Retrato de una lolita: capítulo 2. inocencia.

Ricardo comienza a ejercer su poder sobre la joven Laura.

RETRATO DE UNA LOLITA: CAPÍTULO 2. INOCENCIA.

Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.

https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar

JULIO 92-PRIMAVERA 93

Aquella noche de verano del 92, en casa de Ricardo, perdí toda mi inocencia. Pasé de ser una niña a entrar de lleno en la realidad sexual adulta. En un momento pasé de tontear con los niños adolescentes de mi edad, a fijarme más en cómo miraban los adultos, y, tonta de mí, claro, me vine arriba. Comencé a explotar mis encantos, ya era una "mujer" con un "novio" cuarentón.

Hasta ese día, mis antecedentes solo se basaban en ser una niña guapa, espabilada, de barrio, en las típicas pandillas de la época, la mía eran los

heavys

. Siempre fui rebelde y esta tribu social encajaba más con mi comportamiento. Junto a mi amiga Rocío nos iban  los

malotes

, aunque siendo del barrio, casi todos los grupos se conocían entre sí y me tiraron los tejos todos en un momento dado.

Seguía en mi nube el día que recibí la segunda llamada de Ricardo. Era viernes, y fue mi hermana mayor quién cogió el teléfono. Al decirme que era el vecino quien preguntaba por mí no pude evitar un pellizco en el estómago. Me dijo que no fuera a cuidar a los niños sino que le llamase a las 2 de la mañana y me diría que hacer. Al colgar el teléfono sentía una extraña sensación entre la emoción y la incertidumbre por no saber qué me pediría. Esperaba una situación similar a la primera vez, que fuera a cuidar a los niños y después vendría para estar conmigo pero era muy diferente a lo que esperaba.

Tendría que buscar una coartada para justificar mi salida, y sobre todo, mi llegada a casa, presumiblemente tarde. Es cierto que mis padres no me controlaban demasiado. En verano, y siendo fin de semana, podía volver tarde o incluso quedarme a dormir en casa de alguna amiga.

Mentí a mis padres diciendo que Ricardo me había llamado para cuidar a sus hijos, que debía estar en su casa a las 10 de la noche y que luego, cuando él volviese, saldría para estar con mis amigos, de manera que tenía cubierta toda la noche.

Salí de casa con una mochila a la espalda y me fui al parque donde habitualmente quedaba con mi pandilla. En aquella época mantenía un rollete con un chico de 19 años, entre porritos y

litronas

nos enrollamos en un banco sin ir a más.

Pero aquel último viernes de julio mi vida sexual fue un paso más allá. A la 1,45 me despedí de mis colegas pero en vez de irme a casa busqué la cabina telefónica más cercana. Marqué el número de teléfono que me había dado Ricardo y esperé a que me diera las instrucciones.

Me dijo que cogiera un taxi y me dirigiese a la calle del Pez. Me escondí tras unos arbustos junto a la cabina y me cambié de ropa. Sustituí mis deportivas, vaqueros y chupa de cuero con chapitas de

Iron Maiden

,

Barricada

y

Barón Rojo

que llevaba puestas por un vestido corto y unos zapatos de tacón que llevaba en mi mochila. Ricardo me vería como una auténtica mujer.

Cogí el taxi y le di la dirección, al llegar era un pub,

La Campana Irlandesa

. Entré y allí estaba él, detrás de la barra. Salió, pagó el taxi y entramos de nuevo. A esa hora, las 2:30, ya quedaba poca clientela. Mientras me servía un

Jack Daniel´s

solo con hielo, que yo no le pedí, me explicó que aquel negocio era suyo. Que cerraba a las 3 de la madrugada y que después saldríamos para su casa. Aquel whisky no era lo mejor para mi estado, sobre todo si se le sumaban las

litronas

que había bebido con mis colegas en el parque. Pero si quería mostrarme como una mujer ante él no podía andarme con niñerías. Al terminármelo, Ricardo me puso otro…

Cuando no quedaba nadie, salió de la barra y bajó la persiana del local. Yo le miraba sentada en un banco alto junto a la barra. Aquel cuarentón era un hombre muy interesante. Se acercó a mí e hizo que me bajara del asiento:

-¡Mírate, eres toda una belleza!

Me dio la vuelta. Hizo que apoyará mis manos sobre el banco alto y levantó mi vestido. Pegó su cuerpo al mío. Me abrazó por detrás y sus manos recorrieron mi cuerpo mientras suspiraba sensualmente junto a mi cuello. Lentamente comenzó a bajar por mi espalda hasta quedar arrodillado detrás de mí. Tras la barra había un espejo que me devolvía una excitante imagen. Yo, apoyada en un asiento mientras un hombre, 26 años mayor que yo, comenzaba a morder mis glúteos por encima de mis braguitas. Me fue imposible evitar un suspiro convertido en gemido al notar el aliento caliente de Ricardo a través de la tela de mi ropa interior.

Me obligó a inclinar mi cuerpo un poco más sobre el asiento, ofreciéndole una mejor visión. Me bajó las braguitas y me las dejó a la altura de las rodillas. Me sentía totalmente expuesta cuando su ardiente lengua me devoraba desde abajo, junto a mi clítoris, hasta arriba, en la entrada de mi ano. La sensación de tener a un hombre en aquella postura dándome placer oral era algo demasiado fuerte para una joven adolescente como yo, que nunca había pasado de toqueteos con manos ajenas.

Me aferré al asiento mientras notaba como aquel hombre experimentado me iba a llevar a un maravilloso orgasmo. Este llegó de manera incontrolable, beneficiado por la mezcla de alcohol, cuando Ricardo succionó mi clítoris con los labios al tiempo que su lengua pasaba a gran velocidad sobre éste. No pude (ni quise) evitar el grito que me provocó aquel orgasmo. El primero que obtenía con una comida de coño.

Quedé exhausta sobre el asiento, con mi vestido corto a la altura de la cadera, las bragas por las rodillas y mi sexo ultra sensible. Sentía mi clítoris palpitar después de haber sido degustado. Ricardo se levantó y quedó tras de mi. Me acarició el culo. Luego tiró de mis bragas hasta lograr sacármelas por los tobillos y se las guardó. Después me ayudó a incorporarme.

Al volverme, vi que Ricardo blandía su polla totalmente erecta. Sin darme cuenta, y con la cabeza dando vueltas por todo lo vivido en las últimas horas, se sentó sobre el banco y me atrajo hacia él. Me besó metiéndome la lengua en la boca. Sabía a mis propios jugos vaginales:

-Arrodíllate Laura. –Con una leve presión en los hombros entendí que me tocaba devolverle el favor del sexo oral. –Tienes que aprender a mamarla bien y para eso tienes que practicar, putita.

Cada vez que me insultaba, mi cabeza estallaba haciendo que mi libido se disparase. Aquel hombre sabía como tratarme para hacer conmigo lo que quisiese.

Me arrodillé, quedando mi cara a la altura de su polla. Con una mano me levantó la cabeza por la barbilla. Me miraba con una seguridad y suficiencia que hacía que se desmontase toda mi resistencia. Abrí la boca y muy despacio comencé a tragar cada centímetro de aquel miembro. Se la agarré con la mano y comencé a pajearlo al tiempo que tragaba. Comencé a generar saliva para facilitar el movimiento de entrada y salida:

-Sí joder, Laurita, sigue chupando.

Con la mano y la boca, recorría el largo del tronco de la polla de Ricardo. La sacaba hasta el glande para volver a tragármela entera. De repente, volvió a entrar en trance, como quince días antes en su casa, y se volvió casi agresivo:

-Venga puta, ahora te la vas a tragar entera. Vas a saber lo que es comerse una polla.

Aquel hombre me agarró por la cabeza y comenzó a follarme la boca con violencia. Su polla llegaba hasta mi garganta provocándome arcadas que casi no podía evitar. Un grito fue el preludio de la corrida caliente que depositó en mi boca. Por primera vez probaba ese líquido viscoso que era el semen. No me lo tragué y cuando tuve la boca libre, lo escupí al suelo.

Me puse de pié mientras él se recomponía. Para mi sorpresa, Ricardo no me devolvió las bragas con lo que fui consciente de que iba a pasearme por la calle sin bragas pero no dije nada. Este hecho marcaría para siempre mi tendencia a no llevar nada debajo cuando, con un vestido, éstas dejaban marca.

Aquella fue la primera vez, de muchas, de ese corto paseo de madrugada desde la calle Pez hasta Plaza de España para coger un taxi. De su brazo, sintiéndome importante, parando en los portales, haciendo lo que realmente era satisfacer su morbo y sus ganas... como me di cuenta después.

Cogimos ese taxi. Fue también la primera vez de muchas, donde sin reparos, en la parte de atrás de los taxis, jugaba conmigo para deleite de las miradas lascivas de los conductores. Fue así siempre, ante desconocidos, algo que contrastaba con las entradas a su casa, siempre por separado para que nadie en el barrio nos viera juntos.

Llegamos a su casa, y ¿cómo diría, cómo recordarlo....? No hubo romanticismo, ni esperas; mis ojos chispeaban, mi cuerpo jugaba a ser mayor con él. Nada más entrar por la puerta, Ricardo me quitó el vestido dejándome desnuda y allí mismo me arrodilló de nuevo. Su obsesión por mi boca quedó siempre patente, incluso lo verbalizó para sí con una frase casi en susurro “…vaya chollo he encontrado contigo, Laurita”. En esa y en otras múltiples ocasiones, aprendí que los hombres, cuando pasan de los 40, lo que más desean es que les chupes hasta dejarles secos. Sí, la verdad es que con Ricardo me convertí en una experta feladora.

Después de que me la volviese a meter por la boca, aunque esta vez sin acabar, me levantó y me inclinó sobre el sofá del salón. Detrás de mí, se recreó en mi cuerpo. Acarició mi espalda, desde la nuca hasta el culo. Volvió a hacer el camino inverso, desde el culo hasta la nuca donde agarró mi melena.

Yo  me sentía dominada por el poder de un hombre maduro, experto. Mi coño comenzó a inundarse de flujos ante lo inevitable.

Me encontraba tranquila, deseaba que aquella primera vez fuera con aquel hombre. Que fuera Ricardo el que disfrutara la pérdida de mi virginidad. Sentí como el glande de aquel hombre de 44 años se colocaba en la entrada de mi vagina. Mis labios vaginales comenzaron a abrazar la cabeza del miembro ardiente. Me sentía llena, y no pude evitar un quejido de dolor:

-Tranquila zorrita, lo haré con cuidado. –Me decía Ricardo agarrando mi melena y tirando levemente haciendo que mi cabeza se levantara.

Sentí como ejercía presión y su polla luchaba por derribar la barrera física que le impedía avanzar. El dolor aumentaba a medida que también lo hacía la presión. Por fin, el glande rompió mi himen y su polla avanzó abriendo mi conducto vaginal por primera vez. Grité. Grité de dolor:

-Tranquila, Laura. No te haré daño… –a su manera era romántico –. Joder, no sé como me pude aguantar cuando te vi dormida en la cama con mi camisa. Esa imagen virginal sacó mis más bajos instintos pero me contuve. Hoy no habrá nada que te salve.

Ricardo, comenzó a penetrarme, con cierta delicadeza pero sin pausa. Siguió percutiendo con su polla contra mi coño mientras no dejaba de tirar de mi melena. Yo seguía inclinada sobre el asiento del sofá, clavando mis uñas en los cojines mientras aquel hombre me follaba por primera vez hasta correrse. Lo hizo dentro de mí. No me avisó de que lo haría, tampoco quiso evitarlo. Y fue la primera de las muchas veces que lo hizo pese al riesgo evidente de un embarazo.

Cuando terminó me dijo:

-Estas sangrando, no te asustes, ve al baño y te lavas bien.

Era cierto, un hilillo de sangre descendía por mis muslos, mezclado con el semen del hombre que se acaba de llevar mi virginidad.

Fue cariñoso, dormimos juntos en su cama, para mí fue lo más bonito e importante. A las 8 de la mañana, me desperté, me vestí y volví a mi casa con una sonrisa entre los labios y dejándome en el sofá de aquella casa algo que ya no recuperaría, mi inocencia. Ese días tuve la absoluta certeza de que una mujer puede despertar los más oscuros deseos masculinos sin ni siquiera tener que hacer nada.

Los siguientes 6 meses fueron muy intensos y cambiaron por completo mi forma de vida y la de relacionarme. Ricardo pasó a ser el centro de todo. Durante muchas noches seguí acudiendo a su casa a cuidar a sus hijos, otras veces eran visitas al pub, recogidas a la puerta del instituto. Todo bastante previsible entre un hombre maduro que tenía encandilada a una adolescente inexperta.

La situación idílica comenzó a cambiar hacia el mes de febrero del 93. Yo era un capricho de aquel recién divorciado, un desahogo para superar la ruptura de una relación matrimonial. El poder hacer lo que quisiera con una

Lolita

como era yo en aquel momento. Por supuesto, el tenía “novias” de su edad. En alguna ocasión, me citó en su casa para que me quedara cuidando a sus hijos. Al llegar, él me estaba esperando con alguna de aquellas mujeres para salir con ellas mientras yo me quedaba con los críos. A su vuelta jugaba conmigo.

En una ocasión, me quedé sola en su casa viendo como se marchaba con una mujer de su edad muy guapa, me puse muy celosa. Esperé a que los niños se durmieran y me puse a recorrer las estancias de aquel ático. Como aquella primera vez en la que Ricardo me despertó sobre su cama. Me sentía rabiosa y para relajarme me fumé un porro. Me tumbé sobre el sofá en el que me arrebató la inocencia y comencé a ver la situación de una manera más optimista.

Sobre las dos de la mañana llegó Ricardo. Yo estaba dormitando por los efectos del hachís:

-¿Estás dormida, Lau?

Con los ojos propios de una

fumeta

y media sonrisa tonta miraba al hombre que me tenía totalmente atrapada:

-No, te estaba esperando. –Le contesté dejándole clara mi predisposición a lo que él quisiera.

Se acercó a mí y me besó en los labios. Inmediatamente toda la rabia y los celos desaparecieron. Ricardo había vuelto y pasaría las siguientes horas conmigo.

De un bolsillo sacó una pequeña bolsita con

farlopa

. Vertió una pequeña cantidad sobre la mesita auxiliar, delante del sofá, y con una tarjeta bancaria fue machacando y estirando el polvo blanco. Yo no la había probado nunca, entre mis vicios solamente estaban los porros de hachís, las

litronas

y el sexo con Ricardo. Pero bastaba que él me la ofreciera para que yo no me negase. Nunca quise parecer una niña ante aquel hombre y mi comportamiento con él siempre fue adulto. Al cabo de unos minutos había ante nosotros cuatro rayas perfectamente alineadas:

-Toma, Lau, –Ricardo me pasó un billete de 2.000 pesetas enrollado en un canutito –inspira fuerte.

Torpemente intenté simular cierta experiencia. Tapé uno de mis agujeros nasales para inspirar fuerte por el otro. Noté como la sustancia penetraba muy dentro de mi nariz llegando hasta mi garganta. La primera sensación fue la de toser pero pude contenerlo. Repetí la operación, ahora por el otro agujero. De nuevo el polvillo atravesó mis fosas nasales camino de mis pulmones dejando un regusto amargo en la garganta.

Las rayas no tardaron en hacer efecto y el estado de somnolencia desapareció por completo, mi libido aumentó de golpe y la percepción de que aquel hombre era lo mejor que me había pasado en mi vida se instaló en mi cabeza. Ricardo se giró hacia mí y me dio a lamer uno de sus dedos, previamente los había pasado por la superficie acristalada de la mesita auxiliar recogiendo algunos restos de coca. Sin dudarlo lo lamí antes de introducirlo poco a poco en mi boca en lo que era toda una declaración de intenciones sexuales. Sabía amargo y la punta de mi lengua quedó adormecida por los efectos anestésicos de aquella coca colombiana y traída directamente desde la Ría de Arousa, según me dijo.

Sacó una botella de

Jack Daniel´s

y sirvió un vaso para cada uno. El whisky solo era la bebida que tomaba con Ricardo, no puedo decir que fuera lo que más me gustaba pero siempre quise estar a la altura de las circunstancias y estando con él había que beber whisky o probar la coca. En esos momentos no era consciente, ni siquiera me lo planteaba, pero años después entendí que lo hacía para desinhibirme y tenerme a su merced, y fue algo que pudo meterme en muchos problemas.

Aquella noche me lo hizo. Yo totalmente entregada al hombre del que estaba enamorada volví a caer rendida a los encantos de un tipo maduro y atractivo que me tenía dominada. Lentamente fue descendiendo con sus besos por mi boca, mi cuello. Levantándome la camiseta para poder tener acceso a mis tetas de adolescente. Pequeñas, duras, turgentes, jóvenes. Me las besaba con admiración, succionando los pezones endurecidos por la excitación. Siguió descendiendo hasta tumbarme en el asiento del sofá. Colocado entre mis piernas, me bajó el pantalón dejándome totalmente desnuda. De repente se puso de pie, se dirigió hacia un mueble y sacó una cámara fotográfica.

En otro momento hubiese sentido algo de pudor ante tal exposición, pero aquella noche, el whisky y la coca estaban funcionando a pleno rendimiento. Mi desinhibición era total y absoluta. Ricardo disparó una primera vez estando yo tumbada sobre el sofá para luego ir dándome instrucciones con las distintas poses que él inmortalizó con su objetivo. Reconozco que aquel reportaje me gustó. Especialmente una foto que me tomó de rodillas sobre el sofá con los brazos en alto. Desnuda y sonriendo a cámara mi cuerpo de

Lolita

, como a él le gusta definirlo, se veía realmente apetecible. Mis tetas se veían en un precioso primera plano:

-¿Para qué son las fotos?

-Para mí. Voy a hacerme un álbum con estos retratos de mi

Lolita

.

-¿De verdad soy tu

Lolita

?

Ricardo me miró y sonrió. Con las pupilas dilatadas y relamiéndose los labios resecos se abalanzó sobre mí para devorarme. Comenzó a comerme el cuello mientras yo, con los ojos cerrados, le agarraba la cabeza contra mi pecho. Casi sin darme cuenta le tenía sobre mí desnudo, con su polla dura, penetrándome contra el sofá.

Pese a haberme follado varias veces, todavía, las penetraciones me provocaban algo de dolor. Sobre todo al principio, cuando la estrechez de la musculatura vaginal tenía que dar de sí para acoger al intruso. Ricardo era un buen amante. Siempre se esforzó en darme placer, y sin estar excesivamente dotado, sí consiguió que llegara a unos orgasmos brutales. Y esta noche, después del alcohol, la droga y la sesión fotográfica, volví a llegar al clímax cuando sentí que su cuerpo se tensaba y su polla escupía varios chorros de leche caliente dentro de mi coño recién estrenado.

Durante unos minutos, que no pude calcular, estuvimos desnudos sobre el sofá. Abrazados, piel contra piel. Me encontraba plenamente satisfecha. Estaba enamorada de un tipo maduro y estaba dispuesta a tragar con sus “infidelidades” con otras mujeres.

Por una cuestión casi lógica, comencé a ver a Ricardo sin necesidad de ir a cuidar a sus hijos, cosa que dejé de hacer al año de conocerlo. Seguía quedando con él en su casa, cuando no tenía a los hijos a su cargo, o, algunas noches, en el despacho privado de

La Campana Irlandesa

, su pub.

Para entonces ya había dejado de practicar gimnasia rítmica, también había terminado COU y no tenía ninguna intención de seguir estudiando. Así que no me planteaba el futuro más allá de salir con mi pandilla de amigos, con quienes quedaba en el parque del barrio para beber

litronas

y fumar porros de hachís. Por supuesto, mi enganche con Ricardo se mantenía y me provocaba una sensación de montaña rusa. Verle con otras mujeres me ponía muy celosa lo que me llevaba a mostrarme más rebelde y me enganchaba a cualquier tipo intentando rebatir aquella desagradable sensación. Pero cuando estaba con él, la sensación de plenitud era absoluta y la posibilidad de comportarme como una mujer adulta era algo que me enorgullecía. De vez en cuando, él me llevaba al límite ofreciéndome coca o emborrachándome con whisky.