Ricardo y el entrenador (2)

Luego de su primer encuentro, Ricardo y Antonio acuden a un centro de estética donde el adolescente conoce a Christoff, un alemán muy caliente que sabe varios secretos sobre sexo.

RICARDO Y EL ENTRENADOR (Segunda parte)

Si no has leído la primera parte o no larecuerdas bien, te sugiero revisarla antes de leer ésta.

Luego del primer encuentro entre Ricardo, el joven jugador de básquetbol, y su entrenador Antonio, ambos pactaron un encuentro en el Centro de Estética de Christoff, un alemán que había llegado a principios de los años noventa a Chile, traído por una marca europea de ropa. Con algunos recursos, y entendiendo el cambio de mentalidad y un mayor atractivo para capitales foráneos, él decidió abrir un Centro de Estética para el varón, que incluía tiendas de ropa formal y deportiva, un gimnasio, spa y peluquería. Como algo así no existía para personas de sexo masculino en Santiago de Chile, el negocio se hizo próspero.

De aquella época en que Christoff se avencidó aquí ya databa la amistad entre el rubio empresario y el entrenador Antonio. En aquellos años éste estudiaba en la enseñanza media en un colegio en el centro de la capital. Como el centro estético quedaba cerca, él acudía a diario a entrenar en pesas, pagando con el dinero obtenido en trabajos part time . Por eso, cuando le comunicó a Christoff que no podría seguir yendo, ya que carecía de recursos, llegaron a un buen acuerdo para ambos, mediante el cual Antonio debía realizar algunos trabajos en el gimnasio, tanto de limpieza como de satisfacción sexual. Como, además, el muchacho que después llegaría a ser entrenador andaba siempre con los bolsillos pelados, rápidamente descubrió que podía hacer una buena suma semanal siendo complaciente con los otros clientes. Así, incluso, logró hacer sus estudios universitarios de profesor. De ahí nació la amistad entre ambos hombres.

Pero eso fue hace varios años y hoy Christoff es un empresario exitoso de cerca de cuarenta años, cuyos cabellos rubios van decolorándose con bastante gracia; mientras que Antonio es un profesor de veinticuatro años, recién titulado, y, como dijimos en el capítulo anterior, agradable de trato y de presencia, con un cuerpo formado en el ejercicio diario. Ahora están ambos saludándose con mucho cariño, como amigos que no se han visto en un buen tiempo, y Antonio está presentando a su amigo al muchacho escolar de catorce años.

-Siempre es un placer que vengan a verme jóvenes tan agraciados como tú -exclamó el empresario haciendo sonrojar a Ricardo, a pesar de que ello no le sucedía casi nunca.

Algo en la presencia del teutón le provocaba un retraimiento. Él, normalmente locuaz y extravertido, casi no podía articular palabras ante este monstruo rubio vestido con un apretado pantalón de ejercicios negro y una musculosa de color gris y ocre.

Ya dentro del Centro de Estética, cerrado por ser sábado en la tarde, los tres varones se dirigieron hacia la peluquería. Éste era un sitio amplio con espejos en todos los muros y en el techo y un embaldosado negro brillante. Como muebles, había algunas sillas de peluquero, otras de aluminio para esperar el turno y una camilla forrada en cuero negro.

-Ésta será la mejor sesión de tu vida -susurró el alemán al oído del muchacho, haciéndolo entrar en la habitación, y mientras le pellizcaba un pezón por sobre la polera. Tras ellos, Antonio entró con evidente entusiasmo que se dibujaba en la carpa de su buzo de ejercicios.

-Lo primero es vestir la ropa adecuada -dijo Christoff entregando a Ricardo una bolsita en la que se hallaba una argolla con cadena para el cuello, otra que agarraba el pene y los testículos y un diminuto soutien de cuero blanco. El cambio de colorido típico de estas prendas de negro a albo se volvía tremendamente erótico, como si pertenecieran a un carnicero o un enfermero sádico.

-Antonio te ayudará a vestirte, mientras yo preparo todo el instrumental.

Imagínense ahora a Ricardo que, como sabemos del capítulo anterior, es mucho más peludo que lo normal para su edad, quitándose la polera. Entre los vellos del pecho sobresalen un par de pezones erectos de un rosado cafesoso. El pecho, plano, lleva como la guinda del pastel un ombligo ligeramente sobresalido, casi como una tercera tetilla. Bajo él, una flecha de vellos indica el camino hacia el paraíso infernal. Sentado en la silla de peluquero, Antonio despoja al muchacho de sus zapatillas blancas y aspira el aroma de sus calcetines. Pronto, ya sin ellos, siente Ricardo cómo una lengua se pasea por entre sus dedos. Las manos del adulto en la cintura, ayudan al muchacho a abandonar el pantaloncillo de ejercicios, quedando sólo con un suspensorio blanco, que le levanta con elásticos el trasero, ya de por sí bastante alzado, donde una selva de pelos se derraman hacia el ojo del culo.

Un momento de tensión, sólo con una prenda mínima puesta, antes del striptease total. Los ojos que brillan más que luciérnaga, la taquicardia del placer, el beso de dos varones que intercambian sus lenguas, la palmada en el trasero, para finalmente mostrarnos un hermoso capullo, alto y doblado en el medio, apuntando hacia arriba, con un tallo angosto rematado en un hongo perfecto, rosáceo, amplio. Véanlo sólo unos segundos, porque la boca de Antonio se perderá entre los pelos del pubis y de las gónadas.

Pero se sabe que todavía no debe comenzar la sesión de chupeteo. Así que Ricardo queda vistiendo el pequeño soutien de cuero blanco que apenas puede cubrir el mástil que lucha, heroico, mártir, adolorido, por salir de su cárcel. La parte trasera se hunde entre ambas nalgas y no se percibe entre tanto pelambrera. La argolla aprieta testículos y pene. Un collar de metal le indica a Ricardo que ahora él jugará a ser la mascota-

-¡Que hermoso te ves! -exclama Christoff sin poder contenerse. Viste un arnés de cuero rojo y un zunga del mismo material y color. En sus manos, una afilada navaja de barbero y un pote con crema de afeitar.

-¡Sobre la camilla, rápido!

Ricardo no puede, no quiere ni sabe desobedecer ante esta orden. Se tiende boca abajo y levanta su abultado culo. El pene, contra la camilla, le duele aún más que antes. Una mano que le acaricia el cuello y la coronilla algo le calman del temor que siente. Agradece mentalmente a su entrenador por estar ahí. Le gustaría besarlo pero sabe que no puede ni siquiera levantar los ojos. El frío metal sobre el muslo izquierdo le provoca un escalofrío que debe resistir y no demostrar. Pronto, la crema de afeitar se escurre por entre sus ancas. Peligrosamente, la navaja se acerca al agujero del ano. El maestro ayuda abriendo con sus dedos el trasero. Ningún pelo habita ahora, finalmente, en esa zona. Cuando el alemán tira un after shave el muchacho no puede evitar lanzar un grito y doblarse sobre sí mismo. Una fuerte cachetada en las nalgas le indica que debe permanecer en silencio.

-Callado, pendejito -dice el alemán mientras toma la mano del entrenador y la pasea por la suave piel. Imagínense que esa mano es la de cada uno de ustedes, rozando apenas la superficie de un cachete sedoso. Introduzcan ahora en su mente el dedo medio por el agujero anal y sentirán algo parecido a lo que sentía Antonio, quien ya había quitado toda su ropa y mostraba orgulloso su oscura verga señalando hacia el espejo del techo.

-Deseas que le arranque algún otro vello -dijo el teutón al maestro, paseando su fuerte mano por su cuello e introduciendo un dedo entre sus labios. Es fácil adivinar que sesiones como ésta ya habían sostenido anteriormente, desde que Antonio era un joven de sólo diecisiete años. Un dedo alemán juguetea con el aro que el joven tiene en su lóbulo izquierdo.

-Sí -responde el profesor-, me gustaría que le quitases todos los pelos de las huevas, le rebajes entre las piernas y le recortes en el pubis.

El púber es despojado de la única prenda que vestía y siente cómo, por fin, su gran y dura verga salta libre en el aire.

Nuevamente voy a apelar a la imaginación de los lectores, para que ustedes vean en su mente cómo una mano aprieta una afeitadora eléctrica que se pasea por sobre los testículos de Ricardo. Pero eso es sólo el preámbulo porque luego éstos son cubiertos con un nylon engomado. El tirón es tremendamente doloroso, pero el muchacho sólo exclama un breve quejido. Antonio sonríe y besa los labios de su pequeño amigo. Con la navaja, aunque ahora sin crema, son arrancados los vellos de la entrepierna. Las tijeras, ahora, se acercan peligrosas al pubis, dejando de la maraña peluda sólo un bigotillo superior gracioso y suave. El profesor pasa sus manos por entre el pecho del joven, zona que decide dejar tal cual, sin afeitar. La mano del teutón aprieta fuertemente el miembro viril del muchacho, casi ahorcándolo. La argolla que aprieta los cojones es cerrada un punto más, haciendo que éstos adquieran un tono violáceo.

-¿Sabes lo que es el punto G? -pregunta el alemán al muchacho, que niega con la cabeza-. Es un sitio específico de todos los humanos que provoca el mayor placer.

¿Quieres descubrir el tuyo? -continúa Christoff.

Ricardo asiente con la cabeza y es obligado a girar. Asustado ve cómo un sonriente Antonio abre ante sus ojos un maletín que contiene una colección de dildos. El más grande, de color negro, es del ancho del brazo de un niño pequeño. Sabemos que existen mayores, pero Antonio y Christoff quieren hacer que Ricardo goce, no destrozarle el culo.

-El punto G en los varones se encuentra masajeando la próstata. Si eso ocurre estando tú excitado, te aseguro la corrida más grande que hayas tenido.

El primer dildo es un buttplug pequeño y liso, que entra sin dificultad y apenas roza la glándula prostática. Luego, uno mayor abre las cachas del muchacho, que comienza a retorcerse de placer y a gemir como si estuviera rebuznando. Cuando Ricardo intenta tocar su pico, Antonio le quita las manos con ligeros golpes. Y así continúa el alemán experimentando con el culo de nuestro hermoso amigo, hasta que decide introducir su propio pene en el joven.

-¿Cómo se siente? -grita el alemán moviéndose espasmódicamente.

-¡Rico! -responde el muchacho agitando las caderas.

-¿Y qué quieres más que nada en el mundo?

-¡Quiero pico!

-¿Qué quieres? No te escuché.

-¡Quiero sentir mi culo taladrado por todo tipo de picos, de todos portes, tamaños y colores! ¡Quiero ser el puto más puto de todos los putos de este planeta!

-Y ahora, ¿qué quieres?

-Quiero volver a sentir el pico de mi profesor.

Satisfecho momentáneamente, Christoff sacó su gruesa verga del muchacho para dejar entrar a Antonio. El sólo sentir que nuevamente aloja el mástil que lo disvirgó provoca en Ricardo fuertes espasmos que hacen que llegue al mayor orgasmo de su vida. Sin tocarse el pene, eyacula copiosamente, junto con un sonido gutural, de ultratumba que aflora sin querer de su garganta.

Pocos segundos después, Christoff se va cortado en la boca de nuestro protagonista, al mismo tiempo que Antonio lo hace en su interior.

-Mientras caminan por el Parque Forestal ambos amigos, Ricardo le dice a su profesor lo siguiente:

-Sabes, maestro, que te quiero mucho. No en exclusiva porque deseo conocer a mucha gente. Pero tú siempre serás especial.

-Lo mismo opino -dice Antonio y, tomándolo del hombro, le estampa un beso en la mejilla.

Un hombre de unos cincuenta y tantos que pasea su perro los ve y piensa en lo bueno que sería tenerlos en su cama.

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