Retrato de una lolita: capítulo 4. Rosa y Juan

Laura conoce a una pareja especial.

RETRATO DE UNA LOLITA (La historia de Laura)

Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.

https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar

CAPÍTULO – 4 – ROSA Y JUAN

PRIMAVERA-VERANO 94

Mi vida seguía a bordo de un tren desbocado sin destino conocido. Desde el primer día que llegué al piso de Ricardo se puso en marcha y con el paso de los días fue tomando cada vez más velocidad. Enamoramiento, pérdida de virginidad, dependencia emocional, independencia de mis padres. Lleva dos años poniendo en prácticas aquella frase de drogas, sexo &

rock and roll

pero en mi propia versión, porros, sexo &

heavy

. Tenía solamente 19 años y había vivido casi al límite. Me relacionaba con personajes de lo más variopintos. Y es que al apartamento de Karim de la calle San Andrés llegaban personas de toda clase, condición y estrato social.

Fue así como conocí a Rosa. Era una clienta de Karin que venía a la casa a pillarle y en esos ratos, nos hicimos amigas. Para ella resultaba más cómodo hablar con una joven españolita que además era guapa y divertida que con un camello iraní. Conectamos desde el principio, quizá en cierto modo ella se sentía reflejada en mí años atrás. Era una mujer de 40 años, atractiva, elegante, de curvas sinuosas, capaz de acaparar las miradas de cualquier hombre. Me gustaba hablar con ella y de vez en cuando la visitaba en su ático de la Castellana. Era la amante de un conocido locutor de una famosísima emisora de radio. El tipo, de unos 50 años, le pagaba aquel ático y todos sus gastos, ropas, viajes y vicios. Parecía la protagonista de cualquier canción de Sabina. Incluso ahora, en la perspectiva del tiempo, pienso que yo podría haber sido la protagonista de la canción de

Barby Superstar

:

Tenía los pies diminutos

Y, unos, ojos, color verde marihuana

A los catorce fue reina del instituto

El curso que repetí

Pezón de fresa, lengua de caramelo

Corazón de bromuro

Supervedette, puta de lujo, modelo

Estrella de culebrón

Había futuro, en las pupilas hambrientas

De los hombres maduros

Enamorarse, un poco más de la cuenta

Era una mala inversión

En una de las ocasiones en que fui a visitar a Rosa coincidí  con Juan en el ático de la Castellana. Ella me presentó:

-Juan, esta es Laura, una amiga.

Nos dimos dos besos en la mejilla y nos saludamos. La verdad es que el tipo tenía una voz grave muy bonita y sensual. Rosa llamaba a Juan

el cabrero

, medio sería y medio en broma. Era bajito, entrado en carnes y con una incipiente calva, según me contaba, lo único atractivo de él, era su voz. Se habían conocido por casualidad en un bar de moda. Todos los jueves, Juan y varios colegas periodistas con los que compartía tertulia radiofónica, acudían a tomar unas copas. Allí estaba Rosa con una amiga que conocía a uno de los colegas de Juan que fue quien les presentó. Ambos tenían un carácter jovial y extrovertido con lo que se hicieron amigos.

Juan estaba casado y, ¿cómo no?, con 50 años, aburrido de su vida sexual y sin embargo, como todo hombre, con sed de sexo. Lo uno llevó a lo otro y se convirtieron en amantes. Juan alquiló un ático precioso en la Castellana, cerca de su trabajo y convirtió a Rosa en su "mantenida", algo que ella disfrutaba dejándose querer.

A los pocos días de conocer a Juan, en una de mis conversaciones con Rosa, me dijo que él se había encaprichado de mí para que hiciésemos un trío, que si yo aceptaba, me cuidaría también....

Aquella propuesta me dejó paralizada. Tenía 19 años, apenas un año antes había perdido la virginidad y solamente me lo había hecho con tres hombres (Ricardo, Nino y Karin). Sentía curiosidad por todo lo nuevo que me sucedía pero nunca me había planteado montarme un trío con otra mujer. Sabía, desde hacía tiempo, lo que despertaba entre los hombres, sobre todo entre los maduros. Me veían como esa

Lolita

que siempre me definió Ricardo. Una jovencita guapa, atractiva, con muy buen cuerpo, extrovertida, simpática y divertida, por lo que no me sorprendió que Juan se encaprichara de mí. Pero que Rosa aceptase montarse un trío con su amante y la adolescente pareja de su camello me dejó algo desconcertada. Acepté la propuesta

Aquella tarde llegué pronto a mi encuentro con Rosa, quería que fuésemos a comprarme un vestido y unos zapatos. Mi habitual

look

de adolescente

heavy

, de pantalones negro ajustados, camisetas de los

Iron

y botas negras, no era del gusto del periodista. Rosa me paseó por toda la calle Serrano hasta una tienda de lujo, probándome vestidos y zapatos junto a ella. La secuencia podría ser una versión de

Pretty Woman

.

Elegimos un vestido blanco, unos zapatos de salón negros. Incluso compramos ropa interior, un conjunto de sujetador y tanga blanco de encajes. Después, llevando nuestras bolsas de tienda cara, nos fuimos paseando hasta el ático. Allí pasamos la tarde en la impresionante terraza, fumando porros y bebiendo cervezas y charlando. Además de mi carácter extrovertido sentía confianza hacia Rosa:

-¿Y cómo es que una chica guapa y encantadora como tú, acaba viviendo con un tipo como Karin? –Me preguntó entre calada y calada a un porro.

-Verás, Rosa, mi situación se complicó hace un año. Tuve una discusión en casa con mis padres y decidí irme a vivir con mi amiga Rocío. Pero teníamos que sobrevivir y su novio, Alfredo, y un amigo, Nino, se dedicaban a pasar

chocolate

en el mimo lugar que lo hacía la banda de Karin. Una noche tuvimos problemas con ellos. Después de negociar con él lo conseguimos solucionar pero el tipo se encaprichó de mí. Realmente no me atrae nada pero bueno, en mi situación, estar con él es mejor que estar malviviendo con mis colegas. Además es un tío sensato que me cuida.

-No voy a juzgarte, ni mucho menos. Mira dónde vivo a costa de un tipo que, más allá de su voz, no me atrae lo más mínimo. Me parece perfecta tu decisión pero solo te diría que tengas cuidado. Karin no deja de ser un camello. Y hasta donde yo sé, se mueve en un nivel de contactos muy alto y eso es muy peligroso. Esa gente no se anda por las ramas a la hora de resolver sus diferencias y en ese mundo son muy habituales.

Después de aquel consejo de persona adulta y responsable la tarde siguió entre risas y bromas, acentuadas por el efecto analgésico del material de Karin y el deshinibidor del alcohol de las cervezas. Una tarde de amigas que disfruté como  hacia mucho. Era una pasada, me habían paseado por la milla de oro, comprando ropa cara para acabar fumando y bebiendo en la terraza de una vivienda que nunca me podría permitir.

A las 11 de la noche, Rosa me dijo que me fuera preparando. Me dirigí a un baño enorme. Disfruté de un baño relajante antes de enfundarme el sujetador y el tanga de encajes blancos que realzaban mis, ya de por sí bonitos, encantos de mujer casi adolescente. Me coloqué el vestido blanco y me calcé los zapatos negros. Me miré al espejo y me vi realmente atractiva. No pude evitar pensar en que diría mi madre si me viera así vestida. O mis amigos de la calle Sepúlveda. Una chica

heavy

siempre ataviada con camisetas negras de grupos de música y chupas de cuero vestida como una auténtica niña

pija

del barrio de Salamanca. Una sonrisa se dibujó en mis labios. Con el pelo aún mojado salí al salón:

-Estás preciosa. –Rosa me halagó y me dio un beso en la mejilla.

Me senté en el sofá de cuero del salón, me encendí un porro y me puse a oír a

Janis Joplin

mientras Rosa se vestía para la llegada del hombre. La idea de montarme un trío en aquel ático con un periodista “famoso” y una mujer madura cada vez me excitaba más.

Reíamos divertidas cuando llegó Juan, Rosa le recibió con una sonrisa, le puso una copa y se sentó junto a nosotras. Era un hombre inteligente, de mundo y que sabía tratar a las mujeres. Su voz era cautivadora, en algún momento cerré los ojos y me dejaba llevar por ella y las historias que contaba.

Rosa no tardó mucho en levantarme. La música de

Janis Joplin

de fondo, sirvió para que me empezara a desnudar ante la mirada de Juan, que permanecía sentado en el sofá, con las piernas cruzadas y bebiendo la copa a sorbos cortos. En silencio y con besos dulces, Rosa comenzó quitarme el caro vestido que había elegido esa misma tarde. Sus manos tiraron levemente de la prenda que despacio fue descubriendo mi figura juvenil. Sus labios carnosos besaban levemente cada centímetro de mi cuello dejando una marca húmeda que me resultaba excitante. El vestido cayó al suelo para descubrir mi cuerpo de pequeña gimnasta solamente cubierta por un juego de sujetador y tanga de encajes blancos, Juan miraba deseoso desde su posición. Una mujer de bandera, desnudando y jugando con una adolescente a la que estaba impaciente por follarse.

Rosa desabrochó el sujetador para liberar dos pequeñas tetas de dureza casi virginal y pezón oscuro. La mujer dirigió su boca hasta ellos para lamerlos, besarlos y acabar mamando como si no lo necesitase para vivir. Era una extraña sensación. No era la primera vez que me comían las tetas, pero si era la primera vez que lo hacía una mujer. La manera de tocar, de besar y de comer eran muy diferentes a como lo hacían los hombres. En mi vida había mantenido relaciones con tres tipos. Ricardo se mostraba delicado al principio para acabar convertido en un animal dominante. Más que comerme me devoraba. No puedo decir que no me gustase, pero tampoco que fuera delicado. Nino tenía un carácter pasota, más allá de su enorme polla no se preocupaba en darme placer y me comía las tetas como quien se come un bocadillo. Mordía sin cuidado. Y con Karin no se puede decir que el sexo fuera excelente. Siempre estuvo obsesionado como mi boca y mi cara.

Pero la boca de Rosa, comiéndome las tetas, me estaba transportando a otra dimensión. Y más aún cuando fue descendiendo por mi cuerpo. Yo seguía con los ojos cerrados, dejándome hacer mientras

Janis Joplin

seguía poniendo banda sonora a ese momento excitante ante la atenta mirada del periodista. Con delicadeza tiró de los laterales del tanga para poder besar mi coño cubierto con una buena capa de rizos negros. Lo acarició con la mano para ir separándolos y dejar libre la entrada de mi rajita. El roce de su lengua sobre mi clítoris me provocó un escalofrío que recorrió toda mi médula hasta mi cerebro.

Para entonces, Juan se había terminado su copa y levantado del sofá. Nos observaba a poco menos de un metro de nosotras. Rosa, me había dejado solamente sobre mis zapatos de tacón y yo sin ningún atisbo de vergüenza, por las cervezas y los porros. Juan se colocó delante de mí, mirándonos fijamente a las dos. Nos arrodillamos juntas delante de Juan y comenzó a quitarle el pantalón...

Como una maestra de ceremonias, la mujer tomó su pene y comenzó acariciarlo, la escena era entre tremenda y vulgar, ver aquel hombre y su barriga, con su copa en la mano y dos mujeres acariciando su miembro.

Rosa apoyó su mano en mi nuca y guió mi cabeza hacia la polla erecta. El jadeo de Juan cuando tomé su pene en mi boca no se me olvidará nunca. Se volvía a demostrar que lo que más le gusta a un hombre es que se la chupen, y más cuanto más edad. Así que, arrodillada ante aquel tipo barrigón, comencé a tragarme su polla poco a poco, sintiendo como mi saliva la iba mojando y mi lengua jugaba con su glande.  Mi amiga, por su parte, se situó detrás de mí y comenzó a besarme. Sus labios se posaron sobre mi cuello y comenzó a besarme mientras sus manos acariciaban mis tetas haciendo que mis pezones se retorcieran sobre sí mismos de excitación y placer.

La mujer siguió descendiendo por mi espalda recorriendo mi cuerpo con sus besos y acariciando mi silueta con sus suaves manos. Mordió levemente mis nalgas y me rodeó buscando mi sexo con su boca. Enroscándose en una de mis piernas besó mi coño. Con su lengua comenzó a rozar levemente, al principio, más intensamente después, mi clítoris que palpitaba henchido por la excitación. Sentía como manaban flujos de mi interior para que Rosa los recogiese con su lengua y masajease mi botón de placer. Mi cabeza daba vueltas mientras iba y venía a lo largo del tronco de la polla de Juan. La sacaba hasta el capullo. Llegaba a mis labios para luego volver a recorrer el camino hacia dentro y sentirlo topar con mi campanilla. Juan alababa mi técnica:

-Así, putita, así. Serás una experta

comepollas

Ese día, y gracias a la experiencia de Rosa haciendo lo que hacía, mi boca también aprendió a dar placer a un hombre. Esa mujer me estaba descubriendo un mundo con sus labios en mi sexo y eso hizo que me emplease en mi trabajo con Juan, quién después de un rato, bajó con nosotras al suelo, me puso boca arriba y, retomando su copa, observó con deleite como aquella mujer me subía al cielo. Con las piernas abiertas y apoyada en mis tacones negros, sentí la lengua de Rosa recorrer cada pliegue de mi vagina. Sentía la delicadeza con la que separaba mis labios vaginales con sus dedos para introducir su lengua. Lo hacía como si quisiera follarme con ella. Desde la entrada de mi ano, iba subiendo despacio. Disfrutando del recorrido ascendente, bebiendo el flujo que manaba de mi interior. Introduciendo la lengua en aquel volcán en erupción que era mi joven vagina. Juan observaba como disfrutaba de la comida de coño que me estaba dando Rosa. Yo le miraba con los ojos entornados, no podía mantenerlos abiertos y de mi boca salían gemidos ahogados. El periodista se deleitaba viendo mi estado de excitación provocado por su propia amante al darme sexo oral. Por fin los labios de mi amiga madura se centraron sobre mi clítoris y comenzó a masajearlo hasta el éxtasis, que les hice saber con un grito descontrolado intentando cerrar las piernas en torno a ella. Me corrí como una adolescente tocándose por primera vez, retorciéndome de placer agarrada a la pierna de aquel hombre.

Juan reaccionó a esto como cabía esperar. Con la polla erecta por el espectáculo lésbico que le acabábamos de dar, me giró. Se colocó detrás de mí  y poniéndome a cuatro patas, me agarró por las caderas para penetrarme con prisas. Sentí como la polla entraba dentro de mí sin cuidado ni delicadeza. En una operación casi mecánica, Juan, más que follarme se pajeó conmigo. Me lo hizo rápido. Antes de que pudiera disfrutar de otro orgasmo como el que me había provocado su amante, el periodista se corrió dentro de mi coño y cayó sobre mí. Quedó tumbado sobre mi espalda antes de girar y yacer los dos en el suelo de aquel salón de un ático en la Castellana. Rosa se encendió un nuevo porro y se sentó, mirando como aquella niña era poseída por su amante.

Salí de aquel ático con una sensación extraña, entre alegre y confundida. Fue la primera vez que me había montado un trío y me estrenaba con una escena lésbica. El sexo con Rosa había sido lo más placentero  de mi vida hasta ese momento. Ni siquiera Ricardo había conseguido darme tanto placer. Otra cosa era el morbo, sin duda, aquel vecino maduro estaba plantado en mi cabeza y pensar en él hacía que me mojara las bragas. Pero lo que acaba de vivir en aquel ático era otra cosa bien diferente. Juan me dio 200.000 pesetas y un enorme cariño recibido de ambos.

A primeros de Julio, en una de las visitas a casa de Rosa, ella me comentó que Juan estaba muy ilusionado con que hiciéramos los tres un viaje. Sería un

tour

por el norte de España durante 15 días:

-Es obvio para qué, niña –me dijo –, quiere tenerte para él, tú decides. Serán 15 días divertidos y a todo lujo.

Rosa me caía muy bien y Juan no me disgustaba, únicamente tendría que "torear" los momentos sexuales. No me excitaba nada en cuanto a eso, pero al fin y al cabo, saldría de Madrid y de mis movidas.

Aquellas dos semanas fueron impresionantes. Días de hoteles de lujo donde nunca me había planteado estar. Ni por precio ni por ambiente. Turismo por ciudades perdidas y compras en las mejores tiendas. Todo a cargo del periodista que caminaba henchido como un pavo abrazado a las dos. Una mujer de bandera como Rosa, guapa, contundente, madura, y una niña, casi adolescente, divertida, extrovertida, guapa, alegre. Durante esos días traté de emular a Rosa, usando vestidos bonitos en vez de mis vaqueros y camisetas habituales, zapatos de tacón que estilizaban aún más mi bonita figura en lugar de mis botas de corte militar. Incluso me convenció para darme un tratamiento de belleza. Manicura, pedicura, mascarillas faciales, peluquería. Fue en uno de ellos en los que Rosa me comentó algo que nunca me había planteado, rasurarme el vello púbico. Yo, una joven de 19 años con cuerpo de adolescente, siempre había llevado mi sexo cubierto con una fina capa de vellos suaves y negros. Nunca había pensado quitarme algo que entendía debía ser así. Ricardo nunca me había hecho mención a que le molestasen mis “pelos del coño” (hablando mal y pronto). Pero Rosa me dijo que a Juan le gustaban los coños totalmente rasurados. Desde entonces, siempre lo he llevado así, depilado totalmente.

Fueron días y noches divertidos, por suerte para mí, menos encuentros sexuales de los que pensé. Supongo que Rosa controló a Juan para que no viniera cada noche a por mí. Aunque un par de noches después de cenar y regarlo todo con buen vino y whisky acabé en su habitación para que Juan disfrutara de ambas. Rosa y yo nos lo montábamos como dos amantes ante la atenta mirada del hombre que acababa por follarnos a su gusto. En otras ocasiones, Rosa no pudo contener el ímpetu del periodista y éste se plantó en mi habitación sin su amante madura.

Una noche en concreto, habían pasado un par de horas desde que habíamos subido. Con todo en calma, yo miraba la tele, me había fumado dos porros y estaba a punto de caer dormida, cuando llamaron a la puerta. Me encontraba solamente con unas braguitas, así que me coloqué el kimono rosa que me había regalado Ricardo la noche en que me arrebató la virginidad y que siempre utilizaba, era una manera de tener algo de él en mi posesión. Era Juan, Rosa se había dormido y decidió hacerme una visita.

El periodista entró rápidamente y me dijo que le pusiera una copa. El tipo era quién pagaba todo aquello con lo que yo tenía claro que no había duda de que tendría que estar a su disposición:

-Estaba casi dormida Juan. –Le dije en un intento de zafarme de aquello.

-No te preocupes, traigo "vitamina".

Me dijo aquello acercándose a mí y quitándome el kimono. Quedé ante él con las tetas al aire y solo tapada por mis braguitas. Nos sentamos en el filo de la cama y sobre la mesita de noche, Juan preparó un par de rayas de coca. De un bolsillo sacó un canutito metálico. Inspiró la suya y me  pasó el cilindro invitándome a que hiciera lo mismo con la que quedaba sobre la superficie del mueble. Pasé del relax de los porros a despertar con la "vitamina", en cuestión de segundos. Juan tomó su copa y me ofreció un trago. El

Jack Daniel´s

arrastró el sabor amargo de la

farlopa

en mi garganta dejando un regusto que se me hacía característico y me recordaba a las noches con Ricardo en

La Campana Irlandesa

. Él se acomodó en la cama sentado con la espalda en el cabecero:

-Chúpamela pequeña, por favor, hoy me tienes loco. (Eterna demostración de la obsesión masculina por el sexo oral).

Me arrodillé junto a él y liberé su polla. Acerqué la cabeza lentamente hacia su miembro. Saqué la lengua y lamí su glande, del que ya salía una gota de líquido preseminal. El sabor agrio del sexo nunca me desagradó, todo lo contrario, era algo que inmediatamente me excitaba y provocaba que mis bragas se mojasen. Cerré mis labios en torno a la polla de aquel periodista famoso que me trataba como su puta de lujo. Él acariciaba mi cuerpo mientras mi cabeza subía y bajaba llevándolo a la gloria, según sus propias palabras, pronunciadas con aquella sensual voz grave de locutor radiofónico. Me quitó las bragas y comenzó a sobarme el culo de manera lasciva. Y es que la imagen no era otra que la de un señor maduro “abusando” de una joven inexperta.

Sin llegar a correrse, me pidió que me arrodillase en el suelo. Me dijo que colocara mis manos boca arriba sobre los muslos. Se dirigió a su chaqueta y sacó un collar de cuero que colocó alrededor de mi cuello. Luego con una pequeña cámara fotográfica, que había comprado esa misma mañana, comenzó a fotografiarme:

-No te muevas, mira al suelo. –Me hizo unas fotos desde todos los ángulos. –Pequeña sumisa… –Balbuceó.

Después me pidió  que me colocara con las manos en la espalda y se la chupara. Juan se acercó, con la polla cada vez más erecta y desde su visión disparó un par de fotografías más. Yo me veía reflejada en el espejo de la puerta del armario y, la verdad, no puedo decir que la imagen no fuera excitante. Aquel tipo, ejercía su poder de dominación sobre mí. La postura, la mamada y el collar que rodeaba mi cuello no era más que la representación de su dominación. Y las fotos no era cosa que inmortalizar su triunfo sexual.

Cuando se cansó, me colocó a cuatro patas sobre el suelo y se puso detrás de mí, pero para mi sorpresa no me penetró, en vez de eso se pajeó muy rápido y con un grito casi animal se corrió sobre mi espalda. La sensación de los chorros de leche caliente de Juan sobre mi espalda me resultaba muy excitante. Aún tenía el collar de cuero alrededor de mi cuello. La sensación de haber sido utilizada como un juguete sexual de aquel tipo me produjo una excitación indescriptible hasta entonces.

Al día siguiente le conté a Rosa lo sucedido. Ella me dijo que a Juan le gustaba ese rollo. Con ella también había tenido ese comportamiento dominante, incluso el de fotografiarla. Las usaba para presumir ante sus amigos de ese mundillo, me contó que esa posición de las manos sobre los muslos, es una posición sumisa.... Fue un atisbo tonto de lo que sería mi vida después, y quizás el momento, único, de mayor excitación que tuve con Juan, estando arrodillada con ese collar sobre mi cuello.