Ricardo y el entrenador
Mojados por la lluvia, Ricardo y su entrenador de básquetbol descubren algo que no conocían el uno del otro.
RICARDO Y EL ENTRENADOR
Él era un muchacho extraordinariamente vivo, de mirada penetrante. Sus ojos siempre llamaban la atención, principalmente por el tono azabache de sus pupilas. Tenía catorce años y muchos proyectos para realizar en su vida. Era respetado y querido. Si quería podía hacer bajar la vista a su interlocutor, pero lo habría considerado una falta de respeto. Su cara era la de un niño, con un toque de haber realizado recién alguna travesura. Pero lo que no concordaba con ello era el vello que cubría su rostro, afeitado cada día, sus brazos, piernas y pecho. Era como que la naturaleza se había adelantado en su desarrollo, ya que no medía más de un metro sesenta. Acostumbraba jugar básquetbol y, a pesar de su altura, solía encestar más que los demás. Algunas muchachas púberes de la zona acostumbraban seguirlo; pero, la verdad, a él no le interesaban, aunque no dejaba de coquetearles para después dejarlas ilusionadas. Su vanidad hacía que jugara con la gente.
Antonio era su entrenador. Recién titulado de profesor de educación física, se le conocían algunas aventuras secretas con exalumnas recientes. Pero poseía algo que para cualquiera de los muchachos del liceo era un sueño: un automóvil; desvencijado, viejo, mohoso, pero, al final y al cabo, una posibilidad de movilizarse. Por eso, y como era terriblemente afable, su vehículo pasaba repleto de adolescentes que le pedían que los acercara a sus casas. Su rostro armónico, enmarcado en una hermosa cabellera crespa y rubia, del mismo tono que su bigote, hacían que caminara conquistando a su "público".
Aquél día llovía desmesuradamente, cuando Antonio vio que Ricardo se alejaba del centro educativo mojándose y saltando las charcas. Verlo y acercársele para ofrecerle llevarlo fue casi una sola acción. Y luego del dónde vas y el te llevo ambos emprendieron el viaje en la vieja citroneta destartalada. Las conversaciones giraban entre la lluvia y los próximos partidos de básquetbol.
El problema se suscitó cuando la citrola pinchó uno de sus neumáticos. La lluvia helaba hasta los huesos mientras ambos varones cambiaban la rueda. Pero no por eso bajaban su nivel de alegría, confianza y seguridad, aunque estaban mojados como sopa.
La casa de Ricardo estaba sola. Sus padres solían llegar tarde de importantes empleos y hoy, especialmente, había una nota de que no llegarían por culpa de una comida de negocios. Así que el muchacho condujo a su entrenador a la cocina para preparar un chocolate bien caliente.
-Mira como tengo la ropa, te voy a mojar toda la cocina.
-Sí, es mejor que la metamos en la secadora. Espera que te traigo una toalla.
Pero cuando Ricardo volvió con sendas toallas, Antonio temblaba casi desnudo y con los labios azules. Se sirvieron la bebida caliente y prendieron una estufa. El joven profesor había sufrido más la fuerza de la lluvia mientras cambiaba el neumático. Ambos, con la toalla en la cintura, se desprendieron de sus slips. Ya más repuestos por la bebida caliente, comenzaron a reírse de lo sucedido.
-Tengo un idea expresó Ricardo-. Si agregamos al chocolate un poco de coñac recuperaremos antes el calor perdido.
Y así lo hicieron. Y así también fue Ricardo, poco acostumbrado al alcohol, perdiendo las inhibiciones.
-Sabes, Antonio, que me gusta mucho tu musculatura. ¿Crees que podría llegar a tener omóplatos tan desarrollados como los tuyos?
-Pues si sigues entrenando, sin duda que los tendrás. Incluso mejores que los míos.
-A mí me gustan los tuyos ¿Me dejas tocarlos?
Antonio asintió con la cabeza y tensó sus músculos para que su aprendiz palpara su dureza. Ricardo comenzó tocando sus brazos, luego escondió sus dedos entre la maraña de crespos vellos rubios de su pecho, para continuar con el estómago y bajar a los muslos. El entrenador cerró los ojos y entreabrió los labios. El frío de la lluvia ya había pasado totalmente. Entonces, sin poder contenerse, tomó en sus palmas las nalgas del muchacho y lo atrajo hacia sí. Sabía que él lo deseaba y que no lo rechazaría. Como sabía también que su lengua entrando en la boca de Ricardo causarían su total dominación; ya no había resistencia ni pudores posibles. El rubio bigote del entrenador raspó el labio superior del joven provocándole grititos de pasión.
-Espera. Quiero ver tu cuerpo dijo el profesor mientras alejaba al muchacho de sí y lo subía sobre la mesa de la cocina.
Lo guió entonces como si fuera un modelo; lo hizo girar sobre sí mismo, mientras acariciaba las velludas piernas del muchacho. Entonces hizo que se tendiera boca abajo y acarició su trasero, jugando a abrir y cerrar las nalgas, mientras un dedo peligroso se acercaba a su hambriento ojete.
-Tienes demasiado vello para tu edad dijo el entrenador-. No está mal en general, pero yo podaría ciertas zonas estratégicas.
El muchacho sólo asentía con jadeos de pasión.
-Creo que te voy a llevar donde mi peluquero. Él sabe cómo trabajar estas zonas.
Ricardo estaba de acuerdo y entregado. De pronto sintió que algo frío entraba entre sus nalgas. Miró por sobre su hombro y vio cómo Antonio le mostraba una hermosa zanahoria que había sacado del cajón. Sólo atinó a reír. Pero de la risa brotaron lágrimas al sentir que se adentraba la hortaliza en su culo.
-Resiste, mi niño le dijo el profesor-, que al fin te darás cuenta de que todo es placer.
Y así fue. De pronto sintió que su ano se abría y ya no había casi dolor, sino una oleada de placer que le recorría desde su agujero violado por la columna hasta la coronilla de la cabeza. Pedía más y más y su órgano se hinchaba luciendo unas venas anchas y azulosas. El glande, ancho y breve, como un sombrero francés de color rojo, palpitaba y echaba hacia fuera gotas de líquido lubricante. Pero la visión de él fue suspendida por los labios de su amigo adulto que se cerraban en torno iniciando un lento sube y baja.
-Alguna vez antes has tenido una relación preguntó Antonio.
-No, nunca hasta hoy Ricardo recuperó algo de su inocencia y pudor al confesar esto.
Pues bien exclamó el hombre-, hoy vas a utilizar eso para algo más que para mear.
Y diciendo esto agitó con más violencia, y apretando fuertemente, la gran verga del joven de apenas catorce años. Mientras, con la otra mano apretó los cojones como si quisiera exprimir su leche. Con esto, el mástil de Ricardo llegó a su máximo esplendor. El entrenador cortó un trozo de la zanahoria que dejó inmersa en el culo de su alumno; luego se subió a la mesa y, agachándose lentamente, introdujo el pene del muchacho en su culo. La verdad es que le gustaba mucho más la posición de activo, pero esta vez fue seducido por la adolescente verga.
El hombre fue avanzando lentamente en su cometido. Cuando los pendejos de Ricardo le hicieron cosquillas en el perineo y las nalgas comenzó un lento entrar y salir, para continuar aceleradamente. Ricardo daba gritos de alegría y pasión. Sobre todo cuando, luego de una heroica resistencia de cinco segundos, su volcán erecto explotó dentro del agujero de su profesor, quien, sintiendo el calor de la lava, también eyaculó casi sin tocarse, en un torrente mágico que mojó la morena cabellera y los vellos del pecho del joven.
Mientras se besaban y pensaban en poner orden a todo el desastre de esa cocina, Ricardo recordó lo que antes le había prometido Antonio.
-Y donde tu peluquero, ¿cuándo vamos?
-Tienes algo que hacer el viernes después de clases.
En el próximo capítulo, sesión de corte y depilado. Haz tus comentarios aquí y en abejorrocaliente@yahoo.com