Revelaciones de un cuerpo
Sonia, tras lograr sentirse en su propia piel, experimenta con su nuevo cuerpo, descubriendo lo feliz que puede llegar a sentirse. ¿Quién revelará los secretos del sexo a la protagonista?
Nunca me había planteado el sexo por dinero como una opción real; bueno, ni como una real, ni como ninguna, pero la decisión estaba tomada y era demasiado tarde para echarse atrás.
Sabía que muchas chicas como yo lo hacían, pero jamás hubiera pensado que sería la opción que tomase. ¿Qué pensarían mis padres si me vieran en aquella situación?, no quise ni cuestionármelo.
Inspiré profundamente y me preparé para lo que tuviera que pasar, al fin y al cabo, había sido una decisión voluntaria y, aunque fuese a costa de hacer el ridículo, lo podía frenar cuando quisiera si no llegaba a sentirme segura.
Temblando como una cervatilla asustada, comencé a tirar del borde del vestido hacia arriba, desnudando mis muslos y mostrando mi braguita de encaje, bajo la cual, todo eran cosquilleos. Por mi mente desfilaron todas mis personas queridas: mis padres, mis amigos, tenía muchas preguntas sin respuesta y estaba dispuesta a encontrarlas fuera como fuese. No había llegado a aquella situación por casualidad y recordé cómo se había dado todo para terminar tomando aquel camino.
-*-
—Venga, Sonia, deja ya de mirarlo y ponte a estudiar. Llevas toda la mañana así.
Alcé la vista clavándola en mi padre que acababa de abrir la puerta del dormitorio.
—Podías llamar, ¿no?
—Vale… yo puedo llamar, pero tú podrías ponerte a estudiar.
—Voy…
Miré por última vez el carnet que llevaba horas examinando, definitivamente la foto me hacía los ojos muy saltones. Me hubiera gustado salir más favorecida en la instantánea más importante de mi vida, pero aquel policía no tenía entre sus cualidades la de buen fotógrafo.
—Sonia Rodríguez Álamo –leí con un temblor en la voz antes de guardarlo en el monedero.
Me estiré sobre la cama para destensar los músculos y me levanté de un salto. Había quedado con mis amigos aquella tarde y tenía que aprovechar lo que quedaba de mañana para avanzar un poco con psicología evolutiva.
La comida fue algo extraña. Les había pedido expresamente a mis padres que no hubiera ninguna celebración ni nada que se le pareciese, pero habían hecho mi comida favorita, canelones y, de postre, natillas. Los dos sonreían sin parar y cuando me levanté para recoger los platos, un impulso me hizo darle un beso a cada uno.
Aquel día no solo era mío, era de los tres. La peor parte me la había llevado yo, pero nunca me dejaron sola; las largas esperas en el psiquiatra, en el endocrino, las reuniones con los profesores, las explicaciones a las abuelas…no, sin ellos jamás lo habría logrado.
Aún quedaba mucho camino por recorrer: terminar la carrera, independizarme, tal vez formar una familia y, lo más inminente y traumático, pasar por el quirófano. La tarea de colocar los platos en el lavavajillas me permitía divagar a mi antojo durante un rato.
Llevé la mano sobre el pubis, soñando con el día que todo comenzase de verdad, con el día que tan solo me tuviera que preocupar por labrarme un futuro, sin mirar hacia atrás, sin inquietarme por nada más que cualquier otra chica de dieciocho años, tan solo un último paso y todo habría terminado, todo comenzaría de verdad.
Estudié estadística entre bostezo y bostezo. Era la asignatura que más se me atravesaba y no había sido una buena elección para la hora de la siesta.
La puerta se abrió de nuevo y me giré indignada, dispuesta a reñir a quien entrase sin llamar.
—¡Ey, Nando! –exclamé feliz por la interrupción.
—¡Ey, ti… a!
—¡Capull… o! –respondí frunciendo el ceño.
Odiaba aquella broma, pero se la perdonaba porque, junto a Jessica, era mi único amigo.
Me levanté del escritorio y corrí hacia el bolso, sacando el carnet y mostrándolo en alto.
—¡Mira!
—¡Hostia, pedazo de falsificación!
—¿Tú eres tonto?
—¡Ja, ja, ja!, que era una broma, no te pongas así. En serio, enhorabuena, me alegro un montón.
Fernando movió los brazos torpemente y luego los dejó caer junto a su cuerpo. Tenía dificultad para expresar sus emociones y conmigo más que con nadie. Tal vez, abrazar a su amigo del alma no le era sencillo. Creo que lo de perder un amigo para ganar una amiga no terminaba de convencerle. Dejando a un lado su indecisión, me lancé a su cuello, dando grititos de alegría.
—Para, para, para, tía, que me vas a tirar.
—Ay, hijo, que soso eres.
—¿Jugamos una partida al FIFA? O ya no te gusta desde que tienes ese carnet.
—Nando, cuando quedes con alguna de la facultad, hazme un favor, no la invites a jugar al FIFA. Hombres…
—Puf, para las tías de la uni soy invisible –comentó él mientras sacaba la Play y los mandos de un cajón.
—Tú no te cortes, como si estuvieses en tu casa.
Éramos amigos desde los seis años y la confianza entre ambos era absoluta, pero me encantaba bromear con cualquier cosa que hiciera.
—Entonces, ¿FIFA?
—¿No prefieres un Mortal Kombat?
—¡Dios, qué sanguinaria eres!
—Si quieres algo más light, podemos jugar al Little big planet.
—Ya… los co….
—Ey, esa boquita.
Los videojuegos, las películas y los libros habían supuesto aquel otro mundo en el que me sentía protegida y a gusto conmigo misma. Mientras jugábamos, no pude evitar mirar de soslayo a Nando. Era un desastre como chico, siempre despeinado, con sudaderas grandes y las gafas torcidas, pero él también había estado ahí siempre, apoyándome más de lo necesario, dando la cara en los peores momentos. Sonreí al recordar que aquello último había llegado a ocurrir de forma literal, cuando le pegaron un puñetazo en secundaria por defenderme.
La encargada de las acciones más contundentes siempre había sido Jessi, pero aquel día no había ido al instituto por estar mala y Nando quiso hacerse el héroe. Aquel cuarto de hora, en el baño de los chicos, intentando taponar la hemorragia de su nariz, fue toda una aventura.
Ahora tenía un carnet que certificaba que todo aquello era parte del pasado y nunca más ocurriría.
—¿Pero qué haces loca?, ¡suéltame!
—Es que estoy muy contenta.
—Pues abraza un almohadón, he fallado un gol cantado por tu culpa.
—¿Ya estáis otra vez jugando a esa mierda? –preguntó Jessica desde el umbral de la puerta.
—¡Hombre, la simpática! –saludó Nando, recogiendo el mando del suelo, donde había caído tras mi impetuoso abrazo.
—¡Tía, tía, tíatíatía! –me levanté y corrí hacia la recién llegada con mi nuevo carnet en la mano.
—¿Qué cojones es esto?, ¿necesitas que esta puta sociedad opresora te diga quién eres? Tú siempre has sido Sonia, me cago en estas tonterías.
Pese a sus palabras, Jessi correspondió a mi abrazo, aunque como era habitual en ella, poniendo mala cara.
—Que no se te vuelva a ocurrir darme un abrazo. Los punk no damos abrazos, si quieres, chocamos los puños.
—¡Hostia! –exclamó Nando al girarse y observarla—. ¿Qué pintas llevas?, ¿ya no eres gótica?
—Pues yo la veo muy mona –respondí, observando el conjunto de camiseta rosa chillón, shorts de cuero y botas militares.
—No me visto para estar mona. Lo de gótica… bueno… al final… no iba conmigo…
—Te va a costar encontrarte a ti misma más que a Sonia. Vaya amigas tengo…
—Oye, enano, que yo he sabido toda la vida quién era. –alargué el brazo y le di un capón, mientras él continuaba intentando marcar gol en el videojuego.
—Yo por lo menos no me oculto de mí misma bajo dos tallas más de ropa y andando encorvada, como uno que yo me sé.
—Venga, dejadlo, no empecéis como siempre –intercedí.
—¿Vas a ir a la fiesta de mañana en la uni? –preguntó Jessi tumbándose sobre la cama.
—¿Yo…? –preguntó Fernando—. Paso, paso.
—¿Vosotros no hacéis fiestas universitarias? –me preguntó a mí, que aún estaba intentando asimilar su nuevo aspecto.
—Sí, claro, pero como es a distancia, las hace cada uno en su casa…
—Juas, me parto el culo, tienes un humor que me troncho. Podrías venir a la nuestra, así el friki a lo mejor se anima.
—¡Que yo paso! –dijo él sin despegar la vista de la pantalla.
—¿Eres tonto? Anda, Sonia, vete a echar un pipi, que tengo que hablar con este tarugo.
—¿Que me vaya?
—Sí, ¿no me has escuchado?
—Vale, vale, ya me voy, no te pongas así. ¿Queréis una cola?
Cuando regresé con los tres refrescos, me alivié al ver que no se habían matado. Llevaban riñendo desde primaria y aunque sabía que en el fondo se querían, muchas veces había temido que llegasen a enfadarse en serio.
—El enano dice que si vas tú, él también va. Es para mayores de edad, a lo mejor hay suerte y puedes enseñar el DNI. –Jessi me quitó una lata de las manos y tiró de la anilla con fuerza—. Pero tienes que ponerte to buenorra, allí habrá tíos a cascoporro.
Abrí la boca, mirando desconcertada a mi amiga y luego observé a Fernando.
—Es que no conozco a mucha peña en mi clase. Si tú vienes, no estaré solo con esta loca…
—Ya… —dije comenzando a verlo todo claro.
Durante los dos años que llevaba hormonándome, casi había vivido enclaustrada. El primer año tan solo salía para ir al instituto y ahora, con la universidad a distancia, ni eso. La lentitud de los cambios físicos y la inestabilidad emocional hicieron que me sintiera mucho más cómoda refugiada en mi dormitorio.
Ahora la dosis era mucho menor y, aunque lloraba y me emocionaba más que antes de comenzar, ya tenía bastante controlados los cambios de humor.
Me dejé caer sobre la cama, llevaba esperando aquel día muchos años, vestirme de fiesta y poder estar con mis amigos como realmente era; pero tenía muchísimo miedo, pensamientos que sabía irracionales, pero que no podía evitar.
—Estaremos los tres juntos, nos lo pasaremos bien –dijo Nando.
—Sobre todo si bailas, enano.
No pude aguantar la risa cuando recordé la forma, completamente arrítmica, de moverse de mi amigo.
—¿No me dejareis sola?
—Ni para ir al baño –respondió muy seria Jessi—. Si quieres hacerlo de pie te acompaña el friki y si quieres sentada te llevaré yo.
—De verdad que eres imbécil, tía.
—Era una broma, ¡joder!
—Sí, pues a Sonia no le ha hecho mucha gracia –dijo Nando, mirando mi ceño fruncido.
—Perdona, tía, ya me conoces, siempre digo lo que no toca.
—Vale, no pasa nada. –Me había hecho daño al recordar bromas del pasado, pero sabía que Jessica lo hacía sin maldad alguna. Ella misma me había defendido con patadas y puñetazos cuando alguno me hacía comentarios similares en el instituto.
—Jo, mierda, la he cagado.
—Bueno… no has estado muy fina, no. Os agradezco la invitación, pero… no sé si estoy preparada.
—¡Eh, no me jodas, Sonia, encima que me voy a poner vaqueros y una camisa!
—¡Hostia, eso sí será digno de ver!
—Claro, para una vez que voy con dos chatis… tengo que estar a la altura.
No sé si lo hizo a propósito, pero aquellas palabras me alegraron tanto como lo había hecho el recibir mi documento de identidad. Que nos considerase a las dos por igual me emocionó.
—Ni lo sueñes, chaval. Si Sonia quiere que vaya ella de chati, yo paso, soy una tía independiente. Aunque los de tu clase pensarán que es tu hermana o algo, no se tragarán que una rubia vaya contigo.
—Eh, ni que Sonia fuera una modelo. –Se quejó Nando.
—¡Oye! –Me indigné.
—Seguro que es mucho más guapa que aquella de tu pueblo, a la que, por cierto, nunca llegamos a conocer.
—Se llamaba Carolina y sí que existe.
—Sí, claro, en tus pajillas nocturnas.
—¡Chicos…! –grité intentando poner paz.
—Venga, vale, iremos los tres juntos, pero como se te ocurra agarrarnos de la cintura o algo raro te parto los morros.
—Pero qué dices, flipá, si sois dos callos. —La sonrisa con la que lo dijo le libró de una tunda de golpes por parte de las dos, aunque no de unas buenas miradas asesinas—. Que no, que no, que en realidad estáis buenísimas.
—Te estás poniendo más rojo que un tomate. –Se burló Jessi.
Miré a Fernando a los ojos y no supe interpretar su mensaje, pero algo le ocurría.
—Aún te cuesta, ¿no? –pregunté, intuyendo lo que le ocurría.
—¡Joder!, es que te miro a los ojos y Luís está ahí, ¿cómo quieres que me olvide? –Cayó un silencio incómodo sobre los tres. Al fin, Fernando continuó—: Lo siento, sé que debería aceptarte, pero…
—¿Me preferías como el mariquita de clase?, ¿la nenita?, ¿el rarito? –Las lágrimas comenzaron a desbordar mis párpados, corriendo por mi cara. Estuve a punto de explicar que estaba muy sensible por las hormonas, pero preferí no responder, ¡que se sintiera un poco culpable!
—No, joder… —Nando agachó la cabeza y pegó un puntapié al mueble que tenía más cercano.
—Venga… daos un abracito y haced las paces u os meto una hostia que os giro la cabeza.
No podíamos negarnos a la orden de Jessi y tuve que levantarme para enfrentar a mi amigo. Al principio fue tenso, el abrazo más incómodo de mi vida, pero poco a poco fuimos relajándonos.
—Vaya tela –Se separó y me observó por un largo rato—. Si es que cada semana estás más chica.
—Y tú cada semana más tonto –apuntó Jessi.
—Nando, siento que hayas perdido a Luís, pero nunca existió, siempre fui yo y sigue gustándome jugar a la Play contigo.
Entonces sí, entonces nos abrazamos con ganas, como los amigos del alma que éramos.
-*-
El endocrino aseguraba que era cuestión de las pastillas y de los cambios hormonales que estas producían, pero yo tenía mi propia teoría con respecto a aquella sensibilidad. Desde hacía unos meses, enjabonarme, ponerme crema o simplemente acariciarme se había convertido en un placer y no en un suplicio, si toda mi piel reaccionaba de forma inmediata, se debía a lo a gusto que me sentía bajo ella, aunque imaginaba que el médico tendría su parte de razón.
Continué enjabonándome, deleitándome con la sensación de las manos sobre mi cuerpo. En un par de horas me pondría preciosa y saldría a una fiesta universitaria, no cabía en mí de felicidad.
Sopesé mis tetas, estrujándolas delicadamente. Eran medianitas tirando a pequeñas, pero todos los especialistas asegurabanque había superado el tamaño medio al que se podía aspirar sin implantes. A mí me parecían perfectas.
Me acaricié los pezones, que en los últimos meses se habían vuelto más sensibles al tacto y más puntiagudos, y aquel cosquilleo tan similar, pero al mismo tiempo tan diferente comenzó en mi estómago.
Una mano se quedó en mis senos y otra bajó a mi sexo. Ya no le culpaba de nada ni lo odiaba, había aprendido a tolerarlo, aunque no lo echaría de menos.
Me acaricié los testículos y el glande con lentas pasadas de las yemas de mis dedos. Dio un par de cabeceos, pero no me interesaba lo más mínimo si se levantaba o no, las sensaciones que despertaba en mi bajo vientre y en mis ingles era cuanto necesitaba.
Las hormonas habían logrado que no me incomodara al despertar, ni en aquellas circunstancias, a cambio, su sensibilidad a las caricias era una pasada. Froté toda su longitud con la palma de mi mano, mientras mis dedos extendían el líquido trasparente por la superficie del capullo.
Las erecciones volverían cuando descansase del tratamiento, pero el semen se había ido para no volver y dentro de poco se completaría el círculo.
Me atreví a ir más allá y apreté el glande entre dos dedos. Una descarga recorrió mi columna, con lo que tuve que apretar los dientes para no gemir de placer.
A ese pellizco inicial le siguieron otros; los dedos que acariciaban mis pezones no tardaron en hacer lo mismo despertando más cosquilleos e intensificando las descargas. Cada descubrimiento sobre mi nuevo cuerpo requería de experimentar mucho, pero eran sensaciones tan maravillosas que no me cansaba de investigar.
Continué con las caricias y los suaves pellizcos hasta que el cuerpo me dolía de la excitación que acumulaba, pero aún quedaba más, mi bajo vientre seguía llenándose con aquella energía que jamás había experimentado con tanta intensidad.
Un pequeño clic tuvo que activarse en alguna parte de mi cuerpo, porque los cosquilleos me cubrieron por entero y todos los músculos de mi cuerpo se tensaron, sintiendo algo completamente desconocido hasta aquel momento.
Me senté en el fondo de la bañera, recuperando el aliento y reviviendo todo lo que acababa de experimentar. Sabía que había sido un orgasmo, pero era tan diferente a los de antes, que me sentí más mujer de lo que había sido jamás.
Me quité el jabón del cuerpo con una pasada rápida de agua y me sequé a toda prisa. Había perdido media hora con mis toqueteos y se me iba a hacer tarde.
Escogí un conjunto nuevo de ropa interior: sujetador sin tirantes y tanguita, ambos en azul y con un encaje muy discreto. Me coloqué bien el paquete, más bien paquetito y me observé en el espejo. Ideal.
Hacía calor para llevar medias, pero estaba muy blanca y decidí ponerme unas finas de verano para dar algo más de tono a mi piel; un vestido con la falda ni muy larga ni muy corta y unos toques de maquillaje. Todo en menos de media hora. Me encantaba sentir el sutil revoleo de la falda sobre mis muslos , pero aún me gustaba mucho más la sensación de la licra ceñida a mis piernas.
—Sonia, Fer acaba de llegar. –menos mal que por lo menos mi padre no entraba al baño sin llamar.
Salí disparada hacia mi habitación, correteando descalza por el pasillo.
—¡Hola! –saludé al entrar, mirando detenidamente a mi amigo—. Estás… estás muy guapo… si puedo decírtelo…
Por toda respuesta él se sonrojó. Lo cierto es que no se lo decía como un cumplido, los vaqueros de su talla y la camisa negra le hacían parecer otro chico.
—Espera que te falta un detalle. –Regresé a la carrera al baño y al minuto estaba frente a él, esparciéndole una buena cantidad de espuma en el pelo—. Un look más informal. No resoples, que no es para tanto, además, ponte bien las patillas de las gafas, la derecha está torcida.
—Sí, mamá…
—Hoy es un gran día, toda la vida insistiéndote para que te quitaras el chándal y al fin lo he logrado.
—Sí, qué pesado te ponías… perdón… pesada…
—Me pongo colonia y nos vamos, Jessi debe estar al caer.
—¡Ey!, ¿qué haces?
—¿Ponerme unos zapatos?
—Sí, eso ya lo veo, pero esos no.
—¿Estos no?, ¿les pasa algo?
—No… no me gustan… no te quedan bien…
—¿Y estos? –pregunté mostrándole otros que también podían quedar bien con el vestido.
—No, esos tampoco, ponte esos –dijo señalando al fondo del armario.
—Pero si esos no pegan ni con cola. –En ese momento caí, lo que no le gustaba de los otros dos pares eran su tacón—. Nando, no pasa nada porque una chica sea más alta que un chico.
—Ya… pero… siempre hemos sido igual de altos… y Jessi siempre va con botas y zapatos sin tacón.
—Tío, eres un abuelo, si quieres me pongo el chándal y las deportivas… ¡Nando!, ¿me estás mirando el escote? –pregunté estando inclinada para ponerme los zapatos.
—Joder, eres mi amiga, tendré que cuidar de ti… Solo estaba comprobando que no se te viera el canalillo.
—Pues tranqui, que en la calle, sé ponerme la mano para que no se abra, no sabía que delante de ti también tenía que andarme con ojo.
No supe si mi regañina resultó convincente, porque aquel era el piropo más sincero que me podía haber hecho; sus ojos clavados en mi escote despertaron un sinfín de cosquilleos en mi estómago. Si comenzaba a ser una chica hasta para el subconsciente de Nando, es que lo era para cualquiera.
—Eh, que no ha sido mi culpa.
—No claro, es que soy una fresca, no te jode…
—Fue Jessi.
—¿Jessi?, ¿qué tiene que ver Jessi?
—Ayer me dijo que si tenía problemas para verte como chica, que te mirase las tetas. Dijo que a mí me ayudaría y a ti también.
—¿Tú eres tonto?
—Un poco, pero la verdad es que Jessi tiene razón.
—Pues nada, cuando tengas otra vez dudas, me lo dices, me quito el sujetador y te enseño las peras. –No sabía muy bien si sentirme indignada u orgullosa, pero le iba a putear hasta que me calmase.
—Jo, no te pongas así, llevas escote y te has agachado.
—¡Eres un cerdo y un machista!
Por suerte, Jessi llamó al timbre, exigiéndonos que bajásemos y la discusión no llegó a más.
-*-
La discoteca era enorme, abarrotada de chicas y chicos veinteañeros. No me fue necesario presumir de carnet de identidad, porque me dejaron pasar sin más, pero a Jessi y a Fernando sí se lo pidieron. Según me explicó la propia Jessica, a ella, por las pintas y a él por ser chico, su teoría era que yo al llevar falda pasaba sin problemas.
No había salido mucho en los últimos meses e intentaba observarlo y vivirlo todo con intensidad. Bailé un par de veces con mi amiga, pero a Fer fue imposible sacarlo a la pista. Al final decidieron acodarse en la barra tomando cubatas, y yo continué en la pista bailando sola.
—¡Hola! –me saludó alguien a gritos entre el retumbar de los subwoofers.
Me giré y vi a un chico sonriéndome. Alcé la mano en respuesta a su saludo y continué bailando como si fuera tonta. Los nervios me habían bloqueado y no tenía ni idea de cómo actuar.
—¿De qué facultad eres? –Se acercó para hablarme al oído y pude oler su colonia, lo que me puso aún más nerviosa.
Miré hacia la barra para pedir ayuda a mis amigos, pero no los vi por ningún lado.
—Perdona, no quería molestarte –me apretó ligeramente el hombro y se dio media vuelta para marcharse. Aquel contacto cálido sobre mi piel al fin me hizo reaccionar.
—¡Psicología! –grité agarrándolo del brazo.
—¿Tú también?, no te he visto por la facultad.
—Es que estudio en la UNED, el curso que viene me paso a la presencial.
—¿A qué curso? –Cada vez se acercaba más y a mí el aire comenzaba a faltarme.
—A… a segundo…
—Qué pena, creí que eras mayor, yo voy a pasar a cuarto. Me llamo Raúl.
—Yo… yo Sonia…
—¿Quieres tomar algo? –La pregunta fue acompañada de una mano sobre mi cintura y el estómago me dio un vuelco que se me puso del revés. Negué, incapaz de articular palabra, y salí corriendo en busca de mis amigos.
Cuando los localicé, el corazón aún me iba a mil por hora.
—Un… un chico se ha puesto a hablar conmigo –confesé nada más tenerlos a mi altura.
—Ya tía, es tope, sabía que triunfarías. Te hemos visto, pero, ¿por qué has salido corriendo?, ¿no te gustaba? –Jessi parecía más entusiasmada que yo y hablaba sin parar para respirar.
—Me puse súper nerviosa y no supe qué hacer. ¿A este qué le pasa?
—Nada –respondió Fernando, con un tono que dejaba a las claras que sí le pasaba algo.
—Nando… que te conozco.
—Dijiste que no nos dejarías solos y te vas a ligar a la mínima.
—No estaba ligando, estaba bailando y se acercó.
—No le hagas caso, es que ha visto a Samu y se ha puesto nervioso.
—¿A Samu?, ¿Samu, Samu?
—Sí, tía, no sé qué hace en una fiesta universitaria porque ese tarugo no terminó el bachillerato. –Nando estaba visiblemente enfadado y no me extrañaba lo más mínimo.
—¿Os ha visto? –pregunté sin poder reprimir un escalofrío.
Aquel chaval había sido mi pesadilla durante toda la secundaria. No había dejado pasar ni un día sin meterse conmigo con los insultos más dolorosos. Por extensión, también había descargado su intolerancia y homofobia sobre Nando y Jessi, aunque con mi amiga se cortó mucho desde que a ambos les expulsaron un mes por pegarse en el pasillo.
—Pues mira, hablando del rey de Roma –dijo Jessi apuntando hacia un macarra que se nos acercaba.
—Tranquilo, Nando, pasa de él. –Puse una mano sobre el hombro de mi amigo y contuve el aliento.
—¡Eh, chavales!, no sabía que a los pringaos les dejasen entrar en las discos.
—Samu, date el piro, apesta desde que te has acercado –dijo Jessi.
—No estoy hablando contigo, bollera. Estoy saludando a mi amiguete el marica.
Me encogí, intentando hacerme invisible; pero vi con alivio que no se refería a mí, sino a Fernando.
—Te estoy hablando, ¿es que eres sordo además de julandrón?
—¡Olvídame tío!
—Mira el marica que chulo se pone ahora que tiene novia… ¿dónde has dejado a tu amiguito Luisita?
No me había dado cuenta, pero los nervios me habían hecho cambiar la mano al hombro de Nando más alejado y daba la impresión de que estuviese abrazándolo como una novia.
—¿No me has oído?, te he dicho que te pires.
—Paso de tu culo, bollera. ¿Qué haces con un pringao como este?, si quieres saber lo que es un hombre de verdad te lo puedo enseñar, este es marica. ¿Dónde has dejado a tu novio? –preguntó, refiriéndose con toda seguridad a mí.
Aquel capullo no me había reconocido y, lo peor, es que se me estaba acercando demasiado.
—¡Déjala en paz! –gritó Nando.
—Me van las tías con más tetas, pero te puedo hacer un favor, nenita.
Puso una mano en mi cintura y casi me entraron arcadas del asco.
—¡Que dejes a Sonia, gilipollas! –Nando se abalanzó sobre Samuel y le dio un empujón que apenas lo movió.
—¿So… Sonia?, ¡no me jodas que es el travelo! ¡Pero si tiene tetas y todo!
En mi último año de instituto, aunque los cambios eran imperceptibles, mi vestuario ya era el de una chica y pedí que todos comenzaran a llamarme Sonia. Al tarugo no le tuvo que costar sumar dos más dos.
Creí que vomitaría cuando el subnormal me agarró una teta y apretó con fuerza. Me bloqueé y no supe reaccionar, pero Jessi salió al rescate lanzándose contra el idiota.
Fernando actuó con más contundencia y le estampó un puñetazo en toda la cara.
-*-
—Da… dae las gafas.
—Qué pesado, Dios mío. Te he dicho tres veces que están rotas –respondí exasperada.
–Ero es que no eo un carajo.
—No hay nada que ver… —dije, sin darme cuenta de que estaba haciendo justo lo contrario.
—Pues a la rubia le estás pegando un buen repaso –ironizó Jessi que me había pillado infraganti.
—¿Tía… estás irando a una ava? No e jodas, ¿ahora te an las chatis? –preguntó Nando con voz pastosa por su labio hinchado.
—Anda, guapo, ponte la bolsa de hielo y calla un poquito. –No estaba de ánimo ni para las bromas de Nando.
—Esta tía es tonta, ¿no lo sabías aún, tronco? Aún anda envidiando lo que ya tiene.
—Venga, pasa el cubata y no digas memeces. –Agarré el vaso de tubo de manos de mi amiga y le di un trago. Con todo el lío de los de seguridad, aún se las apañó para conseguir una consumición antes de que nos tiraran y en aquel momento lo agradecí, me sentía cada vez más deprimida. ¿Aquello no se iba a terminar nunca?
El pobre Fernando había vuelto a recibir de lo lindo por defenderme y habría sido más de no intervenir Jessi y un botellín de Coca-Cola que apareció de repente en su mano, pero claro, a la seguridad lo de que se tomase la justicia por su mano no les convenció.
—¿Qué haceos? Con un tubo ara los tres no teneos ni ara eezar.
—Sí claro, con ese labio pretendes beber…
—Ya casi no me duele. ¿Nos to… tomamos otra?
—Lo que sea menos seguir aquí sentados en la acera –respondió Jessi.
—¿So… Sonia… llevas liguero…?
—Es el encaje de las medias, bruto, todas lo llevan –dije recolocando mi falda para que no se me viera más muslo del necesario.
—Solo quer… quería bro… bromear –contestó mi amigo, haciendo un gran esfuerzo por pronunciar bien.
—Lo sé… pero no estoy en mi mejor día… Cre… creo que me voy a casa… –Me levanté dispuesta a parar un taxi, pero mis dos amigos se pusieron uno a cada lado y me sujetaron por los brazos.
—Mis viejos no están en casa, ¿por qué no vamos y celebramos lo de tu carnet? Tengo una botella de tequila.
—En serio, Jessi, no estoy de humor…
—Que sí, tía, ya verás que risa cuando chupe el limón con esos morros que le han dejao. Además, no me querrás dejar sola con el salido este, ¿no?
—¿Sal… salido yo?
—Pobrecito, si es inofensivo –dije sin pensar que se pudiera sentir molesto—. ¿Pero qué coño haces?
—Jo… joder con las hormonas… qué culito te han puesto…
—¡Que me sueltes el culo! –Era increíble, mi mejor amigo me estaba metiendo mano.
—A ver… ah, pues sí que lo tiene redondito y bien puesto.
—¡Jessi, por Dios!
Aquello era surrealista, si me querían subir el ánimo se estaban pasando cuatro pueblos. Cada uno me agarraba una nalga con la mano, manoseándola y amasándola con todo descaro.
—¡Vale ya! –grité, comenzando a andar para alejarme de aquellos dos pulpos—. ¡Estáis bobos!
—Venga, tontorrona, no te hagas la estrecha –Jessi se partía el culo de la risa mientras me piropeaba obscenamente.
—¿Y quieres que me vaya a tu casa con vosotros dos?
—Claro, lo podemos pasar muy bien. –Como para reafirmar sus palabras, mi amiga sacó la punta de la lengua y se lamió el labio superior.
Me detuve y les miré con seriedad. Eran mis mejores amigos aunque tuvieran técnicas muy brutas para subirme el ánimo.
—¿Y a ti que te pasa? –pregunté observando la expresión desconcertada de Nando.
—Pues qué le va a pasar, que se habrá puesto palote y se siente confundido el angelito.
—¡Qué coño! Estás loca, Jessi, pues no he tocado yo culos mejores que el de Sonia. Además, es mi amiga.
—Ya… pero un culo es un culo y lo tiene muy redondito, ¿la chavala de tu pueblo lo tenía como Sonia?
Nando me miró a mí y luego a Jessi, frunciendo el ceño:
—¡Que os den!
Sabía que todo aquel teatrillo era por mí, para que me olvidara del gilipollas de Samu y sus insultos, pero lo hacían con tanta convicción que al final comencé a sonreír.
—Esa es mi Sonieta. Anda, vamos para mi casa. –Me agarró del brazo y ya no supe negarme sin quedar mal con ellos por el esfuerzo que estaban haciendo. Nando sí mostró algún inconveniente, pero nos pusimos una a cada lado entrelazando nuestros brazos y no le quedó más remedio que hacer lo que nosotras quisiéramos.
-*-
—¿Verdad, prueba o chupito?
—¡Joder, tres veces seguidas…! Fijo que estás haciendo trampas –se quejó Nando—. Y no ve… veas cómo sube el tequila este de marca blanca.
—¿Qué quieres?, no me daba para un Cuervo.
—Pues si no quieres beber más, responde o haz la prueba –dije comenzando a divertirme por las constantes discusiones de aquellos dos.
—Va… vale… verdad, que solo me quedan los pantalones… pero no os ralléis.
—¿Le has comido la boca alguna vez a una tía? –disparó Jessi sin consultarme.
—Pues claro…
—Anda, bebe, que ha sonao más falso… —dije para picarlo.
Él me devolvió una mirada asesina y Jessi dio muestras de esa extraña intuición que tenía para solucionar los problemas a su modo.
—Nando, este juego es para ponernos pedos y para contar intimidades, así dentro de unos años nos podremos chantajear unos a otros. Te voy a odiar igual hayas besado a una tía o no.
—¿Y tú, con cuantos te has enrollado?
—Ey, chavalín, que a mí no me ha tocado la botella –continuó ella.
Nando nos miró detenidamente a las dos con aire orgulloso.
—Yo tampoco me he besado con nadie… —dije para intentar que no se sintiera tan mal.
—¡Sonia, que a ti no te toca!
—Bu… bueno, va… me lo tomo, pe… pero sin hacer bromitas…
Se bebió el chupito y él mismo giró la botella que apuntó en mi dirección.
—¿Te van las tías o los tíos? –preguntó con rapidez Nando, antes de que Jessi se pudiera adelantar.
—Capullo, pero si aún no ha elegido entre prueba o verdad, es que estás tonto.
—Hostia, qué fallo.
—Elijo prueba…
—¿Prueba?, tu verás, pero la pregunta era un regalo… ¿o no?
—He dicho prueba, no marees –respondí intentando mostrarme tranquila.
Mi sexualidad era un tema que no me había atrevido a afrontar hasta que no me sintiera bien conmigo misma. Imaginaba que cuando tuviera oportunidad de estar con un chico me gustaría, aunque me era imposible no fijarme en las chicas guapas que veía. La psiquiatra aseguraba que intentaba reproducir estereotipos femeninos y que no me preocupase por ello, pero cada vez tenía más inquietudes por experimentar con un chico de verdad, para despejar de mi cabeza la duda del lesbianismo.
—En… enséñanos… las te… tetas –dijo Nando, enrojeciendo hasta la raíz del pelo.
—¿De qué vas? –me indigné—. Estamos empezando con la botella, no te pases.
—Pues yo también quiero, es curiosidad, tía, quiero que mi niña tenga unas buenas tetas. –Dios, ¿Jessi también estaba loca?
Agarré el chupito y me lo bebí de un trago. No me iba a despelotar delante de mis dos mejores amigos.
—Sabía que no te atreverías –me recriminó Nando.
La siguiente fue para él y aunque accedió a quitarse los pantalones, se bebió igualmente el chupito.
Luego Jessi nos confesó que se había liado con una chica gótica, por el morbo de probar el rollo bollo, pero que a ella le iban los tíos y que la vampira en cuestión solo quería morderle los pezones, lo que la aburrió bastante.
Nos partíamos el culo por la manera de contar las cosas que tenía Jessi, cuando me volvió a tocar el turno de la botella, e insistieron de nuevo en que se las enseñase.
—Trae el chuipito… chu… chu… pito.
Me quedé helada cuando Nando le puso la prueba a Jessi. Debía darme un beso a mí.
—¿Pero de qué tipo? –preguntó mi amiga.
—No sé, el que tú quieras.
—Joder con el experto en besos, hay cientos de maneras. Bueno, lo que me salga, tú no te muevas –dijo mirándome de repente.
¿Cómo me iba a mover si estaba paralizada por los nervios? Por lo menos Jessi fue delicada y me dio un besito en la mejilla, pero luego…
Un segundo beso también en mi rostro, pero el tercero… me puso nerviosa, porque se acercaba demasiado a mi oreja. Con el cuarto toda mi espalda se puso en tensión, porque directamente se metió el lóbulo en su boca y lo chupeteó, sin cortarse en hacer ruidos húmedos.
Cuando me metió la lengua en la oreja lamiendo muy despacio, tuve que empujarla para recuperar el control que había perdido por los escalofríos que sentía por todo el cuerpo.
—¡Va… vale ya… era uno so… solo…!
—Te has puesto como un tomate, tía.
—Que te lo haga a ti, ya verás…
—Venga, una ronda más y os confieso algo… —dijo Jessi volviendo a su sitio.
—Yo estoy mareadilla.
—Y a mí me escuece el labio, pero me aguanto.
Los tres bebimos sin poner más excusas y Jessi comenzó su historia.
—Cuando os he contado que me lie con una tipa gótica, no era exactamente cierto.
—Otra que se intenva, in… inventa… las novias.
—Has prometido que no os meteríais conmigo –se quejó Nando.
—Bueno, estábamos en una fiesta y la chavala me entró. No tenía interés en probar con una chica, pero me propuso que nos lo montásemos con su novio.
—¿Hiciste un trío? –pregunté alucinada.
—No exactamente, al tío si me lo tiré, pero ella se limitó a mordisquearme los pezones, ya os lo he dicho. No estuvo mal, pero hubiera preferido con alguien con quien tuviera más confianza.
—No… —Miré a los ojos de Jessi y confirmé mis sospechas—. Jessi… ni hablar.
—¿Ni hablar de qué? –preguntó Nando que siempre llegaba tarde.
—De nada, enano, cosas de chicas que tú no comprendes –respondió Jessi, agarrando la botella y volviéndola a rodar—. ¡Prepárate, Nando, que voy a por ti!
—No te pases mucho, ¿eh? Elijo verdad.
—No, prueba, es mi casa y mando yo. Quítate los gallumbos.
—Paso. —Él se bebió un nuevo chupito y se encaró desafiante con Jessi.
—Pues tú te lo pierdes, me iba a quitar la camiseta y el suje…
—Jessi, frena, tía. –Sabía a dónde conducía todo aquel juego y me estaban comenzando a temblar las piernas.
—Ya, yo me despeloto y luego os partís el culo pero vosotras nada.
—Te doy mi palabra –afirmó muy digna mi amiga.
Fernando nos miraba alternativamente sin decidirse a despelotarse, hasta que ella tomó la decisión. Jessi agarró el bajo de su camiseta y se la quitó de un brusco tirón. Las tenía más grandes que las mías, pero encima el sujetador se las juntaba un montón y no necesitaba relleno.
Los ojos de Nando no se desviaban de las tetas de Jessi, pero se abrieron como platos cuando ella llevó las manos a su espalda y abrió el cierre. Cayeron un poquito, pero las tenía redondas y como dos rocas, al menos en apariencia.
—¡Joder, pedazo de melones que te gastas!
—¡Qué románticos sois los tíos!
No sé qué pasó por mi cabeza, pero al instante estaba deslizando los tirantes de mi vestido por los hombros, dejando a la vista mi sujetador azul.
Jessi no se perdía detalle de mi estriptis y Nando se tuvo que percatar, porque apartó la vista de las tetas de nuestra amiga para clavarla en las mías.
Tragué saliva y desabroché el sostén retirándolo con lentitud, para hacerme la interesante o, más probablemente, por vergüenza.
—¡Están súper bien, tía! –gritó Jessi muy contenta—. Y sin silicona.
—¿No… no te has pu… puesto silicona?
—No, son totalmente mías. Las hor… hormonas…
Nando alargó una mano y la posó delicadamente sobre mi pecho, acariciando sin presionar. Aguanté la respiración nerviosísima y más aún cuando Jessi tomó mi otra teta en su mano.
—¡Vale… vale ya…! —Me levanté de sopetón y me cubrí el torso—. Os… os lo agradezco pero… hemos ido demasiado lejos…
—Tu misma, pero creo que entre amigos es mejor.
—Sí, Jessi tiene razón.
—No… no pu… puedo…
Nando se puso de pie y, tras mirarnos inquieto, comenzó a bajarse los calzoncillos, mostrando una erección brutal. No era muy gruesa, pero sí larga y se arqueaba hacia arriba, como si quisiera pegarse a su vientre.
—Tenéis que hacer esto tarde o temprano y siempre lo hemos hecho todo juntos. –Jessi se acercó a Fernando y agarró su polla con la mano, comenzando un lento movimiento. Yo miraba, incapaz de separar la vista, pero sin atreverme a actuar.
Él cerró los ojos y tensó las mandíbulas, incluso me pareció que aguantaba la respiración. Tras unos segundos en los que todo se detuvo, por fin reaccionó y agarró las tetas de nuestra amiga, acariciando los pezones con los pulgares, logrando que Jessi asintiera con la cabeza.
Soltó la polla de Nando, la cual apuntó enseguida hacia arriba y llevó sus manos al pantaloncito de cuero, haciendo que se deslizase por sus muslos, mostrando unas braguitas negras.
Estaban como una cabra, pero ni siquiera me atrevía a abrir la boca, para no romper la magia del momento, aunque no me atrevía a participar, me gustaba la idea de que se enrollaran y verlo en vivo era muy excitante.
Jessi agarró una de las manos de Nando y la llevó hasta el interior de sus braguitas, dándole instrucciones de cómo debía comenzar.
Mi amiga extendió una mano invitadora y me fui acercando como una autómata que no tuviera voluntad propia. La mano de Jessi se coló bajo mi falda y comenzó a acariciarme el culo. Una segunda mano más grande y mi cuerpo se estremeció.
Miré a ambos alternativamente: Jessica me guiñó un ojo y Nando sonrió tímidamente. La más pequeña de las manos pasó a mi cadera y de allí a mi entrepierna, acariciando mi paquete por encima del tanguita.
Miré la mano de Nando, que se movía en la intimidad de Jessi y, de repente, me puse muy nerviosa, a mí no me podría tocar así. Lo más probable es que ni siquiera quisiera hacerlo y si recibiera un rechazo de él me moriría. No, definitivamente no estaba preparada para ver aquella expresión de asco en los ojos de Fer. La había aguantado a duras penas de los demás chicos y de los adultos del barrio, pero de él no…
Di dos pasos hacia atrás soltándome de las manos de mis amigos, me puse el sujetador y fui reculando hasta llegar a la puerta de la calle. Abrí con sigilo, para no cortarles el rollo y me marché de allí, confundida por las sensaciones de mi cuerpo y los pensamientos de mi mente.
-*-
La miré y, a pesar de mis muchas dudas, había hecho bien al escogerla por la sinceridad de su mirada y la franqueza de su rostro. Nada más llegar me había recibido con dos besos y me había ofrecido una Coca-Cola, iniciando una amena conversación sobre ella misma. Era una desconocida, sí, pero tal vez fuese eso lo que necesitaba, alguien de quien no me importasen sus juicios o reacciones.
Me hubiera gustado tener el valor para haberme quedado en casa de Jessi aquella noche. Había pensado multitud de veces en aquella posibilidad, pero no podía volver atrás y, de poderlo hacer, no estaba segura de que me atreviese.
Durante los siguientes meses, no comentaron nada de lo ocurrido. Se mostraron conmigo y entre ellos del mismo modo que siempre, algo que me desconcertaba muchísimo. No tenía claro si hubiera preferido un acercamiento, que volviesen a insistir en el tema o que se hubiera insinuado alguno de los dos, pero en el fondo me daba igual. El problema era mío y era yo quien debía solucionarlo, me habían ayudado toda la vida, ahora había llegado el momento de que diera aquel paso sola.
Con el refresco en mi mano y con la suya sobre mi muslo, comencé a sentirme más relajada, aunque por dentro tenía un nudo que no me dejaba desprenderme de los últimos prejuicios por lo que estaba haciendo. Debía ser muy sensible, pues sin preguntarme nada, comenzó a contarme su vida y cómo había sido salir de su pueblo sin ningún apoyo. La escuché, sintiéndome muy feliz de haber tenido tantos apoyos a mi alrededor y no habiendo terminado como ella.
Hacía unos meses, habría tenido más que suficiente con la conversación, pero deseaba verla desnuda, necesitaba compararme y ponerme a prueba. Saber si era capaz de dar aquel paso e intentar despejar las dudas que me consumían. Verónica me había caído bien y estaba contenta de haberla escogido para aquel momento crucial.
Tras aquel instante de relax en el sofá, me había conducido hacia el dormitorio y había comenzado lo interesante y, por qué no decirlo, lo que más me atemorizaba.
El vestido pasó por mis hombros y al fin quedé tan solo en ropa interior. Temblaba, temblaba de pies a cabeza y tan solo quería que no se me notase. Observé aquellos ojos almendrados que tanto me habían llamado la atención y un rubor me cubrió por completo.
Se acercó a mí y frotó mis brazos con sus manos, para que entrase en calor o para que me tranquilizase. Me rodeó, colocando sus palmas sobre mi espalda y comenzó a besar mi cuello muy lentamente. Su boca era cálida y sus labios suaves sobre mi piel, despertaban mil mariposas en mi vientre. Llevé las manos a su espalda y la acaricié de arriba abajo, sin atreverme a tocar más allá de la cintura.
Las yemas de mis dedos descendieron por sus lumbares, reconociendo la amplia curva que indicaba el comienzo del culo, pero sin atreverme a descender más allá, ni a adentrarme bajo la tela.
Separó sus labios de mi cuello y apartándose ligeramente, deslizó los tirantes de su vestido, haciendo que este cayera a sus pies, revelándome su cuerpo cubierto tan solo por un pequeño tanga.
No pude separar mis ojos de sus bonitas tetas. No eran naturales como las mías, pero tampoco eran dos globos siliconados, eran preciosas y en conjunto con su estrecha cintura le daban un aire muy sensual y armonioso a su cuerpo.
Quise quedarme como ella y desabroché mi sujetador, deslizándolo por mis brazos. Inmediatamente se inclinó, posando sus labios sobre uno de mis pezones, besándolo tiernamente y luego succionándolo lentamente.
Se irguió, alzando sus tetas con las manos, aunque no fuese necesario, pues eran firmes como si estuvieran talladas en mármol.
Me incliné y metí un pezón entre mis labios, comenzando a juguetear con mi lengua sobre él. Era agradable sentir el sabor de su piel y la tersura, pero sobre todo fue excitante cuando comenzó a ponerse duro bajo mis atenciones.
Me tomó de la mano y me llevó hasta el borde de la cama, en la cual se sentó, dejándome a mí de pie.
Agarró el elástico de mis braguitas y me miró a los ojos, como pidiéndome permiso. Asentí y la prenda comenzó a descender, mostrando mi entrepierna. Era la primera vez que me desnudaba por completo delante de alguien que no tuviera bata blanca, ni siquiera había consentido en que mis padres vieran aquella parte de mi cuerpo, pero con Verónica fue diferente. Cierto nerviosismo, algo de rubor, pero sobre todo mucha excitación. La vergüenza no tenía cabida aquel día.
—¿Muchas pastis? –preguntó, acariciando lentamente mi cosita.
—Sí –respondí tímidamente, comenzando a sentir escalofríos por todo el cuerpo.
—Yo no puedo, ya sabes, en este trabajo… Tú cierra los ojos y solo siente…
Le hice caso y sentí. Toda mi piel se erizó cuando sus labios se posaron sobre mi glande y comenzó a besarlo. La humedad de su boca parecía estar en todas las zonas sensibles de mi cuerpo; sus dedos acariciaban mis testículos, de tanto en tanto, sus uñas arañaban delicadamente mi perineo y su cabello, largo y negro, rozaba mis muslos en una caricia que bailaba entre las cosquillas y la sensualidad.
En varias ocasiones sentí cómo mis piernas se estremecían pero sin llegar en ninguna ocasión al orgasmo. No me importó, estaba para experimentar, no para llegar a ninguna meta. Era una completa desconocida, pero tal vez por ese motivo y porque sabía lo que se hacía, me sentía relajada.
Se puso de pie y me invitó a sentarme. Sabía lo que venía en ese momento y extrañamente lo estaba deseando, los nervios habían quedado atrás y me apetecía muchísimo.
Lo acaricié por encima del tanguita y, como hiciera ella, pedí permiso con un intercambio de miradas. El corazón se iba a salir de mi pecho cuando comencé a tirar del hilo hacia abajo.
Allí estaba, perfectamente depilado, con un pequeño triángulo de vello sobre el pubis. Era el más pequeño de la página de contactos, pero su tamaño no me importaba lo más mínimo.
Besé su ingle, sintiendo contra mi mejilla la dureza y calor que emanaba de su tronco. De allí, mis labios fueron a su base y comenzaron a recorrerlo a pequeños besos, ayudándome con la lengua.
Sentí cómo cabeceaba por mis atenciones y me hinchió de orgullo saber que lo estaba haciendo bien. Llegué a la cabezota y tirando delicadamente con la mano, la descubrí en toda su brillante plenitud.
Si alguna vez tuve algún reparo en meterme un pene en la boca, se me borró de la cabeza por completo; porque, en aquel instante,tan solo tenía un deseo. Mis labios se abrieron, engullendo el glande y, por primera vez, mi lengua saboreó una polla.
Miré hacia arriba cuando sentí una caricia en mi rostro y vi la boca entreabierta, los ojos fijos en mí y aún me excité más.
Chupé, disfrutando de lo que hacía, sintiéndome extrañamente feliz por tener una verga en mi boca, sin más preguntas, sin vergüenzas o reparos, deseaba mamar y lo hacía sin pensar, dejándome llevar. No había sentimientos, no era la primera vez soñada por algunas chicas, pero era real, la tenía allí envuelta en el calor de mi saliva.
Verónica agarró mis manos y las llevó a sus caderas, algo menos redondeadas que las mías, pero muy femeninas. Las acaricié y me fue imposible no deslizar los dedos hasta sus nalgas, agarrándolas y masajeándolas con ansia.
Mis labios fueron recorriendo todo su tronco, sintiendo cómo cada vez más y más rabo entraba en mi boca.
—Méteme un dedito –pidió ella.
Sabía a lo que se refería, durante aquellos meses me había convertido en una experta en sexo, aunque solo fuera en la faceta teórica. Hasta la noche del tequila, solo me había preocupado por ser yo misma, dejando a un lado la cuestión sexual, pero todo cambió. Investigué, leyendo y viendo videos muy subidos de tono, quería estar preparada para dar aquel salto.
Acaricié el surco entre sus glúteos y busqué la entrada de su culo. Lo había intentado con el mío, durante las largas duchas cuando estaba sola en casa, pero aquel estaba mucho más dispuesto a la penetración. Entró sin dificultad, introduciéndose más y más hasta que lo tuve completamente dentro. Comencé a meterlo y sacarlo y tuve que hacerlo bien, pues ella agitaba las caderas, favoreciendo su propia penetración, al tiempo que su polla se deslizaba entre mis labios hasta casi salirse de su abrigo.
Con la confianza que sus movimientos me daba, introduje un segundo dedo que también entró sin problema alguno. Era raro, pero me encantaba tener mis dos dedos dentro de su ano, follándoselo con ganas. Fugazmente tuve el deseo de poder meterle otra cosa por allí, aunque sabía que era imposible. Había cabeceado un par de veces, e incluso había ganado algo de consistencia, pero ni por asomo como para poderse usar.
Mis dedos se retiraron cuando ella se apartó, sacando su polla de mi boca.
Se inclinó, besándome la nariz, los párpados, la boca y el cuello. Aquello me ponía a mil y lo tuvo que notar, pues se recreó bastante con sus labios sobre mi piel.
Con una mano me empujó para que cayera sobre la cama y se arrodilló en el suelo. Comenzó a lamer y besar mis muslos, acariciando con su larga cabellera mis testículos. Los alzó y los recorrió lentamente con su lengua, hasta llegar a mi perineo.
Sabía lo que llegaba tras aquello y era posiblemente lo que más nerviosa me ponía. Aquella mañana había pasado media hora lavándomelo a conciencia, pero aun así, sentía cierto reparo en que alguien lamiera mi ano.
Cualquier duda se alejó de inmediato cuando su lengua comenzó a dibujar cerrados círculos sobre mi esfínter y más tarde intentó introducirse en mi culito. Lo succionó con fuerza y lo lamió por completo, despertándome sensaciones que jamás había sentido. Sin ser consciente de lo que hacía, alcé las piernas y separé más las nalgas con mis propias manos, arrancando una risita de Verónica. Me daba igual que me considerara una guarri , me gustaba lo que hacía y quería facilitárselo al máximo.
No quería que parara, era una sensación maravillosa y los escalofríos recorrían todo mi cuerpo. La boca volvió a mis testículos y de allí a mi polla, que a esas alturas estaba medio dura. Se la introdujo por completo en la boca, mientras uno de sus dedos jugueteaba con mi ano.
Sus labios apresando mi tallo, su lengua jugueteando con mi glande y mi esfínter relajado, fueron suficiente para permitirle que comenzase a follarme lentamente el culo. Lo hizo delicadamente, sabiendo cómo y cuándo profundizar. Me estaba desvirgando una extraña, pero no había percibido ningún rechazo, la más mínima duda y tenía la experiencia que cualquier otra persona no hubiera tenido.
El segundo dedo me dolió, pero tenía tantas ganas de que se metiera dentro, que aguanté las molestias, concentrándome en el placer que recibía de sus labios.
—La… la qui… la quiero… dentro… —me sorprendí diciendo aquello, pero era cierto, quería que me follara, de verdad lo deseaba.
Todo mi cuerpo se estremecía gracias a sus dedos y a su boca, estaba en la gloria, sintiendo cómo podía tocar el cielo con los dedos, pero quería ser suya, necesitaba sentirme aún más mujer y mi boca pidió lo que mi corazón llevaba tiempo reclamando.
Acomodó mis piernas sobre los hombros y se fue acercando hasta besar de nuevo mi cuello y mi clavícula. Sentía su calor, su palpitante vigor, golpeando contra mis nalgas, buscando la entrada a mi interior.
—Es mejor que seas tú –susurró en mi oído.
Introduje una mano entre mis piernas y lo agarré con cuidado, no estaba muy lejos y tan solo tuve que centrarlo un poco para que se situara en posición. No supe en qué momento se había puesto un condón y lubricante sobre este, pero tampoco estuve mucho tiempo preguntándomelo. Sentí algo húmedo contra mi esfínter y el tenue calor que desprendía el glande bajo la goma.
Comenzó doliendo, pero las ganas que tenía de sentirlo en mi interior hacían que todo me diera igual. A cada milímetro que recorría dentro de mí, me sentía más y más mujer. Abracé sus caderas con mis piernas y la polla entró un buen trecho, arrancándome un gemido.
—Ya está toda.
—¿Toda? –pregunté como si fuera tonta. Aunque era la más pequeña de todas las que se anunciaban en la web de contactos tenía un tamaño considerable y había pensado que dolería mucho más.
La besé, contenta por haber dado aquel paso aunque tuviera que ser pagando y ella se apoyó sobre sus manos, dejando a mi alcance sus preciosas tetas.
Justo cuando las agarré, empezando a manosear sus pezones, la polla se retiró, volviendo a entrar suavemente en mi culo.
No sé si era una ninfómana que había estado muy oculta en mi interior, lo bien que lo hacía o la situación, pero quería que aquello nunca terminara. Su polla se deslizaba con toda facilidad dentro y fuera de mi culo y yo cada vez la quería más y más profunda.
Solté sus tetas y llevé las manos a las mías, pellizcando mis pezones. Quería aquella polla en lo hondo de mis entrañas, la quería más gruesa, presionando las paredes de mi recto y quería aquella boca mordisqueando mis pezones.
Repentinamente, cuando pensaba que no podía aguantar más, todo mi cuerpo se tensó y tuve que gritar para expulsar toda la tensión que acumulaba en mi interior: el calor en mi culo, el cosquilleo en mis ingles, las descargas eléctricas en mi pene y la presión en mi pecho.
Verónica se detuvo y se quedó mirándome con una sonrisa complacida. Poco a poco fue saliendo de mí y se dejó caer en la cama a mi lado. Instintivamente llevé un par de dedos a mi culo y vi que ya se cerraba, volviendo a su estado normal aunque mucho más relajado.
Me giré, observando el delicado cuerpo de Verónica y detuve mi mirada en su dura verga, con la que me acababa de hacer mujer, curiosamente, algo que había logrado a manos de otra mujer.
Me arrodillé a su lado y pasé las yemas de mis dedos desde su frente, bajando por su nariz, deslizándolas sobre sus labios, continuando por su mentón y su cuello, acariciando sus tetas, pellizcando sus pezones, rodeando su ombligo y llegando a su dura polla.
La deseaba de nuevo, me daba igual en mi culo que en mi boca, pero quería sentirla una vez más, antes de tener que pagar y marcharme de allí para siempre.
Le quité el preservativo y me incliné sobre su falo, comenzando a chupetearlo todo de arriba a abajo. Ella me agarró el culo y tiró de él hacia la cabecera de la cama, colocándolo sobre su rostro, con una pierna mía a cada lado.
Sentir de nuevo su lengua sobre mis huevecillos, ascendiendo hasta mi culito y el calor de su rabo inundando mi boca, lograron que me volviera a estremecer.
Lo sentía palpitar contra mi lengua y fui bajando hasta que logré introducírmelo por completo. Sentir su firmeza contra mi paladar, su calor inundando mi boca y su salinidad en mis papilas, hizo que volviera a estremecerme de pies a cabeza. Moví la cabeza de arriba abajo, jugueteando sobre su capullo con mi lengua, mientras por detrás, dos dedos perforaban mi culo, hasta aquella tarde, completamente virgen.
Se estremeció en mi boca y me retiré hasta que tan solo el hinchado glande estuvo dentro de mí y succioné con los labios, sintiendo como la cabeza se ponía más y más dura, cómo palpitaba contra mi lengua y cómo la leche llenaba mi boca con cada uno de los densos trallazos.
Nunca había visto antes a aquella chica, no la conocía de nada, pero me sentí viva con su semen llenando mi boca y sus dedos follándome el culo.
Tragué lentamente, saboreando el ligero amargor del esperma, que resultaba mucho más dulce que los insultos y los desprecios. Me recliné hasta que mi mejilla descansó sobre el pubis de Verónica y su verga flácida rozó mi barbilla.
No habría más indecisiones, más dudas, era una mujer me acostase con quien me acostase. Tenía un cuerpo con el que me sentía feliz y, que ahora sabía, podía darme muchísimas satisfacciones. Los Tocamientos en la ducha no se parecían ni de lejos a lo que había sentido con Verónica.
Los cambios hormonales habían llegado lentamente, aceptándolos día a día, acompañados con la ansiedad de que culminasen pronto; pero aquello…. Aquello había sido como un terremoto de emociones y sensaciones.
Lo tuve claro, no era una chica, no era alguien atrapado en un cuerpo que no le correspondía, no era transgénero, era Sonia y Sonia tenía mucho que ofrecer y tenía toda una vida por delante.
Sonia no saldría huyendo la próxima vez que alguien se le acercase en una pista de baile, no tendría dudas ante sexo con sus mejores amigos. Habría rechazos, era consciente, pero a partir de aquel día dolerían menos, si alguien no quería estar con Sonia, pues él se lo perdía.
Fin
Obviamente la protagonista, como se indica en varios puntos del relato, es mayor de edad, aunque esta historia podría haberse dado y se da, en chicas adolescentes, donde la confusión, la intolerancia y la discriminación, lamentablemente, son más frecuentes. También, lamentablemente, no se puede escribir un relato con una Sonia de dieciséis años, pero valga igualmente como homenaje a todas las chicas y chicos, de cualquier edad, que afrontan el paso de salir de un cuerpo que no les correspondía.