Reunión de mujeres

Dita, con media sonrisa en los labios le aseguró que eso era señal de que lo estaba haciendo bien. Ella sabía que la razón era que mi mujer se había agachado junto a Lena delante de la polla de mi vecino y las dos empezaban a magrearle el rabo.

Relatos anteriores de la series por orden: Centrando mi objetivo en la piscina. La enigmática vecina de la mirada sexual. Embrujado por la mirada de sexo. El calentón lo pagó mi mujer. El trabajo se complica cuando mi compañera se quita las bragas.

......

Si hubiera podido me habría frotado los ojos. Me costaba creer que realmente estaba viviendo esta situación. También me habría rascado los huevos si hubiera podido. En realidad eso ocupaba la mitad de mis neuronas en ese instante. La otra mitad observaba incrédula la situación.

Estaba encerrado, de pie, en un estrechísimo cajón vertical. Mi polla y mis huevos se colaban por un agujero y colgaban hacia el exterior. El resto de mi cuerpo estaba, ligeramente aprisionado, pero sobre todo oculto a lo que sucedía en el exterior. A la altura de mis ojos un ¿cristal? desde el que podía ver lo que sucedía fuera, pero a través del cual no me podían ver a mí. Era algo parecido a eso que llaman un glory hole, pero no exactamente.

El exterior era el salón de la casa de Dita y allí estaban, además de la anfitriona, mi mujer, Tera; mi vecina, la rubia de las tetas deseadas, Puri; otra vecina de unos 40 años y de muy buen ver, Lena y una recién llegada a la urbanización a la que sólo había visto una vez y que estaba divorciada, Alicia. Yo tenía que estar en silencio y sabía que las cinco podían ver mi polla, pero no sabían quién era su dueño.

Un complejo de perchero me invadía desde hacía rato. Por fortuna ninguna de las mujeres había intentado colgar su bolso de mi rabo. La verdad es que, al principio, habría aguantado los cinco, pero en este momento estarían ya en el suelo.

Imaginaba que la polla que veía frente a mí, en la pared opuesta, pertenecía a otro señor con complejo de perchero. No sabía quién era, pero allí había otro hombre, eso estaba claro, y debía estar en una situación clavada a la mía. Emparedado, en pelotas y con la polla expuesta a las miradas de cinco mujeres maduras que además sobaban juguetes sexuales y empezaban a compartir experiencias.

Las mujeres charlaban animadamente y comparaban el tamaño de los juguetes que Dita les ofrecía con alguno que ya tenían en su casa. Mi mujer jugaba con un vibrador negro de más de 20 centímetros.

  • El que yo tengo en casa es más pequeño, esto debe ser como meterse una estaca -, se atrevió a comentar.

Al oír ese comentario me la estaba imaginando con el coño dilatado por esa polla de látex negro y creo que mi rabo volvió a levantar la cabeza. Una de las mujeres se percató de la situación y le preguntó a Dita si las podíamos oír.

  • Sí -, contestó, - pero tranquilas que nuestras dos pollas invitadas tienen menos intención que vosotras de abrir la boca. Pensad que son otros dos juguetes a nuestra disposición esta tarde, y sin tener que soportar a un baboso añadido, sólo su polla. Un juguete de carne caliente -.

Ahora fue mi vecino de agujero el que sintió el golpe y su polla se levantó orgullosa.

Dita quiso saber si utilizaban habitualmente juguetes sexuales y resultó que todas tenían alguno, la mayoría vibradores, aunque se las veía un poco cortadas al hablar de este asunto.

  • Os podéis imaginar que yo me dedico a vender juguetes, pero no estáis obligadas a comprar nada si no queréis. Sólo quiero que conozcáis mi catálogo y que pasemos un buen rato hablando de sexo y si alguna se atreve, algo más -, explicó.

Dicho esto se levantó, agarró la polla de mi vecino y empezó a meneársela con lentitud.

  • Los juguetes que yo vendo no se pueden probar, no sería higiénico, pero estos sí, garantizado, por eso los he preparado. Que conste que tampoco estáis obligadas -.

Se agachó un poco y se metió la polla en la boca durante unos segundos.

  • Esta está rica, voy a probar la otra -.

Se acercó al lugar donde yo estaba encerrado y la perdí de vista, pero sentí que mi polla entraba en una boca caliente durante un momento.

  • Esta también -.

Yo podía ver la cara de mi mujer y de Alicia y tuve la sensación de que se habían quedado un poco pilladas con las chupadas que nos había obsequiado Dita. Juraría que también se habían excitado, pero no era fácil estar seguro. La anfitriona volvió a sentarse entre las cuatro y les preguntó:

  • Os gusta chupar pollas -.

Joder, no sé qué resultaba más excitante, estar encerrado e inmóvil y con mi aparato expuesto para estas señoras, o la perspectiva de escuchar los gustos sexuales de las cuatro. A mi mujer ya sabía que le gustaba, pero otra cosa era escucharle contarlo ante cuatro mujeres y con otro tío oculto frente a mí.

  • A mí me encanta metérmela en la boca cuando están flácidas y sentir como van creciendo dentro. Eso me excita tanto que me mojo sólo de pensarlo -, se lanzó a explicar Alicia.

Aunque no tenía un rostro muy agraciado tenía un cuerpo atractivo, fibroso, con un poco de barriguita, pero no más de la que suele quedar tras un embarazo. No es que hasta la fecha me hubiera llamado la atención demasiado, pero mi mente ya estaba empezando a imaginar situaciones morbosas con ella.

  • Pues yo disfrutó sintiendo como se pone dura, como una piedra, cuando mi marido se va a correr -.

Esto ya lo había escuchado antes, era mi mujer la que se lanzaba a contar en público nuestras intimidades.

  • Es verdad - matizó Lena - a mí también me pone mucho eso, aunque no me agrada el sabor del esperma. Pero te lo agradecen tanto… que después haces con ellos lo que te da la gana -, concluyó entre las risas cómplices de las otras cuatro.

  • ¿Y tú? No te atreves a contar nada -, le pregunto Dita a Puri, la rubia de las tetas grandes.

  • Pues... la verdad es que yo… nunca he chupado una polla, siempre me ha dado asco. Mi marido me lo pedía al principio, pero ahora se ha olvidado del tema -, se explicó algo ruborizada la poseedora de las tetas que habían calentado mis pensamientos de mirón durante el verano.

  • Eso no te lo crees tú ni loca -, se lanzó irónica Alicia - ten cuidado no sea que tu marido haya encontrado a otra que se la chupe -.

La cara de Puri se cubrió de una máscara de asombro, incredulidad y cierta sospecha.

  • no lo creo, ¿no? -.

  • Chica, yo no pondría la mano en el fuego, pero igual tu marido es distinto. Aunque, para ser sincera no conozco a ningún hombre que no pierda los papeles cuando le hacen una buena mamada -, suavizó un poco, no mucho, Dita, que pareció darse cuenta de que Puri se estaba empezando a mosquear un poco.

  • La verdad es que me ha gustado antes, cuando... bueno, cuando... te metiste en la boca las de estos dos, pero no sé si yo sería capaz de hacerlo, no sé cómo -.

  • Eso lo solucionamos, pero ya. Te voy a dar una clase particular gratis y si alguna quiere colaborar, mejor, porque creo que vosotras no necesitáis lecciones -, dijo Dita.

  • Bueno, nunca está de más aprender algo nuevo -, contesto Tera.

Dita se levantó y cogió de la mano a Puri. Se dirigió hasta donde estaba mi compañero de uso

  • Fíjate en lo que hago y después si te apetece pruebas tú -.

La polla de mi afortunado vecino se había puesto como un misil.

  • Ya os dije que podían escuchar lo que hablamos y se ve que no les disgusta -.

Dicho esto, Dita agarró el rabo con fuerza y empezó a moverla de arriba abajo, primero suave y después con más energía y velocidad. Con la lengua le dio varios lametazos en la cabeza y recogió el líquido preseminal.

-Esto está saladito y algo gelatinoso. A mí me encanta -.

Inmediatamente se metió la cabeza del nabo en la boca y con ella dentro le explicó a Puri que empezaba a acariciarlo con la lengua

  • Esto les vuelve locos - le entendí con cierta dificultad. Siguió así unos segundos y de repente se tragó la polla casi entera y empezó a mover la cabeza adelante y atrás.

  • Así es como si le masturbaras, haces presión con los labios y cuando te apetezca vuelves a bajar el ritmo, o a subirlo. Le agarras de los huevos o se los chupas. Lames el tronco de arriba a abajo. Ya verás que reacciona a cada movimiento que haces y sabrás cuando disfruta más y menos - Dita se sacó la boca de la polla - ¿Te atreves a intentarlo? -.

Puri dudó, miró a sus vecinas que le instaron a probar.

  • Al fin y al cabo no lo va a saber nadie, nosotras no lo vamos a contar y seguro que tu marido lo va a agradecer -, le dijo mi mujer.

  • Vale, lo intentaré, espero no hacerle daño -. Se agachó y se acercó a la polla para que Dita le dejara un sitio.

  • No, mejor prueba con la otra, no sea que se nos enfade, además, a éste ya lo he calentado demasiado y no es plan de que a las primeras de cambio se corra en tu boca -.

Casi pegué un brinco de emoción. Creo que incluso se me escapó un gritito, aunque no lo suficientemente audible. Vi cómo se levantaba, se dirigía hacia mi posición y se agachaba. Creo que estaba temblando, yo. A ella dejé de verla. Al instante sentí su mano agarrarse a mi polla, dura como el granito. Las otras cuatro mujeres se habían acercado hacia mi posición y estaban a su lado. Sólo podía ver a Dita que las observaba con la mano aun agarrando la polla de mi vecino.

  • ¿Porque no os acercáis alguna hasta ésta y os encargáis de ella? - incitó Dita.

Rápidamente vi aparecer a Lena que se dirigía hacia la polla de mi vecino.

  • Vente tú también, Tera, y así estamos mejor repartidas -.

Entonces sí que se me puso como una piedra y creo que Puri, que me estaba empezando a dar lametazos en el tronco notó el cambio, se echó un poco atrás y dijo

  • Se ha hinchado más sólo con rozarla con la lengua -.

Dita, con media sonrisa en los labios le aseguró que eso era señal de que lo estaba haciendo bien. Ella sabía que la razón era que mi mujer se había agachado junto a Lena delante de la polla de mi vecino y las dos empezaban a magrearle el rabo. De repente casi no recordaba que la rubia de mis sueños húmedos me estaba chupando la polla, sólo veía a mi mujer a punto de hacerle una mamada a otro tío delante de mí.

¡Será guarra!, pensé por un momento, pero descarté ese arcaísmo. Joder, yo estaba haciendo algo parecido y además, me estaba calentando como nunca.

La boca de Puri me arrancó de mis reflexiones, bueno eso creo, porque a su lado estaba Alicia y en realidad no sabía cuál de las dos se la había metido de golpe en la boca y estaba empezando un sube y baja que me puso cardíaco. Sí supe quién era cuando noté que dos lenguas jugaban al mismo tiempo con mi capullo. Me estaban haciendo una mamada a dos bocas y juraría que se iban turnando para tragársela.

Podía ver con claridad como la cabeza de Tera se movía adelante y atrás y se tragaba la tranca de mi vecino mientras Lena, agachada junto a ella, la agarraba del culo a mi mujer. Las dos se abrían hueco a empujones para mamar la polla que salía del agujero. Cuando se cruzaban, se volvían una a la otra y se morreaban intercambiando los jugos del rabo afortunado. Quería intuir que lo que estaría viendo mi vecino sería algo parecido.

La situación se había calentado hasta un límite que jamás habría sospechado. Tanto, que ninguno de los dos aguantamos mucho más y liberamos la tensión con una corrida generosa, doble. La mía la sentí y sé que alguna boca se encargó de recogerla. La de mi vecino se liberó dentro de la boca de mi mujer hasta que Lena la apartó para terminar de recibir la siguiente oleada de leche. Entre las dos limpiaron cualquier resto de semen de la polla y se enredaron en un beso intercambiando el líquido que cada una había recibido.

  • Creo que os ha gustado el juego - soltó Dita cuando vio que se había terminado todo. - Limpiaos un poco y si queréis llevaros algún juguete es el momento de elegir. Espero que hayáis disfrutado, especialmente tú, Puri, y que no sea la última vez que chupas una polla -.

La rubia se sonrojó. Se limpió un poco de semen que le había quedado en la barbilla y se chupó el dedo con una sonrisa.

Estaba exhausto, física y mentalmente. Necesitaba asimilar lo que había sucedido y me desconecté un momento mientras las mujeres se despedían con los juguetes que cada una había elegido. No sé lo que compró mi mujer, pero llevaba una bolsita en la mano.

Cuando terminaron de marcharse Dita se acercó hasta el lugar de mi encierro y me dejó salir. Fui a buscar mi ropa sin cruzar una palabra con ella, en realidad creo que no llegué a mirarla. Me sentía un poco avergonzado. Cuando volví Dita había abierto la puerta del escondrijo de mi vecino y me encontré frente a mí en el salón, en pelotas. La hija de puta había preparado la salida para que nos encontráramos y pudiera ver la cara del tío al que mi mujer le había chupado la polla con ansia. Era Ramón, el marido de Puri, la rubia de mis sueños húmedos.