Ricardio II

Sigue la nueva vida de Ricardo, quien ya se instala en Madrid, aunque de forma poco convencional.

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La Nueva Vida Comienza

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Cuando los gemelos se hubieron marchado me percaté que alguno de ellos, no sé cual, había metido dos billetes de quinientos €uros en mi pantalón, así como una nota que decía:

“Chico, no me creo una puta palabra de la historia de tu abuela, pero pareces buena persona. Te presto este dinero y cuando las cosas te mejoren me llamas al teléfono de debajo y ya me lo devolverás.”

No era mucho, pero si lo justo para comenzar a tirar en mi nueva vida. Este gesto tan desinteresado me conmovió, pero tampoco podía quedarme en la puta calle mirando el dinero con cara de imbécil, así que busqué la pensión más barata que pude encontrar, una en la cual un hombre negro, Alfredo, me dijo cobraban 20 €uros por noche. También me ofrecieron, si quería, trabajar como masajista o scort, que varios de los inquilinos lo hacían, pero que en ningún caso me obligarían a ello ni me estaba metiendo en un burdel camuflado de pensión.

-No creo que tenga mucho que ofrecer.

Me disculpé. Alfredo se me acercó, me rodeó la cintura con un brazo y puso su otra mano contra mi nuca. Mientras me olfateaba el cuello con lascivia me susurró al oido.

-Tienes mucho que ofrecer y mucha gente podría darte un buen dinero.

-¡¡No soy marica!!

Dije, despegándome del dueño de la pensión. Este me sonrió, mostrándome el contraste de sus perfectos dientes blancos en su piel de ébano.

-No dice lo mismo la mancha de semen que tienes en el culo del pantalón.

Me puse colorado, como un tomate. Alfredo aprovechó mi momento de no saber como reaccionar y me llevó al que sería mi cuarto. Dejé mi escaso equipaje a un lado de la cama, de matrimonio, de aspecto acogedor. Alfredo me fue desnudando, yo no me resistí. Me sentía hipnotizado. Él no se desnudó en ningún momento. Me acompañó al baño, a lo que me sentí como un niño cuando su madre va a asearlo.

Salió del cuarto, momento en que podría haberme vestido e ido, pero preferí saber que quería hacerme. Llegó, con un chisme de metal, como un consolador, pero lo puso en el lugar de la alcachofa de la ducha. Mientras ajustaba la temperatura fue hablando.

-Chico, se ve lo pasaste bien para ser hetero, pero debes tener más cuidado. Anda, entra.

Me metí a la ducha. Me acarició el culo. Noté le gustaba, pues me masajeaba las nalgas y, ocasionalmente, me propinaba suaves azotes. Acercó el chorrillo de agua, no muy abundante, hasta mojarme las nalgas. Se notaba tibia, agradable. Fue metiendo con facilidad el instrumento en mi interior. Sentí como mis tripas se iban llenando de agua.

-Avisa cuando tengas ganas de echarlo todo. Pero aguanta todo lo que puedas.

No tardé mucho. Me sacó la manga, me pidió tratara de contenerme un poco y señaló al retrete. Salió, para darme un poco e intimidad, y yo vacié todo el recuerdo material de los gemelos y buena parte de comidas pasadas y ya olvidadas. Quizás hasta quedara algo de mi tío por la zona. Todo se fue con el remolino de la cisterna.

Alfredo entró, desnudo. Su cuerpo era espectacular, con una musculatura que me hizo querer ser como él al instante. No tenía un solo pelo y su color era apetitoso, cual chocolate. Lo más apetecible, pese a lo raro que suene, era su inmensa polla. Descomunal. Las de los camioneros gemelos eran grandes, pero esta las superaba sin dificultad alguna.

Me metió a la ducha y se metió detrás mía. Se abrazó a mi espalda. Noté su enorme erección contra mis nalgas, pero no trató de forzarme o meterla en ningún momento.

-Chico, tu serás todo lo hetero que quieras, pero yo no. Y me has enamorado con tu belleza.

Me giró, nos fundimos en un beso apasionado. Sentía su calidez en contraste con la tibieza del agua, la cual no estaba más caliente que cuando llenó mi vientre. Lo agarré por la cintura. Tuve claro que esta parte sería mía y de mi pasado cada vez que dijera ser heterosexual, una mentira ya mil veces repetida. No me importaba. Quise arrodillarme y chupar ese regalo de chocolate que podía sentir contra mi, pero Alfredo no me dejó.

Me jabonó, me aclaró y en ningún momento quiso nos dejáramos de besar. Secó mi cuerpo desnudo, me tomó en brazos y me llevó a la cama. Se volvió a vestir.

-A estas horas no suele venir mucha gente, pero tengo que volver a la recepción. Vuelvo en un rato.

Asentí, ilusionado sin saber el motivo. Dejé caer la cabeza sobre la almohada y caí en brazos del dios del sueño. Tuve algunas pesadillas, sobre todo con mi familia, pues aún tenía muy frescos los sucesos que me había llevado a huir queriendo una vida mejor. Despertó rodeado por los fuertes brazos de Alfredo. Este parecía haberse metido en la cama y abrazado a mi, sin que me percatara.

-Hola, precioso.

Me susurró al oído. Su aliento era fresco, mentolado. Y su calidez me arropaba con más eficacia que cualquier manta del mundo.

-¿Cuanto llevo dormido?

Logré decir. Me sentía aún muy cansado. Giré la cabeza y en la penumbra vi el brillo de sus ojos y su preciosa sonrisa.

-Apenas dos horas. Venga, duerme.

Nos besamos. Quise estirar mi mano a su verga, que indudablemente estaba erecta. Él no me dejó.

-Ya hablaremos mañana. Si sigue siendo verdad que eres heterosexual lo respetaré, pero si cambias de idea...

Me volvió a besar, dejando en el aire todo un mundo de posibilidades. Un mundo de posibilidades sexuales. Y soñé con todas ellas, pues me sentía protegido por este erótico y atractivo hombre al que acababa de conocer.

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