintiendo sus duros pechos sobre mi piel. En un arrebato, la agarré por las nalgas y la levanté a pulso, dejándola esta vez a ella sobre el asiento. Con sus piernas dobladas sobre mis hombros empecé a bombearla con toda la fuerza de la que era capaz, en una sinfonía de chapoteos a cada choque de nuestros pubis. La despojé del mínimo sujetador y quedaron ante mí unos pechos menudos pero bien duros, culminados en unos oscuros pezones picudos que pronto pasaron a ser devorados. Completamente fuera de sí, luchamos cuerpo a cuerpo, gritamos e incluso creo que se nos escapó algún mordisco.
- ¿Lucía, admites entonces que fue una noche memorable? Aunque no se la pueda contar a mis nietos si es que alguna vez los tengo.
- La noche salió a las mil maravillas pero cuando desperté me vinieron todos los temores del mundo y salí huyendo de tu casa.
- Lo recuerdo. Cuando desperté no estaba seguro de que no se tratara de un sueño calenturiento, hasta que vi el desorden del salón.
- Ya me imaginaba un montón de situaciones incómodas al encontrarnos en la escalera. Pero encontrarme al regreso del trabajo con una caja de regalo frente a mi puerta y unos preciosos zapatos nuevos en su interior con una tarjeta firmada por ti… ahí disipaste mis temores y te ganaste una amiga para toda la vida. Pero has cambiado, Joan. Y no para mejor.
Sí que había notado cierta deriva en mi vida, pero no era algo que en ese momento me apeteciera comentar. Pero a una buena amiga se la escucha incluso cuando sabes que lo que va a decirte no te gustará.
- Bueno, ya sabes que últimamente mi estoy pendiente de un ascenso en el trabajo y eso me está absorbiendo mucho - traté de excusarme sin mucho convencimiento - Siento no haberte prestado más atención…
- No se trata de estar pendiente o no de mí. Tú y yo no somos novios. Pero sí que noto que te estás dejando llevar por la vida. No creo que sea sólo cosa de tu trabajo, pero te has vuelto rutinario y haces las cosas mecánicamente. Sigues trabajando en lo mismo, te mueves por los mismos lugares, pero sin pasión, sólo para cubrir el expediente.
Quise besarla, para desmentir su afirmación y viera que todavía era un tío apasionado, pero me frenó.
- A ver, respóndeme a unas preguntas. ¿Con cuántas mujeres te has acostado en los últimos meses?
- ¿Y eso que tiene que ver? - el cariz que estaba tomando la conversación no me gustaba demasiado - ¿Acaso me estas pidiendo cuentas?
- No. Responde a mi pregunta.
- No sé, en el último año ocho o nueve. Pero no creo que comparar mi “carné de conquistas” sea algo relevante.
- ¿A cuántas de ellas ni siquiera las habrías entrado un año antes?
- No creo que haber bajado mi nivel de exigencia sea signo de nada.
- Y yo tampoco hablo de eso. No es una cuestión de físico. No soy tan superficial, ¿sabes?
El efecto de la medicación ya me había pasado, y me sentía embotado por el dolor y el interrogatorio de Lucía.
- De verdad que no sé a qué viene tanta pregunta – respondí algo enojado
- ¿Verdad que no volverías a quedar con ninguna de ellas para cenar? ¿Acaso puedes decirme que guardas algún recuerdo memorable de esas conquistas?
- De la última tengo unas buenas lesiones…
- Miriam no cuenta. Mira, te lo diré yo porqué parece que no atas cabos. Tú te has dedicado a ligarte a cualquiera que se te pusiera bien a tiro. “Joan el ligón tiene que hacer alguna muesca en su culata”, y te has cobrado cualquier pieza simplemente porqué se supone que es lo que se espera de ti.
- ¿Y por qué “hacer lo que se espera de uno” es tan diferente a “es lo que me conviene ahora mismo”, Lucía? – le respondí con bastante mala leche.
- Mira, antes no tenías tan buen conformar. Luchabas por lo que querías y ponías pasión a todo lo que te proponías. Ahora eres un “espectador” porque con tu actitud de “dejarte llevar” pasas por la vida sin implicarte, sin darle importancia a nada. Es lo que quiero que entiendas y cuanto más tardes en darte cuenta, la marea más te va a arrastrar a esa vida insustancial y vacía que llevas. Es duro, pero alguien tenía que decírtelo. Aprovecha lo que te pasó el fin de semana porque aunque te llevaras un buen palo, por primera vez desde hace meses te arriesgaste. Y aunque ahora no me quieras creer seguro que sabes que mereció la pena.
A pesar de lo duro de sus palabras, mientras trataba de razonar conmigo se mostró conciliadora y sosegada. Deliberadamente quiso pasar por alto mi opinión sobre su “noviazgo”, aunque pude notar su disgusto en la mirada. Recogió los platos y tras soltarme todo lo que tenía que decirme se marchó dejándome solo y aun mas confundido.
PD: Para los que me han preguntado por correo cuando retomaré la serie "Servicio de mesa": debo deciros que aunque ahora mismo la he dejado en "barbecho". Espero retomarla cuando haya terminado "rindiendo cuentas con el pasado" del que me quedan segun mi planificación, dos o como mucho tres entregas más. Espero las disfrutéis tanto como yo escribiéndolas.
Se agradece todo comentario, valoración y crítica. Entre todos, autores y lectores hacemos cada vez más grande esta página.
PIETRO