Retrato de una lolita: capítulo 1. Ricardo

Una mujer joven cae rendida a un hombre maduro.

RETRATO DE UNA LOLITA: CAPÍTULO 1. RICARDO

Esta es la historia de Laura, una autora divertida, sensual y morbosa con unas experiencias dignas de ser narradas. Junto a ella he ido dándole forma a sus vivencias durante sus primeros años de juventud. Les dejo el enlace de su perfil para qur lean su prólogo y disfruten de sus otros relatos.

https://www.todorelatos.com/relato/173061/#valorar

CAPÍTULO 1 - RICARDO

PRIMAVERA-VERANO 92

Nací en 1975. Mi infancia fue la típica de una niña en una familia de clase media en Madrid, vivíamos sin alardes pero sin carencias. A los 9 años comencé a practicar gimnasia rítmica, deporte que fue moldeando mi cuerpo desde entonces. Esto hizo que desde muy joven comenzara a sentir las miradas de los hombres. Como alguien me diría años más tarde, "…destilas sexualidad por cada poro de tu piel...”. Y supongo que eso hizo que poco antes de cumplir 18 años pasará lo que pasó.

En esos primeros años no era consciente del atractivo que tenía y el magnetismo que fue atrayendo a esos hombres mayores que me veían como una presa apetecible. Sin haber sido una niña problemática, la adolescencia se presentó muy diferente. Era la segunda de tres hermanas y como si quisiera reivindicar más atención me volví una adolescente rebelde. El saberme atractiva avalaba mi actitud altiva. Esta rebeldía se manifestaba en contestaciones a mis padres, no acatar sus órdenes. Además había empezado a fumar porros y beber cerveza (

litronas

) con los colegas de la pandilla. Junto a mi amiga Rocío (lo éramos desde que entramos juntas en el colegio) pertenecíamos a la de los

heavys

y estábamos enganchadas al guitarreo de

Iron Maiden

.

En el barrio vivía un matrimonio acomodado, felizmente casados (aparentemente) y padres de dos hijos de 8 y 5. Eran una pareja de película al filo de la cuarentena. Ella Marta, 39 años, delineante, era una mujer guapa con buen cuerpo. Él Ricardo, 40 años, empresario, era el dueño de un exitoso pub irlandés en la calle del Pez. Era un hombre muy atractivo, interesante, alto, de porte elegante. La bomba estalló dos años después. Marta le había sido infiel a Ricardo con un amigo de él. La situación fue sonada en todo el barrio y más cuando, en el divorcio, el empresario logró quedarse con la casa. Un ático en la quinta planta de una finca en la mejor zona del barrio, aquella denominábamos la parte rica.

Fue así cuando, en el verano del año 92, mi madre comenzó a trabajar de asistenta en la casa de Ricardo. Acudía por las mañanas y realizaba las tareas propias de limpieza. Cuando el hombre volvía a primera hora de la tarde, mi madre abandonaba la casa.

Cierto día nos encontramos por la calle. Mi madre y Ricardo se quedaron hablando, él y yo no nos conocíamos, de manera que, tímida, le saludé y seguí a lo mío mientras ellos hablaban. Días después, mi madre me comentó que aquel vecino necesitaba a una chica que cuidase de sus hijos esa noche ya que él iba a salir. A mi edad era una posibilidad de ganar algo de dinero para mis cosillas, así que acepté.

A las 9 de la noche, salí de mi casa en dirección a la del vecino, apenas un par de minutos andando desde la mía. Cuando llegué, Ricardo ya estaba preparado esperándome. Era la primera vez que le tenía cara a cara y quedé impresionada con la presencia de aquel hombre. Vestido con un traje azul de raya diplomática parecía más alto aún. Su porte elegante, su belleza discreta y su aroma a

Issey Miyake

quedaron grabados en mi memoria a fuego y para siempre. El impacto que me causó fue tremendo. Tras darme las instrucciones de lo que debía hacer con sus dos hijos, se marchó.

Después de unas pizzas y ver la película

Hook, el capitán garfio

, los niños se fueron a la cama sobre las 11. Así me quedé “sola” en aquella casa desconocida. La curiosidad me pudo y comencé a dar vueltas por las distintas estancias hasta llegar al dormitorio principal. Casi sin darme cuenta abrí el armario y me puse a inspeccionar todas las cosas de Ricardo, camisas, trajes, zapatos. Un escalofrío nervioso recorrió mi espalda ante las cosas personales de aquel hombre divorciado, 26 años mayor que yo.

Aún hoy no sé por qué lo hice pero no pude reprimir la tentación de ponerme una de sus camisas. Ante un espejo me quité mi camiseta negra de

Iron Maiden,

también retiré mi sujetador dejando al aire dos pequeñas tetas adolescentes. Tomé una de las camisas blancas del armario y me la puse. El roce de la prenda de ese desconocido sobre mi piel era una sensación extraña y morbosa. Poco a poco, y empezando desde abajo comencé a abotonar la prenda. Era bastante grande para mi menudo cuerpo de gimnasta. Al tacto de la prenda con la desnudez de mis tetas, los pezones se endurecieron arrancándome un gemido de excitación. Me gustaba la visión que me devolvía aquel espejo; yo, una adolescente de cuerpo perfectamente torneado, envuelta por la camisa de un extraño maduro interesante. La situación empezaba a superarme.

Me tumbé sobre aquella inmensa cama de matrimonio donde, hasta un par de años antes, Ricardo y Marta mantendría relaciones sexuales. Mi imaginación volaba y mi mano fue descendiendo hasta mi pantalón vaquero. Se introdujo dentro y los dedos lograron alcanzar mi vello púbico. Con los ojos cerrados, imaginaba que era Ricardo quien me acariciaba. La situación no fue a más y el sueño me venció.

Una leve caricia en mi mejilla me sobresaltó. No me podía creer que me hubiese quedado profundamente dormida. Ricardo estaba sentado en la cama y me estaba despertando. La situación era difícilmente explicable. La

canguro

que había contratado se había quedado dormida sobre su cama, y peor aún, vestida con una de sus camisas. Era un abuso de confianza en toda regla. Decir que me encontraba avergonzada es poco. Ricardo se mostró de manera caballerosa y galante, y resolvió el problema sin darle mayor importancia, pero allí estaba yo, tumbada sobre su cama, con su camisa puesta. Se giró para que pudiera quitarmela y vestirme de nuevo con mi sujetador y mi camiseta.

Nos despedimos y me fui a casa. El control de la situación por su parte, la seguridad y la confianza con la que solucionó aquella situación tan extraña, me impresionó. Los días restantes los pasé esperando una nueva llamada para cuidar a sus hijos, expectante. Quería volver a casa de Ricardo, volver a verle y a hablar con él. Sucedió a los 15 días. Cuando llegué a su casa me esperaba una sorpresa:

-No, los niños no estarán esta noche. –Quedé un tanto desconcertada- Marta ha venido y se los ha llevado para que pasen la noche con ella.

-Bueno, entonces me voy. –Le dije decepcionada.

-No por favor, Laura, quédate. Esto ha sido una situación imprevista y habíamos acordado que cuidarías de ellos. Quiero que te quedes igual, te pagaré las horas, por supuesto. Yo voy a salir y volveré tarde.

-De acuerdo. Me quedaré. Al fin y al cabo hoy no tenía planes para salir con mis amigos. –Era cierto. Pese a ser fin de semana, no había quedado para salir y este plan de volver a casa de Ricardo era mucho mejor que pasarlo en casa frente a la tele con mis padres.

A las 2 de la mañana, me encontraba tumbada en el sofá de aquel amplio salón viendo, nada en concreto, en la televisión cuando sonó el teléfono. Era él:

-Buenas noches, Laura. Me alegro que sigas en casa.

-Sí, claro. El acuerdo era estar aquí hasta que llegaras.

-Perfecto. Sobre mi cama te he dejado un regalo. Quiero que lo tengas puesto cuando llegue. Espero que te guste.

Ricardo se despidió y colgó.

Me dirigí al dormitorio y  sobre la cama había una caja grande, rectangular. Cuando la abrí, era un kimono japonés de color rosa... Me dio mucha vergüenza. Lo tomé en mis manos, me lo probé, me miré en el espejo. Me lo quité de nuevo.

Media hora después llegó Ricardo. Me encontró sentada en el sofá, viendo la tele. Me miró, vio el kimono a mi lado. No dijo nada. Con parsimonia, y siempre en silencio, se quitó la chaqueta y la colocó sobre una de las sillas. Se acercó por detrás, me abrazó, y me agarró los pechos oprimiéndolos con sus manos. Luego acercó su boca a mi oído:

-Laura, o te lo pones ahora mismo, o te vas y no vienes más por esta casa.

Un poco asustada por la amenaza de no volver a ver a Ricardo, me levanté sin decir nada, cogí el kimono y fui a la habitación. Frente al espejo me desnudé por completo. La imagen del espejo me devolvía un precioso cuerpo perfectamente proporcionado con unas pequeñas, pero maravillosas, tetas de dureza virginal y un sexo cubierto por una sexy capa de finos rizos negros.  Me coloqué la prenda japonesa sobre mi cuerpo desnudo, sin nada de ropa interior.  Cuando volví al salón tenía un

Jack Daniel´s

solo con hielo sobre la mesa. Mi vecino maduro estaba sentado en una de las esquinas del sofá sosteniendo otro whisky en la mano. Me miró con media sonrisa:

-Estás preciosa Laura.

Sin saber muy bien qué decir tomé el vaso y bebí antes de sentarme a su lado. No era la primera vez que tomaba alcohol pero sí era la primera vez que lo hacía en una situación como aquella. En casa de un semi desconocido con el que se estaba generando una importante tensión sexual. Sentía la mirada de Ricardo recorrer mi cuerpo:

-Laura, te estás convirtiendo en una mujer preciosa.

Se giró hacia mí y me acarició la cara. Yo estaba inmovilizada por la situación. La presencia de aquel hombre que tanto me atraía llegaba a intimidarme. Tomó mi cara entre sus manos y dirigió sus labios a los míos. Me besó. Yo había besado a algún que otro chico pero aquel era un hombre 26 años mayor que yo. Su boca sabía a alcohol. Cerré los ojos y me dejé llevar por la experiencia de Ricardo. Volvió a besar mis labios, luego mi cara, mis mejillas…

Me hizo levantar. Se recreó en mi cuerpo cubierto con aquel kimono que me había regalado. Con sumo cuidado lo abrió por delante, dejando esa parte de mi cuerpo desnuda. Sentado en el sofá me acercó hacia él. Me besó el abdomen, subiendo lentamente hacia las tetas. Las caricias de sus manos recorriendo mi cuerpo hacían que no pudiese pensar con claridad. Estaba viviendo un momento de excitación desconocido para mí.

Hizo que me arrodillase. Me miraba con media sonrisa, disfrutando de tenerme a su merced. Era una adolescente entregada a sus encantos y eso a mi me gustaba. Sin dejar de mirarme, Ricardo se desabrochó el pantalón de su traje, sin apenas esfuerzo liberó su miembro. Ante mí apareció una polla erecta, preciosa, recta. Con un glande gordo y brillante.

Era la primera vez que veía una. Nunca antes había mantenido relaciones sexuales. Y nunca antes había practicado lo que ahora me estaba pidiendo Ricardo. Sin palabras entendí que estaba ante mi primera mamada. Aquel maduro se acariciaba la polla lentamente, sin prisas, dándome tiempo a asimilar lo que iba a hacer.

Casi sin pensarlo, me incliné sobre su regazo. En esta posición, con el kimono abierto, la exposición de mis tetas era absoluta, aquel maduro se estaba recreando en mis pechos. Saqué la lengua y lamí el glande. El sabor agrio no me resultó desagradable, en vez de eso fue una sensación excitante. Mi sexo se humedeció de inmediato. Volví a lamer, ahora pasando la lengua a lo largo del tronco de la polla. Desde los huevos hasta la punta.

-¿Lo has hecho alguna vez?

-No. Nunca lo he hecho antes.

La agarré con mi mano y volví a pasar la lengua por el glande. Por fin me decidí a besarla con mis labios. Los acerqué hasta el capullo y lo envolví con ellos. Poco a poco fui introduciéndola. Ricardo respiraba profundamente a medida que su polla iba ganando espacio dentro de mi boca.

Pero mi confesión de inexperiencia resultó ser el interruptor que cambiaba la personalidad del hombre. De repente se transformó en un ser vulgar que me usaba como un juguete sexual. Me agarró del pelo para comenzar a follarme la boca. Yo intentaba acomodar aquel trozo de carne caliente en mi boca pero me era imposible. Golpeaba contra la campanilla provocándome arcadas:

-Traga putita. Hoy te vas a convertir en mujer. Hoy vas a aprender a mamar una polla…

De manera inexperta intentaba darle placer oral al vecino maduro que me había pedido esperarle en su casa. El olor de su perfume se quedó grabado en mi mente como el aroma del sexo prohibido. Durante más de 10 minutos me tuvo arrodillada delante de él desvirgándome la boca. Noté como sus piernas se tensaban y de su boca salían gemidos que anunciaban el orgasmo. Ante su inminente corrida retiré mi boca de su polla. Ricardo se masturbó a escasos centímetros de mí cara hasta que con un bufido y varios espasmos se corrió. Sus chorros de esperma salieron disparados de su glande hacia mi cara y mi cuerpo. Hasta el kimono quedó manchado del viscoso líquido blancuzco con el que me bautizó.

Después de esto fui al baño y tras limpiarme me vestí con mi ropa. Ricardo me pagó lo estipulado como si hubiese cuidado de sus hijos y salí en dirección a mi casa. Eran más de las cuatro de la madrugada cuando me acosté aquella noche...