Ricky, el perro callejero 3
Aquí se explica qué le ocurrió al sumiso rubio Luis en el bar, cuando fue a comprarle tabaco a su Amo Ricky
Saúl, el estudiante, estaba muy cabreado. El día anterior Ricky los había puesto a prueba, a su hermano mayor Luis y a él, para comprobar quien de los dos resultaba ser la puta más sumisa. Al principio Saúl lo había pasado muy mal, sobre todo cuando tuvo que comerle el culo al gilipollas de su hermano. Se reveló contra su Amo Ricky, y recibió un buen castigo por ello. Pero después, mientras su Semental estaba recuperando fuerzas comiendo, le había puesto una prueba a Luis que no había superado, y lo había castigado de una manera muy humillante, obligándole a ir al bar de en frente a comprarle tabaco, vestido con unos sujetadores, una faldita corta y unas botas altas de su madre. Mientras lo observaban a través del cristal de la ventana, Ricky había sodomizado a Saúl de manera brutal, consiguiendo que se corriera de manera abundante.
Cuando Luis volvió con el tabaco, tuvo que arrodillarse y limpiar con su lengua la corrida de Saúl en el cristal de la ventana de la habitación de su propia madre. Ricky, el perro callejero, se partía de la risa mientras el joven sumiso le explicaba entre sollozos, y entre lamida y lamida, lo mal que lo había pasado. Saúl le mamaba la polla a su Dios mientras escuchaba ese relato. Su hermano mayor había entrado en el bar, un antro de mala muerte donde camioneros y demás tipejos pasaban las horas muertas emborrachándose. Se había acercado rápidamente a la barra y había pedido que le encendieran la máquina de tabaco con el mando a distancia. Los comentarios soeces de los presentes no se hicieron esperar “¿Cuánto cobras por una mamada, guapa?” dijo uno de los camioneros, riéndose con sus compadres “¿Ese no es el hijo de Marta?” preguntó otro en voz un poco más baja, y algo escandalizado. Luis quería morirse, además no contaba con la protección de su Amo en ese lugar, y se sentía tremendamente expuesto y vulnerable. Tenía que conseguir el tabaco y marcharse corriendo de allí, antes de que sucediera algo malo. Metió el dinero en la ranura, ignorando a los presentes, y le dio al botón, pero cuando se agachó a recoger el paquete, notó una mano grande y rasposa colándose por debajo de su falda y cogiéndole una nalga con mucha fuerza bruta.
“¡EEeeh! ¡Basta!” se quejó el rubio, girándose indignado.
“¿De qué te quejas, putita? Si ni si quiera llevas las bragas puestas ¡Vas pidiendo polla a gritos vestido así! ¡¡Y por suerte para ti yo tengo un rabo bien gordo que te encantará que te folle!!”
El pobre Luis se puso blanco incluso mientras relataba su extraña aventura a su Amo y a su hermano menor, se notaba que lo había pasado mal de verdad, que había tenido muchísimo miedo. El tipo que lo molestaba era el más viejo y feo del bar. Un gordo calvo y decrépito al que el aliento le olía a podrido. El primer instinto de Luis fue salir por piernas de ese lugar, pero entonces recordó la sentencia de su Dueño “Si no haces lo que te he ordenado, puedes irte a la mierda si quieres, pero no vuelvas a aparecer en mi presencia en tu jodida vida” . Recordarlo fue lo que le dio fuerzas y ánimo suficiente para permanecer quieto en ese lugar sin moverse. Con el susto que le había dado ese viejo pervertido manoseándole el culo desnudo debajo de la falda, no había podido agarrar bien el paquete de tabaco, y éste había quedado ladeado en el dispensador de la máquina.
“Yyo ssolo quiero mi tabaco… déjame enn paz” le replicó el rubio, con la voz cortada por el miedo.
Luis volvió a intentar coger el tabaco, pero entonces oyó al viejo gritándole a sus amigos “¡Cogedle!” y acto seguido tres pares de manos lo estaban agarrando por las piernas, el torso y sus brazos.
“¡Noooooooooooooo!” el pobre Luis daba patadas y se retorcía, pero ellos eran más en número y más fuertes también que esa inmunda sabandija.
Mientras lo alzaban en el aire, el mismo viejo que se había atrevido a meterle mano, ahora le arrancaba sin piedad su corta falda, lanzándola al suelo. Luis quedó entonces totalmente expuesto ante los ojos de esos pervertidos degenerados, que lo estamparon contra la mesa, dejándolo tumbado boca arriba.
“Abridle bien las piernas, que quiero verle bien si es un chico o una chica” ordenó el tipo horrendo.
Sus compadres lo obedecieron al acto, sujetándole a Luis ambas piernas muy estiradas y alzadas, y completamente abiertas. El dilatado ano del menor quedó a la vista de los presentes, que quedaron impresionados al ver la cantidad de semen y sangre que rezumaba de su maltratado agujero.
“Joder, si resulta que es una puta de verdad” dijo uno.
“Vaya una maricona de mierda” añadió otro.
“Una puta, una maricona, y encima le gusta que le den fuerte ¡Pues vamos a darle tan fuerte que no pueda volver a sentarse en un mes! ¡Jajajajaja!” todos se rieron de la estúpida ocurrencia del viejo.
Luis estaba paralizado por el terror ¡Iba a ser violado por esa panda de viejos degenerados! ¡No podía dejarles que lo hicieran! ¡Su Amo no querría volver a follárselo si dejaba que esas escorias inmundas usasen su culo! Fue precisamente el pensar en Ricky que le hizo coger fuerzas suficientes para revelarse, como nunca antes se había revelado ante nadie. Cogió impulso como buenamente pudo y empezó a soltar patadas, una de las cuales acertó en la diana. De pronto se vio librado de uno de los agarres, y se animó a sí mismo a continuar con aquella batalla.
“¡Maldito estúpido! ¡Agarradle bien! ¡¡Que se esté quieto!!” gritó el viejo entonces.
Y Luis, que era endeble y flojo por naturaleza, vio que volvía a ser reducido sobre la mesa. El viejo empezó a bajarse la bragueta y le mostró una fea, arrugada, sucia y maloliente polla.
“Verás cómo gritas de placer cuando te esté follando, guapa” le dijo amenazante, mientras acercaba su apestoso rabo a la entrada posterior del rubio.
Luis, que estaba ya desesperado y sin saber qué hacer, tuvo una ocurrencia. Si no podía soltarse por la fuerza, lo haría con el ingenio. Así que apuntó como pudo con su polla al viejo asqueroso que pretendía violarle y empezó a mearle encima.
Ricky en ese punto se descojonaba de la risa “¿Qué hiciste qué? ¡¡Aaaaaaaaaaaaaajajajajajajajajajaja!!”
El hermano mayor continuó con el relato de sus penurias, avergonzado por la humillante forma que tuvo de salir de ese bar indemne. Saúl alucinaba con aquella historia. Él les habría partido la cara a todos y luego les habría metido los botellines de cerveza por el culo a cada uno, para que se les quitaran las ganas de ir jodiendo al personal, pero su hermano se había valido de… ¡Su propia orina! Incluso el menor tuvo que sacarse la polla de Ricky de entre los labios para no atragantarse con ella, del ataque de risa que le había dado.
Evidentemente, en cuanto el viejo vio que el niñato lo estaba duchando con su meada, se apartó en seguida con un tremendo gesto de asco, y al hacerlo Luis salpicó de pis a otros dos tipos, que lo soltaron. Mientras los tipos se limpiaban el asqueroso líquido que les había caído encima, Luis aprovechó para saltar al suelo, coger el paquete de tabaco de la máquina, la falda del suelo, y salir corriendo de ese antro en el que no pensaba volver a poner los pies ¡¡Nunca!!... A no ser que su Amo se lo ordenara, claro. Entonces entró en la casa y relató lo sucedido a Ricky y su hermano menor, que estaban doblados de la risa y llorando del descojone de imaginar lo que había tenido que hacer el rubio para huir de sus atacantes.
Ese día Ricky usó una vez más la boca de ambos chicos, terminó por correrse en la garganta de Luis, a modo de recompensa por su valor y por haberle hecho reír tanto, y por la tarde se marchó. Los hermanos de pelo color trigo limpiaron todo lo que su Macho había ensuciado en la habitación de la madre, dejaron su ropa en su lugar, se desmaquillaron y limpiaron a consciencia y luego ni si quiera cenaron, se fueron a dormir completamente agotados por la intensa jornada de sexo que habían tenido.
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