Revolución, revolución (1)

Era dura la vida de un siervo en la Santa Madre Rusia, para empezar su nuevo amo le recibía despojándole de la ropa y proporcionándole una azotaina, de esa forma sabían que de su amo procedían los beneficios y los castigos, acto seguido les daban una nueva muda.

Revolución, revolución (1)

La gran duquesita Ilinova bajo su brazo, alzando con la fusta la cara del mujik. El seguía manteniendo la vista baja, mirando fijamente las botas de su señora. Era un contraste brutal, ella rubia, delgada, fina y vestida con los más finos encajes importados, una princesa de los cuentos, el grande, fornido y peludo como un oso, mostrando su piel curtida a través del sayal roto de lino. Fue suficiente que la fusta dejase de aguantarle para que la cara de Sergei se hundiera en el suelo, de nuevo entre las botas de fina piel teñida de granate de su señora.

Eres un perro sarnoso, vago e indolente, no se para que te alimento- gruño la señora. Volvió a alzarse en el carruaje y le indico que se prepara para tirar del pescante.

Sergei corrió a volverse a colocar los arreos para arrastrar el trineo.

Quiero estar en la finca en dos horas y si no aligeras el paso me obligaras a usar esto – amenazo la señora mostrando una recia correa de cuero tachonada de clavos, el Knut, el terrible látigo de castigo de los boyardos.

Sergei hundió sus grandes pies forrados de pieles en la nieve, lenta pero firmemente arrastro el trineo entre la ventisca que le golpeaba la cara. Notaba los chasquidos del látigo de caballos a su alrededor, finalmente uno acertó a recorrerle la espalada.

Mas rápido gandul.—gruño entre las pieles su señora.

Era dura la vida de un siervo en la Santa Madre Rusia, para empezar su nuevo amo le recibía despojándole de la ropa y proporcionándole una azotaina, de esa forma sabían que de su amo procedían los beneficios y los castigos, acto seguido les daban una nueva muda. Un castigo habitual era una docena de golpes de Knut, para medir su brutalidad es preciso entender que solo los hombres más fuertes podrían sobrevivir a un centenar de golpes de este látigo y con la columna irremediablemente dañada. Flagelar con vergajos o látigos de tira ni siquiera alcanzaba la categoría de castigo, era un correctivo para estudiantes poco aplicados.

La vida de Sergei no había sido mucho mejor desde que su señora lo compro para la niña. Era dos años mayor que ella y se convirtió en su mascota particular, su caballito, su perrito y últimamente en su semental.

Pero claro, a la manera de la señorita Ilinova, ella no iba a permitir que un sucio pedazo de carne de mujik hollara su sacrosanta honra. Otra cosa es que la larga y hábil lengua de Sergei trabajase durante horas su entrepierna, recorriendo a lengüetazos su rosada vulva, presionando rítmicamente su clítoris con la lengua mientras ella le marcaba la cadencia a golpes de fusta. Le gustaban aquellas sesiones de higiene íntima a Sergei, aunque prefería cuando se iba a tomar algo de aguardiente a la choza de Yuri, e Irina le pegaba sus gordas nalgas al pene y le invitaba a visitar sus entrañas en el establo, junto a la vaca.

Aun así Sergei era afortunado, se había salvado de acudir al frente contra los alemanes, porque como todos los caballos habían sido requisados para la guerra, su amita había decidido que no podía prescindir de el y lo había uncido al carro. Libre del control de su padre, la señorita había dado salida a sus más depravadas pasiones sobre la piel de Sergei.

Últimamente había noticias de revueltas en San Petersburgo y en el frente, pero alejados en la campiña como estaban esas noticias podrían tardar meses.

Finalmente distinguió el cobertizo, se saco el yugo, abrió las puertas y volvió a uncírselo. Introdujo el trineo, se quito los correajes, sacudió la nieve del trineo y se coloco a cuatro patas para facilitar la salida a su señora. Sintió el peso sobre la espalda, las piernas colgando de sus lomos y un fustazo en la nalga.

Vamos perro, tengo ganas de tomas un te caliente.

Sergei se enderezo pero manteniendo la espalda inclinada, para que la señorita estuviera cómoda y salió del cobertizo para dirigirse a la casa, al otro lado de la colina, las pieles preciosas del abrigo de Ilinova cubrían buena parte de la espalda de su montura, pero eso no le ahorraba golpes.

Un extraño fulgor rodeaba la colina, mientras ascendían, al llegar a la cima Sergei se arrojo instintivamente al suelo. Ilinova se levanto y le propino una patada en la cara

Inútil.-gruño

Sergei le agarro la pierna y volvió a arrojarla al suelo con facilidad, entonces señalo el valle.

El espectáculo era dantesco, Se acumulaban cadáveres en la puerta de la casa señorial, hombres andrajosos y mugrientos, vestidos con uniformes del Ejército de Zar, sacaban muebles y objetos preciosos del edificio incendiado. De un árbol de la entrada colgaba ahorcado Yuri, el Mayordomo. Tres figuras ensartadas en las verjas, no se veían las caras, pero por el tamaño eran los hermanos pequeños de la señorita. Contra la pared de la finca forzaban a una mujer, otros tres forcejeaban con una chica en la nieve, por la riqueza de los vestidos que portaba debía tratarse de la hermana pequeña de Ilinova.

Unos feroces aullidos llamaron su atención sobre las carretas. Un hombre blandía el Knut sobre la espalda indefensa de una mujer totalmente desnuda y atada a las ruedas del carro.

Piedad, apiadaos de mi, por favor.—rogaba la voz, Sergei e Ilinova la reconocieron inmediatamente, era la Gran Duquesa.

Como os apiadabais de vuestros siervos? Sin duda que lo haré, os daré la ración habitual.—Gruño el Barbudo vestido con uniforme de cabo, alzo el pesado látigo y lo dejo caer sobre la espalda de la mujer.

Un grito estremecedor recorrió el valle. Ilinova cayo desmayada sobre la nieve, Sergei la agarro mientras seguía la escena con los ojos muy abiertos.

Los golpes y los gritos se sucedieron hasta el octavo golpe, entonces el cuerpo dejo de responder. Siguió golpeando hasta el décimo golpe y ordeno a uno de sus andrajosos acólitos que le echara un cubo de agua fría. Como no respondía al tratamiento el soldado le tomo el pulso.

Ha muerto señor.—informo escuetamente

Así terminaran todos los explotadores, estos gordos boyardos que nos roban la sangre, ya veis ni siquiera aguantan un castigo común. La hora de la Revolución ha llegado, limpiaremos nuestra tierra.— El barbudo arrojo el látigo al suelo e hizo una seña para que la soltasen de la rueda.

Sergei había visto lo suficiente, agarro con un brazo el cuerpo ligero de Ilinova y la llevo hasta el cobertizo. Allí la coloco en el trineo, abrió la botella de vodka, se sirvió un cacho de tocino y empezó a meditar.

Pensar no era lo suyo, nunca lo fue, había oído rumores sobre la Revolución, pero no era la primera algarada que sufría el país. Si lo que le habían dicho de la revolución era cierto: libertad para los siervos, reparto de la tierra, fin de la aristocracia y de sus propiedades.

Desde luego los soldados de la " Revolución" parecían mas una banda de saqueadores tártaros que otra cosa, pero sin duda eran los restos del antiguo ejercito imperial, ahora sublevado y unido a la rebelión.

Entonces miro a la señora Ilinova, bajo la nube del vodka había tomado la decisión. Sergei miro el camastro y se retiro los restos de tocino de la barba. Siempre había deseado hundir su verga en ese rosado coño que tantas veces había lamido.

Cogio a la Ilinova y la coloco en el camastro de madera, empezó a retirarle prendas de la complicada combinación de vestidos que era propia de las damas de postín. Ilinova no sabía que le despertó, si la sensación de frío o la peste a alcohol barato que llegaba su cara.

(Continuara)