Ricky, el perro callejero 9
Don Fermín, el director de la escuela, espía a los hermanos mientras le hacen una mamada a Ricky en el patio de la escuela. Ricky anuncia el viaje.
Pasaron los días, tras el cruel castigo que le había impuesto Ricky a su sumiso más rebelde, el joven Saúl, por haberle desobedecido en una orden directa y por haberle arrancado con los dientes el piercing que le había puesto a su hermano Luis en el ombligo. Ricky le había clavado el mismo piercing a Saúl en la base de su pito, con muy mala leche, y al menor estuvo escociéndole la entrepierna durante muchos días. Durante ese tiempo, el perro callejero visitó en varias ocasiones la casa de los hermanos, y también en el colegio les reclamaba sus servicios como putas come-pollas y adoradoras de su rabo de Dios de ébano.
Casi un mes después de aquel incidente, un lunes por la tarde, Ricky interceptó a los hermanos en el patio, a la salida de la escuela.
“¡Eh, par de cerdas inútiles, venid aquí!”
les dijo, con voz bien alta, para que el resto de compañeros que estaban allí en ese momento lo oyesen bien.
A Luis no le importó en absoluto, hacía muchos años que todos los chicos de la escuela y del barrio entero le llamaban “la puta de Ricky” en su propia cara, así que se detuvo en seco y dio media vuelta, muy feliz de que su Amo y Señor Ricky se dignara a dirigirle la palabra una vez más. Luis tenía muy poca autoestima, casi inexistente, y eso hacía que tuviese constante terror de ser abandonado por su Amo en cualquier momento, por eso siempre procuraba mostrarse más sumiso y complaciente cada día que pasaba junto a él.
Saúl en cambio no llevaba tan bien aquel asunto. Él estaba perdidamente enamorado de Ricky, y sabía que para retenerlo a su lado solo había una forma, y era comportarse como el sumiso esclavo que el perro quería, pero no soportaba las burlas de sus compañeros de clase, ni llevaba nada bien las humillaciones públicas. Por eso su primera reacción al oír la voz de Ricky insultándoles de aquella manera fue sentir el estómago como se le cerraba en un fuerte nudo, y un arranque de ira que por suerte pudo controlar. Aun así, se acercó a su Amo con el ceño fruncido, y no con una estúpida sonrisa, como el idiota de Luis.
“Este viernes empiezan las vacaciones de Semana Santa, y tendremos unos cuantos días libres en la escuela”
empezó a decirles el chico de pelo color negro azabache.
Saúl y Luis permanecían atentos a sus palabras, sin saber todavía a dónde querría llegar a parar Ricky, quien tras encenderse un cigarrillo, prosiguió con su discurso:
“Tengo planeada una escapada, y os vais a venir conmigo”
Los hermanos abrieron sus ojos azules, los corazones de ambos bombeaban con fuerza en cada uno de sus pechos púberes.
“El viernes, después de comer, me pasaré por vuestra casa a recogeros. Ya os inventaréis alguna excusa para la puta de vuestra madre, eso a mí me la trae floja.”
Saúl pensó que si le decían a su madre que la escuela había organizado un viaje por aquel periodo vacacional, y ambos hermanos le daban la misma versión, seguramente no pondría ninguna objeción, Martha era muy benévola en ese aspecto. Los hermanos de pelo color trigo se sentían los chicos más afortunados de la tierra No podían creérselo del todo todavía, iban a tener unas mini vacaciones a solas con su amado Semental, o al menos eso creían en ese momento, aunque luego resultó que la realidad fue un poco distinta a como la habían imaginado en ese momento.
Ricky echó un vistazo alrededor, pasando su mirada esmeralda y felina por el patio de la escuela. Ya no quedaban chicos en él, aunque seguramente sí que quedarían alumnos y algunos profesores dentro del edificio, esperando la hora para iniciar las tareas extraescolares. El perro callejero torció su sonrisa, dándole a su bello rostro un aspecto de lo más malvado y erótico. Tanto Luis como Saúl sabían ya a esas alturas de ser sus fieles sumisos, que eso quería decir que su Macho acababa de tener una fatal idea, sobre todo para ellos.
“Ahora poneos de rodillas. Quiero que me la chupéis, y será mejor que le pongáis ganas, porque hasta que no me corra sobre vuestras caras de mariconas estúpidas no pienso dejaron marchar.”
“Si, Amo”
respondió Luis en seguida, y se arrodilló sin ni si quiera pensárselo.
A él le daba igual estar en el patio de la escuela, en el parque o en medio de la calle. Si su Amo y Señor Ricky deseaba usar su boca para tener placer, él se sentía inmensamente feliz por ello, y todo lo demás desaparecía a su alrededor. Solo importaba su Macho y complacerle siempre más y de mejor forma. Total, los chicos del instituto no podían tratarle peor de lo que lo habían hecho hasta la fecha.
Mientras el hermano mayor se afanaba a desabrochar los botones de la bragueta del tejano de Ricky, Saúl el más pequeño de los dos se sentía intimidado por las circunstancias. Él también revisó con la mirada el patio, y no había nadie, pero podían aparecer en cualquier momento. Además estaban todas aquellas ventanas. El menor no logró distinguir a nadie asomado en ellas, pero sí que había siluetas moviéndose por los pasillos. Una cosa era que sus compañeros de escuela se imaginaran las cosas que hacía con Ricky, y otra muy diferente era que le vieran haciéndolo. Entonces sí que su humillación púbica sería tan bestial que se viera obligado a abandonar la escuela, y entonces no podría pasar tanto tiempo en aquel mismo sitio con su adorado perro callejero. Claro que si no cumplía con su orden, Ricky se enfadaría con él, y quién sabe si al final lo castigaría dejándolo en casa otra vez, y llevándose solo a Luis a esas mini vacaciones. No, eso no podía permitirlo. ¡Esta vez no dejaría que el imbécil de su hermano mayor se quedase con la recompensa!
“Como desees”
añadió más tarde Saúl, en voz muy baja.
Estaba muerto de nervios por si alguien les pillaba haciendo aquello, pero era el deseo de su Amo y no podía hacer otra cosa más que complacerle. Así que Saúl se arrodilló en el suelo al lado de Luis, que tenía ya el hinchado y majestuoso rabo del Semental en sus manos, y empezó a lamer con vigor el extremo izquierdo del mismo, de los huevos hasta la punta. Su hermano mayor al verle le imitó, pero por el otro costado de la polla de su Dueño. El propio Ricky se lo había dicho, cuanto más se esmeraran en chupársela, antes se correría, y antes podrían dejar de encontrarse en esa situación tan patética, al menos para el pobre Saúl, porque la putilla de su hermano mayor Luis estaba disfrutando de lo lindo con aquella mamada a su Señor, y no le preocupaba nada más que no fuera darle todo el placer posible.
Ricky empezó a proferir con gemidos roncos. Puso cada una de sus manos sobre la cabeza de los hermanos, y les empujaba o alejaba de su fornido cuerpo a su voluntad, obligando a ratos a Saúl, y a otros a Luis, que se metieran su rabo entero en la boca, mientras el otro hermano se dedicaba a lamerle las mullidas pelotas. Saúl notaba con su boca como aquel pedazo de carne se hinchaba, crecía y palpitaba por momentos, y pensaba que podría librarse de aquello sin que nadie de la escuela los pillara. Pero se equivocaba.
En una de las veces que el perro empujó el rostro de Saúl para que dejara sitio a Luis y se dedicara a darle placer en la base de su enorme rabo de toro, el menor vio algo que le dejó paralizado por unos segundos. A escasos metros, justo detrás de Ricky, en la puerta doble que daba acceso al gimnasio y los vestuarios, había alguien. No era uno de los alumnos de la escuela, ni si quiera uno de los profesores… era mucho peor que eso ¡¡Se trataba de don Fermín, el director del colegio!! Saúl estaba a punto de ponerse en pie para avisar a Ricky de que los habían pillado, pero entonces bajó sus ojos azules hacia la entrepierna del viejo, ¡¡Y vio que se estaba pajeando!! El menor no podía salir de su asombro. Allí estaba don Fermín, un viejo con el pelo cano y muchos kilos de más en su asqueroso cuerpo de anciano, con la mano en su paquete y masturbándose mientras espiaba a Ricky y sus hermanos sumisos haciéndole una mamada.
Saúl se debatía entre detenerse y explicarle a Ricky lo que estaba pasando, o seguir adelante con la chupada. No lo tenía demasiado claro, porque si el perro callejero había decidido que el patio de la escuela era un buen sitio para hacer aquello, sería que no le importaba que le vieran haciéndolo, es más, parecía que buscara que los pillaran. Además Ricky se enfadaría muchísimo si se paraba y dejaba de mamársela, seguro que al final metería la pata como siempre y se quedaría sin el viaje, y entonces el imbécil de Luis se marcharía con su Macho y él se quedaría solo en casa con su madre ¡No!
Saúl recibió un fuerte tirón de pelo que le indicaba que su Señor quería que fuese él quien se metiese ahora su enorme rabo en la boca, mientras Luis ocupaba su lugar abajo en las pelotas. Así se le complicaba el asunto para ver a don Fermín, pero intentó clavar su mirada en él cada vez que su cara se retiraba de la entrepierna de Ricky en los escasos segundos que tenía antes de que le empujara de nuevo hacia abajo, metiéndole su descomunal rabo hasta la campanilla. Entonces vio que el director de la escuela seguía masturbándose, pero ahora le miraba fijamente a él, a Saúl. Al menor le asqueó pensar que ese viejo degenerado se estaba sacudiendo su pito asqueroso pensando precisamente en él. Pero también pensó que seguramente don Fermín no se atrevería a llamarles la atención por aquello que estaban haciendo en el patio, a sabiendas que Saúl sabía que él mismo se había masturbado mirándoles. “A la mierda, que haga lo que le salga de los huevos ese viejo idiota” pensó Saúl, y ya no tuvo tiempo a darle más vueltas al asunto, porque Ricky empezó a jadear con fuerza y a embestir con mucha furia contra su rostro de niño.
La corrida del perro no tardó en llegar. Primero le llenó la boca al menor de su espesa lechada, y luego sacó su glorioso rabo de la boca del crío y roció el rostro de ambos hermanos rubios con su esperma caliente.
“Iréis así hasta vuestra casa, allí os limpiaréis mutuamente mi corrida”
les dijo Ricky a los hermanos de pelo trigueño, mientras se guardaba el rabo dentro de los pantalones.
“Aquí tenéis una lista con las cosas que tenéis que meter en la maleta. Las únicas que debéis llevar para el viaje.”
Añadió, sacándose un pequeño papel doblado del bolsillo trasero del tejano, y recalcó la palabra única.
Saúl y Luis ya se habían puesto en pie. Fue el más joven de los dos quien tuvo los reflejos más rápidos y cogió el papel que les había dado Ricky. Luis leyó lo que ponía asomándose por encima del hombro de su hermano menor. En él había escrita una escueta lista de objetos: conjuntos de sujetador y tanga, faldas cortas, zapatos de tacón de aguja (dos pares de cada cosa), y maquillaje. Y especificaba que debían ser de su madre.
Cuando los hermanos alzaron la mirada, Ricky ya no estaba allí. Oyeron el sonido del potente motor de su motocicleta robada alejándose por las calles de la ciudad. Luis se quedó mirando hacia la puerta de salida de la escuela, con una sonrisa boba en la cara, sintiéndose inconmensurablemente feliz de haber complacido a su Amo. Saúl recordó de repente al director de la escuela y miró hacia el lugar donde había estado escondido pajeándose mientras los espiaba mamarle la polla a Ricky, pero no había nadie allí. Saúl suspiró y pensó que lo mejor sería no decirle nada a su Semental por el momento. Don Fermín solo había estado mirando, y estaba seguro que no les impondría un castigo, ya que él mismo había pecado de lo mismo. El menor no podía imaginar que justo al día siguiente don Fermín le haría pasar una de las peores experiencias de su corta vida.
Sin limpiarse la corrida, como el perro les había ordenado, y con sus pitos durísimos por la excitación que habían sentido, ambos hermanos salieron del edificio escolar y se dirigieron a su hogar. Luis todavía estaba en las nubes, muy feliz por lo que acababa de ocurrir, y porque el Amo Ricky quisiera llevárselos de vacaciones. Saúl en cambio estaba nervioso y preocupado. Miraba de reojo a lado y lado de la calle, con miedo de encontrarse con cualquier conocido. Era evidente que aquello que les manchaba la cara era una corrida, cualquiera lo sabría con solo verlo. Quería llegar rápido a casa, y encima luego le tocaría lamerle la lechada a Luis de la cara, porque así se lo había mandado su Semental. No había forma de escaparse de aquello, estaba seguro que el imbécil de Luis se chivaría a Ricky si no cumplía con su orden. Asco de vida. Y encima no podía quitarse de la cabeza la fea imagen del viejo y gordo director masturbándose mientras clavaba sus pupilas en él. Deseó que el resto de semana pasase pronto, para así poder marcharse de viaje con Ricky, y alejarse de aquel barrio que cada día que pasaba se le hacía más pequeño y agobiante.
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