Retrato de una lolita: capítulo 5. principio del f

Laura sufre una decepción con Ricardo.

RETRATO DE UNA LOLITA: CAPITULO 5. PRINCIPIO DEL FIN.

Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.

https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar

CAPÍTULO – 5 – PRINCIPIO DEL FIN

FEBRERO 95 – ABRIL 96

Ricardo había puesto mi vida patas arribas desde el primer día que le conocí  siendo una adolescente de 18 años. Desde aquella noche en que fui a cuidar a sus hijos y me descubrió durmiendo en su cama vestida con una de sus camisas, mi vida estaba gobernada por el desorden y el caos. El olor a

Issey Miyake

de aquel maduro se me había grabado en el cerebro de manera que si olía a alguien que usara aquel perfume podría llegar a excitarme. Una llamada de Ricardo podía conseguir que dejara tirado a mis amigos para correr a buscarle y entregarme a sus deseos, fueran los que fueran en ese momento.

Si bien siempre me había mostrado una adolescente rebelde, desde que comencé a verme con él la cosa se había agravado. El

heavy, los petas y las litronas

centraban mi vida. No lograba salir de aquel círculo en el que había entrado siendo aún menor de edad. No solo eso sino que con el paso de los meses y los años, mi vida se enredaba cada vez más. La convivencia con mi amiga Rocío y Alfredo, su novio. El rollete con Nino, y los trapicheos de

chocolate

en la Plaza del 2 de Mayo me llevaron a liarme con un camello a mediana escala, Karin, Y a través de su negocio conocer a Rosa y Juan, el periodista con gustos dominantes. Apenas tenía 20 años y lo había probado casi todo, drogas, sexo y alcohol. Mi ritmo de vida era frenético y sin rumbo definido. Es decir una vorágine de vida en la que era posible todo. Todo menos estar centrada.

Aquel día me había despertado junto a Karin, que por supuesto me dio de desayunar. Su obsesión por mi boca hacía que casi a diario se la chupase. Después había pasado el día con Rocío en la calle Sepúlveda. Todo el día fumando y riendo con aquellos colegas.  Y a las 10 de la noche me dirigía a ver a Ricardo a la calle Pez, a su pub

La Campana Irlandesa

. Me encontré con

Fran

en la parada de autobús de Príncipe Pío.

(Debo aclarar que

Fran

pasará a ser un personaje imprescindible de esta historia y de mi vida pero yo aún no lo sabía. Más allá de un pequeño intento por su parte cuando tenia 13 años y empezábamos a salir por el barrio,

Fran

siempre se había mantenido distante y sin buscar lo que el resto de chavales si hacía, enrollarse conmigo. Según me dijo años más tarde, me observaba y le entristecía el cariz que tomó mi vida por aquel entonces).

Él había quedado con sus compañeros de clase para salir por los Bajos de Aurrerá, fuimos charlando en el autobús:

-…pues yo he estado este verano en Estados Unidos con unos colegas haciendo la

Ruta 66.

-Joder, vaya pasada.

-Pues sí, la verdad es que es impresionante.

-Ojalá pudiera largarme de este país y volar lejos de aquí… –Le comenté con pena.

Cuando nos bajamos los dos en Plaza de España, al despedirnos me dijo:

-Aún no sabes lo importante que has sido y vas a ser para mí, cuando dejes

tu mundo de tonterías, lo averiguaras. –Me fui riéndole la gracia, pero ofendida por aquello de las tonterías.

Llegué a

La Campana Irlandesa.

Al ser temprano, y viernes, estaba a rebosar con su clientela habitual. Me disponía a pasar otra noche bebiendo, fumando y esperando a las tres de la madrugada, cuando Ricardo cerrara. Como tantas otras noches, a esa hora, aquella fauna se marcharía y Ricardo y yo podríamos estar juntos. Pero aquella noche sería diferente, muy diferente. Tanto que marcaría mi relación con Ricardo. A la 1 de la madrugada pareció uno de esos parroquianos que le daban un toque bohemio a aquel local. Isidro vivía en el barrio, el tipo era un personaje. Tenía 61 años, el pelo canoso, largo y era un hombre bastante atractivo para su edad. Además de sus formas exquisitas, inteligencia y carisma. Era una especie de artista multidisciplinar, bohemio. con una vida apasionante. Pese a ser dos habituales de aquel pub,  apenas nos conocíamos. En alguna ocasión habíamos intercambiado un par de palabras, pero poco más.

Se puso hablar con Ricardo, cerca de mí. Sentada en uno de aquellos taburetes altos donde el dueño del bar me practicó sexo oral, observaba, ahora, a aquellos dos hombres. Al rato, el viejo se giró hacia mí y entablamos conversación los dos mientras Ricardo seguía atendiendo la barra. El tipo fumaba

Maria

(que él mismo cultivaba en su casa) y nos fumamos dos pitillos. Isidro había vivido en medio mundo y tenía aventuras de todo tipo que contaba con una gracia particular, lo que unido a los efectos de euforia placentera de la “yerba” hizo que el tiempo se pasara volando entre risas y confianza.

Apurábamos dos

Jack Daniel´s

cuando Ricardo cerró y se unió a nosotros. Nos sirvió otros dos y se puso uno él. En ese rato, y aunque supongo que Isidro ya lo sabía, quedó claro lo que había entre Ricardo y yo. Sentado sobre uno de aquellos taburetes me subió a su regazo. Mientras conversábamos los tres, paseó su mano por mis piernas, incluso la llevó hasta mi culo y lo acarició. También me acarició el pelo y me besó el cuello. Nos comportábamos como una auténtica pareja. Isidro no hizo ningún comentario al respecto dando por buena la relación:

-Ricardo, vaya novia guapa que tienes. –Dijo Isidro –y no solo eso, es divertida, simpática… atrevida… ¿Me permites que le de un beso?

Mi “hombre” le miró sonriendo y me “ofreció” haciéndome levantar. El viejo se acercó a mí y me dio un beso en los labios que yo correspondí antes de comenzar a reír.

-¿Qué os parece si terminamos la velada en mi buhardilla? Me gustaría realizar un retrato de esta criatura tan bella. –Y así, abrazada por los dos, entre risas y

María

, tomamos rumbo hacia su casa.

Salimos de

La Campana Irlandesa

y nos dirigimos hacia la calle de Jesús del Valle, en la esquina frente al, hoy, teatro Victoria, Isidro tenía una buhardilla en el edificio. La casa era casi en su totalidad un espacio diáfano que hacía las veces de salón. La luz natural entraba por unos ventanucos sobre el tejado del edificio. El olor a marihuana lo inundaba todo. La cocina, abierta a esta estancia, era casi simbólica, y un poco más allá la casa se componía por un baño y un pequeño dormitorio.

Libros amarillentos y discos de vinilos, se amontonaban sobre una desvencijada estantería de madera. Bajo los ventanucos, un sofá enorme y frente a éste una mesita auxiliar. Sentada en el centro observaba como Ricardo se movía por aquella casa que no le era desconocida, lo que ponía de manifiesto la amistad entre ellos. De la cocina trajo una botella de

Jack Daniel´s

y tres vasos. Colocándolos sobre la mesa auxiliar sirvió sin cuidado el líquido de color tostado derramándose un poco sobre la mesa.

Isidro colocaba un lienzo sobre un caballete en su dormitorio para ejecutar mi retrato. Luego sacó una pequeña bolsa de

María

e hizo un cigarro que compartimos los tres en el salón, justo después de liquidarnos los whiskys y antes de que Ricardo preparara varias rayas de

farlopa

:

-Bueno, Lau, no pretenderás que este artista te inmortalice con un pantalón vaquero y una sudadera de Barricada… –Ricardo me quería exhibir ante su amigo.

No necesité mucho más. En esos momentos era la amante atrevida de aquel hombre, en compañía de otro con mucha vida a sus espaldas. En dos caladas estaba desnuda. Cogiéndola por debajo, crucé mis brazos y tiré hacia arriba liberándome de la prenda negra. Ante aquellos hombres me quité también el sujetador mostrándoles dos pequeñas tetas casi adolescentes. Inmediatamente después, me desabroché el pantalón para mostrarme únicamente con mi tanga, sin ningún tipo de rubor. Sabía que Ricardo gozaba mostrando a su joven presa ante este tipo sexagenario. Y no puedo negar que la situación me resultara tremendamente morbosa, al punto que podía sentir la humedad de mi sexo mojar la única prenda que cubría mi cuerpo.

Me coloqué de rodillas en la cama, y como ya hiciera cuando mi “hombre” me fotografiase en su casa, levanté los brazos y le ofrecí al artista una pose a medias entre la inocencia y la lascivia.  Mis pezones endurecidos, coronaban una aureola redonda de color marrón oscuro, que según Ricardo eran el mejor manjar del mundo. Un placer prohibido pero adictivo.

Isidro se colocó detrás se su caballete, Ricardo miraba desde la cama con otro whisky en la mano. Pero no pudo resistir la tentación de levantarse y colocarse tras de mí. Me acarició las pequeñas tetas con las manos y besó mi cuello cuando eché la cabeza hacia atrás. La marihuana de Isidro hacía que mi percepción sensorial fuera muy intensa. Sus manos descendieron por mi cuerpo hasta agarrar el tanga y comenzar a quitármelo. Sin darme cuenta en qué momento él se había bajado el pantalón, sentí como su polla se pegaba a mi cuerpo, golpeando contra mis nalgas desnudas. Apretó mis pezones, tirando levemente de ellos. No puede evitar suspirar de placer.

Con su otra mano hizo que inclinase mi cuerpo ofreciéndole un mejor acceso a mi entrepierna. Ricardo me penetró lentamente ante la mirada artística de Isidro, que se mantenía con el pincel en una mano y un porro en la otra. Mi amante me folló con ganas, agarrándome la melena con una mano y una de mis tetas con la otra. Sentía como su polla se deslizaba por mi lubricado sexo y percutía en lo más hondo de mi vagina. Yo gemía y gritaba al sentirme ocupada mirando al pintor que trataba de dibujar aquella secuencia sexual casi ilegal. Un maduro follándose a una jovencita de aspecto virginal. Llevé mi mano hasta mi clítoris y me masturbé al ritmo de las embestidas de Ricardo, entre jadeos y gemidos de ambos.

Imagino que Ricardo le hizo una señal a Isidro. Vi que éste se quitaba su pantalón y venía hacia mí. Mi amante me inclino más aún, hasta quedar a la altura del pene del sexagenario. Nadie me dijo lo que tenía que hacer, lo sabía demás. Acerqué mi boca hasta la polla erecta de aquel viejo pintor bohemio y puse en práctica todas mis dotes de feladora. Mi cabeza iba y venía a lo largo de aquel miembro erecto al ritmo de los empujones de Ricardo:

-Joder, vaya como la chupas, mi niña. –Isidro se deshacía en elogios hacia mí.

-Vamos mi putita, enseña a mi amigo lo buena que eres, no me dejes en mal lugar. –Ricardo me daba a entender que en sus conversaciones con aquel hombre yo y mis virtudes amatorias eran un tema común.

La excitación me invadía y me arrebataba el sentido común. Estaba siendo usada por dos tíos que podían ser mi padre y mi abuelo, pero quizá por eso el morbo era mucho mayor. Ricardo me colocó a cuatro patas y siguió follándome con fuerzas. Con esa violencia con la que lo hacía cuando sacaba al animal dominante que era. Isidro se tumbó en la cama para que le hiciera la mejor mamada de su vida. Lamí sus huevos, mordí su glande y me la tragué hasta la campanilla oyéndole jadear. La secuencia que finalmente nadie inmortalizó en aquel lienzo se componía por una jovencita siendo follada por un tipo maduro desde atrás, practicándole sexo oral a un viejo sesentón.

Después se intercambiaron los papeles, Isidro hizo que le cabalgase. Yo, una joven de 19 años, me subí a horcajadas sobre él y fui descendiendo sobre su polla erecta que se fue incrustando en el interior de mi vagina. Agarrándome las tetas comencé a subir y bajar sobre aquel trozo de carne caliente. Ricardo aprovechó para disfrutar de mi boca. De pie sobre la cama, se acercó a mí ofreciéndome su erección. Mirándole a los ojos comencé una mamada que en pocos minutos consiguió que se corriera sobre mi cara. Isidro, no pudo contenerse y también se derramó en mi interior. Como todos en aquella época, lo hizo sin protección. Su leche caliente inundó mi joven coño.

Agotada, sobre las seis de la mañana, acabé dormida entre ambos hombres en aquella buhardilla desconocida de la calle Jesús del Valle. Al mediodía desperté desconcertada. Tardé unos segundos hasta lograr situarme. Mi cabeza daba vueltas por los efectos de la resaca de whisky y marihuana. Me sorprendí al descubrir que Ricardo no estaba. A mi lado, Isidro todavía roncaba. Mi amante maduro se había ido de aquella casa sin mí, dejándome sola con un viejo desconocido.

Aquel desprecio de Ricardo, dejándome tirada en casa de Isidro, provocó en mí una reacción de odio muy superior al que me provocaban los celos de verlo con otras mujeres. Me había usado a su antojo, como un juguete sexual, para después dejarme abandonada a mi suerte. La sensación era terrible, Me sentía despreciada. Mi enfado duró varios meses en los que no volví a ver a Ricardo.