Retornando
¿Es que no era eso lo que deseaba? ¿Es que no iré a tu encuentro sino con ese fin?
Retornando
“Mi aire se acaba como agua en el desierto. Mi vida se acorta pues no te llevo dentro. Mi esperanza de vivir eres tú, y no estoy allí. ¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás, ¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?” Benedetti
Entre copa y copa, entre botellas de vino que aguardan ser abiertas y bebidas, el sabor a un rencor escondido asoma silencioso. Si el sentimiento fuera más, mucho más que un doloroso y tibio rencor, no escribiría. Dirigiría mis pasos directamente hacia tu jardín. Aquél en que nos recostábamos en los calientes veranos, cuando nos era imposible ir a nuestro río, hábitat de descanso.
No te avisaré que iré, ¿para qué hacerlo? Entre los rosales, cuidándome de las espinas, golpearé tu puerta trasera y ahí sabrás que soy yo. Qué pasará por tu mente, quién sabrá. No lo podré adivinar hasta que cruces toda la casa a atender mi llamado.
Te sorprenderás, o quizás me estés esperando, lo más probable. Por mis ojos el destello postergado (¿lo verás?). Me acercaré unos pasos. Aunque me encuentre un escalón más abajo, no me impedirá levantar la mano hacia tu rostro, con agilidad. Error. Levantarás tu brazo más rápidamente y me detendrás. Entonces romperás a reír. Y reír. Y reír hasta que tu rostro y tu cuerpo empiecen a dolerte.
En medio de tu carcajada, cerraré mis ojos en esos relámpagos de lucha. Si sentiré el deseo de llorar, no lo haré. No te daré ese gusto. No creo que te lo merezcas.
De pronto, violentamente, me arrastrarás hacia adentro y me llevarás hacia la cama y yo… me dejaré hacer. ¿Para ser?
¿Es que no era eso lo que deseaba? ¿Es que no iré a tu encuentro sino con ese fin? Nos desnudaremos como fieras, con furia, con fuerza y sentiré el peso de tu cuerpo, y luego tu cabalgar al ritmo del desespero y de mi acomodo. Los sexos se irán humedeciendo cada vez más… qué belleza. Querré ahogar los gemidos. Querré no besarte y el deseo imposibilitará mi querer imponerme y te atraparé entre mis piernas, entre mis brazos. Mi sexo y aquél punto hasta entonces dormido quedarán abiertos y expuestos al resbalar de los jugos, al calor de las palpitaciones.
Sé que luego te odiaré. Me besarás. Me mirarás al saber que estás llegando igual que yo. Llegando… llegando, aumentaremos el ritmo sin dejar de mirarnos fijamente y entonces, mis uñas se clavarán en tu espalda lo más que puedan, en la búsqueda del desahogo, del grito que se contendrá, en la búsqueda de tu sangre. Te quedarás apretada junto a mí mientras se normalizan nuestras respiraciones, mientras cesan de a poco las contracciones de nuestros adentros. Y me dirás mi amor, sí, me dirás mi amor y entonces lloraré y sonreirás levemente… sin que yo lo note, aún así lo sabré. Es tu pequeño triunfo.
Pero porqué habré de ir a tu casa si no es más que un doloroso y tibio rencor el que siento y por qué escribo además, si fuera más que eso. Sí, te extraño, sería absurdo negarlo. Es absurdo extrañarte, además.
Supongo que bebimos demasiado vino. ¿Bebimos? ¿Plural? De pronto siento un caliente cosquilleo allí abajo y abro mis ojos. Veo tus cabellos desparramados, tu cara hundida en mí, tu lengua jugando y traicionando mis adentros y dejo caer mi cabeza en la almohada, angustiosamente vencida.
Posás un dedo en mis labios y me decís en voz baja, muy bajita, a la vez que dejás de hacer lo que hacías y recostás tu cabeza en mi pierna: - No hablés, dejá la queja, dejá de temblar (yo estoy aquí), dejá de volver y de hurgar en lugares que no existen. Y al instante me besás. Me traspasás con tu tarea incompleta. Me atraés de nuevo a la realidad y a los efectos del misterio de la pasión. Al desahogo más que cierto de dos cuerpos vestidos de los segundos de culminación. Y de un oprimido dolor que se fue consumiendo. Al desahogo del final, me llevás.