Ricas, ricas vacaciones

Un grupo de amigos se van de vacaciones a la costa durante el verano. Juntos descubren el placer de un sexo sin pudores ni ataduras.

Ricas ricas vacaciones

Un correo electrónico de última hora, dos días antes de las vacaciones, confirmó la mejor de las noticias posibles: Julia y Lorena, dos amigas de Sonia, la novia de Fernando se unían al viaje que teníamos programado a la playa la primera quincena de julio. Llevábamos varios meses planeando las vacaciones, y en esta ocasión habíamos alquilado un chalet en una zona residencial de Altea. La casa prometía unas vacaciones de lujo. Tenía dos habitaciones y una suite, porche cubierto, jardín y piscina. Una pareja de amigos se habían dado de baja en los últimos días, lo que nos dejaba una habitación colgada, lo que suponía una buena faena, máxime teniendo en cuenta el precio del alquiler.

Así pues, la incorporación de Julia y Lorena suponía una excelente noticia, ya que por un lado, se solucionaba el problema de la habitación, y por otro lado, suponía una enorme mejora cualitativa en la composición del grupo. Finalmente la cuadrilla quedaría formada por mi amigo Carlos, Fernando con su novia Sonia, Julia, Lorena y yo. Se empezaba a barruntar un viaje prometedor, con una parejita, dos solteros y las dos amiguitas de Sonia. Las expectativas no podían presentarse más halagüeñas, pues nuestras recientes incorporaciones eran dos jóvenes de bandera. Unos años atrás, en los tiempos de universidad, me había liado con Julia, que además de ser una mujer de bandera, una despampanante rubia teñida de curvas vertiginosas, delgada pero con unas tetas de primera categoría y un culo de los que quitan el hipo, era de las hembras más ardientes y viciosas con las que me había topado, siempre presta para cualquier tipo de actividad carnal, y especializada en aplicar unas mamadas de vértigo. A Lorena no la conocía más que de vista, pero conociendo cómo era el grupito de amigas de Sonia, pensé que también sería una buena adquisición para el viaje. Es muy delgadita, pero perfectamente proporcionada, y con una pinta de mosquita muerta que la presenta extremadamente morbosa y provocadora; rubia natural, muy guapita, y equipada con unas tetas más que aceptables y un magnífico trasero que gusta de lucir embutido en faldas y pantalones ajustados. En resumen, otra chavala de toma pan y moja.

Llamé enseguida a Carlos para informarle de las últimas noticias, y para comunicarle que si nos lo montábamos bien, podíamos pasar unas vacaciones de puta madre, follando y disfrutando como micos con nuestras nuevas amiguitas. Carlos se mostró entusiasmado. Él no conocía personalmente a ninguna de las dos, pero estaba informado de mi vieja relación con Julia, y de los más íntimos detalles de nuestros encuentros, por lo que la posibilidad de beneficiarse a Julia le debió poner a mil por hora.

El día de la salida quedamos en casa de Sonia por la mañana temprano. Fernando se encargó de ir a buscar a Julia y Lorena, que viven cerca de su casa, y yo me pasé a recoger a Carlos. Fernando llevaba su coche y yo el mío. Conmigo vendrían Carlos, Lorena u Julia, mientras que Sonia y Fernando irían en el coche de este. Nos tocó esperar con Sonia casi media hora, pues una de las chicas se había quedado dormida (¡qué raro!).Sonia es una tía estupenda, muy simpática y agradable, y además no está nada mal. Tiene una carita muy atractiva, con grandes ojos negros, que te miran como si estuviera pidiendo algo; es bajita y menuda, lo que no impide que tenga un buen par de tetas y unas posaderas de las que van pidiendo guerra (ya os dije que todas las nenas de su pandilla son de armas tomar). En lo que nos estábamos tomando un café, llegaron los ausentes. Tras los saludos, besos y presentaciones oportunas, nos dispusimos a organizar los maleteros de los coches con los miles de trastos que se llevan a la playa. Entre maletas, sombrillas, esterillas, sillas y resto de parafernalia, íbamos más cargados que los moros que bajan a Algeciras. Nuestras dos compañeras se veían magníficas en esa soleada mañana de verano. Julia había acudido con aire deportivo, tocada con una gorra y con su pelo recogido en una cola de caballo. Ataviaba un vestido de algodón atado al cuello que, corto cortísimo, permitía una generosa visión de sus bronceadas y lustrosas piernas, mientras que sus esplendorosos pechos pugnaban por emerger de la amplia V que formaba el escote. A su vez, Lorena se presentó con un mini short de talle bajo ajustadito a sus primorosos cachetes, mientras que en la parte superior lucía una camiseta de tirantes finos que se ajustaban perfectamente a su bonitas tetas, dejando descubierto su vientre plano, desde la parte superior al ombligo hasta casi mostrar la parte superior del pubis. Ninguna de las dos perdió ocasión de mostrar escote, de contonear las caderas y de mostrarse todo lo encantadoras de que sólo las niñas malas son capaces. Me dije que no comenzaba mal la aventura; de momento, y sólo para el viaje, se habían presentado risueñas, zalameras y provocadoras, lo que alentaba los más pérfidos y lujuriosos pensamientos de mi imaginación calenturienta. Tras la organización del maremagnum de equipaje, nos dispusimos a salir.

El beso que Julia me había plantado en la comisura de los labios al saludarme, suave y prolongado, así como la magnífica figura que lucía, me desarmaron cuando ella me pidió ir sentada en el asiento del copiloto en el coche, así que partimos, Julia sentada a mi lado, y Lorena con Carlos en los asientos traseros. Cuando nos montamos en el coche vi que Carlos ponía una cara un poco rara. Venía relamiendo las tetas de Julia con la mirada desde que apareció, y no le había gustado mucho la predilección que Julia y yo teníamos entre nosotros. Lorena estaba fenomenal, pero Julia era mucha Julia.

Tomamos la A3, y antes de llegar a Sta. Eugenia, nos topamos con el consiguiente atasco, que no dejaríamos hasta bien pasada Arganda. No nos importó demasiado, ya que íbamos enfrascados en una animada charla. A Carlos se le fue quitando el careto a medida que íbamos descubriendo lo amena y encantadora que resultaba Lorena, que era un torrente de alegría juvenil, y que fue animándonos durante todo el viaje, cantando al son de la música, riendo, contando anécdotas y chistes que nos hacían desternillar de risa. En un momento determinado, Julia se sacó las deportivas, y apoyó los pies en el salpicadero, de tal manera que la falda se elevó hasta prácticamente no cubrir nada de su intimidad y ofreciendo de esta manera una magnífica visión de sus piernas y muslos. Apenas podía contener la mirada, que se desviaba continuamente de la carretera para recorrer la tersa piel de tan magníficos jamones, sin dejar de prestar la merecida atención que su exuberante escote merecía. A la tercera o cuarta vez que extravié la mirada sobre Julia, me dijo, entre risas, que dejase de mirar, porque me iba a quedar bizco, o peor aún, nos íbamos a estrellar. Se me subieron un poco los colores, mientras mis acompañantes se reían de mí. Siguiendo la broma, le respondí que si nos estrellábamos no sería culpa mía, sino de ella, que no se podía subir una al coche de un hombre virgen con esas pintas tan provocativas sin pensar que podía provocar una desgracia. Lejos de cortarse, Julia respondió que ya tendría tiempo toda la quincena de hartarme de ella sin poner en peligro la vida de nadie. Esto último lo dijo acompañado de un guiño y una pícara sonrisa que presagiaban buenas oportunidades (a buen entendedor...).

Cuando llegamos a Altea la mañana ya estaba bien entrada, por lo que tuvimos el tiempo justo de recoger las llaves del chalet, dejar nuestros trastos de mala manera y buscar algún sitio donde comer. Matamos el hambre en una casa de comidas del casco antiguo, y regresamos a casa para terminar de organizarlo todo, no sin antes pegarnos una merecida siesta, que el madrugón había sido considerable. La casa era espectacular, con una amplia terraza elevada que miraba hacia el mar. A sus pies se extendía una buena extensión de césped, en medio de la que se hallaba la piscina. En la primera planta se encontraba el salón y la cocina, y en la segunda, la suite, equipada con dos camas grandes, su baño privado que incluía un pequeño jacuzzi al lado de una cristalera que se abría al jardín, y las otras dos habitaciones, una con cama grande y otra con dos individuales. Sorteamos las habitaciones, correspondiendo la suite a las dos chicas y la de las dos camas a Carlos y a mí.

Carlos me confesó que le había gustado mucho Lorena, pero que eso no quitaba el morbo que Julia le provocaba, y que le encantaría tener la oportunidad de follar con ella. Le respondí que no se preocupase, que si todo transcurría bien, lo pasaríamos de lo lindo los cuatro, y por qué no, quizás todos juntos. Ni Carlos ni yo habíamos participado nunca de una orgía a cuatro, pero ambos estábamos dispuestos a aprovechar la oportunidad si esta se presentaba.

Pasamos la tarde en la playa, y disfrutamos de lo lindo bañándonos, jugando y haciendo el tonto. Los juegos en el agua transcurrieron con inocencia, pero eso no evitó que se sucediesen los roces, aparentemente casuales, entre nosotros. Julia parecía especialmente dispuesta a restregar las tetas y el culo, tanto conmigo como con Carlos, y en ocasiones también con Fernando. Lorena fue más discreta, pero eso no impidió que en un par de ocasiones me sorprendiese con el inequívoco tacto de sus pezones contra mi espalda. Tras el baño, Sonia y Fernando se retiraron unas decenas de metros para besarse y meterse mano a base de bien. Carlos se fue a correr un rato por la playa, así que nos quedamos Julia y Lorena, tumbadas sobre las toallas tomando el sol, y yo leyendo el periódico bajo la sombrilla. Mientras yo leía, Lorena y Julia se fueron a sentar a la orilla, donde mantuvieron una animada charla, no exenta de cuchicheos, risitas y miradas pícaras cada vez que Carlos pasaba corriendo ante ellas. Era obvio que lo que pretendían era poner le nervioso, y conociendo a Carlos, seguro que lo estaban logrando.

Cuando el sol comenzó a caer a nuestra espalda, recogimos los bártulos y nos retiramos a casa. Todos estábamos cansados del viaje, así que tras una cena ligera, jugamos una partida de Trivial y nos retiramos a dormir. Mañana sería otro día.

El sábado amaneció radiante, así que sin demorarnos demasiado, desayunamos y nos fuimos a la playa. El camisón de Lorena había sido el acaparador principal de miradas durante el desayuno, ya que permitía apreciar sin mucho esfuerzo toda su esbelta desnudez. Tan descarados fuimos, que la pobre apuró el desayuno en tres bocados y se fue a cambiar. El fin de semana había atraído muchos turistas, así que la playa estaba casi a rebosar de gente. Localizamos un buen sitio y allí plantamos nuestro chiringuito. Cerca nuestro se encontraba un grupito de cuatro mocitas con pinta de universitarias que no tardaron en despojarse de los tops de sus bikinis, ofreciendo un magnífico espectáculo de carne joven y fresca. Dos de ellas no valían mucho físicamente, pero otra estaba bastante buena, y la cuarta era sencillamente deslumbrante, muy parecida a Julia, pero más alta y con el rostro más aniñado. No tardó mucho Lorena en atacarnos por el festín visual que nos estábamos pegando: "Joder con los nenes, es que no os valen las mujeres que tenéis aquí para tener que quedaros tontitos con estas niñatas". "Es que nuestras mujeres no nos hacen mucho caso, la verdad". Lo cierto es que Sonia sí que se había quedado en top-less, pero no era cuestión de quedarnos mirando las peras de la novia de nuestro amigo, aunque a decir verdad, presentaba una de las mejores figuras de la playa. Sonia siempre me había resultado de lo más apetecible, pero jamás se había presentado la oportunidad de atacarla. Había soñado muchas veces con su pequeño cuerpo botando sobre mí, mientras su exuberantes tetas se meneaban arriba y abajo al son de mis empujones. Pero no dejaba de ser un dulce sueño que nunca se había hecho realidad. "¿Nunca hacéis top-less?", le pregunté a Lorena. Fue Julia la que respondió: "Yo sí que suelo hacerlo, y Lorena también, pero no tenemos ganas de que os quedéis embelesados como adolescentes babeantes". Julia vestía un espectacular bikini rojo, con una minúscula braguita que apenas cubría lo imprescindible por delante y de la que sus redondas nalgas luchaban por escaparse para mostrarse en todo su esplendor. La parte de arriba consistía en dos pequeños triángulos de tela unidos por un fino cordón que apenas lograban sostener sus frondosas tetas. Lo cierto es que estaba fantástica, hasta el punto de resultar más sexy con el bikini puesto que sin él. Lorena llevaba un bikini blanco, que también parecía ser un par de tallas menor de lo que le hubiese correspondido, y que resaltaba magníficamente su cuerpazo moreno. Al rato, Lorena y Carlos, que parecía que empezaban a hacer buenas migas se fueron a dar un paseo, mientras que Fernando y Sonia se fueron al agua. Aproveché la circunstancia para tumbarme junto a Julia. Comenzamos a hablar de los viejos tiempos. La verdad es que fue una pena que no cuajásemos, porque lo pasamos muy bien juntos. Julia me pidió que le diese crema en la espalda, y aproveché la circunstancia para sobarla con ganas. Le desabroché el bikini, y fui aplicándole suave y sensualmente la crema desde la nuca hasta el culo, aplicándole un delicado masaje por toda la espalda. Le extendí el bronceador por las piernas y las nalgas, a las que me dediqué con apetito. Regresé a su espalda y acaricié gustosamente sus flancos, desde la cintura hasta el sus pechos, que se vertían por los costados. Mientras la acariciaba, Julia parecía sumida en un plácido duermevela. Finalmente se dio la vuelta, musitó un silencioso "gracias", y me propinó un suave mordisquito en los labios. Se despojó de la parte de arriba del bikini, se aplicó voluptuosamente una generosa ración de bronceador en el vientre y los senos, que se acarició sensualmente sin dejar de mirarme con mimo, y se recostó sobre su espalda de cara a l sol. "Estás espléndida, Julia, como siempre", le musité antes de besarla en su dulce carita antes de sentarme de nuevo. La imagen que causaba Julia, con sus pechos derechos hacia el sol era grandiosa. Su terso cuello sudaba a causa del calor y la crema, sus senos henchidos daban paso a la suave curva de su gracioso vientre, su pubis y labios mayores quedaban ligeramente marcados en su braguita, y sus largas piernas se extendían por la arena como las de una diosa. Ensimismado estaba en la contemplación de su belleza cuando regresaron Sonia y Fernando, este visiblemente excitado y ella con sus bamboleantes pechos en carne de gallina y pezones duros y afilados. Fernando se giró para observar la desnudez de Julia, para dirigirme inmediatamente un gesto de asentimiento con sus dedos, como diciendo, "buen trabajo, cabroncete". Carlos y Lorena nos sorprendieron, regresando agarrados de la mano, y con un semblante de confirmación en sus caras. Enseguida Lorena se tumbó junto a sus amigas, quitándose también el top, lo que me confirmó también la graciosa belleza de su pecho, algo que ya había intuido y que ahora se confirmaba. Sus pechos no tenían el tamaño de los de Julia o Sonia, pero poseían una gracia en sus formas un garbo en su movimiento que los hacían al menos tan deseables como los de sus amigas.

Así pues, el viaje se iba poniendo de cara en lo que respectaba a los progresos en la relación con nuestras compañeras de veraneo. Nos dirigimos a un chiringuito de playa para comer la inevitable paella, y después regresamos a la playa donde permanecimos hasta bien entrada la tarde. Al regresar a casa disfrutamos un rato del jardín y la piscina, en la que estuvimos jugando al tu la llevas. Con la excusa del juego me pegué un homenaje a costa de las chicas, con las que me magreé a base de bien durante todo el juego. Los contactos "casuales" con las tetas de Sonia y Julia y con el culito de Lorena fueron encendiéndome hasta provocar el endurecimiento de mi polla, que ya estaba anhelando mayor recompensa que unas simples caricias ocasionales.

Ya empezaba a cerrarse el día cuando dejamos la piscina para ducharnos y arreglarnos para salir. Era sábado, y la intención era salir a cenar y a tomar unas copillas. Obviamente, para cuando las chicas comenzaron a desfilar, Carlos, Fernando y yo estábamos sentados en el porche dando cuenta ya de la segunda cerveza. Las primeras en bajar fueron Julia y Lorena, y era difícil saber cuál de ellas lucía más espléndida. Lorena brillaba con una camiseta de gasa semitransparente de color marrón. La caída de la tela permitía disfrutar de la visión casi evidente de sus pechos y de la sensual marca de sus duros pezones sobre la tela. La falda caía hasta las rodillas, y unas sandalias marrones de tacón alto estilizaban sus bonitas piernas. Casi dolían los ojos de mirarla, tan guapa como estaba. Carlos dio un respingo al verla, y no pudo reprimir un silbido de admiración. Julia, por su parte, bajó provocando al personal con una cortísima falda blanca de algodón que transparentaba sus braguitas blancas y que apenas conseguía ocultar su apetecible culo. Cubría su pecho una camisa cortita sin mangas que sólo abrochaba un par de botones adherida a su pecho como una segunda piel, transparentando sus grandes pezones oscuros y obsequiando a la concurrencia con una generosísima perspectiva de sus hinchados pechos. Hubiese puesto cachondo al mismísimo Papa. El escote dejaba también al descubierto una bonita panorámica de su vientre, su ombligo y la sensual curva de los huesos de su cadera. Finalmente se presentó Sonia, también guapísima con su negra melena recogida en un moño, llenando con su exuberante cuerpo un escotadísimo vestido blanco.

La cena transcurrió distendida y animada. El escotazo que lucía Julia, sentada frente a mí me había mantenido enfrascado la mayor parte de la velada con el sensual sube y baja de sus senos al ritmo de su respiración. Un par de veces logré vislumbrar incluso sus pezones, tal era la generosidad del hueco que se formaba entre la camisa y el busto. Julia me cazó un par de veces asomado a la intimidad de su escote, aunque no dijo nada, limitándose a sonreír halagada. Estábamos ya tomando el postre cuando noté cómo uno de sus pies descalzos iba deslizándose hacia arriba por mi pierna hasta acabar posándose sobre mi paquete, que inmediatamente acuso la caricia con una monumental erección. El pie de Julia se entretuvo varios minutos en mi bragueta, al tiempo que lamía la nata de una fresa con un gesto lujurioso que sólo yo podía interpretar, y que presagiaba una noche de locura y concupiscencia. Al salir del restaurante, los efectos de las cervezas y el vino se dejaban sentir entre todos, que desinhibidos y estimulados, reíamos y bromeábamos a voz en grito.

Nos dirigimos a una terraza del paseo marítimo, donde enfrascados en animada charla tomamos un par de copas. El camarero se veía loco cada vez que venía a atendernos. El pobre se perdía ante el maravilloso espectáculo que ofrecían nuestras tres amigas, a cuál más sexy, no sabiendo si dirigir la mirada al pecho de Lorena, al de Sonia o a mi descarada amiga, que se divertía ahuecándose el escote y subiéndose la falda para poner nervioso al camarero y ya de paso a la mayoría de la concurrencia masculina de la terraza. Cuando se levantaron Julia y Lorena para ir al servicio, una pléyade de cuellos se giraron para disfrutar de su deliberado y lujurioso movimiento de caderas. Finalmente nos trasladamos a otro local que disponía de pista de baile, en las que las tres se hicieron notar desde el primer momento. Lorena demostró estar especialmente dotada para el pavoneo en la pista de baile, moviéndose con una sensualidad e impudicia que traía loco a todo el personal masculino. Varias veces se acercaron a intentar ligárselas algún grupito de machitos en celo, pero era evidente que estaban acostumbradas a espantar moscones, ya que consiguieron quitárselas de encima con facilidad. Tras un par de copas, nos animamos nosotros a acompañarlas en el baile. Ni Nando ni yo somos demasiado hábiles en este arte, pero nos defendimos como pudimos. Enseguida Lorena se plantó delante de mí, con unos contoneos de pecho y cadera que hubiesen calentado al más frío, y me animé a arrimarme a ella. Me coloqué a su espalda, Lorena echó un brazo hacia atrás hasta agarrarme la nuca, y mientras se dedicaba a incitarme arrimando su hermosos culo contra mí, fui deslizando una mano a lo largo de su brazo, hasta dibujar en una suave caricia el contorno de sus pechos antes de bajar hasta su vientre, que atraje hacia mí hasta clavar mi abultado paquete contra sus duras posaderas, así permanecimos durante algunos minutos, moviéndonos el uno contra el otro en un estimulante magreo al compás de la música. Bajé mi cabeza hasta propinarle un ligero beso en el hombro que le hizo estremecer ligeramente. Pude observar con agrado que sus deliciosos pezoncillo había respondido al estímulo, marcándose de manera más que evidente contra la tela de su camiseta. Entretanto pude observar cómo Carlos bailaba animadamente con Julia, que colgada de su cuello, apretaba las tetas contra el pecho de mi amigo, al tiempo que este, aferrando con fuerza su cintura apretaba su cadera contra la de ella. La faldita de Julia estaba ya tan alta que comenzaba a mostrar el consistente trasero de su dueña, ocasión que no dejó pasar un pequeño grupo de adolescentes para ponerse tibios a mirar. Supongo que esa noche se matarían a pajas a costa de mi amiga. Por otro lado, Sonia y Nando se habían retirado a un rincón, en el que se estaban comiendo a besos mientras que Sonia sobaba con afán el paquete de mi amigo, que a su vez se dedicaba a trabajar el culo de su novia por debajo de la falda.

Los magreos se prolongaron durante un rato más, hasta que terminó la pieza que sonaba, momento en el que Lorena me pidió que fuésemos a la barra a pedir una copa. No tardaron en unirse a nosotros Carlos y Julia, que venían sedientos tras la paliza a bailar que se habían pegado. Nos quedamos en la barra, charlando y riendo de los chistes de Lorena, que fue animándose ante nuestros ánimos hasta comenzar a contar chiste subiditos de tono, que dejaban entrever lo ardiente que debía ser aquélla preciosa mujer metida en acción. Se incorporaron a nosotros Nando y Sonia, que tras una copa nos dijeron que ellos se iban a casa a dormir, porque ya era tarde y estaban cansados. Para entonces eran ya cerca de las cuatro de la madrugada, así que se retiraron. Nosotros decidimos quedarnos un rato más, ya que la noche estaba muy animada y calurosa, y no nos apetecía irnos todavía. Permanecimos en el garito durante una hora más, bebiendo, charlando, riendo y bailando. Julia, que me había estado calentando a base de bien desde sus caricias bajo la mesa durante la cena, me dijo que no hiciese caso a lo que había pasado durante la cena, que estaba un poco chispada y que le había parecido divertido provocarme un poco, pero que no pensase que teníamos nada que hacer entre nosotros. No comprendí aquella justificación, porque mientras sus palabras me decían que no, sus ojos y su cuerpo me estaban diciendo continuamente que sí.

Finalmente decidimos regresar a casa. Julia se sentó en el coche a mi lado, no sin antes subirse la falda y ahuecarse la camisa, en clara actitud provocadora. Durante el trayecto, pude sentir varias veces la tibia carne de sus piernas, que se situaban provocadoramente cerca de la palanca de cambios cada vez que cambiaba de marcha. Por el retrovisor pude observar cómo Lorena, que se había acurrucado sobre el asiento, apoyaba su cabeza en el regazo de Carlos, que cariñosamente le acariciaba el pelo.

Cuando llegamos, fue Julia la primera que nos hizo darnos cuenta de la situación. Desde el jardín, y a través del amplio ventanal que daba al baño de la suite, pudimos observar cómo Sonia, arrodillada sobre Nando, subía y bajaba encima de este. La caliente escena se apreciaba perfectamente, pues las luces del baño estaban encendidas mientras Nando y Sonia follaban como descosidos dentro del jacuzzi. Sonia se mostraba de perfil, la cabeza echada hacia atrás mostrando la graciosa curva de su cuello, su cabello colgaba por detrás de su cabeza, mientras que sus grandes tetas y sus firmes pezones se bamboleaban furiosamente al compás sus caderas, que subían y bajaban impetuosamente sobre la polla de Nando. La boca de Sonia, entreabierta, y la tensión de su vientre permitían adivinar los gemidos debía estar emitiendo. Mi polla estaba en tensión hacía ya rato. Delante de mí, Julia continuaba observando la caliente escena embobada. Aproveché la ocasión para acercarme más a ella, hasta pegar mi verga a su culo. Julia no protestó, sino que simplemente se giró hacia mí, sin decir nada, pero con una mirada de aprobación. Deslicé mis manos por su cintura, apretándola contra mí. Mi mano izquierda subió hasta su pecho, que comencé a acariciar por encima de la camisa. La otra se metió por dentro de la cinturilla de su falda hasta rozar los pelitos de su pubis. Lentamente, dirigí mis labios a su oreja, que comencé a mordisquear. "Me encantan tus tetas, tu culo, tu coñito y todo tu cuerpo. Te voy a follar hasta que ya no puedas más. Deseo penetrarte y hacerte chillar de placer. Quiero verte chupándome la polla como solías hacerlo, y quiero ver cómo te corres mientras mi verga perfora tu chochito una y otra vez. Mira a Sonia, quiero verte con esa misma cara de sumisión y con esa misma lujuria botando sobre mí", le susurré. La respuesta de Julia consistió en separar su culo de mi pelvis y trasladar su mano hacia atrás hasta toparse con mi sexo. Abrió la cremallera del pantalón, me sacó la polla, la agarró con fuerza, y comenzó a aplicarme suaves pellizcos en el glande con sus dedos pulgar e índice. Seguía siendo una experta en dar gusto a un tío, la muy pendón.

Al tiempo que disfrutábamos de nuestras caricias, continuábamos observando la lujuriosa escena que protagonizaban nuestros amigos en la bañera. Sonia seguía cabalgando a Nando con auténtico entusiasmo. De repente, la intensidad de los botes de Sonia se acrecentó, su cuerpo se arqueó hacia atrás mientras que sus tetas parecían escaparse de su cuerpo. Las manos de Nando se elevaron por su vientre hasta rodear con firmeza los pechos de Sonia, y en tres o cuatro empellones más, Sonia se corrió, emitiendo un agudo chillido que pudimos escuchar con toda claridad incluso a través del cristal. Sonia se derrumbó sobre Nando, y a partir de ahí ya no pudimos observar más, pues el ángulo de visión no nos lo permitía. Para entonces, coincidiendo con el orgasmo de Sonia, mi mano se había colado ya dentro de la camisa de Julia, y había comenzado a pellizcar con fuerza sus orgullosos pezones. Julia separó las piernas, permitiendo que mi otra mano se deslizase dentro de sus braguitas y comenzase a estimular su clítoris, que levantado se dejaba hacer. El papo de Julia se encontraba ya totalmente chorreante, y de su cabeza, vencida sobre mi hombro comenzaban a brotar los primeros gemidos. Saqué mis manos del cuerpo de Julia, y tomándola de la cintura, le di la vuelta para fundirme con ella en un beso apasionado. Nuestras lenguas se juntaron, y Julia se aferró a mi culo, al tiempo que yo metía la mano por debajo de su falda para asirme a sus magníficos glúteos. Sin dejar de besarla, pude observar cómo Carlos se encontraba sentado en una butaca, mientras Lorena, sentada de espaldas a él, se dejaba meter manos por debajo de la falda mostrando una carita de evidente satisfacción. Por encima de su camiseta, Carlos estrujaba sus tetas mientras le besaba el cuello. Por su parte, Sonia se había sentado en el borde de la bañera con las piernas abiertas y su espalda apoyada contra el cristal, en lo que sin duda estaba suponiendo una comida de coño en toda regla por parte de Nando.

Julia se separó un poco de mí, y desabrochándose el cinturón, me invitó a ir a la piscina a continuar la faena. Le desabroché el botón de la falda, y bajándole la cremallera, deslicé la falda por las caderas hasta dejarla caer a nuestros pies. Aún con la camisa puesta, Julia me sacó la camiseta y me desabrochó los pantalones, dejándome en calzoncillos en cuestión de segundos. Sin hacerme de rogar, me lancé a la piscina, iluminada con un foco desde el porche. Una vez dentro, me situé en la zona de menor profundidad, apoyado contra el borde invité a Julia a unirse a mí. Con un contoneo propio de una diosa, bajó por las escaleras hasta el agua. Inclinó su cabeza hacia atrás hasta mojarse el pelo, permitiendo con ese movimiento que sus pechos casi se escaparan del escote de la camisa, que mojada descubrían los senos y pezones de Julia como si estuviese ya desnuda. Me acerqué a ella, y aprisionándola contra la pared, agarré las solapas de la camisa para arrancar los botones de un solo tirón. Sin sacarle la camisa, agarré sus pechos con mis manos, y pellizcándole los pezones con fuerza comencé a besarla de nuevo. Sus manos apretaron mi trasero, apretando mi pelvis contra la suya. Nuestros sexos, oprimidos entre sí, friccionaban uno contra el otro, solo separados por la levedad de la tela de nuestra ropa interior. Sin dejar de besarnos, nos fuimos girando, hasta quedar yo contra la pared, y Julia frente a mí. Tomándome de la nuca, Julia me atrajo hacia sí, hasta encajarme la cabeza entre sus esponjosos senos. Apliqué mis labios a sus endurecidos pezones, que relamí con frenesí. Cerrando los dientes sobre uno de sus pezones, le apliqué un mordisquillo que le arrancó un pequeño chillido mezcla de dolor y placer. Llevé de nuevo mis labios en busca de los suyos, que me recibieron con pasión. La lengua de Julia fue descendiendo por mi cuello y mi tórax hasta detenerse sobre mis pezoncillos , que fueron severamente estimulados por sus ávidos labios. Los labios de Julia continuaron su descenso hasta que su cabeza quedó sumergida a la altura de mi sexo. Me bajó los calzoncillos liberando así el esplendor de mi polla que quedó justo a la altura de su cara. Me agarró con suavidad los testículos, y sus labios se cerraron en torno a mi glande. Lamió con su lengua y con sus labios la sonrosada porción de carne con glotonería, hasta que de un latigazo de cadera, hinqué toda la longitud de mi mástil en su boquita. Sujetándole la cabeza, rellenaba y vaciaba su boca a golpes de pelvis. Julia recibía con apetito su cuota de chicha. El tiempo que Julia estuvo sumergida chupándome la polla debió sobrepasar con creces los dos minutos. Mientras sus fauces engullían mi verga una y otra vez, pude observar a Lorena, ya completamente desnuda tumbada sobre el césped. Carlos, también en pelotas y tumbado a su lado, hurgaba con la mano entre sus piernas abiertas, al tiempo que su boca se empleaba en los pechos de ella, que inflados y con los pezones erguidos recibían con evidente satisfacción el favor bucal de mi amigo, a juzgar por los grititos que emitía continuamente. Cuando por fin emergió Julia, jadeaba intentando recuperar la respiración. Dándose la vuelta para darme la espalda, infló su culito, que quedó en pompa ante mí, pidiendo que le sacase las bragas de una vez. No me hice de rogar; pasé mi mano por sus empapados labios, y agarrando las bragas por la cinturilla se las saqué, dejando a la vista el espléndido panorama de su afeitado y palpitante coño abriéndose y cerrándose temblorosamente delante de mí. Cogí a Julia en brazos como si de un bebe se tratase y la saqué del agua, depositándola con suavidad sobre el césped. Imitando a Carlos, me tumbé de lado a su lado, y comencé a aplicarle un masaje manual en el sexo, al tiempo que comenzaba a besarla con pasión. Mis manos subía y bajaban desde sus tetas hasta su coño, una y otra vez, sin dejar de aplicar mi boca a sus labios ni de pasear mi lengua por toda. Conocía bien el grado de excitación que Julia podía lograr con esas caricias, así que me apliqué en dejarla totalmente vencida y sometida a mis caprichos. Cuando su respiración entrecortada y la sumisión que demostraban sus ojos me convencieron de que Julia ya estaba más que capitulada, me acerqué a su oído, y con voz queda le pregunté "¿estás ya satisfecha, putita, o quieres algo más?". "Quiero que me folles de una puta vez, cabrón". La respuesta fue lo bastante fuerte para que la oyesen los vecinos. Para entonces Lorena tenía ya sus labios aplicados con entusiasmo a comer el miembro de Carlos, que sentado en una silla, se dejaba hacer por una Lorena arrodillada ante él. Ante el grito de Julia, dejó de chupar polla y se dio la vuelta para mirarnos. "Ya ves qué tipo de amiga tienes", le dije a Lorena, que riéndose se giró hacia Carlos para seguir con su reconfortante tarea.

Acallé a Julia, que algo avergonzada por haberse puesto en evidencia de esa manera tiraba de mi brazo hacia sí, metiéndole la lengua en la boca. La giré para dejarla tumbada boca abajo, y metiendo mis manos bajo sus caderas, elevé su culito, de tal manera que su boca y sus tetas se aprisionaban sobre el césped mientras que sus nalgas abiertas se levantaban ante mí. Arrodillado a su espalda me cogí la polla y me dediqué a exasperar su coño paseando la puntita por sus labios vaginales arriba y abajo. Su lubricación era magnífica, y en un par de ocasiones se me coló el glande dentro de ella, pero aún no le tocaba recibir estopa, así que se la saqué para continuar las enervantes caricias. Julia se levantó, y poniéndose a cuatro patas se dedicó a impulsar su culo hacia atrás con la esperanza de que mi estilete acabara de clavarse en su interior. Acabó girando la cabeza medio enfadada y suplicante: "por favor, métemela ya de una vez". En ese momento apoyé la punta en su entrada, la tomé de la cintura, y de un solo y violento golpe enterré mi estaca en su interior hasta que los huevos chocaron con su culo. Un agudo gemido surgió de su interior y su espalda se arqueó ante el placer de la embestida. Bombeé unas cuantas veces de manera brusca, hincándosela hasta el fondo. Sus tetas se mecía adelante y atrás mientras la follaba. La penetración era fácil y fluida, y su coño relamía con facilidad toda la longitud de mi nabo. Cuando su gritos comenzaron a arreciar, me retiré de golpe de ella, dejándola como una perra en celo, meneando el culo de atrás a delante como si aún tuviese un macho dándole cera. "No me dejes así, no pares ahora, métemela otra vez". Julia estaba plenamente sometida, y sus voces demostraban cómo estaba disfrutando y lo cachonda que estaba. Me giré hacia Carlos que aún no había comenzado a follarse a Lorena, aunque debía estar ya a punto por la postura en la que se encontraban: "Carlos, esta tía quiere que se la follen bien, ¿por qué no vienes y la castigas un poco?". Lorena parecía divertida con la idea del cambio de papeles. Tumbada boca abajo, Carlos sobre ella con su rabo encerrado dentro de sus piernas, giró su cabeza hacia arriba: "no puedes dejar a Julia en ese estado, Carlos, ve a complacer a Julita", dijo entre risas. Carlos tardó un par de segundos en reaccionar, pero acabó levantándose entre sorprendido y encantado y arrimándose a nosotros. Se situó detrás de Julia, que seguía en su posición de perrillo con el culo en pompa, y sin demasiados preámbulos comenzó a follarla, primero lenta y cariñosamente, pero enseguida comenzó a apretar sin compasión. Me coloqué delante de Julia mientras Carlos la apretaba desde atrás. La vista era espectacular. El culo se elevaba y descendía al son de la penetración, al tiempo que su espalda se arqueaba hacia abajo con cada acometida. Sus pechos iban y venían violentamente, y su carita desencajada, sus ojos perdidos y su boca entreabierta profiriendo gemidos daban cuenta del intenso placer que invadía su cuerpo delicioso. Tomándole de la cara, planté mi polla ante ella, invitándole a engullir mi miembro mientras era salvajemente perforada por mi amigo. Posó sus labios sobre mi nabo, y fue relamiendo todo su largo a medida que Carlos bombeaba desde atrás. A cada embestida su boca abierta recibía toda mi carne hasta golpear la entrada de su garganta. Lorena, que se había mantenido al margen durante toda la operación, se situó a mi espalda, y apoyando sus mullidas tetitas en mi espalda, me abrazó el pecho golosa. Acercando su carita a mi cuello, fue cubriéndome de besos los hombros. Asomándose al oído me susurró con voz de niña ñoña: "ahora soy yo la que estoy solita y abandonada, ¿no quieres venirte conmigo para hacerme cositas?".

Saqué mi polla de la boca de Julia, y dándome la vuelta me enlacé en un beso con Lorena, que aprovechó para cogerme de la nuca con una mano y sacar glotonamente la lengua fuera de la boca hasta enlazarse con la mía. Su otra mano bajó hasta mi verga y comenzó a masajearla con suavidad. Lorena besaba con más dulzura y ternura que Julia. La mansedumbre de Lorena me cautivó, y con idéntico afecto me dispuse a ganármela para mi causa. Bajamos al suelo hasta quedar tumbados sobre el césped. Nuestros cuerpos se enlazaron, y yo me dediqué a sobar con cariño toda su anatomía, desde la suave piel de su cuello hasta los pies, dedicando especial atención a sus pezoncitos y a la deseable grieta de su sexo. Para entonces, Julia y Carlos habían cambiado de posición; montada sobre él, Julia cabalgaba sobre la polla de mi amigo. Su culo se levantaba hasta que surgía el glande de mi amigo para inmediatamente dejar caer todo el peso de su cuerpo sobre él y quedar completamente ensartada por el duro mástil, momento en que todo el cuerpo de Julia temblaba por la violencia de la acometida y sus pechos vibraban sensualmente entre las manos de Carlos. Así una y otra vez, entre los salvajes alaridos de ella y los roncos bramidos de Carlos, cuya desencajado rostro delataba la intensidad del placer que aquella hembra hambrienta estaba proporcionándole. Me sonreí pensando en cómo Carlos me había confesado las ganas que tenía de disfrutar del sexo con Julia; "quieres caldo, pues toma dos tazas", pensé.

Los pies de Lorena comenzaron a acariciar mis piernas, mientras mis labios se deshacían atendiendo a su boca y a sus pechos. Lenta y suavemente, mis dedos se dedicaron a explorar su húmeda rajita, que se licuaba al contacto de mis caricias. Su respiración se agitaba con mis maniobras, hasta comenzar a emitir pequeños gemidos que delataban el gozo que recorría su cuerpo. Durante más de media hora me dediqué a calentar el cuerpo de Lorena. Quería hacerla disfrutar como nunca lo hubiese hecho, y para ello, tenía la intención de hacerla arder de deseo antes de perforarla con mi estaca. Recorrí todo su cuerpo con mis manos, con mis pies y con mi polla, que deslicé por su cara por sus labios y por su lengua; paseé el glande por su cuello, por sus tetas, dibujé sus pezones y recorrí su vientre. Mi verga peregrinó entre sus muslos y serpenteó por sus abiertos y sonrosados labios, que anhelantes por ser ensartados, palpitaban con vida propia. Lorena me besaba con ímpetu y sus manos, aferradas a mi trasero, apretaban con furor mi pelvis contra la suya en un intento desesperado por sentir mi verga abriéndose camino entre su carne. Finalmente bajé mi cabeza hasta su sexo. Separé sus piernas, y sus pies se apoyaron en mis hombros dejando sus piernas abiertas y semiflexionadas. Su rosada porción de carne se abrió ante mí, y apliqué mi lengua sobre ella, aplacando su sed. Metí las manos bajo su culo, y elevándolo ligeramente lamí su chochito con vehemencia. Lorena se descomponía en medio de grandes quejidos. Deslicé varias veces mi lengua por sus labios, antes de concentrarla en su dilatado clítoris. Continué estimulando el mágico botoncito con mi lengua y mis dientes, mientras el fuego que crecía dentro de Lorena la hacía estremecerse, doblegándose con cada uno de mis lametones. Sus manos apretaban mi cabeza contra su sexo, mientras que sus pantorrillas acariciaban mi espalda. De su boca entreabierta brotaban sonoros quejidos, que se intensificaban por momentos. Abriendo las fauces, apliqué mi boca a su sexo, y comencé a comer con voracidad la deliciosa almejita de Lorena, restregando toda mi cara contra ella. Tomé su clítoris con los dientes e introduje mi lengua, dura y tensa, en su cavidad vaginal. El vientre y las piernas de mi amante comenzaron a temblar descontroladamente. Sus gemidos se tornaron más agudos y acuciantes. Apretando con vigor sus nalgas, elevé algo más sus caderas; su espinazo se arqueó, y su sexo comenzó a emanar líquido. Abandoné entonces la entusiasta dedicación que había aplicado a su sexo, me incorporé un poco, y apoyando mi durísimo sexo en su cavidad, comencé a empujar, lenta pero decididamente. Su agujero opuso algo de resistencia a mi polla, sin duda debido al poco uso que tenía, pero fue cediendo ante el empuje. Lorena me pidió que empujase con suavidad, pues le hacía daño. Arrodillado, y con el culo de Lorena sobre mi regazo, fui atrayéndola hacia mí, al tiempo que me iba introduciendo en su interior. Lorena rumiaba como un gatito mientras la penetraba. Cuando la tuve ya completamente ensartada me desplacé hacia adelante, colgada mi cara sobre la de ella, que me miraba con carita de satisfacción. Agarrándola fuertemente la muñecas, que se clavaban en la tierra, la sonreí mientras sus piernas se cerraban en torno a mí, apretándome contra ella. Me encantó observar su dulce carita de sometimiento. "Voy a comenzar a moverme, gatita, y te va a encantar". Extraje mi polla de su interior hasta casi desenlazarme de ella, y con un golpe de cadera se la metí de golpe. Lorena sufrió una sacudida, sus ya excitadas tetas se hincharon erizando su piel, sus tobillos se clavaron en mis gemelos y su mirada se perdió en medio de un convulso chillido, mitad de dolor y de placer. Comencé a bombear mientras cubría de lametones su cara, su cuello y sus tetas. Sus brazos luchaban por liberarse de su presión, y sus piernas apretaban mi culo con cada acometida. Lorena era deliciosa, en contraste con la lujuriosa Julia y otras chicas con las que me he acostado, el sexo con ella era más tierno, más cariñoso, más fluido y cadencioso, casi conyugal. Comencé a moverme despacio. Lorena gritaba cada vez que mis huevos chocaban contra su culo. Sus caderas pronto se acoplaron a mis movimientos, saliendo al paso de cada uno de mis ataques. Su monte de venus chocaba contra mi pubis cada vez que mi verga se abría paso en su interior. Lorena gemía, aullaba y gritaba de puro gozo, hasta que en medio de una sacudida que agitó todo su cuerpo, se corrió profiriendo un ahogado y punzante alarido. Sus manos, liberadas, arañaron mi espalda, y sus piernas se apretaron intensamente en torno a mi cintura. Continué apretando mientras se corría, aumentando el ritmo y vigor de mis ataques, intensificando con brío su orgasmo. Continué follándome a Lorena sin piedad durante al menos veinte minutos más. Al tercer orgasmo, de sus ojitos descompuestos brotaban lágrimas de pura alegría, mientras que su boca dibujaba una sonrisa de pura felicidad. Finalmente, comenzó la traca final con una serie interminable de apretones que sacudían todo su cuerpo. Sus pechos bailaban al son de mis latigazos, sus manos apretaban mi nuca y su sexo se contraía apretando el mío. Sus exaltados senos se clavaron contra mi pecho y sus caderas se apretaban contra las mías como si fuera ella la que estuviese follándome desde abajo. Tras una serie de profundísimas penetraciones dejé mi polla ensartada en su interior y comencé a mover mi cadera en círculos convulsionando su interior. Lorena, visiblemente agotada ya, se dejó llevar. Cerrando los ojos, estiró su cuello hacia atrás, ofreciéndome la tersa piel de su garganta. Me derrumbé sobre ella, aprisionando su delgado cuerpo bajo mi peso. Hundiéndome en su garganta, mordí su cuello en el preciso momento en que de su boca surgía un último, profundo y prolongado gemido. Los músculos de su vagina se cerraron en torno a mi polla, su espalda se retorció en medio de una fuerte convulsión y todos los poros de su piel se exaltaron arrebatadamente un segundo antes de que mi verga se tensase contra las paredes de su sexo y comenzara a emanar oleadas de semen. Al sentir el caliente líquido inundando su interior, el orgasmo de Lorena se avivó, provocando una serie de espasmódicas convulsiones que convulsionaron todo su ser, todo ello en medio de un coro de gemidos por parte de ella y de profundos ronquidos por mi parte.

Para entonces, hacía ya rato que Julia y Carlos habían finalizado su feroz polvo, no sin que antes hubiese detectado al menos dos orgasmos por parte de Julia, cuyos incestuosos gritos no podían pasarse por alto. Mientras me follaba a Lorena había detectado que, tras un corto periodo de descanso, retozando sobre la hierba, Julia había comenzado a aplicar un lujurioso homenaje oral a la tranca de mi amigo, que había finalizado con un sonoro orgasmo por parte de este. Tras ello, habían permanecido abrazados sobre el césped. Carlos parecía haberse quedado dormido, en tanto que Julia no había perdido detalle del glorioso polvo que nos habíamos pegado Lorena y yo.

Tras el monumental orgasmo, Lorena y yo permanecimos abrazados, besándonos y acariciándonos durante un rato. Tumbados de lado, yo pegado a su espalda y con mi polla ya desinflada aún dentro de ella, fui acariciando la suave piel de su cuello, sus pechos, su vientre y sus piernas, mientras ella se dejaba hacer y acariciaba con sus piernas las mías. "Ha sido el mejor polvo de mi vida, nunca había logrado correrme con tanta intensidad", me susurró. "El mérito es tuyo, mi niña, eres la mujer más sensual y deseable con la que me he acostado, me a encantado hacerte el amor", le respondí. Lorena respondió girándose hacia mí, me plantó un húmedo y sensual beso en la comisura de los labios, y nos fundimos en un cálido y placentero beso.

Observé cómo Julia se daba una ducha antes de zambullirse en la piscina, sin duda para limpiarse de la mezcla de fluidos que embadurnaban su cuerpo. Lorena me invitó a hacer los propio, y enseguida estuvimos en el agua cálida de la piscina. Sentados en las escaleras, nos enfrascamos en una animada charla. Julia me confesó que se había sentido utilizada como un juguete sexual cuando la había abandonado en medio del polvo para ofrecérsela a Carlos. "Es un tío estupendo, y folla muy bien, pero me debes un polvo, no puedes dejarme con el culo en pompa sin acabar la faena". Lo decía pretendidamente ofendida, pero en realidad estaba partiéndose de risa. "Bueno, no te preocupes, en cuanto quieras, nos zumbamos un buen polvo, y tan amigos". Lorena se reía ante el descaro de Julia y su fingido enfado. "Oye, por mí no os cortéis, si queréis intimidad me voy a dormir", dijo Lorena en medio de un mar de risas. Julia se arrimó a mí, y amarrándome la polla, comenzó a besarme con lujuriosa actitud. Retiré su mano de mi verga, y posando la mano sobre su trasero, deslicé uno de mis dedos por el canal que formaban sus glúteos. Bajé hasta su sexo, y apreté hasta introducirlo en su agujerito. Julia pegó un respingo, apretando sus grandes tetas contra mí. "Ya está casi amaneciendo", le dije, "vámonos a dormir, y te prometo que mañana será otro día". Julia no se lo tomó a mal, también estaba cansada tras la larga jornada. Despertamos a Carlos, que para entonces dormía como un bebé, y subimos al cuarto de las chicas, donde nos acostamos los cuatro en las dos grandes camas. Lorena se acurrucó a un lado, no tardando en quedarse plácidamente dormida. Carlos comenzó a roncar tan pronto como se metió en la cama, y Julia se tumbó sobre mí, enlazando una de sus piernas entre las mías, abrazada a mi tórax, y con su linda cabecita apoyada en mi pecho.

Me desperté suavemente cuando el sol ya se encontraba alto sobre el horizonte. Carlos y Lorena aún dormían. Aún medio dormido pude sentir la agradable sensación que subía desde mi sexo. Bajando la mirada, pude apreciar, aún entre brumas cómo Julia propinaba leves lametazos a mi glande. Mi polla presentaba una considerable erección, y Julia, que tenía mis huevos delicadamente agarrados, mientras su lengua se dedicaba a la punta de mi nabo. Enseguida advirtió Julia que me había despertado. Levantó la cabeza, y dedicándome la más maravillosa de sus sonrisas me preguntó "¿te has despertado ya, cariño?, ¿te ha gustado tu despertador particular?". "Cómo no me va a gustar, sólo espero que no deje ahora de sonar". Julia sonrió, y reanudó su placentera actividad. Puse una almohada bajo mi cabeza para poder disfrutar de la visión de la mamada. Fue deslizando su lengua a lo largo de mi polla, desde los testículos hasta la punta. Rodeó el glande con su lengua, antes de aplicar sus labios sobre mi glande y comenzar a descender su cabeza y a engullir mi palpitante verga. Bajaba y subía con parsimonia, sin acelerar el proceso. Relamía toda la longitud de mi aparato hasta tenerlo insertado por completo en su boca, para luego subir hasta apoyar levemente los labios en la puntita de mi glande. Me estuvo chupando la polla con ritmo cadencioso durante largos minutos mientras masajeaba mis testículos con su mano. De repente bajó hasta tragarse la integridad de mi sexo. Mantuvo mi polla en la boca durante varios segundos, y comenzó entonces a acelerar el ritmo. Comenzó a desayunarse mi polla con glotonería. Sus manos acariciaban mi pecho mientras devoraba con afán. Constantemente cambiaba de ritmo. Mi entumecido miembro desaparecía y emergía de su boca constantemente. Su voluntarioso trabajo comenzó a marcar huella en mí, que cada vez más descontroladamente empujaba con mis caderas al ritmo que su hacendosa boca marcaba. Tomándola del pelo comencé a marcar yo el ritmo de la mamada. Apretaba y separaba su cabeza de mí con ensañamiento, impidiendo a Julia tomar aliento. Finalmente, tras cuatro o cinco acometidas más, mis muslos temblaron, mi polla se tensó dentro de su boca y me corrí, colmando de semen toda su cavidad bucal. No permití a Julia retirarse, obligándola a ingerir la cremosa sustancia. Fue un orgasmo furioso, intenso y prolongado, digno de una mañana de domingo. Cuando Julia notó que dejaba de brotar esperma, extrajo mi pringosa porción de carne de dentro de su boca, y con auténtica dedicación y escrupulosidad a relamer con su lengua los restos de leche de mi verga, dejándola a su término limpia como la patena. Como ya os había comentado, Julia era una experta en el sexo oral, y se había concentrado en aplicarme una mamada memorable.

A pesar del movimiento y de los ruidos, Carlos y Lorena aún dormían, así que me levanté y cogí a Julia de la mano. Al levantarme pude escuchar los ahogados gemidos que Sonia emitía dentro de su habitación, delatando que nuestros amigos debían estar inmersos en la placentera actividad de un buen polvo matinal. Curiosos, salimos de la habitación y nos asomamos a la habitación de Nando y Sonia, cuya puerta estaba entornada. Me situé detrás de Julia, apoyando mi endurecida verga en su ardiente culito. Dándonos la espalda, Nando apretaba con ganas el coño de Sonia, que aplastada boca abajo contra la cama recibía el ardiente ataque con evidentes muestras de gozo, a juzgar por los lamentos que emitía. El culo de Nando, apretado y endurecido bajaba con fuerza hasta enterrar todo su mango entre las piernas de Sonia. Observando las culadas de mi amigo, comencé a acariciar desde atrás las infladas tetas de mi amiga, que se dejaba hacer con gusto. Nuestra excitación continuó en aumento cuando Sonia se giró, abriendo desmesuradamente las piernas para recibir con agrado la enorme porción de carne que Nando alojaba en su interior. Julia comenzó a frotar su culo con mi polla y yo respondí pellizcando sus excitados pezones. La respiración de Julia se iba entrecortando, profiriendo pequeños gemidos que pronto quedaron tapados por el coro de aullidos, gritos y bramidos que Sonia y Nando profirieron al alcanzar su impetuoso orgasmo. Nando se despeñó, emitiendo un sonoro bramido, sobre Sonia cubriendo su pequeño cuerpo. Girándose, Julia se aupó a mi cuerpo, colgando sus brazo de mi cuello y abrazando con sus piernas mi cintura. Acarreando de esta guisa a Julia, la llevé hasta nuestro baño, donde la deposité suavemente en el suelo.

Me metí en el jacuzzi, y me di una ducha ante la fantástica visión que sobre el puerto pesquero de Altea se abría a través de los ventanales. Julia se lavó los dientes, y se metió en la bañera. De pie, y con el chorro de agua caliente regando nuestra piel desnuda, la agarré por la cintura, la apreté contra mí, chocando sus tetas por debajo de mi pecho, mi falo en erección golpeó cerca de su ombligo y en un apasionado abrazo incliné mi cabeza susurrándole al oído un sensual y cariñoso "¡ te deseo ! "... y comencé a besarla con ardor. Nuestras lenguas se juntaron acompañando aquel tierno abrazo. Mis manos recorrían la sedosa piel de su espalda y de su bien formado trasero. Deslicé un dedo por la grieta de su culito y comencé a acariciar la rendija de su sexo sin dejar de besarla. Ella acariciaba mis duras posaderas. Nuestros ojos se cerraban en un ardiente beso. Mi lengua buscaba la suya y ella apretaba mi culo con sus manos. Con una mano le acariciaba las tetas con suavidad y con la otra trabajaba el agujerito de su coño. Mi polla se apretujaba entre nuestros cuerpos. Su chochito chorreaba los jugos del placer. Bajé con mi lengua por su cuello, besé y mordisqueé ligeramente sus pezones, chupé su cintura, su ombligo sus muslos, bajé por sus rodillas, la giré y seguí por detrás de sus apetecibles muslos, separé sus piernas y seguí lamiendo su culo. Ella seguía en pie, muriéndose de gusto, mientras la lamía por todas partes. La giré de nuevo frente a mí y metí mi lengua entre sus muslos hasta llegar a su húmedo sexo, cuando sin poder contenerse lanzó un gritito de placer.

"¡ Ahhhhhhhhhhhh, eres un cabrón, que gusto me das!". Yo seguía en mi labor de chuparle todo el coño con mis labios y lengua, y ella introducía los dedos en mi ensortijado cabello negro. Notaba los latidos de su corazón en el clítoris, mi lengua se abría paso entre sus labios vaginales, buscándole todos los rincones del placer, hasta que de pronto sentí en mi boca una ola de calor y flujos vaginales. Julia se retorció en medio de un monumental orgasmo que fluyó por todo su cuerpo, llevándole a proferir profundos y sonoros gemidos.

Me tumbé, estirado todo a lo largo de la bañera, que ya se hallaba casi llena y repleta de espuma. Tomándola de las manos, invité a Julia a sentarse sobre mí. Se acomodó a horcajadas encima de mí. Nuestros sexos se ligaron en profundo contacto, y nuestras lenguas volvieron a juguetear mientras nos abrazábamos y acariciábamos. Tomando a Julia por sus nalgas, comencé a hacerla oscilar sobre mí, restregando su chochito contra mi empalmada verga. Sus labios abiertos relamían toda mi verga, su vencida cabeza se doblaba hacia atrás emitiendo pequeños grititos de puro gozo, y sus generosas tetas se balanceaban ante mi cara. Enterrando el rostro entre sus senos, barrí con mi nariz su profundo canalillo antes de comenzar a besar sus excitados pechos y a propinar pequeños mordiscos en sus grandes pezones. Elevé su trasero con mis manos, dejando su entradita apoyada en la punta de mi verga. Sosteniendo sus nalgas con mis manos la ayudé a deslizarse hacia abajo a lo largo de mi verga, que pronto se vio ensartada dentro de Julia. Mientras se acoplaba a mí, Julia ronroneaba dichosa de verse por fin penetrada. Completamente empalada, su trasero aprisionaba mis huevos. Julia se hizo hacia adelante, poniendo sus prodigiosas tetas a la altura de mi cara. Sin hacerme de rogar, me dispuse a comerle las tetas y los pezones, mientras que ella comenzaba a subir bajar sobre mí. Sus manos, apoyadas en mis hombros ayudaban el movimiento de sus caderas, que alzaban para luego dejarse caer con todo su peso encima de mi polla. Sus tetas botaban ante mí con cada movimiento, y mis manos sometían su espalda arqueándola hacia mí. Julia suspiraba, gemía y se retorcía con fuerza con cada golpe de cintura. Su ritmo fue aumentando, hasta hacerse cada vez más incontrolado. Oleadas de placer recorrían nuestros cuerpos, que se erizaban a cada encuentro de nuestros sexos. Su piel se iba saturando, anunciando la proximidad del orgasmo. La piel de sus pechos se puso en carne de gallina, y sus duros pezones acabaron de cristalizarse del todo. En ese momento, cogiendo a Julia por la cintura, y sin desligar mi sexo del suyo, la hice girar, hasta dejarla tumbada de espaldas sobre mí. Mi polla se salió de su chochito, así que separé sus piernas, que quedaron colgadas a ambos lados de las mías, llevé su mano hasta mi verga, y la ayudé a meterla de nuevo en su agujerito. Julia estiró sus brazos hacia atrás, agarrándome el cuello, su rostro se giró para fundir sus labios con los míos, y en ese momento comencé a apretar desde atrás, arrancando de sus labios los más formidables aullidos que jamás había escuchado de ninguna de mis amantes. Agarré con furia sus esponjosas tetas, y pellizcando sus formidables pezones apliqué todas mis fuerzas en bombear el coño de Julia. Con cada embestida Julia gritaba como loca: "¡ahhhhhhhhhh, uuuuuuuuffff!". Le estaba taladrando las entrañas sin compasión. En apenas unos segundos se apoderó de ella un placer mayúsculo, un orgasmo que puso toda su piel de gallina, en medio de grandes convulsiones y espasmódicos gritos. Yo también soltaba algún gemido, mientras bombeaba suavemente al principio metiendo la punta y apretando al final toda mi polla dentro de su agujero. Mientras Julia se corría, yo no dejé de bombear su almeja, arrancándole casi inmediatamente después un segundo y hasta un tercer y convulso orgasmo. En esa forzada postura, su conchita se adaptaba difícilmente a mi duro miembro. Me detuve. Mis músculos se tensaron y en un vaivén dejé toda la polla enterrada hasta el fondo. "¡Dios mío!, ¡que gozada!", no pude contenerme. Tuve una larga corrida, llenando toda su cavidad con mi semen. Notaba como mi polla botaba espasmódicamente dentro de ella, sin dejar de emitir su denso regalo. Apretaba su cuerpo contra el mío. Volvió a correrse una vez más mientras mi leche se derramaba en su interior y mis manos estrujaban y amasaban sus tetas. Nuestros cuerpos sudaban y brillaban uno pegado al otro.

Tan concentrados habíamos estado en nuestro ajetreo, que cuando alzamos la mirada pudimos ver cómo Lorena, bien abierta de piernas, cabalgaba sentada sobre el urinario y frente a nosotros sobre la erguida polla de mi Carlos. La vista era espectacular, primero la cara de gusto de Lorena con sus ojos cerrados, sus tetas bailando al vaivén, su cinturita sudorosa y su coñito metiéndose en el nabo de Carlos hasta llegar a los huevos. La estaban gozando en pleno. La cara de Carlos apenas podía verse tras la de Lorena, pero se le oía gemir y decir: "¡Sí, sí, qué gozada, me vas a matar!". Aquello me excitó tanto que tuve una erección al momento, Julia se incorporó e introdujo mi verga dentro de su boca de nuevo, chupando con vehemencia, adentro, afuera, adentro, afuera.... mientras que yo contemplaba el folleteo de Lorena sobre mi amigo. "¡Ahhhhh, qué bien, qué gozada!", acerté a proferir, mientras Julia me comía la polla y el maravilloso cuerpo de Lorena se botaba sobre la verga de Carlitos.

Julia seguía en la placentera tarea de chuparme toda la polla, jugaba con sus labios sobre mi capullo, con su lengua recorría toda mi longitud y me mordisqueaba por todas partes. En ese momento de la dulce mamada de Julita, mi amigo Carlos, dando pequeños aullidos, se corrió dentro del excitado sexo de Lorena, y ella a continuación empezó a cabalgar más fuerte hasta alcanzar también un escandaloso orgasmo unos segundos después. Ella apoyo su espalda sobre el pecho de Carlos y cerró los ojos intentando guardar aquel gusto en su interior.

La excitante escena del delicioso cuerpo de Lorena convulsionándose y corriéndose sobre la verga de Carlos me exaltó tremendamente, así que mi polla se hinchó al límite, y cogiendo a Julia desprevenida, solté dentro de su boca una corrida espléndida, que lanzó el corriente líquido hasta inundar su garganta. Los labios y lengua de Julia eran deliciosos. Se tragó toda la leche y me chupó con ahínco, pasando su lengua por todo mi miembro. Me estaba relamiendo de gusto. Lorena y Carlos se abrazaban, se acariciaban y besaban sin parar.

Julia se separó lentamente de mí y me besó agradeciéndome aquel maravilloso polvo. A continuación la levanté, apoyando su culo al borde de la bañera y me agaché para explorar con mi lengua y mis labios su húmedo sexo. Mientras le palpaba los senos con dulzura, mi lengua recorría sus ingles y su pubis. Introduje la punta de mi lengua en sus labios vaginales haciendo estallar de nuevo su clítoris supersensible y haciéndola correrse de nuevo. Apenas la tocaba yo, estallaba de placer. Esa mañana aprendí que si somos lo bastante hábiles, podemos arrancar orgasmos de las mujeres casi continuamente, uno detrás de otro, hasta hacerlas morir de gusto.

Nos fuimos duchando y vistiendo uno a uno, y salimos al jardín para disfrutar de un merecido y reparador desayuno que nos relajara de aquella agitada y divertida mañana. Nando y Sonia ya habían desayunado, y esperando nuestra aparición, se divertían en la piscina. "Joder, vaya nochecita y mañana que habéis pasado, ¿eh?, ¡cómo os lo montáis los solteros!", nos soltó Carlos, con una pizca de envidia en el tono de su voz. Fue Lorena la que respondió: "pues creo que vosotros tampoco lo habéis hecho mal, vaya fiestecita que os distéis anoche en el jacuzzi", "y esta mañana en la cama, ¿verdad?", añadí yo. "Sois una panda de salidos, cotilleando lo que hacemos los demás", dijo Sonia divertida. "Si no quieres que te veamos en acción con tu novio tendrías que ser un poquito más discreta, ¿no crees?", apostilló Julia. Todos reímos divertidos y con ganas. Dada la hora que era, decidimos quedarnos el resto de la mañana en la piscina, encargar un arroz negro y comer en casa.

Disfrutamos de la piscina y del espectacular jardín del chalet hasta la hora de comer. Sonia se despojó de la parte de arriba de su bikini apenas se hubo tumbado a tomar el sol, luciendo las envidiables curvas de su preciosas tetas. Lorena bajó equipada con un bikini azul, cuya parte superior desapareció también casi de inmediato, quedando vestida únicamente con su braguita, un pequeño culotte que se amoldaba a su espectacular trasero como una segunda piel. Por su parte, Julia lució su cuerpazo con un llamativo tanga brasileño de color rojo que se ajustaba a sus labios hasta el punto de marcar profundamente la rajita de su coño. Salió de casa cubriendo su llamativo pecho con un escotadísimo top anudado al hombro, que no tuve inconveniente en retirar cuando ella me lo pidió. Julia y yo, que éramos los que menos habíamos dormido durante aquella incestuosa noche, nos quedamos dormidos, abrazados entre nosotros bajo la sombra de la gran sombrilla que presidía el jardín. Cuando despertamos, nuestros compañeros ya habían traído el arroz y puesto la mesa, por lo que nos levantamos directamente para sentarnos a comer.

El resto de la quincena transcurrió por los mismos derroteros que la noche anterior. Sonia y Nando por un lado, y nosotros cuatro por otro, dedicándonos en cuerpo y alma a disfrutar de las vacaciones, de nuestros cuerpos y del sexo y follando como descosidos. Esa misma noche Lorena me aplicó una monumental mamada en su cama, antes de zurrarle el coño a base de bien, mientras Carlitos y Julia follaban como descosidos en la otra cama.

Así transcurrieron el resto de las vacaciones, entregándonos al sexo como locos, y probando cada día algún nuevo juego. Una tarde que Julia y Lorena habían estado solas en la playa, regresaron con un muchachito que apenas podía creerse lo que le estaba pasando. Carlos y yo nos divertimos observando cómo el pobre muchacho se afanaba, sin mucho éxito en dar gusto a aquellas dos hembras. Finalmente Carlos acabó follándose a Lorena, mientras yo arrancaba las entrañas de Julia, dándole por culo delante del atónito y excitado muchacho, que al menos se fue con la dicha de haber recibido una mamada a dúo de aquellos dos monumentos. Otra noche, Carlos y yo nos ligamos a un par de francesitas bastante guarras. La noche acabó en una monumental bacanal, en la que Carlos se pegó un glorioso homenaje con una de las guiris mientras que yo me zumbaba a la otra, cubriendo los tres agujeritos de la otra, uno tras otro. Julia y Lorena se mantuvieron al margen, aunque terminaron por unirse a la fiesta. Carlos se folló a Julia en una tumbona sobre el césped, y yo me beneficié a Lorena dentro de la piscina, al tiempo que las dos francesas se comían los coños mutuamente.

El día antes de regresar a Madrid merece ser contado con mayor detalle. El día anterior habíamos salido de excursión a Terra Mítica, por lo que regresamos a casa bastante cansados. La noche había transcurrido con relativa calma, y después de una partida de parchís nos habíamos retirado a dormir. Las chicas se retiraron a su cuarto y nosotros al nuestro, así que la noche se sucedió sin jarana. El silencio de la noche sólo se había roto durante un rato con los gemidos que surgían de la habitación de Fernando y Sonia, aunque pronto regresó la calma, por lo que pasamos una noche tranquila, durmiendo todos sosegadamente.

Al despertar, nos encontramos con que Fernando había amanecido con un fortísimo dolor de cabeza, fiebre y sudores fríos. Le llevamos al centro de salud, donde le aconsejaron guardar dieta durante todo el día, permanecer en la cama y tomar analgésicos. Julia, Carlos y yo nos fuimos a la playa, dejando a Lorena acompañando a su amiga, que quiso quedarse en casa para atender a su novio enfermo. A mediodía regresamos a casa os de la avanzadilla de la playa, y nos encontramos que Lorena y Sonia tenían ya puesta la mesa, y nos habían preparado una suculenta comida a base de pescaditos fritos. El pobre Fernando se tuvo que conformar con algo de pescado hervido con patatas y cebolla cocidas. Después de comer, yo me bajé al garaje con intención de lavar los coches, mientras que el resto de mis compañeros se retiraron a dormir la siesta. Estaba yo enfrascado en mi tarea de limpieza cuando se abrió la puerta y apareció Sonia, diciendo que había bajado a ayudarme a limpiar, dejando a Nando dormido, pues no quería molestarle. Pusimos música bajita, y así, enfrascados en la limpieza de nuestros autos, Sonia y yo trabamos un animado parloteo. Sonia parecía tener ganas de decirme algo, pero no terminaba de animarse. Para ayudarla, subí a la cocina y preparé un par de limonadas con una generosa ración de Martini. Nos tomamos las limonadas prácticamente de un solo trago. El calor apretaba con furia, y el ejercicio nos estaba haciendo sudar a chorros. Gruesas perlas de sudor surgían de su frente, deslizándose por su agraciado rostro hacia su cuello. Su pecho henchido brillaba por la humedad, y el sudor que corría por sus pechos hasta desaparecer dentro de su canalillo me estaba poniendo a mil. Mi mente calenturienta fue comenzando a imaginar cómo podrían sucederse los acontecimientos. Bajo mi bañador, mi polla se erizó en una considerable erección, lo que Sonia no dejó de percibir, a pesar de mis esfuerzos por ocultarlo. Sus ojillos se desviaban continuamente en pos de mi abultado paquete. Fue entonces cuando Sonia me confesó que había estado hablando sobre mí por la mañana con Lorena. Me dijo que yo le gustaba mucho a Lorena, que le había confesado la alta estima en que me tenía. Me consideraba guapo, atractivo y muy sensual, inteligente y divertido. Me estaba poniendo colorado con tanto elogio. Además me dijo que según Lorena, a lo largo de las vacaciones había comenzado a sentir celos cada vez que me aproximaba a Julia, pero que sin embargo no había querido mostrarse posesiva respecto a mí, ya que no quería romper el devenir de los acontecimientos, con todos nosotros entregados a un liberal sentido de la sexualidad. No obstante, y ahora que terminaba el viaje, no quería dejar pasar la oportunidad de expresar sus sentimientos hacia mí, aunque no sabía como hacerlo sin crear malos rollos entre todos. "Lo cierto es", me confesó Sonia, "que me has sorprendido gratamente. Te tenía por un niñato engreído, pero has demostrado muy buenas cualidades durante estas dos semanas". Entonces comprendí que Sonia había estado hablando no sólo por boca de Lorena, sino también en su propio nombre. Sin dejar escapar esa oportunidad única, me acerqué a Sonia, y cogiéndola de la cintura la atraje hacia mí. No pude dejar de notar un ligero estremecimiento de su cuerpo, así que, sin darle tregua, le propiné un suave y cariñoso beso en los labios. Sonia parecía querer resistirse, pero algo en su interior se lo impidió, y pronto acabamos fundidos en un apasionado beso. Su lengua buscaba la mía para juguetear con ella. Mis labios comenzaron a chupar el lóbulo de su oreja mientras mi mano acariciaba la parte posterior de su cuello.

Tumbé a Sonia, que comenzaba a dar síntomas de sometimiento, sobre el capó del coche. Mi cuerpo fue a parar encima de Sonia, cuya timidez desaparecía por momentos. La candidez de hacía unos minutos se había convertido en pasión. Fui colmando de besos su cara y su cuello, para lentamente continuar descendiendo hacia sus encendidas tetas. Ahuequé con mis manos su espalda para desatarle el bikini, y que seguidamente retiré de su piel con mi boca. Arrojé el top a un lado y me concentré en estimular su sexualidad a través de sus suaves y generosos senos. Dediqué las mejores caricias de mi repertorio a cada uno de sus hermosos pezones. A Sonia mis caricias le estaban comenzando a arrancar entrecortados suspiros. Sus piernas rodearon mi cintura, apretando mi cuerpo al suyo mientras me comía sus maravillosas peras. Me saqué el bañador, y encaramándome sobre el coche, me senté a horcajadas sobre el pecho de Sonia. Inserté mi falo entre sus mullidos e hinchados senos, y estrujando con mis manos sus pechos, los apreté contra mi verga, al tiempo que comenzaba a menear el culo, abriendo camino entre sus tetas como si me las estuviera follando. Someter las grandes peras de Sonia bajo mi falo me puso cachondísimo. La lengua de Sonia lanzaba lametazos a mi glande cada vez que empujaba hacia arriba. Era la primera vez que me lo montaba a la cubana, y los monumentales pechos de Sonia se prestaban perfectamente a ese ardiente quehacer. Desde que la conocí, siempre había fantaseado con follarme sus tetas, y ahora se estaba haciendo realidad mi deseo. Me apliqué con esmero, disfrutando del delicioso contacto entre mi verga y sus senos. Sonia me acariciaba los brazos, mientras deslizaba la polla arriba y abajo entre el profundo canalillo que formaban sus pechos. Cogiendo sus manos, las llevé hasta sus domingas, invitándole a que fuese ella la que apretase los pechos contra mi verga. Comenzó a sobarse las tetas, aplastándolas sobre mi polla, y paulatinamente se fue animando, hasta acabar pellizcándose con fuerza los pezones, al tiempo que seguía masajeándome el pene. Tras un buen rato pajeándome entre las tetas de Sonia, me incorporé un poco hacia arriba. Cogí mi polla por su base, y fui paseando el glande por su cuello y por todo su rostro. La posé en la comisura de sus labios, y de manera casi inconsciente, Sonia sacó su lengua y comenzó a propinarme intensos lametazos en la punta. Apuntando a sus labios entreabiertos, me fui abriendo camino dentro de su boca. Sonia comenzó a chupármela con ganas. Mi polla entraba y salía de su boca, y sus dedos se clavaban en mi trasero, intentando procurarse un trozo extra de carne. Después de unos minutos en los que Sonia no dejó de comerme la polla con gran gula, sin previo aviso, retiré mi émbolo de sus ansiosos labios.

Ayudé a Sonia a bajarse del capó de mi coche, y cogiéndola de la cintura la aupé hasta una alta mesa de trabajo que había al fondo del garaje. Le quité la braguita del bikini, separé sus piernas y apoyé sus muslos sobre mis hombros, situándome frente a su sexo. Su apetecible coñito estaba tan pelado como el de un bebé. Mi lengua se deslizó por la parte interior de sus piernas, acercándose cada vez más al lugar mágico. Mientras tanto, mis manos acariciaban sus piernas, su vientre y sus tetas. Atraje el culo de Sonia hasta mantenerlo al borde de la mesa, e inserté mi lengua entre sus piernas, comenzando a lamer los labios de su coñito, con movimientos de abajo a arriba, terminando en la zona del clítoris. De vez en cuando, trataba de separar los labios para poder introducir mi lengua en su interior, o le daba besitos, unas veces suaves y otras más fuerte. Su olor, su sabor y las reacciones que provocaba en ella me excitaban cada vez más. Cuando Sonia estuvo lo suficientemente caliente, y su clítoris lo suficientemente duro, lo sujeté entre mis labios, como tratando de succionarlo, y jugueteé con él rozándolo con mi lengua. Mis manos, en ningún momento, habían parado de acariciar los muslos, el vientre y los pechos de Sonia. Sus gemidos aumentaron: "¡por favor, no pares, sigue chupando, ahhhhhhhhhhhh!.

Mi pene se encontraba en ese momento absolutamente empalmado. No me explico cómo pudo suceder, pero alguien se había colado en el garaje a mi espalda sin que yo me diese cuenta. Noté cómo alguien me bajaba el bañador, e inmediatamente después, una lengua comenzó a juguetear con mi pene. Abandonando por un momento a Sonia, bajé la mirada. Los labios y lengua de Lorena, arrodillada bajo la mesa ante mí se recreaban con mi nabo. Yo sentía el mayor placer que se pueda imaginar. Algunas veces, su lengua subía y bajaba como si estuviera tomando un apetitoso helado. Otras veces lo besaba, especialmente la punta. Terminó introduciéndolo en su boca, chupándolo y succionando con frenesí.

Animado por la mamada de Lorena, decidí concentrarme en seguir trabajándome el chochito de Sonia, que comenzó a gritar de placer. Estaba completamente a mi merced y yo regulaba sus sensaciones. No la dejé llegar al orgasmo hasta después de un rato. Cuando levantaba la pelvis en estremecimientos de placer, yo la seguía, me movía con ella, mantenía mi boca en su clítoris. Jugaba, aumentando y disminuyendo el ritmo a mi voluntad. Deslizaba dos de mis dedos suavemente por su raja. Presionaba la lengua contra el clítoris, cubriéndolo con mis labios. Cuando finalmente llegó al éxtasis yo ya estaba casi a punto de llegar al orgasmo. Aún gritaba Sonia cuando Lorena introdujo casi todo mi pene en su boca. Ya no pude aguantar más y allí mismo me corrí. Mi leche desbordaba su boca. Al levantarse pude ver cómo un pequeño hilillo de semen le asomaba por la comisura de los labios.

Antes de perder mi erección, subiéndome a un banco, me dispuse a introducir mi polla en el coño de Sonia, aún palpitante. Aunque al principio hallé un poco de resistencia, finalmente se introdujo sin problemas. Estaba perfectamente lubricada. Mientras penetraba a Sonia por primera vez, pude comprobar que Lorena se sentó en una silla a un lado de donde estábamos Sonia y yo. Abriendo las piernas, una de sus manos se deslizaba dentro de su braguita, mientras que la otra se introducía por debajo de su ajustada camiseta para comenzar a sobarse las tetas y pellizcarse sus erectos pezones.

La situación era maravillosa. Mis labios se deslizaban por la boca, las mejillas, el cuello y las tetas de Sonia. A un tiempo me introducía dentro de ella a un ritmo constante, suave. Sus gemidos y el olor de su perfume me excitaban como nunca. Podía notar la humedad y el calor de su vagina, cuya puerta había sucumbido sin problemas a la primera de mis embestidas. Los jadeos de Sonia habían ido aumentando, al ritmo que le imponía. Cerraba los ojos y mordía su labio inferior intentando contener sus gritos. Un ligero rubor coloreaba sus mejillas. A mi lado, Lorena se masturbaba, mientras contemplaba cómo yo me follaba a su amiga con una pícara sonrisa en sus dulces labios. Pronto mis gemidos se unieron al los de Sonia. Pensé que iba a correrme otra vez, pero aguanté un poco más. Sonia comenzó a experimentar otro intenso orgasmo. Sus gemidos se habían convertido en gritos, bajo mi cuerpo notaba como ella se estremecía y sus uñas se clavaban en mi espalda. Yo notaba como se deshacía de placer. Fue entonces cuando me corrí. Casi me caigo del banco al que estaba subido. Durante un momento nos fundimos en el mayor placer que se puede experimenta; nuestros cuerpos, empapados uno del otro, se movían al unísono y parecían uno solo. Pasó un rato hasta que me recuperé de esa intensa sensación. Abrazado a Sonia, apenas pude oír los ruidosos gemidos que Lorena emitía. Por un momento, Sonia y yo nos quedamos quietos, intentando recuperar la respiración. Yo me sentía como flotando. Pronto salí de esa sensación, escuchando los gemidos de Lorena, que sentada junto a mí, arqueaba la espalda en espasmos de placer, mientras sus dedos se introducían frenéticamente en su vagina.

Cuando recuperó su respiración normal, se acercó a mí, subiendo al banco comenzó a susurrarme al oído. Notaba su respiración, su aliento y eso me ponía a cien. Me dijo: "te acabo de hacer un gran favor con Sonia, ¿no crees que deberías agradecérmelo?". La idea que Lorena tenía de un agradecimiento se me antojó deliciosa. Dejándola hacer, Lorena me sentó en la silla que había ocupado ella hasta hacía un minuto. Se quedó de pie frente a mí. Hundí mi cara en si vientre e introduje mi lengua en su ombligo, bajándole con mis manos la braguita, que cayó a sus pies. Alejándola de una patada, abrió sus piernas y se situó justo encima de mí. Comenzó a descender lentamente hasta chocar con la punta de mi polla, que yo sostenía en posición vertical, y que a pesar del intenso ajetreo de la última hora, seguía firme como un roble. Descendió lentamente mientras mi verga se alojaba dentro de su caliente vagina. Dándome la cara, y con sus piernas colgadas a los lados de las mías, se sentó sobre mi pene y comenzó a cumplir su promesa. Si el polvo con Sonia había sido maravilloso, no hay adjetivos para describir lo que Lorena era capaz de hacer encima de mí. Como una bailarina, ejecutaba los movimientos idóneos en cada momento. Venciendo su cabeza hacía atrás, su espalda se arqueaba hacia mí, ofreciéndome el suculento manjar de sus erguidos pechos. Sus piernas la impulsaban hacia arriba para inmediatamente dejarse caer secamente sobre mi pene. Le saqué la camiseta, dejando sus bellos pechos botando ante mis ojos. Tan pronto mis labios succionaban sus pezones y recorrían su cuello como su lengua se centraba en mi cuello y en mi oído. Yo sentía que hacía lo que ella, en cada momento, deseaba. Durante ese glorioso polvo, fui como un juguete destinado únicamente a darle placer, pero, a cambio, pude experimentar unas sensaciones cómo no había sentido antes, ni con ella durante los últimos días ni con mujer alguna antes. Como un sólo cuerpo estremeciéndose una y otra vez, yo sentía que me perdía en un pozo sin fondo y ella susurraba al oído, entre grandes gemidos, mi nombre.

Bajo la mirada de Sonia, que se acariciaba los pechos con una mano mientras que la otra se deslizaba entre sus piernas, alcanzamos un éxtasis total que pareció eterno y nuestros labios se fundieron en un beso entrecortado por los gemidos que ni uno ni otro podíamos contener. Los últimos estertores de tan formidable clímax fueros precedidos de un vertiginoso aumento del ritmo de los rebotes del coño de Lorena sobre mi nabo, sus piernas y pechos comenzaron a temblar convulsamente, acompañando un fabuloso aullido simultáneo que surgió de nuestras gargantas. La mezcla de fluidos y semen resbalaban abajo por nuestras piernas formando un pequeño charco a nuestros pies. Abrazados, fuimos recuperando el aliento poco a poco. Finalmente, Lorena se levantó, desligando nuestros sexos entumecidos. Lorena me plantó un dulce beso en los labios, antes de girarse y dar un pequeño piquito a Sonia que se había acercado. Posteriormente, Sonia se acercó a mí, y nos fundimos en un breve pero intenso morreo. Ambas me confesaron que se habían confabulado para poder disfrutar a dúo de mí, que era un capricho que Sonia tenía desde la segunda noche del viaje, en la que Nando y ella habían observado desde la ventana toda la escena que habíamos representado en el jardín, la primera vez que Lorena, Julia, Carlos y yo nos habíamos entregado al placer del sexo por el sexo. No obstante, Lorena me sinceró que lo que me había contado Sonia era cierto, que yo le gustaba mucho, y que estaría encantada de quedar conmigo alguna vez cuando regresásemos a Madrid. Por toda respuesta la tomé de la cintura, propinándole un sonoro beso en su sonrosada mejilla. Lorena sonrió feliz, y yo me reí con ganas. Sonia nos miraba con una resplandeciente sonrisa dibujada en su preciosa carita. Finalmente nos vestimos y salimos al jardín. Nos tumbamos a tomar el sol como si nada hubiese sucedido. Sonia subió a comprobar cómo se encontraba el pobre Nando. A los pocos minutos bajaron Julia y Carlos, con una sonrisa que delataba que habían hecho algo más que dormir durante la siesta. No parecieron haberse percatado de lo sucedido en el garaje durante la última hora y media. Mejor así, hay cosas que es mejor que no se difundan mucho.

Pasamos la última tarde en la piscina sin mayor novedad. Esa noche salimos a cenar Lorena, Julia Carlos y yo, dejando a Sonia con el más recuperado, pero aún convaleciente Fernando. Julia y Carlos hicieron diversos comentarios sobre lo amielados que nos encontrábamos Lorena y yo. Poniéndose más seria, Julia nos confesó que le encantaba ver las buenas migas que habíamos hecho, aunque con una pícara risita añadió: "aunque espero que eso no signifique que podamos pegarnos algún homenaje más de vez en cuando los cuatro juntos". Carlos la acalló metiendo su lengua en la boca de ella, en un corto pero pasional beso. Lorena y yo reímos con ganas.

Esa noche Lorena y yo dormimos juntos en un cuarto, mientras que del otro salían los conocidos y sonoros gemidos de Julia, dejando claro que Carlos también había hecho una muy buena amiga durante las vacaciones. Lorena y yo hicimos el amor dos veces aquella noche y otra más al despertarnos por la mañana. Copulamos en diferentes posturas a cada cuál más placentera, explorando nuestros cuerpos con frenesí, y dejándonos llevar por nuestros más lujuriosos instintos.

A eso de las ocho de la mañana cargamos nuestros bultos en los coches. Afortunadamente Nando se encontraba mucho mejor, y emprendimos viaje de regreso a Madrid, dando por finalizadas las mejores vacaciones de nuestras vidas.