Reunión de antiguos alumnos

Tras diez años, nuestros protagonistas se reencuentran. El protagonista y su mujer, un matrimonio liberal, tienen cuentas que saldar con la que en su día fue una virginal jovencita. Puedes seguirme en mi twitter: @MLilyMiller

  • ¿Estás lista?

  • Ya voy, pesado, ya voy.

Lucía llevaba al menos dos horas arreglándose en el baño, y yo comenzaba a impacientarme. Hoy se celebraba la reunión de antiguos alumnos del instituto, y ella se había empeñado en ir. A mí, personalmente, me importaba más bien poco qué habría sido de aquella panda de desgraciados desde que nos graduamos hacía ya diez años, pero Lucía había insistido, y las mujeres saben ser muy persuasivas. Aprovechó uno de nuestros juegos sexuales para proponerlo, y yo, con toda la sangre en el pene y éste en su boca, no fui capaz de negarme. Creo que por eso me casé con ella. La primera vez que me la chupó y comprobé lo que sabía hacer con aquella boca juguetona... Dios, le habría dado mi número de cuenta y las llaves de mi coche en aquél preciso instante. Así que cuando empezó a dibujar círculos con su lengua en mi glande, alternándolos con sutiles caricias, y sugirió que quería acudir a aquella estúpida cena, acepté a la vez que eyaculaba con fuerza, y mi semen llenó su boca con el sabor de la victoria.

Por fin salió del baño, con un ajustado vestido negro que apenas cubría su trasero.

  • ¿A quién pretendes seducir así vestida? - pregunté, notando una erección.

  • A todo el que sepa apreciar este cuerpazo - respondió guiñando un ojo.

Pasó a mí lado contorneándose con la suficiente lentitud como para que yo pudiera acariciar uno de sus muslos. Esto le hizo sonreír y detenerse, exhibiendo su voluptuoso cuerpo. No llevaba sujetador, y sus pezones apuntaban hacia mí, provocándome. Saqué uno de sus pechos y lo lamí con suavidad. Mordisqueé el pezón y esto le arrancó un gemido de deseo. Se arqueó un poco, ofreciéndolo, y yo lo acepté. Lo succioné con fuerza mientras ella gritaba y rodeaba mi cuello con los brazos, hasta que, algo después, me pidió que la follara. Le di la vuelta e hice que se apoyara contra el brazo del sofá.

  • ¿Sabes que te la voy a meter por detrás por haberme hecho esperar tanto, verdad?

  • Lo sé - respondió con la voz rota por el deseo.

Humedecí mi pene con saliva y lo introduje despacio, pero estaba tan excitado que en pocos segundos comencé a penetrarla con fuerza. Lucía gemía y se acariciaba el sexo, llegando al orgasmo incluso antes que yo, que eyaculé segundos después. El semen corrió por su trasero y se lo limpié con la mano. Ella lo lamió un poco de mis dedos, mirándome sin pestañear.

Diez minutos después estábamos de camino, ella tendida en el coche, con la melena negra algo aborotada y su mirada verde satisfecha y complacida.

Llegamos en media hora al restaurante. Estaba situado a las afueras de la ciudad, y era de ambientación rústica. Con las paredes de ladrillo y el techo de madera, parecía demasiado informal para una gala de ese tipo.

  • En la tarjeta exigían media etiqueta - Se quejó Lucía - Y mira qué antro. Seguro que lo ha elegido Gloria Martin, ¿La recuerdas? Esa zorra tenía un gusto infernal. Y este vestido me ha costado muy caro, ¿Sabes? - Se lamentó.

  • Luci, Luci... - la calmé. - Ni siquieras llevas bragas. No nos hagamos los elegantes ahora.

Lucía se echó a reír y entró en el local, saludando a gritos.

Cuando todos nos habíamos abrazado y puesto al día, ya era la hora de cenar. Nos tocó en la misma que a Gloria y su marido, que se follaba a Luci con los ojos. Ella lo notaba y disfrutaba con ello. Lucía adoraba que los hombres admiraran su cuerpo. Era de esa clase de mujeres que se pone un escote con la finalidad de levantar pasiones (y otras cosas), y lo consigue con creces. También estaba Elena, mi novia en aquella época. Jamás me permitió tocarle un pelo. Salimos durante un año y tenía que masturbarme dos veces al día como mínimo para soportar la presión. Elena ahora tenía cinco hijos de tres padres distintos. Así que cuanto menos, era irónico. De cualquier modo, seguía teniendo el culo tan bien puesto como antaño, y una melena de leona de la que daban ganas de tirar. Lucía descubrió el deseo en mi mirada y, como respuesta, me acarició el pene con fuerza por encima de los pantalones, que respondió a sus caricias endureciéndose del todo. Durante varios minutos lo acarició de forma regular, adivinando su forma y rodeándolo con los dedos mientras aumentaba el ritmo y la fuerza de sus caricias y yo miraba a Elena imaginando en pagarle con semen todas las veces que tuve que volver excitado a mi casa y aliviarme en mi dormitorio.

Después de la cena había barra libre, así que me serví un Jack Daniels y me dispuse a charlar con ella.

Lucía me sonreía desde el otro lado de la sala de baile, animándome, mientras se dejaba acariciar más de la cuenta por el marido de Gloria, aprovechando que ésta estaba en el baño. Con diferencia, mi mujer era la más hermosa que había en aquella habitación. No teníamos hijos, así que su figura tonificada se mantenía firme e intacta. Desprendía erotismo y sensualidad y, a pesar de no tener unos pechos enormes, sabía sacarles partido con un buen escote. Por Elena, sin embargo, sí que habían pasado algunos años. Podía notarlo en las arruguitas que se le dibujaban en las mejillas al sonreír. Y también podía notarlo en sus ojos. Su mirada castaña denotaba paz y descanso. Tenía una luz que parecía trasmitir que estaba por encima de todo aquello. Y eso me excitó aún más. Apuré el Jack Daniels y caminé los metros que aún me separaban de Elena. Me recibió con una sonrisa sugerente, echándome un vistazo rápido de arriba a abajo, y lo que vio pareció gustarle.

  • ¿Cómo va la noche, bien? - pregunté.

  • De las vistas no puedo quejarme. - admitió, ruborizándose levemente.

  • Tú también te conservas muy bien.

  • No tanto como Lucía - apuntó, perspicaz.

  • Lucía es un caso a parte, es imposible negar eso. Pero tú, Elena, cuentas con esa atracción encantadora que sólo puede otorgar el tiempo.

Durante un largo rato seguimos pidiendo copas, riéndonos, recordando anécdotas que el pasado había ido cubriendo y que ahora volvían nítidas a la memoria cercana. Ella reía sin parar y yo, bueno, yo la escuchaba sólo a medias, porque la idea de abrirla de piernas allí mismo y follármela contra la barra comenzaba a ser demasiado fuerte. En un momento acaricié su antebrazo y la miré fijamente en silencio. Ella, también callada, supo responderme con la mirada. Buscamos un lugar más íntimo y encontramos la despensa del restaurante. Puse unas cajas de cerveza delante para evitar interrupciones, y me volví hacia Elena, que se movía con impaciencia.

  • Desnúdate. - Le dije con seriedad.

  • Nos desnudamos los dos - respondió acercándose, con intenciones de besarme.

Pero yo me aparté y la alejé con los brazos.

  • No. Desnúdate tú. Quiero verte.

Y quería verla. Ahora hablaba el adolescente. Hablaba el idiota que no paraba de masturbarse porque su novia nunca dejaba que la follara, el que eyaculó por primera vez en la boca de una mujer a los dieciocho años. Hablaba el tiempo. Hablaban las espinas.

Comenzó a desvestirse despacio, quitándose el vestido de fiesta, los zapatos y las medias, y quedándose en ropa interior frente a mí. Descubrí que tenía una cicatriz de cesárea en su vientre.

  • Quítate el resto - exigí.

Ella apartó la mirada, sin obedecerme.

  • Elena - la llamé - Quítate el resto.

Se desabrochó el sujetador y lo dejó caer al suelo con rapidez, bajándose las bragas con una sola mano, mientras que con la otra trataba de cubrirse. Se enderezó, tapándose ambos pechos con los brazos y cruzando una pierna sobre otra. Me disponía a hacer que me los mostrara cuando alguien intentó abrir la puerta de la despensa. Lo hizó con tanta fuerza que consiguió mover las cajas de cerveza unos centímetros.

  • ¿Quién es? - Bramé. La idea de volver a quedarme a medias con Elena me enfurecía.

  • Soy Lucía, abre.

Dudé unos instantes, pero la dejé pasar. Lucía miró a Elena con interés, mientras yo volvía a colocar las cajas y añadía algunas más. Abracé a mi esposa por la espalda y acaricié su sexo. Elena tenía las mejillas teñidas de vergüenza y no se atrevía a mirarnos. Lucía se acercó a ella y se agachó. Acarició su vientre con la palma de las manos y pasó su lengua por la cicatriz de Elena, quien al fin apartó los brazos y dejó los pechos descubiertos. Los tenía más grandes que Lucía, pero no tan llenos. Me acerqué a ellas y mientras que con una mano acariciaba el pelo de Lucía, con la otra apretaba el trasero de Elena, que acabó por descruzar las piernas y descubrir su sexo. Me desvestí mientras mi mujer besaba a Elena, que parecía perdida, pero excitada. Lucía siempre producía el mismo influjo en las personas, esa necesidad de descubrirse ya fuera física o emocionalmente. Me uní a ellas y Lucía se quitó el vestido con rapidez, animando a Elena a inclinarse y disfrutar de mi pene junta a ella. Ambas se besaban con pasión, acariciando mientras mi glande con sus lenguas, y yo tuve que agarrarme a una estantería para no caerme. Elena comenzaba a soltarse, a estar ansiosa, deseosa de Lucía y de aquella nueva experiencia, y comenzó a masturbarla sin dejar de lamer mi pene. Acabé por ponerla a cuatro patas y penetrarla con fuerza, mientras Luci se situada delante, tumbada y abierta de piernas frente a ella. La embestía con fuerza y el coño de Lucía, que se movía también contra su boca, recibía su lengua y sus gemidos. Cuando noté que estaba a punto de eyacular, las hice ponerse de rodillas frente a mí y besarse de nuevo. Quería eyacular en sus besos y así lo hice, y disfrutaron el semen que se mezcló con sus lenguas.

Exhaustos, nos vestimos de nuevo. Cuando volvimos a la sala de baile descubrimos que muchos se habían ido ya, y Lucía y yo decidimos también volver a casa. Nos despedimos de Elena (Lucía lo hizo con un húmedo beso) y prometimos volver a vernos en la siguiente reunión.