Retrato de una lolita: capítulo 7. cerrando el cír
Ricardo vuelve a aparecer después de muchos meses para cerrar el círculo.
RETRATO DE UNA LOLITA: CAPÍTULO 7. CERRANDO EL CÍRCULO.
Esta es la historia de Laura, una autora divertida, 8sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.
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RETRATO DE UNA LOLITA; CAPÍTULO 7. CERRANDO EL CÍRCULO.
VERANO 1996
Durante los últimos 4 años mi vida había sido un auténtico carrusel. Entre los 17 y los 21 años que tenía en agosto del 96, todo había pasado demasiado deprisa. Ricardo había puesto a girar una ruleta y yo era como la bolita que iba saltando de número en número sin demasiado sentido. El último había sido el mes que acababa de pasar en Lanzarote liada con Ernesto, un desconocido al que me enganché nada más llegar.
Ahora, de vuelta a Madrid, volví a la calle Sepúlveda con Rocio y los dos amigos. Mi madre me llamó para comentarme que un hombre llamado Karin había estado en casa preguntando por mí. Decía que estaba enamorado y que quería saber dónde me había metido. Mi madre, quedó preocupada, y no era para menos, un tipo iraní del que no tenía conocimiento de su existencia preguntaba por su hija. Decidí tranquilizarla y hablar con Karin. Al final acabé volviendo a verle a su piso. Desde que discutimos después de su salida de la cárcel, justo antes de marcharme a Lanzarote, no habíamos vuelto a vernos. Seguía sin atraerme lo más mínimo pero me seguía ofreciendo la posibilidad de una vida algo más acomodada que Rosa y los otros dos, aunque el precio era el riesgo de acabar muy mal. Lo habían detenido una vez y en su negocio la gente no dura demasiado tiempo.
Aquella tarde noche de verano había bajado al barrio para hacerle una visita rápida a mi madre. Había quedado con Karin en la Plaza del 2 de Mayo y ya llegaba tarde. Montada en mi
Vespino
aceleré pero por el rabillo del ojo vi una figura familiar. Apenas había recorrido unos metros y ya me encontraba dando la vuelta para confirmar mi visión. Era Ricardo de espaldas, le reconocería en cualquier parte. Estaba a punto de entrar en la tienda de fotografía. Hacía meses que no le veía, desde aquella noche en la buhardilla de Isidro, cuando después de usarme como su juguete sexual me dejó abandonada en casa de aquel viejo no había vuelto a llamarle, ni a pasar por el pub. Pero verle fue otra cosa, mi vida seguía patas arriba como para ignorar al hombre que había generado todo el caos. Paré, puse el candado a la moto y me dirigí hacia la tienda. Ese día llevaba una especie de chándal que me había comprado con Rosa, color morado, ceñido, me quedaba perfecto. Entré en la tienda y me acerqué a él mientras miraba unos marcos, el inconfundible olor a
Issey Miyake
me transportaba a la primera vez en su piso. No puedo evitar ser como soy, así que me situé a su espalda, puse mis manos sobre sus ojos:
-¿Quién soy? –Pregunté con voz cantarina.
-Mi Laurita… –Respondió en voz baja.
Charlamos, bromeando con las típicas preguntas tontas de dos amigos que hace tiempo no se ven. Rodeados de la gente de la tienda no era momento de otra cosa, salimos a la calle, fuimos hasta mi moto:
-¿No pensarás irte? –Me dijo –, hace mucho que no nos vemos…
-Tengo prisa Ricardo, me están esperando. –Dije de manera poco convincente.
-Ni hablar mi niña, quien sea que te espere, que siga haciéndolo... Vamos a tomar una cerveza.
-No puede ser que pienses que tienes poder sobre mí, Ricardo. –Dije con la boca pequeña pero siendo la primera vez que le planteaba una negativa.
-No es poder pequeña, es lo que hay. –Echó a andar, dejé de nuevo el casco y corrí detrás de él.
Entramos en una cervecería que había en el barrio, nos sentamos en un taburete alto alrededor de un barril que hacía de mesa, junto a la puerta. Ricardo hizo chocar su vaso contra el mío a modo de brindis por nuestro reencuentro. Alabamos el estado físico del otro y sonreímos. Charlábamos de cosas sin mucho sentido:
-¿Y cómo te va, Laurita? Hace meses que no sé de tí.
-Pues bien, ya sabes, vivo con mis amigos, nos divertimos… –Evité hacerle mención a mi enfado después de que me abandonase en la cama con Isidro.
-Sigues estando genial, Laura. Transmitiendo esa sensualidad irresistible.
En el fondo me jodía ese interés que despertaba en él solo cuando me veía. Pero aún así, y a mi pesar, yo sabía desde que me paré y le asalté en la tienda de fotografías que lo que quería era estar con él, a pesar de todo.
Después de dos cañas yo estaba entregada:
-¿Qué te parece si nos vamos?
Sabía a lo que se refería, y con las dos cervezas, lo único que dije, fue, "cuando quieras". Pagó en silencio con su media sonrisa. Nunca lo podré explicar, Ricardo tenía poder absoluto sobre mi. Estaba estregada a su voluntad desde el primer día.
Según andábamos, entró en los ultramarinos, salió con dos benjamines de champán. Me dijo que tenía cerca el coche, un viejo
Ford Sierra Cosworth
negro con el que se movía por el barrio. Nos metimos dentro, me lié un porro con algo de material que me había pasado Karin. Me acomodé en el asiento y entre las cervezas y el
canuto
me encontraba totalmente relajada. Antes de que me diera cuenta, entre risas, estábamos aparcados junto al lago de la Casa de Campo, ya era de noche. Pasamos al asiento de atrás, abrió los benjamines y brindó conmigo:
-Por ti mi niña y por este encuentro. –Me besó, cogiéndome por la nuca, y despertando de nuevo a la niña/mujer que sabía era yo cuando estaba con él. Eché mi cabeza hacia atrás con un suspiro.
Todo volvía a ser como antes. Mi enfado con él había desaparecido, otra vez me encontraba entregada a su voluntad. No existía nadie más. Ni Rosa, ni Karin, ni Rocío, ni Nino, ni siquiera me acordaba de Lanzarote y todo lo bueno que viví allí. Todo volvía a centrarse en este maduro que hacía conmigo lo que le venía en gana.
Me bajó la cremallera de la parte superior de aquel chándal morado. Sin nada debajo, los pezones reaccionaron endureciéndose al tacto de sus manos como en su piso, cuatro años antes, cuando acarició por primera vez mis pequeños pechos. Me dejó desnuda de cintura para arriba antes de tumbarme sobre el asiento trasero. Acercó su boca sobre mis tetas y comenzó a devorarlas. Sentía como sus dientes apretaban mis pezones lo justo para arrancarme un gemido de doloroso placer para luego succionar y jugar con la lengua sobre ellos. Mi reacción fue agarrarle por la nuca y presionar contra mi pecho
Con una mano me hizo encoger las piernas para quitarme el pantalón y desnudarme por completo. Otra vez estaba desnuda, expuesta, ante Ricardo. Traté de estirarme a lo largo de asiento ofreciéndole una maravillosa visión de su presa. El hombre acarició todo mi cuerpo con las yemas de los dedos. Desde mi cara y mis labios, descendió por mi cuello y se entretuvo rodeando mis tetas. Circundaba mis aureolas y movía su dedo sobre mis pezones erectos. Luego siguió descendiendo por mi abdomen, mi ombligo y llegó hasta mi vagina totalmente rasurada (desde aquel viaje por el Norte con Rosa y Juan):
- Como has crecido mi niña, ya eres toda una mujer.
-¿Te gusto?
-Me encantas…
Dirigió su cabeza hacia mi entrepierna y yo le acogí con gusto. Con mis piernas abiertas dejé que Ricardo me besase el interior de los muslos, con pequeños mordiscos hasta llegar a su objetivo. Se ayudó de los dedos para separar los labios abriendo mi rajita rosada. Me besó, me lamió, me mordió, me llevó al éxtasis.
Me erguí colocándome de rodillas, di un sorbo a mi benjamín. En ese momento ya era su niña/mujer. Desabroché su bragueta, liberé su miembro, ese que conocía bien, y lo engullí en mi boca con mi culo en alto. Habían pasado casi 4 años desde que lo hice la primera vez, y sus palabras mientras le mamaba, recordaban ese momento:
-Mi niña, cómo has aprendido a chuparla. Qué suerte tendrá quien se cruce contigo.
Habían pasado cuatro años y seguía enganchado al sexo con Ricardo, a su polla, a que me tratase como su putita, a que sacar el animal que llevaba dentro. Desde siempre disfruté el sexo oral con este hombre y esta vez no iba a ser menos. Había aprendido mucho en todo este tiempo, y sobre todo, practicado lo suficiente para hacer delicias con la polla de Ricardo. Le devoré con más ansias, pensando únicamente en ese momento, en confirmar sus palabras, y en demostrar que sí, que estaba totalmente de acuerdo. Paré, le miré:
-No sabes cuanta razón tienes, ya no soy una niña.
Mirándole a los ojos subí la cabeza y comencé a incorporarme. Me subí sobre él. Colocando una pierna a cada lado, le ofrecí mis pequeñas tetas que Ricardo comió con hambre, succionado mis pezones y trillándolo entre sus dientes. Con sus manos acarició mi cuerpo desde los hombros hasta la cintura donde las ciñó en torno a ella y apretó. Poco a poco fui descendiendo, ensartándome. Notando como el miembro erecto de Ricardo avanzaba de nuevo, despacio, en el interior de mi vagina. El hombre que me había desvirgado me volvía a follar después de muchos meses. Sentí como su glande llegaba muy adentro, la postura favorecía una profunda penetración. Cuando me senté en su regazo con la polla dentro, sus huevos hicieron de tope junto a mis nalgas. Le agarré la cabeza y le atraje contra mi boca para besarle.
Comencé una cabalgada nerviosa. Era algo que rara vez había sucedido, siempre expuesta a sus deseos, como un juguete a su merced donde las mamadas y puestas a cuatro patas, contra la pared, en su escritorio, en su sofá, en su ducha y en su cama, habían sido lo habitual. Pero ahora, dentro de su coche, aparcados en la Casa de Campo, era yo quien tenía el control. Por primera vez, era yo la dominante frente a Ricardo. Disfruté recordando esos momentos, y me corrí, con los ojos cerrados y con todas esas imágenes pasando por mí cabeza.
Pero el animal que era Ricardo no tardó en salir y tras ver como llegaba al orgasmo, no me dio tregua, me giró bruscamente y me puso de esa manera, su manera. Me colocó a cuatro patas, con mi melena disponible, para una, vez más, embestir mi cuerpo. Ese cuerpo al que le había costado tan poco acceder años atrás y que había poseído a sus anchas, y ahora, quizás cuando ya no pensaba que lo haría, poseía de nuevo:
-Joder, Laurita, qué ganas tenía de follarte de nuevo. –Decía mientras tiraba de mi melena en su característico gesto de dominación.
Me volvía a follar con su violencia habitual, con sus azotes en mi culo, y sus insultos que hacían que mi cabeza llegase a unos niveles de excitación descontrolada:
-Sigues siendo mi putita, Lau. Siempre serás mi Lolita.
Por supuesto, Ricardo se corrió sin protección, como siempre había hecho. Sin avisar y sin plantearse la posibilidad de cualquier riesgo. Con un grito, y tirando más fuerte de mi pelo, aquel hombre maduro se corrió abundantemente dentro de mi coño.
Ninguno de los dos tenía ni idea, pero aquella vez fue la última que se corrió dentro de mí, no habría más. Descansamos 5 minutos, antes de volver al barrio y dejarme junto a mi moto. Nos despedimos diciéndome, “llámame cuando quieras”, mirándole por la ventanilla del coche le respondí "vale". Eran más de las 12 de la noche cuando me dirigí al encuentro de Karin. Cuando llegué, estaba nervioso y enfadado, preocupado por no saber donde estaba:
-A ver niña, ¿dónde coño te metes, joder? Habíamos quedado hace más de dos horas y nadie sabe nada de ti.
-No me controles, Karin. No eres mi dueño. –Yo tenía mucho carácter y no soportaba que nadie me controlase.
Metidos en su coche tuvimos una fuerte discusión en la que acabé por dejarle solo. Di un portazo y volví a pasar la noche en la calle Sepúlveda, junto a Rocío, Alfredo y Nino. Pasé la siguiente semana sin moverme demasiado de la casa. Salía a dar una vuelta pero no tenía ganas de volver a ver a Karin, tampoco a Juan y Rosa, así que tampoco visité el ático de la Castellana. En esos días le di muchas vueltas a la cabeza. Los últimos años de mi vida habían sido un auténtico descontrol. Sin rumbo y cargada de excesos, tenía que tomar una decisión adulta.
Una mañana me levanté y decidí visitar a mi madre. Llevaba una semana sin verme y no le gustó mi estado. Se puso muy seria conmigo y no me dejó volver a irme. La verdad es que en ese momento yo no quería hacerle frente y no opuse resistencia. Me había ido de casa con 18 años y ahora, con 21, no tenía fuerzas para protestar. Necesitaba algo de ayuda y nadie mejor que mi madre me la podría ofrecer.
El último polvo con Ricardo en la Casa de Campo había sido como cerrar el círculo que él había abierto una noche de viernes en su casa cuatro años antes. En medio había habido de todo, situaciones de peligro incluido. Y es que la vida junto a Karin había sido una auténtica temeridad. Un par de semanas después de volver a casa tuve conocimiento de una situación que ponía de manifiesto el peligro que había corrido a su lado. El tipo había aparecido muerto en su propia casa, con un tiro en la cabeza. Estaba maniatado, lo que a todas luces era un ajuste de cuentas.
Parece ser que los hombres de Karin habían vuelto a perder parte del material que tenía que vender. De manera que cuando sus jefes le pidieron cuentas el tipo debía bastante dinero. Esta vez no había ninguna chica que pudiera pagar con su cuerpo lo que debía. Un par de sicarios se presentaron en su casa y acabaron con él. No pude evitar sentir pena. No le quería, ni mucho menos, pero siempre se portó muy bien conmigo y trató de protegerme. Pero ahora, en casa de mis padres si que tenía sensación de protección.
¿Podría dejar todo atrás? Para mí, realmente no había sido una vida de excesos y sí de libertad. De hacer lo que quería o surgía en cada momento, que era igual a ser adulta. Qué equivocada estaba. Ahora es cuando empezaba una NUEVA VIDA.