Repóker de ases en la manga

A Iana le gustaba saborear el deseo. Al perder su capacidad para gozar, sentir la superioridad de controlar a una persona a través de su placer, era lo único que le había quedado para disfrutar, y lo disfrutaba al máximo.

Blanquecino y en caprichosas formas enredadas, así subía el humo por la habitación. Iana jamás había fumado. Hasta esa noche. Tolo roncaba a su lado, tirado panza arriba, los mechones rojizos que le rodeaban la calva estaban sudados y también ellos, largos como las volutas de humo, seguían las mismas caprichosas formas, a pesar de su finura y escasez. La tripa pálida y salpicada de pelillos rojos le subía y bajaba al compás de los ronquidos, y estaba manchada de esperma y también de los flujos de Iana. La joven suspiró, sonriendo y aspiró una larga calada, se tragó el humo y lo expulsó por la nariz… de todo el batiburrillo que tenía en el estómago, el corazón y la cabeza, sólo una cosa la tenía clara: que esa imagen de Tolo, ese vampiro con sobrepeso y vegetaciones, calvo y sudoroso, era la que deseaba ver todas las noches al despertar.

Horas atrás, la noche había empezado como todas, en el club Carmilla´s, la discoteca que ella y Tolo habían montado gracias a la generosa financiación de varios prestamistas, quienes, por riguroso turno, habían pagado por un precioso medallón que concedía deseos a cambio de sangre. Ninguno de los citados prestamistas había sobrevivido al medallón, pero eso no era importante para ellos dos, habían conseguido el dinero preciso y habían montado un local alucinante, con go-gos y strippers de ambos sexos, donde la música y el alcohol corrían hasta casi el amanecer y hacían una caja de cuatro ceros todas las noches que abrían, que era de jueves a sábado. Carmilla´s era un agujero de cocaína, prostitución y encuentros de casi todo tipo, y eso Iana y Tolo no sólo lo sabían, sino que lo fomentaban, sobre todo ella. Al principio, eso había sido causa de discusiones frecuentes.

-¡Nos estamos poniendo en peligro, joder! - se quejaba Tolo con frecuencia.

-¡Pero ganamos muchísimo dinero con ello!

-Iana, oye, sé que te gustan el sitio y el dinero, sé que quieres prosperar… ¡pero si llamamos  tanto la atención, no pasará mucho tiempo sin que vengan por nosotros! - Tolo tenía razones para estar asustado. Hacía ya más de cincuenta años había logrado escapar por los pelos de un cazador , después de que la principal heredera de la casta Dementia se pusiera excesivamente cariñosa con él, y hacía apenas dos o tres había matado al

hijo de esa misma heredera , después de que él secuestrara y violara a Iana. De nuevo había escapado por los pelos, y supuestamente los Dementia no le buscaban ya, pero aún así, no quería explorar los límites de su propia suerte.

-¡Deja ya de tener tanto miedo! - le reprochó la joven - ¡Tenemos una oportunidad de crecer y tener un porvenir digno! ¿Quieres acabar de conserje para humanos, como papá?

-Iana, a papá no le reproches nada delante mío, ¿quieres?

-No se lo reprocho… - se apaciguó un poco ella - estoy muy orgullosa de él, de mamá… pero yo no quiero pudrirme siglos y siglos limpiando un Instituto, siempre con miedo de todo, siempre escondida, sin atreverme a nada, sin vivir de verdad nunca.

-Mira… yo sé lo que quieres decir con “vivir de verdad”, yo “viví de verdad” durante algunos años en Inglaterra, y mira de qué me sirvió: para ponerme en el punto de mira de la peor casta. Corrí peligro de muerte, y os puse en peligro a todos, hasta a ti, que entonces tenías meses.

-Eso fue porque fuiste imprudente, nada más. Y tuviste mala suerte, eras muy joven… ahora eres mucho más listo, estamos juntos y somos fuertes. - él intentó de nuevo objetar algo, pero Iana le abrazó por el cuello - Tolo… por una vez, por una sola vez en tu vida, deja de pensar como un Chupacabras. Deja de pensar que te tienes que esconder de todo. No puedes seguir toda tu vida escondiéndote como un ratón.

-Sí puedes, y hasta debes, cuando el mundo está lleno de gatos - protestó con su cómica voz nasal y ahogada por su propio peso, pero él también abrazó a Iana, por la cintura, casi por las nalgas.

-Cuando el mundo está lleno de gatos, lo que puedes y hasta debes hacer, no es ser un ratón, sino otro gato. Y si puedes, hasta un perro.

Tolo se había dejado convencer, como siempre se dejaba convencer por ella. A regañadientes, pero lo había hecho. No le gustaba el río delictivo en el que se estaba metiendo, pero desde luego, no le iba a dejar meterse sola en él; si no podía frenarla, entonces tenía que acompañarla. Dentro, al menos, de lo que ella le dejaba, porque la mayor parte de las noches le mandaba a hacer recados y tratar con terceros mientras ella regentaba el local sola.

Vladimiro y Tatiana, los padres biológicos de la joven y adoptivos de él, también tenían sus dudas y ponían muchos peros a la cantidad de dinero que manejaban los dos de repente. No les había gustado enterarse que habían puesto en circulación una joya vampírica, pero después de cometido su trabajo, la habían recuperado de nuevo. Pero les gustaba menos aún el Carmilla´s, sus gogós, sus reservados… Iana tenía más de cincuenta años en tiempo biológico, pero tenía el aspecto y la madurez de una chiquilla no mayor de diecisiete. A Tatiana no le preocupaba tanto la posibilidad de ser descubiertos (bastante experiencia tenían ya en ocultarse) como el que su hija menor pudiera meterse en asuntos turbios o en drogas.

“Estoy harta de que me traten como a una cría” pensaba Iana esa misma noche, apoyada en la barra de su propio local. “Vale que haya decidido no crecer más de momento, que me equivocase con Borja, que el Decano nos pusiera en peligro todo el plan… pero lo de Borja fue hace años, y lo del Decano al final se arregló bien, nadie salió herido ni se llamó la atención de nadie. Me gustaría que empezasen a darse cuenta que ya no soy una niña. Tolo me sigue tratando como si fuese su hermanita… pensé que acostándonos, dejaría de tratarme así, de pensar que soy la niñita que necesita protección todo el día, pero le da igual. Para él, siempre seré el bebé que le mordió los dedos. Me gustaría que alguien se diese cuenta que ya soy una mujer y me tratase como a una”. El único medio que tenía de conseguir que Tolo hiciese lo que ella quería, era tenerle cogido por las pelotas. Y no estaba mal, era divertido controlarle, pero, ¿por qué no podía verla como a un igual? Iana se pensaba si, el que él pensase de ella que era una niñita todavía, no sería parte de su problema en la cama…

Iana tenía un caso un poco raro de anorgasmia, probablemente debido a la violación a la que el guarro de Borja la sometió. Una vampiresa no es una chica humana, aunque hubiese sido algo muy duro para ella, no era tan traumático como para una persona y no creía tener secuela alguna. Salvo esta. Iana podía excitarse, podía gozar, pero no alcanzaba el orgasmo. Mientras Tolo la acariciaba, estaba muy bien, pero apenas la penetraba, ya fuese con un dedo o con su miembro… puf. Todo terminaba. Su cuerpo se desactivaba, ya no gozaba más, y ella sabía que había terminado, pero sin gozar. Sin orgasmo. No importaba lo mucho que insistiera, lo mucho que intentara olvidarse de todo y pensar sólo en el placer, había terminado y al menos en media hora no habría posibilidad de encenderse de nuevo. Era frustrante, sobre todo porque le sucedía lo mismo al masturbarse. Mientras se acariciaba, todo iba muy bien, sentía gusto, su rajita se humedecía y pedía ser penetrada, pero apenas lo hacía, se acabó. Daba igual que lo hiciese muy despacito, que sólo coquetease con la entrada sin penetrar. Era arrimarse, tocar la entrada y el interruptor se apagaba de golpe. Al menos Tolo no sabía nada de eso. La joven había preferido no contárselo y llevaba dos años fingiendo que gozaba con él. Cada vez le tenía más manía al sexo y se sentía peor consigo misma, pero si le contaba a su hermanastro que jamás había sentido nada… conocía a Tolo, enseguida se sentiría culpable. “Bastante malo será cuando le deje”. Pensó “Al menos, aunque tenga el corazón roto, que pueda llevarse la autoestima intacta y piense que siempre me lo ha hecho pasar de vicio en la cama…”

-Iana, ¿puedo hablarte, por favor? - Karina era la camarera, era humana, como todo el personal, ignoraban que Iana era un vampiro y tanto ella como Tolo querían que así siguiesen las cosas. El tono de la joven delataba mucha más urgencia que sus palabras educadas.

-¿Qué pasa?

-Aquél tipo de allí. Dice que no paga. Que le he puesto garrafa y que no paga.

-¿Y le has puesto garrafa?

-…No. ¡No era garrafón! Es sólo que ha pedido Jack Daniel´s y le he puesto otra marca, pero de las buenas, no garrafa.

-Vale, voy a hablar con él. - Karina poco menos que se escapó, mientras que “el tipo” fumaba con aire absorto. El humo salía de sus labios en bocanadas que a veces le tapaban la cara, lo que era ciertamente una mejora, pensó Iana. No se trataba de un hombre especialmente atractivo. Tenía una gran barbilla, una barba pegada al bigote cuadrado y el cabello muy largo y espeso, castaño tirando a negro. No se le veían los ojos, llevaba gafas de sol, grandes, de montura fina, cuyos cristales robaban con frecuencia destellos a las luces del local. - Buenas noches, soy Iana, la gerente de Carmilla´s, ¿hay algún problema, señor?

-No hay ningún problema, sólo quiero mi puto Jack Daniel´s con CocaCola. - Tenía la voz más ronca y quemada que Iana había oído jamás, y su aliento tenía un olor muy familiar, un olor que no producía ningún estómago humano. Era un vampiro. Iana tuvo miedo y empezó a gritarse a sí  misma “¿¡Qué te habían dicho todos?! ¿Qué te dijo papá, mamá y Tolo? ¡Te lo dijeron, te lo dijeron, estúpida!”, pero intentó a la vez mantener la calma. Ella usaba muchísima menta, es probable que, con el pestazo a tabaco, maría, sudor, sexo… del local, no fuese capaz de percibir su olor (¡y quizá la luna se caiga del cielo!).

-Lo comprendo… Lamento mucho que mi camarera le haya servido otra marca. Karina, ponle al señor lo que pida, y págalo por cuenta de la casa. - Se esforzó a sonreír. El desconocido se dignó a mirarla y se bajó un poco las gafas oscuras.

-Eres poco más que una niña.

-Soy lo bastante mayor como para regentar mi propio local. - No quería ponerse a la defensiva, no debía hacerlo.

-No, lo digo porque siempre se me hace raro pensar que hay niñas como tú y yo. - El vampiro hizo brillar en rojo su mirada. Sabía perfectamente lo que era ella. Iana tenía la sensación de que debía limitarse a asentir y largarse, pero su curiosidad pudo más:

-¿Chupacabras? - preguntó en un susurro. El vampiro negó con la cabeza y tomó la bebida que le ofrecía la camarera.

-Conmigo no va esa mierda de las castas. Yo soy un Errante. - Bebió. En el mundo de los vampiros, estos están divididos en grupos de familias llamados “castas”, siendo la Dementia la más poderosa de todas, la más salvaje, endogámica, vengativa… Iana pertenecía por su madre a los Lacrima Sanguis, otra de las castas más poderosas, actualmente en tercer lugar, perdido su eterno segundo puesto en favor de los Semen Minervae, que se dedican sobre todo a la investigación, pero su padre y Tolo pertenecían a la última de las castas: los Chupacabras, llamados así por que eran los únicos que no sólo no hacían ascos a la sangre animal sino que la tomaban con frecuencia para evitarse líos matando o hiriendo a demasiados humanos, y si esto era grave para los demás vampiros, lo que ya era imperdonable, era su tolerancia a otro tipo de alimentos como leche, huevos, miel… casi lo único que no podían tomar era pan y cereales. A pesar de que la mayor parte de los vampiros toleraban el alcohol, muchos miembros de las castas superiores se negaban a tomarlo por considerarlo un vicio humano, y desde luego, ninguno se rebajaría a tomar una bebida tan azucarada como la CocaCola, de ahí que Iana pensase que su interlocutor, compartía casta con su padre y hermanastro… Pero un Errante, era otro cantar.

Los Errantes serían los rebeldes, los “chicos malos” del mundo vampírico. Puede que  pertenecieran a cualquier casta, pero han renegado de ella, de todos los privilegios y la protección de grupo que ello representa, para vivir una vida en libertad absoluta y en constante peligro. Los Errantes hacen constantemente lo que les da la gana; comen, beben, se relacionan y se acuestan con quien gustan, nadie les exige nada. Pero tampoco nadie les da nada. No se juntan entre sí, pero ocasionalmente, pueden ayudarse. El resto de castas suele mirarles con una mezcla de admiración (para los Errantes de otras castas) y desprecio (para los Errantes de su propia casta), puesto que representan la esencia del vampiro puro como ser solitario e individualista… pero también han traicionado a toda su familia y no tienen moral (en la medida que, entre vampiros, puede hablarse de “moral”). No obedecen a ley alguna, y lo que piensen de ellos, les importa muy poco. Si quieren hacer amistad con un humano, la harán. Si quieren tener una mascota, la tendrán. Si quieren comer pizza y su estómago se la admite, lo harán… y tendrán que vivir siempre ocultos.

Al menos de uno a tres de los asesinos de su casta, serán destinado durante un tiempo que oscila entre los dos y los veinte años a encontrarlos y destruirlos. Ni su propia madre los cobijará, y cualquier amigo que tuvieran no les mirará a la cara.  Los Errantes viven viajando por la tierra, no pueden establecerse en ningún sitio, en parte por que son buscados, en parte por que los vampiros establecidos en un territorio no les permiten quedarse, y a pesar de su fuerza y poder, tienen muchos enemigos. Los miembros de su propia casta, los de castas rivales a la suya, los cazadores de vampiros en general, los licántropos, los nomuertos… Un vampiro solitario es una buena oportunidad para cobrarse una venganza gratuita de las infinitas cuentas pendientes. Entre vampiros, uno de los insultos más graves es “así te salga un hijo Errante”. Iana sabía todo eso. Sabía que si su local era descubierto, ya estarían en un buen lío, pero si encima se corría la voz de que había servido a un Errante, que le había invitado a beber… Pero también era cierto que ese tipo de vampiros tenían una idea del agradecimiento muy particular: aquél que les brindaba simpatía, que no les juzgaba, que les prestaba alguna ayuda, por pequeña que fuese… era su amigo. Y como tal, le respetarían, protegerían y aún ayudarían si fuese preciso. Quizá después de todo, iba a ser una suerte tenerle allí.

-Oye… Si quieres algo más, otra bebida, o un poco de cena - Iana se refería a procurarle alguna presa fácil, el local era un flujo constante de gente drogada y bebida dispuestos a ser besados - puedo dártelo. - Sonrió. El vampiro la miraba a través de sus gafas oscuras, tragando su bebida. - Hay reservados allí, detrás de la cortina, puedo llevarte a una de las chicas para que baile para ti. O a dos.

-Baila tú para mí - el vampiro soltó el vaso en la barra y de una caricia le recorrió desde el muslo a la cintura con una mano ancha, fría y húmeda por efecto del hielo, y la joven tembló de pies a cabeza.

-¡Ah, yo no, yo no…! - le dio la risa tonta - Yo no, verás… yo… yo ya tengo…

-¿Novio?

-¡No es mi novio! - se maldijo por decirlo. - Bueno… él y yo… la verdad es que sí, pero no… - notó que estaba poniéndose colorada. Sobre todo porque ella le había apartado la mano, pero él la había dejado en su rodilla, y no había caído en volverla a quitar de allí.

-Que te acuestas con él, pero no estás segura de quererle. - concluyó el vampiro, tomando otro trago. - No hay problema. No es preciso que te fugues conmigo, sólo que pasemos un buen rato.

-Pero… no puedo, eso le haría daño a él.

-¿Crees que no se lo hace el saber que le usas para el sexo, pero no le quieres?

-Eso es distinto, él no lo sabe.

-Tampoco sabría esto. - Iana no podía pensar con esa mano ancha acariciando suavemente su rodilla. No sabía por qué, pero se lo impedía. Ni siquiera era guapo, no con esa cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda y delataba su origen humano,

y con esa barba tan cuadrada que le resaltaba aún más esa barbilla tan ancha, ni con esos pelos tan largos que le caían hasta media espalda, ni con esa camisa abierta que le dejaba ver el pelo negro del pecho, nada marcado y con un poco de tripa. Menos que Tolo, eso sí, estaba mucho más delgado, pero sólo los brazos desnudos tenían algo de volumen en los hombros, como de cargar constantemente con algo, pero el resto del cuerpo era dejado y normal, desde el tatuaje del repóker de ases, hasta el vello del dorso de sus manos. “Sé que algo falla en ese razonamiento… pero no soy capaz de descubrir qué”.

-No podría serle infiel, eso es todo. - dijo al fin - Es posible que no esté segura de quererle, a lo mejor dentro de un tiempo le dejo, ya he pensado en dejarle y no lo he hecho sólo porque me da pena… pero mientras esté con él, no está bien que le engañe.

El vampiro sacó una paquete de tabaco de un bolsillo interior, y con una sola mano, para no retirar la que tenía en la rodilla de Iana, la abrió, tomó un cigarrillo con los labios, encendió una cerilla sujetando entre los dedos la cajetilla plegable, lo encendió y aspiró hondo antes de contestar.

-Tú dices que no está bien que le engañes. Vale. Pero sólo le estarás engañando si él se entera. Y no se trata de engañarle, sólo de que seas tú mi gogó. De que bailes un poco para mí, me alegres la noche… Me has dicho que podía pedir una chica, o hasta dos, pero yo no quiero a ninguna chica del local, quiero a la vampiresa.

Iana se retorcía las manos. Al fin y al cabo, sólo sería un baile, ya se había subido otras veces a la barra o la jaula a bailar, siempre cuando Tolo no estaba. Tenía la impresión de que si la veía hacer de gogó, se molestaría, aunque nunca se lo había preguntado… Sería igual que bailar en la jaula, exactamente igual.

-Ven - dijo solo. La joven le ofreció la mano y el vampiro se dejó llevar. Iana oyó una especie de tos que podía muy bien ser una risa ronca; sin duda le hacía gracia que ella le llevase de la manita, debían parecer el ogro gigante y su hermanita la gnoma pelirroja. Cruzaron el local y atravesaron la cortina oscura, tras de la que estaban los reservados, todos ellos con cortinas corridas también oscuras, pero medio transparentes. A Iana le incomodaba un poco ir allí. Por un lado, le parecía excitante, por otro le parecía algo violento; detrás de la mayoría de las cortinas sólo se adivinaba la silueta de una chica o chico bailando, pero detrás de otras se oían gemidos y jadeos… Iana miró sólo al frente, hasta que vio una salita con la cortina recogida. Allí entró.

El vampiro asintió con la cabeza al ver el interior. Se trataba de un sitio pequeño y recogido, donde sólo había un sillón circular que daba la vuelta casi completa al lugar, un pequeño podio en el centro, no muy alto, y la barra vertical. Todo era de color rojo brillante, y en la pared opuesta a la puerta, había una especie de armarito y un botón; servía para pedir bebidas por interior sin tener que ver nadie, o, siendo más específicos, sin que nadie tuviera que verte a ti y saber si llevabas algo puesto o no.

Iana estuvo a punto de decirle que se sentara, pero el vampiro ya lo había hecho, se había quitado las gafas de sol y la miraba con una media sonrisa traviesa. La joven sintió que le temblaban las piernas, y trató de recordar por qué estaba haciendo aquello. “Es un Errante, y los Errantes son buenas bazas SIEMPRE. Si alguna vez necesito ayuda, no dudará en dármela. Sólo lo hago por eso, nada más.” pensaba mientras se soltaba la cremallera de las perneras del pantalón, para convertirlo en uno corto que cubría sólo lo justo de las nalgas; solía usarlo por si le apetecía bailar. “Ni siquiera es guapo. No sé cómo me las apaño, pero parece que siempre me lo hago con feos… ¡Un momento, sólo voy a bailar, yo no pienso hacérmelo con él!”. Iana se recogió el borde del jersey corto que llevaba, se descalzó, subió al podio y trepó por la barra. Sobre ella, había un altillo, y sacó de él un grueso chal de plumas azules que se colocó en torno a los brazos. El vampiro no dejaba de sonreír y fumar, sin duda con ganas de que empezara. Iana aguardó unos segundos hasta que reconoció una cadena de compases, y empezó a bailar.

Hay personas que cuando bailan, se sienten ajenas a todo y se aíslan de lo que hay a su alrededor. A Iana le pasaba casi lo mismo, pero al revés. Ella era mucho más consciente de todo, pero de pronto, ese todo, dejaba de ser importante, era como ver el mundo desde fuera, y en cierta manera, también ella misma se veía desde fuera. El vampiro, Tolo, sus sentimientos o la ausencia de los mismos, todo, ya no era importante. Lo importante, era la mirada del vampiro que tenía sentado a sus pies, el brillo de la excitación que percibía en sus ojos, sus ganas… Iana contoneaba las caderas, se abrazaba a la barra con una pierna y se curvaba hacia atrás, para volver a subir el torso dando sacudidas que hacían botar sus pechos; sus caderas golpeaban el aire al ritmo de la música, su vientre se mecía adelante y hacia atrás, haciendo movimientos muy similares a los que haría de tener a un hombre entre sus piernas; se agachaba y hacía sentadillas al compás de la percusión, subía de nuevo lamiendo la barra, y no dejaba de mirar a los ojos al vampiro. Éste la contemplaba sin parpadear, con una sonrisa casi golosa, y sus ojos se abrieron en admirada sorpresa cuando Iana trepó hasta el techo y dejó caer el torso, sujetándose sólo a fuerza de piernas y girando en amplios círculos por la barra hacia abajo.

A Iana le gustaba saborear el deseo. Al perder su capacidad para gozar, sentir la superioridad de controlar a una persona a través de su placer, era lo único que le había quedado para disfrutar, y lo disfrutaba al máximo. Saber que aquél vampiro no era capaz de apartar los ojos de ella, que la encontraba más que guapa, que la deseaba y estaba excitado por ella, le encantaba. Le daba una cosquilleante sensación de poder, de dominio, y por eso no fue capaz de resistirse, ni siquiera se dio mucha cuenta de que lo hacía cuando le hizo una seña con los dedos para que se acercara. El vampiro obedeció, pero cuando intentó tocarla, Iana trepó hacia arriba. Se puso cabeza abajo en la barra, sujetándose firmemente con las manos y una pierna, y cuando el vampiro la miró a los ojos, ella le empujó con suavidad de la nuca con el pie libre. El vampiro sonrió. Sus largos cabellos acariciaban las mejillas pecosas de Iana, bajó la cabeza lentamente, empujado por el pie de la joven y justo cuando estaba a punto de besarla, vio que ella se daba cuenta que estaba llegando demasiado lejos, que… El vampiro la tomó de los hombros para impedir que se escabullera y la besó. Y no fue precisamente un besito de niños. Iana se escurrió de la barra, pero el vampiro la agarró, sin soltarle la boca ni por un momento.

“Su lengua sabe muy dulce… muy dulce…” pensó atropelladamente Iana, mientras se decía que sin duda era por la Cocacola. El vampiro la tenía abrazada del torso, pero sus piernas aún seguían apoyadas en la barra, y una de ellas no dejaba de temblar; tenía los puños apretados y el estómago tan rígido que le dolía, pero su lengua no dejaba de moverse en círculos húmedos en torno a la de él. El bigote cuadrado del vampiro le cosquilleaba los labios y la cara, y sus manos le quemaban aún sobre el jersey. Iana notó que sus bragas se mojaban cuando el vampiro le apresó la lengua entre los dientes y succionó de ella, haciéndole cosquillas con los colmillos afilados. Muy lentamente, le soltó la boca pero la mantuvo abrazada, reteniéndole los labios un momento entre los suyos y dándole un último beso  en la nariz.

-Ha sido el mejor baile que he visto jamás. - reconoció, aún con Iana entre sus brazos. La joven estaba tan roja que tenía que abrir la boca para respirar. No sabía cómo sentirse, pero estaba temblando de la cabeza a los pies. - Tiritas como un gatito asustado.

-No… por favor, no me… - intentó rogar Iana, pero el vampiro casi la arrojó sobre el ancho sofá circular y la besó, apretándola contra él. La pierna de la joven empezó a menearse estúpidamente, y el vampiro la agarró del muslo y le hizo abrazarle con él. “Esto ya me lo temía yo” se dijo Iana mientras la mano del vampiro se colaba bajo su jersey y le acariciaba un pecho, suavemente, todavía cubierto por el sostén. “Bueno, quiere un polvo, ¿y qué más da? Él tiene razón, Tolo no se enterará, él ya se sentiría dolido sólo por el bailecito, y de todas maneras yo no puedo gozar… Si con esto me gano un aliado para cuando sea menester, puedo soportarlo. No es más que hacer un poco de teatro, bailar y fingir, igual que en la barra”.

El vampiro metió los dedos bajo el sostén de la joven y acarició la piel suave del pecho de Iana, y a ésta se le escapó un gemido cuando notó que su sujetador quedaba suelto. Lo había soltado con la mano con la que la mantenía abrazada. Los dedos del vampiro perfilaron su pezón y sintió un picor cosquilleante en él, que le picaba hasta detrás de las orejas y en el cuello. Suspiró. El vampiro le levantó el jersey y le chupó el pezón, erecto. Iana le abrazó por la nuca. Sentía el peligroso colmillo de su compañero rozando su piel, su pezón, volviéndola loca de excitación. Casi sintió ira al recordar que esa excitación rabiosa era lo único que podía sentir, que no podría saciarla… Los dedos del vampiro hacían cosquillas en su vientre liso y suave, en el ombligo. No parecía tener ninguna prisa, pero Iana sí. Quería que la penetrara, precisamente para librarse de todo lo que sentía, para que él acabase lo antes posible, y se llevó la mano al pantalón para desabrocharlo y bajarlo.

De nuevo aquél golpe de tos que era la manera de reír del vampiro, y Iana, con el pantaloncito en los muslos, recordó en mal momento que había elegido un día pésimo para ponerse las bragas de corderitos saltando por el arcoiris… El vampiro hizo cosquillas por encima de la tela, y la joven respingó y cerró las piernas involuntariamente, lo que aprovechó su compañero para cerrarle el pantalón. Iana intentó abrirlo nuevamente, pero su compañero le tomó la mano y le besó la palma, lamió en la zona interior de la muñeca, y a la joven se le escapó un gritito. Pensó que iba a morderla allí, pero se limitó a hacer cosquillas con la lengua, y enseguida le llevó la mano arriba de nuevo. Iana tenía el pantalón bajado hasta medio muslo, pero al cerrarlo, no podía abrir las piernas, ¿qué pretendía? El vampiro la besó de nuevo, metiéndole la lengua en la boca tan hondo que apenas le permitía respirar, y la joven sintió que le acariciaba la tripa con toda la mano, bajando más y más hacia su sexo, hasta meterse bajo las bragas.

“Ahora” pensó “Ahora. Ánimo, Iana, ya pasó todo”. Pero el vampiro no pensaba penetrarla aún, se limitó a acariciar su sexo, cosquillear los labios vaginales, frotar y presionar. El calor no dejaba de aumentar, las piernas de Iana temblaban y la dulce sensación de cosquilleo aumentaba gradualmente de forma tan encantadora, que la joven sintió ganas de llorar al pensar que se quedaría en eso, que no llegaría más allá. Los dedos del vampiro subieron justo hasta el inicio de su rajita, arriba del todo, y allí, un travieso dedo corazón atravesó la frontera y tocó su clítoris.

-¡AH! - Iana chilló de sorpresa y gusto, ¡qué cosquillas! Ayyy… estaba húmeda, y el vampiro lo aprovechó y empezó a acariciar con toda calma, en círculos lentos y suaves, muy suaves. Iana empezó a retorcerse de gusto, mientras sentía su perlita ser frotada con tanto mimo, tan despacito… El dedo del vampiro se deslizaba sobre él, ahora a su alrededor, ahora por encima, ahora cosquilleando la puntita, ahora perfilándolo entre dos dedos, ahora dándole toquecitos, ahora pescándolo entre el índice y el pulgar… y cada caricia era más deliciosa que la anterior. Iana quería separar las piernas, su coñito exigía ser penetrado aún sabiendo que eso significaba el fin, pero sus muslos apresados por el pantalón no podían abrirse y dejarle paso, tenía que conformarse con esa dulce tortura, ¡pero se conformaba con mucho gusto!

El vampiro la besaba la cara, los labios, Iana sacaba la lengua para que la acariciase con la suya e intentaba conservar los ojos abiertos, ella no recordaba que el goce sexual fuese TAN bueno, tan caliente y húmedo… sus caderas se mecían como cuando bailaba, sus piernas se pusieron tensas y empezaron a temblar, notó que se ponía roja y que el cosquilleo en su rajita se hacía más y más insoportable, y su compañero aceleró las caricias. “¡Sí! ¡Sí, por favor, sí!” pensó Iana, tensa como una goma, ansiosa de gozar. Su compañero empezó a gemir en su oído, y eso fue más de lo que pudo soportar, ¡por fin, por fin en más de dos años se corría, síiiiiiiiiiiiiiiii!

Su cuerpo se tensó, apretó los dientes y una ola de calor pareció escapar de su cuerpo, mientras el placer se expandía dulcemente y la dejaba saciada, Iana sonrió y en ese preciso momento, el vampiro la penetró con el dedo corazón. Hasta el fondo. Y dobló el dedo dentro de ella.

-¡Aah, no… no….! - Iana quiso encogerse sobre sí misma, pero su compañero le sujetó las piernas con la suya y no se lo permitió; su dedo entraba y salía de ella a toda velocidad, mientras Iana negaba con la cabeza y las lágrimas la cegaban.

-¡Vamos, venga….! - exigió el vampiro - ¡Ahí te he pillado, déjate ir, no finjas que no puedes gozar! - Iana apretó la mandíbula, el placer no se detenía, notaba cómo su coño se contraía y cómo el dedo del vampiro le tocaba en sitios que hasta entonces había tenido dormidos, y la palma de su mano seguía frotando su clítoris, el placer subía y subía, cada vez que el dedo del vampiro tocaba en el interior de su vagina estaba un poquito más cerca, y al fin, lo sintió de nuevo, las olas de calor y placer que la hacían temblar de gozo. Gritó, satisfecha, y notó que sus bragas se mojaban. Había expulsado un borbotón de flujo.

El vampiro le acariciaba la cara y la besaba atropelladamente. Iana jadeaba, todavía intentando explicarse cómo había sucedido. Nunca se había acariciado sólo el clítoris, ella estaba convencida que sólo servía para excitar y no para llegar hasta el final, de hecho las caricias allí solían irritarla… “Me has salvado. Me has salvado de mí misma.” Miró al vampiro y se abrazó a él con fuerza, emitiendo un sonido adorable, a medio camino entre el sollozo y la sonrisa, y al pegarse a él, notó su erección. Le frotó, y el vampiro sonrió. Iana intentó que él se tumbara para ponerse encima y dejarle satisfecho, pero él negó con la cabeza, le soltó por fin el pantalón y él hizo lo propio, para enseguida quitarse también la camiseta negra.

Iana no estaba acostumbrada a estar debajo; como Tolo se cansaba tanto, ella solía ser la que siempre se ponía arriba, además eso le daba la ventaja de dirigir la función y hacerle acabar cuando ella quería: unas cuantas bajadas rápidas y su hermanastro era mantequilla fundida… “Ahora he sido yo la que se ha quedado como mantequilla fundida”, pensó, divertida. Por un lado se sentía un poco ridícula, por el otro, era tan agradable que le daba igual que fuera un poco vergonzoso. El vampiro se bajó el pantalón hasta las rodillas y en medio de una risa traviesa, se dejó caer sobre ella. Iana le abrazó con brazos y piernas y sintió su polla frotarse contra su sexo. La deseaba, deseaba que la penetrara. Tiempo atrás, lo temía, le daba miedo la penetración, temía que le doliera… después, la hastiaba, era el apagón, no sentir nada… ahora, después de tanto tiempo, lo ansiaba. Sabía que volvía a empezar lo mejor.

El vampiro también estaba ansioso y apenas notó la entrada, empujó. Iana suspiró de gozo y todo su cuerpo pareció gemir; su coñito se abría para su compañero, le abrazaba, le sumergía en una fantasía húmeda y cálida. Y él a cambio, le devolvía un placer increíble. El vampiro empezó a acelerar, mientras movía y daba espasmos a su polla dentro del cuerpo de Iana. La joven cambió los suspiros por gritos y le apretó con brazos y piernas.

-Sigue… muévela, sigue… - pidió. Su compañero rió y tiró de su bajo vientre, haciendo que su hombría tocase en el mismo punto que antes su dedo, y cada vez que lo hacía, Iana gemía. Los ojos del vampiro brillaron en rojo de nuevo, Iana asintió, ¡sí, por favor! ¡Un empujoncito más, sólo precisaba eso…! Volvió la cara para presentar el cuello, y el vampiro atacó.  - ¡Aaaaaaaaaaagh…SÍ!

El vampiro mordió la garganta de la joven con ferocidad, produciendo un chasquido aterrador de carne partida. Iana gozó. Su orgasmo la sacudió y la hizo sentir ondas deliciosas de placer caliente que exprimían la polla de su compañero… Éste rugía mientras sorbía de su cuello y daba golpes con las caderas, clavándose dentro de ella y derramando su semilla. Iana gemía a cada sorbido de su cuello, con las manos agarrotadas en los hombros de él, y de pronto, algo pensó por ella. Clavó las uñas en la garganta del vampiro. Éste no soltó su presa, pero cerró los ojos de placer y un nuevo espasmo sacudió sus caderas. Iana desgarró su cuello hacia abajo, en cuatro surcos purpúreos que empezaron a gotear sangre que caía directamente a su boca entreabierta.

-Ah… haah…. sí, nena… - al vampiro le temblaba la voz quemada, y más aún cuando Iana se aupó y lamió la sangre directamente de la piel abierta, mientras contraía su coño a voluntad, para masajearle el miembro. Cuando el vampiro gimió con su voz ronca y sintió que una nueva descarga de semen caliente se escurría por fuera de su sexo, se dio por satisfecha.

-Sé lo que estás pensando. Y no. - Dijo el vampiro poco después, mientras descansaban y se encendía un nuevo cigarrillo. Iana ya había perdido la cuenta, pero sabía que había comprado el paquete en el club, y se iba a ir con él vacío. Le ofreció y dio una tímida calada. Sabía a humo y eso la hizo toser, pero… también sabía a él. Le gustó.

-¿Qué quieres decir? - preguntó ella, mimosa, abrazándose a él. Estaban medio desnudos, tirados en el sofá circular.

-Eres una vampiro sensible. Probablemente, igual que tu madre. Tenéis una fuerza superior a la normal, y también gozáis más intensamente. Y cuando eso os ocurre, pensáis que la persona que os ha hecho gozar, es la única que sabe satisfaceros. Y no es verdad. - Iana sintió algo dentro de ella, como si una cuerda se soltase - Esa forma de gozar, tú la llevas dentro. Sólo te hacía falta descubrirla. Yo no te hago falta.

-¿Quieres decir que no… no me amas? - Para Iana, como para cualquier vampiro sensible, no existía la posibilidad de que una persona te hiciera gozar de tal modo sin estar enamorada de ti. A su madre le había pasado nada menos que con un humano y después con Vladi. Para ella, era lógico: te hacen gozar=es porque te aman. Era así de sencillo. Y así de sencillo se lo acababan de arrebatar.

-Iana, yo te quiero. Pero yo no creo en el amor fiel que tú crees. No pido exclusividad y no la doy tampoco. Seré feliz si estás conmigo, pero de vez en cuando, me tiraré a otras chicas, humanas o vampiresas. Y tú podrás hacer lo mismo, claro está. Y si un día te cansas de mí, podrás largarte, sin dar explicaciones y sin que nadie pase un mal trago.

-Pero… ¿cómo puedes decir que me amas y tirarte a otras? - Iana no estaba indignada, ni siquiera molesta. Eso era lo que más la sorprendía, tenía la sensación de estar manteniendo un debate y no una discusión. El vampiro le acarició el pelo con una sonrisa de ternura. Si un vampiro pudiese mirar con bondad, eso es lo que habría en su mirada. Iana entendió que, aunque aparentase unos treinta y pico-cuarenta, era mucho, mucho más viejo que ella.

-La fidelidad es un concepto humano, y cristiano. ¿Eres tú cristiana, o humana? - Iana negó con la cabeza - Entonces, ¿por qué adoptar un concepto que no es nuestro? El amor, yo no lo mido por la pertenencia. Para mí, una persona que me ama es aquélla que me ayuda cuando lo necesito, la que me escucha, la que piensa en mí, la que me tiende una mano o me busca para ofrecerme ayuda sin que yo se la pida. Si una persona hace todo eso, me quiere. Me da igual con quien se acueste. - Iana se quedó pensativa. Pues… pues tenía parte de razón. Parte. El vampiro le besó la nariz y se incorporó. - Has tomado mi sangre y yo la tuya. Si quieres encontrarme, sigue mi rastro. Yo te encontraré también a ti.

-Pero… es que yo sí creo en la fidelidad, y tengo novio. - “Y ahora sé que le quiero” pensó. “Me da igual si no me hace gozar, yo le enseñaré a darme placer, y me da igual que tú te acuestes con otras, pero no quiero que Tolo se acueste con otras” - Yo no podría…

-Si él quiere serte fiel, adelante, que lo sea, ¿por qué tienes que serlo tú? - preguntó, mientas se subía calzoncillos y pantalón y se ponía la camiseta.

-Porque… bueno, porque es lo normal, ¿no? Porque le dolería si no lo fuera.

-Una vez conocí a una mujer humana que no comía carne. Sabrás que hay humanos que no lo hacen, ¿verdad? - Iana asintió - Bien, pues ella seguía esa dieta sólo porque su pareja lo hacía. Ella no creía que dejar de comer carne beneficiara al planeta ni a su salud para nada, lo hacía sólo porque eso era lo que quería él que hiciera, lo hacía para no discutir. Lo hacía para gustarle y para hacerle feliz, y a escondidas, comía carne, embutidos y lácteos. Le mentía. Ese hombre estaba con una persona que no era quien él creía, pero él era feliz porque la mentira, era más bonita que la verdad. - La miró, entre cariñoso y lascivo - Tú puedes hacer lo mismo. Tu novio no te ha hecho firmar un contrato de fidelidad, es algo que simplemente los dos habéis dejado implícito, pero las cosas implícitas no son Ley. No le hagas daño, sino todo lo contrario. Hazle feliz. Todo el mundo dice que es mejor saber la verdad, que nadie quiere vivir engañado, pero mienten. Si das a elegir a cualquiera entre una mentira bonita y una verdad dolorosa, nadie va a elegir la puta verdad dolorosa. Es mejor ser feliz en una mentira, que vivir amargado en una verdad. No hay ningún consuelo en la verdad.

Iana se quedó pensativa, mientras también ella empezaba a recolocarse la ropa; sabía que Tolo llegaría dentro de poco, no faltaba ya mucho para el amanecer, y eso le recordó algo.

-¿Tienes algún sitio donde pasar el día? Quédate en el club, aquí no llega la luz y todo el mundo se marcha, estarás seguro y nadie te molestará. - El vampiro sonrió, abiertamente.

-¿Ves qué te decía? ¿Qué más me da que tú te acuestes con tu novio, o con diez tíos más? Te preocupas por mí, me das tu ayuda, todo lo que tienes… eso, es amar. Si tu novio llega a descubrir que nos hemos acostado y no lo puede soportar, el que no te quiere es él. Pero no se enterará. - se inclinó hacia Iana y la besó, largamente, chasqueando la lengua - Tú tienes su llave de la felicidad, la suya y la de cualquiera. Basta con que cuentes sólo lo que quieren oír, y te calles lo demás.

El vampiro tomó su chaqueta de cuero, se la puso al hombro y se dirigió a la puerta, pero la voz de Iana le paró.

-¡Espera! - el vampiro se volvió - …¿Cómo te llamas?

-Te vas a reír, Iana - sonrió - Ian.

“Por Drácula… sólo espero que no seas el humano con el que se lió mi madre hace más de ochenta años. Aunque sabiendo cómo te las gastas y lo sueltita que fue mamá en su juventud, ¿quién me dice que éste hombre no se ha acostado con mi madre?” Y efectivamente, se rió.


Eran ya más de las seis de la mañana, pronto amanecería, pero llegaba con tiempo, pensó Tolo. En un callejón lateral aterrizó y recuperó su forma humana. No le gustaba gran cosa dejar a Iana sola en el Carmilla´s, pero había noches que tenía forzosamente que hacerlo; había que tratar con proveedores, entrevistar personal, hablar con abogados, y no era así de fácil encontrar a gente que estuviera dispuesta a quedar sólo después del anochecer, puesto que ellos, no podían contar con aliados vampiros, tenían que limitarse a los humanos. Los Chupacabras estaban solos.

Dio la vuelta al edificio y entró por la puerta trasera, dejando una oscuridad azul turquesa, cada vez más clara, tras de sí. Dentro del club, estaba la oscuridad segura. Cerró con llave y se encaminó al tercer piso, donde Iana y él tenían su vivienda. A sus padres les había entristecido un poco que se marcharan de casa, pero lo entendían. El Club estaba silencioso, cerraban a eso de las cuatro y media y a las cinco se marchaba todo el personal. A Tolo le encantaba el Club así, calladito. Abrió la puerta de la habitación. Y se quedó sin respiración.

-Hola, Tolito. - Iana sólo llevaba puesta una bata de tul rojo. Y sabía que era lo único que llevaba porque era completamente transparente. La prenda se cerraba con dos lazadas colocadas de un modo muy estratégico, de modo que tapaban sólo lo más estricto de los encantos de Iana, pero no lo suficiente como para no darse cuenta que bajo esos lacitos, no había absolutamente nada.

-Iana… jo-der.

-Acepto. - Sonrió ella. Tolo sólo atinó a cerrar la puerta; hacía ya un par de semanas que Iana siempre estaba cansada o no tenía ganas, y a él no le pillaba de sorpresa porque tenían mucho trabajo y mucho estrés con el Club, suponía que cuando se fueran estabilizando, ella misma lo pediría. Lo que no imaginaba es que lo fuese a pedir tan explícitamente.

La joven le despojó del sempiterno abrigo de piel sintética que llevaba, le besó, y empezó a caminar hacia atrás, hacia la cama, mientras Tolo intentaba respirar y tocar todo lo que tenía a la vista.

-¿Has visto qué bonita es ésta bata…? - susurró, mimosa, ya de rodillas en la cama, desabrochándole el cinturón. - Me la compré a escondidas, pensando en ti… Tolito… Verás, yo sé que el Club no te gusta tanto como a mí, sé que hemos discutido mucho últimamente y que yo he estado algo cabezota…

-Haah… no importa, Iana, de veras… - Tolo se sacó la camisa de estampados horteras por la cabeza; tenía el pantalón abierto y a medio bajar, y a Iana abrazada a su tripa y acariciándole la erección: era el vampiro más razonable del mundo.

-Lo que quiero decir es que no me tomes en cuenta si a veces soy caprichosa, o un poco terca, o marimandona… Sólo recuerda que te quiero de verdad. - Tolo suspiró, con los ojos en blanco de gusto mientras ella le daba besitos en el glande, le lamía el frenillo… ¡ahí no, ahí no, que no aguanto nada…!

-¡Iana… Ianaaaaaaaaaah….! - La joven se metió la polla de Tolo en la boca y tragó con avidez. Su novio ya era bastante rápido, pero tocarle el frenillo era muerte súbita, no lo podía aguantar. Tolo la agarró de la cara y le acarició el cabello mientras su polla estallaba de placer y le temblaban las rodillas. Se dejó caer de lado en la cama, e Iana le abrazó. - Y yo a ti - jadeó con esfuerzo Tolo. - Yo a ti también, vida mía.

La joven sonrió, le empujó de los hombros para ponerle boca arriba en la cama y le montó. Empezó a frotarse mientras se desataba muy despacio la lazada superior, y Tolo sonreía. Se caía de sueño, pero era demasiado bonito para dejar de mirar.

-Demuéstrame que me quieres, Chupacabras. Hazme gritar de placer. - Y lo consiguió. Cuando Tolo le apretó las tetas y le pellizcó los pezones, cuando se metió dentro de ella y embistió hasta que no pudo más, hasta que ella soltó un borbotón de flujo caliente sobre su barriga, Iana gozó de verdad y gritó de placer auténtico, no fingido.

Ahora Tolo dormía a su lado, roncando. Estaba sudado y pringoso, pero a Iana no le daba asco. Le encantaba. Le tapó bien, se apuró el cigarrillo y se tendió a su lado. Buscó su mano entre las sábanas y Tolo, aún dormido, apretó la suya. “¿Tan mala soy? Anoche pensaba dejarte, fingía amarte y gozar contigo, pero no lo hacía porque yo misma no te dejaba llegar a mí y satisfacerme… no lo hacía, pero te era fiel. Hoy deseo estar contigo toda la eternidad, sé que te amo y has podido darme placer porque yo misma te he dejado hacerlo, pero me he tirado a otro vampiro. Y… y no sé porqué me da, que no va a ser la última vez que Ian y yo nos veamos. Pero el serte infiel, me ha hecho darme cuenta de lo mucho que te amo. Anoche nos dormimos sin tocarnos, sin darnos un beso, sin siquiera hablar… Esta noche hemos hecho el amor, hemos tenido el mejor sexo en dos años, y nos dormimos tomados de la mano. Hoy, eres más feliz que ayer. Y yo también. Creo que Ian tenía razón; tengo la llave de tu felicidad. Basta con que sepas sólo lo que necesitas saber”.