Reyna: Aire para la cuerda de sol (1ª parte)
Arturo, pésimo esposo y amante, putero y prepotente, comprueba cómo su esposa Reyna le es infiel al ritmo de la música de Bach
Arturo, sentado sobre el taburete elevado, acodado sobre la barra del lobby bar de aquel refinado hotel, apuró de un trago los restos de su whisky, al tiempo que lanzaba una nueva ojeada en derredor suyo, impaciente, pues aquel atorrante continuaba desaparecido y su paciencia se colmó cuando el mutis alcanzaba ya la media hora.
Pensaba que no debía haberle dado pie a iniciar una conversación de barra de bar a aquel desconocido, que con simpatía y halagos le había invitado a un par de copas, para inmediatamente desaparecer, no sin antes encomendarle la vigilancia de aquel maletín, que a saber qué contendría.
-¡Basta, esto ya sobrepasa lo admisible! Ahora mismo se lo entrego al camarero y me marcho. Aunque ese tipo ha debido ser un delincuente antes que lo contrataran aquí, no me gusta nada, creo que no sería buena idea dejarle ese maletín, puede que contenga efectos de valor y ese delincuente me meta en más problemas por entregárselo.
Finalmente Arturo optó por entregarle al camarero una tarjeta de visita para el caso de que aquel desconocido –Julio, dijo llamarse- apareciera reclamando su maletín. Ya le telefonearía y quedarían para devolvérselo, pero ahora mismo estaba demasiado cansado como para seguir allí plantado, solitario y trasegando otro whisky mientras esperaba al desconocido.
Arturo tomó su maletín y el de Julio y se encaminó hacia el garaje del hotel, un elegante cinco estrellas donde casi siempre terminaba sus maratonianas jornadas laborales tomando una copa con el selecto grupo de fatuos ejecutivos que componían el equipo directivo de su empresa. De vez en cuando, si la tarde permitía finalizar el trabajo a mediodía, Arturo aprovechaba para tirar de agenda y concertar una copa y una sesión de dos horitas en una suite con alguna de las reputadas lumis que aquel selecto grupo no dudaba en compartir. Luego se dirigiría hacia su hogar como cualquier tarde, sobre las ocho, sin rastro de remordimiento hacia su desatendida familia, pues creía firmemente que constituía su sacrosanto derecho de pater familia , ya que Reyna, su esposa, con el paso de los años, el cuidado de los hijos, del hogar… ya no le atraía como antes, todo lo más para desfogarse con ella un par de veces al mes, a lo sumo, sin mayores preámbulos, al final de la dura jornada de trabajo y desahogándose a la mayor brevedad posible: “Total, ella no me puede reprochar nada porque soy un perfecto padre y marido y les tengo atendidos hasta en la menor de sus necesidades, no les falta de nada”.
Nada que ver con aquellas primorosas zorritas que componían el exclusivo club que atendía los apetitos sexuales de Arturo y su selecto grupo de compañeros directivos, auténticas diosas de cuerpos perfectos, complacientes, depravadas, dispuestas a todo por ganar en dos horas lo que un trabajador honrado gana en una semana de duro trabajo. Cómo disfrutaban en aquellas tertulias vespertinas, comentando las novedosas perversiones de las últimas recién llegadas a su exclusivo club de zorritas, o hasta dónde había estado dispuesta a llegar tal veterana por un módico suplemento… eran los gallos de un vedado y exclusivo gallinero.
Perdido en estas reflexiones, Arturo llegó, casi mecánicamente, a su lujosa residencia en una urbanización de las afueras, fiel reflejo de su estilo de vida triunfador. A su llegada los niños ya estaban en la cama dormidos, pues al día siguiente el colegio les obligaba a madrugar. Saludó con desgana a su esposa Reyna, que se encontraba en la cocina trajinando con la cena, tras lo que se dirigió a su dormitorio, se duchó y bajó de nuevo a cenar con su esposa.
Reyna estaba ultimando la cena, de espaldas a él, con un lujoso pijama de seda, ajena a las miradas de su esposo, que se acercó sigiloso a ella, mientras pensaba que a pesar de la edad y de los partos, su mujer estaba de muy buen ver, con esas caderitas anchas, coronadas por una sugerente cresta de Venus, su redondo pero aún prieto trasero, aquellas tetas abundantes y no demasiado castigadas por la edad… “¡Joder, me la voy a follar aquí mismo, en la cocina, antes de cenar, me ha puesto cachondo mi esposita!”
Sigiloso se acercó a Reyna por la espalda y la abrazó al tiempo que depositaba su emergente virilidad en el surco que separaba las nalgas de ella, haciéndole sentir su excitación, mientras sus ávidas manos buscaban con emergencia las tetas de su hacendosa esposa, que suave pero firmemente rechazó los requerimientos de su esposo.
-Pero cariño ¿no ves cómo me tienes? Anda, no seas mala, déjame que te folle aquí mismo… sólo un “rapidito”.
-No, Arturo, perdona pero hoy no tengo cuerpo ni para un rapidito ni para nada. Además quería hablar contigo sobre el tema de los niños, no me parece justo que te desinhibas de esa manera de su educación, apareces por aquí de noche, no los ves, no me ayudas…
-Disculpa, cariño, acabo de recordar que tengo una llamada urgente que realizar antes que sea más tarde.
Obviamente Arturo no estaba nada dispuesto a soportar una larga reprimenda añadida al calentón con el que tendría que acostarse aquella noche, así que se encerró en su despacho, hizo una llamada innecesaria para justificar el recorte a su esposa, se entretuvo un rato con el ordenador y envió un mail a Nicole, una de sus zorritas preferidas, concertando una cita para la tarde del día siguiente, ya que alguien tendría que pagar los platos rotos de la negativa de Reyna a satisfacer el débito conyugal.
Pasados unos días, Arturo se encontraba ocioso en su despacho, era una de esas mañanas en las que el poco trabajo pendiente está hecho, todo el mundo se ha olvidado de ti, nadie repara en que existes para ordenarte trabajo… y ya se sabe; cuando el diablo está aburrido mata moscas con el rabo. Arturo se aburría, estaba a punto de inventarse alguna excusa para escaquearse de la oficina y echarse a la calle, a tomarse una copa y almorzar fuera… cuando lo vio en una esquina de su despacho; era el maletín que aquel individuo le había endosado hacía ya un tiempo. Había estado unos días rodando por el despacho de su casa, por el maletero de su automóvil y, finalmente, había terminado arrinconado junto a la mesa de su despacho en la empresa, donde había permanecido olvidado hasta ese momento. Nadie lo había reclamado desde aquel día, seguro que ese imbécil ni recordaba dónde lo perdió, además, podía contener algo interesante en su interior… decidido: Arturo tomó el maletín, lo puso sobre su mesa y lo abrió.
Terrible decisión.
Todo el contenido del maletín era un pendrive usb, nada más. No habría problema en examinarlo, pues el potente antivirus corporativo impediría cualquier efecto no deseado del usb en su ordenador.
Al abrirlo, este contenía una solitaria carpeta con el título “Ábreme”. Tras abrirla, Arturo observó un documento de word titulado “No lo leas” y otra carpeta junto a él. Al ejecutar el documento, este contenía el siguiente texto “Arturo, no sigas si no quieres que tu vida cambie para siempre”.
El corazón de Arturo latió como un caballo desbocado ¿qué demonios significaba aquello? Le resultaba rocambolesco todo aquel asunto ¿Cómo sabía su nombre aquel imbécil desmemoriado si se habían conocido en aquel bar?
Decidió, irreflexivamente, continuar adelante, a pesar de que aquel paso, efectivamente, iba a cambiar su vida para siempre. El contenido del usb parecía una especie de caja china, pues aquella solitaria carpeta, al ser abierta, contenía otra titulada “Aire”.
Arturo se reclinó nervioso en su sillón, apuró un buen trago de whisky y se sumergió en recelos y miedos, mientras su mano derecha hacía que el ratón merodease alrededor de la dichosa carpeta, sabedor de que no debía abrirla, aunque ya no había marcha atrás, pues debía llegar al fondo de aquel fastidioso asunto. No podía quedar con dudas después de que aquel desconocido hubiera revelado tan buen conocimiento de su persona, había que desenmascararlo como fuese.
Al abrir la carpeta encontró un documento de word titulado “Léeme en primer lugar”, junto al que se encontraban un archivo de audio y otras tres carpetas con los nombres “Jazz” “Vídeo jardín” y “Continuación”. Diligentemente, Arturo abrió el documento de word y comenzó a leer:
“¿Has escuchado alguna vez la melodía que surge de una mujer desatendida por su amado, falta de comprensión, de atenciones, de amor? Claro que no, imagino que a un rudo marido como tú esos maravillosos acordes le están negados, por eso te he dejado en la carpeta adjunta un archivo sonoro, pínchalo y cuando suene, sigue leyendo.
Es una bellísima melodía ¿verdad? Se trata del “Aire para la cuerda de sol”, de J.S. Bach. Para mí es la banda sonora de esos jardines umbríos y decadentes, aunque aún hermosísimos a pesar de su abandono; esa y no otra es la comparación que siempre me han inspirado cierto tipo de mujeres, como por ejemplo Reyna, tu mujer –Arturo sintió un vuelco en su corazón al leer el nombre de su esposa ¿qué tenía que ver ella en aquel asunto?
Cuando me abrió la puerta de tu lujosa mansión por primera vez, Reyna hizo resonar en mi interior al gran Bach, cierto que de una irreverente forma que un luterano de pro como él desaprobaría, pero al fin y al cabo… la música inspira a cada cual de una manera.
(Por ahora, lo único que debes saber de mi es que soy el propietario de una empresa de servicio técnico en el ámbito de las telecomunicaciones y la electrónica).
Tras el encuentro, la seguí mecánicamente, asintiendo a las indicaciones que me daba sobre los problemas que os estaba dando vuestra conexión por satélite de tv, las interrupciones del suministro de internet, los continuos fallos en vuestro sistema de alarma… mientras yo sólo tenía ojos para recrearme en su bello pelo negro, de brillante azabache, en su profunda mirada, en lo generoso de sus formas que trascendían el adusto atuendo con que me recibió. Ella pareció darse cuenta de que mi atención estaba centrada sólo en su persona y se mostró desconcertada, lo que no hizo sino aumentar sus encantos. Ver ruborizada y confusa a una señora casada y madre de varios hijos, como una adolescente inexperta, consciente por primera vez de su atractivo, fue maravilloso.
Aunque intentó dejarme –perdona, el archivo de Bach debe haber terminado ya, por favor, abre la carpeta “Jazz”, es una selección que creo que te hará más amena la lectura-.
Arturo obedeció mecánicamente y siguió leyendo mientras escuchaba la cuidada selección que aquel desconocido le había preparado para amenizar aquel angustioso relato.
Te decía que aunque Reyna intentó, azorada, dejarme solo entre tu maremagno técnico de cables, módems y cámaras, se lo impedí con mi conversación, pues una idea que estaba tomando forma en mi interior necesitaba de algunos datos que Reyna incautamente me facilitaría. Cinco minutos de conversación con ella bastaron para persuadirme de que es una completa ignorante en temas tecnológicos, casi igual que tú, pues desconocéis las tremendas posibilidades del entramado de última generación que tenéis montado en casa.
No tardé demasiado en detectar el nimio problema que afectaba a vuestros aparatitos, pero simulé una avería de gran calado y Reyna –y tú- caísteis en mis redes.
No te conozco demasiado, sólo de una copa, pero creo que eres una persona de las que les gusta rodearse de lo mejor, sin importar el coste, aunque luego no saben utilizarlo y lo infravaloran, esto sirve tanto para tu esposa como para tus coches, familia, tecnología… ¿Sabes? Tu sistema de alarma con cámaras de videovigilancia en toda la casa es una maravilla de última generación, no sabes lo que lo aprecié desde el primer momento, sabedor de sus infinitas posibilidades. No me fue difícil convencer a Reyna de que el problema radicaba en él. ¿Recuerdas que te llamó a la oficina para informarte que el técnico estaba en casa y necesitaba acceder al núcleo de información del sistema con tu clave secreta? Incautamente se la diste, con la recomendación de que fuera ella la que la teclease, para que sólo por esa vez y en su presencia yo tuviese acceso. Vana precaución, Arturo, pues mi ordenador cuenta con un programa que registra todo lo que se teclea en él, incluida tu preciosa contraseña.
Tras acceder al sistema, no me fue difícil introducir un troyano que me permitió permanente acceso a tu pc, a tu módem de internet, a tus cámaras de vigilancia en toda la casa… todo desde mi domicilio y cómodamente.
Tras simular que la complicadísima avería había quedado subsanada, aproveché para charlar un poco con Reyna. De verdad que se trata de una mujer maravillosa, de amena e inteligente conversación, discreta y ágil, aunque no dejaba de traslucirse ese poso de amargura por no sentirse amada y valorada, por pensar –erróneamente- que su atractivo físico ha decaído, cuando ciertamente sólo lo ha hecho a tus insensibles ojos, pues se encuentra en el apogeo de su madurez, como caballerosamente le hice saber en aquella nuestra primera conversación, lo que la hizo sentirse halagada y muy cómoda conmigo.
Ni que decir tiene que le di mi tarjeta de empresa, haciéndole saber que la reparación conllevaba un seguimiento gratuito de la misma, ya que un sistema tan sofisticado seguramente requeriría varias intervenciones más para terminar de ajustarlo. Reyna creyó aquella mentira sin recelar en lo más mínimo, tras lo que nos despedimos cordialmente.
Arturo, desde aquel día tu sistema era mío; controlaba todos los pc’s de la casa, vuestra navegación por internet, vuestro sistema de video vigilancia… todo. Un par de semanas de paciente contemplación de vuestra intimidad no hicieron sino convencerme de lo desatendida que tienes a Reyna –por cierto, ¡qué poco y mal la follas!-, por lo que pasé a la segunda parte del plan. Nuevamente desajusté vuestros sistemas y la llamada de Reyna no se hizo esperar, al igual que tampoco mi rápida visita.
Aquella mañana no me demoré en fingir el arreglo, lo que me dejó bastante tiempo libre para un café con ella, seguido de una memorable charla, en la que Reyna comenzó a abrirse a mí. Hablamos de lo divino y de lo humano, de lo serio y de lo divertido… ¡qué gran partenaire es Reyna! con un comentario siempre acertado e inteligente, con opiniones juiciosas pero cargadas de humor sobre cualquier tema… ¿Sabías que también es una gran melómana? Imagino que sí, pero no te importa, a pesar de que podrías haber conseguido un par de los mejores abonos para el Liceo musical, asistiendo con ella a las mejores representaciones de ópera y conciertos, pero claro, tú prefieres tus tediosas tardes en el hotel donde nos conocimos, empapadas de whisky y jalonadas de caras zorrillas que no le llegan a la punta del zapato a Reyna, ni en belleza ni en sensualidad”.
Arturo sintió que la sangre se agolpaba en su cabeza, se mareaba y apartó la vista del relato, intentando decidirse por apagar el ordenador y salir rápido de su despacho antes de sufrir un infarto, pero sólo se sirvió una copa de whisky y continuó leyendo:
“En aquella charla Reyna no se recató ya en hacerme entrever la situación de soledad y abandono en la que vivía en vuestro matrimonio, que yo aproveché para hacerme el sorprendido e indignado, protestando vehementemente por ella, ya que no entendía cómo alguien de su valía física y espiritual podía encontrarse en semejante posición.
Arturo, no sé si has visto alguna vez el trabajo de un afinador de instrumentos musicales. Yo he tenido la fortuna de contemplar a alguno. Conmueve ver cómo hacen sonar esa pieza arrumbada y descuidada, que al primer sonido, quejumbroso y desafinado, les demuestra inequívocamente sus infinitas posibilidades, que no hacen sino esperar unas manos delicadas y un talento agudo, como el del afinador, para nuevamente sacar lo mejor de sí mismas y nuevamente deleitar con sus acordes a los espíritus sensibles. Reyna fue para mi un clavicordio largamente abandonado, cubierto de polvo, con algunas cuerdas rotas, desafinado… pero que nada más posar las manos en su teclado, demostró sin lugar a dudas ser una verdadera obra maestra de algún desconocido artesano, dispuesta a dar lo mejor de sí misma, que es mucho.
Para no aburrirte con disquisiciones sobre la valía de tu esposa y fastidiosas comparaciones que me temo no conmoverán a un espíritu rudo y zafio como el tuyo, te resumiré brevemente que al cabo de dos visitas más a tu domicilio para “arreglar” nuevamente tu sistema, aproveché nuestro ya ritual café en el jardin, junto a la piscina, para comunicarle a Reyna que a partir de ese momento sería uno de mis empleados el que llevaría el mantenimiento de vuestros sistemas electrónicos.
Fue una verdadera delicia contemplar el efecto que aquel comunicado causó en Reyna: cómo una sombra de tristeza veló su bella mirada, el mohín que torció un poco su rictus para hacerla aún más deseable, la respiración agitada que elevaba descompasadamente su pecho, sus delicadas manos crispadas sobre sus rodillas… Cuando me preguntó la razón de aquel cambio, no dudé en lanzar mi órdago, era ahora o nunca. Le declaré que no podía seguir acudiendo a vuestra casa porque estaba profundamente enamorado de ella, que al ser una mujer casada y además clienta, no podía permitírmelo, pero que su situación personal no cambiaba para nada mis sentimientos hacia ella, por lo que consideraba que lo más acertado era no verla nunca más.
Afortunadamente mi jugada causó el efecto deseado en tu esposa, que confusa y recatada pero a la vez acosada por mi decisión, no tuvo más remedio que dejarme entrever que ella también sentía algo por mí.
Arturo, disculpa la interrupción, pero a esta altura del relato deberías reproducir el archivo contenido en la carpeta “Aire”. ¿Lo escuchas ya? Es una obra bellísima, se titula “Aire para la cuerda de sol”, también del maestro J.S. Bach. Un célebre violinista del siglo XIX, August Wilhelmj , hizo unos arreglos para interpretarla con violín y piano, de tal forma que la interpretó únicamente con la cuerda de sol de su violín. Si ya la estás escuchando convendrás conmigo en que se trata de una auténtica joya de la Música de todos los tiempos, esa bella melodía del violín, delicada y frágil, como las manos de una madonna de Rubens, graciosa y perfecta como la belleza de una esposa abandonada, conmovedora como una flor que abre sus pétalos al frescor del rocío de la mañana, a la caricia de los primeros rayos de sol… igual que una esposa que acaba de surcar la travesía nocturna del abandono de su esposo.
El aire para la cuerda de sol es la melodía que acompañó al primer beso apasionado que di a Reyna en tu jardín. Aún me da un vuelco el corazón al recordar la pasión que encerraba esa maravillosa mujer ¡Cómo se entregó en aquel primer e interminable beso! Sus labios bebían ávidos, como la tierra recibe las primeras lluvias en otoño tras el abrasador verano, su lengua buscaba la mía con desesperación, enredándose con ella en un húmedo baile que me excitaba sobremanera… Por cierto, puedes ver una grabación de esa escena en la carpeta “Jardín”, he tenido la delicadeza de superponerle la pieza de Bach para que te pongas en situación”.
Atropelladamente, Arturo reprodujo el archivo indicado y allí estaba su recatada esposa fundida en un apasionado abrazo con aquel desconocido, al que besaba arrebatadamente en su jardín. Los amantes pasaron del abrazo a las caricias, comenzadas por el desconocido, que ladinamente desligó sus labios de los de su esposa para deslizarlos hacia su cuello. Aquellas atenciones hacia Reyna terminaron por desmadejarla completamente. Arturo notaba perfectamente el abandono de ella, sus brazos caídos a lo largo de los costados, su cabeza inclinada hacia atrás, semidesmayada, transportada por el placer que le estaban proporcionando las caricias y atenciones de aquel desalmado, que ya abiertamente sobaba las nalgas de su esposa sin recato alguno. La calidad de la imagen era extraordinaria, a pesar de que la cámara que enfocaba esa parte del jardín sólo ofrecía una panorámica, lo cual bastaba para comprobar que Reyna no oponía resistencia alguna a los avances del desconocido, que al tiempo que le besaba cuello y orejas, acariciaba sus muslos y levantaba cada vez más su pudorosa falda, todo ello sin la deseable oposición de su esposa, que no tuvo más remedio que recostarse un poco sobre la mesa del cenador, al parecer la excitación la estaba haciendo desfallecer y sus piernas ya no la sostenían.
Arturo estaba empapado en sudor, había tenido que aflojarse la corbata y aplicarse el vacío vaso de whisky, aún conteniendo algo de hielo, sobre sus sienes, pues su cabeza parecía querer explotar para liberar la presión a la que estaba sometida. No podía creer lo que estaba viendo, deseaba cortar aquel video y olvidarse del asunto antes de sufrir un infarto más que probable, pero no obstante, decidió seguir visionándolo, no sin percatarse de que estaba empalmado a pesar de que hallarse contemplando cómo su mujer le ponía unos hermosísimos cuernos.
La escena del jardín continuaba. Reyna, completamente abandonada a los deseos del desconocido, se dejaba magrear sus hermosísimas tetas sobre la blusa, al tiempo que la otra mano de aquel desgraciado le había levantado por completo la falda, dejando al descubierto sus muslos torneados, que se abrían oferentes para facilitar a su amante el acceso a sus bragas, que ya estaban siendo acariciadas por aquella ávida mano, que parecía saber lo que hacía, pues el cuello hacia atrás y los gestos del arrebolado rostro de Reyna denotaban que las caricias la habían puesto muy caliente. Otra explicación no encontraba Arturo al hecho de que aquella desconocida mujer se abrió completamente de piernas ante su amante, sentándose sobre la mesa, levantando sus pies hasta apoyarlos sobre las sillas, para así facilitar las caricias que ya directamente recibía sobre su coño, pues el desconocido había hecho sus bragas a un lado y la peluda vagina de Reyna era perfectamente visible.
Julio, o como se llamara aquel cabrón, no dejaba de besarla, de acercar sus labios al oido de Reyna, no sabía si para besarla o para musitarle apasionadas frases, lo cierto es que ella sonreía, se mordía los labios, parecía suspirar, abandonada a la monumental paja que su amante le estaba propinando, alternando movimientos circulares sobre el clítoris de ella con fulminantes penetraciones en su vagina utilizando para ello dos dedos a modo de pene. Reyna no tardó ni cinco minutos en correrse de forma ostensible, permaneciendo allí semidesnuda, recibiendo los besos de él, que no dejaba de acariciar su coño, de juguetear enredando sus dedos en la abundante pelambrera negra de su monte de venus. Tras recuperarse durante unos minutos, Reyna pareció algo azorada por la situación, pues precipitadamente recompuso su ropa y pareció despedirse avergonzada de su amante, tras lo que salió precipitadamente del campo de visión mientras estiraba su falda y recomponía un poco su cabello. La muy guarra estaba avergonzada, pero bien que le había ofrecido el coño a aquel desalmado para que la pajeara a discreción, ¡valiente marrana estaba hecha su esposita! Estaba deseando llegar a casa para escupirle en la cara lo que pensaba de ella. No sabía si matarla o simplemente darle una descomunal paliza para castigar aquella afrenta… pero decidió seguir leyendo:
“Arturo ¿te ha gustado nuestra primera escena en el jardín, bella, verdad? Como comprobarás no hice el menor intento por pasar a mayores, pues no soy amigo de las prisas, al fin y al cabo, desde ese momento sabía que Reyna era mía.
Dejé pasar unos días y nuevamente hice fallar vuestro sistema. Pensé que Reyna demoraría un poco su llamada, atenazada por el remordimiento, pero me equivoqué, pues me llamó directamente a mi teléfono móvil y, sin hacer referencia a la avería, me dijo que necesitaba verme esa misma mañana. Por supuesto no me hice de rogar y rápidamente me personé en vuestra casa.
En el recibidor, sin mediar palabra, Reyna se lanzó a besar mi boca, colgándose en un abrazo apasionado de mi cuello… pero bueno, mejor que contártelo, será que lo veas. Esta vez he obviado la banda sonora musical, pues tuve la precaución de llevar una estupenda grabadora que me ha permitido montar el sonido sobre la grabación de las cámaras de seguridad del interior de la casa. Por cierto, te felicito por la adquisición, pues graban con gran nitidez incluso en situaciones de baja luminosidad como en vuestro dormitorio. Para el tema del sonido, subsané ese déficit con una pequeña grabadora oculta en mi ropa, pues sería una pena que te perdieras las frases y sonidos que realzan el vídeo. Tras sincronizar audio y video, creo que ha quedado algo muy conseguido, pero no te entretengo más, te dejo con la grabación, está en la carpeta ”Debut”, contenida a su vez en la carpeta “Continuación”.”
Efectivamente, Arturo abrió la carpeta y allí estaba el archivo de video. Lo ejecutó y a pantalla completa comenzó a visualizar el segundo acto de su solemne coronación como cornudo.
Tras el apasionado beso, el amante preguntó a su esposa:
- Reyna ¿Qué quieres?
- Hazme tuya.
Él la cogió en brazos, besándola nuevamente, recibiendo la indicación de ella para que se dirigieran a la planta superior, al dormitorio conyugal, mientras, él no paraba de hablarle al oido:
-Hoy te voy a hacer mi reina. Quiero que goces como nunca.
-Sí, por favor, hazme tuya. Quiero me hagas gozar.
Será puta, pensó Arturo.
La escena continuaba con ambos amantes enredándose a besos en el hall de entrada de su casa, sin recato alguno, devorándose a besos, pugnando por descubrir el cuerpo del otro en una batalla de caricias. Reyna gemía de pura excitación con el impúdico asalto al que la sometían las manos de su amante, que poco a poco, ante la estupefacta y escandalizada mirada del marido, la despojó de toda su ropa, quedando sólo en ropa interior, un precioso y sexy conjunto de tanga y sujetador de encaje de color blanco, que realzaba el tono moreno de la piel de Reyna –hasta el cornudo hubo de reconocer que estaba bellísima-.
-¿No vas a dejar nada para luego, piensas devorarme aquí mismo?
-Nada de eso Reyna, sólo que antes de hacerte mía quiero admirarte a placer, por eso te he desnudado, aunque queda un toque final.
Acompañó a sus palabras con un rápido gesto de su mano derecha, que hábilmente giró el broche del sujetador de Reyna, liberando sus hermosísimas tetas, que se mostraron carnosas, rotundas, coronadas por dos pezones espectaculares, redondos y gruesos, circundados por dos areolas del tamaño de galletas. Las tetas de Reyna bamboleaban al ritmo de su respiración, bastante agitada por efecto de su visible excitación, lo que asimismo redundaba en aumentar la de su amante.
-¿Sabes? Estás hermosísima así desnuda para mi. Quiero que te pasees desnuda, sólo con esas bragas de putita cara y tus sandalias de plataforma, como si fueras una profesional que me conduce por las dependencias de un burdel. Llévame a tu dormitorio, quiero follarte allí por primera vez.
La muy puta de la esposa de Arturo sonrió cómplice y agarró de la mano a su amante, que aprovechó para toquetearle a placer sus nalgas, que lucían espléndidas, redondeadas y apetitosas, realzadas por las sandalias de tacón que su pervertida esposa aún calzaba.
-Vamos, Reyna, camina por la escalera delante de mi para que pueda admirar tu trasero y tus piernas… así muy bien… mueve tu culo para mi, quiero que te contonees para calentarme aún más… bien, muy bien.
Arturo asistía estupefacto al acelerado proceso de encanallamiento de su recatada esposa, que no dudaba en menear el culo delante de su amante, mientras que él sólo había podido disfrutar su desnudez siempre a media luz, con tapujos y vergüenzas. Estaba absolutamente indignado, aunque por otra parte la polla no le cabía en los pantalones, pues el visionado del emputecimiento de su esposa era algo que le estaba poniendo a cien por hora, mal que le pesase.
Los amantes se dirigieron escaleras arriba hasta el dormitorio, itinerario que quedó recogido en el video con un estupendo montaje utilizando las cámaras de seguridad repartidas por toda la casa, hasta llegar a su tálamo nupcial, lugar en el que Arturo comenzó a arrepentirse amargamente de haber instalado también una cámara, pues adivinaba que sus cuernos iban a crecer en breve hasta proporciones majestuosas, dignas del mejor venado.
Efectivamente, los amantes llegaron al dormitorio, momento en que aquel hijoputa miró descaradamente a la cámara, sin que Reyna se apercibiera de ello, sonrió y le propinó un sonoro cachete en el culo hasta ahora vedado sólo a él.
-Aaaauuuu, me haces daño…
-Es que me tienes muy excitado, no hago sino pensar en devorarte.
Al tiempo que le susurraba estas frases, no dejaba de acariciarla, de sobar sus magníficas tetas, demorándose en recorrer con en dorso de sus dedos el contorno de los espectaculares pezones de Reyna, en amasar el apetitoso trasero, acariciándolo firme pero delicadamente, aumentando la calentura de esta. La tumbó en la cama y siguió devorando su cuello, su boca, mientras sus manos recorrían ávidas todo su cuerpo, evitando deliberadamente su coño, demorando ese contacto para enervar a Reyna y conseguir que su deseo la esclavizara sexualmente y la encadenara a sus designios, nublando sus posibles recelos y tabúes.
-Reyna, cielo, deja que te quite las braguitas, necesito comerme tu coño ya, además las tienes empapadas.
-Pero…
-¿Qué te ocurre, cariño?
-Es que yo… bueno… yo nunca…
-¿Nunca qué cielo?
-Yo nunca he hecho… bueno, que nunca me ha hecho eso mi marido…
-Pues él se lo ha perdido. No te preocupes, déjate hacer y disfruta, porque te voy a comer el coño de una manera que nunca olvidarás.
Reyna no respondió, sólo sonrió lasciva y se abrió de piernas, ofreciendo su peludo y jugoso coño a su amante, ante la escandalizada mirada de su marido, que comprobó cómo ella no opuso resistencia alguna a la incursión oral que aquel cabrón realizaba en el, de ese modo, inexplorado coño de su esposa, que rápidamente enarcó su cuerpo ante las primeras atenciones de la lengua de aquel depravado, que parecían estar derritiéndola de gusto. No había más que ver cómo se relamía, giraba el cuello y resoplaba, arañando las sábanas y buscando con su pelvis el contacto con la boca de aquel desgraciado que estaba enfangando su honor y su plácido matrimonio.
-Siiiiiiiii… ooooohhhhh, me muero de gusto… aaaaaahhhhh
-¿Lo gozas, mi Reyna?
-¿Goooooozaaaarlo? No pares, esto es el paraíso, quiero llorar de gusto, sigue, sigue… oooooohhhhhhhhh!!
Reyna se estaba corriendo notoriamente en la boca de su amante, cuyo trabajo de lengua había dado rápidamente sus frutos en el inexplorado sexo de ella, virgen hasta ese día en materia de sexo oral. A pesar de haberse corrido abundantemente, mantenía a su amante aferrado por los pelos, fijando su boca a su encharcado coño, de manera que su lengua seguía recogiendo los fluidos de la copiosa corrida de Reyna, al tiempo que le provocaba nuevas repeticiones, a menor escala, del delicioso orgasmo que acababa de experimentar.
Arturo no daba crédito a sus ojos, mientras contemplaba a su esposa completamente abierta de piernas, ofrecida a su amante, desinhibida como hasta ese día no la había visto, dejando que un desconocido le practicara caricias con la lengua en un lugar que hasta ese momento había sido un vedado exclusivo de su esposo. Las lágrimas surcaban su cara, al tiempo que su mano sobaba descaradamente su polla por encima de la tela del pantalón, en una paradójica contienda entre la afrenta y el deseo de ver más. Y vaya que había más.
Aquel mal nacido jugueteó durante unos minutos con el empapado vello púbico de su esposa, susurrándole frases cariñosas al oido, dándole tiempo para que se recuperase del espectacular orgasmo, al tiempo que volvía a aumentar el nivel de excitación de ella, con miras a volverla nuevamente receptiva al deseo sexual.
Cuando Reyna dio inequívocas muestras de estar otra vez excitada, su amante comenzó a desvestirse, al tiempo que se dirigía a ella:
-Cariño ¿Te has comido alguna vez una polla?
-¿¿¡¡ Yooo??!! ¡Jamás!
-Pues hoy te vas a comer la mía.
Ella permaneció silenciosa, meditando sin duda cómo negarse a la petición de aquel depravado –pensó Arturo-, pues en quince años de matrimonio a él jamás se le pasó por la mente pedirle esa abominación a su esposa. Sin duda, en ese aspecto, aquel hijoputa había pinchado en hueso.
El amante se despojó de toda su ropa, quedando de pie frente a Reyna, sentada en la cama, con su polla enhiesta, desafiante, de un tamaño nada despreciable y notablemente superior al de su esposo. Ella miraba aquella polla como hipnotizada, sin decir ni una sola palabra, absorta. Lentamente alargó su mano y la asió, aquilatándola, recorriéndola de arriba abajo, bajando la piel hasta descubrir su glande al completo, mientras su lengua jugueteaba nerviosa asomando tímidamente entre sus labios, indecisa.
-Vamos, Reyna: cómetela, estás deseando mamar verga.
Él la asió delicadamente por su melena, venciendo su última y tibia resistencia, guiando su boca al encuentro con su polla, que se produjo con un aterrizaje perfecto de la lengua de Reyna en el morado glande de su amante, que gruñó satisfecho con la caricia.
Tras unos tímidos lametones que recubrieron de saliva toda la punta de la polla, Reyna abrió la boca, mirando fijamente a los ojos de él, hizo un encantador mohín, disponiendo su boquita en forma de piñón, tras lo que engulló sin dudas ni ambages aquel hermoso miembro hasta donde le fue posible, comenzando un inexperto pero animoso movimiento de mete y saca que provocó la inmediata satisfacción de su amante:
-Asíiiii, así… mmmmm… sigue chupando, cariño, me estás dando mucho gusto ¿Ves como sí te iba a gustar muchísimo comerme la polla?
Ella no contestaba, sólo respondía aplicándose con más ardor si cabe a su inesperada faceta de felatriz debutante, amorrándose a la polla de él y supliendo su inexperiencia con un entusiasmo encomiable.
- Sigue chupando, Reyna putita… aaahhhh… te quiero llenar la boca de leche.. mmmm
-¡Por favor, eso sí que no, no te corras en mi boca!
Su amante se agarró la polla y comenzó a darle cachetitos en las mejillas con ella, a modo de cariñosa y salaz reprensión.
- Ya estás callada, putita… no admito discusión: te vas a beber toda mi leche, quiero hacer de ti una chupona de primera, y para eso debes tragarte mi corrida ¿De qué vale chuparla si al final no dejas que se te corran en boca y en la cara?.
Él aferró la melena de Reyna con ambas manos, volvió a introducirle la polla en la boca y comenzó a irrumarla lentamente, controlando cuánta polla metía y hasta qué profundidad, para no provocarle arcadas, aunque con la suficiente firmeza para no permitirle retirarse de la mamada ni siquiera para respirar. Reyna, sofocada y estoica, resistía la mecánica follada oral de su amante, arrodillada en la cama, procurando mantener su lengua ensalivada, al tiempo que en cada vaivén aprovechaba para frotar con ella la zona inferior del glande de él, intuyendo que aquella caricia redoblaría el placer. Tras unos minutos de concienzuda follada, su amante retiró las manos de su pelo y dejó de mover rítmicamente su pelvis, cesando de introducir su polla en la boca de Reyna, aunque sin sacarla de aquella acogedora y cálida cavidad.
-Me corro, cariño, pero quiero que seas tú la que me la mames, la que me saque hasta la última gota de leche chupando mi polla… ¡vamos!
Ella, sin mediar palabra y ante la atónita mirada de su compungido esposo, se amorró al miembro de su amante y continuó animosamente con la felación, asiéndole de las nalgas para atraerlo hacia sí, introduciendo la verga en su boca hasta sofocarse, salivándola abundantemente, supliendo su inexperiencia con una dedicación plena al arte de comerse una polla por primera vez en la vida.
Unos minutos de mamada, deficiente pero animosa, bastaron para que el amante comenzara a emitir jadeos y sonidos que denotaban claramente la inminencia de su orgasmo. Este sacó la verga de la boca de Reyna, que protestó levemente, intentando seguirla con su lengua ávida, intentando continuar con su recién descubierta faceta de chupadora de pollas.
- Reyna, cariño, me voy a correr –al mismo tiempo había tomado la polla con su mano derecha y se la refregaba a ella por toda la cara, por sus mejillas, por el cuello, sobre sus labios-, no quiero obligarte a nada porque esto que estamos haciendo es demasiado hermoso para estropearlo, pero debes saber que me encantaría correrme en tu boca, en tu cara, que para mí sería un colofón genial a esta mamada, tu primera mamada.
El marido de Reyna estaba sudoroso, incrédulo de lo que estaba viendo, no podía dar crédito a sus ojos, que estaban contemplando a su modosa esposita devorando una verga como una consumada puta, pero estaba seguro de que no sería capaz de traspasar ese último umbral, no creía que ella dejaría a ese individuo derramarse dentro de su boquita, ella que tantos remilgos hacía a sus corridas cuando mantenían sexo.
Pero aquel día estaban cayendo muchos mitos y creencias de Arturo, y aquella no iba a ser una excepción; Reyna no contestó a su amante, sino que en una de las ocasiones que este le pasó la verga sobre sus labios, abrió rápidamente la boca y atrapó su presa, engulléndola de nuevo e iniciando una rítmica mamada, mirando fijamente a los ojos de su macho, que gruñó satisfecho de haber vencido las reticencias de Reyna a tragarse su corrida.
-Eres una verdadera hembra fogosa, mmmmmmmm… qué gustazo… sigue mamando, putita, ¡aaaaaahhhhhhh… toma mi leche!
Arturo, con lágrimas en los ojos comprobó cómo el amante de su esposa tensaba todo su cuerpo, introduciendo su polla casi completamente en la boca de su esposa, que estoicamente soportó la estocada de verga, que inequívocamente estaba escupiendo su placentera corrida en la absorbente boca de ella, que se afanaba en engullir leche sin hacer remilgos ni emitir queja alguna. Era increíble lo que su esposita se estaba dejando envilecer por aquel mal nacido.
Tras correrse abundantemente en la boca de Reyna, su amante le extrajo la polla de la boca, aunque la humillación de Arturo y el emputecimiento de Reyna no habían finalizado aún, pues el amante aprovechó los últimos estertores de su orgasmo para lanzar dos chorros de denso esperma sobre la cara de ella, que, sin pestañear siquiera, soportó ambos disparos de caliente leche sobre su boca y mejillas, ante la satisfecha mirada de aquel depravado que estaba haciendo crecer sus cuernos y su humillación hasta límites insospechados, aunque lo más increíble estaba aún por llegar, pues el amante recogió con sus dedos la lefa del rostro de su mujer, le ordenó “Abre tu boca de putita chupona”, siendo inmediatamente obedecido por ella, que mantenía la corrida de él en el interior de su boca. Él le introdujo la corrida de la cara dentro de la boca y le ordenó “Trágate mi leche”. Ella permaneció un instante indecisa, aunque para asombro de su ultrajado marido, terminó deglutiendo sonoramente el semen de su amante, hasta poder sacar la lengua, blanquecina pero sin rastro alguno de la corrida que hasta hacía un momento la cubría. Aquella guarra parecía no tener límites, Arturo estaba indignadísimo, pero la polla estaba a punto de estallarle dentro de los pantalones, animada por la escena sexual de altísimo voltaje que estaba presenciando, a pesar de que la misma implicaba su irreversible debut como cornudo miserable.
Tras comprobar satisfecho que Reyna había engullido toda su corrida, su amante le preguntó:
- Cariño ¿Te ha gustado mi leche?
- Mmmmmm… no sé… es un sabor extraño, pero sí te aseguro que me ha dado mucha satisfacción verte disfrutar y poderte corresponder. Además es un acto que no había realizado hasta hoy, me ha encantado comerte la polla.
- Pues ahora límpiamela y que no quede ni un resto de leche.
Ella no se inmutó, se amorró a la morcillona polla de su amante y se aplicó con diligencia a dejarla limpia, brillante, engullendo los restos de esperma que aún le restaban, sorbiendo la última gota que el conducto interno aún atesoraba, ensalivando todo el tallo y los testículos hasta dejarlo todo brillante y reluciente.
Arturo no podía soportar lo que veía, estaba contemplando a una verdadera puta hasta ese momento desconocida para él, había estado conviviendo durante años con una esposa sumisa, fiel, recatada… que en cuestión de días se había reconvertido en una depravada Mesalina dispuesta a hacer realidad cualquier acto sexual hasta ese momento vedado para ella.
La tarea de limpieza de la polla de su amante hizo que Reyna advirtiera inequívocos signos de recuperación en ella, adquiriendo de nuevo vigor y turgencia, aunque sin encontrarse plenamente erecta, lo que la animó a aplicarse en mamar aquella polla que tantos placeres le prometía, aunque su amante, inesperadamente la sacó de su boca. Ella pareció entender el mensaje, tendiéndose en la cama, apretando sus senos entre sus brazos que se extendieron hacia su amante, al tiempo que abría las piernas y le mostraba su peludo coño, ofreciéndolo a la satisfecha mirada de su iniciador en el mundo de la infidelidad.
- Ven aquí, ¡hazme tuya!
Él se tendió junto a ella, posando su mano sobre su coño, introduciendo un dedo en el interior de la vagina, separando los labios de su vulva, enredando entre sus dedos la maraña de vello púbico que semiocultaba el jugoso coño de Reyna.
-Querida, no puedo hacerte mía porque ya lo eras desde el día en que te besé en el jardín. Hoy sólo estamos dando un paso más en nuestra relación.
-Bien, pero quiero que me folles ya –Ella ronroneaba como una gatita en celo, le pasaba el muslo sobre la polla e intentaba que su encharcado coño entrara en contacto con el miembro viril de su amante, que esquivaba la unión de sus sexos-.
-No Reyna, hoy no podemos follar como una mujer como tú lo merece, pues el tiempo ha volado y tengo que reincorporarme a mis compromisos, aunque no temas, más pronto que tarde te follaré como nunca te han follado antes, te prometo que vas a gozar como lo que eres, una putita recién descubierta por tu follador.
Reyna aún hizo un desesperado intento por ser follada por su amante, le atrajo hacia sí entrelazando sus piernas sobre la espalda de su macho, enredándolo en un apasionado beso en el que su lengua parecía querer desaparecer dentro de la boca de él, mientras con sus poderosas caderas hacía que su jugoso y ardiente coño buscase desesperadamente el contacto con aquella polla cada vez más erecta, rozando su peludo pubis con el morado prepucio que tanto placer le prometía, haciendo que el glande recorriera su vulva, entreabriendo sus labios vaginales que eran acariciados por la tersa contundencia de aquella polla tan deseada por ella.
Los movimientos de Reyna habían conseguido que la punta de la polla de su amante ya estuviera casi introducida en su chorreante coño, que ansiaba ser partido por aquel caliente y ya durísimo trozo de carne, pero en el supremo instante en que Reyna iba a realizar el preciso movimiento de caderas para autoensartarse en aquella estupenda polla, su amante se deshizo del abrazo y se incorporó de rodillas entre los muslos de ella, contemplando su jugoso coño ofrecido completamente a sus designios. Se asió la polla con la mano derecha y delicadamente comenzó a tallar el clítoris de Reyna, que se retorció de gusto ante aquella modalidad de masturbación tan novedosa para ella.
-No seas malo, fóllame ya, quiero tu polla dentro de mi coño, métemela y hazme tuya, por favor, estoy muy caliente…
-Eres una putita insaciable y traviesa, Reyna, pero hoy ya te he dicho que no puedo entretenerme en follarte como es debido…
-Siiiiiiii, sólo un poquito, méteme tu polla sólo cinco minutos. –él continuaba masturbándola con su polla y haciéndola delirar de deseo-
-Hoy no puede ser, anda, ve a darte una duchita fría y prepárate para nuestra siguiente cita. Por cierto…
-Dime, amor…
-Quedaremos dentro de dos semanas, pero para ese día quiero que tu coño esté a mi gusto.
-¿A tu gusto, no te entiendo, acaso no te gusta mi coño?
- Reyna, tu coño me encanta, pero quiero que el próximo día que quedemos para follar lo tengas completamente depilado, tanto tu coño como tu culo, quiero que cuando mi lengua te recorra entera no encuentre un solo pelo.
-Pero… no puedo hacer eso… primero porque nunca me lo he planteado, debe doler una barbaridad, además, después de todos estos años de matrimonio… ¿Cómo me presento ante mi marido con el coño sin pelo, qué le digo, que ha sido una ocurrencia?
Su amante se asió la polla con fuerza y comenzó a frotar en círculo, aplicando gran presión al clítoris de Reyna, que se sintió morir de gusto ante aquella repentina “agresión”.
-Mira Reyna, te voy a hacer varias puntualizaciones: 1. Tú a partir de ahora eres mi putita y harás todo lo que mi polla ordene, ¿está claro?
-Oooooohhhhh síiiiiiiiiiiiiiiiiiii, tu polla ordena y yo obedezco
-2. No me gusta demasiado comerme un coño peludo como el tuyo, que está espectacular pero sólo para echarle un vistazo, a la hora de la verdad me gusta que mi polla no se enrede en tu pelambrera y mucho menos mi lengua. ¿Está claro que te tienes que depilar entera, putilla?
-Siiiiiiiiii mi amor, me quitaré todos los pelos para tiiiiiiiiiiiiii
-3. El cornudo de tu marido no tiene que follarte hasta que yo te de permiso, para eso eres mía y tu coño me pertenece, ¿está claro? –el hijoputa lanzó una descarada mirada a la cámara mientras ordenaba esto último a Reyna, que permanecía despatarrada y con los ojos cerrados, transportada al paraíso por la descomunal paja que la polla de él le propinaba-.
-Siii, mi amor, no dejaré que me vuelva a follar ni que me vea desnuda, sólo seré para ti, como tú ordeneeeeeees…. Mmmmmmmm… por favor, no pareeeeeees, sigue sigue… me corrooooooo, qué gustaaaazoooo, siiiii
Reyna, aferrándose a sus tetas, pellizcando sus pezones erectos como pequeñas pollas, levantando sus piernas hasta tocarse el pecho con las rodillas, asfixiándose por el jadeo desacompasado que el placer de la masturbación y el morbo de las capitulaciones a su amante le deban adicionalmente, se corrió como una auténtica leona en celo, desinhibida por completo, satisfecha por aquel amante desconocido que la estaba adentrando en un mundo hasta ese momento desconocido para ella.
Arturo se sorprendió a sí mismo llorando, con la mano izquierda aferrada al brazo de su sillón hasta hacer blanquecinos sus nudillos, de una manera que se estaba haciendo daño, mientras su mano derecha masajeaba despiadadamente su polla, que estaba a punto de estallar el pantalón. No sabía qué hacer, pero sí tenía claro que debía continuar viendo aquel archivo hasta el final.
A continuación, la grabación estaba editada, pues la pantalla se dividía en dos, mientras el amante le daba una nalgada a Reyna y le ordenaba ir a ducharse y a limpiar aquel “chochito peludo y oloroso, que apestaba a buen sexo”. Ella rió divertida de la descarada ocurrencia de su amante, que había insertado como fondo una pieza musical, al tiempo que se volvía desnudo hacia la cámara y, asiéndose la polla aún enhiesta, se dirigía a él:
-Arturito, este último acto me pide algo de Pavarotti, te pondré una de mis arias favoritas, el Nessum dorma de Turandot, de Puccini, tiene un cierto paralelismo con el clímax triunfal que acaba de experimentar tu insatisfecha esposa, que se ha deshecho de placer en mi lengua, que ha gozado mientras la masturbaba con esta polla, más sabia y atenta que la tuya, disfruta del aria, Arturito, como yo he gozado dando placer a tu esposita, eleva tu alma con el esfuerzo final del gran Pavarotti, como Reyna ha elevado sus caderas al mismo tiempo que su espíritu era transportado al paraíso terrenal por mi polla… disfruta de la música y del sexo, Arturito.
Arturo decidió obedecer al desconocido, por lo que se abandonó a la evidencia de sus deseos: se desabrochó el pantalón, asió su polla y comenzó a masturbarse contemplando las imágenes de su esposa en el baño, sentada en el bidet, aplicando agua en su maltratada vagina, refrescando su golpeado clítoris, que hacía unos momentos era apaleado por la polla del amante, que en la otra mitad de la pantalla se terminaba de vestir, mientras Pavarotti se encaminaba inexorable a su bella y poderosa proclama final:
“Dilegua, o notte!... Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!...
All'alba vincerò!
vincerò! vincerò!”
La exultante proclama final de su predecible victoria realizada por Pavarotti, coincidió con la furiosa eyaculación de Arturo, que no pudo resistir la excitación acumulada durante el visionado del video, unida a la visión de las bamboleantes y espectaculares tetas de su esposa recibiendo la gratificante lluvia de agua tibia, al tiempo que eran masajeadas por Reyna, con los pezones aún erectos, sin duda recordando el placer recibido. Arturo tensó su espalda, recorrió su polla arriba y abajo sin compasión, mientras esta escupía compulsivamente leche sobre el escritorio, salpicando sus pantalones, la moqueta del despacho, su camisa… un desastre, pero necesario para aliviar el aluvión de sensaciones que aquel video había despertado en él.
Arturo, completamente desmadejado por todo lo visto y por la magnífica paja que se había propinado, permaneció sudoroso, con la flácida polla aún entre sus manos, goteando semen sobre su ropa, jadeante y cada vez más relajado, mientras comenzaba a meditar sobre el aluvión que aquella grabación suponía sobre su plácida vida. Bueno, plácida hasta aquel día pensó, no sin razón.
Continuará. Agradeceré sus comentarios.