Retrato de una lolita: capítulo 9. Fran

Laura conoce a un personaje esencial en su vida.

RETRATO DE UNA LOLITA: CAPÍTULO 9. FRAN.

Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.

https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar

CAPÍTULO – 9 – FRAN

Como ya he dicho, Fran es un personaje imprescindible en mi historia que durante esos cuatro años permaneció en la sombra. Sabía que existía, éramos amigos/conocidos del barrio, pero nunca había ido más allá. Solamente aquella conversación en el bus desde Príncipe Pío en la que me hizo el enigmático comentario sobre que iba a ser muy importante en su vida.

La primera vez que vi a Fran fue con mi amiga Gema. El salía con ella. Vivía al otro lado del río, en la parte rica que llamábamos los del barrio, muy cerca de Ricardo.

En una época, Fran (como todos los del barrio) coincidía con todos en los bancos de los parques donde bebíamos

litronas

. Él pertenecía  a la pandilla de los

pijitos

, aunque en esos primeros años todos nos conocíamos y siempre estábamos mezclados unos con otros.

Fue una de esas noches donde entablamos más conversación. Fran era un chaval guapete, tranquilo, de esos que hablan en el momento oportuno y llaman a las cosas por su nombre, que dicen la verdad. Al tiempo, gracioso y cachondo en la cercanía, con un conjunto que transmitía.

Aquella noche de verano, acabamos los dos solos, compartiendo una

litrona

, hablando de las cosas trascendentales que se hablan a esa edad. De Gema, mi amiga, su novia, de nuestros rules juntas en patines, de nuestros culos sobre ellos. Me sentía bien con él, y cuando le veía, saltaba de mis bancos

heavys

para soltarle alguna gracia.

Unos meses después, Fran y Gema lo dejaron, al fin y al cabo eran dos niños jugando, como todas estas relaciones al inicio de la adolescencia. Una noche que volvíamos juntos a casa (yo vivía a la altura de su casa pero al otro lado del puente) pasó lo que tenía que pasar. Junto al portal de mi casa, nos quedamos mirándonos, habíamos ido generando una tensión entre los dos y era inevitable. Fran me tomó de la nuca y acercó su boca a la mía. Nos dimos un pico. Tímidamente nos metimos la lengua, casi sin querer, poco más. Aquel beso atropellado e inocente quedó grabado en nuestras memorias. Pero no tuvo un efecto inmediato, ambos seguimos como si nada. Cada uno con su pandilla, sentados en aquellos bancos del parque. No tuvimos oportunidad de repetir.

Fran comenzó a salir con una chica de su parte “rica” del barrio, lo que provocó que se alejase un poco de esta parte del barrio. Poco a poco nos fuimos perdiendo la pista, alguna vez por casualidad nos encontramos, pero podían pasar semanas sin que nos viéramos.

El tiempo pasaba y el físico de Fran se iba transformando. Aquel preadolescente guapete y barbilampiño se fue convirtiendo en un joven varonil, alto, fuerte, velludo. Se había convertido en un hombre muy atractivo, además de carismático. Nuestra relación siguió siendo muy buena a pesar de ser tan esporádica. Las conversaciones con él eran breves pero siempre me dejaban marca, además de que siempre me recordaba el beso que nos habíamos dado aquella noche en el portal de mi casa.

A mí me hacía gracia y no le hacía demasiado caso, aunque al oír como otras chicas hablaban siempre bien de él hacia que me interesase por esos comentarios. Cumplíamos años, yo comencé mi espiral vital, hasta que una noche nos encontramos en la parada de Príncipe Pío.

Después de pasar el primer mes en el centro de Móstoles, mi madre me empezaba a dejar salir por las tardes, siempre vigilada por una amiga. Gema era la encargada de pegarse a mí. Estábamos en una cafetería charlando y tomándonos unas cervezas cuando apareció Fran para comprar tabaco. Al vernos, vino a saludarnos. Nos dio dos besos a cada una.

Había cierta complicidad, con Gema había salido durante unos meses, conmigo había habido un beso que siempre había estado como trasfondo. En ese momento, pude apreciar lo atractivo de su personalidad, lo carismático que era:

-Me alegro de que hayas vuelto al barrio, Laura. –Dijo en referencia a mis cuatro años de giras. –Nos veremos pronto. –Se despidió.

Pasé otro mes en el centro de Móstoles. Veía a Fernando una vez a la semana, daba paseos por el barrio junto a mi madre. La primera noche que pude salir fuimos al

Tuareg

, en Argüelles, en los Bajos de Aurrerá. Gema seguía siendo mi supervisora. El garito era lugar de música

heavy

. Nos pedimos un par de cervezas y de inmediato se nos acercaron dos tipos. Tony y Alberto eran vecinos del barrio que, al igual que Fran, se alegraban de verme de nuevo por el barrio. Para los hombres mi atractivo era magnético.

Aquella primera noche fue una prueba de fuego, y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no ceder a la invitación de Alberto de salir fuera del garito a fumarnos un porro. Conseguí mantenerme firme y seguí declinando la invitación. Bebíamos, bailábamos y a las dos de la mañana estábamos los cuatro en la puerta del

Tuareg

. Los chicos nos tiraban los trastos cuando apareció Fran.

Gema y yo salimos a correr en dirección a él. Le saludamos con dos besos y comenzamos a bromear con él. Nos fumamos un cigarro mientras charlábamos los cinco. Fran se dio cuenta de que Alberto estaba intentado algo conmigo y dijo que se marchaba:

-No te vayas Fran, quédate con nosotros. –Le dije,

-Ya veo que estás muy ocupada por aquí. –Y

se dio la vuelta dirigiéndose hacia su coche.

Alberto me cogió por la cintura y dándome un beso en el cuello insistió con su propuesta porrera. Dudé un poco antes de salir corriendo en busca de Fran que ya se acercaba a su coche. Gema corrió detrás de mí para evitar dejarme sola. Él ni se inmutó, como si lo supiera, abrió el coche y pusimos rumbo hacia ninguna parte…

Junto a Fran en su coche, nos fuimos los tres a dar una vuelta por Madrid. Acabamos en el

Abajo

, un garito en Moncloa. Estuvimos bebiendo y Fran volvió a besarme, esta vez fue algo serio. Nada que ver con aquel beso robado en el portal de mi casa. Ahora éramos dos jóvenes veinteañeros. Gema, dándose cuenta de que tres eran multitud acabó enrollándose con un tío y se largó:

-Te dejo en buenas manos, Lau…

A partir de aquel día,

en que mi amiga Gema me dejó en las buenas manos de Fran, nuestros encuentros por el barrio comenzaron a ser más frecuentes. Durante las primeras semanas con Gema como compañía inseparable. Posteriormente solos los dos. No fue hasta que mi madre le conoció y le dio su particular visto bueno que no pude salir sin la vigilancia de mi amiga. Y es que éste no era una de esas compañías “tóxicas” con las que ella estaba acostumbrada a verme. Fran era un tipo sano, deportista muy alejado del perfil de mis antiguos colegas de pandilla.

Los siguientes meses fueron días de redescubrimiento de mi propio barrio, charlas interesantes con él, tardes y noches en los parques viendo pasar a las distintas pandillas pero como observadora. Desde su punto de vista, con sus bromas, desde su carisma y su atractivo. Junto a Fran me sentía bien

.

Nuestra relación avanzaba lentamente y una tarde, solos en su casa, me lancé a hacer algo que realmente deseaba. Me acerqué a él y comenzamos a besarnos. Fran se mantenía quieto, dejándome hacer hasta que comencé a desabrocharle el pantalón y me dijo algo que me dejó helada:

-Laura, no voy a tocarte un pelo de más, hasta que sepa que tus tonterías con ese hombre, han terminado. –La referencia a Ricardo me descolocó.

-¿A qué te refieres? – Dije yo.

Fue entonces cuando Fran me confesó algo que nunca imaginé y que le daba sentido de golpe a la frase que me soltó aquella noche de dos años antes en la parada de bus de Príncipe Pío. Sin inmutarse comenzó a contarme “su historia”:

-Una noche volvía a casa pasada las tres de la mañana. Al pasar por delante de

La Campana

vi que, pese a estar la persiana bajada, había movimiento dentro. Me asomé por una ventana y os vi. Tú estabas sentada en un banco alto junto a la barra, Ricardo te rodeaba por detrás mientras te besaba el cuello, bebíais whisky. –Yo oía en silencio aquella confesión de su espionaje. –Esperé fuera –continuó Fran contándome –y os vi salir juntos, abrazados, tocándote el culo mientras os alejabais en la búsqueda de un taxi.

Por supuesto, él conocía a Ricardo, vivía en su parte del barrio, esa a la que denominábamos la parte rica. No tenían relación alguna pero sabían de la existencia el uno del otro:

-Después de aquello comencé a observarte. Otra noche que estabas en el parque, al ver que te marchabas sola decidí seguirte sin que me vieras. Eran las tres de la madrugada, yo sabía que era la hora en que Ricardo cerraba su garito y supuse que irías a su encuentro. No me equivoqué. Cruzaste el puente hacia la otra parte del barrio y te metiste en su portal. Sabía que estabais liados

así que me esperé sentado en un banco frente al edificio para confirmar lo que era más que evidente. A primera hora de la mañana saliste para volver a tu casa. A partir de ahí, cada vez que te largabas sola del parque, yo te seguía para demostrarme que seguías con la tontería de Ricardo. Luego te marchaste del barrio con Rocío.

El relato de Fran me dejó petrificada. Mentalmente comencé a hacer un repaso de las veces en las que había hablado con Ricardo intentando disimular nuestra relación mientras Fran se daba cuenta de todo. Fui consciente de que mis escapadas y mis movidas habían sido observadas en la sombra por Fran. Me dejó impresionada que aquella primera noche hubiese estado esperando durante 6 horas para verme salir de la casa de Ricardo, confirmando así lo que yo creía no sabía nadie.

-¿Y por qué no me dijiste nunca nada?

-¿Quién era yo para decirte que ese tipo no te convenía? Pero ahora la situación es diferente.

Yo lo miré a los ojos. Poco a poco fui bajando la cabeza. Tenía una extraña sensación de pudor al haber sido descubierta. Todo lo que Ricardo se había esforzado para que nadie en el barrio supiese que estábamos liado no había servido de nada a los ojos de Fran.

-No voy a ser uno más, Laura.

–Me dijo levantándome la barbilla con su mano y me besó.

En ese momento sentí que me derrumbaba. Aquella niña-mujer que creía haber sido jugando a ser adulta se desmoronaba ante el tipo que lo había presenciado todo escondido en las sombras de mis noches. Decidí contarle todo y hacerle partícipe de mi nueva vida. Se involucró en todo, me acompañaba a ver a Fernando. Tenía terapias a solas con él, para entre ambos, ayudarme a salir de todo aquello. Conectaron bien el psicólogo y él. Eran parecidos en cuanto a carácter. Desdramatizaban las situaciones haciendo bromas conmigo y mis correrías. Pero también sabían dejarme claro las cosas y pararme los pies.

Fran supuso una nueva visión de mi propia vida. A veces llegábamos a discutir por mi manera de ser. Y es que, con 21 años, mi personalidad no podía cambiar de la noche a la mañana. La personalidad rebelde y traviesa salía a relucir de vez en cuando provocando erupciones volcánicas. No le fue fácil entender ciertas cosas y mantenerse a mi lado.

Pasaron unos cuatro meses desde que me “rechazó” aquella tarde en su casa para contarme como me había seguido. Cuatro meses en los que no había pasado de unos besos y unas caricias. De vez en cuando yo le amenazaba diciéndole que

nadie me había rechazado nunca y que estaba jugando con fuego, no me hacía ni caso. En algún momento llegó a molestarme esa indolencia suya y me puse más seria de lo que la situación requería. Entonces me desmontaba:

-No tienes más que cruzar el puente y ver a tu amigo... Tú verás. –Decía en alusión a Ricardo.

Para entonces yo estaba enganchada a Fran, a su personalidad. El tiempo junto a él pasaba rápido, interesante y divertido. Y más allá de los calentones puntuales, yo no echaba de menos follar. Lo había hecho muchas veces en los últimos cuatro años y no era algo que ansiara como adolescente en pleno baile hormonal.

Pero llegó la primera vez y fue muy diferente a todas las otras veces. Con Ricardo, con Nino, con Karin, con Juan, con Isidro o con Ernesto. Ninguno de aquellos tipos me hizo sentir lo que Fran la primera vez que lo hicimos. La atracción que sentía por él, el saber que siempre me había esperado, la paciencia que había tenido hasta incluso llegar a rechazarme, la delicadeza, el romanticismo, todo hizo que aquella primera vez con Fran fuera algo especial.

Después de esa vino una época de tranquilidad en mi nueva vida. Yo había mejorado mucho desde que mi hermana decidió que tenía que ingresar en la clínica de Móstoles. Las visitas al psicólogo fueron espaciándose cada vez más. Y mi confianza con mi madre fue creciendo gracias a Fran. En el barrio la noticia de nuestra relación fue motivo de alegría para muchos amigos y de rabia en otros casos que creyeron ver en mí una presa fácil con la que intentar ligar. Me uní a su grupo de amigos. Nada que ver con mi antigua pandilla de amigos

heavy

. Gente deportista con los que salíamos los fines de semana.

2

Hubo momentos en que la niña traviesa y rebelde salía en busca de algo que ahora no tenía y me juntaba en el parque con aquellos amigos de antes. A veces porque los echaba de menos, otras veces porque me gustaba hacer rabiar a Fran, ponerle celoso, lo que provocó que tuviésemos alguna que otra bronca pero nada de importancia. Poco a poco fuimos convirtiéndonos en una pareja normal y corriente. Jóvenes, simpáticos, populares. Una relación totalmente diferente a lo que había vivido los cuatro años anteriores, a toda prisa, sin control y sin sentido (visto ahora en la distancia del tiempo). Pero quedaba mucho por delante entre Fran y yo. Quedaba un descubrimiento personal que nos iría llevando a una siguiente fase.