Rencor (Partes 1 y 2)

Cuando el pasado vuelve de golpe a tu vida, los viejos rencores resurgen a flor de piel...

PARTE 1:

Era un viernes como otro cualquiera, con mis amigos tomando las primeras copas del fin de semana, a modo de recompensa por una semana que había resultado cuanto menos, agotadora. La única diferencia era el lugar en que nos encontrábamos: una discoteca de niños pijos, de esas en que tienes que empeñar hasta los calcetines para entrar. La suerte quiso que uno de los chicos con los que solía entrenar en el gimnasio, Carlos, había empezado a trabajar como gorila en aquella discoteca y nos había regalado entradas. Y con este pequeño detalle de colegueo, sin saberlo él, había hecho que mi vida diese un giro de 180º en cuestión de segundos.

Uno de mis amigos, Tony, había quedado allí con su nuevo ligue, de nombre Tania, una niña cuya belleza era inversamente proporcional a su inteligencia. Nos trasladamos al piso superior de la sala, que tenía unas vistas estupendas de la pista de baile, para así encontrar a Tania, y de paso, echar un vistazo al material. De repente Carlos sonrió y comenzó a señalar a un grupito de chicas. La verdad es que a mí ni se me movió un pelo, ese tipo de niñas bien, pijas y malcriadas hasta límites insanos, vestidas como zorras, me dejan bastante frío. Carlos empezó a explicar al resto de mis babeantes amigos.

  • Mirad, Tania es la rubia de vestido azul. Mucho cuidadito con lo que decís que esa es exclusivamente mía, ¿eh? La morena que está a su lado, la del pelo corto, se llama Rocío, está acabando Derecho. Su padre tiene un bufete de abogados y según tengo entendido, están forradísimos. La otra rubia, la del vestido negro se llama Vicky. No sé a qué se dedica, pero es un poco tontita.

Solté una carcajada, ese calificativo viniendo de alguien como Tony sólo quería decir que aquella chica era realmente corta. Seguí saboreando mi gintonic sin prestar demasiada atención a las explicaciones de Tony.

  • ¿Y la pelirroja quién es?
  • ¡No se te escapa una, tío! La pelirroja es la "joya de la corona". Ha estudiado Publicidad, creo. Sus padres son dueños de una constructora. Para tu desgracia, tiene novio, un tío bastante poca cosa, médico creo. Pero la veo demasiada mujer para él, seguro que el pobre imbécil tendrá miles de cuernos. Por cierto, se llama Helena.

Helena…Al oír ese nombre me incorporé a la conversación instintivamente.

  • ¿Quién es la tal Helena? – pregunté, casi con desesperación.
  • La pelirroja de rizos.

Allí estaba ella, Helena, la reina Helena, la divina, la princesa, emperatriz, zarina…y cualquier apelativo que se te pueda ocurrir relacionado con la realeza. Incluso su nombre es de princesa. Todo en ella es superior y ella lo sabe. Y también sabe cómo aprovecharse de ello.

Vestida con una camiseta rosa y plateada, repleta de transparencias que muestran un bonito sujetador también de color plata, y una minifalda negra, veo frente a mí al centro de todos mis odios y rencores. Ocho años sin verla, y ella no ha cambiado un ápice. Su cabello sigue siendo largo y rojizo, repleto de bucles indomables que caen graciosamente sobre su espalda. Sus ojos de gata siguen siendo tan verdes como esmeraldas, enmarcados con miles de larguísimas pestañas. Sus labios carnosos y sensuales están hechos para ser besados y saboreados las 24 horas del día. Y sus famosas curvas sólo se han confirmado con el tiempo, volviéndose aún más voluptuosas. Sus piernas son kilométricas y bien torneadas por el deporte. Es altísima, 1’75 m quizás. Sobre la blanquísima piel de su rostro destacan unas diminutas pecas que salpican desordenadamente su nariz y mejillas, dándole un aire de candor e inocencia. Como contrapartida, unas ligeras ojeras enmarcan su mirada, otorgándole un aire algo extenuado, y también, trazas de mujer fatal. Algo a lo que ella saca el máximo partido posible. Nada en Helena ha cambiado. Hace ocho años los chicos morían ella y las chicas mataban por ser como ella, y en aquella discoteca el panorama no había cambiado. A sus 24 años, ellas seguían queriendo parecerse a Helena y ellos morían por meterse en sus bragas.

Hace años estudiábamos juntos, en el mismo instituto, la misma clase. Ella, al igual que ahora, era la reina, ella daba las órdenes, a veces órdenes invisibles que ni siquiera necesitaban ser pronunciadas, y los demás, sus siervos no se demoraban en hacer realidad sus deseos. Y yo, a veces bufón, a veces preso torturado por el verdugo de turno, me veía obligado a aceptar ese doble rol que ella me había impuesto. Si viviésemos en EEUU, ella sería la capitana del equipo de animadoras, sin duda.

Por aquel entonces, yo era un chaval acomplejado, bajito y enclenque. Poco agraciado físicamente, mis defectos se veían incrementados por unas enormes gafas, aparato en los dientes e infinidad de granos en la cara. Si bien, mi inteligencia me regalaba amigos ocasionales que precisaban de algún favor, mi nula habilidad para los deportes me valía las burlas e insultos de todos mis compañeros.

Pero ella era demasiado fina para ensuciarse las manos, ella se limitaba a contemplar su obra en silencio, con su cruel sonrisa de triunfo grabada en la cara. Durante tres años soporté los insultos, los golpes, el acoso al que ella me sometía. Llegado un punto en el que ya no podía más, mis padres se mudaron a una ciudad cercana para que pudiese empezar una vida mejor, lejos de su crueldad. Con apenas 16 años me prometí a mi mismo que cambiaría, que nunca más permitiría que nadie me volviese a tratar así.

Las gafas de culo de vaso fueron sustituidas por cómodas lentillas, los aparatos de la boca pasaron a mejor vida, los granos desaparecieron gracias a los tratamientos del dermatólogo, los genes de mis padres, aunque tarde, hicieron su parte y me dieron el metro ochenta y cinco que tengo ahora. Y las horas y horas encerrado en el gimnasio hicieron el resto. Hoy por hoy, soy alguien completamente diferente al chiquillo que ella solía humillar.

Mientras bajábamos las escaleras para dirigirnos al grupo de chicas, mi mente comenzó a esbozar un plan. Una vez llegados a donde ellas se encontraban, no podía decir que tuviese un plan, pero si tenía un boceto previo grandioso. Una sonrisa maliciosa se dibujó sin quererlo en mi boca "Lo siento Helenita, pero vas a pagar muy caro todo el daño que me has hecho"

Tony y Tania ejercieron de buenos anfitriones y fueron presentándonos a todos. Helena estaba en su salsa, dando dos besos a todos con su mirada coqueta y una sonrisa cálida que yo conocía bien. Es la sonrisa que reserva para las grandes ocasiones, para cuando saborea una victoria o quiere impresionar a alguien, su sonrisa de triunfadora. Cuando nos presentaron Helena no se percató de quién era yo, me sonrío y me plantó dos besos como a los demás. El simple roce de su piel contra la mía evidenció cuantísimo iba a disfrutar con mi venganza.

Su magnetismo sigue siendo innegable. Si la gravedad atrae a todos los cuerpos hacia el centro de la Tierra, sin ninguna duda, Helena era el centro gravitatorio del lugar. Desprendía sensualidad por cada poro de su piel

PARTE 2:

Helena aparca su coche frente a una bonita casa, algo apartada de la ciudad, pero sin duda se ubica en el enclave más bello. Está situada frente a una pequeña playa, sin duda la vista desde el balcón debe ser preciosa. No sabía que tan cerca de su ciudad había un sitio tan hermoso.No es una casa muy grande, cuenta con dos plantas, un garaje y un pequeño cobertizo. Entre las rejas y setos que protegen la casa de las miradas indiscretas, distingue un bonito y cuidado jardín. Piensa que Luis, su novio, tiene un gusto exquisito. No podía haber elegido un lugar mejor para pasar el puente en plan romántico. Saca una pequeña bolsa de deporte del maletero, porque claro, para pasar unos días románticos con su chico tampoco le hace falta mucha ropa. Y no sabe hasta qué punto es cierto que no necesitará ropa. Las cosas entre ellos no andan muy bien últimamente. Ella está totalmente volcada en su tesina, la cual le está llevando más horas de las que esperaba. Y Luis, en su segundo año de residencia de traumatología en el hospital tampoco tenía mucho tiempo con las guardias y los marrones que no quería comerse nadie. Por eso se había sorprendido tanto al recibir aquel email el día anterior. Luis le había mandado una invitación con forma de vídeo, precioso. Desconocía que su novio fuese tan bueno con la informática.

Se cuelga la pequeña bolsa de deporte en el hombro y camina hasta la puerta. Aprieta el botón del interfono y espera. Una voz extraña le dice que pase, mientras la puerta cede ante ella. No reconoce en esa voz a su novio Luis, pero ya se sabe lo que distorsionan la voz esos aparatos. Respira hondo y comienza a atravesar el jardín. Para la ocasión se ha puesto especialmente guapa: lleva un vestido corto, con estampado de flores y toda la espalda al descubierto y unas sandalias negras con tacón de vértigo. Llega a la puerta entreabierta y entra en el interior de la casa. Todo está a oscuras, avanza un poco, sólo unos pasos.

  • Luis, ¿dónde estás?

Algo le golpea la cabeza, un golpe sordo. Y todo se vuelve aún más negro. Despierta lentamente, sin saber cuánto tiempo ha pasado inconsciente. Intenta moverse pero algo se lo impide. Dirige una mirada hacia el cabecero de la cama y entre la penumbra de la habitación distingue unas esposas que le oprimen las muñecas. Sus pies también están atados, con cuerdas de nylon o algo parecido. Entre su confusión y la oscuridad no puede distinguir bien. Al mirar hacia sus pies descubre que su vestido ha desaparecido. Las sandalias y la ropa interior siguen en su sitio. Por desgracia, ese vestido tiene un escote tan amplio en la espalda que no le permite usar sujetador, por lo que su ropa interior se reduce a un culotte de encaje negro, muy sugerente. Poco a poco va recobrando la consciencia y sus ojos se van habituando a la penumbra. Está en una habitación amplia y decorada con gusto. Distingue un escritorio, un gran armario, un sofá…Se sobresalta, en el sofá distingue la silueta de un hombre, no puede distinguir su cara, pero a estas alturas ha asumido ya que no se trata de su novio Luis. Un escalofrío recorre su cuerpo, el individuo la está mirando sin parpadear. Tiene una mirada de un azul clarísimo, fría, cruel. Cierra los ojos y respira profundamente, intentando controlar el miedo. Se recuerda a sí misma que tiene que mantener la serenidad y lucidez si quiere salir bien parada.

  • Buenos días, bella durmiente

El hombre se levanta del sofá y se acerca lentamente a la cama dónde ella se encuentra desnuda. Los ojos azules recorren cada centímetro de su piel con lascivia. Muerta de miedo y con la voz temblorosa ella logra articular las primeras palabras.

  • ¡Maldito cabrón! ¡Suéltame! ¿Dónde está Luis?

Él suelta una carcajada, burlona. Sin dejar de mirarla un segundo responde:

  • Ay, Helena. Te recordaba más lista. Tú novio está tranquilamente trabajando, si es lo que te interesa saber. Respecto a lo de soltarte, lamento mucho no poder complacerte en ese sentido.

Que cuestionasen su inteligencia era algo que no toleraba. El miedo que sentía empezó a dejar paso a la furia. Clavó sus ojos incendiados en él, desafiándole a pesar de la situación.

  • Yo también te creía más listo. Cuando Luis descubra que no estoy en casa y vea que no contesto el teléfono, empezará a buscarme. Con la policía, claro.

Otra risa burlona, aún más fuerte que la anterior.

  • De verdad que te recordaba más lista, pequeña. Tú novio Luis cree que vas a pasar el fin de semana en la casa de verano de tus padres porque necesitas tranquilidad para acabar la tesina. Tus padres creen que estás aquí con Luis. Y tus amigas también. En cualquier caso, nadie te molestará. Así que reina, ya puedes estar tranquila…nadie va a preocuparse por ti en estos tres días. Es un plan brillante, no me lo negarás.
  • ¡Hijo de puta! Cabrón de mierda – la lista de insultos que salía por la boca de Helena parecía no tener fin.

Una sonora bofetada la hace callar.

  • Mira zorra, vamos a empezar a dejar las cosas claras. Durante el tiempo que estemos aquí yo mando. Tu vida está en mis manos, así que haré contigo lo que me plazca. Y eso incluye que no hablarás a no ser que yo te lo diga
  • En cuanto salga de aquí pienso denunciarte. Sé quién eres. Te recuerdo. Te llamas Víctor, y eres amigo de Tony- la mirada de ella era altiva, desafiante, no estaba dispuesta a doblegarse, desde luego.
  • Y una vez más vuelves a equivocarte, reina. Físicamente no has cambiado nada, pero la verdad es que has perdido facultades. La Helena que yo recordaba era inteligente. Tenía que serlo para manipular a todo el mundo para que cumpliesen sus deseos
  • ¿Quién coño eres?- Helena estaba totalmente desconcertada
  • No me reconoces ¿verdad? Claro, he cambiado mucho en estos años sin verte. Pero no quiero perder el tiempo contándote lo que he hecho en estos ocho años. Lo único que necesitas saber es que voy a cobrarme en ese cuerpo de zorra que tienes todo el daño que me hiciste cuando íbamos en el instituto.
  • ¿Víctor Mora? – a medida que iba haciendo conjeturas entendía cada vez menos. No podía creer que el chiquillo al que solía atormentar se hubiese convertido en el hombre que la mantenía atada a aquella cama – Víctor, suéltame por favor. Han pasado muchos años, yo era una cría
  • ¡Cállate zorra!- Víctor se abalanza sobre ella, agarrándole por el mentón y gritándole con rabia a dos centímetros de su cara – Ni se te ocurra decirme que no sabías lo que hacías, que lo sientes, que no querías hacerme daño

Si algo caracterizaba a Helena era su altivez, ese saberse mejor que los demás, ese ego de dimensiones desproporcionadas, tan poco conveniente a veces. Y sí, por esta vez estaba muerta de miedo, aquel cabrón resentido era más que capaz de hacerla más daño del que podía soportar. Pero ni por esas era capaz de de dejar su maldito orgullo a un lado. Se quería demasiado para permitir que ese imbécil creyese que había ganado. Se aferró a su orgullo como a un clavo ardiendo, quemándose a sabiendas.

  • No, Víctor, no. No pienso pedirte perdón. Eras un crío débil y enclenque, el hazmerreír de todos. No tengo que disculparme por ser sincera contigo y no permitir que olvidases lo que eras. Eras un jodido perdedor. Y por mucho que te creas que has cambiado, bajo esos músculos, sigues siendo un perdedor. La única manera que tienes de superarme es esta.

Se arrepintió de sus crueles palabras nada más pronunciarlas. Víctor perdió los estribos. Conocía de sobra el carácter altivo e insolente de Helena, lo había padecido en sus propias carnes durante años, pero no esperaba esa reacción tan poco inteligente. Se abalanzó furiosamente sobre ella, perdiendo el temple y la frialdad.

Comenzó a abofetearla, a insultarla. Sus manos se dirigieron con rabia a los grandes pechos de Helena, comienzan a magrearlos sin ninguna delicadeza. Helena se retuerce, ahogando los gritos de dolor, no quiere darle esa satisfacción. Nota como la cara le arde, su mejilla derecha comienza a hincharse. Él sigue con los suyo, muerde los labios de Helena, los lame rabiosamente, desciende por su cuello, muerde. Baja hasta su pecho, lo lame con fuerza, sus labios buscan instintivamente los pezones de Helena. Las manos bajan por el suave cuerpo de la chica, buscan a tientas el culotte de encaje, lo arrancan. Víctor lo arroja al suelo, hecho jirones. Muerde los pezones de Helena con fuerza, provocándole un dolor que a veces se le hace insoportable. Ella reprime las lágrimas, mientras él dirige las manos a su cinturón, lo desabrocha y después hace lo mismo con la bragueta. Su polla sale disparada, liberada por fin de su prisión de tela. Lleva buen rato terriblemente excitado, desde que ella recobró el conocimiento. Y concretamente, ese último ataque de Helena, esa muestra de su ego, de su inconsciencia, le tiene a punto de estallar. Por un momento, ella ha hecho que vuelva a sentirse como aquel chiquillo acomplejado y eso ha aumentado sus ganas de escarmentarla, de hacerla sufrir, gritar de dolor, de miedo. Sin perder un segundo, sin ninguna preparación, se la clava de un golpe, le atraviesa las entrañas. Helena no puede reprimir el grito de dolor, le duele, le quema. Víctor comienza a moverse bruscamente sobre ella, con cierta dificultad ya que ella ni siquiera está mojada. Él no le ha dado ni tiempo, ni una caricia, ni un mísero roce para que ella se excite. Todo es brutal, sucio, Víctor descarga sobre ella toda su furia, el dolor acumulado durante años, su dolor, su rencor. El tormento acaba para ella, Víctor se retuerce de placer, el orgasmo es inminente. Descarga en su interior y permanece unos segundos tendido sobre ella, el tiempo necesario para recuperar el aliento, sólo eso. Se levanta, se abrocha el pantalón y sin siquiera mirarla, sale de la habitación. Una vez en el pasillo, se apoya en la puerta y comprende lo que acaba de hacer. No entraba dentro de sus planes, no. No debería haber pasado. Se recrimina a sí mismo por dejarse llevar por sus impulsos. Tiene que mantenerse frío e impasible para ella, para multiplicar su sufrimiento. Mientras Helena, ahora que se sabe sola en la habitación comienza a llorar a mares. Él lo oye desde el otro lado de la puerta y una leve sonrisa se dibuja en los labios. La armadura de Helena ha comenzado a resquebrajarse. Parece ser que no hay mal que por bien no venga.

Este es mi primer relato erótico, espero opiniones. No os cortéis, comentad tanto si os gusta como si no.