Ricardio I

La historia de Ricardio, un macho casi heterosexual, y sus escarceos en el sexo con hombres.

relato de Xapel EXCLUSIVO para www.todorelatos.com

Presentación

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Mi nombre es Ricardo, tengo 30 años y soy entrenador de fitnes y musculación en un gimnasio. Por mi nombre y mi condición física me he ganado el mote de Ricardio. También soy masajista, y muy bueno. Aunque lo que más les gusta a mis clientes es cuando les doy servicios especiales, que si bien a los tíos les cobro por recibir mi rabote por el culo. A las tías que me gustan me las zumbo de gratis.

Llevo en esta forma de vida desde los 17 años, cuando mis padres me echaron de casa porque me consideraban un “puto vago de mierda”. El hermano de mi padre me ofreció alojamiento en su casa, y como él siempre había sido tan cariñoso conmigo acepté. A la semana tuve que huir de esa casa, pues descubrí que cada noche me echaba somníferos en la cena y, cuando yo estaba inconsciente, me violaba y lo grababa en vídeo.

Una mochila con algo de ropa y poco más fue todo lo que me llevé. Tal como estaba tomé la carretera y haciendo autostop logré me aceptaran en un camión.

-Chico, ¿no eres muy joven para andar solo?

-Hola, tengo que llegar a casa de mi abuela, en Madrid, pero me quedé sin dinero.

-Venga, sube.

Dijo el conductor, quien me tendió su musculoso brazo. Era un hombre atractivo, con barba, moreno y musculoso, pese a su incipiente tripa cervecera. También se notaba era muy peludo, por todo el pelo que sobresalía de su camiseta blanca de tirantes. Y marcaba un paquete descomunal.

-Me miras a la polla, ¿no, chavalin?

Dijo con una sonrisa perversa en su rostro. Yo, rojo como un tomate, respondí. La verdad.

-Es inevitable, señor, hay debajo tiene que haber algo tremendo.

-¿Quieres verlo?

-No soy maricón, señor.

Me sentí muy ofendido y molesto, pero las cosas se estaban torciendo de mala manera. Había visto lo que un hombre hacía abusando de mi cuerpo, aunque nunca fuí verdaderamente consciente de lo que se sentía porque me drogaba antes de usarme contra mi voluntad. Pero debía llegar a Madrid, poner la mayor cantidad de kilómetros entre mi pasado y yo. Traté de usar una baza extrema.

-Soy menor de edad.

-¿Cuantos años?

-Diecisiete.

-Nosotros treinta. Y si no quieres no te vamos a forzar, tranquilo, chico.

Me revolvió el pelo con la mano, en un gesto amistoso que rompió toda tensión del momento. Al poco entró alguien de la cabina trasera. Su tarjeta de presentación fue un gran cipote empalmado, de casi veinte centímetros, muy gordo. Y totalmente tieso. Por lo demás era idéntico al conductor.

-Vaya... ¡¡Gustavo, buenos días!!

-Hola, hermano.

Respondió bostezando. Yo estaba con los ojos como platos, sin apartar la mirada de ese enorme instrumento. El conductor se dio cuenta.

-¡¡Te quieres tapar!! Tenemos compañía y no quiero le de un chungo por verte haciendo el fantasma.

Gustavo se giró hacia donde yo estaba. Me sonrió, amable.

-Perdona, ni te vi. Ya me visto.

-No te preocupes. No... no me molesta.

-Vale, ¿a donde llevamos a este jovencito, Alberto?

-A Madrid. Me contó nosequé de su abuela.

-A, faltan muchos kilómetros. ¿te pasas conmigo detrás? Tengo una tele y alguna película.

Como hipnotizado, sin dar respuesta alguna, le seguí. Algo en mi interior me decía que debía hacer lo que fuera por estar junto a este hombre, aun cuando por otra parte sentía reparos con la idea de fornicar con otro macho.

Opté por dejarme llevar a mis instintos animales, me arrodillé y metí la verga de ese semental en mi boca. Tenía un sabor peculiar, ligeramente salado. Estaba, pese a todo, bastante limpia, sin restos de corridas anteriores. Yo succioné con glotonería, mientras Gustavo jadeaba de placer. Su hermano, desde el puesto de conductor, habló.

-¡¡Chavalín!! ¡¡A mi ni me la quieres ver pero bien se la comes a mi gemelo!!

-¡¡Alberto, no seas injusto!! ¡¡El pobre está hambriento!!

Logró decir entre jadeos. Creo debimos llegar a un área de descanso, pues el camión giró a un lado y, tras algunas maniobras, se paró. En esto yo ya me había despelotado. Gustavo se quedó fascinado por lo que me dijo era un cipote de buen tamaño. El mio, quiero decir. Le dije si hacíamos un sesenta y nueve, pero me dijo que dar de mamar daba a cualquiera pero pollas solo chupaba la de su hermano. Lo que no puso muchas pegas fue a darme la vuelta y, tras ponerme a cuatro patas, comenzar a lamerme el ano.

Alberto entró a la cabina posterior, donde estábamos disfrutando como animales en celo. Se desnudó, hizo su gemelo se la chupara un poco para se le pusiera tiesa, mientras ambos empezaron a meterme dedos en mi culo. Este se estaba dilatando con gran facilidad. Supongo las violaciones de mi tío siempre fueron con dilatación previa y mi cuerpo sabía como hacer donde mi mente estaba perdida. El recibir el cipotazo del camionero me hizo sentir oleadas de placer y de algo extraño, como si sintiera ganas de ir a cagar, aunque sabía no era eso. Gustavo se puso del otro lado y se puso a follarme la boca, agarrándome de las orejas.

Ambos eran como una maquinaria bien sincronizada. Cuando por detrás salía por la boca entraba. Y viceversa. Yo estaba sintiendo el placer de sus carnes en mi cuerpo juvenil. Un placer prohibido, según mi moral, pero exquisito. Se corrieron, entre bufidos, como si fueran toros. Uno me llenó las tripas y el otro me hizo comerme su semilla.

Alberto se vistió y volvió al volante, retomando la ruta. Gustavo me puso en pié, se abrazó a mí, me besó en los labios, poniendo mucha lengua al beso, e hizo me acostara en un camastro que había junto a él, ambos desnudos. Recuerdo mi viaje a Madrid viendo películas de acción de la década de 1990 y siendo penetrado a cada vez que Gustavo recuperaba la erección. Por desgracia todo lo bueno termina, y esto terminó a la que me dejaron en la capital y ambos se despidieron dándome un beso de tornillo.

relato de Xapel EXCLUSIVO para www.todorelatos.com

continuará...