Retorno a casa
Aquella primavera volví... No tenía claro porqué había decidido mi regreso: quizás la necesidad de descansar un poco, de parar de dar vueltas sin sentido, quizás la inconciente necesidad de encontrar refugio en el hogar materno, no sé...
La relación con mi madre ha pasado por todas las situaciones imaginables: por un lado épocas de total entendimiento entre ambos, y por otro lado hasta separaciones que parecían definitivas; diálogos, acuerdos, pactos de mutua comprensión, pero también insoportables discusiones que terminaban a los gritos. Por cierto, ya hacía tiempo que debía haber cortado amarras, al menos para que la vida y la calle me terminaran enseñando sus propias verdades... El caso es que estuve largos meses fuera del hogar este año, viviendo como había podido, trabajando en lo que podía y... sobreviviendo de cualquier modo...
Aquella primavera volví a Mendoza. No tenía claro porqué había decidido mi regreso: quizás la necesidad de descansar un poco, de parar de dar vueltas sin sentido, quizás la inconciente necesidad de encontrar refugio en el hogar materno, no sé... O mejor dicho: sí lo sé; quería volver a ver a mi madre. No puedo negarlo: ella era un imán que siempre me atraía... El caso es que allí estaba, frente al portal del consorcio donde había transcurrido casi toda mi vida, donde aún vivía mamá... No tenía llave para entrar, y dudé unos instantes antes de llamar por el portero eléctrico. Vacilé. Lo pensé unos segundos más. Mientras cavilaba, me liberé de un pesado bolso y retiré la mochila que cargaba en mis espaldas; suspiré, y finalmente llamé...
La voz de mamá, inconfundible, respondió al instante mi llamado. Y bastó una sola palabra mía para que ella reconociera mi voz y pegara un grito de alegría, colgando enseguida el teléfono para acudir a mi encuentro. Unos segundos después allí estaba ella, frente a mí, con una sonrisa de oreja a oreja, abriéndome la puerta y dándome un cálido abrazo. Hablaba sin parar durante los metros de trayecto y escaleras hasta llegar a la puerta del departamento; a tal punto que no me daba tiempo ni siquiera a intentar articular una palabra contestando a todas sus preguntas: que porqué había dejado pasar tanto tiempo, que por lo menos debía haber llamado por teléfono más seguido, que si no me daba verguenza y remordimiento de conciencia, que era un hijo desagradecido, que porqué estaba tan flaco, que si estaba bien de salud, etc., etc. Había que dejarla hablar, bien que yo lo sabía...
Ni bien cerramos la puerta volvió a abrazarme: simplemente cruzó sus brazos por mi espalda y me apretó muy fuerte contra sí, apoyando su rostro sobre mi pecho, con un gesto que sentí como de infinita dulzura, y me enterneció... Parecía que el tiempo no había pasado, y que pese a mis 26 años volvía a sentirme como un niño en sus brazos, como el niño que nunca había dejado de ser... Y debo confesar que me sentí bien: en una profunda paz, algo indescriptible: una misteriosa sensación de certeza que había llegado donde debía llegar..., que todo volvía a estar bien; y que ese era "mi lugar" en el mundo: junto a ella. Alcé mi mano derecha y acaricié por un momento su abundante cabellera. Ella respondió enseguida a ese gesto dando vuelta su cabeza y mirándome, al tiempo que iba dejando de abrazarme. Sentí un brillo particular en su mirada, con un matiz indefinido, como transmitiéndome sin palabras un mensaje que no logré interpretar acabadamente. Quizás sólo me pareció que era un mensaje en silencio... Fueron unos segundos en que sus ojos parecían querer decírmelo todo, hasta que terminó dándome un beso en la comisura de mis labios. Sin decirme nada...
Pero el silencio fue roto repentinamente: - Bien Fernando, supongo que querés comer algo, tomar algo. ¿Almorzaste?, querés merendar?, unos mates?... - Ya almorcé. Ahora con unos mates estaría bien, mamá. - ¡Enseguida caliento el agua!...- y se dirigió a la cocina, prestamente.
Mi mirada recorrió el living de la casa que había dejado hacía casi un año: casi nada había cambiado allí, todo estaba prácticamente igual. Cuatro pasos me bastaron para llegar al pasillo que iba al baño y los dormitorios, y enseguida advertí que mamá seguía viviendo sola, era obvio: el único cuarto arreglado era el de ella; el mío (que en otros tiempos había compartido con mi hermano mayor) estaba como lo había dejado, y el tercero (que había sido de mi hermana) parecía estar sirviendo de depósito de trastos. Todo estaba igual, tal como lo había dejado hacía meses... Pasé a la cocina, donde mamá ya había servido la mesita con unos bizcochos y dulce, a punto de estar lista el agua para el mate. ¿Mamá? Estaba siempre igual, eso me parecía. No podía disimular su edad, aunque sus 51 años estaban bien llevados: con esa deliciosa mezcla de sangre italiana y árabe de sus ancestros, en un cuerpo más bien rellenito y de piel morena, con su cabello ondulado y sus ojos claros y profundos... Era la misma de siempre... Pero... ¿cómo estaría ella anímicamente, espiritualmente?, me preguntaba mientras la observaba hacer y hablar. ¿Cómo estaría ella interiormente? ¿Cuál sería su estado de ánimo?, siempre tan impredecible y cambiante...
No hace falta que cuente todos los detalles de lo que conversamos en esa hora larga, hora y media, sentados junto a la pequeña mesa de la cocina, merendando, y contándonos mutuamente todo. Ella seguía trabajando como administrativa, aunque me confió sus vacilantes deseos de viajar a España junto a mi hermano mayor (ya casado y haciendo una exitosa carrera profesional), y me preguntó a mí si no sería también de la partida, insinuación a la que no respondí o eludí responder. Me enteré que mi hermana seguía viviendo allí cerca, con su marido, casada hace un par de años; y, por cierto, me contó de su propia soledad: una palabra que aparecía a cada momento en su conversación, que se sentía sola y que me había extrañado mucho. Hubiera sido el momento para tratar de indagar sobre su vida amorosa, pero conociéndola bien, preferí callar y no preguntar nada. Yo sabía bien que a veces bastaba con una pregunta mal formulada, o indiscreta, para que se pusiera de mal humor. Los años de convivencia con ella me habían convencido que mi silencio era mi recurso principal para conocer sus pensamientos: finalmente ella terminaría contándome todo sobre su vida, como así ocurriría esos días... De todos modos, al repetirme sus referencias a su soledad era claro que hacía tiempo que no tenía pareja, y avanzada la conversación me reveló (sin ningún esfuerzo de mi parte por indagar) que desde mi partida había estado sola, sin pareja. Es claro que, llegado ese punto, no de demoró en preguntarme a su vez por mi vida amorosa. Pareció bastarle con saber que no tenía "novia", y que en los meses de mi ausencia sólo había tenido un par de fugaces encuentros casuales, respecto de los cuales -conociendo sus preocupaciones- me apuré en aclararle que había sido cuidadoso, evitando todos los riesgos.
Por supuesto, habló más ella que yo, aunque claro, pude resumirle mis andanzas por aquí y allá, mis idas y vueltas, que no tenían demasiado atractivo, salvo por el hecho de satisfacer la curiosidad que toda madre siente por conocer todo en la vida de su hijo. Le puse más o menos al tanto de todo lo que había pasado en mi vida esos meses. Pero la que más hablaba era ella, agregando comentarios a cada una de mis frases; interpretando a su manera lo que yo le contaba, regañándome con cada cosa que no le gustaba, tratándome como si yo siguiera siendo un niño que no hubiera abandonado jamás mi infancia... Yo sonreía a todo eso, mientras no dejaba de mirarla, con infinita curiosidad... tratando de comprender cuál sería su verdadero estado de ánimo por entonces, y cuál sería en definitiva su actitud hacia mí... Porque -debo aclararlo- estaba seguro que su "humor" no había cambiado en nada: impredecible como siempre, sin poder saberse nunca cuál sería su reacción o estado de ánimo. Todos tenemos nuestras pequeñas "locuras", y mamá también las tenía; como ella misma solía decirlo: "a todos nos falta algún fósforo en la caja". No existen hombres y mujeres psíquicamente perfectos: pueden ser más o menos normales o estables en su ánimo; pero mamá era más bien inestable, y ésta había sido siempre la principal característica de su temperamento. Podíamos terminar el día totalmente enfadados al punto de parecer irreconciliables, pero no era nada raro que me despertara al día siguiente con un beso suyo en la mejilla, o... con el más apasionado de los besos... Nuestra relación se fue construyendo así: con altibajos, a los tumbos, con etapas de convivencia y relación íntima indisoluble, hasta que una chispa de nada lo hacía explotar todo en su temperamento, y el estallido iniciaba fases de alejamientos y enojos aparentemente inexplicables... Y yo, francamente, había comprendido que mi mejor actitud no era el enfrentamiento, sino la tolerancia, la paciente adaptación a su ciclotímico estado de ánimo. Y así precisamente me encontraba en ese momento: indagando cuál sería el estado de ánimo de mamá, porque para mí estaba bien claro que su estado de ánimo fundamentaría nuestra relación en esa nueva etapa que se estaba iniciando, porque, por cierto, no tenía deseos de alejarme otra vez de casa por un largo tiempo... Y no tendría que esperar demasiado tiempo para saber con qué "humor" se encontraba mamá: más rápido de lo que pensaba lo iba a saber...
Un rato después me encontraba disfrutando de una buena ducha de agua caliente, reconfortante y relajadora. Dejaba correr el agua como queriendo desprenderme de todo y olvidarme de todo, y me sentí realmente felíz de haber vuelto a casa.
Envuelto en el toallón de baño entré a mi cuarto, y allí estaba mamá, que ya había arreglado mi cama, y ahora estaba apartando mi ropa, apartando la que le parecía que necesitaba un nuevo lavado, y revisando todo. - ¡Mamá! ¿Te parece bien que estés revisando mis valijas? - Fernando, tu ropa está hecha un desastre, creo que hay que lavar todo de nuevo, y aún así me parece que habrá que comprarte ropa nueva, porque todo parece inservible. ¿Dónde estuviste, en la guerra?... - ¡Mamá! Sabes que no me agrada que andes revolviendo mis cosas! - ¿Es que tenés algo que ocultarme?.. ¿Hay algo que yo no sepa y tenga que saber?...
No sé hasta qué punto esas preguntas eran en serio o en broma; pues mamá parecía querer dibujar una sonrisa; pero no respondí de inmediato, y me pareció que había llegado el momento de dar un pequeño paso. Me acerqué y me senté junto a ella en la cama, y tras mirarla fijamente a los ojos, y sonriendo, le lancé mi broma con segundo sentido: - No me digas que estas celosa?... No tengo nada que ocultarte, salvo... lo que oculto con la toalla...
Ella sonrió, pero no respondió enseguida. Se puso de pie y se dirigió a la puerta, para salir del cuarto. Pero antes de irse se dió vuelta y con una mirada y sonrisa picarescas, me insinuó también con doble sentido: - Fer, no te hagas el bromista... Bajo esa toalla no hay nada oculto que yo no conozca... Pero, veo que ahora en realidad, si lo tenés que ocultar de mi vista... quizás tengas razón, y yo tenga que ponerme un poco celosa... - Y se fue del cuarto.
Mmmmmm... pensé, sonriéndome para mis adentros... ¡Había picado!... El anzuelo había sido lanzado... ¡y por ambas partes!... Me divertía este jueguito y gozaba por adelantado el final del juego!
¿Para que ocultarlo? La principal razón de mi regreso era ella. Mamá y yo habíamos vivido una intensa vida de amantes, y por años. Aunque las dificultades de mantener el secreto cuando aún vivía mi hermana en casa (desconociendo ella nuestra relación), lo había hecho muy difícil. Además, el impredecible temperamento de mamá, con sus altibajos y sus cambios, la volvían a veces insoportable. Nuestra relación había pasado por todos los estados y momentos, y había "terminado" (digámoslo así) meses atrás, cuando me fuí de casa. Pero ahora estaba de vuelta: yo sin pareja, ella lo mismo, y en casa no había nadie más... ¿Cuál sería el futuro?... Pronto lo sabría... y más rápido de lo que me imaginaba...
Me vestí rápidamente y fui para la cocina. Allí estaba ella, en sus tareas. Dediqué unos minutos a observarla en silencio, aún sin acercarme. Era obvio que mamá ya no podía disimular sus años, pero tenía 51 muy bien llevados, al menos para mi gusto. Y antes de que se me critique, quiero aclarar que sobre gustos no hay nada escrito, y yo no soy de aquellos que gustan de mujeres delgadas que parecen tablas. Para mí, el modelo de mujer seguía siendo mamá: rellenita, o quizás ya decididamente gordita, con su culo rebosante y sus senos generosamente amplios... Es cierto que su cintura mostraba que últimamente no se había cuidado en sus comidas, y su vientre exhibía inocultables rollos; pero aún así, mamá nunca había dejado de ser la mujer de mis sueños, sobre todo precisamente por eso: porque es mi madre. Ningún sabor como el sabor de la piel de tu madre, ningún perfume como el aroma de sus jugos íntimos, ninguna sensación como aquella de besar, gustar, saborear, chupar, sus zonas más íntimas... ¡Y vaya si yo extrañaba todo aquello!... Lejos de ella, hacía meses que la deseaba!, y ahora allí estaba...
Decidido a seguir las "bromas" e "indirectas" en que había quedado nuestra conversación, me acerqué a ella, que estaba de espaldas y le rodeé la cintura con mi brazo derecho, al tiempo que besé su cabello, diciéndole: - ¿Cómo es eso de que estás celosa?... - Fernando..., no fastidies... Yo no dije que estuviera celosa. Dije que me debería poner celosa... - ¿Ah, sí?... Y, ¿por qué deberías ponerte celosa?... Ella se dió vuelta y sonriendo con inocultable sensualidad en su mirada, me respondió: - ¿Y no te parece que debería ponerme celosa si ahora tenés que ocultar lo que antes no me ocultabas?... - Y dijo esto último dirigiendo una de sus manos hacia mi entre-pierna y rozando el bulto que comenzaba a crecer bajo mis bermudas.
Entonces me acerqué más a su cuerpo y, frente a frentee, ella me abrazó. Sus ojos fijos en mis ojos, pero enseguida bajé mi mirada, y clavé mis ojos en su hermosa boca..., sus pechos contra mi torax y mi miembro ya duro... presionando su vientre. Mi calentura crecía hasta límites ya insostenibles. Respondí a su abrazo con mi abrazo, y mis manos comenzaron a acariciar su espalda. Mamá también acariciaba mi espalda y mis manos fueron descendiendo y pegándose a sus glúteos, esas maravillosas nalgas que nunca habían dejado de ser tema de mis sueños más ardientes.
- Decime Fernando: ¿Tengo razón para estar celosa?... La miré a los ojos, acaricié libidinosamnete sus glúteos y mientras acercaba mis labios a los suyos le dije en un susurro: - Mamá, volví por vos, nada más que por vos...
Nos besamos largamente, mientras nuestras manos iban reconociendo el cuerpo del otro, y nos declaramos nuestra pasión. Busqué sus pechos, los acaricié por encima de su blusa y rozé sus pezones, que noté duros. Desprendí la blusa, mientras ella acariciaba mis glúteos, y saqué sus senos por debajo de un corpiño de encaje, y... volvieron a estar ante mis ojos las más hermosas tetas que he visto y deseado... las adoradas tetas de mi madre. Chupé los pezones, magreaba sus pechos, y mamá suspiraba de placer, mientras balbuceaba frases inconexas. Pronto comenzó a buscar mi verga apartando mis bermudas, y cuando tuvo mi pija en su mano, comenzó a acariciarla con verdadera lujuria...
- Ay, Fernando..., ¡cuánto deseaba volver a tener esto en mis manos!...
- Es toda tuya, mamita, no tenés que estar celosa de nadie...
Ella no paraba de besar mi pecho y acariciar mi verga, con pasión, casi con furia. Y quedé empalado como nunca, a punto ya de no resistir por más tiempo, y se lo dije. Ella también me dijo de su ansiedad: - Fernando, no aguanto más, mi bebé, vamos a mi cama...
En segundos estábamos allí. La tomé de atrás, besé su nuca y apreté sus pechos, mientras mi pija se posaba en su canal posterior. - Estás divina, mami -le dije. Tu culo es un poema... Se dio vueltas, me besó largamente mientras acariciaba mis tetillas. - Fer, quiero decirte sólo una cosa: en todos estos meses no hice otra cosa más que esperarte y desearte... ¡No me dejes más, nene!...
No le respondí con palabras, porque mis besos y mimos fueron mi única respuesta. La deposité en la cama. Besé sus cabellos, su boca, su cuello mientras desprendía por completo su blusa, y sus pechos desnudos quedaron plenamente a mi vista. Quité su pollera y rápidamente también su bombacha. Su concha palpitante y húmeda estaba a mi vista. Besé sus muslos, abrí sus piernas y me sumergí en ese divino tesoro, objeto de mis más profundos deseos. La vulva de mi madre volvió a ser completamente mía: lamí sus contornos, sus pliegues, hasta llegar a su duro y exitadísimo clítoris. Sus jugos comenzaron a inundar mi boca, mientras mamá gozaba en mis brazos... Acabó dos veces solamente con mis chupadas y mi lengua, y pedia más y más: - Quiero volver a sentir tu pija en mi concha, Fernando... no me hagas esperar más, mi bebé!... Y cuando ya la transpiracion pegaba nuestros cuerpos y el aire parecía faltarle a mamá por el esfuerzo realizado, jugué con mi verga sobre su concha y de un solo movimiento se la introduje hasta el fondo. Y... mamá gritó su felicidad: - ¡Mmmmmmmm!... ¡Qué hermoso Fernando!, sos hermoso...! mientras sus glúteos comenzaban un movimiento circular, que me volvía loco de verdad... Y mamá siguió acabando una y otra vez, y cuando yo estuve al borde de la eyaculación se lo dije y ella, casi gritando, me suplicó: - Llename, Fernando, llename...- y sus dedos y hasta sus uñas en mi espalda lo suplicaban también. Y llegamos ambos a un orgasmo feroz. Llené su concha de semen y ella repetía: - Es hermoso, es hermoso... La besé en los labios, con verdadero amor... y nos quedamos así, por largo rato, fundidos en un abrazo...