Rico dominicano
Sexo interracial
El día que por fin me atreví a invitarle a subir a casa casi me temblaban las piernas. Es uno más de los dominicanos que viven en mi barrio a las afueras de Madrid pero a la vez muy diferente. Debe tener unos ventipocos años, tiene un cuerpo divino que yo ya había podido contemplar porque le gustaba salir a correr por el parque en verano y sin camiseta y además es guapísimo de cara, con esos ojos oscuros y una cara perfecta, hasta le queda bien su incipiente barba, y eso que a mí no me gustan con barba, y su pelo cortado casi al rape. Cada vez que nos habíamos cruzado se me había quedado mirando como dándose cuenta de lo mucho que me gustaba, pero casi siempre iba con algún colega y tampoco me quedaba claro si no sería de alguna banda latina o algo peor. El caso es que ya era de noche cuando nos cruzamos justo cuando yo entraba en el portal de mi casa cuando él se paró y se quedó mirando hasta que una vez abrí la puerta del ascensor, le invité con un gesto a entrar.
El trayecto hasta mi casa se me hizo eterno porque a ninguno de los dos se nos ocurrió nada que decir. Me fijé que llevaba una camiseta de tirantes ajustada que dejaba ver sus musculados brazos e intuir su prieto torso y duros pezones, unas bermudas hasta llegar a las rodillas y unas grandes zapatillas como de jugar al baloncesto. Una vez dentro del apartamento, como ambos sabíamos a lo que íbamos le llevé directamente a la habitación, donde cerré las persianas y encendí una débil luz pero suficiente para no perder detalle de cada parte de su anatomía y, apoyándole sobre la pared me arrodillé frente a él y le fui bajando primero las bermudas y luego unos boxers rojos ya ligeramente humedecidos y que olían fuertemente a aquel sexo que fui descubriendo poco a poco hasta que apareció una polla aún flácida y colgando hacia abajo, bastante larga, casi negra y con un gran pellejo.
Acostumbrado a pollas casi siempre circuncidadas, para mí suponía una sorpresa aquel rabo que enseguida metí en mi boca para endurecerlo y agarrándolo con una de mis manos, ponerme a jugar a con su glande para descubrirlo y luego volver a cerrarlo con su propia piel, mientras sorbía una enorme cantidad de líquido preseminal que daba cuenta de un buen trabajo por mi parte. Chupé y chupé durante un buen rato hasta que me incorporé y le invité a acostarse en la cama. Una vez allí terminé de sacarle las bermudas y los boxers mientras él se quitaba la camiseta y yo me desnudaba también. Me puse a un lado de la cama y comencé a lamer aquel divino torso, especialmente aquellos pezones tan oscuros y tan duros que me volvían loco y luego fui bajando hasta su liso abdomen y por fin hasta sus peludas pelotas, que acabaron en mi boca primero una y después la otra.
No se si le habrían comido los huevos alguna vez antes pero por sus gemidos parecía que iba por el buen camino, por lo que seguí deslizándome hacia abajo con la esperanza de que me permitiese levantarle las piernas para comerle el culo, que es mi parte preferida. No puso impedimento por lo que durante un buen rato me concentré en lamer aquel no tan oscuro anillo rodeado de una finísima pelusa y cuyo olor acre me estaba poniendo como una moto por lo que mi lengua lamía y lamía con deleite, mientras le oía gemir débilmente. Cuando mi lengua no daba más de sí le pedí que se pusiera encima de mí de forma que me pudiera follar la boca mientras yo me pajeaba. Decidí esforzarme en hacerle la mamada más placentera de la que era capaz y como experiencia no me falta no pasó mucho rato hasta que me anunció que se venía y segundos después terminaba corriéndose abundantemente sobre mi cara, momento en que empecé a masturbarme y, para aumentar el placer de ambos, me volví a meter su polla en mi boca para con mi lengua limpiar sus jugos al tiempo que yo acababa corriéndome sobre mi pecho. Fue un polvo memorable que espero se repita muy pronto con ese adorable mulatito.