Reunión de amigas

Se reúne un grupo pequeño de chicas preguntando por zoofilia y terminan iniciándose en ella

REUNIÓN DE AMIGAS

Pasaron varias semanas después de aquella reunión con Ceci, la chica de la veterinaria. Una tarde recibí su llamada, la tenía olvidada, solo recordaba aquella sesión con el Tucán, que no se me podía quitar de la cabeza. Recordaba a esa chiquita bonita siendo montada por un can muy grande, hermoso y con un miembro grande y a ella haberlo recibido y gozado, la envidié.

Su llamada era para invitarme a una reunión en su casa. Una reunión realmente para presentarnos algunos productos para mujeres. No me interesó, ni los productos y ni el recuerdo de aquel perro tan hermoso, pero al decirme que Gina ya había confirmado su asistencia, así como otras chicas con intereses afines a nosotras, acepté asistir y ofrecí llevar un pastelillo.

Seríamos una 15 personas, todas ellas entre sus 20 o 30 años, muy agradables  la mayoría. La sesión de ventas terminó y quedamos solo 6 chicas, Gina, Ceci, yo, la anfitriona, Rebe, y dos más, Lupita y Georgina.

Cada una comentó de sus empleos, yo estaba terminando mi carrera. Una de ellas, Georgina, maestra de secundaria, comentó de la dificultad que ha tenido para responder algunas preguntas de sus alumnos, y la peor, de hacía unos días, fue la de explicar zoofilia.

A todas nos interesó el tema. Las tres que yo consideraba las que sí habíamos tenido contacto con la zoofilia callamos en un principio. Rebe trajo su laptop y consultó el significado, que conocíamos, pero Ceci le preguntó cómo se los explicaría.

“Tu, que convives con tantos animales y los amas, ¿cómo les dirías?

“Muy sencillo, es el amor, o deseo de amar a los animales.”

“¡Pero va más allá que el amor espiritual!, ¡solo ve los videos!” Dijo Rebe

“¡Es, además del amor espiritual, el sexual!” dije yo

“¡El sexual es primero, después viene el enamoramiento!” agregó Ceci

“¿Tu que adoras a tus perros, es que primero hiciste sexo con ellos?”

“¡Zoofilia es sexo con animales!” dijo, de repente Lupita, que se había mantenido callada.

“¿Pero ¿quién lo llega a hacer? Tendrían que amaestrar a perros para que lo aceptaran.”

“Cualquier perro está dispuesto a hacer sexo con mujeres.”

“¡Me gustaría confirmarlo!” Dijo Rebe, la anfitriona.

“¡Pruébalo cuando desees!”

“Lo pensaré, sería con mi perro, Dóberman. Nunca me ha dado muestras de que quiere sexo conmigo.”

“¿No lo notas? El que busque tus caricias es su invitación” Le dije

“¡Se está poniendo interesante la reunión, a mí me encantaría presenciarlo!” dijeron todas.

“¡Silvia es la que más sabe, la que nos ha enseñado!” Dijo Gina.

“Yo me he empapado del tema y fijado en las dificultades y errores que cometen al forzar e sus perros.” Les dije

“¡De veras, ella nos ha ayudado y enseñado, tiene mucha teoría!” dijo Gina

“¡Ah, entonces tu ya has hecho sexo con tu perro, y ustedes también!” dijo repentinamente Lupita, que había estado callada casi todo el tiempo.

“¿A ti, no te gustaría hacerlo también? Le preguntó Gina.

“Creo que no, pero ¡hay chicas! tengo curiosidad de saber cómo lo siente una mujer, un miembro de perro dentro. Ni siquiera he tenido sexo con alguien fuera de mi marido.”

“¡Riquísimo, prueba una vez, te gustará tanto que lo vas a querer repetir!” le dijo Ceci.

“Saben, creo que mi perro sí quiere hacer sexo conmigo, constantemente me mete su cabeza entre las piernas y, si no me equivoco, hasta me lame mi cosita.”

“¡Ándale, prueba y confirmas qué es lo que desea tu perro! ¿Como se llama y de que raza es?”

“Es mezcla entre pastor y otro, y se llama Pipo. Pero lo tengo muy consentido, me lo dejó mi ex, cuando nos divorciamos.”

“¡Se le va a hacer a Pipo! ¿Cuándo quieres hacer la prueba?” Dijo Gina

“¡Ay, ya, solo el pensar en él y en la plática de ustedes me ha puesto muy caliente! ¿Quién me enseñaría?”

“Cualquiera de las tres, la que tu prefieras.” Le dije

“¡Yo me apunto!”

“¡Yo también, y creo Silvia debe de supervisar y dar las instrucciones!” dijo Ceci

“¡Vamos a mi casa las que quieran, las invito! ¡Quiero ver si eso es posible!”

Las seis aceptamos ir a la casa de Lupita, la más alborotada era la maestra. Rebe llevó a su Dóberman.

Una casa muy bonita, con una sala amplia. Al llegar su Pipo nos recibió a todas con monerías. El Dóberman entró y se mantuvo detrás de las faldas de su dueña, como acobardado.

“¿Qué necesitaremos para la sesión? ¿Gustan, para empezar unas cervecitas?”

“¡Claro, unas chelas para bajar la tensión! ¡Pero ándale, tu ponte cómoda, ponte una blusa gruesa y unos chones fácil de quitar!” Aconsejó Ceci.

Las cervezas se sirvieron mientras Lupita regresaba. Vestía una blusa de jersey azul claro que le cubría hasta sus caderas, y los calzones, que había recomendado Ceci, blancos, como de tela de algodón.

Ceci la inició diciéndole que se familiarizara con su perro. Lupita lo jaló hacia ella y le acarició la cabeza. El Pipo apoyó su cabeza sobre su muslo, al sentir que su ama lo seguía mimando comenzó a lamerle los muslos y poco a poco movió su hocico hasta llegar a la entrepierna de Lupita y comenzó a darle empujoncitos y lengüetazos a su cosita. Según Lupita, nunca se le había enseñado a hacerlo.

De los empujoncitos siguieron lamidas, con desesperación, ya a su cosita. Los calzones ya estaban empapados, así que me arrimé a ella y, al principio, se los hice a un lado, el Pipo no paraba de lamer, a veces mi mano y a veces los labios de Lupita.

“¡AY, AY SÍGUELE, MÁS … ¡” Le gritaba al pobrecito de Pipo.

Se me ocurrió sobarle el vientre al Pipo y reaccionó repentinamente, lamia la conchita de su ama y a la vez hacía movimientos de copulación.

Gina y Ceci lo acariciaban, pero Georgina, la maestra se puso de rodillas y le tocó el bulto que cubría el pene y éste hizo su aparición inmediata. Con dos dedos le tocó la punta roja, Pipo se emocionó y dejó le saliera algo de su líquido, la maestra lo recibió y palpó, checando si era semen.

El Dóberman de Gina se acercó a la escena. Lo acaricié y como estaba yo de rodillas en el piso, frente a la aprendiz, me puso las patas delanteras sobre los hombros. Me agaché poniendo los codos sobre la alfombra, en una posición perfecta para que me cogiera. Me enderece, yo vestía solo una faldita, así que me quité mis pantis. Sin más ni más, recuperé la posición de perrita y lo invité a que se me montara.

Lupita hizo lo mismo con su Pipo y éste comenzó a hacerle los intentos de metérsela, lastimándole los muslos y hasta su ano.

“¡CUIDADO, HAZLO QUE TE LA META SOLO POR DELANTE, NO TE DEJES POR EL ANO, ¡TE VA A LASTIMAR MÁS, EN OTRA OCASIÓN LO PRUEBAS POR AHÍ!” y con la mano se lo guiaba para que se lo metiera en su vagina.

También Gina, junto con Georgina y Rebe ponían atención de la monta del Pipo.

Yo aprovechaba el momento, dándole ejemplo a Lupita de cómo se debería de poner para que Pipo lograra metérsela.

Mientras tanto el Tucán, el perro de Gina, ya había tomado posesión y me tenía ensartada. Su pene me entraba y salía sin equivocación, yo cada vez más perdida, solo oía lo que le indicaban a Lupita. Ví que Rebe se había animado y le tomaba el pene al Pipo y se lo guiaba a la vagina de Lupita, desesperándose de que no se lo lograra meter.

Entre mis momentos de lucidez le dije que tuviera paciencia, que él iba a aprender, así como ella, pero que se agachara, pusiera los codos en la alfombra, parara sus nalgas y solito resbalaría y entraría.

Yo estaba ya en mi orgasmo pidiéndole al Tucán que bombeara más, que me llenara de su lechita. Parecía que éste entendía y volvía a bombear. Al fin me metió su bola, más grande de lo que yo ya conocía y me dolió, pero cuando la tenía yo dentro, cada vez que me hacia el movimiento de penetrarme más, yo sentía otra descarga de su semen dentro de mí, calientito y sabroso. Así nos mantuvimos mucho tiempo, gocé lo más rico. Me llenó de su semen que sentía como me entraba cada vez más, con sus palpitaciones. Él también estaba gozando, se esmeraba en darme empujones y trataba de metérmela más, a pesar de que su bola estaba dentro. ¡QUE LINDO PERRO!

Mientras tanto Lupita ya estaba ensartada, el Pipo bombeaba y bombeaba tal vez tratando de meterle su bola. La veía y más excitación sentía yo que estaba ensartada, con la bola del Tucán dentro y escurriéndome semen entre las piernas.

Pensé decirle de la bola, pero ya mis alumnas le habían advertido de que se la iban a meter, que si le dolía o no quería tenerla dentro, que les dijera.

“¿La bola? ¿Qué se la tiene que meter? ¿Le va a DOLER?” Preguntó Rebe.

“Los perros se vienen si te meten su bola dentro de tu vagina, es más gruesa que su pene, duele, pero ya dentro ¡ES COMO ESTAR EN EL CIELO!” Le aseguró Ceci.

“¡Pero si quieres puedes evitar que te la meta, por lo menos por ser primera vez! ¡Tu dirás!” le dijo Gina.

“¡Yo necesito más, déjalo como sea, yo te aviso!” le contestó Lupita con la voz temblorosa.

“¿Tú te dejaste que el Tucán te metiera su bola desde la primera relación?” le preguntó Ceci a Gina.

“Sí, claro. Ni sabía lo que iba a ser, la tiene muy grande y si me llega a lastimar un poco. ¿Del Gran Danés, tú te dejaste te entrara?, nos daba miedo de lo grandote que es. Te escogiste al perro que todas desearíamos nos cogiera.”

“Si, me dejé me metiera su bola, no nos podíamos despegar después de no se cuánto tiempo, dolió mucho al entrar y más al salir. ¡No te imaginas como me dejó de jodida por varios días, pero lo volvería a repetir, estuvo fabuloso! Pero a ti también te tiene que haber ido medio lastimada, al Tucán se le ve una bola enorme” dijo Ceci.

“¿Escogiste al Gran danés por grandote, por el tremendo pene que tiene, lo querías probar dentro de ti?

“¡No, él se me encariñó, tardamos mucho tiempo en llegar a hacer sexo! ¡Claro, me daba un poquito de miedo siquiera pensar en cualquier relación íntima viéndolo tan grandote, pero como que él se daba cuenta y me apapachaba constantemente y esa relación ya exigía una acción más íntima! Cuando lo hicimos él cambió de pasivo a juguetón. Al día siguiente no hicimos sexo, me dolía mi vagina, él lo comprendió, pero dos días después no la perdonó. Jugó conmigo, con mi cuerpo. Me lamió toditita. ¡No te puedes imaginar lo que se siente que la laman a uno todo el cuerpo, los pechos, la cara, el ano, toditita! ¡Me dejé me hiciera todo lo que quería, me tomo como su muñeca y me rodó! Al fin de cuentas me empiné, estando de pie, solo deteniéndome de la mesa con las manos y entró riquísimo, como con mantequilla, los dos estábamos ya muy lubricados. Bombeó muchas veces, lo sacaba, lo volvía a meter, cada vez chorreaba algo de su secreción, o mía. Al iniciar meterme su bola, como que lo pensó, o esperó que yo lo animara. Bombeó suavecito y la lubricación ayudó a que resbalara. En una de esas, me voltee boca arriba, recostada sobre la mesa, para ver que hacía y éste, estando así, se me subió y me la metió sin trabas, bombeó más y cada rato, cuando le pasaba mis piernas por su espalda, paraba, su pene palpitaba dentro de mí, le bajaba las piernas y volvía. Esto lo repetí y me di cuenta de que así alargué mi orgasmo y a él le encantó. Yo le abrí mis piernas lo más que pude y en eso su bola me entró. No sé si se sorprendió de gusto o pensó darme más, se quedó quietecito, su bola palpitando y eyaculando cantidades enormes dentro de mí.

¡HAY MANITA, YA NO LO TENGO MÁS!”

El Dóberman seguía dando vueltas y metiendo narices en nosotras. Rebe, su dueña traía puestos unos pantalones, bloqueando toda inspiración del pobre perro, pero a iniciativa de todas, se los bajamos y dejamos que su perro aprovechara y le diera unas lecciones a su dueña.

Éste no nos defraudó, dio un par de vueltas y fue con su dueña buscando caricias.

Ceci, la más preparada en el manejo de perros fue a la que le encomendamos el papel de animadora, lo abrazó del cuello, le jaló la cabeza hacia ella y le acarició el hocico. El Dóberman acepto ese tratamiento y le subió una pata a su hombro. Hasta ese momento yo no sabía su nombre.

Ceci le hablaba y le detiene la pata en su hombro, logrando que éste le diera más acceso a su vientre y su pene. Ceci se lo sobó por un rato, el perro reaccionó lamiendo la cara a Ceci, le puso la otra pata en su hombro.

Ceci se dejó caer de espaldas, sobre el sofá y éste la lengüeteó y lamió sus muslos y su cosita. Ella se bajó rápidamente los pantis y se recostó nuevamente boca arriba, con las piernas lo más abiertas que podía, ofreciéndole su cosita. Se dejó que le metiera la lengua en su vagina, pero en ese momento reaccionó y llamó a Rebe, la dueña del Dóberman.

“¡Es todo tuyo este goloso, depravado, cuya dueña no se da cuenta de tus deseos y necesidades, eres lindo y eres lo que cada mujer desearía tener!” y lo besó y acarició.

La pobre de Rebe no sabía que hacer, entonces entre Ceci y las otras dos chicas, le bajaron los pantis y casi la obligaron a que se le entregara a su perro.

“¡Ven con mamita, estas mujeres te quieren raptar, tu mamita ya va a darte su pepita cuantas veces la quieras! ¡ven y ahora hazme lo que quieras! ¡PERO HAZLO, VEEEEN”

Lo jaló, se recostó de espaldas en el sofá y el Cuyo inmediatamente fue a atender su deseo. Se le metió entre las piernas y por un rato largo le estuvo metiendo su lengua entre sus labios causando que Rebe llegara a un orgasmo, se retorcía y bamboleaba de un lado a otro.

Y le llegó el momento, el Cuyo ya solo deseaba vaciar su semen en alguna pepita sabrosa. Subió sus patas hasta los costados de Rebe, rasguñándola tremendamente. Ella ni protestó. Acomodé a Rebe de tal manera que sus pompas quedaran a la orilla del sofá, el Cuyo consideró que era una posición aceptable y se concentró en hacerla feliz. Hizo muchos intentos, en uno de ellos sí logro meter su pene en el hoyito que lo esperaba, pero después de unos bombazos se le salió.

“Ten paciencia Rebe, se está preparando para lo bueno.” Le dije y le dije que se volteara en posición de perrito, lo hizo y en ese momento el Dóberman, ya con su inspiración recuperada, le buscó el punto precioso, le lamió por un rato y se abalanzó, ahora sí, decidido a que le entrara. Se montó sobre sus nalgas e inició sus movimientos de copulación, intensísimos, pero sin meta. Le detuve el pene, ya en ese momento estaba en su plena longitud y se lo guie a lo más rico de Rebe, ese hoyito precioso. Maricela, que había estado de espectadora, me preguntó si se le podía chupar el pene.

“¡Ándale, aprovecha y lubrícaselo que a Rebe le va a gustar más!” Se lo metió en la boca, lo sintió y al sacárselo me lo entregó diciendo que era mío. Ella estaba explotando de calentura, atestiguar lo que ella había tenido en su mente la volvía loca. Rebe la jaló y le dijo que si funcionaba, un día de estos se lo iba a prestar.

Rebe ya en posición de perrita ya estaba desesperada. Sintió las dos patas delanteras del Cuyo a sus costados y le jalaba, por debajo, entre sus piernas, una pata, forzándolo a que se la metiera.

El Cuyo no podía, no le dejaban libertad para montarse y le dije a Rebe que se calmara. Le separé más las rodillas, le metí unos dedos en su vagina y se los restregué entre los muslos. Su entrada quedaba más a la altura y el Cuyo no se dejó esperar, se le subió e inmediatamente inició sus movimientos desesperados, dejando su pene sobre la espalda de Rebe.

Le tomé su pene y se lo dirigí a sus labios. Rebe explotó, pero en ese momento aún no se la había metido, solo la puntita. Después de otras vueltas, el Dóberman desesperado se le montó, se movió y la lastimó bastante, pero logró insertarse, usaba la alfombra para detenerse y no resbalar.

“¡ESTA DENTRO, LO SIENTO MUY BIEN, QUE BUENO, RICO, MÉTEMELO MÁS, ¡PERRITO MIO!” gritó.

Efectivamente, sí se lo metió. Rebe cayó y solo los pujiditos de ella se tenían. La observamos todas, las que veían esto por primera vez no sabían cómo ocultar su excitación, Maricela y la otra chica se abrazaron, creo que se manosearon, se mantuvieron quietecitas sentadas en el sofá, complaciéndose mutuamente. Yo rebosando de felicidad al verlas, sentía como otro triunfo mío.