Reventamiento anal

Crónica de una sesión de masaje donde el tantrismo se emplea de una manera especial.

REVENTAMIENTO ANAL.

-Te digo que tiene que ser una experiencia extraordinaria. Acompáñame, por favor.

-No lo sé, Marcos… Eso del "reventamiento" no suena muy saludable.

-No te preocupes, hombre. No es más que una expresión enfática para indicar el carácter de penetración extrema de la práctica. ¿Me acompañarás?

-Está bien, está bien… Iré contigo.

-¡Gracias!

Marcos se incorporó apoyándose en la mesa de la cafetería y me dio un morreo de agradecimiento. Mi amigo Marcos llevaba tiempo deseando probar algo nuevo y muy fuerte. <>. Era un pasivazo de marca mayor, siempre dispuesto a que le zumbaran a saco e insaciable cuando se trataba de alojar pollas en su retaguardia. Aquella tarde me había suplicado que quedara con él para pedirme algo. Pensé que querría una cita para profundizar en su interior, literalmente, ya que de vez en cuando follábamos, aunque cada vez con menos frecuencia. Pero me contó otra cosa. Al parecer un amigo de un amigo había descubierto una pareja de masajistas que estaban abriéndose paso rápidamente en el mundillo gay de la ciudad. El amigo del amigo había probado una sesión con ellos y decía que había visto la luz verdadera del sexo anal pasivo. La pareja de masajistas –vietnamitas, para más señas- realizaban una práctica llamada "reventamiento anal" que producía a sus clientes unos orgasmos incomparables. Tras ese nombre tan preocupante como atractivo parecía esconderse una técnica oriental diseñada para lograr dilataciones anales espectaculares y muy sensitivas. Marcos me suplicó que le acompañara, mitad a causa del morbo que le producía compartir la experiencia conmigo, mitad a causa de cierta preocupación por cómo quedaría su culo.

Ese fin de semana quedamos y nos dirigimos a la casa de los masajistas. Marcos estaba cachondísimo. Sus ciento setenta y ocho centímetros de altura y sus setenta y cinco kilos de peso vibraban de excitación. Vislumbré su erección nerviosa bajo sus vaqueros. Le llevé en mi coche y charlamos sobre el tema. Ambos nos fuimos calentando. Llegamos al piso, que estaba decorado con puertas de papel de arroz, luces indirectas, estores, incensarios, lámparas orientales y música relajante. Los masajistas tenían una piel tostada, algo apagada para mi gusto. En un español aceptable nos indicaron el camino a través de un pasillo en penumbra. Llegamos a una sala con camillas y diversos armarios y cómodas, pero en una pared había un futón repleto de cojines. Me pidieron que me sentara y a Marcos que se tumbara en el futón. Charlaron sobre el precio, en voz baja. Debieron de comentar algo sobre cómo iban a proceder. Me echaron unas miradas y Marcos me señaló indicando que no participaría, sólo quería mirar. Ellos aceptaron. Uno de los masajistas era pequeño y cenceño, pero el otro era algo menos bajo que yo (en torno al 1,80) y era fornido, musculoso y de mentón recio. Tenía un polvazo en toda regla.

Dispusieron algunos aromas en los quemadores de esencias y subieron el volumen de una música new-age con toques orientales. Marcos se desnudó y se tumbó poca abajo. Vi su polla erecta presionar contra el colchón. Le conozco y supe que su culo ya palpitaba expectante. Si alguien podía soportar que se lo reventaran, era él.

Comenzaron a masajearle a dos manos echando gran cantidad de aceites. En poco tiempo, Marcos ya estaba embadurnado por completo en sustancias relajantes y resbaladizas. Sé algo de masajes y percibí pronto que las caricias de los profesionales tenían como misión excitar. Tocaban como por casualidad todos los centros nerviosos erógenos y lo hacían con cadencia creciente. Marcos, tan puto él, no podía evitar menear el culo y elevarlo un poco. Ronroneaba como una gata en celo. Necesitaba que algo o alguien le ocupara el ano. Los vietnamitas le dieron la vuelta y le embadurnaron la otra mitad del cuerpo. El más bajo de ellos se colocó frente al culo de mi amigo y separó sus piernas, se las hizo elevar y flexionar. Se chupó un dedo índice y empezó a realizar círculos en el anhelante esfínter de Marcos; se dio la vuelta, me miró sonriente y con un gesto de su cabeza me animó a acercarme. Me arrodillé junto a él y me comentó mirando al culo de mi colega:

-Su amigo tiene una musculatura anal muy ejercitada. No hay más que verle el agujero para saber que ha recibido muchos penes y que sabe usar su ano.

-No lo dude, así es.

Sin más, el vietnamita introdujo con facilidad pasmosa todo su dedo en Marcos, que lanzó un gemido de placer. El otro masajista acariciaba la raíz de su escroto, pene y su vientre.

-Ahora –dijo el que manejaba el dedo- apriete usted su culo con toda su fuerza, como si quisiera amputarme el dedo.

Marcos lo hizo y el vietnamita se sorprendió de la fuerza ejercida por aquel culo tragón.

-Cuanto más se comprime un músculo, más puede dilatarse –me dijo sonriendo.

Yo conocía los fenomenales apretones de ojete de mi amigo, que me habían proporcionado numerosas eyaculaciones furibundas. Entendí que el masaje estaba consiguiendo que aquel agujero estuviera estimulado de manera sobresaliente y que en principio, le iban a dilatar poco a poco. Así fue. Un segundo dedo se enterró en el culo. Marcos bufaba de gusto y se retorcía. Pero la dilatación no fue tan lenta como yo pensaba. Un tercer dedo le penetró.

-Jodedme. ¡Jodedme bien jodido! –suplicaba el muy puta.

El tipo empezó a sacar y meter los dedos. Cada vez lo hacía con recorridos más largos, hasta que los sacaba del todo –dejando el agujero abierto- y los metía hasta los nudillos. El masaje en los huevos que recibía Marcos del otro, le hacía emitir líquido preseminal por la punta de su polla enhiesta. Y yo estaba a menos de medio metro de la escena. Ni que decir tiene que un cuarto dedo pasó a ocupar a Marcos, que apenas se sujetaba en la cama porque el vietnamita buenorro se había colocado encima de él, con las piernas a horcajadas sobre su cuerpo, mientras le masajeaba el pubis, las ingles, los muslos y el perineo.

-Ahora –dijo el más pequeño.

Sin sacar sus dedos, giraron a Marcos como si fuera un juguete y le pusieron boca abajo, colocándole una pequeña montaña de cojines bajo su vientre para que su culo quedara expuesto, arriba, en pompa. Echaron unos cuantos chorros de aceite sobre las nalgas y la mano y el brazo del vietnamita pequeño. El grande empezó a practicar una curiosa técnica de digitopuntura sobre puntos muy concretos de las nalgas de Marcos, quien no paraba de jadear de gusto.

-Hay unos puntos nerviosos en las nalgas masculinas –empezó a decirme el que charlaba mientras giraba sus dedos cada vez más rápidos en el culo abusado- que adecuadamente estimulados producen el debilitamiento momentáneo del suelo pélvico. En esos segundos y si el recto es tratado con precisión, existe la posibilidad de una dilatación extrema de toda la musculatura inguinal, pubococcígea y rectal. Es como si el recto se expandiera y sus paredes se agrandaran de repente, desplazando todo lo que limita con él, como los conductos deferentes del esperma, la base del pene y la próstata. La sensación es como si el culo estuviera siendo reventado, pero de placer, como si nos partieran en dos.

-Suena divino –reconocí. Me di cuenta de que envidiaba a Marcos. Mi amigo culeaba pidiendo más y el masajista grande, de enormes manos y dedos como barrotes, presionaba puntos concretos, invisibles para mí pero visibles para él, de las nalgas y el perineo y la base del escroto de mi sodomita colega. Los gemidos de Marcos asordaban la música. El vietnamita pequeño sacó sus dedos cerró su puño, con una mano separó las nalgas del penetrado y empezó a presionar su esfínter con aquel puño diminuto. Su tamaño era asequible para Marcos, cuya capacidad de dilatación era espléndida y además estaba excitadísimo.

-Puede tocarle la polla si quiere –me dijo el masajista-, así le petaré el culo más fácilmente.

Estuve tentado hasta de comerle el rabo a Marcos, estaba durísimo cuando se lo cogí con suavidad. Para alguien tan decididamente anal como él, alcanzar aquella erección no era normal. Sobé sus huevos ardientes y le pajeé con suavidad, para que no se corriera demasiado pronto. El puño fue abriéndose paso con maestría hasta que desapareció por entero, hasta la muñeca. El follador pidió al follado que apretara el culo todo lo que pudiera. Pude ver la sorpresa en la cara del vietnamita. Me pareció que los masajistas también se ponían cachondos. De hecho, el grande dejó de estimular las nalgas de Marcos y se desnudó. Deseé lamerle la piel tostada y tallada de músculos. No tenía una polla grande, pero me la hubiera tragado también, sin dudarlo. El puño empezó a moverse girando en aquel culo. Poco a poco lo dilataba algo más inclinando el antebrazo a un lado y a otro. Comenzó un mete y saca suave que fue subiendo de velocidad hasta convertirse en una perforación mecánica que provocaría dolor a cualquiera que no estuviera tan jodidamente cachondo como Marcos.

-Ahora, señor, vamos a reventarle el culo. Jamás olvidará esta técnica sublime. Lo que va a sentir, la inmensa mayoría de la gente nunca llega a sentirlo. Considérese un afortunado.

Las prometedoras palabras dejaron lugar a los hechos. Volvieron a darle la vuelta a Marcos y, para mi sorpresa, el grande se puso donde el pequeño. Éste sacó su puño diminuto y el grande cerró el suyo, descomunal, y apuntó al culo de Marcos.

-Pero… ¡le destrozará! –exclamé preocupado.

-De eso se trata –dijo el pequeño-. Confíe en la técnica. Le reventaremos el culo, no lo dude, pero no sufrirá mal alguno.

El pequeño comenzó a tocar las nalgas de Marcos con precisión. Podía hacerlo porque habían acercado al cliente hasta el borde del futón, apartando los cojines y ahora su culo se proyectaba en el aire a expensas de ser acariciado. La polla de Marcos era una roca. El puño enorme comenzó a colocarse entre las nalgas. Era imposible que cupiera. Así que en vez de cerrar el puño, extendió los dedos juntando las yemas en un punto lo más diminuto posible y empezó a meterlas. El culo respondió bien, pero al llegar a la mitad de los 4 primeros dedos, era obvio que no podía dilatarse más. El masajista pequeño, que también se había desnudado escupió sobre el glande de Marcos, lo que hizo que éste pegara un respingo de gusto inmediatamente aprovechado por el musculoso operario para introducir algún centímetro más de dedos. Sin pensar ni en lo que hacía, llevé mis manos para separar las nalgas de mi amigo. Más centímetros forzaron su culo. Empecé a lamerle los huevos con la punta de la lengua y su culo volvió a ser dilatado. El pulgar del penetrador ya rozaba el esfínter que parecía dado de sí a tope. Entonces oí un gemido gutural y vi como ese pulgar se adentraba en el ano a punto de desgarrarse. Miré hacia arriba y vi al vietnamita pequeño engullendo la polla de Marcos, hasta los huevos. Yo empecé a comérselos y mi lengua se rozaba con la del masajista felador, que demostraba gran aguante en su garganta para poder tragar sin moverse aquel falo. Me separé de la escena y pude comprobar que el recto objeto de la sodomía albergaba aquella mano estirada, pero aún no cerrada en un puño que le desgarraría con dolor. El pequeño soltó la polla de Marcos y empezó a toquetear con maestría su culo, su escroto, su vientre su pubis… podía ver cómo el esfínter de mi amigo se crispaba automáticamente, como si obedeciera a aquellos toques mágicos.

-Dame polla… -miré a Marcos, quien había suplicado con cara de estar disfrutando de lo lindo.

-Dele lo que quiere, por nosotros, no hay problema –me sonrió el masajista pequeño.

Como tenía el pene a punto de estallar, me coloqué de rodillas en el futón, me saqué el miembro y empecé a follarle la boca a Marcos. Él estaba tan flipado que apenas podía chupar, se limitaba a saborear con los ojos cerrados mientras gemía como si le partieran en dos (realmente era lo que sentía). Entonces mi polla empezó a vibrar por causa del grito ahogado de Marcos. Miré al masajista corpulento y entendí que estaba cerrando el puño poco a poco, aumentando así el grosor de su mano y desgarrando a mi amigo. Temí por él… pero mi polla seguía erecta a pesar del temor. Salí de su boca y me acerqué al espectáculo de aquel esfínter enrojecido que encajaba aquella manaza salvaje.

-Dios… es demasiado –dije.

-¿Demasiado placer? Desde luego.

El que manejaba el puño empezó a moverse adelante y atrás con gran lentitud. El pequeño presionaba puntos secretos del culo de Marcos, cada vez lo hacía con más fuerza. El vaivén del puño iba acelerándose y haciéndose más brutal hasta que el masajeador cenceño cerró una de sus manos con los dedos en forma de garra sobre el perineo de Marcos y con los dedos de la otra mano presionó algún nervio cercano al ano del alucinado cliente.

-¡Ahora! –le dijo al sodomizador. Éste empujó el brazo y Marcos chilló como nunca le había escuchado. Su recto se estaba expandiendo más allá de lo considerado creíble en occidente.

-Siente como si una bolsa de aire caliente y cilíndrica se expandiera dentro de él y le llenara de fuego, eso es lo que siente ahora.

Marcos empezó a eyacular unos abundantes chorretones que se disparaban al techo, volaban unos segundos y caían sobre su vientre y los brazos de los masajistas. Vi su cara estaba enloquecido, con los ojos fuera de sus órbitas y los músculos de su cara contrayéndose espasmódicamente. Lo más parecido que había visto a aquello era la cara de algunas mujeres que eyaculaban chorros imposibles al correrse entre espasmos brutales, pero todo ello en pelis porno. Marcos intentaba contonearse pero su culo era el centro de su cuerpo. Y estaba absolutamente petado por un brazo poderoso. Fue un orgasmo de alrededor de medio minuto. Nunca había visto una polla correrse tan brutalmente sin que nadie la tocara. Finalmente, Marcos dejó de moverse y se desmayó.

-No sé preocupe, se repondrá. Sólo necesita dormir unos minutos.

El gigantón empezó a sacar su mano, ahora extendida. Lo hizo poco a poco. Yo noté algo líquido y caliente sobre mi muslo. Me miré y era líquido preseminal. Mi polla rozaba mis abdominales absolutamente erecta, con unos ángulos esplendorosos. Sentí la necesidad de follar. Vi que el oriental pequeño me miraba la polla. Se lamió los labios y sin dejar de mirarme se dio la vuelta y colocó su culo en pompa. No me lo pensé. Me deshice de mis pantalones y agarré su cintura. Ni le lubriqué (no estaba para hostias) y le clavé mi polla en el agujero amablemente ofrecido. En aquel momento me hubiera dado igual que me cobrara 10.000 euros. Necesitaba joder. Se la clavé con una facilidad pasmosa pero algo ocurrió. ¡No pude moverla! Aquel tipo me atrapó en su culo y me apretó con tanta fuerza el glande y la base del pene que tuve que reconocer que era un maestro no sólo con las manos. Comenzó a masajearme la polla con el recto, como si una mano me apretara adelante y atrás. Para colmo, se retorció sobre sí y llevó sus manos a mis muslos y mis ingles. Empezó a activar puntos de energía de mi anatomía y en dos minutos yo era presa de su culo –del que no podía ni retirarme un centímetro ni siquiera para empujarle más- de una erección placentera pero dolorosísima y de un nerviosismo en mi culo que hacía que mi esfínter palpitara como un coño chorreante. Noté la humedad carnosa en mi agujero. El otro masajista me lamía el culo y me agarró el cuello, empujándome hacia delante. Quedé acoplado sobre el cuerpo del vietnamita pequeño mientras un dedo del otro me penetró. Tenía el culo tan accesible que apenas sentí cómo entraba. Luego metió otro sin esfuerzo alguno y eso que dos dedos de aquel tío eran como una polla normal. Sentí el tercero. Sin duda, el masaje digitopuntor del otro había dilatado mi culo de lo lindo. Empecé a temer cuando noté un cuarto dedo y algo de dolor gustoso. Mi corazón parecía haberse trasladado a mi polla y desde allí latía a mil por hora.

-Ésta es una técnica distinta a la empleada con tu amigo, pero no por ella menos placentera. En cuanto te vi supe que tú gozas tanto dando polla como recibiendo, así que el máximo placer para ti es combinar ambas actividades. Serás reventado sin piedad mientras me enculas.

-¡No…! –grité. Pero mi culo dijo sí. Noté que temblaba como un flan con aquellos 4 dedos pringados en aceites lubricantes. Un chorro enorme de otros mejunjes similares anegó mi culo, escroto y muslos. Incluso me pareció escuchar la dilatación de mi esfínter al ceder al empuje del maromo. Mi polla seguía latiendo desbocada mientras recibía las serpenteantes caricias de aquel maestro del sexo. Cuando noté el pulgar presionar mi culo, supe que estaba perdido. Era demasiado placentero para escaparme. Subí mi cadera y me rendí al goce. Que me jodieran, aunque me dejaran el culo inservible de por vida. Yo sólo era un ano que iba a ser reventado.

Y muy bien reventado. Nunca el dolor me hizo gozar tanto como cuando noté los cinco dedos escarbar en mi intestino. Mi agujero se cerraba sobre aquel antebrazo tenso y musculazo que movía sus músculos para crispar sus dedos en un puño aniquilador. Los dedos del otro se me clavaron en puntos secretos de mis huevos y mis nalgas y noté como una barra de fuego ardiendo que me partía en dos desde el culo hasta el ombligo.

-¡ESTÁS SIENDO REVENTADO!

-SÍIIIIIIIIII- me oí gritar como un poseso. Noté mi recto expandirse como si fuera un recipiente que se hinchaba. El puño se adentraba y golpeaba mi próstata. Todo mi interior se conmovía ante aquella dilatación reventante y brutal, bestial, humillante y gozosa. El esperma me quemó en los cojones y empezó a reventarme los conductos internos del pene hasta que salió como lava por mi glande. Los espasmos peneales eran salvajes, pero mi culo era hendido por un rayo carnoso y enorme. Me corrí entre convulsiones indescriptibles como la más jodida de las perras. Fueron unos segundos eternos. No supe cuándo salí de aquel culo, pero me desplomé sobre la cama, al lado de Marcos, que aún dormía. Mi culo temblaba según el brazo follador iba retirándose cuidadosamente. Me sentía empalado, y hueco al mismo tiempo. Como si notara el vacío pero a veces mis entrañas aún sintieran el puño taladrador que las había reventado. El vietnamita pequeño se sentó sobre mi cara e hizo que de su culo manara todo mi semen. Lo bebí ávidamente, lamiendo el agujero habilidoso que se había encargado de enclaustrar a mi pollón. No llegué a desmayarme pero sí estuve varios minutos medio ido. Me despertó Marcos, lamiéndome el semen de mi boca.

Nos despedimos agradecidos a los profesionales y recomendamos la experiencia a nuestros amigos, aunque pocos se atrevieron a ir. Tuvimos nuestra ración de sexo anal pasivo para varios días Marcos y para varias semanas yo, pero no pudimos dejar de caer en la tentación de volver a ir para que nos reventaran el culo.