Retrato de un pervertido (Introducción)

Esta es la historia de Alfredo. Un tío más o menos normal que de pronto comienza a explorar su lado más pervertido.

Me llamo Alfredo, tengo 42 años y trabajo de funcionario administrativo. Estoy casado desde hace 15 años con mi esposa Paloma, gerente de una tienda de móviles en un centro comercial. No tenemos hijos, porque mi mujer no puede, para compensarlo que tenemos a Bobby, nuestro perro. Me considero un marido fiel y normal. Eso, evidentemente, quiere decir que soy un auténtico salido y un cerdo. Mi cerebro acumula y acumula fantasías, deseos inconfesados que no me atrevo a exteriorizar, porque me pueden las convenciones sociales y el miedo a perder mi esposa o quedar señalado como un pervertido. Veréis, no es que sea un reprimido, para nada, mi vida sexual es más que aceptable. Mi esposa tiene 40 años y se mantiene estupendamente, para eso se mata en el gimnasio. Tiene un cuerpo que todavía puede considerarse despampanante y que yo disfruto con locura. Es rubia, con una melena rizada bastante larga. Sus tetas no son espectaculares, pero están muy bien, aunque no se puede negar que ya están algo caídas. Tiene un buen culo y unas piernas largas y bien torneadas. Su forma de ser en la cama es bastante liberal, aunque sin desmadrarse. Por ejemplo, acepta chupármela sin ningún problema, pero no se traga la leche ni le gusta que me corra en su cara como si fuera una actriz porno. A veces me deja darle por el culo, sin embargo le suele doler y tenemos que parar. Cuando noto que está guerrera le doy más caña: La sujeto bruscamente y la inmovilizo, eso la excita. Le digo algunas marranadas mientras le meto el rabo lo más fuerte que puedo. Le tiro un poco del pelo si la follo por detrás, o incluso le doy algunos cates en el culo y en la cara, aunque sin pasarme, solo se trata de un poco de teatro para ponernos a tono. También usamos algunos juguetes sexuales para que ella se pueda correr sin problemas. En fin, creo que los dos estamos más o menos contentos con nuestra vida sexual. Sin embargo, me da por pensar que ella anhela tener experiencias más fuertes, pero que, al igual que yo, siente reparos en confesarlo por miedo a que la considere una guarra cualquiera. Pero en general somos felices, estamos a gusto los dos juntos y además, a falta de hijos, compartimos muchos intereses, como la música, los libros y el cine.

Como dije antes, acumulo muchas fantasías y siempre estoy pensando en lo mismo. A casi todas la mujeres las miro en un sentido sexual, no lo puedo remediar. Algunas compañeras de trabajo me ponen muy caliente, especialmente Julia, una que trabaja en las fotocopiadoras y que me da la impresión de que la tengo a tiro por el modo en que me mira y las bromas que me suelta. Pero nunca doy el paso, no quiero poner en peligro mi matrimonio. Eso no evita que me haga pajas en el baño de la oficina después de haber estado tonteando con ella. La hija de puta me pone enfermo con sus insinuaciones. Debo confesar que incluso mi suegra, Gloria, me pone a cien. Cuando conocí a mi esposa y comenzamos a salir de novios, mi suegra era todavía una mujer bastante joven, guapísima, de hecho era muy parecida a como es Paloma ahora mismo. Me encantaba ir a comer a casa de mis suegros (el padre de Paloma aún vivía, pero murió poco después de nuestra boda) y me recrearme con Gloria. Con disimulo, aprovechaba cualquier excusa para tocarla o rozarme, pero normalmente e conformaba con mirarle el culo y las tetazas (de siempre más dotada en eso que mi mujer), bromeaba con ella e incluso me permitía algún chiste picante, ya que eso la divertía mucho, aunque a mí me gustaba pensar que en secreto le excitaba que su yerno le hablara suciamente.

Ahora que me voy haciendo más mayor, confieso que me chiflan cada vez más las chavalitas. Pero no penséis en nada ilegal, por favor, no va por ahí la cosa. Os hablo de esas muchachas que acaban de superar la adolescencia y son ya mujeres por derecho propio, aunque todavía conservan una frescura y una tersura que perderán en muy poco tiempo. Las veo por la calle, a veces en grupo, y no puedo evitar ponerme nervioso al observar sus movimientos, con sus caras bonitas y despreocupadas. En verano van con esos shorts tan cortos que se les ven la parte baja de las nalgas, seguro que las habéis visto también, son terribles. Los llevan tan justos y apretados que por delante se les marcan perfectamente sus chochitos. Es evidente que ellas saben la reacción que provocan en los hombres que las miran por la calle y seguro que disfrutan. Cuando maduran un poco se vuelven más recatadas, comprendiendo que de seguir así están en peligro de quedar señaladas como putas. Sin embargo, yo no veo que hay de malo en que una chavala enseñe parte de su culito. Sencillamente comparten su belleza de forma generosa. Agradezco que me inspiren, porque cuando vuelvo a casa llego tan caliente que no puedo esperar la hora de ir a la cama para follarme a mi mujer pensando en sus culitos y sus piernas ágiles. Recuerdo esas tetitas sin sujetador o esos obligos al aire, esas caras pícaras que se miran entre si riendo, sabiendo perfectamente que te están poniendo a cien. Entonces me follo a mi mujer con ganas, imaginando que es una de esas guarrillas que he visto por la calle. Por cierto, un día se me escapó que había visto dos o tres jovencitas vestidas para jugar al voleibol, que vaya pantaloncitos tan estrechos que llevan y tal. Ella, lejos de ponerse celosa o censurarme, pareció divertirle mi evidente interés. Comenzó a tirarme de la lengua, como si le gustara el hecho de que yo fuera un viejo verde en ciernes. Me extrañó un poco, pero en ese momento lo dejé pasar.

Así pues, ahora que sabéis cuanto me pirran las chavalas jóvenes, imaginaréis mi reacción cuando me crucé en la escalera con una muchacha guapísima de unos 17 años, morena y con una preciosa melena muy lacia. Como soy muy educado le saludé aparentando indiferencia. Yo bajaba, ella subía, así que aminoré un poco la marcha para poder mirarla bien por detrás. Subía la escalera con un bamboleo la mar de suculento. Llevaba una camiseta ajustada a rayas que seguro le marcaban las tetas y un pantalón vaquero muy ajustado. Su culo era redondito y respingón, el cual se balanceaba a medida que iba subiendo lo escalones. Con sorpresa vi que se paraba en la puerta que está enfrente de la mía y sacaba una llave. Pero no quería dar demasiado el cante, así que  seguí bajando hasta el portal y salí a la calle. Por el camino al trabajo estuve dándole vueltas sobre quien podría ser. Esa tarde, ya de regreso a casa, le comenté a mi esposa que había visto movimiento en la puerta del 2ºB.

-Sí, el piso de enfrente se ve que lo han alquilado. Creo que es una mujer y una muchacha, pero no he visto a nadie más por el momento. Quizás sea una mujer divorciada con su hija, eso es lo que he pensado.

Más tarde estaba arreglando unos papeles en el dormitorio que hemos convertido en estudio, que es donde tenemos los archivadores y el ordenador de mesa. Entonces recordé que aquella ventana daba al patio de luces que compartimos todos los vecinos. Desde ahí se podría ver la ventana de nuestras nuevas vecinas. Así que decidí subir la persiana, pero solo el espacio suficiente para cotillear sin ser visto. El cuarto de enfrente tenía la luz encendida y me parecía escuchar música. Era ese tipo de ruido tan molesto que llaman trap. Sin duda se trataba del cuarto de la muchacha, porque es difícil que un adulto sienta algo de interés por esa basura de música, sin embargo los jóvenes de hoy en día parecen tontos tragándose algo así. Su persiana no estaba lo suficientemente alta como para ver nada, así que, tras un rato de espera me fui al salón para encontrarme a mi mujer dormida delante del televisor.

Durante los días siguientes, volví a cruzarme algunas veces más con la chavala. Yo simplemente la saludaba, pero dentro de mí crecía el interés por ella. La verdad es que estaba buenísima. Y así pasó la semana hasta que un día me encontré de cara con una mujer que salía de la puerta de enfrente. Ahora o nunca, era el momento de presentarse.

-Vaya, buenos días. Mi mujer y yo ya nos habíamos dando cuenta de que había vecinos nuevos. Estábamos pensando en pasar a saludar, pero no hemos encontrado el momento. Me llamo Alfredo.- Le solté a la vez que le ofrecía la mano. Era una mujer de unos 40 y tantos. No parecía especialmente guapa, aunque no parecía estar mal de cuerpo. Normalita en todo caso. Rápidamente me cogió la mano y muy sonriente me dijo que se llamaba Victoria (Vicky para los amigo, me aclaró), que acababa de acomodarse con su hija María y que eran ellas las que deberían haber saludado. Así que se llamaba María, ya podía ponerle nombre a la deliciosa criatura.

-No pasa nada mujer, es normal, las mudanzas son una pesadez y cuando tienes tiempo de descansar solo quieres estar tranquilo.- Le contesté con la mejor de mis sonrisas. – De todas formas, cuando estéis ya instaladas del todo, a ver si os pasáis a tomar un cafelito o algo. Que los vecinos tienen que llevarse bien desde el primer momento.

-Ja, ja, ja.-Tiene usted toda la razón… ehh…- Se quedó un poco cortada al no recordar mi nombre.

-Alfredo, Alfredo, y por favor Vicky, no me hables de usted… ¡Qué somos vecinos!

Esa mañana estuve todo el tiempo pensando en María, la vecinita del 2ºB. Ideaba planes, imaginaba escenas que me ponían la polla muy dura. Aunque al fin y al cabo sabía que se sumarían a tantas fantasías más que ya habitaban mi cabeza. Aunque nunca se sabe. Cada día me sentía me sentía más excitado sabiendo que al lado mío vivía un bomboncito como ella. Si debía arriesgarme a dar el paso tenía que ser con ella. Merecería la pena el riesgo.

(Continuará…)

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