Rezando

Cuando una se acerca a la iglesia, se encuentra con muchas sorpresas.

Queridos amigos y contactos:

En esta ocasión quiero platicarles una situación muy cachonda y morbosa, pero anticipo que se trata de un clérigo. No pretendo ofender ni mucho menos a mis lectores, pero si alguien se sintiera ofendido por este relato (o quienes en él participan), les solicito de la manera más atenta, se abstengan de leerlo.

Tanto mi esposo como una servidora profesamos la religión católica, así que, cada que tenemos oportunidad (que son muy pocas), asistimos a una pequeña iglesia que se encuentra muy cerca de donde vivimos.

Ya tenía tiempo que no asistíamos a una liturgia (misa), cuando un domingo me sorprendió que mi esposo me levantara temprano para que nos arregláramos y nos fuéramos a la iglesia, a tomar misa de 8 de la mañana.

Vi con mucho interés la liturgia de ese domingo y acerca de lo que fueron los comentarios del párroco hacia los feligreses, hablaban de uno de los 10 mandamientos, "no desearas a la mujer de tu prójimo".

El párroco, un señor de no más de 40 años de edad, estaba tan entregado a la plática que me quedé pensando en todo lo que él decía, especialmente porque es uno de los mandamientos que hemos omitido tanto mi esposo como yo, solo nos veíamos el uno al otro en plena iglesia y ni siquiera intentábamos reírnos como en otras ocasiones. Es más, ese día no hablamos más del tema (y creo que tampoco lo hemos hecho hasta el momento).

Dos días después de esa liturgia le hice una visita a ese párroco para confesarme; por supuesto que no era mi idea decirle toda la verdad de mis hechos o la realidad de mis actos, pero necesitaba escuchar algo diferente a lo que estaba acostumbrada oír.

Ese día y precisamente por ir a la iglesia, me vestí con un pantaloncito de mezclilla, eso si, bien ajustadito, una blusita ceñida a mí y unas sandalias abiertas.

Cuando llegué a la iglesia y vi al párroco, le comenté cual era el motivo de mi visita, él muy amablemente me llevó hasta el confesionario y comencé a platicar con él. Por obvias razones no diré lo que platiqué con él, pero conforme iba yo diciéndole todo lo que pasaba conmigo, sentí que comenzaba a inquietarse; al grado de que cuando habían transcurrido como 10 minutos de mi plática, observé como se llevaba lentamente la Biblia que traía entre las manos hacia abajo, o sea hacia su miembro, como para tapar su miembro. Quiero pensar que le estaba excitando mi confesión, de tal forma que seguí con la misma, pero en cada palabra que emitía de mi boca, cada vez la trataba de hacer más excitante.

Terminamos como 25 minutos después. Antes de levantarme del confesionario me pidió que rezara un padre nuestro y 10 aves Marías, que me adelantara hacia la imagen de Fátima y que él me alcanzaba ahí. No se porqué razón habrá tardado tanto tiempo en llegar, pero después de que él se acercara a mi, me pidió que cuando tuviera algún pensamiento pecaminoso, asistiera a la iglesia a rezar y que él estaba en todo momento conmigo, que no dudara en buscarlo.

Cuando regresé a casa traté de reflexionar acerca de lo que había yo hecho, y se me vinieron mil colores a la cara, pero siento que me gustó y algo dentro de mí, me decía que tenía que volver ahí. Nunca se lo comenté a mi esposo.

Dejé que pasara toda esa semana y nuevamente me presenté en la iglesia el siguiente martes. No resistí la tentación de vestirme algo coqueta para visitar al párroco que aunque no es muy guapo, es muy varonil.

Ese día vestí con una blusa blanca, una minifalda a cuadros con tonos azules y líneas blancas y con vuelo, unas pantimedias blancas, sobre de ellas una pantimedias de red también de color blanco y mis botas de piel, también de color blanco. Es más, muestro una foto para que me puedan apreciar mejor:

El recibiendo fue muy cordial, como si lleváramos una amistad de muchos años. Nuevamente le pedí me atendiera en una confesión más, solo que le pedí que no me hablara como párroco, sino que ahora tratara de hablarme como una amiga, que así me sentiría más cómoda; de ahí que entonces me pidió que fuéramos a su oficina. Ahí estaba su secretaria particular en el recibidor, más al fondo de la casa parroquial estaba una sala y ahí fue donde nos sentamos a platicar. Su secretaria nos llevó un refresco y después nos dejo a solas.

Desde que saludé al párroco sentí un cierto nerviosismo al estar cerca de mí, pero era casi imperceptible. Ahora, sentada junto a él, se notaba más inquieto. Traté de ser lo más sincera posible con él y nuevamente le platiqué algunas más de las travesuras o juegos que hago con mi esposo.

Conforme pasaba el tiempo y seguía con mi plática, el párroco se enrojecía del rostro y reía levemente. Yo no dejaba de cruzar ambas piernas, primero hacia un lado y después hacia el otro y en cada movimiento que hacía, trataba de alzar más las piernas para dejarle ver algo de mí y por supuesto que él tampoco perdía de vista mis movimientos.

Fuimos interrumpidos en varios momentos por su secretaria, ya sea por llamadas telefónicas o por personas que lo llegaban a visitarlo, y en cada interrupción que había, trataba de reacomodarme en mi lugar y por momentos me alzaba un poquito más alguna parte de la falda que traía puesta. Su mirada correspondía a mis coqueteos y aparentemente eran bien vistos, pero sentí que todavía no era el momento de hacer algo más.

Ese día al despedirme de él, me di cuenta que al momento de levantarse se le notaba un bulto en medio de su pantalón, me levanté después de él e hice un movimiento con mis pies de tal forma que fingí caerme hacia atrás, hasta donde pude, traté de pegarle mis nalgas a su cuerpo, pero solo me rozó un poco.

Lo he visitado en varias ocasiones y siempre he sido muy insistente en mis coqueteos hacia él, pero no daba su brazo a torcer hasta que en una ocasión me invitó a una misa especial, iba a ser a las 7 de la noche, era una boda y me pidió que lo acompañara.

Terminando esa misa me pidió que lo esperara nuevamente frente a la imagen de la virgen de Fátima, hacia donde me mandaba a rezar. Poco después y vestido todavía con sotana me pidió que lo acompañara detrás del altar principal, que me mostraría algo interesante. Precisamente ese día me había pedido de manera muy especial que me vistiera con la misma ropa con la que aparezco en la foto, ya que le había gustado verme así.

Detrás del altar principal había un reclinatorio de piedra a un nivel más alto que el piso. Me dijo que ese era su lugar especial para orar y que ahí nadie lo molestaba. Cerró una pequeña puerta de madera y prendió un par de velas aromáticas. En la base de ese reclinatorio había un cristo de piedra, y había algunas inscripciones creo que en latín. Me pidió que me hincara en el reclinatorio y viera hacia el cristo que estaba al fondo. Comenzó a rezar el padre nuestro y me pidió que lo terminara, después me pidió que rezara 10 aves Marías. Cuando iba en el segundo rezo se levantó, se quitó la sotana y no traía pantalón. Mientras yo me quedaba asombrada por su actitud y rezando al mismo tiempo, se bajo el boxer y se puso un condón de color rojo aromático (a fresa); se acercó detrás de mi, me alzó la falda y me bajo las dobles pantimedias que usaba ese día, con todo y bikini, yo no dejé de rezar. Continuó con el mismo rezo y me pidió que siguiera rezando, que no parara. Se acomodó detrás de mí, me tomó de la cintura y poco a poco se fue metiendo en mí.

Otra vez rezamos un padre nuestro mientras el me fornicaba. Dejé de rezar para disfrutar ese momento que sabía a gloria y él continuaba con sus rezos. Hasta que paró de rezar y se detuvo dentro de mí por unos instantes. Sentí como su cuerpo tembló por un escalofríos y su miembro lo sentía algo flácido. Salió de mí y vi que el condón estaba lleno de leche ardiente.

Me subí mi bikini, me acomodé la doble pantimedia con mucho cuidado y me baje la falda. Me volteé hacia él e intenté besarlo, pero no me lo permitió. Me puso una de sus manos en mi boca y me dijo que lo dejara solo, que tenía que orar, que lo visitara después.

Ahora estoy más allegada a la iglesia y cuando quiero orar sin que nadie me moleste, le pido permiso para ir sola, pero a veces él ora conmigo.

En esta ocasión me despido, espero que esta experiencia la hayan disfrutado tanto como yo (bueno, eso lo dudo). Espero sus comentarios como siempre en la sección de comentarios. Besos.