Rindiendo cuentas con el pasado (2)
Tras reencontrarme en una cena con mis antiguos compañeros de colegio, y resarcirme de un viejo desengaño amoroso, toca volver a mi habitual rutina. Pero esa velada acarrearía con inesperadas consecuencias. Versión revisada.
Rindiendo cuentas con el pasado (parte 2)
Versión editada y reenviada.
La semana laboral comenzó con muy buen pie. Seguramente el fin de semana se reflejaba en mi buen humor. Al mediodía fui a comer a un restaurante cercano al trabajo como hacía siempre. Una hora más tarde lo abandonaba dispuesto a buscar mi coche en un gran aparcamiento cercano. Estaba sacando las llaves del bolsillo cuando una voz a mi espalda me preguntó:
- ¿Eres Joan, de los Salesianos?
- Si, soy yo – le respondí sorprendido - ¿por qué lo preguntas? ¿Nos conocemos?
Como respuesta obtuve un puñetazo en el estómago que me dejó doblado en el suelo, seguido de una patada en la cara que me partió el labio y otra en las costillas que, como más tarde pude comprobar en el hospital, me provocó un esguince costal.
- ¿de qué coño vas? – respondí, mientras escupía sangre.
- Míralo, si el tío es un mierda que no se puede levantar del suelo. La muy hija de puta ni siquiera me los ha puesto con un hombre de verdad.
Tras soltar esta frase me dejó ahí tirado. Lo seguí con la vista, temiendo que volviera a por más hasta que vi cómo se subía a un gran trailer y comencé a comprender quien era mi misterioso agresor.
Tuve que ir al hospital y coger la baja. Pasé algo de vergüenza al llamar a mi jefe para contarle que me habían asaltado en la calle, pero peor hubiera sido ir a la oficina con las marcas de la paliza en la cara. Además contaba con que mi jefe era un buen tipo que enseguida comprendió que lo mejor para mí y para la empresa era hacer reposo hasta estar totalmente recuperado. Puse la pertinente denuncia en la comisaría donde ya me dijeron que con los pocos datos que les había dado y al no fijarme en la matrícula del camión poco podrían hacer. Llegué a casa a eso de las siete de la tarde cuando sonó el teléfono y al otro lado estaba la voz de Miriam:
- Joan, lo siento…
- ¿Qué es lo que sientes? – recé en mi interior porque no me diera una cursi respuesta de enamorada. En ese momento lo último que necesitaba era tenerla colgada de mí.
- Lo que te ha pasado con mi marido. – Y ahí resolví definitivamente la sospecha sobre la identidad de mi asaltante. – Está de viaje y me ha llamado hace un rato para decirme lo que te había hecho.
- Pero ¿Tú estás loca? ¿Cómo le cuentas a tu marido lo que pasó esa noche?
- Perdóname… Todo es culpa mía… - dijo entre sollozos.
- Escúchame – me enternecí por su voz afectada y bajé el tono preocupándome por ella que estaba casada con ese animal – Los dos somos responsables de lo que pasó. Yo sabía que estabas casada y también dejé que nos dejáramos llevar por nuestros sentimientos…
- ¿Sentimientos? ¿Quién habla de sentimientos? No te equivoques… Yo amo a mi marido. Sólo que estamos pasando por un bache… Te repito que lo siento y ahora escúchame tú…
Miriam me contó qué estaba pasando. Fue a la fiesta cabreada con su marido por un comentario hiriente que le había hecho mientras se arreglaba para la cena. Le dijo que no hacía falta emperifollarse tanto, que ningún hombre se acercaría a ella, que era perder el tiempo. No lo tenía calculado pero encontrarme en la cena y todo lo que siguió fue una ocasión que no pudo ni quiso dejar correr. A la mañana siguiente, cuando su marido despertó volvió a la carga con sus frases cargadas de desprecio. Le dijo que no la había esperado despierto porque estaba totalmente tranquilo. Que a una mujer tan gorda nadie se la querría beneficiar. Entonces ella, herida en su orgullo le contó lo que había pasado conmigo y no había tenido ningún reparo en darle datos sobre mí para darle más credibilidad a su historia.
- ¿Y se puede saber por qué coño sigues con él?
- Porque es bueno con los niños, gana dinero, y cuando él está de viaje hago lo que me place. Además sé que en el fondo me quiere… a su manera.
- Joder, no puedo creer lo que oigo.
- Siento haberle dado tus señas. Eso estuvo muy mal. Bueno, una cosa te diré para tu satisfacción. Follas muy bien. De verdad. Me corrí como hacía años que no lo conseguía.
Y después de esa confesión tan desconcertante, colgó. Esa noche apenas pude pegar ojo a pesar de los calmantes por todo lo que se removía en mi interior. La fantasía se había roto y toda la magia de esa maravillosa noche de sábado se había convertido en un humeante montón de mierda.
Los siguientes dos días no fueron mejores. Dejé los calmantes para agotar el alcohol que tenía por casa. No ayudó mucho ver las fotos que mis compañeros de escuela iban colgando en facebook. El jueves ya no tenía nada que llevarme al gaznate y mi cabeza comenzaba a atisbar algo parecido a la salida del túnel. De ninguna de las maneras una tía con una vida tan miserable podía poner patas arriba mi mundo por un polvo con sabor a venganza.
El viernes me llamaron un par de colegas preguntándome si quería salir a tomar algo. Les respondí con evasivas porque aunque sentía deseos de salir por ahí, las costillas seguían doliéndome horrores. Aun me quedaban algunos días de baja y el médico me había prevenido sobre hacer ningún tipo de esfuerzo. Como no sabían nada de mi lesión les pareció algo extraño pero respetaron mi decisión.
Me dispuse a pasar una velada con la mala compañía de la horrenda programación televisiva cuando una voz desde el descansillo de casa me sorprendió.
- ¿Joan, estás ahí?
- ¿Lucía? Espera un momento, no estoy muy visible.- contesté desde el sofá.
Quien estaba allanando mi casa era mi vecina de enfrente, Lucía, con quien tenía una gran amistad. Ambos solteros y orgullosos de serlo, de vez en cuando protagonizábamos tórridos encuentros sexuales, sin ningún tipo de compromiso por ninguna de las partes. Hacía algunos meses que eso no pasaba, desde que se había echado un medio novio en su trabajo bastante más joven que ella. Pero nuestra amistad iba mucho más allá del sexo, por eso teníamos copias de las llaves de casa del otro.
- Hace días que no te veo y me he pasado para ver si estás bien. – dijo mientras rodeaba el sofá y se encontraba con mi semblante demacrado.
- Hola vecinita. – le dije intentando sonreír en vano.
- Pero, ¿Qué te ha pasado?
- Es una larga historia. Pasa, pasa.
No nos guardábamos secretos, así que le conté con todo lujo de detalles la visita a mi ciudad y lo que allí había sucedido. Cómo fue el reencuentro con mis viejos amigos y cómo fui seducido sin darme cuenta por una mujer que buscaba vengarse de su marido.
- El cazador cazado – concluyó Lucía.
- Si hubiera ido en busca de caza, sería el caso. Pero no fue así. Me dejé engatusar por la nostalgia y lo que ves es fruto de la confesión de su infidelidad. Ella me ha utilizado y su marido me ha usado de saco de boxeo.
- Esa tía es una loca de cuidado.
Lucía acariciaba mi cabeza mientras le terminaba de contar toda la historia y me miraba tiernamente. Llevaba puesto un vestido largo de estilo japonés que le quedaba como un guante y el pelo recogido en un curioso moño.
- Perdona el rollo, seguramente habrás quedado para salir con “tu chico” – me encantaba pincharla con indirectas sobre la juventud de su novio.
- Tranquilo, no tenía nada especial planeado para esta noche. Sólo iba a cenar algo por ahí, y luego quizás dejarme caer por algún concierto pero antes quería pasarme por tu casa. Me tenías preocupada.
- Bueno, ya ves que al menos tenías motivos para estarlo.
Decidió quedarse conmigo para hacerme la cena. Desde la cocina me regañó por el yermo estado de mi frigorífico y se fue a su casa para traer algo para cenar. Mientras se dirigía a la salida, giré el cuello para fijarme en su trasero que se balanceaba cadenciosamente bajo la sedosa tela de su vestido. Una indumentaria que desmentía su afirmación sobre los planes que tenía para pasar la velada. Si no había quedado con su novio, quedaba bien a las claras que se había arreglado para salir en búsqueda de acción. Pero para mi satisfacción, pensaba retrasar su cacería para atenderme en mi estado. Esos pensamientos me hicieron sonreír, pero un punzante dolor en el costado me recordó que no me encontraba aun para muchas alegrías.
Lucía era una mujer muy ardiente y también muy celosa de su libertad, por lo que me sorprendió cuando semanas atrás me confesó que estaba saliendo con un compañero de su trabajo. Aunque por lo que intuía, no pensaba privarse de algunas salidas nocturnas al acecho de nuevas conquistas. Y es que Lucía era una mujer que se hacía mirar. A pesar de su gran estatura, era amante de llevar afilados tacones acentuando aun más si caben unas eternas piernas modeladas en la bicicleta estática del gimnasio. Su trasero se mantenía bien erguido y duro por el ejercicio, pero siempre andaba con un pronunciado contoneo de caderas que volvía locos a los hombres. Su piel de aceituna le daba un toque exótico que junto a su tinte pelirrojo resultaban en una combinación cromática bien curiosa. Ella era un par de años mayor que yo y tanto su nivel cultural como económico eran marcadamente superiores gracias a su trabajo como productora de espectáculos. No había mejor persona a la que recurrir para conseguir un par de entradas para el teatro o conciertos, sin importar lo agotadas que estuvieran o lo desorbitado de su precio y así poder deslumbrar con ellas al ligue de turno. No le molestaba que las usara para disfrutarlas con otras mujeres, sino que se vanagloriaba de ser mi cómplice de fechorías. Nuestro nivel de entendimiento era magnífico, y la química sexual entre nosotros era inmejorable. Pero sabíamos que después de los besos y caricias post-coitales cada cual se desayunaba en su casa.
Cenamos algo ligero en el sofá, mientras charlábamos de cosas banales. Se había propuesto distraerme de mis desgracias y lo estaba consiguiendo. De hecho, incluso cierta modorra se estaba apoderando de mí.
- Oye, no irás a quedarte dormido después de haberme quedado contigo esta noche.
- Perdona, hacía días que no me sentía tan a gusto. Tu compañía me está haciendo mucho bien.
- Y mejor que se puede poner la cosa si no te duermes, claro.
Serpenteó por el sofá hasta que sus piernas reposaron en el parquet. Con sus mejillas se deslizó a lo largo de mis muslos quedando al final sus mejillas junto a mi entrepierna. Comencé a acariciar su pelo, a masajear su cabeza, rastrillando con mis dedos su cuero cabelludo. Sabía que eso a ella la volvía loca.
- Lucía, me gusta hacia donde lleva todo esto, pero me temo que no voy a ser capaz.
- He venido a cuidarte, ¿No es cierto?
Desabrochó mi pantalón y tiró de él hasta dejarlos por los tobillos. Introdujo dentro de mis boxers sus delicadas manos y con sus uñas de manicura de salón exclusivo comenzó a recorrer todo el tallo. Su caricia, en un principio suave, fue creciendo en intensidad y se concentró en el escroto, cuya piel se había ido contrayendo, creando un mapa de surcos y rugosidades que ella repasó con sus uñas como si tratara de leer mi destino en el relieve de mis huevos. Arrancó con los dientes el botón de los calzoncillos y me lanzó su cálido aliento a través de la tela. Por fin se decidió a sacármela por la abertura de los boxers y me obsequió con unos besos minúsculos, casi podríamos decir que castos si no los estuviera depositando en mi verga que estaba terminando de desperezarse asomando su cabeza llena de sangre. Pasó a la acción rápidamente, engulléndola por completo y embadurnándomela de saliva. Como me excita mucho mirar a la cara de mis felatrices cuando están en faena, traté de inclinarme hacia la izquierda para poder ver sus progresos. Pero una punzada en el costado me hizo regresar a mi postura anterior y a la realidad de mi estado físico.
- Sssh… relájate. Déjalo todo en mis manos… y en mis labios.
Con dos dedos bajo el glande me sujetó la polla contra mi abdomen mostrándola ya casi en su máxima expresión y se dedicó a lamerla ladeando la cabeza para poder mirarme a los ojos. Cuando estaba a punto de empezar de nuevo el camino de bajada, abrió la boca y se la hundió en su interior. Quise llevar mis manos a su cabeza, pero lo impidió de un rápido manotazo a ciegas sin parar ni un momento de succionar, provocando algunos sonidos muy morbosos e inequívocos. Se estaba aplicando en una de sus mejores mamadas, por lo que mi respiración era cada vez más y más profunda, hasta el punto que me dolía a causa de mis lesiones y no pude evitar lanzar algún quejido que hizo que ella se detuviera.
- ¿Estás bien?
- Si, sólo que me duele al respirar fuerte.
- No luches contra el dolor. No te rebeles. Déjate llevar por él y al final te llevará al placer – me susurró mientras me masturbaba lentamente para que no perdiera la erección y poder así evaluar la respuesta de mi cuerpo – ¿Crees que lo vas a poder aguantar, cariño?
El panorama no era muy halagüeño. Tocaría aguantar. Podría intentar compensar el tema respiratorio con inspiraciones más cortas y seguidas, pero eso inevitablemente llevaría a una perdida de erección. O podría intentar pensar en otra cosa, pero francamente si tengo una mujer entre mis piernas no quiero estar pensando en la lista de la compra.
- Haré lo que se pueda. Venga, ahora no te pares.
Lucía dio como buena la contestación y siguió a la suyo, o a lo mío, vaya. Y sin ningún tipo de compasión, porque redobló sus esfuerzos en vaciarme. A sus movimientos de succión ahora le acompañaba su mano que me retorcía tanta polla como quedara libre de su boca. Mi respuesta fue agarrarme con ambas manos a los cojines del sofá y estrujarlos para aliviar algo de tensión y tratar de sobrellevar el dolor que había vuelto por el ajetreo. Pasados unos minutos de intenso tratamiento oral, solté los cojines y al tiempo que mi musculatura se relajaba, el dolor se hizo más soportable. Dejé de preocuparme por mis magulladuras y las oleadas intermitentes de punzadas a mi flanco izquierdo fueron mutando de pequeños quejidos a auténticos gemidos de placer como nunca antes había proferido. Varios chorros abandonaron mis gónadas sin avisar, haciendo que Lucía se atragantara y tosiera. Por mi parte, tan brutal corrida hizo que mi abdomen convulsionara y ahí sí que me dolió. Mis músculos atenazados me llevaron de vuelta del mayor placer al dolor más absoluto a velocidades hipersónicas.
- Joan – intentaba decir entre toses – ¿Qué te pasa?
- Joder – trataba yo de responder entrecortadamente – las putas costillas.
Rodé por el suelo hasta encontrarme frente a su cara que, tras recuperar el resuello, comenzó a reír.
- Cabrona, ¿Se puede saber de qué te ríes?
- Joder, Joan. – Me decía mientras me ayudaba a incorporarme – ¿Tú te imaginas qué manera tan idiota de morir, atragantada por una corrida?
- Ya me lo imagino en titulares: “Mamada mortal”. Y como siga riéndome el que se va a morir de dolor soy yo.
- Vamos, valiente. Has estado muy bien – me dijo mientras acariciaba mis costillas. – Voy a traer algo más de vino, que las copas están vacías.
Se levantó al tiempo que se soltaba el moño y desapareció al girar la esquina y entrar en la cocina. Aproveché para colocarme unos cojines a la espalda y acomodarme sentado en el suelo con el sofá como respaldo. Al par de minutos, la luz de la sala se atenuó y un leve aroma a flores exóticas invadió el ambiente. Lucía apareció sujetando las copas, con los brazos cruzados bajo su menudo busto que lucía realzado. Mirando al frente y con gesto reverencial abrió los brazos y su vestido chinesco cayó a sus pies. Bajo él, sólo llevaba liga y unas medias negras ribeteadas de blanco, mi combinación favorita. Me entregó una copa y brindamos con la mirada. Tras el primer sorbo, me tendió una mano y me ayudó a incorporarme.
- Vamos a la cama, ya es hora de que el paciente descanse.
Cogidos de la mano me llevó a mi dormitorio y me sentó sobre la cama. Iba a medio vestir, así que me ayudó a desnudarme. Lo hizo muy lentamente, comenzando por el jersey, dejándome en camiseta. Acarició mis rectos y anchos hombros, bajó por mis pectorales descolgados y siguió dibujando mi contorno hasta llegar a la cintura, que ya no tenía la firmeza de antaño. Me pellizcó el naciente michelín por el lado que tenía “sano” y agarró la camiseta para quitármela. Ya sólo me quedaban los calzoncillos, húmedos de su saliva y restos de corrida.
- Esta noche es muy importante y no puede quedar en un aperitivo.
- Yo te lo agradezco pero cualquier otra noche estaré más dispuesto para la batalla.
- Tranquilo, tienes a tu enfermera para curarte las heridas del cuerpo y el alma.
Me tumbó en la cama dejándome boca arriba. Con firmeza me separó las piernas y se sentó sobre ellas dándome la espalda. Flexionando el tronco hacia delante y luego hacia atrás fue empalándose marcando el ritmo, muy suavemente, apenas sin llegar a tocar mi cuerpo. ¡Bendito gimnasio! A mi solo me quedó llevar mis manos al nacimiento de sus nalgas y cerrar los ojos tratando de fluir con las sensaciones. Me gusta alternar papeles en la cama y hubiera preferido llevar en algún momento la voz cantante, darle un buen empujón y seguir bombeándola desde atrás, pero las limitaciones físicas seguían ahí y aunque terminé sorprendido por mi aguante en esa velada no disfruté tanto como su duración sugería. Nos dormimos abrazados y, aunque casi nunca amanecíamos juntos esa vez fue una excepción.
---- EPÍLOGO ----
Tras varios meses de demora, me siento con energías para seguir “Rindiendo Cuentas Con El Pasado” y espero próximamente seguir ofreciéndoos nuevas entregas a un ritmo superior al habitual. Espero que la disfrutéis y la comentéis, que siempre estoy ahí para escuchar lo que tengáis que decir.
Pietro