Residencia de cornudos - Sometimiento
Ana y Juan después de dejar la casa deciden volver
Pasaban los días sin que tuviese noticias de Juan o de Ana así que decidí dejar el anuncio al que ellos casi un mes atrás contestaron por si otra pareja se decidía a ocupar su lugar, pero no fue así nadie contestaba y empezaba a pensar que mi tren había pasado. Tal vez debería haber sido más suave en mis exigencias aunque no hubiese disfrutado tanto como me gustaría, pero en ese momento estaría allí conmigo. Decidí que si alguno contestaba al anuncio, no les podrían esas condiciones.
Dedicaba todo mi tiempo a trabajar, hacer deporte, ver películas en mi cine y de vez en cuando bajaba al pueblo a tomarme algo y a tener contacto humano. Esa era mi rutina hasta que empezó a hacer buen tiempo, otra pagina arrancada del calendario y ya eran dos meses los que habían pasado desde que mis inquilinos se fueron. Ahora salía mas a correr por el campo y los turistas empezaban a llenar la sierra, destruyendo la paz que tanto me gustaba. Así pasaban los días, uno detrás de otro y arranque la tercera página del calendario. La primavera había hecho acto de presencia, llenado de color toda la comarca y desvanecida ya toda esperanza, una tarde sentado frente al ordenador contemplando el anuncio al que nadie respondía decidí que lo mejor sería olvidarme para siempre y lo borre como quien deja libre un pájaro.
A mediados de junio me encontraba en el bar de Pedro, tomando unas cañas y charlando sobre lo mal que estaba jugando mi equipo últimamente hasta que el característico pitidito de mi iPhone me saco de la conversación. Seguramente mi jefe dando por culo como siempre con los objetivos mínimos pero de pronto una sonrisa de oreja a oreja ilumino mi cara, era Ana que me había mandado un WhatsApp:
- “Hola amo”
- Hola Ana, cuánto tiempo sin saber de ti ¿Qué tal estáis?
- “perdona por no escribirte, no quería hacerte ilusiones pero ahora tengo buenas noticias, Juan te llamara pronto. Ahora no puedo hablar. Un beso amo.”
Y tan pronto como me mando eso se desconecto. ¿Buenas noticias? ¿A qué se refería con eso? ¿A caso iban a volver? No quise hacerme ilusiones a sí que deje de darle vueltas y volví a mi entretenidísima conversación con mi camarero y después de aquello regrese a casa he intente hacer vida normal pero el caso es que no paraba de mirar el teléfono hasta que por fin, mientras veía una serie me llego otro WhatsApp, esta vez de Juan. El pobre no se atrevía ni a llamarme por teléfono y donde me decía que aceptaba mis condiciones y que si aun me interesaba acogerlos en casa. ¡Demonios si me interesaba! No deje pasar ni un segundo y le mande la ubicación de mi casa por si no se acordaba, le dije que trajese todo lo que necesitase y lo cite esa misma tarde a la hora que el pudiese llegar.
Estaba tan nervioso que las horas se me antojaban interminables, ya no sabía qué hacer y con cada café que me tomaba más nervioso me volvía hasta que sonó el portero automático. Debían ser ellos, no esperaba a nadie y no solía venir tampoco nadie sin avisar. Reconocí su coche por el video portero y les abrí la verja de entrada. Salí a recibirlos a la puerta donde al poco llegaron. Paro frente a mí y Ana se bajo del coche, dándome un abrazo como si nos conociésemos de toda la vida -¿Dónde dejo el coche? –Mételo en el garaje, está abierto. Le dije a Juan por la ventanilla y el arranco girando la esquina de la casa.
- Ahora que estamos solos. Llevamos varios meses yendo de aquí para allá sin encontrar nada y por fin conseguí convencer a mi marido que lo mejor era volver aquí.
- Me alegro que lo hayas hecho, ya creía que no te volvería a ver. Esta vez voy a ser mucho más suave con las condiciones. No quiero volver a perderte.
- ¡No! Pide lo que quieras, Juan intentara sacarte un buen trato pero lo cierto es que estamos desesperados, aceptara lo que le pidas
Me quede mirándola con una sonrisa malévola en mi cara. Le cedí la puerta de mi casa y cuando paso frente a mí un azote le dio la bienvenida que fue contestado con una risilla inocente por su parte. Ayude a Juan a sacar las cosas del coche y a llevarlas a la que sería su nuevo hogar, esta vez en una de las habitaciones de abajo, en la primera, donde les dije que podían decorarla como quisiesen y que se instalasen sin prisa, yo estaría esperándoles en el salón. Poco después, el matrimonio subió por las escaleras del sótano que daba directamente al salón y les ofrecí asiento junto a mí. La hora de la verdad había llegado
- Bueno Juan, ¿Qué os trae de nuevo por mi casa?
- Hemos decidido aceptar tu oferta pero tenemos condiciones
- ¡No! Le dije tajante
- Tus condiciones siguen siendo muy duras para nosotros
- Lo se, pero son las que son y no las voy a cambiar. Es más, por tu culpa, por haberme hecho esperar, ahora aparte os voy a cobrar alquiler.
- ¿Cómo, seguimos sin dinero?
- Me lo cobrare prostituyendo a tu mujer
Ana estaba ojiplática, no se esperaba esa salida por mi parte
- ¿y de cuánto dinero estaríamos hablando?
- 1.000 euros que me cobraría mensualmente
- ¿Y si un mes no llegamos?
- Pues que habrá consecuencias. Pero todo esto son detalles. ¿Aceptas o no? Deja de hacerme perder el tiempo
Le dije extendiendo mi mano hacia él, que se quedo unos segundo mirándola, después miro a su mujer buscando aprobación y ella tras tragar saliva asintió con la cabeza. Juan, resignado y sin ninguna baza que jugar me estrecho la mano cerrando el trato. No fue capaz ni de mirarme a la cara.
Cuando me soltó, despacio me eche sobre el respaldo de mi asiento, henchido de orgullo, saboreando el momento e intentando captarlo todo para que nunca se me olvidase. La verdad es que no se ni como era capaz de estar quieto sobre el sillón, tenía el corazón a tope y no sabía ni como pude articular las siguientes palabras pero saque fuerzas de donde no las había
- A partir de ahora, tu mujer me pertenece, es mi esclava carente de cualquier tipo de voluntad o derecho a la que usare a placer como un objeto de mi propiedad incluso con preferencia a ti. Si te llamo y te digo que la quiero usar tu lo dejas todo y me la traes tal y como yo te diga que lo hagas, cuidaras de que cumpla con sus obligaciones y la mantendrás siempre preparada para su amo. Y ahora –refiriéndome a ella – A parte de lo que le acabo de decir al cabrón de tu marido no volverás a usar ropa que no haya aprobado yo previamente, en casa iras siempre completamente desnuda a excepción de unos tacones y unas medias y te encargaras entre otras cosas de las tareas del hogar ¿A quedado claro?
Pasaron unos interminables segundos hasta que respondieron con un si
- Voy a tener que enseñaros a tratarme con respeto, esta vez os la paso porque no lo sabíais pero la próxima vez os costara un castigo. Os domare a los dos, ¡Tu puta! Aprenderás como la perra que eres, cada vez que hagas algo bien te daré un premio y cada vez que te equivocas recibirás un castigo y te dirigirás a mí como tu amo. Y tú, cabrón, si no obedeces o permites que ella desobedezca recibirás el doble de su castigo. Ahora creo haber dicho que las putas no llevan ropa.
Ana se dio por aludida y despacio empezó a dejar caer su ropa sobre al alfombra del salón. Llevaba ropa normal y corriente y un conjunto desparejado de ropa interior funcional y feísima que se quito quedando completamente desnuda. –Escúchame puta, a partir de ahora iras siempre bien peinada y maquillada, nada excesivo pero si elegante, te harás la manicura francesa y mantendrás todo tu cuerpo completamente depilado, aunque con el tiempo te hare el laser, y tu cabrón procuraras que la puta cumpla. Ahora arrodíllate zorra. Le dije a Ana que obedeció al instante, clavando sus rodillas sobre la alfombra. Subí al dormitorio y cogí un collar de cuero negro con una argolla metálica delante que tenía preparado para la ocasión. Al bajar, tanto la puta como el cabrón seguían en su sitio. Me coloque tras Ana y le dije que se recogiera el pelo, lo que ella hizo echándolo todo sobre su hombro derecho. Deslice el collar por su cuello y lo ajuste a él con fuerza pero sin llegar a resultar incomodo y mientras se lo colocaba le decía –Este es tu collar que te identifica como mi esclava, lo llevaras con orgullo y no te lo quitaras jamás y ahora, lo justo es que tu también selles el trato. Volví sobre mis pasos hasta el sillón y me saque la polla por la bragueta, tras eso me senté. –Ven aquí y cómeme el rabo, puta.
Ana hizo el ademan de levantarse pelo le dije que las perras no caminan, gatean y ella vino hacia mí a cuatro patas colócanosle de rodillas, sentada sobre sus talones entre mis piernas, con una de sus manos cogió mi polla pero solo recibió un bofetón por mi parte. –Vas a tener que aprender a comerme la polla como dios manda puta. Las manos a la espalda. Le espete sin ningún respeto a lo que ella llevo sus manos atrás hasta cogerse las muñecas y se inclino sobre mi miembro metiéndoselo en la boca hasta el fondo –Joder como la chupa esta zorra. Le dije a Juan que no apartaba la vista del suelo. -¡eh tu, cabrón! Haz el favor de mirar a la puta de tu mujer, me está haciendo una mamada impresionante. Juan levanto la mirada hacia ella y vio por primera vez como su mujercita le comía la polla a otro hombre sin que el estuviese participando o por lo menos haberlo consentido. –Ven aquí y ayuda a tu mujer a comérmela. Le dije con una tranquilidad pasmosa sin apartar mis ojos de los suyos. Él se incorporo de su asiento y dirigiéndose a nosotros despacio se coloco arrodillado tras su mujer, con una mano recogió su rubia melena en una cola y con la otra agarro la barbilla de la zorra. –Vamos cariño, enseña al amo como sabes hacerlo. Y comenzó a guiar los movimientos de su mujer a lo largo de mi polla arriba y abajo despacio mientras mis flujos iban impregnándolo todo. Tras veinticinco minutos de mamada con un gesto de desprecio con mi mano hice saber al carbón que debía dejar continuar a su mujer sola. Yo estaba a punto de correrme y quería el privilegio de obligarla a tragarse mi primera lefada solo para mí. Puse mis dos manos atrapándola con mi polla metida hasta los huevos cuando el primer espasmo llego, lanzando un torrente de esperma directamente al interior de su garganta y tras ese, otros tantos hicieron que se le llenase toda la boca, pero la advertí que no se tragara nada. –Abre la boca puta. Quiero ver que tal queda mi corrida en tu boca. Ella alzo la mirada y abrió su boca pudiéndola contemplar por fin completamente llena.
- No te lo tragues zorra, aunque sé que lo estas deseando. ¡Tú! Cabrón, ven aquí y besa a la puta de tu mujer.
EL cabrón beso con asco a su mujer mientras le ordenaba que se lo pasara a su marido para que él se lo tragara. Cuando termino, dos arcadas lo hicieron despegarse de su mujer.
Tras haber tomado posesión de la boca de mi esclava les ordene seguirme, ella siempre un paso por detrás de mí. Bajamos al sótano, donde ya les había enseñado la sala de la limpieza y de uno de los armarios saque un uniforme que entregue a Ana. Era un uniforme de criada, el mas sexy que pude encontrar en las tiendas, compuesto de un corpiño negro que dejaba las tetas al aire unido a una mini falda cortísima y don mucho vuelo con un elegante volante de encaje blanco. Sobre esto un mandil blanco casi transparente que no cubría mas allá de su canalillo y la escueta falda. Un par de medias blancas no más altas que su rodilla rematadas con lazos de satén, guantes de encaje blancos y como no, la cofia.
Entregándoselo a ella le ordene vestirse. Comenzó por las medias que deslizo suavemente por sus piernas, ajustándoselas bien a la parte inferior del muslo. Luego, el vestido que metió desde su cabeza y que cayó hasta mas debajo de sus tetas, realzándoselas –Cariño ayúdame con esto. Le dijo a su marido refiriéndose a la cremallera de la espalda. Después se puso los guantes y por último la cofia. Desde que se desnudo en mi salón iba descalza y no podía permitir tal cosa, a parte de que una de sus obligaciones era ir subida siempre en un buen par de tacones. Junto al vestido, en el armario tenia guardados los zapatos que completaban el uniforme, unos tacones de charol negro altísimos que le entregue confiando en que fuesen de su taya. Estaba espectacular vestida de aquella manera.
- A partir de ahora este será tu centro de trabajo cuando no estés complaciéndome. Limpiaras, plancharas, recogerás y procuraras tener la casa bien limpia y ordenada y mis cosas en su sitio. Cuando no estés trabajando llevaras puesto ese uniforme siempre y tu marido cuidara de que cumplas ¿No es así cabrón?
- Claro señor, cuidare de que su esclava haga sus tareas.
- Veo que aprendes rápido. Ven, tengo algo para ti también.
Los tres nos dirigimos a mi despacho, un pequeño anexo que había sobre la casa en plan torreón y al que se accedía desde unas escaleras de caracol en el segundo piso. Desde ese despacho trabajaba y me evadía del mundo. Una mesa de escritorio de madera grande colocada en diagonal cerca de un rincón presidia la estancia rodeada de grandes ventanales con vidrieras de colores. Un sofá pegado a una pared y varias estanterías de libros completaban la decoración. Le dije al cabrón que se situase en el centro de la estancia, sobre una alfombra y yo me coloque delante de él, apoyado en el borde del escritorio. –Puta, bájale los pantalones al carbón de tu marido. Ella pensando que ahora le tocaba a él disfrutar de su cuerpo obedeció rápido desabrochándole el cinturón y bajándole los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos.
- Bien cabrón ¿Qué quieres que pase ahora?
- No lo se señor
- ¿No sabes lo que quieres? Puedo decidir por ti
- Lo que usted elija estará bien
- Te estoy diciendo que decidas tu y hazlo bien porque lo que elijas hacer va a ser la última vez que lo hagas en mucho tiempo.
- Está bien señor…… Me gustaría, hacerle el amor a mi mujer
- Deseo concedido cabrón.
Si dejarles tiempo a reaccionar abofetee a Ana haciéndola caer al suelo y desde allí la agarre de su pelo arrastrándola hasta tirarla sobre el escritorio, con su culo expuesto le levante la falda del mini vestido de criada. Tenía un culo espectacular, grande y redondo, con la dureza justa para dar unos buenos azotes. –Vamos cabrón no te cortes, “hazle el amo” a la puta de tu mujer o perderás la oportunidad. Juan avanzo como pudo con los pantalones por el suelo y con la polla realmente dura, no quería admitirlo pero aquella situación le ponía bastante. Yo deslice mi mano entre las piernas de Ana que tenía el coño chorreando -¡Joder! La yegua está a punto para que la montes. Le dije a su marido a la vez que llevaba mis dedos manchados de fluidos a la boca de Ana para que me los limpiara. Su marido la penetro despacio y comenzó a follarla muy lentamente, como queriéndolo hacer bien -¡Así no se folla a las yeguas! ¡Dale duro hombre! Le grite a la vez que descargaba un azote sobre la nalga de mi esclava. Juan comenzó a embestir mas y mas rápido contra el culo de su mujer que gemía de placer hasta que la corte diciéndole que ni se le ocurriese correrse, no tenía permiso para hacerlo. Ana se mordió los labios intentando contenerse hasta que poco después él cabrón la lleno de su semilla.
- Veo que tienes poco aguante. Normal que tu mujer se pirre por un macho de verdad. Límpiate, anda.
Mientras el limpiaba todo, de uno de los cajones del escritorio saque un arnés de castidad que entregue a su mujercita. –Ponle esto a tu marido. Le ordene y ella arrodillándose frente a el que tenia la polla ya fláccida y cara de asombro abrió el aparato, deslizándolo por el miembro de su marido hasta ajustarlo entero. Cerro la argolla por sus huevos encarcelándolo definitivamente.
- La llave. Le pedí a Ana
- Aquí la tienes amo.
Me la entrego directamente a mi mano. Una pequeñísima llave engarzada en una finísima cadena de plata que me coloque en el cuello.
- ¿Lo ves cabrón? Te dije que sería la última en mucho tiempo. Para que veas que soy un hombre de palabra.
- No lo dudaba señor
- Bien escúchame con atención. Esta, es la única llave que abre ese arnés. Lo llevaras puesto hasta que cumplas con un encargo muy simple. Mientras tanto, no podrás volver a follarte a tu mujer ¿Queda claro?
- Sí señor. ¿Qué encargo?
- Me vas a buscar una esclava
- ¿Otra? Señor
- Si, otra. Pero no una cualquiera. Quiero una zorra de cómo máximo veinte años, pelirroja y con un buen par de tetas. Y sobre todo quiero que sea virgen ¿Lo has entendido?
- Si señor. Va a ser muy complicado encontrarla justo así
- Ese es tu puto problema cabrón. Hasta que no me la traigas llevaras puesto eso en la polla. ¡Bien! Es hora de cenar….. Prepáranos algo puta, tu marido y yo estamos hambrientos.
Mientras Ana investigaba y se familiarizaba con la cocina. Juan y yo nos fuimos al comedor. Yo sentado presidiendo la mesa y el a mi derecha. Mientras Ana daba vueltas trayendo el mantel, platos y cubiertos con su precioso uniforme y aguantando las miradas lascivas que le mandaba y algún que otro azote le conté a su marido como iban a pagar el alquiler. Le conté que en la ciudad tenía un piso que usaba para quedarme allí cuando tenía que bajar a hacer algo ya que no me salía rentable estar yendo y viniendo y que en ese piso pondría a su mujer a ejercer de prostituta, que el mismo escribiría el anuncio y que sería él quien la llevase a trabajar, estaría allí mientras otros se la follan y recaudaría el dinero. Tendrían como plazo máximo una semana para juntar los mil euros que le exigía y que por eso buscaba una esclava, para tener alguna agujero donde meter la polla mientras ella estaba ocupada.
Mañana mismo iríamos a ver el piso y por ser la primera vez, yo iría con ellos.