Revancha (3)

La infedelidad se paga y da paso a nuevos placeres.

REVANCHA (3ra. parte)

Y el día de la fiesta llegó. Mi esposa me advirtió: -Ya está todo arreglado; hoy a la noche van a venir tres hombres. Vamos a cenar, vos los vas a atender: vas a cocinar y a servir todo lo que te pidan y después vamos a gozar ¿Está claro?

-Sí, mi amor, está claro- dije.

No los demoraré con los detalles culinarios, pero hube de encargarme de todo para la cena; cuando llegó el momento, mi esposa me vistió con un traje de mozo de café: -este es el uniforme que vas a usar hoy –dijo- atendé a los invitados que yo voy a cambiarme.

Uno a uno fueron llegando los comensales; todos eran jóvenes y apuestos; me saludaron con un apretón de manos, pero noté cierto desdén, cierta mofa en cada uno de ellos, como dando a entender para que estaban ellos allí: para cogerse a mi esposa mientras yo miraba. Creo que eso era un placer adicional para ellos.

Cuando estuvieron los tres sentados en la mesa, apareció mi cónyuge. Estaba más sexy que nunca; había superado todo lo visto hasta hoy en cuestión de vestimenta, similar a la de días anteriores, pero más osada (medias caladas, minifalda corta, y blusa con escote y transparencias) y con un pequeño detalle que se pudo preciar enseguida gracias a las trasparencias: no llevaba ni corpiño ni bombacha. Los comentarios y silbidos de aprobación no tardaron en llegar. Los hombres hacían toda clase de comentarios soeces sobre el cuerpo de mi esposa y lo que le iban a hacer esa noche. Yo tragaba saliva. Otra vez me vino a la mente ver a mi esposa penetrada por tres hombres y un bulto se formó en el pantalón.

Uno de ellos lo advirtió y comentó señalándome: -Mirá, el más contento es tu marido.

Todos miraron y se rieron: -es un cornudo calentón- dijo mi mujer.

Todos rieron aun más.

Luego de la cena, en la cual fueron subiendo el tono de las bromas y en la que yo pude participar únicamente en calidad de mozo, pasaron al living.

-Vení con nosotros que no quiero que te pierdas detalle- anunció mi esposa.

Lo que siguió después fue de lo más degradante y excitante a la vez.

Los tres ya estaban desnudos y con la pija a media asta. Mi mujer empezó a chuparlos y acariciarlos por turnos. Tomaba una con la mano y se la metía en la boca y hacía lo mismo con los demás. Los tres, para mi desgracia, tenían penes más grandes que loe mío. Mientras ella los chupaba, ellos hacían toda clase de comentarios soeces:

-¡Qué buena está tu mujer, cornudo!

-¡Cómo la vamos a coger!

-¡Te vamos a llenar de leche a la puta!

-¡Mirá bien, carnudo; tal vez aprendas algo! Aunque lo dudo- agregó mi esposa haciendo un alto en una mamada.

-¡Pedílo, cornudo!- gritó de pronto.

-¿Qué pida qué?- pregunté aunque lo presumía.

-¿Cómo qué?- se enojó -¿Tengo que recordarte todo?

-Está bien- asentí y me dispuse a humillarme una vez más –Señores, quiero que se cojan a mi esposa por todos los lados y de todas las formas que a ustedes y a ella le apetezcan. Yo gozaré mucho mirando como sus pijas le llenan todos los agujeros y después me voy a tomar toda la leche que ustedes le dejen.

-Ok, cornudo- dijeron casi al unísono –pero conste que lo hacemos por tu placer y no por el nuestro –agregó uno de ellos y se echaron a reír.

Mi esposa me miró con lágrimas en los ojos: -Mi amor, eso que dijiste fue muy hermoso. Yo sé que lo sentís de verdad. Hoy voy a hacerte más carnudo y más feliz. Mi amor, esto es para vos. Chupámela un poco antes.

Hice lo que me pedía, mientras ella chupaba y acariciaba los penes ya totalmente erectos de los hombres y así estuvimos un buen rato.

-Ya es suficiente- dijo ella.

Salí de la escena y fue ocupada alternativamente por uno y otro. Mientras uno la penetraba, los otros dos le metían el pene en la boca y siempre acompañado por frases soeces: -¡Qué bien la chupa! –¡Cómo se moja está puta! -¡Se nota que le falta una buena verga!

Esperen un poco –dijo mi esposa y le chupó un poco la pija a cada uno, se acercó hasta mí y me dio un beso de lengua impresionante; pude apreciar la mezcla de líquido preseminal de los hombres y mi erección subió aun más. Se puso en la posición del perrito y, mientras uno la penetraba vaginalmente desde atrás, me daba besos en la boca a mí y, alternativamente, chupaba la pija de algunos de los otros dos y otra vez besos a mí y así. Yo estaba a más no poder, pero aun vestido de mozo.

-Quiero los tres a la vez dijo.

Ellos, obedeciendo la orden, se colocaron en posición. Uno debajo de ella, la penetraba vaginalmente, otro, detrás de ella, lo hacía analmente y el tercero gozaba de los beneficios de una excelente mamada.

Mi esposa terminó dos veces mientras se la cogían. Yo no daba abasto a ver cómo entraban todas las pijas en sus cavidades. El primero que llegó fue el de su ano, después el de la vagina y finalmente el de la boca. Mi mujer permitió que le acabara en la boca, pero no se trago el semen, lo dejó escurrir por su comisura y resbaló por su barbilla hasta sus tetas. Yo sabía para qué. En ese momento, y sin tocarme, eyaculé.

-Ahora viene la mejor parte- anunció ella –vamos, carnudo; a tomar leche. Primero acá –completó señalando las tetas.

Lamí cada gota de semen (que era abundante) de sus tetas, su cuello, su barbilla y sus labios), cuando finalicé, me dio un beso de lengua que aun tenía el gusto del semen, y me dijo: -ahora la que hay en el culito.

Así lo hice. Los hombres se reían y hacían comentarios:

-¿Te gusta tomarte nuestra lechita, cornudazo?

-¿Te gusta tomarte la lechita que le dejamos a tu mujer?

Como yo no respondía ella me lo ordenó: -contestá, cornudo.

-Sí, por supuesto.

-Ya lo creo que sí- dijo uno de ellos –y mirá como succiona ¡Qué carnudo es!

Cuando su culo estuvo reluciente, pasé su vagina. Debo decir que a pesar de la humillación, al lamer el semen, mi pene otra vez se había erguido. El semen de su concha era el que estaba más caliente y además, tenía una mezcla de fluidos.

-Sí, mi amor, limpiáme bien y hacéme acabar con la lengua. Demostrále a los chicos cuanto me amás.

-Sí, mi amor, contesté y, obviamente, ella llegó a un nuevo orgasmo.

-Bien, cornudo. ¿Qué falta?

-No lo sé- reconocí.

¿No pensás agradecer?- se ofuscó ella.

Una vez más la ignominia: -agradezco a cada uno de ustedes por darle placer a mi mujer y permitirme tomarme toda su leche y te agradezco a vos, mi amor, por hacerme gozar tanto.

-Excelente, me hacés emocionar- dijo mi esposa -ahora a masturbarse –me ordenó. Lo hice y terminé en escasos segundos.

Ellos empezaron otra ronda de sexo. Yo creí que la situación vívida era el límite, pero las cosas se iban a poner peor, mucho peor.