Retrato de una lolita: capítulo 6. Ernesto.

Laura viaja a Lanzarote para evitar tentaciones.

RETRATO DE UNA LOLITA: CAPÍTULO 6. ERNESTO.

Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.

https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar

RETRATO DE UNA LOLITA; CAPÍTULO 6. ERNESTO.

Durante los siguientes meses seguí alternando mi residencia habitual entre la calle Sepúlveda con Rosa, Alfredo y Nino, y la calle San Andrés con Karin. De vez en cuando quedaba en el ático de la Castellana para hablar con Rosa, hasta convertirla en mi consejera. Y es que, en algunos momentos, las circunstancias se descontrolaron tanto que llegué a sentir verdadero miedo.

En una ocasión, Karin llegó a casa bastante alterado. Al parecer había tenido que apretar las tuercas a alguno de sus deudores. Haciéndole caso a un consejo que me dio una vez, yo no pregunté pero era lo suficientemente lista como para saber el significado de “apretar las tuercas”. Un día después la cosa se puso más fea aún, el sonido de un helicóptero nos despertó y puso a Karin en alerta. Se levantó de inmediato y se vistió. Yo me quedé en la cama bastante asustada cuando comenzaron a aporrear la puerta. Era la policía que venía a detener al camello.

El iraní tiró de sensatez y se entregó sin oponer resistencia. Abrió la puerta de la casa y varios policías irrumpieron de manera descontrolada. Entre gritos dos policías llegaron hasta la habitación donde me encontraba, en la cama, totalmente desnuda. Me cubrí con las sábanas ante la mirada y sonrisa de los dos miembros de las fuerzas de seguridad. Sin duda aquel fue un momento de máxima tensión. Sin comprender nada, me quedé sola en la casa y Karin salió detenido con las manos esposadas.

Le cayó una pequeña condena de tres meses de cárcel, con sus antecedentes no se libraba. Una semana después le fui a visitar. De vuelta, me preguntaba que qué estaba haciendo con mi vida. ¿Hacia dónde me llevaba todo aquello? Rocío, Alfredo, Nino, Karin, Isidro, Ricardo… Siempre Ricardo. Ahora, llevaba varios meses sin verle, seguía enfadada con él.

Me fui a casa de Rosa y le conté cual era mi situación, mis miedos, mis problemas:

-A ver mi Laura, eres una chica impresionante pero estás un poco perdida. No dejas de ser una niña en un mundo que no te corresponde. Karin no te conviene, no deja de ser un traficante que antes o después acabará mal. ¿Por qué no tomas distancia de todo esto que te rodea y ordenas tu cabeza? Yo te puedo pagar una estancia fuera. Piénsatelo y me dices algo.

Estuve unos meses dudando. La propuesta de Rosa era muy tentadora pero tenía la sensación de que abusaba de su confianza. Cuando Karin salió de la cárcel y volvió a casa lo vi todo mucho más claro. A los dos días de llegar tuvimos una discusión bastante fuerte. Yo había pasado mucho miedo cuando lo detuvieron, sabía que su negocio era de alto riesgo, pero aún así fui a verle a la cárcel.

En una ocasión la banda tuvo un problema. Sus subordinados, ante la falta de vigilancia, “perdieron” parte del material con lo que las cuentas no le salían a los jefes de Karin. Más que la cantidad en sí (poca cosa para lo que solían mover) era el hecho de haberlo “perdido”. En ese mundo el que la hace la paga. De manera que el superior inmediato de mi novio vino a verme a la casa una noche. Juanini (apelativo con el que se le conocía en el mundillo) era un tipo que tenía un bar de copas cerca del pub de Ricardo. Alrededor de los 45 años no era especialmente guapo, mediana estatura, delgado y con una incipiente calva:

-Bueno Laura, imagino que ya sabrás lo que ha sucedido con la gente de Karin, ¿no? –yo le miraba a los ojos en silencio. –Pues resulta que vuestra gente ha perdido parte del material que os pasamos y las cuentas no salen. Como supones, esto no puede ser y en mi situación me veo en la obligación de informar a los de arriba.

-Pero Karin y tú sois amigo, Juanini.

El tipo rió de manera sonora dándome a entender que por ahí no había nada que hacer. Me di cuenta que si quería salvarlo tendría que jugar fuerte:

-Mira Laura, si los de arriba se enteran de esto, tu novio Karin lo va a pasar muy mal. Siempre podemos solucionarlo tú y yo… –Me acarició el pelo mientras me proponía el pacto.

Había poco más que explicar. Yo no quería que los de arriba se enteraran. Le pedí unos minutos, me di una ducha y salí totalmente desnuda al salón. Juanini me esperaba sentado en el sofá. Cuando me vio me dedicó media sonrisa. Yo no sonreía. Me dirigí lentamente hacia él, me arrodillé ante él y comencé a magrear su paquete por encima del pantalón. El tipo me acariciaba el pelo y se relamía ante el cobro que iba a recibir. Bajé su pantalón y liberé su polla erecta. Por primera vez, el aroma a sexo me resultó realmente desagradable. Acerqué mi boca y poco a poco fui introduciéndola. Oí suspirar a aquel sicario mientras su polla se derretía dentro de mi boca. Comencé a mover mi cabeza sobre el miembro erecto de aquel tipo, sabiendo que ahora era yo la que tenía el poder sobre la situación. Pero de repente Juanini me paró, se puso de pie y me indicó que me colocase a patas en la alfombra del salón.

Adopté una posición de sumisión y dejé que el tipo se desahogase. Se bajó los pantalones hasta los tobillos y, arrodillándose tras de mí, me azotó en el culo varias veces. Gemí. No sentía dolor. Todo lo contrario. Sentía una extraña sensación de morbo y placer al verme sometida por aquel hombre. De repente me penetró. Lo hizo fuerte, muy fuerte. Sin ningún cuidado. Como si quisiera provocarme el dolor que no le iba a provocar a Karin. Comenzó a insultarme:

-Eres tonta, puta zorra. Con lo buena que estás y has elegido ser la putita de un pobre desgraciado como Karin. –Me hablaba con desprecio.

Me volvía a azotar, me tiraba del pelo. Seguía percutiendo fuerte con su polla contra mi coño:

-Pequeña zorra, me voy a cobrar lo que el gilipollas de tu novio me debe

Tensó su cuerpo. Tiró más fuerte de mi melena hasta hacer que me incorporase. Y se corrió. Sin condón. Me llenó el coño de leche caliente y me soltó. Caí de bruces en la alfombra mientras notaba como la mezcla de fluidos se salía de mi vagina y resbalaba por mis muslos. Juanini, se vistió y se fue. Me dejó tirada en el suelo del salón, desnuda. Me había usado para cobrarse una deuda y después se largó. Por supuesto, los de arriba nunca se enteraron de la pérdida de material.

Karin nunca supo que le había salvado, literalmente, el cuello. Tampoco se lo dije cuando tuvimos la discusión en la que él me echó en cara no sé qué cosa… Eso provocó que me largara de allí y pasara la noche en la casa de la calle Sepúlveda con Rocío y los demás. Al día siguiente volví al ático de mi consejera.

Rosa me reservó 2 semanas en un aparta-hotel de lujo. La idea original era desconectar de todo, de Karin, de mis amigos, de Ricardo, del

heavy

, de las

litronas

y de los porros. Pero la realidad se presentaba bien diferente, sol, playa, piscinas increíbles y sola. Sola y sin nada que fumar, de eso se trataba, y acostumbrada a no parar, siempre de arriba para abajo y con compañía, tenía que pasar lo inevitable. Según llegué bajé a la piscina, estuve allí toda la tarde. Luego subí a la habitación, me duché y salí a dar una vuelta. Primera parada, el estanco, no fumaría porritos, pero fui a comprar tabaco y papel de liar para recordármelo.

Mi carácter extrovertido y conversador hizo que entablase conversación con el hombre que me atendió. Fue simpático y me preguntó qué hacía por allí, que si tal, que si cual, charlamos un rato, y me fui. No hice nada especial, di un paseo por la playa, por la zona de bares, pero nada más, estaba dispuesta a cumplir mi cometido de desconexión así que volví al apartamento para estar tranquila.

Eran las dos de la mañana y seguía viendo la tele. Ventanas abiertas y la música de algún chiringuito cercano sonaba divertida. Lié un cigarro y salí a la terraza,.... Me dije a mi misma, vamos a dar una vuelta, me puse un vestido ligero, unas cuñas rojas y me dirigí al chiringuito.

Me acerqué por el garito de donde venía la música. Poca gente, básicamente, lugareños. Eché un vistazo alrededor y  en la barra, con unos amigos, estaba él. El hombre del estanco:

-¡Vaya! –Dijo con el típico acento canario, dulzón y meloso –la turista madrileña

groupie

de los Barricada. –En alusión a las chapitas de mi cazadora vaquera de la tarde.

Me alegré, acababa de llegar y era bien recibida. Además, a esas alturas, ya había visto el

canuto

que Ernesto, así se llamaba, tenía entre sus manos. Me acerqué sabiendo que mi físico era mi mejor carta de presentación, de inmediato comenzamos a charlar. Como ya he comentado en más de una ocasión, mi carácter extrovertido y divertido me abría muchas puertas pero además, la sensualidad que destilaba era una especie de imán para los hombres. Así que de inmediato, aquello paso a ser la típica madrugada de marcha con unos colegas, en este caso, además ayudaba el paradisíaco lugar. Pronto comenzaron a correr las cervezas y los porros entre las manos de ellos y, claro, yo en medio.

Mi intento de dejarlo había durado unas 8 horas, más o menos. Pese a que aquel viaje debía ser una desconexión (recuperación) del ritmo de vida que llevaba, una especie de retiro de mi controvertido mundo, no cumplí con nada de lo prometido. Ni siquiera que el dinero fuera de Rosa me impidió replantearme la situación.

Ernesto, el tipo del estanco, era, además, un tío muy simpático. A sus 38 años, tenía una pinta de golfo pícaro tremenda, de saber muy bien lo que se traía entre manos. Prototipo de hombre que me atraía, un tipo maduro, seguro, controlando siempre la situación. Pronto se hizo conmigo, tres cervezas, un par de porros y estábamos bailando y a nuestro rollo, dejando aparte a sus colegas. No hizo falta mucho más. Al rato me besó mientras bailábamos, y yo, de nuevo, y por sentirme atraída por él, me deje querer. No es difícil entender que, a mis 21 años y estando sola, volviese a caer en la misma situación que pretendía evitar cuando viajé a Lanzarote. Lleva 4 años con un tren de vida bastante alto, frenar sin que nadie te guíe es demasiado difícil, por no decir imposible. Así que aquella noche, sin apenas proponérmelo, volví caer rendida a un personaje poco recomendable para mi situación.

Casi amanecía cuando los dos nos dirigimos a mi apartamento, llegamos a las piscinas y sin dudarlo, me quité el vestido, las cuñas y totalmente desnuda me lancé a ella. Él me siguió, entre risas, besos y toqueteos, atravesamos las 3 piscinas que nos separaban de mi puerta. Llegamos desnudos y mojados:

-¿Y la ropa? –Le dije cuando me di cuenta que nos la habíamos dejado muy atrás.

Volvimos al agua de nuevo y regresamos a por ella. Siempre entre risas, volvimos corriendo. Hacia tiempo que no me reía así, como una niña.

Nada más entrar, Ernesto me besó, me dio una vuelta y me dijo:

-Eres increíblemente proporcionada, Barricada, jajajajaja. –Así me llamaría el mes que estuvimos juntos.

Tiramos la ropa al suelo y nos dirigimos hacia el baño. Nos metimos bajo la ducha. Nos besamos, y sin esperar a que me lo propusiera, me arrodillé ante él. Sabía de sobra lo que a un madurito le excita ver a una chica joven practicarle sexo oral. Con mi experiencia en esta práctica se la chupé utilizando todas las dotes de feladora que tanto habían alabado, Ricardo, Karin y Juan. En el fondo quería agradecerle la noche tan divertida que me había proporcionado:

-Joder, mi niña, ¿cómo la chupas tan bien siendo tan joven? –El acento dulzón que utilizaba para alabarme era algo que me excitaba sobre manera.

Durante 10 minutos hice correr mi boca sobre el tronco de la polla de Ernesto. Pasaba la lengua desde el glande hasta sus huevos para comérselos al tiempo que le masturbaba. Luego volvía a hacer el recorrido inverso e introducírmela en la boca. Jugar con mi lengua alrededor de su capullo y tragármela hasta la campanilla. Los gemidos de aquel hombre iban en aumento mientras el chorro de agua de la ducha caía sobre nosotros.

En un momento, Ernesto comenzó a tensar su cuerpo, me agarré a sus piernas con la polla hasta dentro de mi boca, pero él tenía otra idea. Me la sacó y comenzó a masturbarse de manera frenética ante mi cara. Agarrándome del pelo dirigió su eyaculación contra mi cara:

-Toma, putita, toma leche. –Le excitaba ver mi cara de niña guapa mancillada con su corrida.

No era la primera vez que se corrían en mi cara. Ricardo fue el primero que lo hizo. A estas alturas, yo no tenía reparos en ninguna práctica sexual y recibí esta corrida en la cara con la excitación de la primera vez. Fue fantástico, él estaba en una nube.

Dejé que el agua se llevase los restos del placer que Ernesto había vertido contra mi cara. Cerré los ojos para que el agua me aclarase cuando noté que el chorro de la alcachofa descendía por mis tetas. Abrí los ojos y vi que mi amante estaba llevando el chorro de agua de la ducha hacia mi coño. Sentí el impacto del cañón de agua caliente impactar, primero contra mis labios rasurados y luego contra mi clítoris que había quedado expuesto al ser separados por los dedos del hombre. Mis pezones reaccionaron de inmediato y mirándolo a los ojos comencé a suspirar. No era la primera vez que me masturbaba con la ducha pero sí era la primera vez que lo hacía alguien. Aquel chorro me estaba llevando al orgasmo pero justo antes de alcanzarlo, Ernesto se deshizo de la alcachofa tirándola sin cuidado. Se acercó a mí y me comió la boca. Me agarró uno de los glúteos clavando sus dedos en mi carne. Yo le mordí el labio al notar que su polla comenzaba a crecer entre nuestros cuerpos.

Me colocó contra la pared, tiró de mi melena mojada hacia atrás y me penetró con fuerza. Comprendí que aquella mamada había sacado al animal que llevaba dentro. Del mismo modo que hacía Ricardo, sus modales cambiaron en cuanto comenzó a poseerme. Lo hacía sin cuidado, con fuerza, tirando de mi pelo e intentando llevar su glande a lo más profundo de mi vagina. En esos momentos, me sentía indefensa, poseída por un hombre más fuerte, como un juguete sexual en manos de su dueño:

-Joder, niña, qué coño tienes.

-¿Te gusta?

-Me vuelves loco, putita.

Ernesto comenzó a follarme más fuerte. Acercó su cuerpo más al mío y me pegó contra la pared. Yo apoyaba las manos en ella, pero él era mucho más fuerte y ejercía más fuerza. Me inmovilizó pegando mi cara a los fríos azulejos al tiempo que susurraba a mi oído:

-Te voy a partir, putita. Te voy a follar durante toda la noche.

Con una mano tiraba de mi melena mojada y con la otra me masturbaba sin dejar de penetrarme cuando un grito me anunció que se correría. Sentí como el líquido viscoso, caliente y blanquecino inundaba mi coño. Me dio unos puntazos más haciendo que mis pies se levantaran del suelo. Sentía como aquella polla, casi desconocida, me atravesaba. Al sacarla, su leche cayó al suelo de aquella bañera. El agua se la llevó por el sumidero. El resto de la noche la pasamos abrazados, entre caricias y besos.

Pasé en el aparta-hotel los 15 días que había contratado Rosa, pero en vez de volverme a Madrid, pasé otros 15 días en la casa de Ernesto. Él me descubrió la Isla, cada rincón. Desde el Mirador del Río hasta Famara, donde Ernesto solía ir a surfear. Hicimos la Ruta de las Bodegas y nos emborrachamos con los vinos antes de acabar en La Graciosa donde lo hicimos a la puesta del sol. Desnudos en la playa, nos bañamos y al atardecer, mientras el sol se ocultaba en el horizonte atlántico, Ernesto me poseyó. Tumbados en la arena, le cabalgué. Sintiendo como el miembro erecto se incrustaba en mi interior, yo con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, me agarraba las tetas ofreciéndole una imagen de adolescente que, según me dijo posteriormente, lo volvía loco.

El hombre se quedó enganchado y sabiendo que nada me ataba especialmente a Madrid, intentó enamorarme. Me pidió que me quedara con él, y a punto estuve, pero finalmente volví, y Ernesto se quedó en un bonito recuerdo. Nunca más supimos el uno del otro.