Retrato de una lolita: capítulo 3. la casa de roci
Laura toma una decisión que le traerá más de un dolor de cabeza.
RETRATO DE UNA LOLITA: CAPITULO 3. LA CASA DE ROCIO
Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.
https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar
CAPÍTULO – 3 – LA CASA DE ROCÍO
MAYO 93 -SEPTIEMBRE 93
En casa la situación no era nada buena, mi relación con Ricardo y el abuso de los porros me estaban afectando. Pese a ser una persona empática y extrovertida mi carácter entonces era demasiado rebelde, lo que acababa provocando numerosas discusiones con mi madre. Una tarde en la que había tenido movida en casa, hablando con Rocío (una amiga del barrio desde la niñez) me preguntó por mi situación:
-Joder tía, hoy otra vez bronca en casa con mi madre. Estoy harta.
-Te entiendo tía. Por eso Alfredo y yo hemos decidido irnos a vivir juntos, ¿Por qué no te vienes? Nino, también se viene con nosotros.
Por supuesto ni lo me planteé, de manera que el día que cumplí los 18 me fui de casa, con Rocío. Esto me supuso una última bronca con mi madre pero por fin iba a vivir sin el control de mis padres. La pareja, Rocío y Alfredo, iban a vivir en una casita que los padres del chaval le pagaban en la calle Sepúlveda entre La Latina y Puerta del Ángel. Alfredo había llegado del País Vasco, junto con su amigo Nino, a Madrid y estaban en la escuela de circo de la Casa de Campo, relativamente cerca de la casa donde vivíamos.
El chico había llegado a estudiar la carrera de periodismo pero pronto lo dejó y comenzó a callejear por Madrid. Fue así como conoció a mi amiga Rocío, coincidieron en un garito y se gustaron. Ella, mi amiga, era una mujer contundente que atraía la mirada de todos los hombres. La típica chica voluptuosa y alta a la que le es imposible de pasar desapercibida. La atracción fue mutua e inmediata. Llevaban unos 8 meses juntos cuando decidieron que se irían a vivir juntos.
Nino, el amigo de Alfredo, era un tipo de tez muy morena, con el pelo negro y rizado. Junto a su amigo, también pertenecía a la escuela de circo y las actividades le habían cincelado un cuerpo fibroso y atractivo. Pero su actitud era totalmente pasota. Alfredo y Nino tenían dos años más que nosotras.
Los días en aquella casa fueron de muchas juergas. Los dos amigos eran incondicionales de
Kortatu
y al ritmo de
Sarri Sarri
fumábamos porros, bebíamos
litronas
, reíamos y saltábamos sin más preocupación que pensar en cómo vender el chocolate con el que trapicheaban "nuestros novios". En otras ocasiones, Rocío y Alfredo se pasaban el día en su dormitorio follando, esto me llevó a pasar muchas horas a solas con Nino. De manera que casi por inercia comencé un rollete con él. No se podría decir que lo nuestro era una relación de noviazgo como la que sí tenían mi amiga Rocío y Alfredo. Lo nuestro era más una cuestión de atracción sexual exclusivamente. A menudo, cuando la parejita se metía en su dormitorio, nosotros dos nos quedábamos solos en el salón de aquella casa fumando porros, desinhibiéndonos de la realidad.
Una de aquellas tardes de soledad compartida con Nino, nos intercambiábamos el porro de hachís mientras una cinta de
Iron Maiden
sonaba a todo volumen en un
radiocasette
en lo alto de un mueble. La mezcla del
morao
y los primeros acordes de
The Trooper
hicieron que Nino y yo nos comenzáramos a besar. Primero de manera pausada para ir
in crescendo
a medida que Bruce Dickinson entonaba la letra.
Me subí sobre el regazo de Nino y comenzamos a desnudarnos como dos adolescentes fumados (que es lo que éramos). El sabor dulzón de la boca de aquel noviete se mezclaba con mi saliva mientras todo parecía suceder de manera vertiginosa con el inicio de la canción. Sin camiseta, el chico estaba bastante fibrado dada su actividad en la escuela de circo a la que acudía con su amigo Alfredo. Yo le ofrecía la visión casi virginal de dos tetas pequeñas pero perfectamente proporcionadas, donde el conjunto de aureola y pezón eran, según Ricardo, una fresa de adictivo bocado. Nino me comió los pechos, mordiéndome los pezones y tirando de ellos de manera casi dolorosa.
Mi sexo ardía con el roce de mi pantalón vaquero negro sobre el suyo. Me hice un hueco por donde meter la mano y desabrochar el cinturón de Nino. Él hizo el resto para bajárselo y mostrar un miembro erecto de impresionantes dimensiones. No me anduve con contemplaciones y me coloqué sobre él para ensartarme sobre aquel ariete desproporcionado. El dolor inicial pronto se transformó en una excitante sensación. Comencé a cabalgar como una loca al ritmo del riff de la canción. Apoyada sobre los hombros de mi montura, subía y bajaba por su gran falo erecto. Nino me agarraba por la cintura sin dejar de comerme las tetas.
Antes de terminar la canción me tumbó en el asiento de aquel sofá y sobre mí, me penetró con todas sus ganas. En mi cabeza resonaba la canción de
Iron Maiden
que entraban por mis oídos antes de rebotar en mi cerebro y recorrer galopando mi sistema nervioso hasta mi clítoris provocándome un tremendo orgasmo. No pude evitar el grito ni clavar mis uñas en la espalda de aquel chico que se corrió de manera abundante dentro de mi coño. Era el segundo hombre que me follaba. Antes de él, y pese a tener numerosos rolletes y pretendientes, solamente lo había hecho con Ricardo. Desde aquel instante,
The Trooper
quedó como banda sonora de mis sucesivos polvos con Nino.
Así pasábamos los días con una economía de subsistencia mantenida exclusivamente por el trapicheo de hachís. Alfredo y Nino se lo pillaban a un par de tipos de Algeciras, que una vez al mes subían hasta Madrid para cerrar la entrega en nuestra casa. Rocío y yo nos manteníamos al margen. Aquella era una extraña pareja. Uno desgarbado y con algún tipo de tara. Andaba raro, muy delgado, siempre vestía con chándal. Encajaba a la perfección en el perfil de un yonqui de extrarradio. Todos le llamaban Pato.
El otro era diferente. Raúl estaba bastante bien. Vestía con cierto gusto, no era feo. Su actitud arrogante y descarada me atraía. Me lo hubiese follado sin problemas pero no es buena idea mezclar negocios con placer. Años después, parece ser que desapareció sin que se supiera nada más de él.
La cuestión es que estos dos suministraban el hachís marroquí que Alfredo y Nino (acompañados por nosotras) vendían en la Plaza del Dos de Mayo, lugar de reunión por aquel entonces de yanquis y
fumetas
. Así, las noches de jueves a sábados nos montábamos en el
Renault 18
que conducía el novio de Rocío, poníamos
Iron Maiden
a todo volumen y con
Two minutes to midnight
callejeábamos desde nuestra casa, en la calle Sepúlveda, hasta la punto de venta. Los cuatro hacíamos el camino fumando el mismo hachís que íbamos a vender.
Por mi parte, la sombra de Ricardo siempre me perseguía. Nunca tenía problemas para dejar tirados a mis colegas para acudir al pub. Le llamaba al bar y quedaba con él. Recorría a pié los escasos 7 minutos desde la Plaza a la calle Pez para encontrarme con “mi hombre”. Me sentaba en una de las esquinas de la barra, él se acercaba y me servía un vaso de whisky solo, me ofrecía un brindis y cinco minutos después estábamos camino de su despacho. Sobre un escritorio preparaba cuatro rayas de
farlopa
. Me gustaba observar, sentada sobre una esquina de la mesa, la parsimonia y lo metódico del procedimiento con que Ricardo lo hacía todo. Una paciencia que perdía en el momento en que aquella sustancia estimulante corría por su torrente sanguíneo. Entonces salía la personalidad dominante del amante desbocado.
Me besaba apasionadamente, agarrándome por la nuca y apretándome contra su boca. Luego, como siempre, me obligaba a arrodillarme ante él para que se la mamase. Yo obedecía orgullosa de ser su “elegida”. Me tenía totalmente absorbida la mente. Ricardo era un maduro atractivo, muy carismático, a mis ojos. Todo eso se unía al enamoramiento que vivía. Aquel vecino maduro fue mi primer amor.
Después de chupársela me colocaba sobre el escritorio. Me bajaba el pantalón y tirándome del pelo me poseía. Lo hacía fuerte, sin consideración, me trataba como si fuera una puta. Y a mí, esas formas rudas y dominantes me excitaban. Era una adolescente convirtiéndome en mujer adulta a base de sexo y excesos. Siempre se corría dentro de mí sin ningún tipo de protección. Es decir, ni él usaba condón ni yo tomaba anticonceptivos. Al terminar, me limpiaba los restos de su semen y me largaba de nuevo en busca de mis amigos. A seguir fumando porros e intentar colocar el material con el que poder seguir siendo económicamente independiente. Así viví aquellos días frenéticos de mi recién estrenada mayoría de edad.
En aquellas noches de trapicheo vivimos muchas situaciones. Redadas policiales de las que escapamos por patas. Presenciamos peleas entre camellos y yonkis que acabaron con consecuencias fatales. Noches de alcohol, porros y adrenalina. Antes o después nos tendríamos que ver envueltos en problemas más serios. Una de esas noches, en la Plaza, tuvimos un altercado con unos iraníes. Ellos también pasaban
chocolate
y no les gustaba que estuviésemos por allí. Ellos controlaban el mercado y nosotros éramos una competencia no deseada. La cuestión es que la cosa se puso seria cuando varios tipos nos arrinconaron y exigieron explicaciones. Realmente pasamos miedo, en ese ambiente habíamos visto que el personal va escaso de escrúpulos y nosotros no teníamos la protección de nadie. Éramos unos personajes prescindibles de aquel escenario. Pero tuvimos suerte y el jefe de la banda de camellos iraníes se apiadó de nosotros. Eso sí, tuvimos que negociar el pago de una parte de nuestro beneficio.
Fue así fue como conocí a Karin, el jefe de ellos, que se quedó prendado de mi. El tipo tenía 31 años y desde aquel altercado se encaprichó de mí. Durante varias semanas estuvo viniendo a la Plaza para encontrarme y estuvo insistiéndome para que me fuera con él. Trataba de convencerme de que dejara a mis colegas, que eran unos pobres diablos con un negocio entre manos que no sabían controlar. Que antes o después acabarían pillados por la policía. En cambio él me ofrecía una vida más cómoda, que no tendría que involucrarme en temas de trapicheo, que él me trataría como una reina. Al final cedí y acabé teniendo un rollete con él. Durante los siguientes dos años pasé muchos días y noches en su apartamento, que tenía al final de la calle San Andrés esquina con Carranza. El tipo no me atraía demasiado. No era guapo, tenía la piel de un color pardo y los ojos saltones. Tampoco destacaba por un físico espectacular, era poco más alto que yo y algo fondón, ni siquiera se mostró como un buen amante, pero tenía que buscarme la vida, y al ser "jefecillo", fue un tiempo donde no tuve que preocuparme por nada. Me cuidaba y respetaba mucho.
Para Karin fui como su trofeo, una parte del pago que tuvimos que hacerle por vender material en la misma Plaza donde lo hacía él. Fue una especie de reconocimiento de su poder, tanto ante su gente (jefes y subordinados), como ante los españoles con los que trataba. Que un camello iraní pudiera exhibir a una joven española, guapa, divertida y espabilada era un motivo de orgullo para él. Por mi parte, ni éste ni Nino fueron nunca un obstáculo para que yo siguiera viéndome con Ricardo y moverme según me venía en gana. Lo mismo dormía en casa de Karin, que salía en busca de mis amigos a la casa de Alfredo en la calle Sepúlveda o acababa la noche en
La Campana Irlandesa
bebiendo whisky y chupándosela a Ricardo.
Karin no era ningún descerebrado, era un tío muy sensato. Llevaba años dedicándose a pasar hachís y había llegado a ostentar un cargo de jefecillo de una banda menor pero no fumaba ni se metía nada. Tenía claro que aquello no era más que un negocio y que de no hacer las cosas bien lo podría tirar todo por la borda. Siempre me insistió en que no lo hiciera yo, no le gustaba verme con el
morao
. Como yo no iba a dejar de fumar me regalaba material pero nunca me permitió involucrarme en los negocios ni en los tratos con sus superiores, Me contaba truculentas historias de ajustes de cuentas y no quería que yo estuviera expuesta a ciertos riesgos.
Él estaba obsesionado con mi cara de niña guapa. Le gustaba acariciarme y observarme con media sonrisa en sus labios. Le volvía loco mi cuerpo y con lo que más disfrutaba era acariciándolo mientras estaba a cuatro patas haciéndole una mamada. Yo, que conocí desde muy pronto la debilidad masculina por el sexo oral, gateaba por la cama mirándole con ojos de niña inocente y subía por sus piernas besándolas hasta detenerme en su polla erecta. Tampoco es que tuviera la dotación de un actor porno, y menos tomando como referencia a Nino que sí la tenía realmente grande. Yo comenzaba lamiéndole el tronco, desde los huevos hasta el capullo, para volver a descender. Cuando le oía suspirar me la introducía lentamente en la boca para ir abrazándola con mis labios a medida que descendía.
Muy despacio, comenzaba a mover mi cabeza de arriba abajo y jugaba con mi lengua sobre su capullo. Iba acelerando la mamada, sintiendo las manos de Karin recorrer todo mi cuerpo. Desde mis nalgas, subiendo por mi espalda y llegando hasta mis pequeñas tetas donde se entretenía en pellizcar los pezones. Esto provocaba escalofríos en mi columna que llegaban al cerebro en forma de excitación y a mi coño en forma de flujo vaginal. Aquel camello lo aprovechaba para lubricarse los dedos y masturbarme, e incluso alguna vez intentó penetrarme el ano pero yo sentía auténtico pavor con esa práctica. Así se lo hacía saber y él volvía a recorrer mi cuerpo con caricias. Cuando sentía que su cuerpo se tensaba al borde del orgasmo, dejaba de chupársela y comenzaba una paja con un frenético movimiento de mi mano. A él le gustaba correrse en mi cara y yo le daba el gusto. Me excitaba sentir los chorros de leche caliente cruzar mi cara.
Como he dicho antes, no había nadie que supusiera un obstáculo para que yo siguiera viendo a Ricardo. Karin nunca se mostró posesivo conmigo y no le preocupaba que alguna noche no apareciera por su casa o incluso que pasara días fuera. Supongo que para él no era más que una niña guapa con la que divertirse. Algo similar a lo que era para mi vecino maduro aunque yo lo viese de otra manera. Estaba enamorada de aquel hombre que lo mismo me trataba como su novia que me despreciaba hasta sentirme devorada por los celos.
Una noche, en una de esas etapas en las que había decidido pasar unos días con Rocío y mis colegas en la casa de la calle Sepúlveda, llamé a Ricardo al pub, llevaba días sin verle y le pregunté si quedaríamos esa noche, me dijo que era imposible, y me enfadé. Una sensación de rabia incontrolada brotó de mi estómago para recorrer todo mi cuerpo. Quería gritar. Decidí seguir de fiesta en la casa con Nino y compañía. Una de esas juergas a base de porros,
litronas
y
heavy
, (
Iron Maiden, Barricada, Barón Rojo
…) mucho desfase para mitigar la sensación de celos y odio. Pero a las 2,30 me fui hacia su casa, sabía que cerraba el pub a las 3 y de ir a casa, no tardaría...
Esperé sentada en un banco cerca de su casa, y a las 3,20 vi llegar un taxi. De él se bajaron Ricardo y una rubia de más o menos su edad, guapa, elegante muy de su estilo. Hacían buena pareja. Yo me quedé quieta, y ellos entraron al portal rápidamente. En una decisión que hoy me parece incomprensible por descabellada, decidí esperar, lo más probable era que ya no salieran, pero estaba rabiosa.... Las siguientes 3 horas las pasé dándole vueltas a la cabeza, paseando de arriba abajo por la acera y matando el tiempo fumando un cigarrillo tras otros, no quería porros.
Eran las 6,30 cuando volvieron a salir de la casa. Caminaron por la calle abajo, abrazados y pararon un taxi. La rubia se subió después de un buen morreo que él acompañó con un pellizco en el culo. Cuando Ricardo subía calle arriba, le abordé, le grité, le insulté, al tiempo que andábamos hacia el portal, él permanecía callado:
-¡Hijo de puta¡ Eres un cabrón que me utilizas cuando te sale de los cojones. ¿Quién es esa puta por la que me has dejado tirada? Cerdo… –La verdad es que estaba fuera mí, desatada.
La mezcla del alcohol en casa de Alfredo y el ataque de celos me hacían comportarme como una auténtica mujer despechada… que es lo que realmente era.
Al llegar a su casa, nada más entrar, me dio una bofetada, me quitó el vestido y me arrodilló. Me folló la boca, agarrándome la cabeza con las dos manos y haciendo llegar el capullo hasta mi campanilla provocándome arcadas. Aquello estaba siendo un castigo en toda regla por haberme portado como una niña mala. Hizo que me pusiera de pie de nuevo, me levantó en vilo con los brazos, me puso contra la puerta y me embistió salvajemente:
-Mi pequeña niña, quieres esto, ¿no? Hoy ha pillado un calentón y ha venido a que su amo la alivie –decía.... Y no le faltaba razón.
Con su polla dentro de mí me llevó al salón, allí me soltó en el sofá. Después se sentó a mi lado:
-¡Sigue! –Me imperó.
Sabía perfectamente que no me gustaba nada chupársela después de habérmela metido. Pero lo hice, mientras él comentaba acerca de que no entendía nada, yo era suya, pero eso no implicaba nada más:
-¿Pero qué coño te ha pasado niña? ¿A qué coño ha venido este numerito de niñata mal criada? –Decía esto mientras marcaba el ritmo de la mamada moviendo mi cabeza agarrándome del pelo. –Te dije que hoy no podría estar contigo…
Se levantó de nuevo, se colocó detrás de mí. Me puso con la cabeza sobre el sofá, y después de meterme la polla en el coño, me dijo:
-Muévete. Haz que me corra, pequeña. A ver si puedes conseguirlo. –En clara alusión a su rato de cama con la amiga rubia.
Me moví con rabia, con ganas. Quería demostrarle que no era una niña sino toda una mujer, mucho mejor que esas putas a las que se tiraba cuando no quería quedar conmigo. Y al rato, se desplomó dentro de mi con un: "muy bien mi niña".
Me cogió en brazos y me llevó a la cama. Allí nos quedamos dormidos hasta el mediodía siguiente.