Repaso de verano

Un profesor, un instituto desierto, dos chavales.

(El relato, pura fantasía, claro, incluye un sexo un poco guarro. Por si hay a quien no le gusta.)

Entraron los dos, me echaron un vistazo de arriba abajo y se sentaron con resignación y cierta cara de asco en las sillas al otro lado de mi mesa. Al instante una brisa de aroma a feromonas y sudor me golpeó los sentidos. Me presenté y les comenté un poco lo que íbamos a hacer.

-A ver, ¿quién es Jose? –el de la derecha levantó un par de dedos.- Bien, entonces tú serás Joaquín, ¿no?

  • Llámame Quino. – dijo con una voz bastante grave.

-De acuerdo. Pues vamos a ver si esto es correcto… Jose, te han quedado pendientes Lengua, Inglés

Mientras iba leyendo el largo listado en su ficha me dediqué a analizar al chaval. Era grandote, aunque no gordo. Más bien tenía la constitución de un jugador de rugby, aunque su cara y su mirada delataban bastante menos edad y un cierto aire de bonachón. Su piel, aunque algo bronceada por el sol, era ciertamente clara. Su pelo era oscuro y lo llevaba completamente rapado al dos. Su cara era tirando a redonda, con unos ojos brillantes y vivos, algo rasgados y un reguero de finos pelitos oscuros unía ambas cejas de forma casi imperceptible. En el mentón, la cierta sombra de barba delataba que tampoco le salía tanta como debería, aun. Ciertamente guapo, la verdad. Llevaba un bañador estampado en azul y una ceñida camiseta de manga corta blanca que marcaba un incipiente pechazo y unos abultados brazos de formas redondeadas.

Acabé de narrar y continué con Quino. Éste era más delgado y algo más bajo. Un cuerpo fibrado y realmente atractivo. Permanecía con las piernas abiertas y flexionadas apoyando los codos sobre las rodillas y jugando con sus manos. Llevaba unos pantalones de chándal rojos con rayas blancas en los costados, zapas y una camiseta de tirantes blanca que resaltaba con su bronceado y con el vello que escalaba por el escote. Una gruesa cadena de acero remataba la estética bakala junto a su pelo rapado por los laterales y dejando unos mechones largos sobre la nuca. Coronando, una gorra roja calada. Su cara era alargada y con los ojos algo saltones. En el centro de su cara, una nariz contundente, como dicen ahora, señalaba quizás algo más de edad o al menos de desarrollo. Tenía unos labios regordetes y muy apetecibles. Al responder dejó entrever un incisivo partido. Lo que le faltaba para arreglar la cara de malote y de cabroncete de barrio.

Y allí estaba yo, pasando el verano dando clases de repaso en un instituto de la ciudad, gracias al nuevo proyecto educativo de recuperación. Vaya ideas tiene el gobierno a veces. Dadas las circunstancias, era bastante mejor que nada. Además me daría varios puntos extra para las oposiciones del año siguiente y algo de dinerillo nunca viene mal. El problema sobretodo iba a ser el calor. En un despacho de unos diez metros cuadrados, sin aire acondicionado y tres personas unas cuatro horas diarias iba a ser un infierno. Al menos podría deleitarme con chavales así. Además, que el instituto estaba prácticamente desierto y siempre se trabaja mejor sin demasiada gente alrededor.

Me desaborché un par de botones de la blanca camisa de manga corta que poco a poco se me iba pegando por el sudor y alcé la vista a mis nuevos alumnos, a los que pillé mirando fijamente el imponente canalillo entre mis pectorales cubierto de dorado vello. La verdad que no estaba nada mal yo tampoco. Metro ochenta, espalda ancha, rubio oscuro, ojos negros, cuerpo trabajado en el gimnasio… De facciones masculinas y algo rudas, sensación que se reforzaba por la cuidada barba que llevo desde hace algunos años.

-Bueno, pues vamos a ponernos. ¿Qué os parece si empezamos por matemáticas?

Me levanté y cogí torpemente de la estantería a mis espaldas unos archivadores con tan mala suerte que su contenido fue a parar al suelo. Ambos soltaron una risotada. Recogí rápidamente lo que había y lo puse sobre la mesa. Entonces sonó mi móvil.

-Un momento –dije apurado. Salí rodeándoles y cruzando por la puerta a sus espaldas aprovechando para inspirar otra vez aquel olor tan excitante que emanaban.

A los cinco minutos regresé y me sorprendió verlos con las sillas juntas y leyendo algo. Qué extraño, con lo poco estudiosos que son no creo que hayan empezado la lección antes de tiempo. Me acerqué sigilosamente a su espalda para observar mejor. Efectivamente no eran apuntes lo que leían, era una revista porno en la que un negrazo se la metía a una rubia siliconada por el culo. Ambos permanecían completamente quietos y silenciosos a excepción de sus manos, que frotaban, agarraban, estiraban y soltaban por momento sus paquetes. Me estaba empalmando por momentos, pero tenía que hacer algo. Pegué un portazo.

-Pero bueno, ¿qué os habéis creído que es esto? ¡Vaya forma de empezar el repaso! A ver, ¿a quien se le ha ocurrido traer esa guarrada al instituto?

-Oye, que no te pongas así tío –dijo Quino con su vozarrón mirándome con mala leche bajo su gorra- Además, la revista la has traído tú, cabrón.

-Perdona?

-Que sí, que estaba ahí, encima de la mesa, tío.

Ambos me miraban aun con la revista en las manos y rascándose el paquete con cara de asombro y el ceño fruncido. Por lo visto la revista estaba en la estantería y habría caído con el resto de papeles. Vaya metedura de pata. A saber qué profesor salido guardaba porno en el despacho que me habían asignado.

-Además, que parece que a ti tampoco te amarga. Vaya tienda de campaña que llevas, tío – dijo Jose con media sonrisa en la cara.

-Bueno, yo… pero venga, que hay que currar –había que cortar la situación.

-Tío, no jodas, que nos estabas cayendo muy bien, venga, enróllate.

-Cómo que me enrolle? Ya la habéis visto, ahora hay que ponerse

-No, si puestos ya estamos- me cortó Jose riendo.

-Podrías enrollarte y dejar que descarguemos un poco de tensión, venga… -pidió Quino con una sonrisa maliciosa enseñando su diente partido.

-Pero no

Traté de decir mientras ví como Jose se metía la mano bajo el pantalón. Una chispa cruzó su mirada (imagino que por mi expresión), echó un vistazo a su compañero, sonrieron y se sacó el rabo de golpe. Abrí los ojos como platos digiriendo visualmente aquel cipote. Estaba circuncidado, era bastante grueso y de color claro, cruzado por venas azuladas y con un imponente capullo rosado brillante de precum. Se me hacía la boca agua por momentos.

-Además, yo creo que te molaría mirarnos y todo. –dijo con media sonrisa en la cara mientras se levantaba.

Yo estaba todavía junto a la puerta, completamente descolocado y sin poder mover ni un músculo. ¿Tanto se me había notado que me ponían burro? Aprovechando mi estado de shock, se puso enfrente mío, colocó su manaza en mi hombro y tiró de mi hacia abajo. Todo sin despegar de mis ojos su mirada, que ahora era bastante más seria y menos inocente. Al acercarme al nabo pude oler a restos de semen, meado y sudor adolescente. Mi polla dio un brinco en mis pantalones. Cogió mi nuca y me acercó lentamente a él. Yo no pude hacer más que abrir la boca y meterme aquel trozo de carne dentro. Cuando noté su gusto salado y su tacto caliente, suave y duro no pude más que soltar un ahogado gemido mientras él echaba su cabeza hacia atrás. Justo comencé a succionar y un poco de precum salió lentamente para que me lo tragara. Comencé a hacerle una buena mamada.

Mientras, Quino, el de la pinta de bakala, se había levantado y puesto a nuestro lado mientras se pajeaba. Cogió mi cabeza y comenzó a marcarme el ritmo para que se la chupara mientras le pajeaba con la mano. Me dio una arcada y me separé un poco.

-No, no, tú no te mueves de ahí –diciendo esto se puso detrás de mí agarrándome las manos con una de las suyas y pegando su pecho a mi espalda y con la otra mano volviendo a marcarme el ritmo.

Ahora podía comprobar de cerca el olor de aquellos sobacos y excitarme incluso más de notar su calor a través de nuestra ropa sudada. Jose me follaba frenéticamente la boca soltando graves gemidos de placer hasta que Quino se cansó de esperar, se puso de pie y me separó de aquel jugoso nardo cubierto de babas y precum. Cogiéndome del brazo hizo que me acercara a la mesa de rodillas como estaba, se quitó los pantalones con las zapas puestas dejándome ver unas bien formadas piernas cubiertas de rizado y negro vello. Mientras, me quité la camisa. No podía aguantar tanto calor. Jose hizo lo mismo con su camiseta y me dejó ver un pecho suave con una incipiente mata de pelos en su centro y unos pezones rosados y grandotes. A punto estuve de lanzarme a por ellos (qué más daba ya) cuando sentí algo duro en mi espalda. Era una zapatilla del otro chaval que me la clavaba para que me agachase.

-Ahora te vas a comer mis zapas, cabrón.

Y a eso me puse mientras los dos se pajeaban apoyados en la mesa del despacho. Cuando me harté de lamer zapa, fui subiendo con mi lengua por las piernazas peludas del pavo. Como no dijo nada, imaginé que le pareció bien. Lentamente fui subiendo hasta los peludos huevos y sentí un olor muy fuerte. Cogí el pollón, descorrí lentamente el prepucio y descubrí la sorpresa: una capa de requesón tapizaba el hinchado glande. Me saqué la polla mientras lo olía para disfrutar a gusto del momento. Lo olí con detenimiento y le pequé un lametón en un lado mientras sujetaba fuertemente el tronco. La polla se hinchó más al contacto.

-Joder, qué cerdo eres tío. Me pone mazo –sentenció desde las alturas antes de ponerse a carraspear. Miré hacia arriba y ví como se inclinaba un poco, abría la boca y me pasaba lentamente un gapo bien espeso. Lo comí lentamente y volví a la polla. Después de darle un par de lametones más y tragar aquella sustancia entre blanquecina y amarillenta (a saber la de tiempo que hacía que no se lavaba aquello), me la metí hasta la garganta. Comencé a chuparla al principio poco a poco y luego más rápido. El cabrón no me dejaba cogerla para evitar que pusiera frenos. Moviendo las caderas a todo tren comenzó a follarme la boca. Yo me agarraba a los cachetes de su sudado culo.

Entonces el otro chaval me giró la cabeza para que se la mamara a él también. Iba alternando las dos pollas, introduciéndomelas en la garganta hasta que no podía más y me saltaban las lágrimas. Entonces, Quino dijo "Espera". Se giró e hizo que Jose hiciera lo mismo.

-Ahora vas a comer culo, a ver si eres tan cerdo.

Y me hundió la cara en su raja. Tenía un culo muy velludo y sudado y tuve que vérmelas para encontrarle el ojete. Su olor y sabor eran fortísimos. Entre salado y amargo. Estaba disfrutando como un cabrón. Con la punta de la lengua intentaba penetrarle hasta donde podía. Por lo visto el Quino muy bien no se limpiaba y el gusto en esta parte era especialmente amargo. Estuve así un rato, recorriendo el ojete, lamiendo la raja de arriba abajo, degustando su aroma hasta que Jose me llamó la atención acariciándome la espalda. Cambié de culo. Este era menos peludo. Su vello era menos rizado aunque estaba igualmente sudado y sabroso. Tenía un olor más delicado, aunque no dejaba de ser un auténtico cerdo viendo cómo lo tenía. Eran unos señores culos. Los iba alternando. De vez en cuando me apartaba para pegarles mordiscos en los abultados cachetes. Ellos gemían de placer. Vaya cabrones estaban hechos.

Entonces se giraron y volvieron a darme rabo. Por lo visto ya no les quedaba mucho para correrse. El primero en hacerlo fue Jose. Hasta siete lefazos bien espesos cayeron en mi boca mientras retorcía sus sonrosados y suaves pezones y él se descomponía en gemidos y me agarraba las orejas. Una vez acabó se abrazó a mi cabeza un momento, sudando y con los ojos cerrados y apretados. Inspiré para tragar ese aroma entre adolescente y varonil. Entonces vino Quino. Su ritmo era frenético. Agarraba con una mano mi cabeza para que no me escapase y, cuando ví que estaba a punto, me metí su polla en la boca y comencé a tragar. Su sabor inundó mi boca. Una gran corrida, espesa y consistente. Una vez acabado de tragar todo me miró a los ojos y agachándose de nuevo, carraspeó y me lanzó otro salivazo bien cargado. Lo tragué y seguí pajeándome para alcanzar el orgasmo. En esto, Jose, que ya estaba más recompuesto dijo que se largaba a mear al baño. Quino le cortó

-No, tío, espera, que eso seguro que le mola a nuestro cerdito. Qué dices? Te apetece comerte los meos del Jose o qué?

Mi mirada creo que lo dijo todo. Abrí la boca y, mirando fijamente al chaval, esperé a que descargara. Un potente chorro de orina amarillenta me golpeó la lengua y salpicó alrededor. Comencé a tragar excitadísimo. El cabrón no paraba. Agarrándole la polla que volvía a ponerse morcillota por momentos, me la metí en la boca y, como si de un biberón se tratara, comencé a sorber y tragar toda la orina que me ofrecía. Con las últimas gotas me corrí sobre el suelo.

Una vez recompuestos, nos vestimos y comenzamos a charlar animadamente. Personalmente eran unos tíos bastante majetes. La verdad que el verano empezaba a pintar bastante más que bien con unos repasos así.