Resultó ser apenas el comienzo... (2)

Un omnisciente narrador ¿contaría así la continuación de aquella noche?

René, el chico de nuestra historia, cerró tras de si la puerta de su habitación con la mano apoyada en el pecho como si quisiera de ese modo aquietar los latidos de su corazón.

La fiesta había transcurrido bien, todo había ido de maravillas, al principio se había sentido algo retraído. Y tenía que ser así. Era la primera vez que aparecía en público vestido, maquillado, adornado como una chica. La mayoría de quienes allí estaban, de una forma u otra sabían de las extrañas costumbres de aquella familia para la cual el chico que todos conocían de la escuela, del barrio vivía, vestía y era tratado como una niña más. Pero aparecer ante todos ellos con un largo vestido como de fiesta de quince era muy diferente.

Pero no había sido tan difícil.

Incluso contando el baile. Incluso contando alguna mano en sus muslos, en sus nalgas.

Pero la última canción, lenta, ensoñadora, los brazos que lo apretaban más a cada instante y de pronto los labios de Roberto, esos labios que aún en ese momento recordaba abrasadores, apoyándose primero en su mejilla, deslizándose enseguida hacia su cuello, murmurando apenas en su oído; la sensación inefable de su lengua hurgando golosa en su oreja, humedeciendo el lóbulo, cosquilleando cuando bajaba de nuevo dejando su huella húmeda hasta el cuello y todas y cada una de sus sensaciones, le hacían sentir que su cuerpo realmente le mentía.

Que él no era el varón que esa cosa que latía entre sus piernas parecía demostrar. Que ese tibio dolor en los testículos significaba algo distinto. Que la realidad era esa imagen que ahora, con femenino gesto recogía la falda del vestido y se aproximaba al espejo.

Apretó fuertemente la cara entre sus manos. Aligeró la presión convirtiendo el gesto en una caricia como si buscara descubrir aún y retener la huella de los besos, la humedad con que la aterciopelada lengua había dibujado esa línea desde la oreja hasta el cuello.

Deslizó luego sus manos por sus hombros, sintió algo como un pequeño choque eléctrico cuando los dedos rozaron sus pequeños pezones milagrosa y terriblemente erectos, se solazó en ellos, los frotó suavemente con las yemas de sus dedos por sobre la tenue seda del vestido….

Un golpe en la puerta lo sacó de su ensoñación.

En el apuro por dirigirse a ella, el taco de uno de sus zapatos se trabó en la alfombra por lo cual con descuidado gesto lo arrojó hacia un costado.

Abrió y se quedó tieso.

En la penumbra del pasillo se erguía la alta figura de Roberto.

Sonriente, lo interrogó

¿Puedo….?

No atinó a contestar, pero se hizo ligeramente a un lado, ante lo cual él decididamente entró y se detuvo antes de su tercer paso.

Cuando René cerró la puerta y giró se encontró con que el cuerpo de Roberto estaba apenas unos centímetros más distante de lo que había estado mientras bailaban.

René intentó un paso como para rodearlo, pero Roberto lo detuvo tomándolo apenas de los brazos.

¿Porqué te fuiste? – Fue su pregunta

Yo, no…. Es decir, si, bueno vos sabés….

¿Qué sé? ¿Qué nunca creí que me pasaría lo que me pasó? Es cierto. Ni recuerdo cómo sucedió. Pero si sé lo que sintió mi cuerpo ante el contacto de tu piel.

¡Roberto, por favor! ¡Todo esto es un error, un terrible error! Mi vida hasta hoy fue como un juego. Crecí jugando a las muñecas. ¡Pero hace un momento supe que no soy una muñeca! ¿No te das cuenta?

¡Roberto yo no soy una chica!. ¡Este vestido es un engaño! Que si, a lo mejor soy puto, tal vez tenga que pensar en eso, ¡Pero no soy una chica!

Pero no hubo respuesta. O si. Su respuesta fue rodearlo con sus brazos y primero lenta y suavemente, y luego ya librado a un ardor que crecía en el espacio entre ambos, apretar con fuerza sus labios contra los de él, hurgar con ellos contra los suyos hasta ofrecerle su boca entreabierta para que entonces él, René, el chico con ese dolor que no cesaba en los testículos, proyectara entonces su lengua ávida entre los fuertes dientes de él, la enroscara, retorciera, vibrara jugando con la lengua de él, en tanto las manos torpes, nerviosas bajaban el cierre del vestido y lo hacían deslizar desde sus hombros.

Su cabeza se inclinó y por encima del corpiño besó y mordisqueó sus pezoncitos. René entonces apuró su ayuda, desprendió con rápido gesto el corpiño y su mano entonces ofreció y dirigió su pecho hacia la boca ansiosa.

Un continuo quejido brotaba de sus labios. El casi lo arrastró hasta la cama y se dejó caer en ella teniéndolo aún abrazado.

En un momento se separó de él y desprendió el cinto del pantalón dejándolo caer.

René entonces corrió el slip y dejó frente a él esa verga dura y erguida que hasta ese momento sólo había sentido apoyada o frotada contra su bajo vientre.

Allí estaba muy cerca de sus ojos ese glande suave y enrojecido, el tronco rígido, con sus venas tirantes y remarcadas. Jamás nadie se lo había indicado. Nunca había siquiera delirado con un instante parecido. Pero sin que ello fuera necesario y respondiendo quien sabe a que ancestral gesto, se agachó y lo besó suavemente.

Él cerró los ojos y emitió un suspiro que sonó como nueva y desconocida música en los oídos de René. Comenzó a meterlo dentro de su boca mientras la lengua se deslizaba y giraba por el glande, la punta se detenía en la pequeña abertura, se convertía en frenético punzón, volvía a ser acariciante, distribuía hábilmente su saliva, ahora lo dejaba ir hacia el interior de su boca, profundo, buscando su garganta. Deseó ahogarse en ese movimiento, deseó morderlo y retenerlo allí como si fuera el último sabor.

Los músculos de Roberto seguían el ritmo de los veloces movimientos de la boca alrededor del pene. René sabía que la locura estaba cerca, allí nomás, dentro de tres o cuatro movimientos. Los apresuró entonces, no sabía en que consistía lo que seguía pero lo deseaba, lo deseaba tanto como deseaba que esos minutos no terminarán jamás.

Y en un instante la explosión. La anunció la súbita rigidez del cuerpo de Roberto y en segundos apenas el tibio líquido inundó su boca, se derramó por la lengua, llegó a su garganta y se hundió finalmente tragado como dulce elixir soñado.